11. El bosque

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El silencio era una música inusual en aquella taberna

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El silencio era una música inusual en aquella taberna. El Bosque era un lugar en el que siempre estaba ocurriendo algo; ya fuera el tenso encuentro de razas enemigas que debían comportarse en aquel espacio neutral, el corretear de decenas de seres que usaban la taberna como punto de descanso en su travesía de mundos, o bien la simple diversión hilada por melodías que calentaban el aire, desde una dulce balada lunniri al frenético inhkar de los flerys, o tal vez un Frank Sinatra llamándolos a un viaje a la luna. Por la noche las voces juveniles y humanas reinaban, difuminando los límites mientras el alcohol les ayudaba a olvidar que fuera de aquellas paredes debían odiarse a muerte.

Era Crispín quien se ocupaba de lo último. El miembro más joven del personal estaba más cerca que nadie de la humanidad. Él se había encargado de modernizar el lugar y cada noche trataba de molestar a su jefe. Le miraría desde el rincón del equipo de sonido con una sonrisa desafiante, y el dueño del Bosque le devolvería una mirada impasible mientras tatareaba para sí las inevitablemente conocidas letras.

Crispín no estaba: había salido un momento antes para fumar un cigarrillo junto a los demás, demasiado enfadado tras limpiar el suelo lleno de sangre por una pelea entre flerys —una que él había incitado— tan temprano en la noche. Seguía siendo demasiado temprano para los juerguistas, así que la taberna (no importaba que fuera una mezcla vertiginosa de tiempos más sencillos con las más modernas discotecas humanas, siempre sería la taberna) estaba en calma.

Había dos dhemaell charlando en una mesa del rincón, un Dios Olvidado en el otro, oculto por una capucha que le hacía pasar tan desapercibido como una sombra entre dos juntas, la flerys que había perdido una pelea contra su mejor amiga y lloraba por una infidelidad sobre su cerveza en un extremo de la barra, y tras esta el dueño de la taberna.

Cast, pues así se llamaba el dueño, no se había percatado de que llevaba más de una hora frotando la misma copa, con cada movimiento cronometrado por el tic-tac del reloj tras él, hasta que presionó de más. El cristal vibró y se rompió, pero las esquirlas brillantes no rasgaron su piel; no era tan fácil herirlo. Los fragmentos rebotaron sobre la barra antes de perderse tras ella, lanzando destellos en su caída.

Tras un momento ensimismado mientras las cabezas se alzaban hacia él, se agachó para recoger los pedazos afilados a la vez que la campanilla sobre la puerta tintineaba, anunciando la entrada de un nuevo cliente. No se sorprendió cuando al incorporarse se encontró en un mundo estático, salvo por sí mismo, el cliente taciturno del rincón y el hombre que avanzaba.

Esperó a que el recién llegado se sentara en el taburete frente a él al otro lado de la barra antes de decir:

—No hagas eso a mi clientela, Neesanys.

Neesanys echó un vistazo alrededor, a las personas que se habían quedado atrapadas a medio movimiento, casi con sorpresa: una lágrima desbordándose, el roce de una jarra contra los labios mientras diminutas gotas azuladas impregnaban una barba tupida, sonrisas atrapadas para siempre en un breve infinito...

Aullido de resplandor [NO ESTÁ COMPLETA. Pausada hasta nuevo aviso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora