MÁS ALLÁ DEL CORAZÓN © 5 SAGA...

By MaribelDazGonzlez

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En un mundo dominado por hombres, Irene se alzará contra su propio destino y tomará la peor decisión de su vi... More

Personajes
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11: Celos.
Capítulo 12: La fiesta
Capítulo 13: La competencia.
Capítulo 14: Crisis.
Capítulo 15: Separación.
Capítulo 16: El viaje.
Capítulo 17: El encuentro.
Capítulo 18: Más allá del corazón.

Capítulo 10: Un nuevo comienzo.

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By MaribelDazGonzlez

Alguien le besaba en el cuello, detrás de la oreja. Intentaba resistirse para evitar que continuara, pero le sujetaban la barbilla. No pudo evitar reírse cuando la barba de Paulo le hizo cosquillas en la piel. Ese hombre, cada vez la fascinaba más. No podía mantener las manos alejadas de su cuerpo y a ella, no le disgustaba.

—¡Paulo! ¡Me has despertado!

—¡Mejor! Así puedo engañarte más fácilmente.

—¡Para...! No pretenderás que lo hagamos otra vez...

—Es el mejor momento. Estoy descansado y dispuesto a mostrarle la segunda lección a mi esposa.

—Van a entrar y nos van a pillar —susurró Irene pensando en sus hijos.

Intentaba mostrarse reacia pero las caricias de Paulo, la seducían porque jamás le habían hecho el amor con tanta asiduidad. Cada vez que Paulo la había tocado, había alcanzado el placer. Era fácil volverse adicta al cuerpo de su esposo.

—Será rápido —le aseguró Paulo.

—Todo lo haces rápido —se rió Irene.

—Eso ha sido un golpe bajo. Te arrepentirás de tus palabras...

—¡No, por favor! —dijo riéndose—. No creo que pueda aguantar tanto.

Irene se quedó sin respiración cuando Paulo se puso encima de ella, cubriéndola con su cuerpo.

—¿Cuándo te has quitado la ropa? —preguntó mirándolo a los ojos.

—Cuando me he despertado deseándote...

Paulo bajó sus labios y besó a Irene mientras le subía lentamente la túnica. Sentía un deseo insaciable de ella. Había respetado su convalecencia pero encontrándose mejor, nada les impedía disfrutar, excepto un grupo de niños.

—Hoy será rápido pero te prometo que esta noche, suplicaras.

En ese instante, Paulo se introdujo en ella, moviéndose despacio mientras la besaba y le decía mostrándose serio:

—Segunda lección: por las mañanas, también podemos hacerlo.

Entregándose al placer, Irene no pudo discutirle esa cuestión.


—¿Te ayudo a vestirte?

—Solo pásame la túnica. Puedo sola.

—Toma —dijo Paulo mirando hacia la puerta—. ¡Vístete rápido! Estoy escuchando pasos, van a entrar...

Haciéndole caso, Irene se metió por la cabeza la túnica y solo tuvo el tiempo suficiente de bajársela antes de que una tromba de gente apareciese por la puerta. Livia junto a sus hijos y los sobrinos de Paulo, entraron en tropel.

—¡Tío, tío...! ¡Ya está el desayuno! —dijo el pequeño Metellus.

—¡Qué bien! Me he levantado con hambre —dijo Paulo de forma pícara centrando la mirada en su mujer.

A Irene se le encendieron las mejillas al entender el doble sentido de Paulo.

—Buenos días... —dijo Livia acercando la pequeña a su madre—. Preguntaba por ti, no he podido retenerlos más.

—No te preocupes, ya estábamos despiertos.

—¡Venga, muchachos! Vayamos a la cocina —ordenó Paulo mientras se dirigía hacia Irene—. Ven, te llevaré.

—No hace falta, yo puedo. Ayer pude andar.

—Entonces, dame a Lucía. No quiero que te extralimites todavía.

Irene le pasó a su hija y la niña aceptó el cambio de brazos.

—No entiendo cómo Lucía se va tan tranquilamente contigo...

—¡Está claro! —sonrío Paulo mirando a la pequeña—. ¡Vuelvo loca a todas las mujeres! No pueden pasar sin mí...

Irene movió la cabeza de un lado para otro, no dando crédito a la tontería que acababa de decir Paulo.

—¡No me lo puedo creer! —exclamó Irene.

—¿Verdad, muchachas? —le preguntó Paulo a sus sobrinas de forma cómplice.

—¡Eres nuestro tío favorito! —sonrió Agripina compartiendo la chanza de su tío.

—Es que no tenemos otro —replicó Faustina, restándole importancia.

—¡Oye, tú deberías estar de mi parte! —dijo Paulo frunciendo el ceño, intentando parecer molesto sin conseguirlo.

—¡El desayuno...! Se va a enfriar —gritó Helena desde la cocina.

—¡Hagámosle caso a vuestra madre! —dijo Paulo saliendo de la alcoba con Lucía, seguido de los demás.

Livia e Irene contemplaron como el hombre salía junto a los críos. Lucio se agarró de la mano libre de Paulo sin percatarse de su madre. Miraba embobado a Paulo.

—¿Pasa algo? —preguntó Irene tras extrañarse de la forma en que Livia la miraba.

—Te veo distinta... —respondió Livia.

—¿Distinta? —la miró extrañada Irene.

—Sí, creo que has hecho lo que te aconsejó Paulina —sonrió Livia.

—¿Qué estás diciendo?

—Que él...parece que lo hubiesen violado —dijo Livia empezando a reírse a carcajadas.

—¡Livia! —gritó Irene sorprendida de que su hermana hablase de ese modo.

—¿Venís o qué...? —gritó Paulo desde el pasillo.


—¿Qué vamos a hacer esta mañana? —preguntó Irene a Paulo.

—Tú, descansar —dijo Paulo mirando fijamente a Irene.

—Tengo que empezar a moverme —protestó Irene que ya estaba harta de tanto reposo.

—Yo estoy dispuesto a enseñarte distintas formas de moverte, no tienes por qué descansar todo el rato...

—¡Paulo!

Irene tuvo que detener lo que iba a decir su esposo pensando que iba a contar delante de todo el mundo de lo que podían hacer en el lecho. Su rostro se descompuso.

—¿Podrías dejar de tomarle el pelo a tu mujer? Es la primera vez que desayunamos en familia y la pobre lo está pasando mal por tu culpa —regañó cariñosamente Helena a su hermano—. Irene, no le hagas caso. A mi hermano le gusta hacer bromas, pero ya lo irás conociendo.

Irene miró de malos modos a su marido. Sin embargo, Paulo se hizo el despistado sin lograrlo. Todo el mundo se reía con él, a excepción de la implicada.

—Reconozco que es fácil engañarla pero es que me encanta cuando se ruboriza.

—¡Oh, por los dioses! —exclamó Irene—. ¡No sé qué voy a hacer contigo!

—¿Moverte? —preguntó inocentemente Paulo sonsacando las carcajadas del resto.

Irene levantó el cuenco que tenía en la mano para tirárselo a la cabeza cuando Paulo se levantó corriendo, levantando las manos en alto.

—Está bien, está bien... prometo no burlarme más de ti —dijo acercándose poco a poco hasta ella.

—¡Menos mal! —susurró Irene.

— Hasta la noche —le insinuó Paulo atrapándole los brazos mientras le daba un beso en la mejilla delante de todos.


—No reconozco a tu hermano —le dijo Metellus a su mujer.

—Dímelo a mí. Parece otra persona desde que está casado con esa muchacha.

—Esa muchacha es su esposa —le recordó Metellus a Helena.

—Sí, lo se...

—¿Entonces, qué te ocurre? —preguntó Metellus que ya conocía a Helena.

—No sé, es que ese matrimonio es un poco raro...

—¿En qué sentido?

—No es la diferencia de edad. Yo sé que mi hermano siempre ha sido atractivo, pero no hay que ver más que la ropa que llevan...

—Pues yo no le veo nada de especial a la ropa —aseguró Metellus comprendiendo por donde iba su mujer.

—Esas mujeres no son como nosotros, están acostumbradas al lujo... si no, tiempo al tiempo —dijo Helena mientras recogía la mesa—. No sé cómo pudo acabar mi hermano casado con ella.

En ese instante, entró Paulo en la cocina mirando a su hermana y le dijo:

—Te he escuchado.

Helena se quedó quieta con la mirada puesta en él.

—¿Y... llevo razón?

—¿Podrías darle una oportunidad a Irene?

—Yo no soy la que tendré que convivir con ella —le aseguró Helena—. Pero deberías explicármelo, para poder comprenderlo.

—Está bien, siéntate. Veo que no nos iremos de aquí hasta que no te lo cuente todo.

—¿A dónde quieres ir? —le preguntó su cuñado Metellus.

—Necesito encontrar una casa para poder vivir. He ahorrado algo de dinero y quiero comprar algo que esté bien.

—Entonces, tus intenciones son asentarte aquí... —afirmó Helena.

—Sí, ¿por qué?

—¿Y ella está de acuerdo?

—Pues sí... —le mintió Paulo a su hermana—. ¿Por qué lo preguntas?

—Pues porque Irene no pega para nada en esta ciudad... De hecho, no sé cómo acabaste casado con ella.

Helena dejó lo que estaba haciendo y se sentó a la mesa con toda la intención de que su hermano le contase todo.

—A ver, siéntate ahí y cuéntame... ¿cómo la conociste?

—En casa de Clemente y Paulina, fui a verlos a Roma antes de venir aquí.

—¿Y...?

—Es la hermana mayor de Clemente. Bueno, en realidad, su hermanastra.

—¿Y cómo puede ser que acabaras casado? ¿Fue un flechazo?

—No, no fue así... —dijo Paulo mirando a su hermana durante unos segundos—. Me acosté con ella y tuve que casarme.

—¿Por qué? —preguntó su hermana extrañada.

—Porque no sabía si estaba embarazada.

—Por lo que veo, no se quedó embarazada —insistió su hermana.

—Te equivocas. Irene se quedó embarazada pero perdió el niño —dijo apesadumbrado—. Por mi estupidez, se malogró...

—No lo entiendo... —le dijo Elena.

—Tengo que empezar desde el principio —dijo Paulo mirando a su hermana y a su cuñado.

—Pues, ¿a qué esperas...? —contestó Helena—. Tengo todo el tiempo del mundo.

Cuando Paulo terminó de contar su historia con Irene, su hermana se quedó callada.

—¿No dices nada?

—No sé qué decirte. Me da pena todo lo que Irene ha tenido que pasar, pero tu reacción fue lo más normal. Yo hubiese actuado igual. Lo que pasa, es que no te veo al lado de esa patricia.

Paulo no dijo nada ante las palabras de su hermana.

—Sin embargo, eso es algo que no me incumbe. ¿Tú quieres a esa mujer?

Su hermana era demasiado directa y él, no estaba preparado para contestar esa pregunta aún.

—Reconozco que me siento atraído por ella pero no estoy muy seguro de lo que siento. Me gustaría que Irene se quedase, pero entre sus planes, no figura quedarse aquí por mucho tiempo.

—Pues entonces, tú mismo. Eres tú, el que tiene que vivir con ella. Ahora, no te aconsejo que te enamores. Sobre todo porque si tiene que regresar a Roma por su hijo, no me gustaría verte pasándolo mal.

—Es complicado... —susurró Metellus que hasta ese momento había permanecido en silencio.

—¿Quién ha dicho que me voy a enamorar? Eso se lo dejo a mis sobrinas... aunque siempre, puedo hacer cambiar de opinión a Irene.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Helena.

—Nada, no me hagas caso. Son tonterías mías. Irene y yo, tenemos un acuerdo. Mientras estemos juntos, actuaremos como un matrimonio normal y después...

—¿Y después...? —preguntó Helena mirando fijamente a su hermano.

—No sé lo que pasará. ¿Tú lo sabes?

—No y por eso me preocupa —contestó Helena—. No quiero verte mal. Eres mi hermano pequeño.

Metellus miraba con guasa a Paulo, porque sabía que su mujer siempre se preocuparía por su hermano.

—Sé cuidarme solo, hermana. Deja de preocuparte por mí... y vayamos a mirar alguna casa. Necesito encontrar algo —le dijo Paulo a su hermana mientras intentaba quitarle hierro al asunto.


En la domus del comandante Marcos Vinicius, la familia desayunaba tranquilamente. Ese día no tenían que salir a ningún lado.

—¿Qué tienes pensado hacer hoy? —le preguntó Marco a su mujer.

—Podríamos visitar a Paulo. Helena me contó ayer, que ha regresado a Baelo Claudia.

—¿Y cómo no ha venido a visitarnos?

—Por lo visto, se ha casado.

—¿Se ha casado Paulo, madre? —preguntó Marco a su madre.

—Sí, según Helena, ha venido acompañado de su esposa, de su cuñada y de dos niños —dijo Julia sonriendo.

—¿Paulo...? —volvió a preguntar el marido de Julia—.¡No puede ser tu Paulo!

—¿Quieres dejar de meterte con él? Sabes que siempre sentí predilección por ese muchacho.

—Perdona, pero de muchacho no tiene nada. Ese hombre... ya está bastante mayorcito.

—Sí, lo sé pero para mí será siempre mi niño. Nunca me había imaginado a Paulo casado pero me alegro que haya decidido sentar la cabeza. No me gustaría verlo solo el resto de su vida —dijo Julia encantada con la noticia.

—Solo, solo, no está porque tiene un ejército de mujeres persiguiéndolo cada vez que se queda en la ciudad. A lo mejor, nuestro hijo, decide seguir los pasos de su amigo Paulo —dijo Marco con guasa.

—Déjame tranquilo, padre. ¡Siempre está con lo mismo!

—Pues ya va siendo hora de que me des algún nieto, digo yo... —le dijo Marco a su hijo.

—¡Sabes que no tengo tiempo para formar una familia!

—¡No digas tonterías, Marco! ¿Desde cuándo se necesita tiempo para tener hijos? Tu madre y yo nos vamos haciendo mayores y nos gustaría disfrutar de nuestros nietos antes de dejar esta vida.

Marco no soportaba cuando su padre insistía con esa tontería. No conocía a ninguna mujer que le gustase y no se imaginaba pasar el resto de su vida al lado de una esposa por la que no sintiese nada.

—No le hagas caso a tu padre, hijo mío. No somos tan mayores como dice. Debes casarte con quien quieras y mientras no encuentres a la mujer adecuada, no debes casarte por obligación. Al fin y al cabo, tu padre no lo hizo —le dijo Julia a su hijo, guiñándole un ojo.

—Gracias, madre —le dijo Marco dándole un beso a su madre—. Sé que siempre puedo contar contigo.

—Tu madre te echó a perder al llevarte a esa fábrica.

Paulo y Julia sonrieron juntos. La factoría de Tito Livio daba de comer a numerosas familias y ambos, madre e hijo, lo habían convertido en el negocio más próspero de la ciudad.

—Padre, sabe que yo no estaba hecho para la guerra.

—Ya lo sé, hijo. Y no creas que no me siento orgulloso de ti. Simplemente, es hablar por hablar. Me gustaría verte casado algún día.

Su padre era incorregible. No podía con él.

—Y me casaré, te lo prometo. Entonces, ¿qué vamos a hacer? —dijo Marco desviando la conversación—. ¿Vamos a ir a visitarles? Hace años que no veo a Paulo.

Marco recordaba a Paulo como si hubiese sido una especie de héroe. Paso que daba él, Paulo le seguía detrás. Algunas veces mandado por su madre para que lo vigilara y otras, como protector cuando quedó patente que nunca tendría las habilidades requeridas para la lucha. Marco era incapaz de pegar a nadie, ni de causarle ningún mal, a pesar de haber recibido más de una paliza y de haber sido instruido en el manejo de las armas y de la guerra. Ser hijo del comandante de la ciudad, no le había facilitado las cosas. Al contrario, su apellido había sido un inconveniente porque todos daban por hecho que él era como su padre. Sin embargo, se equivocaban, era como su madre. Sentía predilección por la filosofía de los antiguos, por el arte y por los negocios. Pasaba horas y horas trabajando en la factoría. Ayudar a su madre en la Casa de Livio, era lo mejor que le podía haber pasado. Además, las mujeres no eran lo suyo. Lo había intentado infinidad de veces y jamás había sido capaz de flirtear con ninguna. Siempre empezaba a tartamudear cuando se ponía nervioso y las mujeres se reían de él. Acababa enfadado, marchándose a casa.

Saliendo de sus pensamientos, Marco regresó a la conversación.

—Pues, yo no tengo nada que hacer hoy. Si queréis, podemos ir a visitarlos. Yo también tengo ganas de ver a ese muchacho —dijo el padre de Marco que le tenía especial aprecio a Paulo.

—¡Qué bien! —dijo Julia levantándose de la mesa—. Me arreglo y nos vamos.

—Aquí te esperamos —le dijo su esposo viéndola salir.

—¡Cómo se pasa el tiempo, padre!

—¡Dímelo a mí!


—¡Buenos días! —saludó Helena a su amiga Julia—. ¿Habéis venido a ver a mi hermano?

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Julia a Helena con una mirada de complicidad.

—Porque me extrañaba que sabiéndolo, no vinieses... —contestó Helena.

—Mientras desayunábamos, hemos decidido venir a ver a Paulo y conocer a su familia.

Helena y Julia, llevaban juntas desde toda la vida. Gracias a Julia, Helena aprendió lo que hoy en día sabía y junto a ella y su hijo, trabajaba en la Casa de Livio.

—¿Y cómo está ese muchacho? —preguntó Marco Vinicius padre.

—Bueno, ese muchacho tiene ya cuarenta años, no es tan joven pero está bastante bien —aclaró Helena.


Livia necesitaba dar una vuelta por la ciudad. Se moría de ganas de conocerla. Era la primera vez que salía de Roma y tenía ganas de andar un poco y que le diese el aire. Así que con el pretexto de distraer a sus sobrinos, echó una pequeña mentirijilla a su hermana y junto a los niños, se dispuso a salir a la calle. Sin embargo, cuando se dirigía hacia la puerta, se dio cuenta que Helena atendía a unos conocidos suyos.

Los tres recién llegados, desviaron la vista hacia ella.

—¡Hola! —saludó tímidamente Livia a aquella gente—. Helena, voy a salir un momento con mis sobrinos.

—Por supuesto, pero espera un momento. Quiero presentarte a unos amigos de la familia.

Livia asintió comprendiendo que aquella gente era importante para Helena. Agarrando firmemente a los niños, esperó a que los presentara.

—Livia, él es el Comandante Marco Vinicius, su mujer Julia y su hijo Marco Vinicius.

—¡Hola! —les saludó Livia con educación.

Como si la conociesen de toda la vida, el matrimonio le dio un fuerte abrazo y un beso saludándola. Sin embargo, el hijo, no hizo ademán alguno de acercarse y saludarla. Mirándola de forma seria, asintió con la cabeza e hizo que se sintiera incómoda.

—¡Oh, disculpa a nuestro hijo! Marco siempre ha sido un tanto tímido con los desconocidos, pero estoy segura que recuerda sus buenos modales, ¿verdad hijo? —le indicó Julia a su hijo, a la que no le había gustado la frialdad a la hora de saludar a la muchacha.

Sin embargo, Julia esperó inútilmente a que su hijo se dignara a decir algo. Permanecía serio y extrañamente callado.

—¡Marco! ¿se puede saber qué te pasa?

Saliendo del estado de estupefacción en el que se había sumido al ver a esa joven, las palabras se le quedaron atascadas en la garganta, sin saber qué decir, ni cómo comportarse. Sus piernas se habían quedado paralizadas. Esa muchacha era abierta, sociable e increíblemente hermosa, todo lo que él no era. Tenía un cabello precioso, del color de las almendras, tan salvaje que se le escapaba del elaborado peinado como si hubiese sido azotado por la brisa de la playa. Si hubiese podido se lo habría colocado detrás de las delicadas orejas.

—Ella es la cuñada de Paulo y estos niños son Lucio y Lucía, los hijos de Irene —dijo Helena al lado de Julia, mirando extrañada también al hijo de su amiga. Ya era un hombre hecho y derecho y no comprendía tampoco su falta de educación al saludar a la joven Lidia.

—No pasa nada... —dijo Livia haciendo el ademán de marcharse.

—Sí que pasa... —dijo Julia empezando a enfadarse.

—Perdona, madre... —dijo Marco sin dar más explicación—. Encantado de conocerte, Livia.

Marco no se había sentido tan turbado en la vida. Aquella muchacha lo había dejado sin palabras y se estaba comportando como un imbécil, llamando la atención de todos. Adelantándose dos pasos, besó ligeramente la mejilla de la joven y al posar sus labios en ella, olió el perfume de su piel, sin reconocer el aroma. No pudo evitar sentirse embriagado por su olor. Separándose enseguida de ella, retrocedió y bajando la mirada, se sintió más torpe e inseguro que nunca. Estaba tenso, sin saber cómo actuar. Admiraba la capacidad que tenían algunas personas de hablar con desconocidos de cosas insignificantes e insustanciales. Normalmente, no acudía a fiestas porque era una situación que prefería evitar. Por eso, no había conocido a ninguna mujer que compartiera sus mismo intereses. ¿Quién querría a un bicho raro como él?

—Igualmente... —le respondió Livia perdiendo la sonrisa.

Ese hombre se había comportado de forma grosera con ella. Más bien había sido arisco pero por suerte, no tendría que volver a verlo.

—Si me disculpan, voy a pasear a mis sobrinos...

—Claro Livia. Acuérdate de regresar pronto para la hora de comer.

—Sí, claro Helena. No tardo...

Sin más, Livia salió con los pequeños rompiendo el tenso momento. Marco la miró marcharse con disimulo mientras salía con sus sobrinos. Era una muchacha menuda con una silueta perfecta que cabría perfectamente entre sus brazos. Dándose cuenta de la deriva de sus pensamientos, Marco intentó no pensar en ello.

Julia miró con desaprobación a su hijo pero no quiso discutir en casa de Helena. Así que ignorándolo, cogió a su amiga del brazo y le indicó:

—¿Vemos a Paulo?

—¡Claro, seguidme!

—¿Qué te ha pasado? —le susurró Marco a su hijo sin que las mujeres lo escuchasen.

Sin querer mirar a su padre, le contestó:

—Nada...

—Pues que sepas que esa misma cara de tonto, debí poner yo cuando vi a tu madre por primera vez...

Marco frunció el ceño y tragó saliva ante el inoportuno comentario. Su padre era demasiado perspicaz.


Paulo reconoció las voces de sus amigos y salió a recibirlos.

—¡Por los dioses! —gritó Paulo al ver a toda la familia Vinicius—. ¡Qué alegría veros!

Julia sonrió y con los brazos abiertos esperó a que Paulo se acercara a ella.

—Como tú no has ido, hemos venido nosotros a verte —le contestó Julia con un enorme cariño.

Abrazando a Paulo, las lágrimas se le saltaron. Quería muchísimo al hermano de Helena. Había sido casi como un hijo para ella.

—¡Venga mujer, no lo acapares tanto! —dijo la voz de Marco Vinicius que sabía que su mujer estaba emocionada.

—¡Comandante! —dijo Paulo girando la vista, saludando al hombre.

Marco Vinicius había envejecido pero se le veía muy bien. Tenía la barba pintada de canas pero su mirada era la de siempre, la de un hombre que imponía respeto con su sola presencia. Si Paulo había dedicado su vida al ejército era por ese hombre. Le había admirado desde pequeño y había seguido sus pasos, alistándose en la legión.

Dejando a Julia, extendió el brazo con la palma hacia abajo.

—Me alegro de verte, Paulo. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vimos.

—Así es, Comandante. Cuando quise darme cuenta, los años pasaron y esperé a licenciarme para venirme definitivamente —dijo Paulo a modo de disculpas.

—Y los has aprovechado bien porque has venido con mujer e hijos —añadió Marco Vinicius.

—Ya veo que se ha enterado.

—Así es.

Paulo desvió la mirada hacia el hijo de Julia y Marco.

—¿Éste es el joven delgaducho que dejé? —preguntó Paulo asombrado.

Marco Vinicius hijo se había convertido en un hombre tan alto como su padre. Sin embargo, su rostro era el de un hombre maduro. Paulo no pudo evitar abrazar al que había sido como un hermano pequeño para él.

—¡Qué alegría de verte!

Marco se emocionó al abrazar a Paulo. Exceptuando a su hermana, nunca había tenido tanta complicidad con una persona como con Paulo.

—¡Lo mismo digo! —sonrió Marco.

Paulo le revolvió el pelo, mostrando afecto.

—Pero si te ha salido barba y todo... —dijo Paulo con afecto.

—¿Qué te pensabas? ¿Qué iba a ser un adolescente toda la vida?

—¡Vaya, vaya! Cómo ha cambiado el pequeño Marco... —contestó Paulo contento.

—¿Y tu mujer? —le preguntó Julia que había esperado hallarla junto a él.

—En el cubículo. Ahora mismo voy a por ella —dijo Paulo mirando a los tres.

—Mientras tú vas a por Irene, te esperamos en el triclinio —le dijo su hermana Helena.

—Está bien... ¡No iros de aquí! —les advirtió Paulo.

—¿Cómo nos vamos a ir? Si estoy deseando conocer a la mujer que ha conseguido atraparte. Con todos los corazones rotos que dejaste a tu marcha, parece mentira que hayas encontrado esposa en Roma —dijo Julia.

Paulo sonrió dejándolos en compañía de su hermana.

—¿Por qué se ha ido a por su mujer? —preguntó Julia a su amiga.

—Se encuentra convaleciente. Ha estado gravemente herida pero eso, debería contároslo él.

Padre e hijo escuchaban atentos la conversación entre las dos mujeres.


Paulo entró en el triclinio acompañado de Irene. La joven caminaba despacio.

—Irene, quiero presentarte a unos buenos amigos.

—¡Hola! —saludó tímidamente Irene a las tres personas.

—¡Hola! —se adelantó Julia—. Soy Julia y éste es mi marido Marco y mi hijo.

Marco se adelantó para saludar a la mujer de Paulo.

—Me llamo igual que mi padre —explicó el joven.

—Encantada, Marco —saludó Irene al muchacho.

—Nos ha extrañado tanto que Paulo se casara que no he podido resistirme a venir a conocerte —dijo Julia acariciando el brazo de Irene.

—Ya las irás conociendo Irene, porque mi hermana y Julia no pueden evitar inmiscuirse en mi vida. Pensaba que con la edad, me dejarían tranquilo pero me equivoqué —dijo Paulo de broma.

—¡No te quejes! Que eras un puro trasto de pequeño —le dijo Julia con cariño—. ¿Qué te parece la ciudad, Irene?

—No he tenido tiempo de verla porque no he podido salir, pero creo que me gustará —contestó Irene.

—Irene tiene una pierna rota, por eso no puede andar —explicó Paulo.

—¿Y qué te pasó? —preguntó Marco Vinicius.

—Es una larga historia, ya os la contaré otro día —dijo Paulo intentando desviar la conversación.

—¿Y no te ha dado pena dejar Roma? —preguntó Julia inocentemente.

—No, la verdad es que no. Lo único que he lamentado es dejar a mi hermano Clemente, a mi cuñada y a mis sobrinos.

—¿Clemente? —preguntó frunciendo el ceño Marco Vinicius—. ¿No será el mismo Clemente que yo conozco?

—El mismo —respondió Paulo poniéndose serio.

Todos conocían la historia de Clemente y de Máximus. Paulo sabía que Marco no soportaba a Clemente después de que intentara matar a su hermano años atrás.

—¿Conoce a mi hermano? —preguntó Irene sonriendo sin imaginarse la tensión que se estaba creando.

—Por desgracia, si... —respondió Marco Vinicius frunciendo el ceño.

En ese instante, Irene se tensó al comprender que a ese hombre le desagradaba su hermano Clemente. Sin querer, se echó un poco hacia atrás pero Paulo la detuvo con su cuerpo.

A Paulo no le sentó bien que Marco Vinicius incomodase a su mujer. No iba a permitir que se sintiese mal por algo que no era culpa suya. Clemente y Paulina eran amigos suyos y no se avergonzaba de ello.

—¿Algún problema con ello? —preguntó Paulo irritado.

—¿Qué problema va a haber? —respondió Julia intentando apaciguar el ambiente—. Aquello se resolvió hace tiempo, ¿verdad que sí, Marco?

—Por supuesto... —respondió su marido.

Todos se habían quedado serios. Marco Vinicius no hubiese imaginado jamás que tendría la oportunidad de conocer a la hermana del desgraciado que tanto daño había hecho a su hermano y a su familia pero saber que la hermana de Clemente estaba casada con Paulo, lo había sorprendido más aún.

—Se nos está haciendo tarde. ¿Nos marchamos? —preguntó de repente Marco Vinicius.

—Sí, tengo que hacer un par de cosas esta mañana —dijo Marco Vinicius hijo compadeciéndose de la mujer de Paulo—. Hasta pronto Irene... Me alegro de conocerte y enhorabuena por vuestro matrimonio.

—Gracias —respondió Irene sabiendo que no le había caído muy bien al padre de ese muchacho.

Dándole la mano a su amigo, Marco se despidió de ellos y empezó a salir del triclinio, seguido de su padre.

—Hasta pronto, Paulo —respondió Julia apenada por la situación—. Espero que nos veamos pronto.

—Claro que sí, Julia —dijo Paulo besando a la mujer—. En cuanto Irene pueda andar, la llevaré a la factoría para enseñarle dónde trabajáis.

—Estaremos encantados de enseñarle todo. ¡Me encantaría que vinieseis! —respondió Julia con una sonrisa—. Espero que no te hayas enfadado por el comentario de Marco...

—Claro que no. Entiendo que no le caiga bien mi cuñado pero Clemente y Paulina son mis amigos.

—Claro que sí —añadió Julia—. Ya conoces a Marco, siempre ha sentido debilidad por su hermano.

—Y lo entiendo, Julia. No te preocupes. No pasa nada —respondió Marco.

—Irene, me alegro de haberte conocido y espero que seáis muy felices. Siempre he querido mucho a Paulo, ha sido casi como un hijo para mí y no hay nada que me alegre más que verlo feliz junto a su familia.

—Gracias, Julia —respondió Irene sintiéndose incómoda.

—Bueno, me marcho. Mi marido y mi hijo deben estar esperándome

—Hasta luego, Julia —respondió Paulo.

—Voy a acompañarla —le dijo Helena a su hermano.

Julia sonrió y salió seguida de Helena. Ambas mujeres estaban serias.

—Creo que lo he estropeado todo —dijo Irene mirando a Paulo.

Paulo volvió la vista hacia su mujer y sin saber el porqué, cogió su rostro entre sus manos.

—Tú no has estropeado nada. No tienes nada que ver con lo sucedido entre tu hermano y el hermano de Marco Vinicius.

—Ya, pero fíjate... esa mujer es encantadora y piensa que tú y yo...

Paulo bajó su rostro y atrapó los labios de Irene entre los suyos. No quería hablar de eso en ese instante.

—Paulo, déjame hablar

—No es necesario que digas nada —respondió el hombre.

—Yo creo que sí.

—Irene, estoy a gusto contigo y creo, que tú conmigo también, ¿me equivoco?

—No, no te equivocas —respondió Irene con sinceridad.

—¿No te gusta cómo te hago el amor? —preguntó Paulo demasiado directo.

Irene enrojeció.

—No es eso... —declaró la mujer.

—Entonces, ¿qué es?.

Irene lo miró fijamente y al final, se atrevió a decirle la verdad:

—Eres maravilloso y no quiero acostumbrarme a ti. Cuando decidas que ya no me necesitas, tendré que irme...

Paulo pensaba lo mismo de ella. Esa mujer era lo que él necesitaba.

—Y yo que pensaba que era mi forma de hacerte el amor lo que no te gustaba...

Sorprendiéndola, Paulo la levantó en sus brazos impidiendo que Irene pudiera moverse.

—Tu cuerpo me vuelve loco. Estoy a cada momento deseando encerrarme en el cubículo contigo y no salir durante días.

Irene lo miró embobada y sonriendo, le susurró en el oído:

—Tenemos el tiempo justo de encerrarnos, antes de que regrese mi hermana con los niños.

Se había propuesto seducir a su mujer y era justo al revés. Irene lo cautivaba.

Nota de la autora: Os dejo las imágenes de otros tres conocidos personajes que se incorporan a la historia. ¡Ya han pasado algunos años por ellos!


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