19. El poder de la luz

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La luz del sol le daba en la cara

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La luz del sol le daba en la cara. Le había costado mucho dormirse por el frío y por lo incómodo del suelo. Además, todos los sucesos del día habían dado vueltas constantemente por su cabeza y solo había descansado las últimas horas de la madrugada. Pero ahí estaba el día, irritándole los ojos.

A su alrededor, todos ya estaban en movimiento. Los escuchaba levantar el campamento. Supo que las pisadas más livianas correspondían a Celery, la niña que se despertaba al alba.

Se giró, de cara al cielo despejado que se podía ver a través de las ramas del árbol que había sido su refugio. Bostezó, pero no amagó a moverse, hasta que Eivor se acercó a ella.

—¿Cómo estás? —le preguntó.

Alex trató de sonreírle, pero le salió algo parecido a una mueca.

—Ha estado bien —contestó—. Gracias por preguntar.

—No tienes cara de que las mañanas sean tu fuerte —rió él, sin malicia—. Son realmente el sol y la luna, eh —añadió, refiriéndose a Celery. Ella estaba correteando alrededor de los caballos, desde donde estaba, Alex podía verla de refilón—. ¿Tienes hambre?

—No te voy a mentir: sí.

Se sentó, entonces, y observó como Ikei atizaba las últimas llamas de la fogata. Anneke estaba atendiendo a su caballo mientras Celery daba vueltas alrededor de la carreta, con florecita silvestres que había encontrado por ahí.

El campamento estaba ya casi recogido. Casi no había nada en lo que Alex pudiera ayudar, así que cuando se acercó, todavía envuelta en su manta, al fuego para recibir un poco de queso de Ikei, solo le quedó comer.

—Estuviste bastante inquieta anoche —le dijo él, mirándola con atención—. ¿Dormiste algo?

—Muy poco —confesó Alex, pero no era algo nuevo para ella. Muchísimas noches de su vida se había quedado despierta escribiendo. Luego tenía pocas horas de descanso. Admitía que esta vez era distinto, porque venía de un viaje larguísimo y de muchísimas emociones fuertes, pero podía soportarlo—. Gracias por dejarme comida.

—Cómo no —respondió Ikei, que esperó a que ella terminara y se calentara un poco más para apagar el fuego.

Alex tomó eso como el último segundo que tenía para recomponerse y se quitó la manta de encima. La dobló y la llevó al bolso que colgaba del lomo del caballo del brujo. Ahí captó la mano en el aire de Celery, que la saludaba con entusiasmo desde la carreta, en su lugar habitual.

Se lo devolvió sin darse cuenta, hasta que la risita de Celery le dio un arranque de timidez y la bajó rápidamente.

—¿Prefieres ir en la carreta o quieres cabalgar conmigo? —preguntó Ikei, alcanzándola—. Será un viaje corto hasta el pueblo. Vamos por provisiones.

—¿No nos queda más comida? —dijo ella, abriendo de nuevo las bolsas del caballo. Husmeó dentro y halló uno de los quesos envueltos. También había dos manzanas.

Destinos de Agharta 2, NyxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora