Destinos de Agharta 2, Nyx

By AnnRodd

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Alexandria es una esclava con una aficción que le complicará la vida. Ya de por sí debe enfrentarse día a día... More

Notas de autor
1. Oscuridad
2. Bruja
3. Historias de esclavos
4. Helada
5. Tres trozos de queso
6. A salvo
7. Vino rojo
8. Sangre en los sueños
9. Cuando la muerte canta
10. Calor
11. Voces
12. Préstamos
13. Sensibilidades
14. Luz
15. Eleni
16. Un sol en la oscuridad
17. Hogar
18. Perdón
20. Rezos
21. El festival
22. Los cuentos del pasado

19. El poder de la luz

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By AnnRodd

La luz del sol le daba en la cara. Le había costado mucho dormirse por el frío y por lo incómodo del suelo. Además, todos los sucesos del día habían dado vueltas constantemente por su cabeza y solo había descansado las últimas horas de la madrugada. Pero ahí estaba el día, irritándole los ojos.

A su alrededor, todos ya estaban en movimiento. Los escuchaba levantar el campamento. Supo que las pisadas más livianas correspondían a Celery, la niña que se despertaba al alba.

Se giró, de cara al cielo despejado que se podía ver a través de las ramas del árbol que había sido su refugio. Bostezó, pero no amagó a moverse, hasta que Eivor se acercó a ella.

—¿Cómo estás? —le preguntó.

Alex trató de sonreírle, pero le salió algo parecido a una mueca.

—Ha estado bien —contestó—. Gracias por preguntar.

—No tienes cara de que las mañanas sean tu fuerte —rió él, sin malicia—. Son realmente el sol y la luna, eh —añadió, refiriéndose a Celery. Ella estaba correteando alrededor de los caballos, desde donde estaba, Alex podía verla de refilón—. ¿Tienes hambre?

—No te voy a mentir: sí.

Se sentó, entonces, y observó como Ikei atizaba las últimas llamas de la fogata. Anneke estaba atendiendo a su caballo mientras Celery daba vueltas alrededor de la carreta, con florecita silvestres que había encontrado por ahí.

El campamento estaba ya casi recogido. Casi no había nada en lo que Alex pudiera ayudar, así que cuando se acercó, todavía envuelta en su manta, al fuego para recibir un poco de queso de Ikei, solo le quedó comer.

—Estuviste bastante inquieta anoche —le dijo él, mirándola con atención—. ¿Dormiste algo?

—Muy poco —confesó Alex, pero no era algo nuevo para ella. Muchísimas noches de su vida se había quedado despierta escribiendo. Luego tenía pocas horas de descanso. Admitía que esta vez era distinto, porque venía de un viaje larguísimo y de muchísimas emociones fuertes, pero podía soportarlo—. Gracias por dejarme comida.

—Cómo no —respondió Ikei, que esperó a que ella terminara y se calentara un poco más para apagar el fuego.

Alex tomó eso como el último segundo que tenía para recomponerse y se quitó la manta de encima. La dobló y la llevó al bolso que colgaba del lomo del caballo del brujo. Ahí captó la mano en el aire de Celery, que la saludaba con entusiasmo desde la carreta, en su lugar habitual.

Se lo devolvió sin darse cuenta, hasta que la risita de Celery le dio un arranque de timidez y la bajó rápidamente.

—¿Prefieres ir en la carreta o quieres cabalgar conmigo? —preguntó Ikei, alcanzándola—. Será un viaje corto hasta el pueblo. Vamos por provisiones.

—¿No nos queda más comida? —dijo ella, abriendo de nuevo las bolsas del caballo. Husmeó dentro y halló uno de los quesos envueltos. También había dos manzanas.

—Eivor nos planteó un cambio de ruta, y necesitaremos toda la comida que podamos.

Alex frunció el ceño.

—¿A dónde iremos?

Ikei sacó un mapa bastante raído. Hasta ahora, ella sabía que iban de camino a las Órdenes y que estas estaban en el país vecino. Pero, ¿era ese el plan de Celery? Tal vez ella también debía ir allí y presentarse ante los brujos.

Fue en ese momento que ella se acordó que ahora no estaba obligada a unirse a ningún grupo de personas. Estaba liberada de ese compromiso, quizás. La idea la entusiasmó.

—Mi plan era llegar a la costa para cruzar a Norontus —explicó él—. Pero Eivor me dice que las rutas a la costa no son buenas. Ellos las evitaron gracias a la sabiduría de Eleni. Dice que debemos ir por aquí.

Extendió el mapa sobre el lomo del caballo y le mostró con los dedos una ruta en particular que parecía casi borrada.

Alex alzó las cejas.

—¿Ellos también para allá?

Ahí, Ikei dudó. Parecía que no había charlado eso con nadie.

—Pues no lo sé. Solo me indicó que este camino es más plano, más fácil de transitar, más seguro para los caballos y la carreta. Pero... pareciera que vienen con nosotros —contestó—. A decir verdad, dudo que Eleni vaya a dejarte en algún sitio. Y nosotros vamos a las Órdenes.

Había esperanza en la expresión de Ikei. A él le entusiasmaba la idea de llevar a dos diosas a su hogar casi tanto como a Alexandria la entusiasmaba no tener que formar parte de eso. Era una esperanza cargada un pelín de gloria y eso le hizo recordar todo lo que le contó de su hermano y sus amigos.

Ikei quedaría muy bien parado por haber encontrado a Nyx, por haber guiado también a Eleni. Y a pesar de que eso debería alegrarla, no lo hizo. No quería que Ikei la viera como una diosa, quería que la viera como ella era, que le hablara de la forma en la que le habló el día anterior, cuando le contó cosas de su vida y ella le comentó de su esclavitud. Quería que fuese cariñoso como lo fue antes de desearle que descansara.

Se dio cuenta, entonces, de que no deseaba ir a las Órdenes tampoco en estas circunstancias. Porque cuando llegara ahí, Ikei pasaría a tratarla de distinto. Hablaría con todos de ella como si solo fuese Nyx. Sería Nyx para él y para todo el mundo, y ni siquiera estaba preparada para ser Nyx consigo misma.

—Prefiero miles de veces un trayecto más cómodo —se metió Anneke, de la nada, empujando suavemente sus codos para colocarse en medio. Alex no la había escuchado llegar—. ¡No más caminos rocosos en donde no podamos encontrar refugio!

—Claro —replicó Ikei, un poco extrañado por su actitud, pero no dijo nada más. Alex en cambio, se giró hacia ella.

—¿Estás bien? ¿Por qué nos empujas?

Anneke alzó las cejas, pero enseguida estrechó los ojos cafés.

—Me están dejando sola —confesó—. Obviamente, no puedo competir con la dulzura de una diosa en miniatura —agregó, señalando disimuladamente con el dedo a Eivor y Celery.

Los dos estaban esperando en la carreta, ajenos a toda esa conversación, aunque probablemente ella supiera sin necesidad de escucharlos. Él le ayuda a acomodarse las túnicas para no arrastrarlas por el piso. Los tres se quedaron mudos con la escena, entre conmovidos por el tierno gesto del hermano mayor y obnubilados por la sonrisa perfecta de la niña. No había nada que llevara a pensar que Eivor la servía como una diosa, nada.

—Se ven muy cariñosos —musitó Alexandria y Anneke suspiró.

—¿Lo ves? ¿Cómo puedo llamar su atención si Eleni en persona es su hermanita menor?

Alex volvió a mirarla, sin saber cómo responder a esa conversación. Más bien, lo que no se le pasó, es que Anneke no la estaba tratando nada distinto. No había reverencias, ni palabras cargadas de segundas intenciones. Ella, al contrario de Ikei, ni siquiera parecía exaltada por las deidades.

—Bueno, es que es... su hermana.

Anneke se encogió de hombros.

—Ninguna mujer puede competir con una hermana. Ese es el problema.

Ikei parpadeó.

—¿Por qué?

En seguida, Anneke arqueó las cejas en su dirección y Alexandria puso los ojos en blanco. Sí, Ikei podía ser súper lindo y amable. También sabía usar muy bien las palabras, pero en algunas cosas parecía perderse absolutamente de todo.

—¡Si él solo tiene ojos para su pequeña y linda hermana, a la cuál adora y protege por encima de todo no tendrá tiempo para prestarme atención a mí! —le espetó Anneke, entre susurros—. Será imposible que podamos llegar a otra cosa si él está más preocupado por Eleni misma.

Ikei frunció el ceño, no muy seguro.

—Es que una cosa no tiene que ver con la otra... —empezó, pero Anneke puso los brazos en jarra y se giró completamente hacia él.

—A ver, pongámoslo así. Imagina que te gusta Alex —soltó y tanto Ikei como Alexandria dieron un respingo. Las mejillas del muchacho se pusieron del color del fuego. En seguida, pareció un rubí y llegó a balbucear algo parecido a un "¿Qué?". Alex también se sintió azorada con la idea—, y ella tiene una hermanita menor que es la luz de sus ojos. Está decidida a protegerla y a cuidarla de todo y considera que no debe distraerse con cosas banales como muchachos.

Alexandria frunció el ceño y abrió y cerró la boca varias veces. ¿Banales? ¿Los muchachos? En su mundo, en el anterior, los muchachos no habían sido cosas banales, habían sido sueños de una vida mejor, de esperanzas, aunque fueran tontas. La razón por la que se dejó seducir por Petro, porque pensó que podría ser feliz con él, era porque él le prometió casamiento, le prometió ayudarla a pagar a Maeve cuando estuviesen juntos. La razón por la que creyó en los fugaces sentimientos por Thielo fue porque pensó que si él era amable con ella, tendría mejor trato en la finca. Nada de eso era banal cuando no tenías ni siquiera esperanzas, pero dudaba que tuviese que ver con lo que Anneke quería explicar.

—Pero... —balbuceó Ikei, pero la muchacha pelirroja levantó la mano para callarlo.

—Entonces, por más que lo intentes, Alex te ignorará para abocarse al cuidado de su hermanita.

Allí, él cerró definitivamente la boca.

—No sé si es un buen ejemplo —dijo Alex, ladeando la cabeza, incómoda. La verdad es que ella tenía una hermana ahora, pero no se había planteado tener una relación con ella como la que tenía Eivor. ¿Se suponía que debía hacerlo? Sus ojos volaron a la carreta, donde ellos hablaban en voz baja—. Además, apenas conocemos a Eivor. Quizás no es así como tu dices.

—Lo entiendo ahora —contestó Ikei, por su parte. Ahora mantenía la vista fija en un enorme pino más allá.

—Claro que sí —Anneke le dio unas palmaditas en el brazo y se volvió hacia Alex, dispuesta a tomarse del suyo, como si fueran grandes amigas—. Si el algún momento pretendes hablar con ella, de diosa a diosa, ¿podrías avisarme? Así aprovecho el momento.

Aunque era la primera vez que Anne se refería a ella como una diosa, seguía sin darle el peso que le había dado Ikei en un principio. Para ella, era la excusa perfecta para alejar a Celery, nada más.

—¿Quieres que te despeje el camino? —musitó ella, mientras Ikei se giraba para acomodar las monturas. Parecía haber decidido que no quería participar más en ese intercambio. Anneke la alejó un poco de él y las dos le dieron la espalda a todos.

—Es el único momento en donde está lejos de ella. Bah, y cuando duerme. Anoche hablé un montón con él. ¡Estoy segura de que él es el hombre de mi vida! —chilló, dando saltitos en el lugar, sacudiendo a Alex, porque no la había soltado—. ¿Alguna vez has sentido que el mundo tiene una nueva luz? ¡Porque yo lo sentí con él!

Sí, había creído sentir eso. Pero ahora, que lo veía a la distancia, le parecía que nunca había conocido el amor de verdad. Sus ojos se desviaron ligeramente hacia la espalda ancha de Ikei, que seguía acomodando cosas.

—No sé.

—Me refiero al momento en que lo ves a los ojos y todo tu universo se pone patas para arriba. Es como una explosión en tu corazón y sabes, a ciencia cierta, que él es el hombre de tu vida —siguió Anneke, endulzando el tono.

—¿Mi hermano? —terció Celery, parada entre ambas. Anneke se soltó del brazo de Alex, no sin pegar un chillido. Luego, se giró rápidamente a ver si Eivor había escuchado algo. Sin embargo, él seguía esperando en la carreta.

—Claro que no —balbuceó, cohibida.

—¿Están listos? —los llamó entonces Eivor.

Las tres movieron las cabezas de forma afirmativa y Celery solo se tomó un segundo para abrazar por la cintura a Alex antes de correr hacia la carrera y acomodarse en ella. Así que no les quedó más que subirse a sus caballos y emprender un camino hacia dentro del pueblo en busca de los alimentos que los acompañaría el resto del viaje.

El camino era casi puro campo, plano y tranquilo. Al principio, a Alexandria le agradó la vista. Pero, por desgracia, con un sitio tan abierto el frío se sentía muy fuerte y el próximo pueblo estaba muy lejos.

Estaban a tres días de distancia, así que tendrían que avanzar casi sin detenerse para llegar a los ríos que estaban marcados en el mapa y poder acampar. Si no, se quedarían sin agua bastante antes de arribar a cualquier asentamiento.

Cerca del anochecer del primer día, Anneke intentó, en vano, atrapar la atención de Eivor cabalgando junto a él. Fue imposible y tanto Ikei como Alex observaron en silencio como Celery acaparaba toda la atención de su hermano al señalar las estrellas que comenzaban a aparecer en el cielo naranja y violeta.

—¿No son bonitas?

—Si una cae, puedes pedir un deseo —rió Eivor, olvidándose de la chica pelirroja, y Anneke suspiró, derrotada.

No se detuvieron aun cuando el sol se ocultó. Celery elevó sus manos en el aire y convocó su pequeña bola de luz, permitiéndoles ver la ruta y trasladarse un poco más cerca los unos de los otros. Así, Ikei llevó el caballo del otro lado de la carreta.

—¿Dormiremos en algún momento? —preguntó Alex, cansada. El sol de Eleni iluminaba, pero no daba calor. Ella estaba muerta de frío. La tibieza del pecho de Ikei en su espalda no alcanzaba para mantenerlos a gusto a ambos y la manta sobre las piernas no funcionaba ya para conservar la temperatura.

—Supongo que en un poco más —contestó él, con la boca cerca de su oreja. Alex se echó para adelante, sorprendida por el aliento contra su cuello—. Lo siento.

—No es nada, es que me asusté —le explicó, girando levemente la cabeza hacia él. Ikei le devolvió una mirada contrariada. Durante un segundo, los dos se observaron sin decir nada, con varias palabras en la punta de la lengua.

—¡Oh, Alex! ¿Puedes ver esa? —soltó de pronto Celery. Estaba parada en la carreta, señalando el cielo. Alexandria siguió su dirección. Primero, pensó que no sería capaz de ver las estrellas con el fulgor del sol mágico tan cerca, pero fue capaz de apartar el brillo de su mirada y de ver la noche como si nada—. ¿No es preciosa? En realidad, es un planeta, ¿ves la aureola que brilla a su alrededor?

Alex estrechó la mirada y fue capaz de verla sin problemas. Era de color rosa brillante y sonrió maravillada con el espectáculo. Momentos después, millones de estrellas más se hicieron presentes en su campo visual, algunas otras acompañadas con magnificas aureolas.

—¿Qué es un planeta? —preguntó Anneke.

—Esa tiene justamente el color de la cara de Ikei cuando le hablan de enamorarse —replicó Celery ignorando por completo a Anneke—. O cuando se cae y siente vergüenza por ello.

La reacción fue instantánea. Ikei se puso tenso detrás de ella, nervioso y, claramente, avergonzado. Alex bajó la mirada hasta la niña.

—Oye, déjalo en paz —la retó, pero tuvo que contener una risa. Tenía razón con lo del color rosa, pero para ella iba más al rojo fuego, igual que su cabello.

—No seas maleducada —dijo Eivor por igual. Celery le sonrió a su hermano y luego le guiñó un ojo a su hermana.

—No estoy siendo maleducada, es lo que vi en la tarde. ¿No hablaban de eso? De que pasaría si a Ikei le gustara alguien —preguntó, perspicaz. Alex dejó caer la mandíbula. A la niña no se le perdía nada. Era una maldita metiche. Bueno, bendita, en realidad.

—Anneke estaba poniendo un ejemplo —le contestó—. Nada más.

—Contigo —insistió la niña, poco dispuesta a rendirse.

—Conmigo —aceptó Alex con tranquilidad aparente, pero si volvía a recordar el ejemplo, se sentía un poco sofocada. De la nada, había olvidado el frío. El chico detrás de ella ahogó un extraño sonido en su garganta y ella prefirió terminar eso de una vez—. Estábamos hablando de otras personas, en realidad. No de Ikei, ni de mí. Anneke estaba hablando de alguien que conocía de su pueblo.

Celery arqueó las cejas hacia ella. Una sonrisita de suficiencia adornaba su rostro. Ella sabía que eso era mentira. Por supuesto, si lo sabía todo. Por las dudas, Alex se llevó un dedo a los labios. Lo único que faltaba era que la niña pusiera en evidencia a Anneke con Eivor.

—Y mi cara no se pone de ningún color —retrucó Ikei, todavía como una estatua.

—Se pone un poco roja —intervino Anneke, haciendo un gesto con los dedos—. "Un poco".

Eivor puso un alto al acoso dedicándole a Anne su sonrisa más exquisita.

—Los hombres también tenemos derecho a sonrojarnos.

Ella se derritió encima de su pony, lo que provocó risas inocentes en Celery y dos enormes suspiros aliviados por partes de Alex e Ikei.

Los dos se quedaron callados sobre el caballo lanudo y no participaron en la charla en la que por fin Anneke tenía parte. No volvieron a mirarse y Alexandria apretó los labios, otra vez incómoda. Había algo que se sentía extraño y no era justamente él, todavía nervioso y retraído por la insinuación que ambos querían ignorar.

—Nadie discute que los hombres puedan sonrojarse —dijo Celery, llamando la atención de todos otra vez—. Pero tampoco es bueno reprimirse. Guardarse cosas y no saber exponerlas puede ser malo si se acumulan. En general. Puede generar un trastorno de la ansiedad.

Y otra vez, los dejó a todos pensando de más.

—¿Qué es... un trastorno de la ansiedad? —preguntó Anneke, al ver que Eivor tenía menos idea que ella.

—Un shock post-traumático —replicó la niña, como si nada.

Alex desvió la mirada hacia el camino. Se estaba empezando a preguntar si estaba jugando con ellos o no. No tenía ni la menor idea de lo que hablaba. ¿O sí? Miró el cielo otra vez, hacia la estrella con la aureola del color de la cara de Ikei.

¿Un... planeta?

Se llevó una mano a la frente y retuvo la repentina idea que le acababa de llegar a la cabeza. Tenía la ligera sensación de saber lo que era un planeta. Y un trastorno de la ansiedad.

Su otra mano llegó a su mejilla. Emitió un gemido bajo, pues conocía también lo que era un shock post-traumático.

—Ay, diosas —musitó.

—¿Qué sucede? —preguntó Ikei. Celery giró automáticamente la cabeza hacia ella—. ¿Estás bien?

—No es nada. Es que estoy cansada —mintió, pero captó la brillante mirada de la diosa de la luz y supo que ella no se tragaba de nuevo, las mentiras. La expresión de Eleni era clara como el agua.

—Tal vez deberíamos parar —Eivor aminoró la marcha de la carreta—. ¿También estás cansada, Anneke?

Anneke negó, pero como Celery bostezó, no hubo mucho más que hablar. Los muchachos hablaron sobre el mejor lugar para acampar de los alrededores, pero Alex apretó la mano de Ikei cuando la alarma que hacía tiempo no percibía comenzó a resonar en su cabeza.

—¡Ikei! —chilló, justo antes de que Celery se pusiera de pie en la carroza, que al fin se había detenido, y elevara el sol unos cuantos metros más en el aire, aumentando el campo visual. En el siguiente segundo, alguien se lanzó sobre el pony de Anneke y la jaló al suelo—. ¡No!

Ella cayó de boca al piso y Eivor saltó de la carroza para apartar al hombre que se montaba sobre su espalda. Lo empujó y le asestó un puñetazo en la boca. Alex e Ikei no pudieron concentrarse solo en eso, pues varias personas más los increparon.

Allí, Eivor se volteó a tiempo para llamar a su hermanita, pero Celery no tenía ni el menor rastro de miedo en el rostro. Se puso tan seria como podía ponerse una criatura de diez años y los hombres que avanzaban hacia el caballo de Ikei se toparon una ráfaga de luz que los empujó al suelo.

—Oh, santas diosas —musitó Ikei, cuando uno comenzó a sangrar por la nariz.

Alex se tapó los oídos, con la alarma pitando en sus tímpanos. Eso no había terminado.

—¡Brujos! —gruñó un hombre alto y fornido, su presencia llamó la atención de Celery. No solo tenía una espada, si no una ballesta. Otro hombre lo flaqueó, con un arco apuntando directamente a la cabeza de Eivor, que se quedó inmóvil entre Anneke, que tenía el labio partido, y su atacante, inconsciente en el suelo—. Ninguno se mueva o le parto la cabeza.

Celery frunció el ceño.

—Lárguense —ordenó la niña.

—Cállate, mocosa. Un solo movimiento y este se muere —explicó, dando varios pasos hacia delante. Los ojos de Celery siguieron los movimientos del hombre que apuntaba a Eivor y no se movió. Alex supuso que estaba evaluando sus movimientos y en ese momento, atacar no era la mejor opción.

Los demás malhechores, los que se habían topado con la ráfaga de luz, ya inexistente, se levantaron del suelo y sacaron sus navajas. El caballo de Ikei dio zapatazos en el suelo, nervioso, y Alexandria tembló. El nudo en su estómago regresó y supo lo que iba a pasar a continuación. La voz aparecería en su hombro, le diría cosas horribles, la alentaría a hacer daño...

Iba a matar gente.

—¡Ustedes, levántense y tomen a las mujeres! —ordenó el tipo de la ballesta y Alex se encogió.

—Ikei —murmuró, apretando su mano con toda la fuerza que tenía. Ikei también la apretó y movió su mano libre para convertir el suelo bajo los hombres en lodo, dándole poco tiempo a Eleni para moverse y tumbar al hombre con el arco con otro sol mágico.

—Tranquila —dijo ella, sin mirar a Alex—. Respira profundo.

Alexandria lo intentó, pero ondas oscuras se habían formado alrededor del caballo. Ikei la abrazó, mientras los hombres que ahora buscaban avanzar hacia ellos, hundían los pies en el pantano recién formado.

—¿Qué es...? —gritó uno de ellos. El barro les llegó a las rodillas y, alertado por sus compañeros, el líder apunto con la ballesta a Eivor y disparo.

—¡No! —gritó Anneke, pero la flecha se detuvo en el aire, envuelta en luz dorada. Luego, cayó al suelo.

—No creo que quieras intentar eso otra vez —le dijo Celery, con calma. El ladrón no le hizo caso.

—¿Qué mejor que una niña bruja muerta antes de que pueda dejar crías? —le espetó, sacando la espada. Dio un paso hacia ella, hacia la carreta, y Celery suspiró.

—Qué equivocado estás.

El sol mágico que flotaba encima de ellos bajó tan rápido que casi nadie lo vio. Lo golpeó en la frente, tumbándolo. El hombre se desplomó en el suelo, como un saco de papas, totalmente inerte.

El silencio reinó en el camino durante unos segundos, hasta que los que estaban atrapados en el barro de Ikei, confundidos, se dieron cuenta de que no podían huir, puesto el suelo se había solidificado alrededor de sus piernas.

Con cuidado, mientras Alexandria exhalaba lentamente el aire por entre los dientes. Las ondas oscuras aún rodeaban al caballo, pero la voz maldita que ella esperaba que apareciera nunca llegó. Antes de que pudiera entender qué había sucedido, todo estaba bajo control e Ikei rodeaba a los malhechores, que luchaban con el suelo, para alejarse de ellos.

—Supongo que cuando llegue la lluvia podrán salir —les dijo Ikei, ante sus gritos y exigencias.

En seguida, se arrimaron a la carreta, donde Celery refunfuñaba sobre los adultos no escuchando a los niños. En el suelo, Eivor intentaba sostener a Anneke.

—Maldita sea —dijo él, sujetando a la chica, completamente pasmada, que se llevara una mano a la cara llena de sangre—. ¿Estás bien?

Las lágrimas se acumularon en los ojos de Anne. Recién parecía consciente del dolor y eso se traslucía en la expresión de su rostro.

—Oh, no —dijo Ikei, bajándose del caballo—. Tengo todo para curarte, no te preocupes, Anne.

Sin embargo, antes de que él pudiera siquiera sacar algo de sus bolsos, Celery saltó de la carreta con una gran agilidad. Llegó hasta Anneke y mientras su hermano sentaba a la muchacha en el suelo, ella le sonrió con calma y confianza.

—Aquí tengo un pañuelo —dijo Eivor, que Celery le pidió con un gesto de las manos que lo apoyara en el mentón de la chica, para evitar que se manchara más la ropa de sangre.

—Tranquila, Anne —le dijo la niña—. Yo puedo arreglarlo. Estarás como nueva —prometió, poniendo ambas manos sobre su piel y dejando que la magia de su blanca luz hiciera el trabajo.

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