Destinos de Agharta 2, Nyx

By AnnRodd

658K 33.4K 5.2K

Alexandria es una esclava con una aficción que le complicará la vida. Ya de por sí debe enfrentarse día a día... More

Notas de autor
1. Oscuridad
2. Bruja
3. Historias de esclavos
4. Helada
5. Tres trozos de queso
6. A salvo
7. Vino rojo
9. Cuando la muerte canta
10. Calor
11. Voces
12. Préstamos
13. Sensibilidades
14. Luz
15. Eleni
16. Un sol en la oscuridad
17. Hogar
18. Perdón
19. El poder de la luz
20. Rezos
21. El festival
22. Los cuentos del pasado

8. Sangre en los sueños

12.3K 1.5K 76
By AnnRodd

Una cosa era segura: beber vino solo funcionaba para apartar las penas durante las primeras dos horas. Luego, era muchísimo peor y Alexandria lo comprobó cuando no solo el malestar, las ganas de vomitar y el dolor de cabeza la atacaron. Una vez logró quedarse dormida, las pesadillas fueron más terribles y gráficas.

El efecto del alcohol en su cuerpo no le permitió ni siquiera gritar. Todo transcurrió en silencio mientras por dentro sufría y lloraba, como si estuviese atrapada en su propio cuerpo. Recién para la madrugada, envuelta en sudor y con los ojos como platos, fue capaz de abrir la boca.

—¿Ikei? —susurró.

Había una vela encendida en la habitación y, en la otra cama, Ikei parecía ser un bulto marrón, bajo las mantas de lana cardada.

Se removió en su lecho, mareada y agotada. Su cabeza iba a estallar y la realidad le parecía igual de terrible que sus pesadillas.

—¿Ikei...? —volvió a llamar. Necesitaba hablar con él, necesitaba saber qué hora era, qué había pasado con ella desde que había bebido el vino y, sobre todo, necesitaba agua de verdad.

—¿Sí? —susurró él, despertándose. Se giró en la cama, con los ojos chiquitos por el sueño y el cabello rojo revuelto—. ¿Has despertado mejor?

No sabía qué responderle a eso. Logró sentarse en la cama y no pasó mucho más hasta que descubrió una jarra con agua en la única mesita del cuarto. Se arrojó sobre ella, ansiosa, pero volcó parte del contenido cuando el mareo le impidió sujetarla. Ikei atrapó sus manos y le sostuvo la jarra mientras ella tomaba del pico.

—¿Cómo se te ocurrió tomar vino puro? —suspiró él—. Nunca habías bebido antes, ¿a qué no?

Alejando el agua de sus labios resecos, Alex negó.

—Los esclavos no tomamos vino, solo los señores.

—¿Y entonces cómo diosas se te ocurrió? —preguntó Ikei, frunciendo el ceño—. ¿Estás loca acaso? No estás actuando normal. Bueno, si es que alguna vez fuiste normal —agregó en voz baja. Alexandria clavó sus ojos claros en él y, en seguida, Ikei negó con la cabeza—. Perdón —se disculpó—, pero tienes que admitir que algo no está marchando bien.

—Tengo pesadillas —soltó ella.

—Lo sé.

—No son pesadillas normales —gimió Alex, tapándose la boca húmeda—. No puedo pensar con claridad.

—Probablemente sea toda esa culpa que tienes dentro, está consumiéndote.

Podía ser, pero no estaba segura de que su mente fuera la que creara esas imágenes del futuro con tanto detalle. Eran premoniciones, sí. Alguien estaba avisándole que ella sería la cosa más cruel y malvada de ese mundo.

Se llevó las manos a la frente y tembló.

—Yo no soy mala —dijo, e Ikei se apresuró a pasarse a su cama. Se sentó junto a ella y le frotó la espalda.

—No lo eres.

—No quiero ser mala —sollozó en voz baja.

—Y no tienes por qué. Aprende a su usar tu magia con conciencia y te aseguro que la usarás para el bien —indicó él—. Tienes un buen corazón, Alex. Solo que estás asustada. Y el miedo y la ignorancia en la magia solo harán que cometas errores. Si no quieres hacerle daño a nadie, aprende a controlarlo y verás que podrás usar esa magia para el bien. Ya no estará dominada por el miedo.

Alexandria continuó con las manos sobre el rostro. Sus palabras le hicieron entender por primera vez que, si esa magia estaba con ella, fuera o no con los brujos, la misma seguiría surgiendo. En sus pesadillas ella usaba poderes terribles para cometer los actos más horrorosos del universo sin siquiera pestañar. La magia estaba allí... y el miedo siempre la había hecho actuar mal. Errónea.

El miedo a que Piers se burlara de ella, el miedo a que Thielo la lastimara...

Tenía que controlar el miedo.

—Estoy bien. Estoy bien —contestó, apartando las manos y alzando la cabeza, pero todavía temblando y con muchas ganas de llorar—. Yo... entiendo. Tengo que dejar de tener miedo.

Luchar contra las imágenes que ya estaban en su cabeza no sería sencillo, pero si no hacía fuerza, todo sería peor. No podía convertirse en eso que veía en sus sueños.

—Tranquila, no estás sola —Ikei se inclinó hacia ella con una sonrisa—. Seremos tu familia y te ayudaremos. —La miró con esa expresión crédula y alegre y ella no pudo evitar desviar la mirada. Era impresionante como él podía encontrar la felicidad en todo, pero no era capaz de contagiársela—. ¿No quieres venir mañana conmigo a buscar al bosque a la siguiente compañera?

Con eso, ella pegó un brinco.

—No —soltó, de una. Lo que más veía en su sueño eran bosques. No quería acercarse más a bosques. No todavía—. ¿Por qué un bosque?

—Su familia vive algo apartada del pueblo, ya te imaginarás por qué. Así que debo ir hasta allí para encontrarme con ellos.

Se imaginó que no eran muy queridos en la ciudad, y aunque no le apetecía quedarse en ese cuarto sola, no pensaba entrar en el bosque ni, aunque le pusieran una espada en la nuca. Una de las escenas más espantosas transcurría en un bosque, oscuro y olvidado, y los gritos de sus víctimas resonaban entre los árboles. No, no quería ver eso con sus propios ojos.

—Todavía no me siento bien —musitó—. Me quedaré.

Ikei la mantuvo contra él un rato más, hizo algunas preguntas al azar, pero ella apenas contestó. Estaba agotada y no tenía ganas de seguir durmiendo, a pesar de todo. Sin embargo, alrededor de unos veinte minutos después, él regresó a su cama para dormir lo que le quedaba de la noche y ella se hizo un bollito en la propia, jurando que no volvería a pegar un ojo así estuviera desfalleciendo.

Finalmente, Ikei se marchó al amanecer. La saludó al verla despierta y Alexandria le dirigió un gesto apenas visible. Estaba destruida física y mentalmente y no sabía cómo iba a mejorar. Si dormía, se sometería a la tortura de su propia mente. Si no dormía, jamás iba a reponerse.

Permaneció allí, tumbada, hasta que la dueña de la taberna golpeó la puerta para traerle desayuno con leche fresca.

—La leche te ayudara a pasar el malestar —le dijo y también se disculpó por el accionar de su hija, que la había visto lo suficientemente madura como para beber un poco de vino—. Tu amigo me dijo que nunca antes habías bebido y es comprensible que estés así. Ahora come y bebe la leche caliente que te hará bien.

Alex se sentó en la cama y obedeció. La mujer le escrudiñó el rostro durante un minuto y luego anunció que le traería agua para que se aseara un poco.

Ella le agradeció con un hilo de voz antes de que se marchara. Comió despacio y se dio cuenta, gratamente, de que la leche sí ayudaba. El estómago dejó de dolerte unos minutos después y el alimento ayudo a que se le despejara la cabeza. Sin embargo, seguía cansada y comprobó, con el reflejo de su rostro la fuente del agua que le acercaron, que tenía ojeras gigantes.

Sola y con la ayuda de un paño, se lavó la cara, pegajosa por las lágrimas secas, y aseó todo lo que pudo de su cuerpo. Cerca del mediodía, ya no pudo más con ese peso sobre los parpados, que no se fue ni echándose agua en el rostro mil veces más, y se durmió sobre la cama sin poder controlarlo.

La pesadilla comenzó con lo que ella temía. Un bosque, gritos, oscuridad y en el medio una persona de cabello largo y rubio que arremetía sin piedad con cualquiera que se le cruzara. Era ella, se reconocía con claridad, pero nunca, en ninguna de esas visiones, ella veía los sucesos desde sus propios ojos. Lo observaba desde fuera y eso era todavía peor. Era capaz de notar hasta las expresiones de su rostro. Heladas y maléficas.

De pronto, un pelirrojo se cruzó en su camino y la Alex verdadera, que la soñaba, quiso gritar. Pero Ikei se puso delante de ella, con ambas manos en alto, suplicándole que se detuviera.

Entonces, todo cambió. La imagen de la Alexandria malvada desapareció y fue reemplazada por un grupo de bandidos, que atacaban a Ikei con espadas y le robaban todo lo que tenía después de dejarlo tendido en el suelo en un charco de sangre. Y ya no era más de noche, si no pleno día.

—¡NO! —chilló, despertándose de un golpe. Agitada y sudorosa, como si no se hubiese lavado nunca, salió de la cama y buscó sus botitas.

Abandonó la habitación y casi se arrojó sobre la dueña del lugar.

—Niña, ¿estás bien? —le dijo ella, alarmada.

—¿A dónde fue mi amigo? ¿Le dijo hacia qué lugar?

—Hacia el bosque Trechelle —contestó la dueña—. ¿Pero qué piensas...?

—¿Norte, sur...? ¿Este u Oeste? —soltó Alexandria, sin dejarla terminar.

—Por esta calle derecho hacia el norte, niña, pero...

—Norte, de acuerdo.

Soltó a la mujer y salió a la calle. El caballo de Ikei estaba allí, descansado, y Alex lo montó de un golpe. Lo llevó a galope y cuando el pueblo terminó, se encontró confundida. Allí no había ningún bosque.

Miró a su alrededor y llamó a un niño que arrastraba un juguete hecho con ramas por el suelo.

—¡El bosque Trechelle! ¿Hacia dónde?

El niño, medio asustando por su prepotencia, apuntó con el dedo hacia un costado.

—Tienes que ir al este ahora —aclaró y Alex giró al caballo sin perder tiempo.

Estaba enloquecida de miedo. No sabía si llegaría a tiempo, pero sí sabía que eso pasaría. No había ninguna duda al respecto. Cabalgo tan rápido como pudo el animal y enseguida encontró el dichoso bosque. Comprendió por qué Ikei no había llevado al potro, pero no tendría tiempo si lo dejaba allí. Algunos árboles estaban demasiado juntos como para que el caballo pasara con tranquilidad.

—¡A la mierda!

Lo forzó a meterse entre ellos, agradecida de que ambos pasaran, pero no pudo volver a ir al galope. Tuvo que tomarse un buen tiempo para poder sortear los troncos mientras la desesperación subía por su garganta.

—Oh, vamos —sollozó, justo cuando el bosque se abría un poco más y le permitía recuperar un avance ágil. Ni siquiera sabía dónde lo encontraría, eso era cierto. Pero tampoco pensaba detenerse. Sentía que iba hacia él y no pararía hasta hallarlo. Vivo, sobre todo.

Atravesó el bosque, aporreando al potro con los huesudos talones, hasta detenerse bruscamente cerca de una cabaña. Fuera, había una muchacha pelirroja cantando y bailando en círculos, pero ninguna noticia de Ikei.

La chica se detuvo y, desde la distancia, se giró a verla. Alex le devolvió la mirada por unos cuantos segundos, hasta que avanzó nuevamente como si jamás la hubiese visto antes.

Dio una vuelta en algún punto y regresó hacia atrás, buscando a su compañero con ansias, hasta que oyó voces gruesas y se apresuró a seguirlas. Cuatro malhechores aparecieron segundos después e Ikei estaba metros más allá; todavía no los había visto.

Sin embargo, ellos a él sí y se apresuraban con las espadas en alto, para atacarlo por detrás.

—¡DEJENLO! —gritó, arremetiendo contra ellos con el caballo y una mano en alto.

Los ladrones se voltearon al mismo tiempo que Ikei, a unos tres metros de distancia. Uno de ellos apuntó hacia Alex, dispuesto a derribarla, pero ella alzó su mano como para detenerlo t las cosas se salieron de control.

En un segundo, el ladrón la miraba estupefacto. En el otro, arremetía sin consciencia ni control a sus propios compañeros. Aunque le gritaron, confundidos por su actitud, nada paró al hombre. Clavó la espada en el que tenía más cerca, y el siguiente, viendo que no pensaba detenerse, no le quedó otra que defenderse. Justo cuando Ikei tumbaba al cuarto ladrón con una masa de lodo, el primero y el segundo se mataban entre ellos.

Los cuerpos cayeron al suelo entre los sonidos guturales de gargantas perforadas. La sangre empapó la tierra y las hojas de los árboles. Alexandria se quedó dura sobre su caballo, notando cuán fácil fue sembrar el horror como auguraban sus sueños.

Comenzó a llorar sin poder contenerlo, dando cuenta de que ese hombre se habían dado vuelta por órdenes de sus manos. Ahora no solo podía controlar animales, sino que también podía manipular las mentes de seres humanos, forzándolos contra sus voluntades.

Y, además de todo, la asesina en realidad era ella.

Estuvo a punto de caerse del caballo, debilitada por semejante uso de poder, sumado a su poca estabilidad debido al malestar de la noche anterior. Pero Ikei estuvo ahí, a su lado, al instante, bajándola y apretándola contra su pecho.

—Alex, Alex, tranquila.

—No —lloró ella, reaccionando y tapándose los ojos con las manos. No quería ver ese desastre. Los muertos en el bosque, la sangre... Todo era como en las premoniciones.

—No te sientas mal, esto fue una cuestión del...

—¡Los maté! —gritó ella, dejando caer los dedos—. ¡Los maté porque soy un monstruo!

—Para que no me maten a mi —susurró él, acariciando su cabeza—. No eres un monstruo. Intentabas salvar mi vida.

Alex volvió a negar. Porque aunque Ikei tenía razón, aunque sus palabras estaban llenas de lógica, ella sabía que todo lo que acababa de pasar no estaba bien. Matar a otros no estaba bien.

Porque cuando empiezas con uno, es más difícil detenerse. Tuvo que haberlo sabido cuando murió Piers, que habría más. Eso solo acababa de comenzar. 

Continue Reading

You'll Also Like

5.2M 712K 56
GRATIS OTRA VEZ EN WATTPAD Y TAMBIÉN EN AMAZON CON CONTENIDO NUEVO. Sinopsis: Andrea Evich es la chica más popular de la preparatoria, de muchos inst...
8.9K 1.1K 18
La primera vez que la vi me causo mucho miedo. Mi madre me dijo que podía confiar en ella. Que seríamos amigas para siempre. Su alianza de amistad, n...
1.2K 128 6
«Cuando algo hace falta en tu vida y te desesperas por buscarlo, puedes perder el objetivo de vista y a veces puede ser que lo encontremos, pero ¿a q...
5.3K 412 80
Para esos casi algo que me rompieron el corazón Para todos esos amores que deje atrás y para aquellos que nunca podré olvidar Para todas las personas...