"Entre la Miel y la Hiel" - (...

By DanielaGesqui

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Aitana es una joven arquitecta con ambiciones y proyectos. Una mujer independiente que tiene en claro lo que... More

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EPILOGO

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By DanielaGesqui

—¿Están locos?— la chillona voz de Juliana nos estaba previniendo de la futura catástrofe. Por fortuna ella fue quien nos interrumpió y no otra persona.

A pasos agigantados, o al menos pasos que sus cortas piernas dieron hacia mi dirección, se acercó a nosotros y recitó a modo de sermón dominical.

—Amiga, sé que estás perdidamente enamorada de este sujeto y que su boda es un funeral para tu espíritu...pero tú—señalando furiosa a Santiago que miraba hacia un costado— , ¿te acabas de casar y aún sigues rondándola a mi amiga? ¡Pero qué rayos te pasa! —sus gestos eran exagerados, nunca la había visto tan enojada, y con tanta razón. Agitaba sus brazos, hacía señas de locura...un gran espectáculo.

—¡Basta Juliana! Sé que esto es un error, pero no volverá a pasar —cualquier cosa que fuese capaz de decir, era un sinsentido.

—Juliana, no necesito que me regañes como a un niño— frunciendo la boca, discutía con mi amiga.

—¡Pues no te comportes como tal entonces! ¡Madura joder! Y aprende que no has tenidos los cojones suficiente para dar todo por ella; has sido un cobarde, asúmelo y déjala vivir su vida en paz.

Las sabias palabras de Juli no hicieron más que apabullarme y provocar mi llanto descontrolado. Santiago la miro fijo, con odio, indignado, porque en el fondo de sus ser sabia que no estaba equivocada.

—Tuviste la oportunidad de demostrarle lo mucho que decías amarla, sin embargo aquí estás, vestido como un muñeco de pastel y escogiendo ser eternamente infeliz que arriesgarte...¡ella se merece algo mejor que tú!¡Vamos Aitana! —dijo posando su mano en mi hombro— , volvamos al salón. Tu hermana desea arrojar el ramo y debo evitar que lo coja otra persona que no sea yo.

Sonreí por su ocurrencia. Mientras me alejaba, volteé la cabeza contra mi voluntad, pensando en que me convertiría en estatua de sal; vi la sombra de Santiago, de perfil observando el mar, con la mirada vagando hacia él, con el turquesa de sus ojos fundiéndose en las aguas profundas.

____

Si algo faltaba era que yo cogiese el ramo de la novia: por fortuna, me aleje de la escena, a pesar del fastidio de Juliana, que empujones mediante a todas las muchachas presentes, se quedó con las manos vacías.

— Ya tienes a Jordi y tu boda es en pocos meses, ¿qué más pretendes? —le dije una vez regresada a la mesa, tras la batalla por el ramo.

— Tan sólo quería asegurarme que no me plantará en el altar—por esas pequeñas cosas Juliana era mi amiga, porque era incondicional, me había defendido con uñas y dientes de Santiago, y porque era tan graciosa que siempre me quitaba una sonrisa. Por esos días la estaba necesitando.

—Las mujeres y sus inseguridades —Jordi dejaba sus gafas sobre la mesa y meneaba la cabeza, también festejando las palabras de su prometida— . Ven, vamos a la pista a ver si te convences de cuánto te quiero.

Jordi la tomó de la mano en un gesto cordial y caballeroso que despertaría hasta los más hondos suspiros de las desamoradas para llevar a su prometida al centro del salón, mientras mi amiga repiqueteaba como una niña contenta. Adoraba esa parejita, nunca peleaban, siempre ante una subida de tono de Juliana, Jordi bajaba sus pies a la tierra y volvían a ser dos adolescentes enamorados; ni siquiera los dos años de convivencia habían resentido la relación.

La mayoría de los presentes bailaba al ritmo de la melodía de Shania Twain mientras yo me revolcaba en un océano de autocompadecimiento.

—Tú también eres el único para mí...— murmurando por lo bajo, lancé al aire al recordar todos aquellos momentos vividos. Sentada, mis brazos recostados sobre el respaldo de la silla, suspiré. Esta era la agonía más larga y dolorosa del mundo. Bebí un poco de vino, deseando anestesiar mi mente.

A lo lejos Santiago tomaba a mi hermana por la cintura, la cabeza de ella apoyada en su torso almidonado y mirando hacia el lugar opuesto al que me encontraba yo; contrariamente a Valentina, Santiago con su mejilla en la coronilla, me miraba con algo de frustración en su rostro; al instante sentí que mi alma terminaba de estallar, como un fino cristal que cae al piso y se rompe en mil pedazos.

Con el poco orgullo propio que quedaba vivo en mí, me puse de pie y caminé regresando al exterior, con la noche poniéndose en el horizonte y la brisa del mar golpeteando mi triste rostro; alborotando mi cabello. Abrazándome a mi cuerpo y a mi destino, solo pensé en cómo seguir, en qué camino tomar.

Patética, traicionada, dolida...de todo menos feliz.

—¿Tienes frío? — Fernando, uno de los compañeros de Santiago que también se sentaba en mi mesa, se quitaba la chaqueta de su impecable traje colocándomela sobre los hombros, en contra de mi negativa.

—Gracias — respondí ante semejante caballerosidad. Su prenda olía a perfume caro y varonil. Una mezcla de especias amaderadas con unas notas secas.

—Ha sido una boda grandiosa, se los veía muy felices— sin dudas el joven quería sacarme tema de conversación, pero no estaba de ánimo como para seguir su hilo.

—Sí, ya lo creo— siendo tajante y algo antipática, no resolvería las cosas, por lo que inspiré profundo y opté por cambiar mi semblante— . Son novios hace mucho tiempo —compensé la frase anterior.

—Desde que conozco a Santiago que están juntos.

—Si, eran compañeros de estudio cuando nos mudamos a Barcelona — rechazando un cigarro de su parte, volví a enfocarme hacia el mar deseando la soledad absoluta.

— ¿A qué te dedicas?— Fernando era un muchacho apuesto e intentaba ser agradable, seguramente porque me habría visto sumamente callada durante la ceremonia. ¡Joder!...¿que mi cabeza no podría emitir un cartel luminoso que dijera "No molestar"?

—Soy arquitecta. Me gradué hace menos de dos meses.

—¡Oh felicitaciones! Siempre es bueno tener un arquitecto conocido— guiñó su ojo y mis labios se curvaron suavemente— . Me alegra que una chica tan bonita como tú pueda sonreír—pitando otra vez y exhalando el humo hacia el lado contrario a mi ubicación, intentaba amenizar la conversación. Decidí que no valdría la pena seguir siendo hostil con él. El mundo no se merecía mi malhumor.

—Y supongo que un médico también —dije en respuesta a su broma, levantando mis hombros, de donde colgaba su chaqueta almidonada.

—Yo soy el primer profesional de mi familia, no te puedes imaginar los felices que estaban mis hermanas cuando me gradué— acababa de decir hermanas y no padres... ¡qué extraño!...pero no quise ser demasiado curiosa.

—¿Tienes muchas hermanas?— sonsacando tema, respondí su amabilidad para conmigo.

—Cuatro.

— ¿Cuatro? ¿Y cómo has hecho para sobrevivir? ¡Yo tengo una y me cuesta salir ilesa!

Fernando rió con fuerza, eso lo hacía aun más guapo para ser justa. Lo observé con detenimiento bajo la luz de las luces que se encendían por doquier. Era alto, tal vez más que Santiago. Su cabello era muy oscuro, corto, levemente ondulado y el color de sus ojos rondaba en un verde oscuro con pintas marrones. Su quijada era fuerte, bien angulosa y al igual que Santiago, casualidades si les hay, poseía una simpática marca en su mentón. El modo en que se sonreía, de lado, como un galán recio, era algo que jugaba a su favor, imprimiéndole sensualidad a cada cosa que acotaba.

— ¡Yo me pregunto lo mismo! —la respuesta a mi pregunta logró sacarme del minucioso escrutinio al que lo estaba sometiendo sin cursarle invitación— . Pero cuando no sé nada de ellas, las echo de menos— su mirada se colmó de ternura— . Verás, tengo casi 30 años, y soy el menor. Ana tiene 45, Violeta 43, Catalina 40 y Clara 38. ¡Imagina lo consentido que he sido después de tantas niñas y tantos años!

Llevé las manos a mi boca alegremente, su confesión era despreocupada.

— ¡Waw...ya lo creo!¡Presentarles una novia debe ser un acto suicida! — lancé sin tener en cuenta que él no era Santiago y no conocía mi humor ácido.

Para mi sorpresa Fernando lanzó una carcajada aun más fuerte que la anterior que lo hizo inclinarse tomándose la barriga.

— Disculpa, pero debo reconocer que es lo más sincero que me han dicho en mi vida— limpió la comisura de sus ojos, visiblemente húmedas por una lágrima de diversión.

—¡No, por favor! Perdóname tú, eso ha sido impertinente de mi parte — coloqué instintivamente mi mano en su bíceps, en señal de disculpa, notando sus músculos rígidos bajo la tela de la camisa. Fernando siguió mi mano con su vista, la tomó con su mano opuesta y besó mis nudillos con paciencia.

—Aitana, me encanta el desparpajo que tienes, no dices lo que te conviene decir sólo por compromiso. Valoro mucho eso en una mujer.

Fijó sus ojos penetrantes en mí. Quedé paralizada de la nariz para abajo, nerviosa. Pocas veces habían elogiado mi manera de ser espontánea y mucho menos mi verborragia. Santiago habría sido el primero, y ahora su compañero.

Retiré mi mano de su contacto suavemente, era una situación que no dejaba de perturbarme.

—No he querido incomodarte, no es mi estilo — dijo en un susurro. Su voz áspera por el cigarro y el alcohol era dominante aun en las disculpas.

—Me has cogido por sorpresa, es todo.

Tras ese extraño contacto, el silencio se profundizó, ambos mirando al mar y recibiendo el aire fresco de la costa.

—Valoro mucho la palabra de mis hermanas— retomó la vieja conversación, y regresé mi vista hacia él que aun permanecía observado el oscuro horizonte— , son críticas y aunque a menudo exageran las cosas, siempre desean lo mejor para mí. Hemos perdido a nuestros padres, hace casi 20 años, y ellas han sido mi sostén. Trabajaron incansablemente para brindarme una formación académica de la que todos nos enorgullecemos. Sin ellas yo no habría llegado a nada.

Un enorme placer se arremolinó en mi pecho, sus palabras hablaban de sacrificio y humildad, valores tan desestimados hoy en día. Fernando parecía un hombre íntegro, simple.

— Me contenta conocer a alguien que ha perseverado a pesar de las adversidades. Es muy noble de tu parte, y realmente tus hermanas merecen mi total admiración — lo dije emocionada, reconociendo algo de Gonzalo en él.

—Gracias. Es un bonito gesto de tu parte—sus palabras quedaron suspendidas en el aire, hasta que de golpe, buscó en su bolsillo una tarjeta pequeña— . Toma...este es mi número. Me agradaría poder tomar un café contigo algún día.

Cogí la tarjeta agradeciendo en silencio. Leí en voz alta:

"Doctor Fernando Diaz de Sepulveda - Hospital de la Sant Pau"

Y a continuación, su número.

—Mis horarios son algo extraños, tengo guardias largas y pocos días de descanso, pero si alguna tarde me llamas podemos combinar con anticipación. Sí te parece, desde luego.

Dudé...sin saber si debía aceptar de inmediato o silencia, ganando algo de tiempo, quizás para cuando tuviese la mente más despejada.

—Oh si, veré como viene mi semana y me comunicaré—esquivé su oferta gentilmente, de momento, era lo mejor.

— ¡Me encantaría!—Fernando no quitaría sus ojos profundos y levemente rasgados de mí desde el momento en que me entregaría la tarjeta.

—Bueno...veo que has conocido a mi cuñada—la voz y presencia de Santiago, irrumpió en nuestra conversación violentamente. Colocándose al lado de su amigo, mantuvo una mano en el bolsillo del pantalón y la otra, en el hombro de Fernando.

—Si —Fernando respondió reservado, eso me agrado.

—Veo que han hecho buenas migas — apuntó sarcásticamente, señalando con la vista la tarjeta que tenía yo entre manos. Habría de haber visto la secuencia previa.

—También — respondí yo, con la misma frialdad que Fernando. Después de todo no debíamos rendirle cuentas a nadie.

—Me alegro entonces de que la estén pasando tan bien...los dejo seguir conversando pues — con desdén y mucha rabia en sus gestos, se alejó del sitio.

Representaba una deliberada escena de celos, provocándome una sensación de victoria temporal y tonta, ganándome el ticket directo para arder en las llamas del mismísimo infierno.

___

— ¡One, de U2! — levanté ambos brazos agitándolos por el punto obtenido.

—Sí...otra vez, punto para tí.

Santiago y yo la pasábamos de maravillas, o al menos eso parecía. Ambos sentados sobre la alfombra color salmón de la sala de estar, jugábamos a adivinar la canción que el otro colocaba en el equipo de audio. Juego inocente, un tanto infantil, pero divertido de todos modos.

Planteándonos el desafío de adivinar quién conocía más de rock internacional (él se jactaba de ser un gran conocedor del pop-rock en lengua inglesa, por sus más de 5 años de asilo en Londres), tarareábamos estrofas. Con una botella de vino y un par de copas a medio servir como compañía, nos reíamos a lo grande. Era muy fácil congeniar con Santiago, era un joven que no demostraba enojos a menudo ( a excepción del incidente del Club) que siempre se mostraba buenhumorado y con las bromas a flor de piel.

Sin proponernos ningún premio sino la idea de pasarla bien y reírnos de nosotros mismos, nos era suficiente. Al menos hasta ese momento.

Santiago anotaba en un papel los puntos que sumábamos cada uno; dos por canción y uno por reconocer al intérprete.

—Ahora es tu turno...pero no mires— dije recelosamente guardando el CD entre mis manos hasta ponerlo en la lectora. Giré la perilla del volumen y el tema musical empezó a resonar.

—Oh que me la has hecho fácil, es Metálica y tocan "Nothings else matter"

— Es cierto, es cierto, reconozco mi error— con las manos arriba admitiría la torpeza de poner un clásico de los 90, archiconocido.

—Vamos—sorbió la ultima gota de su copa, dejándola sobre el piso— , es mi turno de hacer la diferencia — descruzando sus piernas, se puso de pie y repaso la pila de CD esparcidos en la mesa contigua al equipo—  . A ver a ver—se repetía tras pasar las cajas de acrílico— ,  ¡uff, con esta me consagro! — modestamente, volteó su cabeza y guiñó su ojo.

— ¡Maldito pedante! — murmuré

— Te he escuchadooooo —decía de espaldas a mí con su oído biónico.

Subió el volumen. Pensé por un momento. Esa canción la habría escuchando cientos de veces, pero aun así, no recordaba la banda que la había compuesto.

— ¿Hard to say I'm sorry? —comencé diciendo— ...pero déjame ver quién demonios la canta— fruncí mi ceño, refregándome la barbilla, vacilante.

Santiago se regodeaba por mi incertidumbre. Bailoteaba absurdamente haciendo al mismo tiempo gestos bobalicones; me sacaba la lengua, todo exacerbado por el alcohol, claramente.

—¿The eagles?— contesté dubitativa.

—¡Error! ¡Chicago, es la respuesta correcta!

Resoplé sabiendo que era un error de novata. Una intelectual de la música internacional debía saberlo.

Dispuesta a saborear la revancha me dirigí rumbo al equipo, Santiago permanecía de pie, con los brazos cruzados sobre su pecho. Ya sin el polo azul que le quedaba tan bien, lucía una impecable, y no menos atractiva, camisa blanca.

—No seas tramposo y ve a sentarte —agarré con ambas manos su brazo y le di un pequeño empujón para que se acomodase sobre la alfombra.

—Aquí va esta...— puse play y el CD rodó dando inicio a una de las baladas más desgarradoras y significativas para mí.

Meneé la cabeza al ritmo de la canción de un lado al otro con los ojos cerrados, canturreando la letra, me compenetré en ella. La hice carne.

Silencio absoluto.

En cuanto abrí mis ojos para ver por qué Santiago no respondía, para entonces ya estaba frente a mí, a cara a cara, observándome tan fijo que quemaba.

—Steve B dice "Because I love you" —respondió— , ¿acaso tu podrías decir lo mismo? —su voz oscura sonó como un trueno en plena tormenta. Como transportándonos hacia aquel momento de intimidad en la cocina, semanas atrás, donde yo le confesé mi más preciado secreto, posó la punta de su nariz en la vena latente de mi cuello, perturbando mi oxígeno. Viciando mis sentidos con su calor.

Sin contestar, volví a cerrar los ojos. Mis brazos caían desplomados al costado de mi cuerpo, el cual estaba poseído por una esencia mágica llamada Santiago. Tan solo unidos por el contacto, leve pero sumamente receptivo de mi parte, de su nariz en mi cuello, el mundo se derrumbaba tras de mí.

Repentinamente, sentí que sus dedos sigilosos rozaban los botones de mi camisa color malva, desabrochándolos uno a uno con suma cautela. Yo continuaba sin reaccionar, estaba dominada en un ciento por ciento por él.

Dejando mi piel al descubierto, notando mi agitada respiración, besó el lóbulo de mi oreja con el filo de su lengua, acariciando mi largo arete haciendo que el frío metal de la cadenilla tocara mi caliente cuello.

El ardor interior me incineraba.

Continuando con el tortuoso delineado de mi piel, sus manos deslizaron la camisa por mis brazos, acompañando su sutil caída hacia el piso. Mordí mi labio conteniendo un gemido escandalosamente grave.

—Tienes unos pechos formidables— su voz denotaba lujuria, no hacía falta ser una experta en cuestiones de sexo para notar lo mucho que me deseaba.

Quería que siguiese, que me desnudara de esa forma tan erótica y agonizante, sin embargo se detendría a mitad de camino. Acunó mi rostro entre sus manos calientes.

—Mírame —dictó. Abrí los ojos con dificultad, con el estado de relajación en su fase más alta — , dime que deseas esto tanto como yo.

—Si...

—¿Sí que? ¡Dime que deseas que sea tu primer hombre!

Sí, por supuesto que sería mi primer hombre, lo soñaría noche tras noche, deseándolo cada mañana de mi vida. Cada hora de mis noches.

—Quiero que seas mi primer hombre Santiago, nunca lo he deseado tanto —dije envuelta en una súplica, conteniendo la respiración.

Avivado su fuego por mis palabras, con mi consentimiento en sus manos, besó mis labios con hambre, apoderándose de mi lengua, de mis sentidos. Enredé mis dedos en su cabello, atrayendo su nuca más hacia mí. Nos devorábamos con una necesidad imperiosa de beber uno del otro.

— Aquí no — susurró en un momento de quietud de su boca— , vamos a tu cuarto.

No sentí pudor al notar que mi torso solo estaba vestido con el sujetador. Lo tomé de la mano, y avanzamos juntos por la escalera hacia mi dormitorio, sin palabras, sin reticencias. Conectados por nuestros dedos entrelazados y mis miraditas nerviosas.

Arriba, el edredón sería el protagonista innecesario de la escena, arrastrado hacia el piso de un solo movimiento por parte de Santiago, dejando las sábanas iluminadas por la noche a nuestra merced.

Con algo de torpeza, volvió a tomarme entre sus manos temblorosas, apoyándome lentamente sobre mi cama. De espaldas al colchón, lo miré cautivada.Todos mis sueños, se estaban concretando. Se quitó su camisa dejando al descubierto su impresionante físico, aun más sexy que el que pude haber imaginado en mis sueños más pervertidos.

Dejando de lado su cinto de cuero, desabotonó su cintura, bajó la cremallera de sus jeans, abandonándolos a su suerte. Su boxer gris claro marcaba su prominente erección. Era la primera vez que tenía un hombre desnudo frente a mí. Apoyando sus rodillas en la cama, agazapado pero con lentitud, se me aproximó; yo permanecía con los pantalones puestos.

—Quiero ser yo quien te los quite— masculló entredientes sin atreverme a desdecirlo.

Delineó mi ombligo con su lengua exploradora, cada movimiento con ella era letal y amenazante. Inexperta, me deleité con esa sensación única.

—Tu perfume es exquisito —con habilidad, desabrochó mis vaqueros y los bajo despacio, sin raspar mis piernas a su paso.

Mis bragas quedaban a expensas de su próximo martirio: con el dedo índice recorrió el límite entre el encaje y mi bajo vientre, donde comenzaba nuevamente la carne. Arqueé mi espalda, deseando más; retorciéndome de placer mordí mi labio empuñando las sábanas con fuerza.

—Abre un poco las piernas —obedeciendo como una alumna prodigio, facilité su tarea, que constaba en quitar a pasos muy débiles, mis braguitas negras de encaje.

Subiendo mi pelvis para que las pudiese retirar del todo, escuché un ronroneo de su parte. Estaba excitándose, y mucho. Sonreía hacia mis adentros, ese muchacho experimentado ardía por mí.

—Quiero que tu primera vez sea inolvidable— lo sería sin ninguna duda, quise decirle, pero mi fuerza de voluntad estaría junto al CD, en el equipo de audio.

Emitiendo sonidos guturales indescifrables, acepté su lengua entre mis húmedos y temblorosos muslos. Recorriendo mis pliegues sutilmente, posó sus manos en mis ingles, permitiendo un mayor acceso a mi piel interior.

¡Nunca imaginé que el sexo sería tan arrebatadoramente increíble!

—Oh Santiago...

—Sí...así es...recuérdame...dí mi nombre...es dulcemente excitante escucharlo de tus labios.

—Sí, Santiago...¡si!— sus caricias se tornaban indecorosamente intensas.

Mis nudillos lucían blancos ante la fuerte presión que ejercía en las sábanas, retorciendo la tela con más y más brutalidad.

—No quiero que te duela...es necesario que estés lubricada—dando explicaciones, asentí en silencio. Las chicas que habrían comentado sobre sus primeras experiencias sexuales, no hacían más que atemorizarme, diciendo que resultaría ser algo horrible y el dolor era sumamente intenso. Yo, sin embargo, preferí entregarme a la experiencia de estar con Santiago, desbarantando cualquier experiencia ajena.

Ya sin el boxer y con un preservativo puesto, sentí su hinchazón rozando mis pliegues en un ida y vueltas extasiantes.

— Mmm Aitana...me vuelves loco...— mordió mi labio inferior con brusquedad, en un gesto cargado de erotismo, digno de las películas de Hollywood que tanto envidié.

Imprimiendo más fuego al momento, lamió mi boca con fuerza.

—Guíame— con sus ojos comiendo de los míos, me cedió el mando— . Tan solo tómame y dirígeme hacia tí

Nerviosa, sonreí como tonta.

— Vamos Aitana, será genial —animó gentilmente.

Llevando a cabo sus pedidos, así su miembro con una de mis manos y bajando mi brazo, algo incómoda por tener sus casi 90 kg de puro musculo encima mío, lo conduje hacia mi hendidura, que para esas alturas estaría derretida.

A partir de ese momento me penetraría despacio; la fricción me provocaría algo de ardor.Mis músculos, algo contraídos, se tensaban por la extraña y desconocida intrusión.

—Dime si te hago daño.

—Ténme paciencia...mi cuerpo ya se adaptará a tí— dije susurrando, llevándole fingida tranquilidad.

Apoyado con sus antebrazos a ambos lados de mi cuerpo, no dejó de besarme ni por un minuto, pretendiendo distraerme de la quemazón de su penetración. No obstante, era un dolor dulce, placentero. De a poco, cada movimiento parecía acoplarse en mi interior, dejando de lado el malestar lógico de la primera vez, para lograr un estado de lujuria total.

Gemí, grité, sollocé...todo y cada una de esas reacciones calaban hondo en mí.

Clavé mis uñas en su espalda, y ante cada embate disfruté más y más, dejándome perder en una corriente de calor inconmensurable.

— ¡Santiago...! — solté como un reclamo desgarrador, cuando algo que supuse un orgasmo, se apoderó de mis extremidades, sacudiéndolas en cortos espasmos.

Mi columna dejaría de tener huesos, mi cerebro desconectó sus neuronas, mi cuerpo olvidó tener piel. A los breves segundos de mi estallido, Santiago cayó desplomado sobre mí, con el bombeo de su miembro en mi interior.

Su respiración era entrecortada; bañados en sudor, sus rulos desordenados me hacían cosquillas en mi hombro desnudo.

Retomando su postura, besaría la punta de mi nariz. Verlo desprolijo, perdiendo el control, era la imagen perfecta de la seducción.

—Gracias—dije tímidamente tras ese gesto.

—No tienes por qué, ha sido hermoso hacerte el amor.

"Hacerte el amor"

... y el mejor regalo de cumpleaños que podría haberme hecho, finalmente se hacía realidad...


___

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