7. El mordisco de la noche

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 «¡Joder, joder, joder!», pensó Nina, cuyos ojos estaban muy abiertos; el corazón le aleteaba con la fuerza de una campana aporreada por el martillo de un dios

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 «¡Joder, joder, joder!», pensó Nina, cuyos ojos estaban muy abiertos; el corazón le aleteaba con la fuerza de una campana aporreada por el martillo de un dios.

Su primer amago fue de correr, para luego detenerse, demasiado aturdida para continuar. El proceso se repitió una y otra vez hasta que se vio fuera del vestuario, lejos del abrigo de la marquesina sobre la puerta.

Se volvió una estatua bajo una tormenta horrible que reflejaba el caos en su interior. Las uñas heladas de la lluvia parecían empeñadas en adentrarse bajo su piel, atravesando la ropa y escurriéndose a lugares inoportunos. Desde allí podía oír los gritos de los chicos, torturados bajo los cánticos dictatoriales del entrenador espartano.

Solo tenía que avanzar para llegar hasta James. O llamarlo a gritos. A esa distancia ni siquiera los truenos ahogarían su voz. Llegó a dar un par de pasos antes de detenerse otra vez en medio de la oscuridad, abrazándose a si misma mientras la lluvia le aclaraba la mente. Alzó el rostro con los ojos cerrados, recibiendo esa furia.

Deseó que fuera solo una hora más temprano, que el cielo fuera del límpido y brillante azul que se había extendido en todas las direcciones. La calidez del sol sobre su rostro siempre la ayudaba a calmarse. Ese día no podría darse el lujo de esperar.

De lo más pragmática, dio la vuelta para adentrarse nuevamente en el vestuario, apreciando esta vez el envolvente rastro de sudor que siempre impregnaba el lugar.

Si iba junto a James él olería a Sterling en ella, también la sangre y que estaba malherida: el instinto le llevaría a atacar. Incluso si lograba contenerse, la ira sumada a su naturaleza alpha cubriría el lugar bajo el manto de la sed de sangre que él no sabría contener. Y eso afectaría a todos, no solo a los demonios lobo; despertando instintos demasiado primarios de supervivencia como para ser ignorados. Tras el revuelo causado por los esclavos de la luna no convenía llamar más la atención humana. Con un poco de suerte, Sterling permanecería lejos de donde James pudiera olerlo. Era casi un milagro que la runa no lo alertara de lo que ocurrió.

«Un milagro no. Es culpa tuya», se recordó con amargura.

Nina sacó su teléfono de la mochila empapada y peleó un momento con él, intentando escribir un mensaje. Como no lo logró —la pantalla estaba más astillada justo en la zona del teclado y ni siquiera giraba—-, terminó decantándose por la forma tradicional: una libreta y un boli. Dobló el papelito de forma meticulosa tras terminar de escribir y lo encajó entre las rejillas de la taquilla de James. Después volvió a luchar con el teléfono hasta conseguir llamar a Darren.

Abandonó al fin el vestuario, dirigiéndose al aparcamiento con pasos de tortuga. A cada pocos metros sentía la necesidad de detenerse y escudriñar los alrededores con aquel nuevo sentido, que parecía reacio a irse pese a que su poder parecía encogerse otra vez, escondiéndose. Sterling no estaba —jamás olvidaría el sabor de esas sombras—, pero notaba a los demás. Pequeñas motas en el cielo nocturno. Algunas brillantes, otras borrosas, camuflándose en la oscuridad, aunque en aquel momento no se molestó en reflexionar sobre ello.

Aullido de resplandor [NO ESTÁ COMPLETA. Pausada hasta nuevo aviso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora