19. La vie en Rose

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<<Los cuervos anuncian desgracia. De eso estoy seguro. Pero, curiosamente, nunca he visto a uno solo al acecho. Me pregunto si, entonces... ¿Él fue el mensajero de mi desgracia?>>


*


El leve murmullo del motor sumado al suave desliz de las llantas sobre el liso asfalto, durmieron los sentidos del pequeño Armando de antaño. Con el brazalete apretando su muñeca derecha y con el cinturón de seguridad ajustado a su pequeño pecho que subía y bajaba por el lento vaivén de su respiración, dormía plácidamente en el asiento trasero de esa negra camioneta en la que lo habían recluido.

Los dos hombres que iban adelante guardaban total silencio. No por cuidar el sueño del niño. Era solo que no había nada que decir.

Habían gastado suficientes energías por ese día y todo lo que querían, por lo menos así lo deseaba Nariz Grande, era terminar el trabajo, volver a casa y descansar. Mastodonte, que iba sentado en el asiento del copiloto, por otra parte, permanecía tan hermético e inmóvil como siempre. Parecía ser alguien a quien las palabras no le hacían falta. Un ser cuya existencia solo estaba hecha para acatar órdenes.

Dejando el sonido de la camioneta de lado, todo estaba envuelto por un silencio abrumador. El dolor, la ira y la tristeza de la pérdida, se encontraban apaciguados por el sueño en el que Armando cayó rendido con la esperanza de que la trágica noche solo fuese una ilusión.

Cuando Armando despertó, impulsado por un fuerte tambaleo del auto, miró por la ventana intentando ubicarse dentro de ese pequeño mapa mental de lugares que conocía a la perfección, para caer en la cuenta de que no conocía ese sitio. Era un lugar boscoso, oscuro, distante y callado. Parecía peligroso.

Sin embargo, a pesar del miedo que sentía al ver las enormes sombras amorfas de los árboles, no podía despegar la vista del exterior, completamente hipnotizado por su belleza salvaje y natural.

Alcanzó a ver por el rabillo del ojo, como Nariz Grande, quizás irritado por el silencio, encendió el estéreo, dejando sonar casi al instante un suave solo de Jazz comandado por una trompeta. Y una vez el sólo termino, la voz ronca de un hombre comenzó a entonar palabras desconocidas para Armando. Lento. El ritmo era lento y romántico. Daba la sensación de que el hombre que cantaba dentro de la bocina, estaba profundamente enamorado.

―''La vie en Rose'' ¿Te gusta?―preguntó Nariz Grande, rompiendo el silencio y mirándolo por el espejo retrovisor. Una sonrisa distinta a las que le había mostrado antes se formó en su rostro. Podría ser por el cansancio- tal vez por la música- la razón por la que se mostraba ligeramente amable. Casi soñador. ―Es Jazz. La música más mágica que escucharas en lo que queda de tu vida...

―Si hablamos de música mágica, prefiero la música clásica. ―Fue lo único que Armando le dijo a ese hombre, como acto de rebelión. Tenía claro que luchar contra ellos le sería inútil. Lo entendió con aquel golpe qué lo dejó inmóvil. Ellos eran más fuertes, más capaces, más valientes. Mientras que el, solo era un niño débil. Miedoso. Incapaz aunque letalmente serio y orgulloso. ''Me temo que eres demasiado serio para vivir. ''Si, Margarita se lo había dicho aquella hermosa tarde de verano en la que, confundido por sus palabras, solo pudo correr a su regazo y abrazarla con ternura.


''Aunque no lo aparentas...'' la voz de su cabeza comenzó a hablar. '' Y te gusta mentir sobre tu edad, a tus nueve años eres terriblemente radical. ¿Crees que ganaras algo con rebelarte de manera tan infantil? ¿Tu querida Margarita volverá de entre las cenizas de tu destrozado hogar al intentar imponerte a estas alturas del Asesinato? Porque si, Tú la asesinaste. ''

A través del CristalWhere stories live. Discover now