17. Hogar

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Al principio, no supo porqué estaba siendo más consciente que nunca de la cercanía de Ikei, de la manera en la que la sujetaba contra su cuerpo

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Al principio, no supo porqué estaba siendo más consciente que nunca de la cercanía de Ikei, de la manera en la que la sujetaba contra su cuerpo. Pensó cosas disparatadas, como que su pecho se sentía firme y cómodo.

Fueron segundos de histeria en los que todos sus miedos se vieron superados por ese gesto tan casual como los labios de su amigo cerca de su rostro. Pero, cuando se acercaron a la carroza, cuando estuvieron bajo la influencia de la luz de Eleni y la mismísima diosa los esperaba sentada en la carreta, todavía sonriendo angelicalmente, Alex se aferró a esos ridículos sentimientos. Eran lo único que tenía para ignorarla y subirse con Ikei a la carreta. Él era lo único que tenía para pasar esos instantes tan incómodos.

—Celery —dijo Eivor, llamando la atención de la niña y ella, finalmente, se giró hacia delante cuando hizo avanzar a los caballos. Con una risita, la bola de luz que flotaba sobre sus cabezas se disolvió.

El resto del camino se hizo en pétreo silencio. Alex se quedó dura junto a Ikei hasta que llegaron a Phanem. Anneke solo se giraba hacia ellos para ver a Eivor y Celery no volvió a darse la vuelta.

Ya en los caminos de la pequeñísima ciudad, se dedicaron a buscar un lugar apartado donde descansar. A esa hora, encontrar una pensión sería prácticamente imposible, por lo que Eivor dirigió el carro hasta las afueras del pueblo y lo acomodo bajo un imponente y enorme árbol.

—¿Qué tal si cenamos antes de dormir? —propuso, amablemente.

Celery brinco fuera del carruaje e inspeccionó el lugar, creando varias bolas de luz que flotaron a su alrededor como luciérnagas. Corrió por el campo dando saltitos y entonces pegó un grito:

—¡Aquí hay madera seca! —expresó, contenta, sin mirar a Alex, que durante un momento la había seguido con la mirada, un poco maravillada por la naturaleza de esa magia. No se preguntó, de todas formas, cómo había logrado encontrar madera seca tan rápido. Ella, con solo verla, no la habría notado enseguida.

Siguió mirándola, analizándola. A pesar de promulgar ser una deidad, la niña era risueña y alegre. Y, sin embargo, aunque era muy pequeña y debería haber tenido la torpeza de cualquiera de su edad, poseía una gracia y elegancia que jamás había visto ella antes en un niño.

Frunció el ceño, entonces, al verla enredarse los rizos dorados, que resplandecían con la luz, alrededor de los dedos. Tuvo una fuerte sensación de Dejavú, como si eso lo hubiese visto antes.

«No», se dijo Alex, sacudiendo la cabeza. «Es algo que hacen muchas personas». Ni por casualidad tenía que significar que conocía a la niña. Pero a pesar de sus negativas, aunque quería ignorarla y fingir que la niña no estaba ahí, no podía evitar estar pendiente de ella. Crecía en su pecho una sensación extraña de reconocimiento, igual a la que sintió cuando la vio por primera vez.

No encontraba una manera de quitarse todo eso de encima. Apretó los labios al comprenderlo y se llevó una mano al pecho, cuando la asaltó el miedo de nuevo. Y el dolor. No podía escapar de eso y eso era lo que dolía, porque significaba que Celery era algo para ella. O de ella.

Destinos de Agharta 2, NyxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora