8. Sangre en los sueños

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Una cosa era segura: beber vino solo funcionaba para apartar las penas durante las primeras dos horas

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Una cosa era segura: beber vino solo funcionaba para apartar las penas durante las primeras dos horas. Luego, era muchísimo peor y Alexandria lo comprobó cuando no solo el malestar, las ganas de vomitar y el dolor de cabeza la atacaron. Una vez logró quedarse dormida, las pesadillas fueron más terribles y gráficas.

El efecto del alcohol en su cuerpo no le permitió ni siquiera gritar. Todo transcurrió en silencio mientras por dentro sufría y lloraba, como si estuviese atrapada en su propio cuerpo. Recién para la madrugada, envuelta en sudor y con los ojos como platos, fue capaz de abrir la boca.

—¿Ikei? —susurró.

Había una vela encendida en la habitación y, en la otra cama, Ikei parecía ser un bulto marrón, bajo las mantas de lana cardada.

Se removió en su lecho, mareada y agotada. Su cabeza iba a estallar y la realidad le parecía igual de terrible que sus pesadillas.

—¿Ikei...? —volvió a llamar. Necesitaba hablar con él, necesitaba saber qué hora era, qué había pasado con ella desde que había bebido el vino y, sobre todo, necesitaba agua de verdad.

—¿Sí? —susurró él, despertándose. Se giró en la cama, con los ojos chiquitos por el sueño y el cabello rojo revuelto—. ¿Has despertado mejor?

No sabía qué responderle a eso. Logró sentarse en la cama y no pasó mucho más hasta que descubrió una jarra con agua en la única mesita del cuarto. Se arrojó sobre ella, ansiosa, pero volcó parte del contenido cuando el mareo le impidió sujetarla. Ikei atrapó sus manos y le sostuvo la jarra mientras ella tomaba del pico.

—¿Cómo se te ocurrió tomar vino puro? —suspiró él—. Nunca habías bebido antes, ¿a qué no?

Alejando el agua de sus labios resecos, Alex negó.

—Los esclavos no tomamos vino, solo los señores.

—¿Y entonces cómo diosas se te ocurrió? —preguntó Ikei, frunciendo el ceño—. ¿Estás loca acaso? No estás actuando normal. Bueno, si es que alguna vez fuiste normal —agregó en voz baja. Alexandria clavó sus ojos claros en él y, en seguida, Ikei negó con la cabeza—. Perdón —se disculpó—, pero tienes que admitir que algo no está marchando bien.

—Tengo pesadillas —soltó ella.

—Lo sé.

—No son pesadillas normales —gimió Alex, tapándose la boca húmeda—. No puedo pensar con claridad.

—Probablemente sea toda esa culpa que tienes dentro, está consumiéndote.

Podía ser, pero no estaba segura de que su mente fuera la que creara esas imágenes del futuro con tanto detalle. Eran premoniciones, sí. Alguien estaba avisándole que ella sería la cosa más cruel y malvada de ese mundo.

Se llevó las manos a la frente y tembló.

—Yo no soy mala —dijo, e Ikei se apresuró a pasarse a su cama. Se sentó junto a ella y le frotó la espalda.

Destinos de Agharta 2, NyxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora