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El día siguiente sería una tortura. Valentina se quejaría del dolor de cabeza toda la tarde, y ni las aspirinas ni todos los tés de tilos del mundo podrían calmar su malestar (y malhumor). Estaba insoportablemente demandante y agresiva.

Ofrecí de buena gana un sándwich, pero su rechazo sería instantáneo: otro día más sin comer nada. Balanceé mi cabeza ante su negativa, eso no estaba bien. Había adelgazado muchísimo en estos últimos dos años.

Encaprichada en seguir en su habitación, me sumergí en el sillón de la sala de estar dispuesta a mirar algo de TV .Estaba lloviendo, mucha diversión no habría y para ser honesta, ese era mejor plan que escuchar los lamentos de Valentina. Preferí confiar en que en algún momento volvería a dormirse.

Pero como si los planetas no estuvieran alineados a mi favor, no hallaría ningún programa interesante para ver, ni película decorosa con la que entretenerme. Algunas eran bélicas, cosa que no me interesa, otras eran demasiado melosas, y aunque en otra etapa de mi vida me hubiera hecho palomitas para verla acompañada, esa tarde preferí no caer en las garras de un melodrama. Mi vida ya lo era.

En dirección a la cocina, dispuesta a prepararme un emparedado, encendí el equipo de audio, algo bajo, para que me acompañase en mi ardua tarea de soportar a mi hermana la perfecta imperfecta.

Timbre.

¿Quién interrumpía este glorioso momento de mi vida? Yo también tenia algo de jaqueca por haber regresado tarde y no haber podido pegar un ojo tras pensar una y mil veces en el maravilloso contacto de los labios de Santiago en la comisura de mis labios. Eso, y el recuerdo de las palabras dichas..

¿Pero sería tan sólo un juego de seducción o realmente le interesaba como mujer? Yo, una virgen de casi 18 años, sin experiencias amorosas, que vivía un escalón por debajo de su hermana mayor talentosa.

Algo malhumorada por la interrupción, sin preguntar quién era, abrí la puerta bruscamente sin imaginar que Santiago estaría allí, algo mojado por la llovizna. Quedé estupefacta, no solo porque lucia grandioso siendo que tendría las mismas horas de descansado que yo, sino que además no dejaba de sonreír. Observándome de arriba hacia abajo, llevó sus manos a su rostro. No me había percatado que llevaba puestas mis ridículas pijamas gris y rosa y mis cabellos estarían desordenados por el escaso peinado al que lo había sometido.

—Discúlpame, pero me hubieras avisado que hoy hacías pijamada. ¡Eres muy ingrata! —largó una carcajada contenida desde el segundo en que me vio aparecer así, tomándose el estómago de la risa.

— Si, ja ja, muy gracioso—respondí con sarcasmo y una mueca de desagrado— , ni modo que es tan gracioso...¿acaso nunca viste a una muchacha vestida con pijamas?

—A mi hermana cuando tenía 12 — completó. En esta oportunidad la que dejó escapar una sonrisa fui yo.

—Pasa, no quiero compartir mi vestimenta con nadie más —dando lugar a que Santiago ingrese, cerré la puerta tras el y a paso veloz, fui a la cocina, seguida por su figura.

—¿Cómo se encuentra Valentina?—preguntó acomodándose en la banqueta y colocando sus codos sobre la encimera.

— Para serte sincera, es un incordio. Recuérdame escapar de ella en otro momento de borrachera— exhalé una sonrisa— , pero se le pasará— minimizando la situación, le ofrecí un sándwich igual al mío.

—Bueno, acepto. Gracias. ¿Tienes mayonesa?

—Oh sí...está en el refrigerador.

Santiago se puso de pie para abrir la nevera y sacar el frasco de mayonesa, paso por detrás mío, mientras finalizaba mi súper extra de queso, jamón y pollo, para tomar un cuchillo. Pude sentir su aroma cerca de mí e intenté disimular, pero mi respiración me jugaría una mala pasada, haciendo que me atore, y tosa fuerte.

"Entre la Miel y la Hiel" - (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora