Quiero estar contigo

De FreyaAsgard

114K 8.2K 845

Sebastián lleva dos años enamorada de Monserrat, una mujer fría e independiente que, por alguna extraña razón... Mais

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Epílogo

Capítulo 5

6K 454 55
De FreyaAsgard

En cuanto llegaron a la capital, se separaron. Sebastián dejó a Monserrat en su oficina y él se fue a la suya. Tenía varios pendientes por lo que se le pasó el día volando. A las siete, llegó su abogado y dejó caer una carpeta en el escritorio frente a él.

―Por fin, la dama de hierro firmó ―le indicó.

―¿Monserrat? ―preguntó sorprendido.

―Así es. Aceptó todos los puntos y firmó sin peros.

―¿Vienes de su oficina?

―No, nos juntamos al mediodía, no vine antes porque tenía que ir al juzgado.

Sebastián sonrió. El abogado con quien se iba a juntar a la hora de almuerza, era el suyo.

―¿Qué pasa? ―lo interrogó algo molesto.

―Nada.

―La cara de idiota que pones cada vez que se menciona a esa mujer no te la quita nadie.

―Estoy enamorado, ¿qué quieres que haga?

―Olvidarte de ella, ¿no crees que es suficiente los años que corres tras una mujer que no te mira siquiera?

―Ayer estuvimos todo el día juntos.

El abogado alzó las cejas, incrédulo.

―¿De verdad?

―De verdad, estuvimos en Viña.

―¿Y? ¿Pasó algo?

―No.

―Pero lograste un avance, según tú.

―El problema es que ella sigue enamorada de su ex.

―Ah. Eso era.

―Sí, ella... Y él quiere volver con ella y es un tipo, Felipe, que no vale la pena, que no le llega ni a los talones, es... ordinario, sarcástico y la trata muy mal.

―A lo mejor eso le gusta.

―No, a ella le duele, no sé por qué sigue tan enganchada de él.

―¿Y tú? No lo haces nada de mal.

―Es distinto.

―Es igual, esa mujer te trata con la punta del pie y tú sigues buscando una oportunidad.

―Tal vez ahora esté a punto de lograrlo.

―¿Tú crees?

―Claro que sí. Monserrat Aliaga será mía.

―Ah, ya, ¿y qué te hace pensar eso, después que me acabas de decir que sigue enamorada de otro y después de dos años contigo detrás? Déjame dudar que ella vaya a ceder.

―Está cediendo, Felipe, la próxima semana viajaremos juntos a España.

―¿Ya? ¿Y eso?

―Ella tiene que arreglar un problema y yo tengo que ir a hablar con Pierre de la nueva temporada.

―Ojalá te vaya bien, amigo, después de tanto tiempo, pensé que esa mujer era un cubo de hielo, sin sentimientos.

―Te equivocaste, esa mujer tiene muchos sentimientos, el problema es que los tiene demasiado escondidos.

―Y tú los vas a sacar a la luz ―se burló.

―Yo voy a demostrarle que no necesita esconderse detrás de un muro.

―Ojalá lo logres y no choques contra ese muro.

Sebastián no contestó a ese último sarcasmo.

―De verdad, Sebastián, ten cuidado, has estado tanto tiempo enamorado de esa mujer, esperando, que tengo miedo que puedas salir peor que con Elena.

―¿Peor que con Elena? Eso es casi imposible.

―Casi, pero no imposible, y si la dama de hierro te está dando cuerda, te está ilusionando solo para jugar contigo, sacarle celos a su ex, o cualquier otro motivo que no sea el querer estar contigo... ¡Son dos años, Seba!, en lo que no has mirado a otra mujer que no sea Monserrat.

El empresario bajó la cabeza, sabiendo que lo que su amigo decía era verdad.

―Estoy enamorado de ella.

―Lo sé y es precisamente eso lo que me da miedo.

―No tienes por qué tenerlo.

―Ese es el tema, tengo que tenerlo, sobre todo si esa mujer te está dando alas para cortártelas después que hayas agarrado vuelo. El golpe puede ser fatal.

―Espero que no sea así.

―Yo también espero lo mismo. ―El abogado miró su reloj―. Bueno, yo me voy, ya están legalmente unidos, aunque todavía no son marido y mujer ―bromeó.

―Cuando me case con Monserrat, serás mi padrino ―prometió Sebastián.

―Ella a mí no me quiere nada y no creo que le parezca buena idea.

Iba a replicar cuando golpearon la puerta y esta se abrió.

―Hola, Sebastián. ―Monserrat entró con una gran sonrisa, la que se congeló al mirar a Felipe―. Hola.

―Hola, Monserrat ―la saludó el abogado, tan parco como ella.

―¿Y tú? ―el empresario, por el contrario, estaba gratamente sorprendido.

―Te venía a buscar para ver si no tenías nada qué hacer, pero... ―Se volvió a mirar al abogado―. Debí llamar antes, lo siento, nos vemos otro día ―apostilló, se notaba nerviosa.

―Por mí no te preocupes ―se apresuró a contestar Felipe―, yo ya me iba, solo vine a dejarle el contrato firmado.

―¿De verdad? No quiero molestar.

―No, no, para nada, lo único que te pido es que lo cuides, no le des falsas esperanzas si no quieres nada serio con él ―le advirtió al tiempo que le extendía la mano.

―No te preocupes, Felipe, cuidaré muy bien a tu amigo.

―Felipe... ―censuró Sebastián.

―Tranquilo, Sebastián, si yo fuera tu amiga, también me preocuparía, no soy el mejor partido, eso lo sé ―replicó Monserrat con sarcasmo.

―No se trata de si eres el mejor partido o no, Monserrat ―aclaró Felipe―, se trata de si mi amigo saldrá o no lastimado, si tú solo quieres jugar o si de verdad va en serio. Y eso es lo que me preocupa, durante dos años no has hecho nada por acercarte y... si tienes otras razones para ilusionarlo ahora, no creo que sea justo para mi amigo, no puedes jugar con él.

―¡Yo no quiero jugar con él! ―exclamó ella a la defensiva.

―Es lo que parece.

―¿Por qué? Yo no le he hecho ninguna promesa.

―Le das alas, que es peor.

―Basta los dos ―intervino el empresario―. No discutan como si yo no estuviera presente.

―Él empezó.

―Ella empezó.

Dijeron al mismo tiempo. Sebastián se echó a reír.

―Se están comportando como niños ―se burló de ellos.

Empresaria y abogado se miraron de reojo, como dos niños encaprichados.

―Ya, no se enojen, yo soy lo suficientemente grande para cuidarme solo, Felipe, aunque agradezco tu preocupación, y, Monserrat, no te enojes con él, solo está preocupado.

―Yo creo que mejor me voy ―respondió Monserrat―. Esto no está bien.

―No, quédate, yo ya me iba cuando tú llegaste ―contestó Felipe.

―No, no, nos vemos ―la voz se le quebró casi inaudiblemente.

Monserrat salió a toda prisa, pero ambos casi pudieron notar un leve brillo de una lágrima en sus ojos verde oscuro. Felipe negó con la cabeza.

―Síguela ―indicó con algo de reproche―. Si uno no se arriesga en el amor, ¿en qué? Lo siento, es que tengo miedo de verte como...

―Lo sé ―aceptó Sebastián golpeando levemente su hombro.

Salió y vio a Monserrat ante el ascensor.

―No te vayas ―suplicó acercándose a su lado.

―Si me quedo, solo te haré daño, tu amigo tiene razón, no porque yo quiera jugar, es que soy incapaz de amar, yo...

―Quédate, yo no te estoy pidiendo nada, solo quiero estar contigo.

―¿Estás seguro?

―Absolutamente.

―¿Y Felipe? No quiero que te enojes con él. Es tu amigo, un buen amigo.

―Él me mandó a buscarte, es que él me vio en el peor momento de mi vida, estuvo a mi lado, como mi propio hermano, y no quiere verme así otra vez.

―¿Por una mujer? ―Sebastián asintió―. ¿Y no tienes miedo de volver a amar, de volver a entregarte? ―inquirió extrañada.

―¿Contigo? No.

Ella sonrió. Su sola sonrisa hacía feliz a Sebastián, era como si su cuerpo se llenara de motivos y de su tibieza.

―¿De verdad?

―De verdad. Y tú, ¿te arriesgarías conmigo?

Felipe salió de la oficina antes que pudiera contestar.

―Me voy ―anunció el abogado―, nos vemos.

Monserrat bajó la cabeza sin contestar.

―Nos vemos, Felipe ―se despidió Sebastián.

―Adiós, Monserrat ―le dijo a la mujer.

―Adiós, Felipe ―dijo casi sin voz.

Al alzar la cabeza, volvió a ser la "dama de hierro", como la llamaba el abogado. Él la contempló un segundo, entrecerró los ojos, ladeó un poco la cabeza, como analizándola, y se subió al ascensor sin decir más.

―Bueno, Monserrat Aliaga, ¿a dónde me vas a llevar? ―preguntó Sebastián con una sonrisa.

―A lanzarme en benji.

―¿Qué? ―preguntó el hombre sin comprender. Ella suspiró con profundidad.

―Esta noche me voy a arriesgar y me voy a lanzar al vacío.

El hombre sonrió esperando que fuera lo que él pensaba.

―¿Ah, sí? ¿Con quién te vas a lanzar?

―Contigo.

Se acercó a él y le dio un beso profundo, dulce, tierno, pero lleno de fuego. Él enredó sus dedos en su cabello y ahondó más el beso entre los dos, apretándola contra sí, como temiendo que se le fuera a escapar. Había esperado tanto tiempo aquello, que sentirla así, le parecía que era un regalo del cielo.

―Quiero estar contigo ―susurró ella entre besos.

―Yo lo he querido desde que te conocí ―respondió casi como un idiota.

Se fueron de inmediato, ahora, tanto Monserrat como Sebastián maldijeron andar en sus propios vehículos. Al llegar a la casa de Sebastián, se besaron nada más entrar y como dos hambrientos de amor, fueron dejando, camino a la habitación, un reguero de ropa como marcando el camino.

―Tómame ―le suplicó ella antes de llegar a la cama, en un descanso, no de besos, al contrario, para besarse mejor.

―No ―negó con firmeza―. He esperado demasiado tiempo esto para hacer el amor a la rápida, quiero disfrutar cada segundo contigo.

La tomó en sus brazos y la llevó hasta la cama donde la acostó con suavidad.

―Te amo ―dijo él, sin dejar de besarla.

―Sebastián...

―No digas nada. ―Se apartó un poco para mirarla―. Sé qué no me amas... No todavía ―sonrió malicioso y la volvió a besar en los labios y luego comenzó a bajar con su boca, necesitaba sentirla completa.

La hizo suya despacio, deleitándose en cada milímetro de su cuerpo y ella del de él. No fue fácil para él, no, la deseaba demasiado, y por lo mismo, no lo quiso apresurar. El clímax fue maravilloso. Jamás, en toda su vida, sintió igual, tal vez porque no pensaba solo en él, ella era lo más importante y al terminar, se fundieron en un abrazo tierno y dulce que terminó por calmar el fuego que los consumió al hacer el amor.

―¿Tienes hambre? ―preguntó él al rato.

―Algo.

―¿Qué quieres comer?

―Quiero... No sé qué quiero.

Se enderezó un poco y se colocó sobre él, apoyando sus brazos en su pecho para poder mirarlo.

―¿Qué pasa? ―consultó él al ver que ella solo lo observaba.

―Nada.

―¿Segura? ¿Estás arrepentida?

―Sebastián... Esto no va a cambiar nada, ¿verdad?

―¿Qué tendría que cambiar?

―Nuestra relación comercial, nuestra amistad...

―¿Amistad? ―dijo socarrón―. Monserrat Aliaga, tú jamás de los jamases has sido mi amiga, ni quieres serlo.

―¡Pesado! ―Hizo un puchero que él mordió sin pensar.

La botó con suavidad y se puso él sobre ella.

―Yo nunca he querido ser tu amigo, ni tampoco lo quiero. Yo solo quiero estar contigo, si tú lo quieres, yo feliz. Si solo puedes darme momentos como este, lo entenderé. Esto cambará solo en la medida que tú quieras que cambie. Nada más.

―Tengo miedo y lo sabes.

―Sí, lo sé, por eso no quiero apresurarte. Además, sé que sigues enamorada de ese tipo.

―¡No! ―Lo empujó y se salió de la cama.

Sebastián se apresuró y la tomó de la cintura para abrazarla.

―Está bien, Monserrat, disculpa, yo entiendo que todavía lo amas, pero déjame ayudarte a olvidarlo.

―Yo no lo amo. Me hizo mucho daño, sí; me dejó marcada, sí; pero no lo amo, ya no.

―En ese caso, mejor, porque quiere decir que tengo una oportunidad de que te llegues a enamorar de mí.

―No creo que sea difícil hacerlo.

―Dos años has tardado en darme una oportunidad, espero que no tenga que esperar dos años más para que te enamores de mí.

―No lo creo. ―Le dedicó una sincera sonrisa y enlazó sus brazos alrededor de su cuello.

Él la besó con ansias y felicidad, Monserrat le estaba dando esperanzas y eso lo hacía el hombre más dichoso que pisa la tierra. De pronto, ella se estremeció.

―Te dejaré ir para que no te enfríes ―le dijo él un poco a desgano―. Vístete para que vamos a cenar.

Ella no supo qué decir, se metió al baño, se dio una ducha y se vistió rápidamente, él lo hizo detrás de ella.

―¿Pensaste dónde me vas a llevar? ―consultó él secándose el pelo con una toalla.

―No, la verdad es que no.

―¿Y dónde iremos entonces?

―¿Qué tal el restaurant francés al que fuimos el lunes?

―Sí, me parece.

Aquella noche, después de cenar, cada uno volvería a su casa. Juntos lo decidieron así, no querían apresurar las cosas y él tampoco quería espantarla.

―Buenas noches ―se despidió él, entre feliz y triste, de pie ante la puerta de su casa

―Buenas noches, ¿nos vemos mañana?

―Claro, como tú digas.

―Si quieres almorzamos juntos ―propuso ella.

―Sí, yo feliz.

La situación se sentía algo tensa.

―Sebastián... ―comenzó a decir Monserrat.

―Dime ―la instó él.

―Es que... Sé que será tonto lo que te voy a preguntar, o no, no sé.

Él esbozó una sonrisa casi imperceptible, ella nunca dudaba de nada, siempre parecía muy segura de sí misma y ahora él conocía su otra faceta y le encantaba.

―Pregunta, ya sabes lo que dicen, no hay preguntas tontas.

―Tú... ahora que ya... que tú y yo...

―Que tú y yo, ¿qué?

―Que tú y yo estuvimos juntos... ¿de verdad quieres volver a verme?

Sebastián escaneó el rostro femenino con dulzura.

―Más que nunca. De hecho, no quisiera apartarme esta noche de ti, pero sé que es lo correcto, ya quisiera tenerte para mí toda la noche, dormir y despertar a tu lado.

Ella puso sus dos manos en las mejillas del hombre.

―Fue hermoso, jamás sentí así.

―Porque jamás te amó ―aseguró él con firmeza.

―Sí, eso es verdad. Y nadie me ha amado más que tú. Y creo que nadie más lo hará.

―Espero que eso marque puntos a mi favor.

Ella sonrió con sus ojos brillantes de tan claros, que aún, con las débiles luces que los rodeaban, saltaban a la vista.

―Sabes que sí.

―Monserrat. ―Sebastián la abrazó de la cintura y la pegó un poco a su cuerpo―. No tengas miedo de mí, ya te dije que no soy como los hombres que has conocido en tu vida.

―Eso lo sé. Ahora lo sé.

―¿Qué te hizo saberlo?

Ella bajó un poco la cabeza, apartando la mirada. Él subió una mano y le levantó el mentón.

―¿Qué te hizo cambiar tu opinión sobre mí? ―preguntó él.

―No, no tenía una mala opinión de ti, al contrario, creo que siempre fuiste sincero y a pesar que podrías haber sido un poco insistente algunas veces...

―¿Entonces? ―preguntó al notar su silencio.

―Es que... si te soy sincera... Hace frío ―dijo estremeciéndose.

―Si quieres entramos, hace frío, junio no es un mes de calor, precisamente.

Ella asintió con la cabeza y entraron hasta la sala.

―Bien, ¿qué es lo que te cuesta tanto decirme?

―Lo que pasa es que yo... A ver, no es que no confiara en ti, pero creí que... No, no creí ―titubeaba―, en realidad, pensé... que....que al encontrarte con mi familia tú también te ibas a reír con sus bromas.

Sebastián quedó sin habla.

―¿De verdad pensabas que yo podría burlarme de ti, unirme a tu familia en el maltrato que te hacen?

―No, o sí, no sé, Sebastián, todo el mundo se ríe de mí con ellos.

―Pues yo no soy todo el mundo, Monserrat, ¿cómo quieres que te lo diga?

―Lo siento ―se disculpó visiblemente turbada.

―No, Monserrat, preciosa. ―Se acercó a ella y acunó su rostro con ternura―. Sé que no debe ser fácil ser el hazmerreír de tu propia familia, pues si ellos no te respetan o te protegen, quién. Sé que estás herida, no sé lo que te hizo el imbécil de tu novio, pero te lastimó y mucho. Es normal que no confíes, mucho menos en las palabras, pero durante dos años yo he estado aquí para ti, lo sabes, esperando, confiando en que algún día te voltearas a mirarme... Y no es para burlarme. Sería estúpido si hubiese esperado tanto solo para eso.

Una solitaria lágrima salió de los ojos de la mujer, Sebastián se la secó con el pulgar.

―Te amo, preciosa, y si tú puedes darme solo momentos, días, o tu vida, aquí estaré para recibirlo.

―¿No te sientes humillado al decir así, al entregarte de esa manera?

―No, ¿sabes por qué? Porque estoy seguro que detrás de esa máscara de mujer de hierro, detrás de esta mujer que aparenta ser segura de sí misma, detrás de este rostro sin expresión, que intenta no llorar su propia vulnerabilidad, se esconde una mujer llena de fuego y ternura, que estoy dispuesto a descubrir. Para mí ―aclaró al final.

―¿Es posible tanta perfección?

―Ya te dije que no soy perfecto. Lo más probable es que olvide nuestro primer aniversario, ya lo ves, tú recordabas que hacía dos años nos habíamos conocido, yo no lo recordaba, solo al decírmelo, lo hice... Y eso porque ese seminario donde te conocí fue el mismo día del cumpleaños de mi hermana y me reclamó que no iba a estar con ella ese día. Y este año, también lo olvidé ―explicó con una sonrisa culpable.

―Eso no es un gran defecto.

―Para muchas mujeres, sí, eso es un pecado capital.

―Para mí, no. Yo soy muy buena con las fechas, así que podría ser tu agenda ―le sonrió feliz.

―Eso me encantaría.

―¿Te quieres quedar esta noche conmigo? ―le pidió algo con timidez.

―Esta y todas las noches que quieras.

Continue lendo

Você também vai gostar

425K 31.5K 24
Para Amber Rigss todo en la vida era control, mientras que para Dax era tratar de vivir al maximo, pero como en un instante todo cambio para ambos.
1.2K 251 20
________ Es una chica de 24 ella trabaja con su jefe que es su amigo su nombre es Christopher Christopher es el jefe de ______ y después del viaje t...
282K 14.3K 29
Harry James Potter no es él chico de oro que todos creen que pasaría si les dijera que no están de la luz como se dice si no que es la segunda mano d...
39.7K 3.5K 30
•Momentos de esta pareja. •Urss x Third Reich •¿Hadcanon? Dibujo/Diseño: Butchuoi Red social: Twitter