CDU 3 - La elección de Cassio...

By litmuss

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Cuando todo lo que amas amenaza con destruirse, ninguna elección debería ser juzgada. Con la partida de dos m... More

La elección de Cassiodora ©
Parte I
1. Capítulo 1: Everard (1ª Parte)
1. Capítulo 1: Everard (2ª Parte)
1. Capítulo 2: Manjar de dioses (1ª parte)
1. Capítulo 2: Manjar de dioses (2ª parte)
1. Capítulo 3: El corazón de Cassie (1ª parte)
1. Capítulo 3: El corazón de Cassie (2ª parte)
1. Capítulo 4: Destino (1ª parte)
1. Capítulo 4: Destino (2ª parte)
1. Capítulo 5: Kelium & Nenúfar (1ª Parte)
1. Capítulo 5: Kelium & Nenúfar (2ª Parte)
1. Capítulo 6: Feliz cumpleaños, princesa (1ª Parte)
1. Capítulo 6: Feliz cumpleaños, princesa (2ª Parte)
1. Capítulo 7: Eliden (1ª Parte)
1. Capítulo 7: Eliden (2ª Parte)
1. Capítulo 8: Desesperación (1ª Parte)
1. Capítulo 8: Desesperación (2ª Parte)
1. Capítulo 9: No perder la esperanza (1ª Parte)
1. Capítulo 9: No perder la esperanza (2ª Parte)
1. Capítulo 9: No perder la esperanza (3ª Parte)
Parte II
Fragmento especial de Lía
2. Capítulo 10: Corte de las flores (1ª Parte)
2. Capítulo 10: Corte de las flores (2ª Parte)
2. Capítulo 11: De prioridades y abrumadoras verdades (1ª Parte)
2. Capítulo 11: De prioridades y abrumadoras verdades (2ª Parte)
2. Capítulo 12: Una confesión apresurada (1ª Parte)
2. Capítulo 12: Una confesión apresurada (2ª Parte)
2. Capítulo 13: Poderosa e inestable (1ª Parte)
2. Capítulo 13: Poderosa e inestable (2ª Parte)
2. Capítulo 14: Suficientemente fuerte (1ª Parte)
2. Capítulo 14: Suficientemente fuerte (2ª Parte)
2. Capítulo 15: Movens (1ª Parte)
2. Capítulo 15: Movens (2ª Parte)
2. Capítulo 16: Legado de horror (1ª Parte)
2. Capítulo 16: Legado de horror (2ª Parte)
2. Capítulo 17: Un desafortunado lugar (1ª Parte)
2. Capítulo 17: Un desafortunado lugar (2ª Parte)
2. Capítulo 18: Monstruos interiores (1ª Parte)
2. Capítulo 18: Monstruos interiores (2ª Parte)
2. Capítulo 18: Monstruos interiores (3ª Parte)
2. Capítulo 19: Toska (1ª Parte)
2. Capítulo 19: Toska (2ª Parte)
2. Capítulo 20: Una mala, dos buenas (1ª Parte)
2. Capítulo 20: Una mala, dos buenas (2ª Parte)
Epílogo
Extras #CDU

Eternos

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By litmuss

El viento azotaba su rostro con fuerza, obligándola a cerrar los ojos y abrazarse a sí misma. Las ropas que llevaba puesta no eran gran ayuda para combatir el clima de ese momento, no se había percatado de ello bajo la superficie marina. Miró a su alrededor, un camino semi rocoso y que en la lejanía se avistaban varios árboles, y más allá de lo que su vista podía alcanzar, se alzaban grandes montañas que parecían no tener fin.

Kim se inclinó para tomar su bolsa de viaje, en la que llevaba los elementos que necesitaría para llegar a su destino: Dos espadas mágicas forjadas por sirenas, cuchillos de distintos tamaños, comida, y un pequeño frasco que tan frágil parecía pero que irónicamente, era su posesión más valiosa. Del contenido del frasco dependería su vida.

Las algas que le había dado su hermana Park, la desiravit humanitis.


—Escucha atentamente a mis palabras —dijo su hermana con mirada seria y a la vez con los ojos llenos de lágrimas sin derramar—. Estas algas te brindarán una semana en tu forma humana, es la única manera de que puedas lograr tu objetivo. Pero no funciona como el poder del templo. Cuando la ingieras notaras, al cabo de unos segundos, que te debilitarás notablemente y que estarás hasta letárgica. Seguramente tendrás que hacer el doble de esfuerzo para caminar y deberás ahorrar energías...

—¿Es peligrosa? —dijo Kim sin miramientos, interrumpiendo a Park.

—Si no consumes la medida adecuada, sí. Debes masticar solo un poco, apenas cinco centímetros. De lo contrario podrían correr peligro tú... y el bebé —Kim tragó duramente tras las palabras de la sirena que tan parecida era a ella—. Además, te daré una advertencia. Las algas pueden ocasionar alucinaciones muy reales. Debes tener mucho cuidado, porque tu mente y cuerpo no estarán de tu lado mientras estén bajo el efecto del desiravit. No confíes en nada ni nadie, hermana, porque no podrás discernir entre la verdad y la mentira. Sólo tienes tu instinto.


Flotaban en el agua salada como anguilas, vertiginosas y luminosas. De un color verde esmeralda, brillaban alumbrando el interior de la bolsa. Kim abrazó sus pertenencias con fuerza, su única compaña por el momento.

—No, no estoy sola, te tengo a ti —dijo, mientras apoyaba sus manos a ambos lados de su vientre, que apenas dejaba ver una pequeña hinchazón. La vida que crecía a cada día dentro de él—. Mi primer y hermoso hijo...

Armándose del valor que no sentía y llena de miedo, pero con convicción pensando en su hija y su futuro hijo, comenzó su larga huida al escondite de Los Eternos. El lugar donde estaría a salvo, y escaparía de las manos de sus depredadores.

Aún le dolía el cuerpo luego de las lastimaduras provocadas por Dessire. Le dolía pensar que su misma sangre pudiera hacerle algo así, pero viniendo de ella nada era sorpresa. La maldad la había atrapado, y era aquello la que la consumiría al final, pensaba Kim. El frío entumecía sus piernas, que con cada pisada parecían endurecerse un poco más. Pero aún tenía su magia, su entereza y vitalidad normal de siempre. El problema real vendría en unas cuantas horas.

Sólo unos días, resiste... Se decía para sus adentros.

El paisaje cambió. El duro suelo bajo sus pies se volvió suave y tierno, la tierra parecía más suelta y húmeda, seguramente había llovido. Los árboles frondosos dificultaban la llegada del poco sol que quedaba en ese día, ya entrada la tarde. Pronto oscurecería y Kim se vería obligada a acampar en algún lugar inhóspito y helado, porque en la noche la temperatura bajaba muchísimo, y más si había llovido.

La noche iba cayendo de a poco, como un fino manto negro cubriendo el cielo, y pequeños destellos plateados que lo adornaban, formando el firmamento. Kim caminaba con una espada corta en la mano izquierda y la derecha preparada para realizar algún hechizo rápido de ser necesario. Nunca se sabían los peligros con los que puedes encontrarte en medio del bosque, y más aún en Umbrarum. Aunque sus conocimientos no eran extraordinarios, su manejo de la espada era excelente y gracias a su amado Yamato conocía muchas habilidades que no habían sido instruidas en sus prácticas del pasado. ¿Dónde estaría ahora? ¿Sabría que estaba huyendo?

No era momento de hacerse preguntas a las que no hallaría respuesta por lo pronto. Debía enfocar su cabeza en estar a salvo.

De repente, oyó unos sonidos gruesos y tenues, que la hicieron detenerse y ponerse en posición de defensa. Eran aullidos, pero se oían lejos y con el pasar de los segundos eran cada vez más débiles, hasta el punto de desaparecer. Una jauría de lobos, pensó, pero estaba muy lejos del reino licántropo y en una zona donde el alimento era escaso. Tal vez eran otra cosa... ¿Pero qué?

Comenzó a caminar más rápido, hasta casi correr por el bosque, en búsqueda de algún árbol grande que sirviera como guarida por la noche. Había oscurecido tan de pronto que la penumbra la asustó, y por primera vez en mucho tiempo se sintió realmente sola ante la inmensidad de lo que la rodeaba. Se vio diminuta e indefensa, pero si algo tenía Kim era su astucia, que hasta en los peores momentos la había ayudado. Respirando hondo para tranquilizarse, tomó el frasco con la desiravit y en seguida se creó una onda expansiva de luz verde fluorescente que iluminó cada pequeña partícula de tierra. Hasta podían verse las huellas que había dejado al andar.

Kim dio unos pasos insegura, porque a pesar de que la luz la reconfortaba había algo en ella que le asustaba, algo siniestro y tétrico. Sin embargo, dispersó sus dudas, al fin y al cabo eran las plantas que le había dado Park, debía confiar en ellas. Las algas iluminaron un tronco hueco y caído, que gracias a la extraña forma en que había caído, formaba una especie de cueva. Cerciorándose de que no hubiera ningún animal dentro y que tampoco hubiera rastros de que era el hogar de alguno, Kim se agachó y se metió con cuidado dentro del acogedor espacio. Colocó el frasco en un extremo del tronco, iluminándolo todo. De nueva esa extraña sensación de inquietud la embargó, pero la espantó.

Hizo una rápida cuenta mental y se dio cuenta que no faltaban más que minutos para que terminara el día, además de que su percepción del tiempo horario siempre había sido impecable. No quería arriesgarse a tomar el alga al límite de tiempo y que algo malo ocurriera, así que desenroscó el frasco con temor y lo dejó en el suelo. Introdujo su pálida y pequeña mano dentro y se maravilló al ver la extraña sensación que provocaba en su piel y en el color de su extremidad. No tenía mucho tiempo para contemplar la belleza de la magia, así que tomo las algas entre sus dedos y las sacó al aire libre.

«Debes masticar solo un poco, apenas cinco centímetros», había dicho su hermana y así lo haría. Ni uno más ni uno menos. No quería que su hijo saliera herido y además, tampoco sabía qué efectos tendrían las algas en ella. Acercó las plantas lentamente a su boca.

No sabían muy bien, pero no era un sabor del todo desagradable. Más bien viscoso, y más amargo que las algas comunes a las que estaba acostumbrada. Masticó lentamente, calculando con los ojos los cinco centímetros delimitados por su hermana, y al acabar guardó todo nuevamente en el frasco.

A penas tuvo tiempo de sacar una frazada de su bolso y enrollarse en ella cuando las algas comenzaron a hacer efecto. De un segundo a otro, sintió como si el cuerpo le pesara doscientos kilos. Parecía que toda la presión que venía acumulando durante días y días hubiera explotado en su cabeza y estuviera fluyendo por sus venas, marchitando cada músculo y cada fibra de su ser. Su vista se puso borrosa, le pesaban los párpados y mente era una nebulosa gris que parecía en medio de una tormenta. No pudo hacer más que cerrar los ojos y dejar que el sueño la invadiera.

Estaba corriendo por un prado. Un prado verde y repleto de flores blancas y amarillas. El aire se sentía puro y limpio, nunca se había sentido tan a gusto de respirar hondo y exhalar...

—¡Kim! —Oyó que la llamaban desde lejos, una voz varonil y gruesa.

Miró a todos lados pero no vio nada en ninguna parte. Volvió a correr, esta vez más animada de encontrar a aquel hombre que imploraba por su presencia.

—¡Kim, ven, Kim! —La voz era cada vez más fuerte.

Miró al cielo, celeste y despejado, y la luz del sol la encegueció, pero era tan cálido y reconfortante que solo pudo reír mientras tomaba la parte posterior de su vestido blanco para no tropezar y siguió su marcha. A lo lejos pudo ver la silueta de un hombre, se veía borroso, pero podía distinguir sus ropas de combate. Diez metros, cinco, dos...

Yamato la miraba sonriente, con sus dientes como perlas repletas de esperanza. Abrió sus brazos de par en par y Kim no pudo hacer más que lanzarse en ellos y abrazarlo con fuerza. Lo extrañaba tanto, aunque no había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo había visto, pero su amor por él crecía cada día más y más y necesitaba contemplarlo todo el tiempo. Una imagen en su memoria no era suficiente.

—Me encontraste... —murmuró ella con voz queda y aguda.

—Claro que sí, ¿pensabas que no estaría buscándote por cielo, mar y tierra? Jamás voy a dejarte, amor mío... Ni a tí ni a él —respondió Yamato poniéndose de rodillas y besando su vientre.

Las lágrimas brotaban de los ojos de la sirena, lágrimas que luego Yamato borraría dejando suaves besos en sus mejillas. La tomó de las manos y con una simple mirada, le dijo que todo estaría bien.

Pero no fue así, a veces las buenas intenciones no son suficientes. El rostro de Yamato pasó de una enorme y bella sonrisa de extrema felicidad a una mueca retorcida y de dolor. Sus ojos perdieron la luz que antes brillaba en ellos y pasaron a ser los ojos de un muerto. Su piel, color aceituna y un poco sucia de tierra, se tornó gris como las rocas del río y helada como el hielo. De repente, sus manos en las manos de Kim resbalaron hacia los lados. La sirena miró hacia abajo y ahogó un grito al ver una enorme hoja de metal atravesando el estómago de su esposo, del que brotaba sangre a raudales. El filo de la espada estaba solo a dos centímetros de su vientre, un poco más y...

De repente la espada desapareció. Los fríos e inertes ojos de Yamato se clavaron en los de Kim, y con él murió algo dentro de ella también. El cadáver de su esposo cayó a un lado, y detrás de él estaba su asesina.

Dessire.

Su hermana gemela vestía una túnica negra que le llegaba a hasta las rodillas, y unas botas de cuero negro manchadas de barro y sangre. Tomó la espada entre sus dedos índice y anular y la hizo girar en su mano, haciendo que la sangre de Yamato brillara con la luz del sol.

Fue como si la esfera de luz incandescente hubiera absorbido la sangre del difunto y empezara a iluminar todo en horribles tonos rojos. La tierra se puso negra y áspera raspando las plantas de los pies de Kim, que iba descalza. El pasto había desaparecido, y en su lugar calaveras de todo tipo y tamaño cubrieron el suelo. No había árboles ni arbustos, sólo muerte y desolación. Lentamente el paisaje fue cambiando. La tierra se hizo cemento, el aire teñido de sangre se convirtió en muros, y la espada de Dessie, que oscilaba a un lado de su mano, se tornó un bastón largo de madera oscura.

Kim, que había perdido el alma al mismo tiempo que perdió el amor de su vida, estaba muda. Su garganta se había cerrado y solo le permitía inhalar aire y luego exhalar. Como un pequeño recordatorio de que estaba viva en medio de un calvario. Su pecho estaba empapado de sus lágrimas. En algún momento se habría caído, presa del dolor y la angustia, puesto que su hermana la miraba desde lo alto. Intentó pararse, pero sintió un terrible escozor en las muñecas y los tobillos que la tiraron de nuevo hacia el suelo. Al fijarse, vio que estaba encadenada de pies y manos.

Otra vez no, por favor... pensó.

—¿Pensaste que podías escaparte de mí? —Dessie puso su bastón bajo el mentón de su magullada hermana, obligándola a levantar la vista—. No conoces mucho a tu amada hermana, querida Eu Sung.

La madera estalló en la mandíbula de Kim, sacándola de lugar y haciendo volar por los aires unos cuantos dientes. El lado izquierdo de su rostro chocó contra la dura piedra del piso. Todo su cuerpo temblaba, mientras recibía azotes en las piernas que parecían quemaduras. Y, efectivamente, el roce de la madera le había levantado la piel, dejándola a carne viva y ardiendo como el mismo infierno.

—¿A caso te permití que te fueras? —dijo Dessire, seguido de un golpe—. Otros pagarán por tus errores, hermanita. La estúpida de Park ya lo hizo, fue a la primera que busqué. Imagina, fue quien te ayudó a escapar. Debe estar arrepentida ahora.

Los jadeos de Kim aumentaban cada vez más, su dulce hermana...

—Viste con tus propios ojos lo que le pasó a tu príncipe de segunda mano —siguió su hermana, riendo con amargura—. Otro inútil damnare que anda por allí. Tengo algo especial para aquella a la que llamas tu hija aunque no lo sea, y también para sus amiguitos. Sobre todo para ese engreído dragón que se cree dueño de los cielos.

—No... No le hagas daño a Ilora... —masculló Kim con las pocas fuerzas que tenía.

—Oh, no, no, no. Yo no le haré ningún daño, ellos lo harán.

¿Ellos? la pregunta rebotó en la cabeza de Kim pero no podía pensar en una respuesta. Dessire se inclinó delante de ella para decirle lo último que quería oír.

—Ahora es el turno de mi pequeño sobrino.

—¡No! ¡Aléjate! ¡Vete de aquí! —despertó entre sollozos Kim que daba puños y patadas al aire sin razón aparente.

Estuvo un largo rato así, gritando y golpeando todo, hasta que sintió algo líquido y caliente manchando sus manos. Se calmó y al obsérvalas notó que era su sangre. Al ver eso, las imágenes de Yamato cayendo al suelo, muerto, vinieron a su mente.

—No, no es verdad ­—murmuraba mientras tiraba de su cabello con sus manos repletas de sangre—. Sólo fue una pesadilla, una horrible pesadilla.

Pero había sido tan certera y cruda, tan real. ¿Fue todo un sueño? La forma en que sentía las cosas, los aromas, el contacto con su esposo. Y al mismo tiempo, cómo de repente todo se transformó por arte de magia y pasó a ser la escena más feliz de su vida al momento más aterrador de esta. Por arte de magia...

«Las algas pueden ocasionar alucinaciones muy reales.» Las palabras de Park centellaban en su mente como luces de neón. Debía sostenerse a la idea de que todo había sido nada más que una ilusión, que su hermana estaba bien, que Ilora estaba bien, que Yamato estaba bien. Y que su bebé...

Desesperada llevó las manos a su vientre, y ahí estaba. Dentro vivía su futuro hijo, que no debía ser superior al tamaño de un puño y, sin embargo, ella sentía que sería el ser más fuerte de todo Umbrarum. No dejaré que nada te ocurra, prometió una vez más.

Recogió rápidamente sus cosas, no debía perder ni un minuto más. Ya era de día, pero no sabía con exactitud qué día era. Podrían haber pasado unas horas como semanas, puesto que la pesadilla fue eterna. Guardó con enfado las algas, que a pesar de permitirle estar en su forma humana y escapar, la habían debilitado de una forma increíble, mental y física. Sentía como si Alhaster se le hubiera acostado encima y luego la hubiera golpeado en la cintura con su enorme cola. Le costaba terriblemente mantener los ojos abiertos y tener un paso firme, varias veces tuvo que sostenerse de un árbol para no caer.

Las copas de los árboles fueron disminuyendo de tamaño y un haz de luz solar hizo mella entre ellos, encandilándola. Esta vez no fue una ceguera placentera, sino una que le hizo arder los ojos. Al abrirlos nuevamente, vio el cielo rojo como en su sueño. Parpadeó y volvió a la normalidad, los árboles, el sol, y el cielo celeste. Unos pájaros pasaron sobre su cabeza y dibujaron varios círculos en el aire. No era una señal de buen augurio.

Caminó y caminó hasta llegar a un pequeño valle dividido por un río. Se acercó a beber el agua que por el corría, cerrando los ojos.

Al abrirlos, el agua que corría por sus manos no era agua si no sangre y al mirar al río, horrorizada vio el cuerpo de su esposo flotando inerte sobre él, que la miraba con ojos que decían, ¿por qué?

Gritando, Kim se levantó y se tapó el rostro con las manos.

Al dejarlas caer, era como si las cosas estuvieran iguales. No entendía nada, había sido demasiado real como para que fuera efecto de unas algas. Se sentó un momento en el suelo para tranquilizarse y recuperar el aliento, pero sintió unos pinchazos en las manos sobre su cabeza. Levantó el rostro y un cuervo le picó la punta de la nariz con su pico.

Volvió a levantarse alarmada y agitando los brazos con énfasis. Cerraba y abría los ojos incontables veces, y el mundo se transformaba cada vez que lo hacía. Un parpadeo, todo estaba tranquilo como el río sereno, otro parpadeo, el aire impregnado de polvo y sangre seca se le pegaba a la piel y los cuervos, que cada vez eran más, le arrancaban la piel a mordiscos. Dejó de gritar cuando sintió que sus cuerdas vocales se rasgaban.

No podía hacer más que taparse los ojos con las manos mientras las aves las destrozaban, con tal de no ver más un paisaje siniestro y cambiante, sino la seguridad del vacío negro y absoluto que le brindaban sus párpados cerrados.

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