11. El bosque (parte III)

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 Dedicado a Malena

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 Dedicado a Malena. Sospecho que te gustará la llegada de cierto personaje. 


Cuando su compañera le zarandeó con suavidad para despertarlo, a James le llevó un momento darse cuenta de que estaba en un coche de camino a Nueva York. Tan solo unos segundos antes había estado en Azzhack. Su diosa lo había invocado —o al menos a su consciencia— al palacio flotante que surcaba los cielos de su mundo natal, aunque no tenía idea de para qué.

—¿Ya llegamos? —graznó; al mirar por la ventana solo vio el interior oscuro de un aparcamiento.

—Sí. Has dormido durante todo el camino —respondió Nina.

James resopló, sin sorprenderse. Escasos minutos en Azzhack se convertían en horas en el mundo santuario, y horas era lo que duraba el viaje desde el pueblo lobuno en Delaware a Nueva York (con todo lo que estaba pasando, Gary decidió que era arriesgado quedarse directamente en la ciudad). Se incorporó, sintiendo el cuerpo agarrotado. Se había quedado dormido con la cabeza apoyada sobre el hombro de su novia, mientras miraba asombrado la vertiginosa velocidad en la que intercambiaba mensajes con Vincent.

—Nina, dime que no has dejado tu móvil sin batería —pidió, porque el aparato que ella tenía entre manos era el suyo, aunque no tenía idea de cuando había hurgado en sus bolsillos. Suspiró al ver que se encogía de hombros—. ¿Eres consciente del lugar al que vamos? ¡Deberías tener una forma de llamarnos!

Habían aplazado al máximo el viaje al corazón de Manhattan. Las grandes urbes eran territorio neutral, aunque al final del día los barrios eran controlados por una raza u otra; si al menos fueran todos hijos de la luna... Odiaba tener que llevar a su compañera embarazada a un lugar donde todos podían hacer lo que querían y cuando querían. Y, por encima de todo, odiaba dejarla con Cast.

«No hay lugar más seguro en Nueva York que junto a Cast», le había dicho su padre para acallar sus protestas. Se había callado, pero eso no significaba que fuera feliz. No conocía a Cast en persona. Era como esa estrella del rock de la que todos han oído hablar y con la que nadie espera cruzarse.

Nina señaló a la annyel.

—Tengo esto.

James frunció el ceño.

—Quédate con mi móvil, ¿quieres?

—Por los dioses, cálmate. Todo saldrá bien, no me dejes sola en el optimismo. —Puso los ojos en blanco, pero se guardó el móvil de todas formas para después ponerse su gorrito de lana—. ¿Es que Eelil te ha ignorado otra vez?

—Para variar —refunfuñó.

Desde el incidente en el santuario Eelil se lo llevaba a su palacio cada noche... aunque no se dejaba ver. A menudo, el feroz lobo sagrado, Luran, era el único que lo recibía. Y no era demasiado hablador. Se limitaba a dar vueltas a su alrededor para olisquearlo, gruñendo cada vez.

Aullido de resplandor [NO ESTÁ COMPLETA. Pausada hasta nuevo aviso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora