Aullido de resplandor [NO EST...

Por NessaSimmons

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Nina está acostumbrada a guardar secretos, como la existencia de una manada de Dhemaryons, demonios lobo orig... Mais

Sinopsis y aviso
Glosario
1. El principio del fin
2. Avance imparable
2. Avance imparable (parte II)
3. Prodigio
3. Prodigio (parte II)
4. Presagio de sangre
4. Presagio de sangre (parte II)
5. Susurro de rebelión
5. Susurro de rebelión (parte II)
6. Un lugar solitario
7. El mordisco de la noche
7. El mordisco de la noche (parte II)
8. Hasta la tumba
9. Los gigantes de piedra
9. Los gigantes de piedra (parte II)
10. Me ofrezco a ti
10. Me ofrezco a ti (parte II)
11. El bosque
11. El bosque. Parte II
12. Los viejos enemigos. Parte I
Hiatus

11. El bosque (parte III)

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Por NessaSimmons

 Dedicado a Malena. Sospecho que te gustará la llegada de cierto personaje. 


Cuando su compañera le zarandeó con suavidad para despertarlo, a James le llevó un momento darse cuenta de que estaba en un coche de camino a Nueva York. Tan solo unos segundos antes había estado en Azzhack. Su diosa lo había invocado —o al menos a su consciencia— al palacio flotante que surcaba los cielos de su mundo natal, aunque no tenía idea de para qué.

—¿Ya llegamos? —graznó; al mirar por la ventana solo vio el interior oscuro de un aparcamiento.

—Sí. Has dormido durante todo el camino —respondió Nina.

James resopló, sin sorprenderse. Escasos minutos en Azzhack se convertían en horas en el mundo santuario, y horas era lo que duraba el viaje desde el pueblo lobuno en Delaware a Nueva York (con todo lo que estaba pasando, Gary decidió que era arriesgado quedarse directamente en la ciudad). Se incorporó, sintiendo el cuerpo agarrotado. Se había quedado dormido con la cabeza apoyada sobre el hombro de su novia, mientras miraba asombrado la vertiginosa velocidad en la que intercambiaba mensajes con Vincent.

—Nina, dime que no has dejado tu móvil sin batería —pidió, porque el aparato que ella tenía entre manos era el suyo, aunque no tenía idea de cuando había hurgado en sus bolsillos. Suspiró al ver que se encogía de hombros—. ¿Eres consciente del lugar al que vamos? ¡Deberías tener una forma de llamarnos!

Habían aplazado al máximo el viaje al corazón de Manhattan. Las grandes urbes eran territorio neutral, aunque al final del día los barrios eran controlados por una raza u otra; si al menos fueran todos hijos de la luna... Odiaba tener que llevar a su compañera embarazada a un lugar donde todos podían hacer lo que querían y cuando querían. Y, por encima de todo, odiaba dejarla con Cast.

«No hay lugar más seguro en Nueva York que junto a Cast», le había dicho su padre para acallar sus protestas. Se había callado, pero eso no significaba que fuera feliz. No conocía a Cast en persona. Era como esa estrella del rock de la que todos han oído hablar y con la que nadie espera cruzarse.

Nina señaló a la annyel.

—Tengo esto.

James frunció el ceño.

—Quédate con mi móvil, ¿quieres?

—Por los dioses, cálmate. Todo saldrá bien, no me dejes sola en el optimismo. —Puso los ojos en blanco, pero se guardó el móvil de todas formas para después ponerse su gorrito de lana—. ¿Es que Eelil te ha ignorado otra vez?

—Para variar —refunfuñó.

Desde el incidente en el santuario Eelil se lo llevaba a su palacio cada noche... aunque no se dejaba ver. A menudo, el feroz lobo sagrado, Luran, era el único que lo recibía. Y no era demasiado hablador. Se limitaba a dar vueltas a su alrededor para olisquearlo, gruñendo cada vez.

Se mordió la cara interna de una mejilla. Día a día parecía más enfermo, con el pelaje que debía ser de un negro lustroso llenándose de canas. La mirada que le dirigía a James, sin embargo, era cada vez más impaciente.

«Y no sé qué demonios quiere de mí», pensó.

—Hemos llegado algo temprano —dijo Nate desde el asiento del conductor—. Esperemos en algún donde podamos comer.

—No creo que pueda comer nada —replicó James, aunque su hermano no le hizo caso: tanto él como Darren ya salían.

—Pues yo sí tengo hambre —murmuró Nina.

La expresión de James se suavizó de inmediato.

—Entonces vayamos —le dijo, posando con brevedad los labios sobre su pelo y una mano en su vientre. Después se desabrochó el cinturón y salió, manteniendo la puerta abierta para ella y preguntándose si él también ponía esa expresión vulnerable. Con la ropa no se notaba, pero estaba allí, la muy suave curvatura en un vientre que siempre había sido plano y que dejaba a ambos ansiosos.

Nueva York, como el resto del país, estaba inmersa en una ola de frío extrema, una que todos esperaban que fuera natural y no una muestra bestial del alcance de los poderes de Nina. Ya habían visto los efectos de su inestabilidad emocional en su pequeño hogar.

Por suerte, deambularon poco tiempo entre el frío y la nieve. Darren los llevó a un bar donde eran los clientes más jóvenes; olía a cigarrillo barato y el ronroneo del rock le daba más personalidad de la que en verdad tenía. Lo eligieron porque el Bosque los esperaba a menos de cinco minutos de caminata. El Bosque y la persona aterradora a la que pertenecía. Y eso era evidente en los rostros de Nina y James, tan tensos que apenas notaron a un camarero deseando echarles.

—El optimismo —oyeron a Nina murmurar mientras sus puños se abrían y cerraban con rapidez. El nerviosismo empezaba a aflorar con cada tic-tac del reloj.

—Yo me encargo —susurró Darren a su hermano menor.

—No hagas tonterías...

Pero ya era demasiado tarde. James lo vio adelantarse para alcanzar a los otros dos y susurrarle algo al oído a su compañera. Mientras Darren la arrastraba hacia la vacía pista de baile, los otros hicieron los pedidos y luego se dirigieron a una mesa junto a las ventanas. James los observó bailar al sonido de Bad Moon Rising, ignorando la mirada taladradora sobre su cuerpo. Prefería disfrutar de la creciente sonrisa en el rostro femenino cuando empezó a relajarse.

«A veces Darren sirve para algo más que sacarla de quicio», pensó. Cuando le interesaba podía ser encantador.

Se volvió con un suspiro cuando el camarero se acercó para dejar las bebidas y la comida sobre la mesa. Se entretuvo abriendo la lata y luego un paquetito de frutos secos mientras Nate le daba un trago a su cerveza. Entonces, cuando ya no tuvo más excusas, lo miró.

—Venga, suéltalo.

—¿Te has acostado con ella esta mañana? —Señaló con la barbilla a Nina—. Antes de que saliéramos de casa.

Las cejas de James se elevaron. Arañó la mesa de madera con el vaso, sin dejar de mirar con recelo a su hermano. Los viejos sentados a su lado, en cambio, los observaron con interés, aunque dejaron de hacerlo enseguida al recibir ceños fruncidos. James no se molestó en contestar hasta que se removieron incómodos y escaparon hacia la barra haciendo caso a sus instintos.

—¿Desde cuándo mi vida sexual te interesa? —Como su hermano solo siguió mirándolo, terminó por encogerse de hombros—. Puede que la haya pillado de camino al baño, ¿y qué?

—Necesitaba saberlo para confirmar una cosa. —Cruzó los brazos sobre la mesa y se inclinó hacia adelante. Bajó la voz—. Lo podemos sentir. Y no me refiero a la forma normal, no es por el olor ni por la audición. Es como si una ola de lujuria invadiera los alrededores y coincide con vuestro momento feliz.

—¿Cómo dices?

—Cada vez que os ponéis cachondos, nosotros también —resumió Nate, bajo la perpleja mirada de su hermano menor—. Y dado que los lobos no tenemos ese tipo de magia y tú no eres un illarghir, tiene que ser ella.

—Explícate —exigió.

Nate suspiró.

—El día en que decidiste saltarte las órdenes...

—No me salté nada. Fui incapaz de resistirme a no tocarla.

—... de Eelil —continuó Nate como si no lo oyera—, fue cuando ocurrió por primera vez. A nuestros padres no les afectó, pero a Darren y a algunos sirvientes sí, según descubrió después. Dice que se puso cachondo perdido, con la mente nublada, y que estuvo a punto de entrar en tu habitación mientras estabais... ocupados. Dice que no lo hizo por pura fuerza de voluntad. —Arañó el cristal con las uñas sin apartar la mirada del adolescente confuso—. Habéis estado juntos desde... ¿mediados de octubre? Pero sin llegar a tanta intimidad, al menos hasta ahora.

James clavó la mirada ausente en su refresco.

—Quería que fuera ella quien se acercara a mí. Era lo mejor para ambos —fue su respuesta tardía. No dejaba de pensar en lo enfadado que le había parecido Darren bajo las pequeñas bromas ácidas. Clavó la mirada durante un instante sobre él. ¿Era frustración?

—No estaba aquí, pero voy a aventurar que las cosas se caldearon más de una vez aunque no llegarais al final. —James asintió—. Creo que eso coincide con lo que él llama ''los mini ataques de lujuria'', porque no se comparan con el ''gran ataque'' del primer día. No se lo comentó a nadie por vergüenza, supongo, y porque no estaba seguro. Entonces profanasteis el santuario el mes pasado...

—Eso no fue planeado —murmuró con las orejas rojas. Nate lo miró divertido.

—Lo sé, pero le sirvió a Darren para corroborarlo. Vino a preguntarme si también lo había sentido y sí, lo hice. Aun así, decidimos esperar y observar un poco más antes decir nada. Estas últimas semanas son prueba suficiente. Eelil sabe que tuvimos que detenernos mutuamente para no ir hasta vuestra habitación, y lo mismo pasó con algunos sirvientes a los que tuvimos que obligar para que se fueran, tanto chicos como chicas. Ha ocurrido cada vez. Nadie parece poder resistirse al sabor de esa magia. —Miró a la chica sonriente y ajena a su conversación—. Al sabor de su placer.

James se lo quedó mirando. Nina empezaba a parecerse a una de esas muñecas rusas: cada vez que levantaba una encontraba algo más debajo. Se preguntaba qué descubriría al llegar a la última.

—No quiero que se lo digáis —susurró.

—James...

—¡No! —El vaso se agrietó ante su agarre. Lo soltó y apretó los puños sobre la mesa. Su espalda estaba tan rígida como una vara de metal—. Es mi compañera, yo decido.

Nate lo observó con cuidado. La luz pálida e invernal que se colaba por la ventana de pronto adquirió un matiz mucho más duro, cincelando su rostro.

—Son sus poderes, no se trata de ti, sino de ella. Debe saberlo. Y no creo que te haya perdonado aun por todo lo que...

—Ya sé que no se trata de mí, Nate. No estoy pensando en mí. Se lo diré, pero después del juicio. —Inhaló con fuerza—. Tiene que declarar, dar su versión de los hechos y si sabe eso terminará por creer a Rahel. Creerá que tiene la culpa. Y eso no es verdad. Él la atacó, él tiene la culpa.

—Sé eso, James, pero sí que cambian las cosas, porque tal vez Rahel tenga razón y ella lo haya atraído sin querer. Mi mente se nubló, también la de Darren y la de otros. Solo podía pensar en llegar a la fuente y tomarla para mí. Nosotros nos contuvimos a duras penas y somos fuertes. A los demás hubo que obligarlos a irse... Tienes razón. Ella no puede saberlo. —James se relajó—. Hay que informar de esto a nuestros padres, si es que no lo saben ya. En cuanto pase el juicio se lo diremos a Nina.

—Yo lo haré. No la tocaré hasta entonces. —Se llevó una mano a la cabeza, alborotándose el pelo de ébano, hasta descansarla sobre la nuca—. ¿Realmente crees que llevarla con Cast ayudará en algo?

—Nunca sabes cuando Cast va a ayudar. Es mejor estar en su lista de niños buenos. —Nate dio un trago más—. La protegeremos.

James hizo una mueca. No dejaban de repetir eso, pero ella siempre terminaba herida. Y ahora sus hijos iban en el paquete.

—Padre piensa que debo hacer lo mismo que el tío Keera hizo para proteger a su compañera cuando la amenazaron —murmuró después de un rato en silencio—. Cree que debo pedir ayuda a mis hermanos, tal y como el tío Keera se la pidió a él y a la tía Elyna.

Nate parpadeó, pillado por sorpresa. Agarró su cerveza y volvió a llevársela a los labios con lentitud. Sus ojos inquisitivos, sin embargo, no abandonaron el rostro de su hermano pequeño.

—¿La compartirías con nosotros? —preguntó, con tanta incredulidad como burla.

James puso los ojos en blanco.

—Sí, si es para mantenerla a salvo. No sé porque algunas parejas, pese a tener la annyel, sienten la necesidad de invitar a un tercero a su cama, pero esto sería por una buena razón. Puedo compartirla con alguien más si es por su bien.

Nate suspiró.

—James, sabes bien que lo que papá y la tía Elyna hicieron fue algo más que acostarse con la compañera de su hermano para imprimir su olor. Para protegerla la marcaron. Durante ese tiempo no fue solo la compañera del tío Keera, también era la de ellos; la trataron como tal. ¿Entiendes lo que es eso? Es alguien más siendo territorial acerca de tu pareja, alguien marcándola como suya y deseándola, y el deseo es mutuo.

»Y, como bien sabes, para que una runa de posesión desaparezca solo se pueden hacer dos cosas: que ambas partes implicadas estén de acuerdo o bien matar al que no quiere ceder, como tuvieron que hacer con el que marcó a Chanel. Nuestro tío eligió a sus hermanos porque eran los únicos en los que podía confiar.

—Confío en vosotros. Si vuestras marcas significan el doble de protección para ella, lo haré. Además, no vengas a fingir que no disfrutaríais. Ya ni disimuláis —espetó desganado.

Desde el verano pasado ambos parecían incapaces de quitarle los ojos de encima, y de paso molestarle a él. No deseaba compartir, y temer a su manada hasta ese punto lo destrozaba, pero haría lo que fuera necesario.

Serían tres personas para rastrearla, tres personas que podrían sentirla en una situación peligrosa, tres personas que darían la vida por ella y por sus hijos. Sus hermanos eran los únicos a los que permitiría verla tan vulnerable. Y, por suerte, ninguno tenía pareja.

—Bueno, sabes que Darren no se contendría, no va con él. Y es hermosa, demasiado para su propio bien.

Durante un instante ambos se quedaron mirando en silencio a la única parejita de bailarines. James sonrió: era como un pequeño rayo de sol rojo en aquel bar oscuro. Nate, no obstante, parecía intrigado. ¿Cuándo había dejado de pensar en ella como una hermanita para mirar a ratos con deseo? ¿O se debía a lo que era ella?

—Lo es. —Se lamió el labio inferior con lentitud—. Tocarla no sería ningún sacrificio para vosotros, es obvio. Solo mira la sonrisa de ese pequeño bastardo —espetó, señalando a Darren. El rostro de su hermano se había llenado de malicia; había escuchado todo.

—Ella no lo aceptará.

—Lo hará si es por los niños. Y, lo creas o no, tiene más instinto de supervivencia que todos nosotros juntos. Esperemos no llegar a eso. Demonios, no quiero compartir cama con vosotros.

Se reclinó contra la silla y cruzó los brazos, con la bilis acumulándose en el fondo de su garganta. Si llegaba a ese extremo algún día era que todo lo demás había salido mal.

—Espero que no haga falta. —Nate soltó una risita—. Mírate, tomando decisiones difíciles. Y pronto podrás iniciarte en el arte de la guerra.

—Si es que paso la prueba —murmuró, sintiendo un retortijón más en el estómago.

Tras la prueba venía el rito. Y tras esa ceremonia le enseñarían a usar su magia para la batalla; sin embargo, ¿para qué molestarse cuando ni siquiera podía ejecutar al hombre que trató de asesinar a su pareja? Volvió a apretar los puños. Aún recordaba los temblores que lo habían poseído.

—A todos nos da miedo, ¿sabes? Cree un poco más en ti mismo. Eres el más rápido de los tres, y cuando aprendas a manejar tu poder de forma eficiente, serás más fuerte. Eres demasiado impulsivo a la hora de luchar y cedes a las provocaciones, pero tiendes a darle la vuelta al asunto.

Nate observó su expresión alicaída y luego asintió.

—A partir de ahora practicaremos con el rito en mente. Podrás con ello.

—Sí, lo haré.

«Necesito hacerlo», añadió en su mente. La manada no era su único problema. No podía olvidar a la criatura del santuario amenazando a Nina. Y si él no protegía a su compañera y a sus hijos ¿quién más lo haría?

Nina sentía las palmas de las manos húmedas para cuando se adentraron en aquel callejón sin salida, uno más de los tantos que había en Nueva York, con la diferencia de que al final de él estaba la entrada a El Bosque. Volvió a limpiarse las manos en la tela de sus pantalones, consciente de que tendría que volver a hacerlo.

La puerta del bar estaba custodiada por las criaturas más extrañas que había visto nunca. Eran altos y grandes, con la piel ligeramente verde, y ojos pequeños como botones. Los dientes puntiagudos sobresalían hechos de oro, de sus cuellos pendían collares de falanges y las manos eran membranosas como las patas de una rana.

—Son la gente fea del pueblo de los nythir. En Ambryse persiguen y matan a los que no sirven para la lucha. Dicen que su existencia ofende a los dioses —explicó James a Nina entre susurros.

—¿Solo por su aspecto? —preguntó, incrédula. Él asintió.

—Aell es el dios de la belleza masculina. La belleza les importa mucho.

Nina se lamió el labio inferior. Los hijos del Sol amaban creerse superiores a los dhem, pero lo cierto era que para ser los dhem los hijos del Caos y ellos los hijos del Orden, su mundo estaba lleno de violencia y desigualdad.

—Según he oído, Cast rescató a esos dos cuando eran unos bebés —les dijo Darren—. Son muy útiles. Una vez tienen tu olor pueden encontrarte donde sea. No importa dónde te escondas. Y para entrar tienes que dejar que te huelan. Comportaos, son inofensivos si no les das un motivo.

Pero decirlo y hacerlo no era lo mismo. James era un cazador, sus instintos afloraban en presencia de otros depredadores, y a Nina le daban miedo sin más. Eran enormes, de toque viscoso y se cernieron sobre ella hablando en su extraña y sibilante lengua.

No hubo tiempo para respirar, porque en cuanto los guardias (Pirna y Korei) los dejaron pasar, entraron a un corredor cuyas luces rojizas revelaban los centenares de huesos que cubrían las paredes.

—¿De los clientes? —preguntó James, pronunciando las palabras que a ella se le habían atascado en la garganta.

—De los clientes que se portaron mal —respondió Nate con un encogimiento de hombros.

—Acogedor.

Nina pensó que aquel pasillo tenebroso desembocaría en una cámara de torturas, sin embargo, solo se encontró con una discoteca híbrida envuelta en penumbra. En el rincón más alejado de la entrada, bajo la vigilia de unos focos, había una zona elevada y despejada para el baile, pero todo lo demás se trataba de pequeños compartimentos privados junto a las paredes y un montón de pequeñas mesas de madera robusta distribuidas por el centro, que parecían sacadas de alguna taberna antigua y contrastaban de forma extravagante contra el suelo de mármol negro y la tecnología.

Sin embargo, fue el techo lo más interesante; la escena esbozada entre pinceladas húmedas y doradas, que le recordaban al vívido dízar de los illarghir, la obsesionó. Vio a dos seres con los brazos extendidos hacia el otro, cada uno desde su extremo, sin que quedara muy claro qué eran. Allí, en el espacio entre ambos, crecía un árbol de ramas nudosas, cuyas raíces se desbordaban por las paredes. Había un montón de nombres, algunos cambiantes, todos escritos en tinta plateada, la mayoría dentro de pequeñas esferas que colgaban de las ramas como frutas jugosas. Nina solo reconoció uno, el que perfilaba el tronco y señalaba el Sendero Astral, el camino entre mundos. Un camino que tendría que cruzar para llegar hasta Azzhack.

El pequeño codazo de Darren la sacó de su ensimismamiento. Sus ojos se dirigieron al hombre al que señalaba con la barbilla y olvidó todo lo demás.

Nina tragó saliva. Era Cast, no había lugar a dudas.

Había conocido a muchos inmortales a lo largo de los años, pero él era lo más otro que había visto. El pelo era rubio, aunque rubio era una forma pobre de describirlo. Era tan claro que resultaba blanco y cada vez que ondeaba en el aire, agitado por alguna brisa antinatural, se asemejaba al fuego. Eso fue lo primero que pensó, que tenía llamas blancas en la cabeza. Los ojos eran bien parecidos, más claros incluso que los plateados de los Aryon; era como si estuvieran hechos de luz. Y su rostro... Nina contuvo el aliento. Era tan hermoso que ni siquiera la cicatriz que le cubría la mitad de él, desde el nacimiento de la frente al inicio de un párpado, lo disimulaba.

«¿Qué es él?», se preguntó. Se había abrazado a sí misma sin darse cuenta, frotándose la piel erizada con los pulgares. Su poder era obvio y, como una completa estúpida, en lugar de salir corriendo en dirección contraria quería acercarse.

—Está bien, no te preocupes —le dijo James, posando una mano sobre su espalda para que siguieran avanzando a un ritmo constante, pero cuando logró apartar la mirada de Cast para mirarlo a él, parecía igual de perturbado.

Nate fue el primero en llegar hasta la barra, y para cuando los demás lo alcanzaron, ya estaba haciendo las presentaciones.

—Ya conoces a Darren. Este es mi hermano menor y ella es la razón por la que hemos venido. Chicos, este es Cast. —Nate los miró a los dos como si pudiera infundirles un solo pensamiento: haced lo imposible para caerle bien.

Como no se había avispado de preguntar sobre un protocolo, James se adelantó antes de recordar que podía hablar mentalmente con sus hermanos.

—Me llamo James —dijo, extendiendo una mano sobre la barra—, y esta es mi compañera, Nina Aryon. Gracias por esto.

Cast miró durante unos segundos esa mano, sin que quedara muy claro si pensaba arrancársela o no, pero al final dejó la botella que sostenía a un lado.

—No he hecho nada para que me des las gracias —replicó el tabernero, sosteniendo esa mano hasta que James no lo soportó más y tuvo que apartarla, sintiendo todo el cuerpo entumecido por la descarga de poder que lo había atravesado cuando tocó al otro hombre.

Dejó la mano laxa al lado del cuerpo, como si no le afectara.

Nina no se dio cuenta de que se había detenido hasta que James extendió una mano —la intacta— hacia ella. Meneó la cabeza, intentando esconderse entre los mechones rojizos que escapaban de su gorro, antes de dar dos pasos para entrelazar los dedos con los de su compañero y permitir que la arrastrara junto a él.

—Hola —murmuró, sin molestarse en intentar fingir que cada peca de su cuerpo no se sentía intimidada.

Cast inclinó la cabeza en reconocimiento y después siguió con lo suyo, ignorándolos de tal manera que el mensaje fue obvio: solo hablaré con ella.

«Recuerda llamarme si pasa algo. Iremos a la cueva del tuerto, solo está a un par de cuadras —le dijo James a su compañera a través del enlace mental de la annyel. La abrazó, previendo su sobresalto—. Estaré aquí enseguida si me llamas. Y siempre puedes arrojar esa bolita dorada».

Su tono era extrañamente tranquilo. No había querido dejarla allí, pero bastó conocer a Cast para saber que su padre tenía razón. Estaría a salvo a su lado.

La estrechó con un poco más de fuerza y frotó la mejilla contra su pelo, potenciando el rastro de su olor; ella tuvo que obligarse a deshacer el agarre de sus manos sobre la chaqueta de su novio. Entonces se fueron.

Nina barrió el lugar con una segunda mirada y se pellizcó inquieta al no distinguir nada más allá de las ventanas. Tampoco vio a ningún empleado u otro cliente además de una criatura encapuchada que parecía dormitar. No le sorprendió: el aire ceniciento de Nueva York apenas empezaba a oscurecerse. Lo cual significaba que estaría a solas con aquel ser (fuera lo que fuera) durante un buen tiempo. Miró a su anfitrión con cara de circunstancias.

Él no le prestaba atención. Se tomó su tiempo eligiendo entre una de las tantas botellas tras la barra y cuando al fin se decidió por una, le sirvió una copa.

—Siéntate y bebe. Tranquila, no tiene alcohol —añadió al ver como los labios femeninos se abrían.

Nina lo obedeció con torpeza. Se quitó el gorrito de lana por temor a parecer maleducada y lo guardó en la chaqueta antes de quitársela y colgarla sobre el respaldo del taburete; entonces se sentó frente a él y se apresuró en darle un trago a la copa: lo último que quería era ofenderle. El cristal estaba frío, pero el líquido dorado y espeso descendió por su garganta caldeando todo a su paso; su piel empezó a hormiguear.

«Ambrosía», pensó, sin parar de beber hasta que la copa quedó vacía. Que el cocinero de los Aryon le perdonara, pero aquello era lo más delicioso que se había llevado a los labios en toda su vida. Se sintió saciada por primera vez desde que su embarazo había comenzado.

—Gracias por... esto —le dijo al tabernero. Aunque no sabía bien qué era «esto». En aquel momento no le importaba demasiado: debía concentrarse en no tropezar con su propia lengua—. Por recibirme, aunque también por la bebida.

De cerca era incluso más difícil resistirse a no mirarlo. No solo era su belleza o su poder; Nina contempló absorta los hilos de luces y sombras que pululaban a su alrededor, bailando con la misma parsimonia en la que dos algas se entrelazan en el fondo del océano.

Extendió una mano antes de ser consciente de ello, inclinándose sobre la barra, y tan pronto como las yemas de sus dedos conectaron con aquella piel marrón dorada, jadeó.

—¡Lo siento! —exclamó, retirándose con rapidez. Apretó ambas manos sobre el regazo, mirándolas aprensiva—. No pude evitarlo. Las luces y sombras a tu alrededor están en armonía. Eres... muy equilibrado.

Le había costado dar con la palabra adecuada, pero en cuanto la pronunció, supo que no había nada más cierto en el mundo.

—Equilibrado, ¿eh? —Cast esbozó una sonrisa desganada—. Así que ya puedes ver eso. No son luces y sombras. Solo ves el Caos y el Orden que hay en cada criatura viva, en sus múltiples naturalezas. ¿Qué más puedes hacer? Más allá de esa esfera con la que te gusta jugar —añadió.

La expresión mortificada de Nina fue sustituida por un ceño fruncido. ¿Cómo sabía eso?

—He estado practicando estos días —dijo despacio—. Ahora consigo que flote lejos de mí y estoy intentando deformarla. —Aunque no había tenido éxito alguno. Aquel poder se resistía a obedecerla. Además, los Aryon le habían prohibido practicar en los interiores, y entre estar en un sillón con un libro y helarse practicando...

—Y si lo intentas demasiado te duele la cabeza.

—¡Sí! Aparece una sombra, como de una mujer. Pero, ¿cómo sabes eso?

—Sé lo que tengo que saber. —Cast suspiró—. Necesitas sobreponerte a ella, te limita. Debes acceder a todo... a tanto de tu poder como puedas.

—¿Pero qué es ella? —preguntó con ansiedad—. ¿Quién es? ¿Quién la puso ahí?

—Nadie la puso. Ella eres tú. No debes dudar de eso.

—¿Lo es? No se parece a mí.

—Eso es porque no te has acercado lo bastante. Temes alcanzarla.

—¿Cómo? Parece que me va a explotar el cerebro. Es como si... —Se lamió el labio inferior—. Es como si tratara de ser dos personas al mismo tiempo.

Se encogió al decirlo y volvió a frotarse las manos contra los pantalones, pese a que no había sudor en ellas. No le había dicho eso siquiera a James.

—Bueno, eso es un problema. —Cast le rellenó la copa y también sirvió un chupito que posó frente al taburete de al lado—. Aunque creo que puedo hacer una cosa, me pregunto dónde estará... Espera aquí. El chupito no te lo bebas, ese sí tiene alcohol.

Nina lo vio perderse tras una discreta puerta junto a la barra antes de que pudiera procesar sus palabras. Se miró las manos absorta, ¿cómo no iba a temer algo capaz de arrebatar vidas? Aun así, quería dominarle con todas sus fuerzas. Si lo dominaba podría proteger a los que quería. ¿Y que la mujer era ella? No sabía si eso la reconfortaba o no. Decidió verlo de la mejor manera: no estaba loca. No estar loca era un punto excelente. Y acababa de descubrir algo nuevo. Eran tres los poderes que conformaban el universo: el Orden, el Caos y la Creación. Los dos primeros generaban el tercero. Jamás habría adivinado que era eso lo que veía.

Estaba tan ensimismada que apenas notó como alguien ocupaba el asiento de al lado hasta que una voz grave murmuró un amigable «consorte». Respingada, se giró por reflejo, mirando primero a la mano extendida hacia ella, luego a la persona a la que pertenecía.

«¿Y este quién es?», se preguntó. Tenía el pelo tan negro y los ojos tan plateados como un Aryon, pero conocía a todos los familiares de James en aquel mundo y él no era uno de ellos. Estrechó su mano intrigada y bastó aquel simple roce para que se diera cuenta de lo que era. Él la soltó de inmediato.

—Tranquila, vengo en misión de paz —le aseguró, alzando ambas manos—. Cast no me habría llamado de no ser así.

¿Qué Cast lo había llamado? Ella solo lo miró agarrotada desde su asiento. ¿Cómo podían los Aryon confiar en un hombre que había avisado a una sanguijuela de su localización?

—Me llamo Alec. Alec Vyre —se presentó y ella contuvo el aliento. No solo era un vyre: era de la familia gobernante—. Es un honor conocerte.

Nina lo miró de hito a hito, buscando cualquier asomo de los apéndices plumosos que en aquel momento estaban ocultos bajo el elegante abrigo negro. Era de la familia principal, así que la cara interior de sus alas de cuervo estarían empapadas de plata.

—¿Y tengo que creer en ti?

—No, no tienes —admitió con una sonrisa franca que camuflaba al monstruo. Nina se estremeció ante el destello de los colmillos—. Tienes buenas razones para temerme y al resto de mi raza. Esa es la razón por la que estoy aquí.

Como ella permaneció rígida en el sitio, con aquella mirada verde y grande clavada en él, Alec se encogió de hombros.

—Lo que te pasó a ti y a los otros niños Aryon hace diez años fue trágico. Aunque la tregua se mantuvo, nuestras relaciones se cortaron. Supongo que estás al tanto de los últimos acontecimientos, ¿verdad? Sobre esos ataques a lo largo del país, además de unos pocos en el resto del continente. ¿Cómo crees que va a terminar?

—Como los alphas decidan.

Nina se movió al fin, deslizándose en el taburete hasta que mitad de su trasero colgó fuera. Solo quería poner distancia entre ambos. Al percatarse, Alec meneó la cabeza, apesadumbrado.

—Sí. Y decidirán venir a por nosotros. Ya nos culpan de todos sus males, pero esta vez hay... rumores alarmantes. Podríamos ir a la guerra que eludimos hace diez años.

—No es asunto mío.

Alec suspiró.

—Claro que lo es. Eres una consorte Aryon y serás el motivo de esta guerra. Ha habido demasiados atentados a tu vida y estás en cinta. ¿Quieres traer a tus niños a un mundo caótico? Porque eso es lo que pasará. La chispa que se prenda en este mundo se arrastrará hasta Azzhack y se convertirá en un incendio. El único lugar seguro para ti será Ambryse... y aunque seas una hija del sol, tus hijos serán dhem. No serán bienvenidos allí.

Nina se lamió el labio inferior, recordando de pronto todos sus sueños, el martirio de ver a un pequeño bebé de rizos oscuros gateando sobre cadáveres. Recordó a Meriv, asegurando que la guerra se aproximaba minutos antes de suicidarse, a aquel ser de fuego que había aparecido solo para evitar que hurgaran en la mente lobuna. Se tomó un trago más de la bebida deliciosa, pero esta vez no le templó el cuerpo. ¿Cómo podría? Aquello que había estado tratando de ignorar le caló hasta los huesos. Había algo más grande gestándose y tenía la sensación de que no importaba qué tan duro lo intentaran, la tormenta se desataría para ahogarlos a todos.

—Aunque me digas eso no puedo hacer nada. En términos lobunos no soy más que una mocosa, no tengo derecho a hablar. —En términos prácticos, eran razas inmortales. Hacía falta un bagaje de dos siglos para convertirse en un lobo adulto a ojos de la sociedad.

—Sé lo que es eso. Solo soy un año mayor que tú, Nina Leah Sparks —agregó al ver que lo miraba con duda—. Créeme, tus adorados lobos también conocen los nombres de cada humano con el que me relaciono. Aunque, por supuesto, tú no eres humana... No te preocupes. No pido que intercedas por nosotros, solo que les hagas llegar esto.

Metió una mano en su abrigo para sacar algo del bolsillo interior. Era un sobre, uno que deslizó por encima de la barra impoluta hacia ella. Nina lo tomó en sus manos con cuidado. Era de papel grueso y pesado de color negro, con los bordes bañados en plata y unas alas elegantemente perfiladas por lo ancho y largo en el mismo color, tan bonito que le tomó un momento darse cuenta de que no era cera roja lo que sellaba la carta, sino sangre. Tragó saliva, sintiendo la bilis en su estómago mientras se preguntaba si la sangre era del chico sentado a su lado.

—Vamos, solo es un sobre. Cada vez que alguno de los míos trata de acercarse lo rechazan. Y no quiero enviar a nadie a la muerte sin necesidad.

—¿Has probado con los correos?

Alec torció el gesto.

—Me temo que las razas inmortales le dan mucha importancia a la cortesía.

—¿Acechar a alguien de la familia principal es ser cortés?

El dhemvyre soltó un resoplido.

—Los informes decían que eras una cosita dulce e inofensiva.

—Recuerdo colmillos junto a mi garganta. Recuerdo haber estado a punto de perder a mi compañero. Recuerdo como enterramos dos ataúdes vacíos, porque ni siquiera nos dejaron los cuerpos de Nick y Alex.

Él hizo una mueca.

—Eres una cosita dulce con mucho rencor en el corazón y, por desgracia, con mucha razón.

—Podrías haber llegado antes o esperar. Los tres hijos de los alphas son mucho más adecuados para esto que yo.

—Tú los conoces, yo no. ¿Realmente crees que me habrían dado la oportunidad de hablar?

No, no lo habrían hecho, pero ella no pensaba decírselo.

—Dáselo a Gadryel o a Kare'nel, por favor. Confío en que podamos parlamentar antes de que el interés de terceros provoque la muerte de muchos inocentes.

Nina tardó unos minutos en responder mientras trataba de ordenar sus pensamientos. Observó a Alec con fijeza, forzando la mirada hasta que fue capaz de notar los hilos de Caos y Orden a su alrededor. Los saboreó con cuidado, sin distinguir ningún matiz malicioso.

—Está bien —dijo entonces. Temía a los vampiros, pero el futuro que él señalaba tampoco era el que quería para sus hijos. Fue un alivio ver a Cast regresar. ¿Cuánto tiempo la había dejado allí sola?

Alec le sonrió antes de poner su atención en Cast; Nina se lo quedó mirando. Si no supiera todo lo que sabía de su mundo, si otros como él no hubieran matado a dos de sus seres queridos...

—Gracias por animarme a venir. Empezaba a plantearme entrar en su territorio sin invitación y eso podría haber acabado mal —le dijo al tabernero.

—Agradécemelo haciendo lo imposible para evitar un conflicto. Las guerras son malas para el negocio —respondió Cast.

—Las guerras son malas para todos, y ahora mismo no nos lo podemos permitir. —Alec tomó de un trago el chupito que había esperado frente a él, posó un billete sobre la mesa y luego se levantó—. Te mantendré al tanto, aunque sé que no lo necesitas. —Se volvió hacia Nina—. Gracias por escucharme, consorte. Y enhorabuena. Sé que tu compañero estará muy agradecido por el favor de los dioses.

Nina no respondió, ni tampoco respiró de verdad hasta que oyó el repiqueteo de la campana sobre la puerta. Agarró su copa y la vació en un trago larguísimo. Era la primera vez en diez años que estaba tan cerca de uno de ellos. Los escalofríos se negaban a desaparecer.

—Te asustas con demasiada facilidad —murmuró Cast.

—Porque sé de lo que son capaces. —Clavó la mirada en él—. Confiamos en ti, y tú...

—¿Yo qué? —Cast apoyó ambas manos en la barra y se inclinó hacia ella. Nina tragó saliva, abrumada. Y sintió más cosas que sabía que no debería sentir—. ¿Te he dado motivos para desconfiar? ¿He fallado a mi promesa de que estarías a salvo aquí? ¿Él te ha hecho daño?

—Él es...

—Es alguien que intenta proteger a los suyos y evitar una guerra innecesaria.

La muchacha frunció el ceño.

—¿Es que hay alguna que sea necesaria?

—No lo sé. ¿Qué piensas tú?

La muchacha lo miró boquiabierta. ¿Qué pensaba? Su frente se llenó de pequeñas arrugas. Nadie se lo había preguntado nunca, ni tampoco había reflexionado sobre ello. Jugó con la copa, haciéndola girar entre sus dedos como si el cristal fuera a aclararle la mente. Cuando evocaba la palabra, siempre iba acompañada de destrucción y caos. De muerte, pérdida, y el dolor más primitivo. De miedo. Pero, ¿era así de simple?

Tras mucho pensarlo decidió que lo era. Al final, de eso se trataba la guerra; su esencia era cruda y horrible.

—Aunque no es solo eso —murmuró para sí misma.

—¿Qué no es? —preguntó Cast con paciencia, y ella dio un respingo, porque se había olvidado de él y de donde se encontraba. Tragó saliva.

—La guerra. Es muerte y destrucción, sí, aunque también puede ser resurrección. Unas son por motivos estúpidos, pero otras son por justicia... aunque la guerra no pueda ser justa. —Meneó la cabeza—. No, no puede. Después de todo, la guerra se resume en dos bandos tratando de matarse, y cualquiera de ellos es tan correcto como de acuerdo estemos con sus razones. Todos salen heridos, todos se sacrifican y cometen atrocidades.

Tamborileó las uñas sobre la barra antes de mirarlo con ojos oscuros.

—Al final del día los mejores enemigos son los enemigos muertos.

¡Que los dioses se apiadaran de ella! Saber que había matado a aquellos vyre la llenaba de alivio. Le parecía correcto, incluso si no era capaz de admitirlo en voz alta, incluso si se sentía aterrada de sí mima.

—¿Entonces son necesarias?

Ella asintió con lentitud, con las pequeñas arrugas de consternación profundizándose en su rostro juvenil.

—Algunas lo son. No creo que sean buenas para nadie, ¿quién en su sano juicio las desearía? Solo los carroñeros sacan algo de la guerra. —Se lamió el labio inferior inquieta. Alec había insinuado que aquello era interés de terceros—. La violencia nunca es la respuesta correcta, pero a veces es la única que queda, el único camino para algo mejor. El infierno para salir del infierno.

—A veces es así —coincidió Cast con un brillo cálido en los ojos—. Algunas son necesarias, otras no. Esta no lo es, y como de todas formas puede ocurrir, deberías aprender a usar esos poderes. ¿Cuándo os trasladaréis aquí?

—¿Aquí?

—A Nueva York. Mi hijo puede ayudarte con esto, pero no se irá lejos de mí. Tendréis que venir vosotros.

Las cejas rojizas se fruncieron.

—No... No haremos eso. Aun vamos al instituto. De hecho, las clases ya han empezado.

—Hay institutos aquí. ¿Has oído alguna vez cómo llaman a nuestra clandestina sociedad? Submundo. El nombre viene de una escuela y universidad para seres como nosotros. No tendrías nada de lo que avergonzarte.

Nina sintió como sus mejillas se calentaban cuando él deslizó una mirada penetrante hasta su vientre. No tenía idea de cómo sabía que eso le preocupaba,

—Nos iremos a Azzhack en unos meses.

—Entonces, ¿para qué preocuparse por un instituto humano? Tardarás años en volver de todas formas. Y esa escuela, al contrario que la humana, no hará demasiadas preguntas. Lo importante es lo importante.

—Como graduarse —respondió Nina testaruda, pese a que de todas formas no podría cursar el último grado.

—¿Tu vida está siendo amenazada y te preocupa graduarte? Vaya. —Cast agitó la cabeza, incrédulo.

—¿Qué?

—No, lo siento. Acabo de darme cuenta de que... —Se la quedó mirando como si no supiera qué pensar—... solo tienes diecisiete años. Una cría sin idea de nada. Eso es lo que eres. Una niña y nada más que eso —Bajó la cabeza y se echó a reír como si encontrara la situación de lo más graciosa—. Esperé demasiado.

Nina arrugó la nariz y se levantó, increíblemente molesta pese a que él solo había dicho la verdad.

—¡Pues siento decepcionarte! —espetó.

—Espera, tengo que darte...

Nina no le hizo caso. Agarró el sobre, se bajó del taburete y se marchó. Deprisa, con cada paso un poco más rápido que el anterior, hasta que llegó al tenebroso pasillo y pudo echar a correr hacia la salida. No prestó atención a los porteros cuando salió desbocada, solo siguió caminando hasta detenerse a mitad del callejón y agacharse, sintiendo que le costaba respirar. Empezaba a entender todo el alboroto con Cast. No había estado mucho tiempo con él y aún así parecía demasiado.

—Oh, por todos los dioses —murmuró. Había gritado a un ser al que el resto de inmortales temían. Los Aryon solo le habían pedido una cosa y se las había arreglado para fastidiarlo.

Nina estaba reuniendo fuerzas para incorporarse, regresar dentro, ofrecer sus más sinceras disculpas y recuperar su chaqueta, cuando oyó el susurro de un aleteo. Alzó la cabeza por instinto y vio el rostro de un fantasma.  



______________________

Pensé que lo mínimo que podía hacer era no dividir lo que sobraba, así que siento si os resultó largo. Y bueno, mi gente, oficialmente hemos entrado en la recta final. Solo quedan unos pocos capítulos. 

Y lo habéis decidido vosotros: ¡Vinnel es el nombre del ship! Aunque Chance estuvo cerquita. 


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