Capítulo 4

5.6K 418 58
                                    

Diez en punto de la mañana, Sebastián detuvo el auto frente a la casa de Monserrat. Ella salió casi enseguida, se veía hermosa, llevaba un vestido negro con ribetes blancos, muy elegante.

―Buenos días ―lo saludó con gesto sombrío.

―¿Cómo amaneciste? ―consultó él, preocupado al verla así.

―Me amanecí, literalmente ―respondió con sinceridad.

―¿Y eso?

―No lo sé, no pude dormir.

―¿Por qué no me llamaste?

―¿Molestarte de madrugada para que te enojaras más conmigo? No, gracias.

―No hubiera sido molestia y no estoy enojado contigo. Deberías haberme llamado.

―No ―contestó lacónica.

―¿Lista para enfrentar a tu ex?

―Supongo ―contestó no muy convencida.

―Dime algo, ¿por qué terminaron?

―Él terminó conmigo porque en realidad nunca me quiso, simplemente quería burlarse de mí con un amigo, me apostó y perdió, tenía que pololear conmigo.

―¿Tú lo sabías?

―¿Crees que si yo lo hubiese sabido, habría estado con él? La apuesta era el año escolar. Me hice muchas ilusiones, le entregué todo. Y a fin de año me dejó frente a todo el liceo y me confesó que había perdido en una apuesta y por eso había tenido que pololear conmigo, que yo lo único que le daba era asco. Todos mis compañeros se reían de mí, de mi estupidez, todo el mundo sabía lo de la apuesta, menos yo. Me grabó y lo mostró a los demás... haciendo el amor. O teniendo sexo, él jamás hizo el amor conmigo.

―Yo... lo siento.

―Yo no estoy enamorada de él, sería muy tonta si lo siguiera estando.

―En el corazón no se manda ―comentó pensando en su propia historia.

―Ha pasado demasiado tiempo. Ya él no me importa.

―A ver qué tal está tu ex.

―Hoy conocerás a mi querida familia; lo quieras o no, ya estás dentro.

―¿Qué pasó?

―¿Qué pasó con qué?

―Con tu familia, me da la impresión que no estás feliz de verlos.

―No, no lo estoy, durante mucho tiempo busqué su aprobación, pero yo era la inútil, la idiota de mi familia; después que salí de la universidad, que tuve mi propio negocio y empecé a prosperar, ellos se acercaron a mí, aun así, tampoco era suficiente, pues como no me casaba ni tenía hijos, no era una mujer "de verdad".

―Eso no es así, no porque no tengas hijos eres menos mujer.

―Díselo a ellos.

―Eres demasiada mujer.

―Gracias... ―No supo qué decir.

―Y sí, serías muy tonta si siguieras enamorada.

―No lo estoy, ya te lo dije.

Sus ojos se oscurecieron, así es que Sebastián echó a andar el auto y salió de allí. Ella le fue dando las indicaciones del viaje y de lo que harían al llegar y encontrarse con su familia.

―Te aseguro, Sebastián, que no será bonito ―recalcó una vez más al detenerse el coche.

―Si estás conmigo, no será tan terrible ―contestó.

Quiero estar contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora