Destinos de Agharta 2, Nyx

By AnnRodd

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Alexandria es una esclava con una aficción que le complicará la vida. Ya de por sí debe enfrentarse día a día... More

Notas de autor
1. Oscuridad
2. Bruja
3. Historias de esclavos
4. Helada
5. Tres trozos de queso
6. A salvo
7. Vino rojo
8. Sangre en los sueños
9. Cuando la muerte canta
10. Calor
11. Voces
12. Préstamos
13. Sensibilidades
14. Luz
15. Eleni
16. Un sol en la oscuridad
17. Hogar
18. Perdón
19. El poder de la luz
20. Rezos
22. Los cuentos del pasado

21. El festival

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By AnnRodd

«¿Estás despierta?».

Alex refunfuñó. Se había dormido con el traqueteo de la carreta y el calor de Ikei en su espalda. No había sido un sueño apacible. Primero, porque él estaba pegado a ella en ese pequeño espacio. Segundo porque el camino era irregular y los caballos los hacían saltar todo el tiempo.

Pero tampoco quería despertar. Estuvo haciendo guardia con Ikei hasta que amaneció. Se sentía cansada y ya estaba lo suficiente molesta con el sol como para que, encima, Celery le gritara en el oído.

«¿Ya te despertaste?».

Alex no se movió. Continuó tapándose la cara con un brazo. Ikei a su lado tampoco se inmutó por la pregunta de la niña. Seguro también estaba fingiendo estar dormido.

«Anda, ya levántate. Me aburro», insistió su hermana. «O es que no puedes escucharme. Quizás es eso». Se hizo el silencio. Alex exhaló imperceptiblemente. «Quizás esto no funciona». Ikei se removió a su lado; Alex deseó poder callarla, para que él pudiera seguir durmiendo. «Quizás tengo que insistir más. Quizás si grito...»

—¡Ya! —exclamó ella, sentándose de golpe para apartar a la niña, pero cuando miró a su alrededor, se dio cuenta de que Celery no estaba junto a ella. En la parte delantera de la carreta solo estaba Eivor. E Ikei, acostado junto a ella, se despertó, pero por sus gritos.

—¿Qué pasó? —balbuceó.

Alex buscó a Celery. Ella estaba montada en el pony de Anneke y cabalgaba junto a ella, que llevaba el caballo de Ikei.

—Yo... —respondió—. Es solo que...

Los muchachos la miraron extrañados, pero no le dijeron nada al creer que seguro acababa de despertar de una pesadilla. Y ella, un poco avergonzada, se encogió en la carreta y no dijo nada. Mejor dejarles creer eso. Mejor ella misma creer eso. Porque seguramente había estado soñando que Celery le hablaba.

Dirigió su mirada hacia la niña antes de tenderse junto a Ikei otra vez, que se había tapado el rostro con una manta. Se llevó una mano al pecho y observó el cielo despejado. El viento soplaba con menor intensidad y, por suerte, no hacia tanto frío como el día anterior. Quizás, si se relajaba y olvidaba el asunto, podría dormirse otra vez.

«Entonces, ¿sí me escuchas?», dijo Celery de nuevo y la hizo saltar casi un metro. Volvió a sentarse en la carreta, con el corazón en la boca y miró a su hermana, que seguía en el pony, pero la miraba con suspicacia.

«¿Qué carajos...?», pensó.

«Esa es una muy mala palabra. Mi mamá siempre lo dice», le contestó Celery, dentro de su cabeza.

«¿Cómo...?».

«Llevo probando esto desde que te encontré», dijo Celery. «Es la primera vez que me escuchas. ¡Eso quiere decir que tus poderes están mejorando!».

La niña le sonrió a la distancia y ella lo único que hizo fue mirarla sorprendida, hasta que Eivor se giró hacia ella.

—¿Todo bien, Alex? —Él siguió la línea de su mirada hasta conectarla con la pequeña—. ¿Qué es lo que está haciendo?

Ella abrió y cerró la boca varias veces antes de decir algo.

—Está hablando en mi cabeza.

Aunque Eivor se sorprendió, no saltó en su lugar como sí lo hizo Ikei.

—¿Cómo? —preguntó, bien espabilado.

Mientras Alexandria se encogía de hombros y negaba para hacerle entender que no tenía ni idea, la risa de Celery resonó en su mente.

«A Ikei le preocupas mucho», le dijo y ella se atragantó con su propia saliva.

«Cállate», le exigió, pero solo oyó otra risita en respuesta antes de que el silencio quedara como la única señal de que alguna vez estuvo ahí.

—Con el tiempo, entenderás que las diosas hacen cosas extrañas, mi amigo —le dijo Eivor a Ikei—. Y que no vale la pena pedirles muchas explicaciones.

En cierta manera, sentía que esas palabras más le valían a ella que a su compañero, puesto que era ella quien lidiaba con los enigmas de Celery de forma directa, sin filtro, en su propia cabeza.

Así que, por más que Ikei le preguntó directamente, no supo cómo responderle. Se le pasó por la cabeza decir que quizás sus poderes mejoraban, pero prefirió no decir nada que la relacionara a ella, a la muchacha que dormía en la carreta, con la enorme y poderosa deidad de la oscuridad. Recordó lo intenso que se había puesto él al hablar de la adoración a las diosas y no quería que ese se volviera un tema de conversación recurrente entre ambos.

Prefería hablar de otra cosa. Prefería hablar de su pasado, del de él, como la noche anterior, y por eso, hasta que no pararon junto a la rivera de un río, no abrió la boca. No hasta que Eivor señaló que ese río, según el mapa, terminaba en el mar del este, el Mar Genus.

—¡Qué emoción! —dijo Anneke, bajándose del caballo—. Siempre quise conocer el mar.

—Es realmente bonito —dijo Ikei—. Yo llegué a Namardar en barco desde Norontus y realmente fue un viaje encantador.

—¿Es decir que vamos a ir en barco para ir a las ordenes? —exclamó ella, dando saltitos.

Alex se asomó por la orilla. El río era ancho, tumultoso y, cuando lo tocó, comprobó que estaba helado. Eso solo le sirvió para imaginarse lo congelada que podría estar el agua del mar.

—Sería lo ideal, sí —contestó Ikei, justo cuando Celery prácticamente se lanzaba del pony de Anne.

—¡Vamos a bañarnos! —exclamó, super emocionada, hasta que corrió a la orilla con Alex y metió una mano en el agua. Sus mejillas sonrosadas palidecieron.

—¿Me vas a decir que no sabías que estaba fría? —preguntó Alexandria. Anneke también se reunió con ellas.

—Lo sabía, pero pensé que podría ignorarlo si me imaginaba que no era tanto —repuso la niña.

—Creo que prefiero seguir sucia —dijo Anneke.

—Si fuese la diosa del fuego, podría calentarla. Pero no, solo puedo hacer lucecitas —se quejó Celery y Anneke y Alex cruzaron miradas. Lo mínimo que podía hacer era eso. Tenía dones increíbles.

—Eres buena como Eleni —le dijo Eivor mientras ataba los caballos.

—Pero aún así, no tan útil cuando se necesita —insistió la niña, de modo que solo ellas dos pudieran hacerlo.

—No lances tu ira divina sobre mí, pero estoy de acuerdo —replicó Anneke y las dos exhalaron lentamente.

—No pienso morir congelada —le contestó Celery y con eso, las tres se alejaron de la orilla.

Se pusieron a buscar madera mientras los chicos armaban el campamento y, mientras Alex seguía pensando en el mar, en el frío y en los viajes en barcos, Anneke levantó la voz.

—¿Eso es posible? Digo, que mueras congelada.

Celery, que había avanzado por delante de ellas, se giró a verla con el ceño fruncido.

—¿Es que Calipso sigue dando vueltas por este mundo? Porque en serio querría conocerla.

Anneke se ruborizó y Alex, que sabía que detestaba ser tratada como tonta, salió en su rescate sin siquiera pensarlo.

—Pero Calipso murió de vieja, ¿no? Fue una muerte natural. Y eso es diferente a morir... ahora. ¿Verdad? —dijo.

—Todas podemos morir —resumió la niña.

—Pero si alguien apuñalara a Alex... —insistió Anne.

—Yo la curaría.

—¿Y si alguien te apuñala a ti? —inquirió Alex, sin pensarlo. Celery no contestó y eso la dejó pasmada. La observó recoger maderitas como si jamás hubiese hecho semejante pregunta y, cuando se cruzó con Anneke, comprendió que para ella tampoco había pasado desapercibida su actitud.

Por unos cuantos minutos, creyó que Celery se había sentido mal con la sugerencia, como si Alex le estuviera sugiriendo que muriera, pero luego, cuando todos se sentaron a comer, se dio cuenta de que la niña evitó responder porque, por primera vez desde que la conocía, no tenía la respuesta.

No tenía idea de cómo eso era posible. Se suponía que ella lo sabía todo y que no supiera qué pasaría con ella misma si resultaba herida era preocupante. Sin embargo, aunque deseó tener unos minutos para hablar con ella a solas, eso no fue posible: durante el tiempo que pasaron junto al río, lo único que hizo Celery fue hablar sin parar, pero de otra cosa que no tenía nada que ver:

—¡Habrá música! Y bailarines. ¡Y comida por montones! Hacen un pan dulce especial en ese lugar, que tiene trozos de fruta. ¡Necesito probarlo! —chilló, dando vueltas alrededor de la fogata. Primero, Alex pensó que era la única que no entendía de qué estaba hablando, pero luego se hizo evidente que nadie lo hacía—. No nos quedemos mucho tiempo aquí, ¿sí? —le dijo la niña a Eivor, que la observó de reojo en silencio—. Si nos vamos ya, ya, llegaremos al atardecer. Aunque nos desviemos del camino, ¡vale la pena!

Cuando finalmente él le preguntó de que hablaba, ella explicó: había un pueblo al sur en el que se estaba llevando a cabo un festival para las diosas. Era una celebración anual que recibía a gente de todas partes.

Hasta ese momento, el plan había sido seguir hacia el este, hacia el mar. Tenían el resto del día para llegar al siguiente pueblo y pasar la noche en un lugar mucho más cómodo y tibio. Alex no podía negar que no tenía curiosidad por ver ese festival, conocer cómo la gente honraba a las deidades en otros sitios, pero la decisión era, al final, del dueño de la carreta.

Todos miraron a Eivor. Incluso Ikei, que podría haberse negado con facilidad. Y Celery, sabiendo que su hermano era el único que tenía que aceptar, concentró todos sus esfuerzos en él. Se colgó de su brazo y suplicó hasta el hartazgo. Y como él jamás podía decirle que no, terminó poniéndose en pie y marchando hacia los caballos.

-

-

El pueblo estaba empotrado en una colina. Las callejuelas bajaban por las laderas y las casas se ensamblaban unas encima de otras. Era como un enorme castillo dividido en pedacitos, uno para cada familia.

Alexandria nunca había visto algo así. Le parecía fascinante que una estructura de ese tipo, tan diferente a la de su pueblo, existiera en el mismo reino, siquiera.

—¡Oh, es tan bonito, hermano! Nunca habíamos visto un lugar así —expresó Celery, haciendo eco de sus pensamientos y llevándose las manos al rostro, emocionada. Así, parecía una niña de verdad.

Desde donde estaban podían ver casi todo el pueblo. Estaba sumido en voces, risas y música. Decenas de viajeros, como ellos, atravesaban los dos caminos que desembocaban en sus puertas de acceso, enormes como las de un antiguo fuerte.

—Es enorme —admitió Anneke y Alex se sintió aliviada de que ella también estuviera impresionada. No quería parecer una pueblerina ignorante.

—Una celebración siempre significa comida gratis —rió Ikei, tirando de las riendas del caballo. Alexandria que estaba montada detrás de él, puso los ojos en blanco.

—¿En serio? Estás muy preocupado por la comida últimamente —le dijo.

—No es que me quede muchísimo dinero —contestó el chico, con una mueca de preocupación.

Desde la carreta, Eivor lo tranquilizó.

—No te preocupes, Celery y yo tenemos lo suficiente para todos.

No hacía falta preguntarles de dónde habían sacado el dinero. Alex supuso que las habilidades de Celery para conocer todo, o casi todo, podrían traerles grandes fortunas. Si no descubrían tesoros enterrados, mínimo podrían ganarle a cualquiera con el que hicieran algún trato. La información también tenía un precio y Alex eso lo sabía muy bien, porque había intentado chantajear a su antiguo amo con ello.

—¡Se festeja nuestro nacimiento! —estalló Celery, a medida que se acercaban a las grandes puertas. Avanzaron con dificultad por entremedio de los forasteros que ingresaban al pueblo y la niña se giró para verla con una sonrisa radiante—. ¿No estás emocionada?

Alex se encogió de hombros. Tenía curiosidad y había otra cosa burbujeando en su pecho. Quizás sí era emoción, pero la verdad es que no sabía qué se encontraría. En su pueblo, no se le hacían fiestas a las diosas. Le rendían homenajes con ofrendas y rezos, así como también se desdeñaba a la figura de Nyx. Si allí no era diferente, no sabía cómo podría sentirse al respecto.

—No lo sé —respondió—. Aunque la música es bonita. Y el aroma...

Les llegó el olor de la comida. Ikei animó al caballo.

—Huele muuuy bien —exclamó él y eso la hizo reir.

—La verdad es que huele delicioso.

—Estoy ansioso por no comer más queso —le confesó, girando la cabeza hacia ella.

—Ni pescado de nuevo —Eso sí que la emocionaba. No quería tocar un pez nunca más en su existencia.

Ante la conversación de ambos, Celery expresó impaciencia.

—No hablo de la comida —puntualizó—. Hablo del desfile de estatuas. ¡Podremos ver a las demás!

Eso sí que no se lo esperaba. Nunca había visto más que una estatua de Calipso, así que no pudo evitar preguntarse si tendrían una de ella, si se parecerían en algo.

—Será divertido —comentó Eivor y Anneke asintió solo para apoyarlo.

Una vez dentro del pueblo de calles angostas, que bullía de alegría y danza, de gente que saludaba a todo el mundo con bendiciones de las diosas, buscaron una posada. Conseguir habitaciones fue un suplicio. Debido a la gran ocupación, tuvieron que deambular por varios hospedajes hasta conseguir uno que era precioso y caro. Todos se quedaron en la puerta observando como Eivor pagaba una cuantiosa suma de monedas antiguas de oro, confirmando las sospechas de Alex sobre los tesoros, por las dos mejores habitaciones de la casa.

—Wow —musitó Anneke y Ikei asintió con la cabeza, sujetando la riendas del caballo, esperando que el mozo de cuadra se lo llevara a los establos.

—Wow —repitió.

—Eso es muchísimo oro —dijo Alex y Celery, que se había bajado ya de la carreta, se rió.

—Soy experta hallando oro.

Cuando pudieron entrar, enseguida se sintieron fuera de lugar. Se notaba que esa posada era ocupada por las clases más altas y ellos venían de dormir en la intemperie, con túnicas y abrigos de lana cardada vieja y llena de tierra. Las miradas de los otros huéspedes fueron de todo menos amable, pero una vez que estuvieron dentro de sus habitaciones —una para las chicas, otra para los chicos— se permitieron relajarse un poco.

Dejaron las pocas pertenencias que tenían sobre la cama y se apresuraron a salir otra vez, porque Celery era imparable. Tuvieron que correrla por la calle para asegurarse de no perderla de vista y Alex, desarrollando un instinto protector que jamás había tenido, le aferró la mano con fuerza.

—Mira eso —La niña le señaló un puesto con inciensos—. ¡Y esas flores! —Otro puesto donde se hacían collares y coronas, además de vender ramos—. ¡Y esos vestidos! —Ese puesto sí que llamó su atención. Alex se quedó con los ojos clavados en los vestidos sencillos, pero pulcros y bordados, que estaban colgados para venderse. Eran preciosos. Tanto, que nunca había soñado con tener algo así—. Un vestido así te quedaría preciosooo —canturreó Celery, deteniéndose con ella—. Le pediré dinero a Eivor para que te compre uno.

Alex se apresuró a negar.

—No, no hace falta —dijo, con vehemencia. Nada le daría más pudor que pedirle dinero a Eivor—. Estoy bien así. Esos vestidos me darán frío.

—Esa ropa te queda chica —replicó Celery, tirando de su mano hacia el puesto. Alex la detuvo con firmeza.

—¿Y dónde tendrán las estatuas? —Le preguntó, para distraerla.

Ella dejó de tirar en un instante y chasqueó la lengua.

—¿Quieres que esté todo el tiempo buscando información sobre cada cosa que veo en mi vida? —murmuró.—. Además... —bajó la voz, justo cuando Eivor, Ikei y Alex llegaban hasta ellas. Venían con comida en las manos, explicando por qué se habían quedado tan atrás—, además a veces lo bloqueo a propósito, para tener algo de emoción. De expectativa.

Se corrieron para dejar pasar a una mujer cargada de panecillos recién hechos en una canasta enorme. El aroma se alojó en sus pulmones y las dos gimieron al mismo tiempo.

—¡Un panecillo dulce! —suspiró Celery—. ¡Muero por probarlo!

—¿Qué sabor tendrá? —se preguntó Alex. Casi creyó que se le iba a caer la baba, cuando Ikei le puso en la mancho un pan salado recién hecho. Olía rico y el hambre ya despierto lo agradeció; pero, cuando se lo llevó a la boca, solo pudo preguntarse con más ansias el sabor de un panecillo dulce.

El muchacho le tendió otro a Celery y las animó a continuar. Más adelante, la calle se hacia ancha. Se veía a través de la multitud unos enormes postes de madera de los cuáles colgaban telas de todos los colores, coronando el sitio de mayor bullicio. Debía ser la plaza principal. Y si el desfile de estatuas sería en algún sitio, tenía que ser en ese.

Caminaron entonces, apretados y tratando de no perderse de vista. Alex jamás había estado en un sitio con tanta gente. Se sintió sofocada con rapidez, pero por el bien de Celery, que iba detrás de ella, cubierta con su propio cuerpo, supo que tenía que resistir. Al llegar por fin a la plaza, las dos salieron del gentío con la cara roja.

—Imagina si supieran quién eres —le dijo Alex, con una risita—. Se te tirarían encima a conciencia.

Celery se masajeó la mejilla, pero no dijo nada. Para cuando consiguieron un lugar un poco más despejado, unas bailarinas se estaban retirando del centro de la plaza y llegaban unas personas con máscaras talladas y adornadas. Venían de otra amplia, daban una vuelta en el centro, y seguían caminando hasta perderse de vista. Seguro, atravesaban gran parte del pueblo mostrándose.

Se pasaron un buen rato tratando de adivinar qué eran, hasta que Celery efectivamente desbloqueó su don, se volvió otra vez Eleni y comenzó a pasar la información que tenía en su cabeza: Un dragón de fuego, una mítica mascota, de Candace. Un Esserra, un supuesto fantasma del pantano que solo obedecía a Kaia pero que en realidad era malvado. Una Esve, una ninfa del lago que en los primeros tiempos había desafiado a Calipso por su control en las profundidades... Todas criaturas de cuentos viejos que en algunas partes del mundo todavía estaban muy vivos.

—Jamás había oído hablar de ninguno —confesó Alex—. Al parecer, en mi pueblo a nadie le importaban estas cosas.

—Muchos se pierden en el tiempo —le explicó la diosa de la luz, con calma—. En cuánto dejan de ser contados, son olvidados.

—Nunca los oíste en esta vida tampoco, entonces —le dijo Alex—. Porque es información que estás buscando... ¿no?

La niña asintió.

—Puedo saber todo lo que está disponible en el plano terrenal, información que fue y que es. La memoria colectiva aún existe, aunque los humanos no la retengan —explicó—. Lo que no puedo saber es el futuro —añadió, con una sonrisita, mirándola de reojo.

Alex apretó los labios.

—Ya.

No le gustaba mucho hablar de eso. Le hacía recordar lo que ella había visto en su futuro.

—Yo sí he oído hablar del Esserra —comentó Ikei, de pronto—. En la Orden, ese cuento es muy popular.

—Un Esserra se supone que puede manipular el barro a su alrededor para hundir a los que invaden sus tierras —explicó Celery, poniéndose en puntitas de pie, porque un hombre se le puso adelante. Viendo su necesidad, Eivor la alzó en brazos para que alcanzara. Otras mascaras extrañas y grotescas desfilaron por la calle.

—Por eso se hablaba de él. Para los que somos de la Orden de Kaia, es un gran cuento —corroboró Ikei—, pero de todas maneras nunca he visto uno. Yo pensé que no existiría.

Alex miró a frente detenidamente, mientras la máscara del Esserra del alejaba. La verdad, es que tenía preguntas sobre esas criaturas míticas, así como el funcionamiento del don de Celery, pero claramente no era el momento. Recibió varios empujones de gente que pasaba por detrás de ella y las conversaciones no eran precisamente privadas, así que le quedó claro que era mejor dejar las dudas para después. Mordió su pan y le tendió un pedazo a Celery sin que ella le pidiera nada. Frunció el ceño cuando se dio cuenta de que la niña ya no tenía el suyo y giró la cabeza de un golpe.

—¿Qué hiciste con él?

—Se me cayó —replicó la niña, mordiendo el pan regalado.

Todos guardaron silencio, atrapados otra vez por las máscaras que se alejaban, pero Alexandria se encontró otra vez pensando en cosas que la distraían. Bufó, dándose cuenta de que bien podían haber ocurrido dos hechos:

O Celery había estado enviándole mensajes subliminales a propósito.

O ella estaba tan conectada con la niña que sabía lo que necesitaba sin verla.

Y cualquiera de las dos seguían siendo una jodida confirmación de quién era.

«Maldita sea, no tengo escapatoria...» pensó, con humor por primera vez desde que le habían dicho que era una diosa, junto cuando las primeras estatuas se habrían camino frente a ellos. 

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