Una última vez (Reescribiendo...

By Paula_Hernan

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"No estoy ciego y desde el primer día cuando mis ojos dieron con ella en ese salón lleno de gente noté que el... More

Prólogo
Primera parte
Capítulo 1
Capítulo 2
Ahora/ Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Segunda parte
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32

Capítulo 10

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By Paula_Hernan

ADRIA

Miércoles. Ya debería de estar acostumbrada al horario pesado que me toca hoy. Pero ahora tengo que parpadear rápidamente para no quedarme dormida a pesar de que me gusta esta materia. —Es el sello personal de cada autor recrear a su manera el ambiente dentro de una obra literaria —la profesora Viviana habla mientras camina entre los escritorios del salón—. Este proyecto es simple. Buscar seis autores y escribir un ensayo crítico de cada autor en cuanto a técnica, recreación de ambiente y características literarias —eso es todo menos simple—. La fecha de entrega está pendiente, pero se los comunico para que vayan buscando a sus autores. No puede existir repeticiones, así que les recomiendo enviarme un listado de lo que trabajarán antes de alguien les gane sus autores —se para frente al escritorio al frente de todas. Hoy viste un pantalón de tela negro y una blusa blanca simple, pero ella lo hace lucir elegante—. ¿Dudas? Saben que me pueden buscar en el salón de profesores, o enviarme un correo. Yo contestaré.

—¿Y la entrega del trabajo será en físico o virtual? —escucho que alguien pregunta desde el fondo del salón.

—Normalmente les dijera que en físico. Pero ayudémonos entre todas a no llevar carga de más —ella se pasa una mano por la frente—. La entrega será virtual. Me la envían a mi correo. De paso ayudamos un poco al ambiente.

Ella gira para escribir más detalles sobre el trabajo. Tipo de letra, tamaño y márgenes.

—Casi no la reconozco ahora —susurra alguien—. En la fiesta apenas tenía cubierto lo importante.

—Se supone que ella pone el ejemplo, es profesora —dice alguien más.

—Pues yo seguiré su ejemplo la próxima vez que vaya a una fiesta.

Escucho risas y la profesora deja de escribir. —¿Sucede algo? —silencio—. Como dije, fecha de entrega pendiente. Aquí más detalles sobre el trabajo —señala a la pizarra—. Después les envío el resto de los aspectos a calificar y...

Se escucha el timbre.

Ella hace una mueca de molestia. —Eso es todo —ella señala hacia la puerta—. Feliz día, señoritas.

Devolvemos el saludo y nos preparamos para salir. Esta mañana ha sido eterna. Me muero de hambre. Si Marisol baja primero, tengo la esperanza de que compre algo para las dos y me ahorre hacer la enorme cola para comprar el almuerzo.

—Disculpe... señorita, Sotomayor —me giro para verla—. Quédese, por favor.

Dejo pasar a algunas compañeras hacia la puerta.

La última vez que me quedé con un profesor en el salón, fue con Elliot. Y tal vez en ese entonces no era agradable, pero ahora regresaría a ese momento. Todo menos enfrentarme a la mirada calculadora de la señorita Castellanos.

—¿En qué puedo ayudarla? —pregunto. No tengo problemas en su clase, así que el único motivo por el cual me tiene aquí es porque necesita ayuda en algo. O al menos eso es lo que creo.

—En realidad no es un favor lo que necesito —ella se cruza de brazos—. Solo quiero advertirle.

—¿Perdón?

—Disculpe, eso no sonó bien —sus ojos oscuros brillan con malicia—. Quiero guiarla, como es mi deber al ser su profesora.

—Aun no entiendo —¿a qué está jugando esta mujer?

—Cuando usted entró al colegio, supongo que le dieron una copia del reglamento, ¿no?

—Sí, pero...

—Entonces sugiero que le dé una segunda leída —se inclina un poco hacia mí—. Nada en este mundo permanece en la oscuridad, Adria. Nada.

—No sé de qué está hablando —mis manos comienzan a temblar—. No he hecho nada que rompa las reglas del colegio.

Ella levanta un dedo. —Todavía. Todavía no ha hecho nada que infrinja esas reglas —ella me mira de arriba hacia abajo repasando cada cabello fuera de mi coleta y los hilos sueltos de mi falda. Puedo asegurar que se detiene de hacer una mueca burlona—. Aunque supongo que por el camino que va, no tardará en hacerlo. ¿La tentación es muy grande, no?

Tomo una respiración aguda. —Profesora Castellanos...

—Ahórreselo —ella toma sus cosas del escritorio—. No necesito escuchar sus excusas —camina hacia la puerta—. Solo mantenga en mente que estaré vigilándola. O vigilándolos para el caso.

—¿Disculpe?

—Manténgase alejada de él —su piel pálida ahora tiene un sonrojo en las mejillas, y su cabello negro apretado en ese moño la hace lucir severa—. No quiero que tenga problemas. ¿Me entiende? —su voz ahora suena como un ronroneo—. Usted es la que tiene más que perder aquí.

Elliot. ¿Esto es por Elliot?

—¿Nos entendemos, Sotomayor?

Mi beca, Marisol, madre Estefany... mi futuro.

—Sí... —giro el rostro para no verla.

—Chica lista —sus tacones golpean el piso cuando se aleja.

Mis manos siguen temblando y el hambre que sentía se esfumó. Ahora solo siento piedras en el estómago. ¿Eso fue una amenaza? Si le cuento a alguien esto sonará como una profesora preocupada por el bienestar de su estudiante. Pero si ellos supieran la verdad; si supieran que Elliot ahora es mi amigo y que trata de ayudarme... las cosas tomarían un rumbo diferente. Si la profesora Castellanos piensa que algo más está pasando entre Elliot y yo, ¿quién me dice que nadie más sospecha lo mismo? ¿Quién me asegura que no puede llegar a los oídos de la dirección? No importará lo que Elliot o yo digamos. Todo se vendrá en nuestra contra.

Si me perjudicara solo a mí no importaría. Pero está él en el medio de todo esto.

No soy ciega. Es obvio que las intenciones de la profesora no están basadas solo en lo profesional y la ética. Se nota a leguas que a ella le gusta Elliot. Y no me importa.

¿O si lo hace?

No. No me importa.

No me importa a partir de ahora. Porque Elliot es libre de hacer lo que quiera y con quién quiera. No seré una carga para él y no lo arrastraré al barro.

Es tiempo de almuerzo, pero no quiero hablar con Marisol ahora. No quiero encontrarme a Elliot por los pasillos. Es miércoles, su período es el último del día y no podré retrasar el encuentro. Pero ahora unos minutos a solas es lo que necesito.

Camino hacia los baños del nivel y me escondo el resto del almuerzo.

—¿Vemos otro ejemplo o todo está claro? —Elliot parece más relajado que otros días. Esta semana en general ha estado de buen ánimo y ha enamorado más a algunas de mis compañeras cuando deja deslumbrar una que otra sonrisa—. Si tienen dudas no tengan miedo de preguntar.

Varias manos se alzan y la clase sigue.

Tomo notas la mayoría del tiempo. Todo sea para no verlo a los ojos. Creo que es a la mitad del período que él nota que algo está mal. Sigue dando la clase, pero su mandíbula luce más tensa y el brillo en sus ojos se ha ido. Si alguien más lo nota, nadie dice nada.

Él gira nuevamente para explicar algo en el pizarrón.

—¡Te digo que sí! —la voz es un susurro de emoción contenida—. Yo los vi.

—¿Tienes pruebas? —pregunta otra.

—Ese beso fue suficiente para mí.

—No puedo creerlo. En serio. Ya son más de cien los que ganarías con esa apuesta.

No lo soporto más. —¿De qué apuesta hablan? —las dos chicas se quedan mudas cuando giro y las enfrento. Veo por el rabillo del ojo que Elliot sigue escribiendo en el pizarrón—. ¿Chicas?

Una sonríe pícara. —La del noviazgo del profesor Elliot con la profesora Viviana.

—¿Son novios? —mi voz suena ahogada, pero ellas no notan nada.

—Sí, el viernes en la fiesta los vi besándose como adolescentes, escondidos en un pasillo.

—No te creo... —la otra chica niega suavemente. Estoy tentada a decir lo mismo—. En beso no es significado de noviazgo. ¿En qué tiempo vives?

La otra se encoge de hombros. —Sean novios o no, yo vi ese beso. Tal vez solo están tonteando.

—Sí... —sueno ausente. Pero eso explicaría muchas cosas. Eso explicaría lo que sucedió hace unas horas.

—¿Dudas señoritas? —las tres nos giramos hacia Elliot. Tiene las cejas levantadas—. ¿De qué hablan tanto? ¿Lo quieren compartir con el resto de la clase? Tal vez alguien más tenga la misma duda.

Mi cara arde.

—Sí, sí... ammmm —una de las chicas trata de cubrir nuestro error—. No entendí el ejemplo anterior.

—¿En qué parte, Regina?

—Mmmm... todo.

La clase se ríe y yo me encojo en mi escritorio. ¿Se supone que mejore las cosas el humillarme así frente al salón?

Esto es una tortura. Elliot debe hablar con la profesora Viviana y explicarle que solo somos amigos. Debe decirle que no represento una amenaza para lo que sea que ellos tienen.

No tendría que existir en mí este sentimiento de traición. Pero me duele que se haya besado con ella antes de que compartiera parte de mi historia con él. ¿O tal vez fue después que me haya marchado? No importa. Suena y se siente como traición. Me pregunto si ella sintió la humedad en la playera de Elliot y pensó que era sudor. Tal vez acarició donde mis lágrimas cayeron.

¿Y si Elliot le contó lo que pasó conmigo esa noche? ¿Y si ella sabe?

Esto es una idiotez.

Veo alrededor y todas están levantando sus cosas.

—¿Adria piensas quedarte aquí hasta mañana? —la chica de la apuesta habla—. Ya tocaron el timbre.

—Gracias —ordeno mis cosas y las guardo en mi mochila antes de ir a mi casillero.

Todas se están moviendo. Así que no prestan atención cuando paso cerca de Elliot y él extiende su mano hacia mi brazo como si quisiera rozarme, pero doy un paso alrededor.

—Adria... —apenas lo escucho, pero lo ignoro.

Voy a mi casillero. Meto y saco cosas al azar y bajo corriendo a prisa las escaleras.

Necesito a Marisol, necesito que me escuche. Pero cuando voy a pisar el primer escalón que me lleva a la cafetería me detengo. Marisol va a enloquecer. No necesita esto, no ahora que parece que todo marcha bien con Santiago.

Yo sola me metí en este lío y yo sola tengo que salir.

Giro y camino hacia la biblioteca esquivando cuerpos y golpes de mochilas. Atrás queda el griterío.

—Buena tarde —el mismo encargado está en el mostrador.

—Hola, niña —me sonríe cálido—. ¿Otra vez vuelves aquí? Pensé que ya no vendrías. No te has pasado por aquí hace un buen rato.

—Otras tareas me mantuvieron ocupada.

—Entiendo.

Sonrío y me alejo. Pero pensándolo mejor...

—¿Me podría ayudar con algo? —él asiente—. ¿Dónde están los libros que nadie lee? ¿Cuál es la sección a la que nadie va?

Se rasca la quijada en lo que piensa. —Definitivamente la sección de arriba. La de historia y arte.

—¿Sección de arriba?

—Ya ves, ni siquiera tú sabías que existía —se ríe—. Las escaleras de caracol que están al final no son para un cuarto de almacenamiento o algo. Allí también hay libros, pero como no ven que nadie sube, nadie se preocupa por investigar.

—Muchas gracias.

—Hey... —lo miro—. ¿Cuándo te vayas me avisas? Ya sabes, por si estoy dormido.

—Seguro.

Escaleras de caracol. Todo el tiempo que las vi pensé que de verdad había una especie de almacén arriba. Nunca imaginé que sería otra sección. Paso por las estanterías recogiendo algunos libros que me servirán y me apresuro a subir.

Posiblemente hablaré con Elliot. No hoy, ni mañana. Tal vez el día que deje se sentirme de esta forma. Siento el ardor de lágrimas y me trago mi decepción.

Ya he construido la base de un castillo, no puedo dejar que todo se destruya ahora.

Le mando un mensaje a Marisol para decirle donde estoy y que pase por mí cuando ya sea hora de irnos.

Dejo a un lado las mesas y me siento directamente en el piso. Dejo caer los libros y me concentro en leer y apuntar lo que me pueda ayudar para mis tareas. Estoy leyendo un párrafo peculiarmente complicado de comprender, cuando veo sus zapatos frente a mí.

—Tiene que ser una broma —dejo caer el libro en mi regazo.

—Fue lo mismo que pensé cuando te busqué por todo el colegio y no aparecías. Ni siquiera estabas con Marisol. Y no te encontré la primera vez que vine a la biblioteca —está molesto. Bueno, yo también—. Me preocupaste.

—Ya me viste. Estoy bien. Y si no te importa —señalo hacia los libros alrededor—, estoy muy ocupada. Me gustaría estar sola.

Abre lo boca. —¿Qué?

—Te puedes ir —le doy una sonrisa falsa y vuelvo a mi libro.

—¿Qué cambió? —pregunta—. ¿Adria? —no contesto—. ¡Adria! —el sonido seco que suena cuando el libro que tenía en las manos sale volando a un lado y choca contra una estantería me deja tensa.

Lo veo de cuclillas frente a mí. —¿Acabas de lanzar mi libro? —hablo lentamente.

Se encoge de hombros de hombros. —Si te comportas como una niña de diez años, no veo otra opción.

—Eres imposible.

Suena una risa ahogada. —¿Qué está mal?

Mi barbilla se tensa.

—Soy tu amigo, ¿recuerdas? —un dedo traza líneas en mi brazo—. ¿Qué pasa?

Todo, quiero decir. Todo.

Alejo mi brazo. —Es mejor que dejemos esto hasta aquí, ¿no crees?

Se ve ofendido. —Ya hemos pasado por esta etapa. Quiero ayudarte, soy tu amigo. Guardas mis secretos y yo guardo los tuyos.

—¿Y eso es real? ¿En verdad guardas mis secretos?

Rojo comienza a cubrir sus mejillas. —¿Adria de qué estás hablando? ¡Por supuesto que lo hago!

—¿Y entonces por qué tu novia está detrás de mí? ¿Por qué parece que está cazándome?

—¿Mi novia?

Se ve tan confundido que dan ganas de sacudirlo o algo.

—Dile a la profesora Castellanos que no tiene nada de qué preocuparse. Que no soy una amenaza. Dile que me deje en paz.

—¿Qué tiene que ver Viviana en esto?

—¿Viviana? —mi cara arde.

—Adria...

Esta no soy yo. La chica que está discutiendo como novia celosa... no soy yo.

Levanto mis manos en rendición. —¿Sabes qué?... Yo... —me levanto—. No importa. Nada importa ya.

—No, espera.

Toma mi brazo y un escalofrío me recorre.

—No me toques —digo entre dientes—. No me toques nunca más.

Cuando bajo corriendo las escaleras con mi mochila a cuestas juro que lo escucho decir mi nombre, pero no me sigue.

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