Capítulo 8

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Monserrat sonrió emocionada.

―Sebastián... ―comenzó a hablar, pero supo que decir.

―¿Quieres ser mi esposa? ―preguntó nervioso.

―¡Eres el mejor hombre que pisa la tierra! ―exclamó feliz y se abrazó a él derramando lágrimas de pura felicidad.

―¿Eso es un sí?

Ella se apartó y lo miró enamorada.

―¡Siiiiiii! ―gritó volviendo a colgarse de su cuello.

Él la recibió en su abrazo, como si de un sueño se tratara. Al rato la apartó y tomó su mano, elevó su mirada para perderse en sus ojos. En cuanto pudo, bajó su mirada y colocó la sortija en su dedo.

―Ahora sí, Monserrat Aliaga, eres mi novia oficial.

―Sí.

Le dio un beso dulce y tierno. Apretó su pequeña extremidad y comenzó a caminar con ella por el hermoso lugar, que parecía más bello.

―Nunca creí que pudiera ser tan perfecto ―comentó Monserrat.

―Sí, soy la perfección en persona, ya me lo han dicho mucho ―respondió en tono de burla, por lo nervioso que estaba, para aparentar una seguridad que no sentía.

―¡Oye! ―protestó ella con diversión.

Él se detuvo y la abrazó.

―No soy perfecto, ya te lo he dicho, pero te amo como nadie más podría hacerlo.

―Te amo y me arrepiento de haber esperado tanto.

―No era el momento, este es nuestro momento justo.

Reanudó su camino.

―Sí, puede ser.

―No "que puede ser". Es. Ahora eres mi novia y debes decirme a todo que sí ―replicó divertido.

―¿Ah, sí? ―preguntó con sorna.

―Sí, pues.

―Mich, no sabía que por ser tu novia me convertía en una geisha ―replicó sin molestia, sabía que él solo jugaba.

―Obvio, ahora eres mi esclava.

―Yaaa...

―Es en serio, ya me aceptaste, no te puedes echar para atrás.

―Para ser tu "socia", no para ser tu esclava ―protestó, pero no pudo evitar echarse a reír.

Sebastián la contempló unos segundos hasta que dejó de hacerlo.

―¿Qué? ―preguntó ella un tanto incómoda.

―Te amo, Monserrat Aliaga, y todavía no me creo que estemos aquí, en Madrid, juntos, y que hayas aceptado ser mi novia, creo que estoy viviendo un sueño.

―No lo es ―aseguró ella y le regaló un suave beso.

Por alguna razón, eso lo puso nervioso.

―¿Qué quieres hacer ahora?

―No sé, lo que quieras, se supone que tú mandas ahora ―ironizó ella.

―Tienes razón, entonces te secuestraré.

El celular de Sebastián sonó en ese momento con una llamada entrante y él contestó extrañado.

―Juan Carlos ―saludó.

Quiero estar contigoWhere stories live. Discover now