"Entre la Miel y la Hiel" - (...

By DanielaGesqui

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Aitana es una joven arquitecta con ambiciones y proyectos. Una mujer independiente que tiene en claro lo que... More

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EPILOGO

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By DanielaGesqui


El día siguiente sería una tortura. Valentina se quejaría del dolor de cabeza toda la tarde, y ni las aspirinas ni todos los tés de tilos del mundo podrían calmar su malestar (y malhumor). Estaba insoportablemente demandante y agresiva.

Ofrecí de buena gana un sándwich, pero su rechazo sería instantáneo: otro día más sin comer nada. Balanceé mi cabeza ante su negativa, eso no estaba bien. Había adelgazado muchísimo en estos últimos dos años.

Encaprichada en seguir en su habitación, me sumergí en el sillón de la sala de estar dispuesta a mirar algo de TV .Estaba lloviendo, mucha diversión no habría y para ser honesta, ese era mejor plan que escuchar los lamentos de Valentina. Preferí confiar en que en algún momento volvería a dormirse.

Pero como si los planetas no estuvieran alineados a mi favor, no hallaría ningún programa interesante para ver, ni película decorosa con la que entretenerme. Algunas eran bélicas, cosa que no me interesa, otras eran demasiado melosas, y aunque en otra etapa de mi vida me hubiera hecho palomitas para verla acompañada, esa tarde preferí no caer en las garras de un melodrama. Mi vida ya lo era.

En dirección a la cocina, dispuesta a prepararme un emparedado, encendí el equipo de audio, algo bajo, para que me acompañase en mi ardua tarea de soportar a mi hermana la perfecta imperfecta.

Timbre.

¿Quién interrumpía este glorioso momento de mi vida? Yo también tenia algo de jaqueca por haber regresado tarde y no haber podido pegar un ojo tras pensar una y mil veces en el maravilloso contacto de los labios de Santiago en la comisura de mis labios. Eso, y el recuerdo de las palabras dichas..

¿Pero sería tan sólo un juego de seducción o realmente le interesaba como mujer? Yo, una virgen de casi 18 años, sin experiencias amorosas, que vivía un escalón por debajo de su hermana mayor talentosa.

Algo malhumorada por la interrupción, sin preguntar quién era, abrí la puerta bruscamente sin imaginar que Santiago estaría allí, algo mojado por la llovizna. Quedé estupefacta, no solo porque lucia grandioso siendo que tendría las mismas horas de descansado que yo, sino que además no dejaba de sonreír. Observándome de arriba hacia abajo, llevó sus manos a su rostro. No me había percatado que llevaba puestas mis ridículas pijamas gris y rosa y mis cabellos estarían desordenados por el escaso peinado al que lo había sometido.

—Discúlpame, pero me hubieras avisado que hoy hacías pijamada. ¡Eres muy ingrata! —largó una carcajada contenida desde el segundo en que me vio aparecer así, tomándose el estómago de la risa.

— Si, ja ja, muy gracioso—respondí con sarcasmo y una mueca de desagrado— , ni modo que es tan gracioso...¿acaso nunca viste a una muchacha vestida con pijamas?

—A mi hermana cuando tenía 12 — completó. En esta oportunidad la que dejó escapar una sonrisa fui yo.

—Pasa, no quiero compartir mi vestimenta con nadie más —dando lugar a que Santiago ingrese, cerré la puerta tras el y a paso veloz, fui a la cocina, seguida por su figura.

—¿Cómo se encuentra Valentina?—preguntó acomodándose en la banqueta y colocando sus codos sobre la encimera.

— Para serte sincera, es un incordio. Recuérdame escapar de ella en otro momento de borrachera— exhalé una sonrisa— , pero se le pasará— minimizando la situación, le ofrecí un sándwich igual al mío.

—Bueno, acepto. Gracias. ¿Tienes mayonesa?

—Oh sí...está en el refrigerador.

Santiago se puso de pie para abrir la nevera y sacar el frasco de mayonesa, paso por detrás mío, mientras finalizaba mi súper extra de queso, jamón y pollo, para tomar un cuchillo. Pude sentir su aroma cerca de mí e intenté disimular, pero mi respiración me jugaría una mala pasada, haciendo que me atore, y tosa fuerte.

—¿Estás bien?—si algo no deseaba es que se pusiese detrás, pegado a mí, a darme golpecitos en la espalda.

—Sí, sí...— dije con algo de voz, recomponiéndome de a poco— , es sólo saliva— aclaré y tosí por un momento más.

¡Ya me vengaría de mis malditas hormonas!

—¿Tú quieres mayonesa? — ofreció.

—Sí, untaré el pan con ella.

Era un momento de cotidianidad absoluto, pasándonos utensilios, comida, algo que me perturbó en demasía. Adoraba compartir algo más que simple elementos culinarios, pensé. Pero con esas pijamas de seguro no conseguía más que eso.

Tomando asiento cada uno en una banqueta, enfrentados, nos dispusimos a comer, botella de soda mediante.

—Tenía hambre—dije mientras daba un bocado a mi enorme pieza de pan y pollo.

— Yo también. Me he levantado y vine directo para verificar cómo se encontraban.

— Gracias, pero no necesito tutor— guiñé un ojo— . Mi hermana puede cuidarme muy bien—ambos reímos comprendiendo la gracia de mis palabras. Miré su boca. Era cincelada. Cuando se reía parecía que un coro de ángeles cantaba el Ave María. Mordí mi labio, sin reparar en que lo hacia frente a él, ni más ni menos.

— Tienes algo de mayonesa aquí —inclinando su cuerpo hacia mí, despegando su torso de la mesa, arrastró con su pulgar el aderezo que quedaba en mi piel, rozándome, generando un cosquilleo que llegaba desde mí frente hasta mis talones.

Mis latidos se cortaron. Seguí la dirección de su dedo en ese movimiento desprejuiciado y retomé la visión hacia él.

—No tienes idea cuánto me gustas... —su murmullo era seco, oscuro, tentador sin apartarse de mí.

—¿Aun con estas pijamas? — mi sinceridad a flor de piel...demonios... debía decir algo inteligente y no hacía más que arruinar el momento

— Más aun con esas pijamas — sonrió de lado, y con su nariz rozo mi cuello desnudo. Por un momento creí que la vena que lo recorría estallaría de la presión sanguínea, pero no.

Mi respiración se interrumpió, mi piel se rasgaba de placer y mis muslos de encendían por la intimidad del momento.

—Por favor Santiago, no me tortures así —supliqué sin mis capacidades mentales al ciento por ciento.

—No puedes siquiera imaginarte lo tortuoso que es para mi tenerte de este modo y no poder tomarte.

Pestañeé a mil por hora, sin comprender del todo el significado de sus palabras.

— ¿Acaso porque soy virgen?— lo dije. Sin tapujos. Sin pensarlo siquiera.

Súbitamente, él cayó desplomado sobre el respaldo de la banqueta, con rostro extrañado. Me lamenté por haber arrojado semejante confesión, y más aun en ese contexto. Debería haber esperado, o tal vez mentido. Fingir que tenía experiencia sexual. Un joven como él no andaría por el mundo desvirgando adolescentes inmaduras; sin dudas se tiraría a muchachas expertas como lo era Valentina.

Con ambas manos sobre mi boca, y refunfuñando por mis palabras, acuné sus manos.

— ¡Perdóname Santiago! ¡No sé por qué te he contado esto! —mis ojos se turbaron, vidriándose por el llanto.

— No, Aitana, me...sorprende...—sus ojos estaban bien abiertos, y su cabeza daba pequeños latigazos a sus laterales, en busca de respuestas.

—¿Acaso no crees que una chica de 18 años pueda tener nulas experiencias sexuales?— sus gestos me exasperaban. ¡No era taaaan grave ser virgen a esa edad!

"¿O sí?"

—No...bueno...sí. Digamos que no es muy común hoy en día — pasó su mano por su nuca nerviosamente.

—Yo no soy una persona muy común... —bajé mi cabeza. Estaba realmente avergonzada.

— Aitana, cielo, simplemente...no creí que tú...—agitaba sus manos, las abría, las volvía a poner sobre la mesa. Mil gesticulaciones para un solo cuerpo.

— Mira, dejémoslo como estaba. No estoy orgullosa por ello, lo admito, pero creo que no es tan malo — dije algo ofuscada. Ciertamente esa actitud de su parte no hizo más que dejarme en claro que tan solo me seducía para pasar el rato.

Me notó receptiva a sus caricias, a sus palabras, sería yo misma la que le serviría en bandeja la posibilidad de tomarme...excepto por un pequeño detalle. Mi virginidad. Claramente no querría lidiar con ese tema.

Los días siguientes no habrían sido mejores.

Tras el pequeño "incidente" de la cocina, Santiago se retiró respetuosamente, manteniendo excusas vagas y notoriamente incómodo, tanto, que no aparecería durante las siguientes semanas.

Desestimé, muy a mi pesar, la posibilidad de organizar mi cumpleaños 18 junto a él. Sería una tontera seguir aferrada a esa estúpida ilusión adolescente; definiendo entonces y como todos los años anteriores no hacer nada y simplemente limitarme a responder aquellos llamados de viejas amistades o correos electrónicos con tarjetas virtuales como archivo adjunto. Solo eso.

La mañana amanecía algo cálida, aunque a juzgar por mis sueños húmedos con Santiago de protagonista, no sabía si echar culpas al clima o a mi situación hormonal. Inclinándome por lo último, un poco avergonzada por reconocer que me sucedía esto más seguido de lo que querría, decidí darme un ducha breve antes de bajar a desayunar y encontrar a mi hermana, quien seguramente ya estaría comiendo algo. (Sí es que no estaba desmayada en el piso por su boba inanición)

Con los acordes de Air Supply resonando en mi pequeña radio de mano, ingresé al cuarto de baño. La suave lluvia tibia apaciguaba el calor de mi cuerpo, enardecido por Santiago. El había despertado un lado desconocido en mí, dispuesto a ser explorado. Noche tras noche, encontré tocándome, explorándome a mí misma, con la imagen de Santiago en mi cabeza, como único dueño de mis historias de amor.

  "Aquí estoy yo jugando otra vez con aquellos recuerdos /Y justo cuando pensé que el tiempo me había liberado /Aquellos pensamientos tuyos estaban burlándose de mi " "Ya no puedo vivir sin ti /Extraño todo acerca de ti " 

Sí, "Here I am", me pintaba de cuerpo y alma en ese momento. Cuando hube salido del baño, mi sorpresa sería mayúscula cuando vi a mi hermana sentada al borde de mi cama con una bandeja enorme repleta de alimentos.

—¡Feliz cumpleaños hermanita! —dejando de lado la bandeja se abalanzó sobre mí, apretando el mojado toallón que me cubría contra su cuerpo.

—¡Muchas gracias!— respondí algo asombrada aun por su reacción cariñosa sosteniendo el nudo del toallón en el pecho y golpeando suavemente su espalda con la mano libre.

—¡Te he preparado muchas cosas ricas para que comiences el día maravillosamente bien!— golpeando sus palmas como un aplauso mudo, estaba expectante porque empezase a degustar lo que amablemente, habría servido. Frutas, un tazón con cereales, galletas de manteca...sin dudas no tenía idea de lo que me gustaba desayunar.

— Ahora debo cambiarme...  —confirmé sonrojándome, siendo amable.

—Oh...sí...tienes razón...bajaré esto para que lo comas en la cocina, ¿sí? — me gustaba verla entusiasmada, servicial y alegre. Festejé por ello. Después de todo, se habría esforzado por complacerme.

—Sí, en 2 minutos estaré allí...y gracias...realmente lo aprecio— lanzándome un beso al aire, gesto que me conmovió, salió de mi habitación con su bella estela siguiendo su paso. Tras desayunar un café con leche y unos croissants deliciosos, dejé la comida restante.

— ¡Creo que explotaré! —asentí ante la atenta mirada de Valentina. Ella sonrió con sus manos sosteniendo su quijada, jamás sería capaz de comer todo lo que yo había ingerido al cabo de unos minutos.

— Aitana...—algo en su tono de voz me advirtió que vendría una pregunta algo complicada, o al menos un pedido fuera de planes— , debo hacerte una pregunta— necesitaba repensar la idea de ganarme la vida como adivina.

— ¿Sí?

— ¿No hay problemas si me ausento esta noche? — miré algo asombrada. ¿De qué iba la pregunta? Nunca me pedía permiso ni me participaba de sus decisiones— . Verás, debo rendir un examen en breve, para el cual me juntaré a estudiar por la noche con Gonzalo... 

"Estudiar con..." 

Mis temores se hacían realidad. Santiago no saldría conmigo, ni organizaría nada especial en "mi" día especial. Algo desilusionada, evité que mi rostro expresara desazón, minimizando el hecho de pasar, otra vez, mi cumpleaños en soledad.

— ¡Despreocúpate Tini, existen otros 364 días en los que también tendré 18 y podremos hacer algo especial!— guiñé mi ojo de manera cómplice. Después de todo jamás había hecho nada diferente.

—Uff, no sabes cuánto me alegra escucharte...— se desplomó en la banqueta llevándose las manos al pecho — , sentía culpa por ello. Alrededor de las 7 me iré, supongo que estaré en su apartamento hasta mañana, estudiaremos toda la noche, cualquier inconveniente me llamas y vengo volando, su casa queda a pocas calles de aquí— asentí en silencio. ¿Qué más podía hacer? Ella estaba forjando su futuro, necesitaba estudiar...

 Eva y Mariana me llamaron por la tarde, con ellas habíamos pasado las mejores vacaciones de nuestras vidas en Mallorca, adonde iríamos junto a los padres de Mariana y su hermano menor, Carlos. Éramos inseparables, hacíamos todo juntas, hasta que nuestro viaje a Barcelona modificaría aquellas costumbres. Era noble reconocer que era una ciudad preciosa, pero la nostalgia en aquellos momentos de soledad, me aquejaban. Me prometí ir a la Rambla a recorrer la costa de punta a punta, quizás como un modo de congraciarme con la nueva ciudad que me albergaba.

Pocas veces salía sola, ni siquiera a sabiendas que a pocas calles de mi casa contábamos con la proximidad del magnífico Parque Güell y la Sagrada Familia, íconos de la arquitectura española a manos del hijo pródigo de Barcelona, Antoní Gaudí. Animándome forzadamente, acordé con mi "Aitana interior " que mis 18 años comenzarían con una nueva predisposición hacia la vida.

Me había cansado de las reprimendas de mi madre y de las obligaciones a las que me sometía por ser la niña pequeña y rebelde. Ya no. Era adulta. Y debía comenzar a comportarme como tal. Me esforzaría para estudiar, trabajaría para juntar dinero y me iría de la prisión domiciliaria que era mi casa, para tener mi libertad y propio espacio, aunque sabía que no sería bien recibido por mi madre.

Ella siempre querría tener el control de todo y no toleraría que una de sus hijas le hiciera frente. Compraría una bicicleta. Sí. Lo había decidido, recorrería Barcelona y alrededores como una turista más; incluso, ese mismísimo verano lo haría antes de ingresar a la Universidad y tener poco tiempo. Ilusionada, con una sonrisa tonta en mi rostro, me di ánimas ilusionándome con esta nueva vida que planifiqué en un puñado de minutos.

La noche caía de a poco, y Valentina tras un efusivo beso se iría a estudiar a lo de sus amigos. ¡Qué genio cambiante el de mi hermana! Un día se enfundaba en un traje de ira, y al segundo era la persona más cariñosa del mundo. Consciente de mi soledad, me dediqué a mí. El cuarto de baño de mis padres, también ubicado en la planta alta de la casa, era enorme. Mi madre solía gastar fortunas en caras esencias, y lociones para el cuerpo, por lo tanto me autorregalé un caro y refrescante baño en su jacuzzi. Me lo había ganado en buena ley. Abrí el grifo, y modulé el agua caliente con la fría llenándolo. Recogí me cabello con una goma porque me lo había lavado esta mañana y de un pequeño armario, tomé una de las espumas de baño, con olor a coco. Su aroma era exquisito. Observando cual era la medida que debía colocar para que no sea ni tan poco ni excesivo, agité con mis manos el denso gel que caía en el agua, generando pompas de jabón.

De a puntillas de pie, ingrese al jacuzzi. Ahora entendía por qué mi madre se había enamorado de ese baño, sin dudas yo también lo hubiese hecho. Qué bien se sentía el agua dulce rozando mi piel, era paradisíaco. Tras varios minutos que me parecieron horas, agregué a mi lista de deseos a concretar "rentar un apartamento con jacuzzi"; en mi nueva vida no podría faltar uno. A punto de convertirme en pasa de uva navideña, salí del cuarto de baño renovada, con un aroma fresco y muy sexy y avancé a mi dormitorio, cuatro puertas más adelante.

Tomé unas bragas un tanto atrevidas para lo que solía colocarme, unos jeans cómodos, y una blusa sin sostén. ""Festejaré conmigo misma..." Sin colocarme calzado, caminando por la casa en calcetines (la Sra. Teresa me mataría en cuanto los encuentre tan sucios) bajé las escaleras y me dirigí hacia la cocina. Cocinaría para mí.

¡Eso estaba muy bien! Si deseaba ser una mujer independiente no podía depender de un servicio de comida a domicilio, y siendo consciente, el dinero no me abundaría como para darme ese lujo. "A sky full of stars " de Coldplay resonaba a un volumen fuerte pero no por eso menos moderado. Si, no era de lo más alegre, pero las baladas en inglés parecían dar en el clavo con todo aquello que yo atravesaba en ese momento de mi vida.

"Porque eres un cielo /Porque eres un cielo lleno de estrellas / Te voy a dar mi corazón / Porque eres un cielo Porque eres un cielo lleno de estrellas / Y porque iluminas el camino / No me importa, adelante destrózame No me importa si lo haces /Porque en un cielo / Porque en un cielo lleno de estrellas / Creo que te veo Creo que te vi / Porque eres un cielo /Porque eres un cielo lleno de estrellas /Quiero morir en tus brazos, brazos Porque brillas más contra más oscuro se hace/ Te voy a dar mi corazón"

Yo estaba dispuesta a darle mi corazón y todo aquello que quisiese, inclusive mi virginidad, pero Santiago no estaba dispuesto a tomarlos. Humillación, fealdad, desilusión...muchas cosas había sentido en aquella oportunidad, aquí mismo, en esta cocina, con estos muebles de testigo.

Dispuesta a pensar que él también tendría que formar parte de lo que no quería en mi nueva vida, canté con más fuerza, mientras cortaba unos cebollines para mi salsa a la crema, una receta que encontré en un libro de cocina de la biblioteca de mi padre.

Él adoraba innovar, lo hacía pocas veces, pero cuando era su buen día, disfrutábamos de un gran manjar. Continué trozando una presa de pollo, la sazoné con algunas especias y lo dejé macerarse en ellas, con algo de jugo de limón. Si los planetas estaban alineados, degustaría una cena exquisita. Made in Aitana.

Alicia Keys se desgarraba diciendo lo mucho que se enamoraba y desamoraba, de lo usada que se sentía, y de lo que confundida que estaba al amar.

"Nunca mejor dicho Alicia", hablé para mí, cuando por lo bajo, tapado por la música que sacaba mis mejores voces, el sonido del timbre cortó mi fuente de inspiración. Sequé mis manos con un trapo. No esperaba a nadie, y mucho menos a las 8.30 de la noche. Valentina no era la primera opción viable, tenía llaves, no tocaría excepto que estuviese borracha; un vendedor que no tuviese cosa mejor que hacer...tampoco; un vecino...no lo sabía. ¿Con qué propósito? Cautelosa, me aproximé a la puerta y recelosamente corrí la cortina de una de las angostas ventanas con vistas a la calle; no vi a nadie, pero reconocí el coche.

 El Porsche de Santiago.

"¿Qué hace aquí?...¡y yo sin sostén!"

— ¡Voy! —grité frenéticamente, mientras subía de dos en dos los escalones que me parecieron los de la muralla china; corrí hacia mi habitación, para colocarme el primer sostén que encontré en el cajón. Bajé agitada, tal como había llegado a mi cuarto, y abrí la puerta.

—Hola—dije casi sin oxígeno.

—¿Sucede algo? No pensé que te habrías inscripto a una maratón el día de tu cumpleaños— Santiago siempre lograba sacarme una sonrisa con ese humor ácido que tanto lo caracterizaba— . Tranquila...quería desearte un feliz cumpleaños —pasando sus manos por delante, enarboló unas hermosas azucenas — pero si estas ocupada...puedo irme.

—¡No!—casi desesperada exhalé. Consciente de mi exabrupto, tomé las flores y oliendo su hermoso aroma lo salude con un beso en la mejilla— . Gracias, es el primer regalo que recibo...en realidad, el segundo, mi hermana me trajo el desayuno a mi cuarto.

— Estaba de buenos ánimos hoy — rió rascándose la nuca.

—Quieres... ¿pasar?— dije alejándome hacia un costado de la puerta— , estaba preparándome la cena.

Santiago vaciló; miró hacia el coche y luego hacia dentro. O escapa o entraba.

—Sé que están estudiando, no pretendía retenerte...—recordé.

—¡No, que va! Yo ya he aprobado esa asignatura. Aun no es momento de estudiar para la próxima.

—Ya veo — seguíamos de pie en la puerta hasta que tímidamente, aceptó mi propuesta.

Me siguió hasta la sala observando con atención mis movimientos. De un viejo pero hermoso armario de madera torneada, me hice de un bello florero de cristal, lo llené de agua y coloqué el ramo en él.

—Era de mi abuela— confesé.

Luego, le señalé el horno.

—¡Aquí está la magia!

—Mmmm huele delicioso

—De hecho es la primera vez que hago uso y abuso de la cocina— dije graciosa— , siempre está la muchacha que limpia.

— ¿Y ella también lo debe hacer en calcetines? — preguntó risueño señalando mi ausencia de calzado.

—Sí, es parte en el contrato. Si no lo cumple, está despedida.

Ambos lanzamos una carcajada al aire muy ruidosa.

—¿Estás escuchando Air Supply? — "Making love out of nothing at all", resonaba en esta oportunidad.

—Si, lo sé...es muy cursi —acepté mientras ofrecí una copa de vino.

—Gracias — estiró su mano atrapando la copa, rozando mis dedos.

Nos miramos magnetizados, como ya había ocurrido antes. Sería muy difícil borrarlo de mi vida y pretender que no sentía nada por él.

—Estoy preparando pollo con una salsa cremosa con cebollines. ¿Te apetece? —susurré

— ¡Me encanta!— dijo bebiendo un sorbo del vino blanco.

Tragué en seco con dificultad. Su nuez también bajaría abruptamente.

Giré aun con el aroma a alcohol que emanaba de su boca al exhalar, yendo en dirección a la encimera de granito en la cual descansaba el pollo sazonado.

— Debo confesarte que esta canción es una de mis preferidas—dijo llevando la copa otra vez a su boca, desde otro lado de la mesa del desayunador, donde se encontraba siguiendo mis movimientos.

"Pero no sé como dejarte/Y nunca te dejaré caer/Y no sé como lo haces/Creando amor de la nada" entonando con su voz gruesa, era un elixir para mis oídos.

—Cantas muy bien además de ser un eximio bailarín — me sonrojé al recordar sus movimientos en la pista del Razzmatazz.

—Es parte de mi encanto

— ¡Y además eres modesto!

Volvimos a reír muy fuerte, realmente disfrutaba estar en compañía de Santiago, era adorable inteligente y divertido.

— ¿No les ha resultado extraño que salieras? Digo, mi hermana y Gonzalo están reunidos en tu apartamento — tomando con ambas manos la copa de vino, fijé mis ojos en él.

— Gonzalo y yo tenemos una libertad absoluta más allá de compartir el espacio. Y tu hermana es mi amiga, por lo que las explicaciones no tienen por qué ser demasiadas.

—¿De verdad son solo amigos? Por momentos parece que fueran algo más — el alcohol acababa de soltar mi lengua. ¡Demonios, por qué tendría que ser tan boca floja!

— Podríamos decir que sí. Valentina es muy guapa, está libre...pero de momento no ha habido nada...tu sabes...demasiado "serio"— enfatizando la últimas palabra me dio a pensar que tal vez algo no "tan serio" ya habría ocurrido.

Preferí no seguir preguntando, tuve miedo de oír cosas que no deseaba.

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