1. Oscuridad

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Alexandria tiró de los últimos hierbajos con una mueca entre los labios

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Alexandria tiró de los últimos hierbajos con una mueca entre los labios. El sol caía fuerte y picante sobre su nuca descubierta. Le ardía, pero si se quejaba solo un poco y su ama la veía, tendría el doble de trabajo y tareas más pesadas que realizar bajo ese calor tan penetrante.

Y es que, si había algo que ella odiaba, era el maldito sol. Si bien le dolían los dedos llenos de cayos, no hubiese sufrido tanto si la tarea se la hubiesen encomendado durante la noche.

Pero eso, obviamente, en ese mundo tan cuerdo, no pasaría jamás. La mayoría de los humanos normales dormían en la noche y trabajaban de sol a sol, pero Alex siempre había creído que era una locura. No entendía la necesidad de sufrir quemaduras, deshidratación y cansancio extremo por culpa del gran astro. Si la oscuridad era más fresca y segura, deberían elegirla con lógica.

Alguna vez se lo había planteado a una esclava mayor que ella, cuando todavía era una niña y le costaba entender el porqué de las cosas. Por supuesto, la trataron de loca, no sin antes advertirle que se guardara esa sugerencia para ella misma si no quería ser azotada.

Con el tiempo, entendió porqué debía guardarse las sugerencias. Pero hasta ese día, había muchas cosas que se había preguntando de pequeña que todavía no comprendía. Por ejemplo, se preguntaba porqué había sido una propuesta tan descabellada, si se podía ver bastante bien en la oscuridad solo con la luz de la luna.

A veces, también se preguntaba por qué había terminado siendo una esclava. Ahora mismo, se preguntaba si hubiera existido alguna forma de librarse de ese castigo tan ridículo.

«Bueno, quizás no».

Probablemente, no habría nada que pudiese haber cambiado. En realidad, no era su culpa de forma directa. No era algo que pudiese controlar, aún cuando no le pusiese anhelo al control. La realidad, es que estaba siendo castigada por alguien más, alguien que era muchísimo más importante que ella y a quien, por supuesto, no podían reprender de igual forma.

Hacia un tiempo, su joven amo comenzó a demostrar interés en ella. Alexandria no había contestado sus coqueteos, pues no lo tenía permitido al ser una esclava, pero tampoco se había negado. No es que pudiera.

Thielo era un hombre guapo. De alguna forma, ella lo encontraba interesante y encantador. Le gustaba el tono de su voz, sus ojos pardos y las sonrisas encantadoras que le dirigía al verla. Y sobre todo, le gustaba el trato: desde que se había vuelto su mayor interés, él la trataba con dignidad, como una persona y una esclava, sin derechos ni alma.

Pero su ama Maeve no lo veía bien. Quería mantener a su hijo alejado de todas las tentaciones que podrían darle bastardos, hijos no deseados. Ya lo había comprometido con la hija de un comerciante muy rico del pueblo, y estaba segura de que su familia no toleraría que Thielo embarazara a una esclava antes que a su esposa.

Destinos de Agharta 2, NyxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora