Quiero estar contigo

By FreyaAsgard

114K 8.2K 844

Sebastián lleva dos años enamorada de Monserrat, una mujer fría e independiente que, por alguna extraña razón... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Epílogo

Capítulo 4

5.6K 418 58
By FreyaAsgard

Diez en punto de la mañana, Sebastián detuvo el auto frente a la casa de Monserrat. Ella salió casi enseguida, se veía hermosa, llevaba un vestido negro con ribetes blancos, muy elegante.

―Buenos días ―lo saludó con gesto sombrío.

―¿Cómo amaneciste? ―consultó él, preocupado al verla así.

―Me amanecí, literalmente ―respondió con sinceridad.

―¿Y eso?

―No lo sé, no pude dormir.

―¿Por qué no me llamaste?

―¿Molestarte de madrugada para que te enojaras más conmigo? No, gracias.

―No hubiera sido molestia y no estoy enojado contigo. Deberías haberme llamado.

―No ―contestó lacónica.

―¿Lista para enfrentar a tu ex?

―Supongo ―contestó no muy convencida.

―Dime algo, ¿por qué terminaron?

―Él terminó conmigo porque en realidad nunca me quiso, simplemente quería burlarse de mí con un amigo, me apostó y perdió, tenía que pololear conmigo.

―¿Tú lo sabías?

―¿Crees que si yo lo hubiese sabido, habría estado con él? La apuesta era el año escolar. Me hice muchas ilusiones, le entregué todo. Y a fin de año me dejó frente a todo el liceo y me confesó que había perdido en una apuesta y por eso había tenido que pololear conmigo, que yo lo único que le daba era asco. Todos mis compañeros se reían de mí, de mi estupidez, todo el mundo sabía lo de la apuesta, menos yo. Me grabó y lo mostró a los demás... haciendo el amor. O teniendo sexo, él jamás hizo el amor conmigo.

―Yo... lo siento.

―Yo no estoy enamorada de él, sería muy tonta si lo siguiera estando.

―En el corazón no se manda ―comentó pensando en su propia historia.

―Ha pasado demasiado tiempo. Ya él no me importa.

―A ver qué tal está tu ex.

―Hoy conocerás a mi querida familia; lo quieras o no, ya estás dentro.

―¿Qué pasó?

―¿Qué pasó con qué?

―Con tu familia, me da la impresión que no estás feliz de verlos.

―No, no lo estoy, durante mucho tiempo busqué su aprobación, pero yo era la inútil, la idiota de mi familia; después que salí de la universidad, que tuve mi propio negocio y empecé a prosperar, ellos se acercaron a mí, aun así, tampoco era suficiente, pues como no me casaba ni tenía hijos, no era una mujer "de verdad".

―Eso no es así, no porque no tengas hijos eres menos mujer.

―Díselo a ellos.

―Eres demasiada mujer.

―Gracias... ―No supo qué decir.

―Y sí, serías muy tonta si siguieras enamorada.

―No lo estoy, ya te lo dije.

Sus ojos se oscurecieron, así es que Sebastián echó a andar el auto y salió de allí. Ella le fue dando las indicaciones del viaje y de lo que harían al llegar y encontrarse con su familia.

―Te aseguro, Sebastián, que no será bonito ―recalcó una vez más al detenerse el coche.

―Si estás conmigo, no será tan terrible ―contestó.

―Espero que tú tampoco me dejes sola, seguro querrán que lo hagas.

―No lo haré ―aseguró con firmeza.

Se bajaron del automóvil y se tomaron de las manos, entrelazando sus dedos. Sebastián se alegró de ir de negro con camisa y accesorios blancos, pues así hacía juego con Monserrat, como si lo hubiesen acordado.

Se acercaron a un grupo de personas, que conversaba con rostros sombríos.

―Buenos días, familia ―saludó Monserrat con algo de sarcasmo en la voz.

―Monserrat ―dijo simplemente un hombre mayor.

―¿Qué tal..., papá? Te presento a mi novio, Sebastián Beltrán.

―¿Sebastián Beltrán, el de la ropa?

―Sí, señor, un gusto ―saludo el aludido.

―Yo soy Ingrid Donoso, la mamá de la Monse ―intervino la mamá, estirando su mano, emocionada de estar con alguien "conocido".

―Un gusto, señora.

Monserrat le presentó a sus hermanos, con sus respectivas familias y a un par de primos.

Un hombre muy vulgar y sonrisa irónica se acercó a ellos.

―Monserrat Aliaga, ¿cómo estás? Cada día más regia, todo un bombón... es lo que dejaste de comer ―se burló con una sonora carcajada.

La familia de la joven lo siguió, como si hubiese sido un gran chiste. Sebastián, en cambio, abrazó a su costado a su novia, de modo protector, sin una mínima sonrisa.

―No te enojes, hombre, ella sabe que son bromas, ¿cierto, gordita? ―se siguió burlando el ex.

Se acercó y le iba a dar un beso en la mejilla, ella le hizo el quite y Sebastián la apretó más contra su cuerpo, en tanto extendió la mano para saludar al hombre, aunque más que nada para mantenerlo alejado.

―Hola, soy Sebastián Beltrán, novio de Monserrat ―se presentó a sí mismo.

―¿Novio? ―Se quedó serio en un nano segundo.

―Sí, su novio, ¿por?

―Porque ella se va a casar conmigo.

―¿Ah, sí?

―Sí, la tengo pedida y todo.

―Ella no se ha enterado, ¿o sí, preciosa? ―le preguntó directamente a la afectada.

―Y no tiene por qué, yo hablé con su papá, está todo arreglado.

―¿Ni siquiera le vas a preguntar a ella si quiere o no? ―cuestionó sorprendido.

―¿Para qué? Si su papás están de acuerdo, eso basta.

―No estamos en el siglo quince, estamos en el veintiuno y ella es independiente y toma sus propias decisiones, además, ella está de novia conmigo y nos vamos a casar.

―No pueden.

―Claro que sí.

―Mira, Sebastián, ella, aunque tú no lo quieras reconocer ni aceptar, sigue enamorada de mí y tú, o eres una pantalla para sacarme celos o eres un pasatiempo.

―¡Eso no es verdad, Brayan! No estoy enamorada de ti y no utilizo a la gente como lo haces tú, mucho menos me burlo o juego con ellos.

―Mira, gordita, no tienes que fingir, yo sé que tú me amas a mí, no tienes que negarlo. Tampoco ha pasado tanto tiempo como para que te hayas olvidado así, tan fácil de mí.

―Es cierto, no te he olvidado, olvidarte sería olvidar que gracias a ti estoy donde estoy, por demostrarte que sí valía como persona y mujer.

―¿Valer? Tú sin mí no vales nada.

―Yo valgo mucho más que tú.

―¿Te olvidas que yo te recibí cuando no eras más que una guatona asquerosa y fea a la que nadie habría amado jamás, que para lo único que servías era para darse un follón?

―Y tú eres un imbécil que cree que porque tiene pinta de choro trae locas a las mujeres y a las únicas que logras conquistar es a las que tienen baja autoestima, a las que su único fin es tener un marido y llenarse de hijos.

―Es que ni para eso sirves ―la acusó―, no pudiste siquiera darme un hijo.

―¡Jamás hubiera tenido un hijo tuyo!

―No, porque ni tú habrías estado segura de quién hubiera sido el crío.

―Tuyo no, porque tú ni mereces ser padre, ni eres lo suficientemente hombre para una mujer como yo.

Sebastián la aferró a su cuerpo y ella hundió su cara en el pecho de él.

―No digas esas cosas, Monserrat ―la reprendió su padre―. El hecho de que tú te comportaras como una callejera no fue por culpa del Brayan, tú siempre fuiste poca cosa, siempre te ha gustado ir en contra de la corriente, agradecida deberías estar de que él quiere volver contigo, otro en su caso te deja y no vuelve más.

―Lo siento ―intervino Sebastián―, Monserrat no tiene por qué soportar esto.

Inició con ella el camino al estacionamiento sin que la joven se lo impidiera.

―¡Si se va, se olvida de su familia! ―gritó el padre de modo amenazante.

Sebastián se volvió a medias.

―No necesita una familia así ―afirmó con convicción.

―Los odio ―masculló ella al subir al vehículo.

―No te hagas mala sangre, no lo merecen.

―Gracias por defenderme.

―¿Siempre te molestan y se burlan de ti así?

―Toda la vida.

―¿Y por qué los has seguido aguantando? ¿Por qué pagaste todo esto para gente que no valora lo que haces?

―No lo sé, son mi familia al fin y al cabo.

―Les queda grande ese título.

―No debiste ver esto, aunque me alegra que hayas estado aquí.

―Yo también me alegro de haber estado contigo. Y... aprovechando que estamos tan bonitos, ¿por qué no nos vamos por ahí a celebrar tu liberación? ―Le dedicó una radiante sonrisa.

―¿A dónde?

―A donde tú quieras, te toca decidir a ti.

―Ya sé, vamos al casino, estamos a un paso.

―Como tú digas.

Sebastián condujo lento hasta llegar al moderno lugar, entraron y se dirigieron a la mesa de las ruletas.

―¿Qué crees? ¿Ganamos o perdemos? ―preguntó Monserrat.

―Yo, por mi parte, seguro gano, tengo mala suerte en el amor ―respondió con una significativa mirada.

―En ese caso, yo me haré millonaria.

―Si me sacaras de la friendzone, quedaríamos en la bancarrota.

―Prefiero ser millonaria ―se burló.

―¡Oye! Eso dolió ―se quejó él.

―Sabes que no quiero estar con nadie y sabes los motivos.

―Igual me besaste ayer ―contestó socarrón.

Las mejillas femeninas se tornaron rojas.

―Fue para practicar, si nos hubiera tocado darnos un beso hoy, no habríamos sabido qué hacer.

―Yo sí hubiera sabido que hacer ―replicó Sebastián.

―Pues anoche no lo pareció ―ironizó divertida.

―Estaba enojado.

―¿Enojado? Tú dijiste que no lo estabas, ¿por qué te enojaste?

―Estupideces, pero no pensemos en ello, vinimos a jugar y a ganar.

―Tienes razón ―admitió poniendo un montón de fichas sobre la mesa.

El amor no estaba de su parte y aquel día lo pudieron corroborar: ganaron tres veces lo apostado.

―Nos dividiremos las ganancias ―le dijo Monserrat a Sebastián.

―No hace falta.

―Es lo justo.

―No.

―¿Por qué no?

―Porque si ganamos fue por nuestra mala suerte en el amor y de eso eres responsable tú, así que tú eres la causante de haber ganado ese dinero.

―¿Estás enojado todavía? ―inquirió ella con voz queda.

―No ―respondió sorprendido por la pregunta―. ¿Por qué?

―Estas serio, pareces molesto.

―No, me dolió un poco la cabeza, creo que estoy cansado.

―¿Quieres que maneje yo de vuelta?

―Creo que ambos estamos cansados, se nos pasó la hora jugando. Mira la hora, son más de las once.

―Sí, jugamos casi todo el día, pero paramos para comer ―repuso divertida.

―Claro, a propósito de comer, ¿tienes hambre?

―Sí, ¿por qué no nos quedamos esta noche aquí, cenamos algo y dormimos y mañana nos vemos al amanecer?

―Me encanta esa idea.

―¿Dónde nos quedaremos?

―Aquí mismo, así no nos movemos de nuestro escritorio ―bromeó Monserrat.

―Fantástico, ¿Una o dos habitaciones? ―inquirió Sebastián, algo socarrón.

―Dos. O una doble... como buenos amigos.

―Buenos, amigos, otro te lastima y yo pago el pato (la culpa) ―murmuró.

―Sebastián... ―rogó ella.

―Lo sé, no me hagas caso, perdóname, estoy cansado.

―¿Qué te pasa? Quiero la verdad.

―Ya te dije, estoy cansado, me duele la cabeza, quiero comer y dormir.

―Te conozco hace dos años, Sebastián Beltrán, no me digas que es solo eso.

El hombre negó con la cabeza, lo que en realidad le ocurría no quería admitirlo siquiera para sí mismo.

Luego de una rápida y liviana cena, subieron al cuarto doble que rentaron.

―¿Me vas a decir lo que te pasa, Sebastián? ―insistió ella.

―Ya te dije: nada. Me voy a acostar.

―Es conmigo, ¿cierto? Ya no te parezco tan atractiva después de conocer a mi familia.

―No digas estupideces.

―No son estupideces, ¿crees que no me doy cuenta?

―¿De qué te das cuenta, según tú?

―Que yo no soy tu tipo, que te diste cuenta de quién soy en realidad y de dónde vengo, así que ya no quieres hacer negocios conmigo, mucho menos seguir siendo mi amigo, porque ahora te avergüenzo.

Sebastián la quedó mirando fijamente, sin reaccionar, analizando cada una de las palabras y cada uno de sus gestos. Los ojos de Monserrat se había tornado casi negros y sus rostro denotaba una tensión difícil de disimular por lo demás.

―Niégalo, niégalo en mi cara ―espetó casi al borde de la furia.

―No sabes lo que dices, Monserrat ―respondió en calma.

―Entonces, dime, dime qué pasa ―insistió.

―¿Quieres que te diga? ―interrogó a punto de explotar―. Estoy celoso, me muero de celos, Monserrat. Durante dos años he podido mantener esto que siento a raya, he podido controlar mis emociones, mis ansias de besarte, de hacerte mía, de enamorarte, pero ya no puedo, no después de haber logrado salir contigo y darme cuenta de que tu corazón pertenece a otro, a un imbécil que no merece ni siquiera una mirada tuya, un idiota que sí te odia, que sí se avergüenza de ti, a quien sí le das asco. Me da rabia pensar que sigues amando a un tipo, y no es por discriminar, pero es un tipo que no te llega ni a los talones, que tiene pinta de traficante, pero no de los grandes, no, de los otros, de esos que cuelgan zapatillas en los cables eléctricos, que se creen "bacanes" y que no le han ganado a nadie. Eso me da rabia. Yo, en cambio, te ofrezco todo, estoy enamorado de ti, te admiro, te considero una mujer todo terreno, que ha sabido superarse y que ha llegado lejos a base de esfuerzo y sacrificio. ¿Que eras gorda? ¿Y qué? Si decidiste bajar de peso por un tema de salud o para sentirte bien contigo misma, me alegraría y te felicitaría, pero estoy seguro que no es así, que lo hiciste para que alguna vez él te tomara en cuenta y te quisiera. Eso me pasa, Monserrat, hiervo de celos por dentro, porque sigues enamorada de él.

Ella se quedó inmóvil unos segundos.

―Sebastián...

―No digas nada, me voy a acostar.

―Pediré otro cuarto.

―No necesitas hacerlo, no voy a violarte, no soy un delincuente ―respondió con clara alusión al ex de la mujer.

―No creo eso, si lo creyera, no estaría aquí contigo.

―Buenas noches. ―Se giró para irse a la cama.

―Sebastián.

―¿Qué? ―preguntó sin voltearse.

―Nada.

Monserrat tomó su cartera y salió de la habitación. Sebastián se sintió más solo que nunca y más estúpido de lo que había imaginado que podría llegar a sentirse, no por decirle la verdad de su estado de ánimo, sino por amarla sin condición, por desearla, y esperar que alguna vez ella sintiera lo mismo por él. Y por haberla espantado. Ahora estaba seguro que jamás ella lo amaría, porque seguía enamorada de ese "flaite (ordinario) de mierda". Aunque hubiera jurado, cuando ella lo vio, que sus ojos no demostraban amor hacia él.

Después de mucho darles vueltas al asunto y con unas ganas inmensas de ir en su busca, se durmió cerca de las de las cinco de la mañana.

―Sebastián... ―La voz de Monserrat lo llamaba desde muy lejos, tanto que él no podía saber de dónde provenía―. Sebastián ―insistió y sintió su mano en su cara.

Él abrió los ojos y allí estaba ella, intentando despertarlo.

―Son más de las nueve, debemos volver a la capital.

―Monserrat. ―Él no atinaba a nada.

―Te ves fatal, Sebastián, si así es como te levantas, mejor no me invites a dormir contigo ―se burló, parecía divertida, pero sus ojos estaban de un verde oscuro.

―Tú me tienes así, mujer, ya no sé qué hacer.

―Por lo pronto te vas a meter a la ducha, mientras tanto, yo pediré el desayuno. Yo manejo de vuelta.

―¿Crees que te voy a prestar mi auto? ―preguntó socarrón.

―Yo te presté el mío y ni siquiera te lo presté, lo usaste sin pedírmelo, ahora yo haré lo mismo. Ya, a la ducha ―ordenó tirando de su mano para que se levantara.

―Estoy solo en bóxer ―advirtió.

―Lo sé, ¿quién crees que te cubrió con la sábana?

―¡Mentirosa!

Ella se rio y él quedó embelesado.

―Anda, que no te miro.

―No, si yo quiero que me mires ―confesó entre risas.

―Entonces, ¿qué reclamas? ¡Hombres! Ya, métete a la ducha que a la una tengo una reunión muy importante.

―Ya voy, ya voy. ―Se levantó y se paró muy cerca de ella―. ¿Con quién tienes esa reunión tan importante?

―Con un abogado, tengo que firmar un contrato.

―¿Y es guapo ese abogado? ―preguntó algo celoso.

―No más que su jefe a decir verdad. Ya apúrate.

Él se quedó un rato prendado en su mirada, como queriendo guardar cada detalle de sus ojos, que se habían vuelto amarillos, era el color que a él más le gustaba, aunque ella lo odiaba; era el color de la felicidad y el buen humor.

―Ya, métete al baño ―ordenó tragando saliva―, no es decoroso que andes en esa facha frente a una mujer decente.

―Si fueras mía, seguirías siendo decente y no tendría nada de malo que estuviera medio desnudo frente a ti, incluso, desnudo no sería problema.

―Ya, Sebastián, métete a la ducha, ¿quieres?

Estaba nerviosa y se le notaba.

―Me vuelves loco, Monserrat, no sabes las ganas que tengo de estar contigo.

Por un instante el ambiente se cargó de intensidad, parecía que se besarían, pero para él, no era el momento, no porque no lo quisiera, no, al contrario, sino que él no quería que fuera solo sexo, y si la besaba, se escaparía de sus manos. Le dio un beso en la frente y se metió al baño. Cuando salió, el desayuno estaba en la mesa.

―Pedí café para ti ―comentó ella con una sonrisa culpable―. Supuse que lo necesitarías.

―Así es, gracias. ―Recibió la taza de sus manos y sus dedos se rozaron con suavidad, ella casi deja caer el café―. ¿Te puedo hacer una pregunta?

―Claro que me puedes preguntar lo que quieras ―respondió ella con diversión.

El hombre sonrió burlesco.

―¿Me la contestarás?

―No lo sé.

―Me arriesgaré. ¿Por qué ahora, después de dos años de conocernos, de dos años en lo que no permitiste siquiera que fuéramos amigos, has aceptado mis invitaciones, incluso tú me invitaste una vez y aceptaste dormir en la misma habitación conmigo?

―No dormí aquí.

―Porque me puse tonto.

―Celoso, no tonto ―corrigió.

―Muy celoso y no tengo derecho.

―Preferiría no contestar.

―¿Para sacarle celos a tu ex?

―No.

―¿Entonces?

―Ya te dije, prefiero no contestar.

―Si te quisieras dar una oportunidad conmigo, ¿me lo dirías?

Clavó sus hermosos ojos en el hombre y luego bajó la cabeza. Entonces Sebastián lo comprendió, tal como le había dicho, él sería el último hombre de la tierra con quien se daría la oportunidad de volver a amar.

***FELIZ DÍA DEL ESCRITOR***

Continue Reading

You'll Also Like

2.3K 280 18
Hal y Alice, un matrimonio inestable, Alice cansada de todo decide darse un tiempo de el, si saber que encontraria otro camino
8.1K 969 35
Weas pendejas que se me ocurren acerca de esta pareja de melosos. 💞
12K 510 34
Karol Sevilla:Tiene solamente 21 años, es la hija del dueño de tres estancias y tres empresas. Karol esta de novia con el hijo de uno de los estanci...