El Valle de los Lobos

By MonicaPrelooker

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+18 En un mundo desgarrado por los enfrentamientos entre lobos y vampiros, una humana deberá hallar su lugar... More

Nota Previa
La Cacería
Libro 1: Invierno
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24

Capítulo 25

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By MonicaPrelooker

No sabía si alegrarme o lamentar que el invierno resultara más breve que en años anteriores. La nieve se marchó al norte a fines de febrero, y a principios de marzo todo el bosque se veía como si ya hubiera comenzado la primavera.

El brazo del lobo estaba sanando bien, y desde la última escaramuza, pasaba conmigo tres o cuatro días seguidos. Aunque su lesión lo mantenía alejado de los enfrentamientos en la pradera, esa mañana un cuervo había traído un mensaje de la princesa para él:

—Castillo. Urgente.

De modo que había tenido que marcharse, a pesar de que había llegado sólo el día anterior, prometiendo regresar tan pronto pudiera. Lo echaba en falta como alma en pena cuando no estaba conmigo, pero su ausencia me permitiría ocuparme de los pequeños quehaceres cotidianos que su presencia dejaba en suspenso.

La temperatura me permitió apagar el fuego apenas el sol subió un poco, dándome oportunidad de limpiar bien toda la cueva, incluidas las cenizas de la fogata. Lavé la ropa de ambos, renové el jergón, saqué las mantas para que se orearan y le di una buena paliza al oso, que por suerte seguía demasiado muerto para defenderse.

Un cuervo llegó a la cueva mientras almorzaba, y su imitación de la voz del lobo me hizo sonreír enternecida.

—Hoy. Cena.

Le agradecí el mensaje con trocitos de la carne fría que estaba comiendo, que le arrojé cada vez más cerca de mis pies. Hasta que acabó muy encaramado a la mesa, comiendo conmigo.

Por la tarde bajé al bosque por leña. Salía de la cueva cuando oí el aleteo del cuervo, que vino a posarse en mi hombro con inesperada familiaridad. Pronto remontó vuelo, aunque no lo vi alejarse hacia el sur.

Como hacía desde que tenía el hacha, busqué un árbol caído y corté ramas delgadas y medianas hasta reunir lo necesario para al menos tres días. Una vez que hubiera transportado todo a la cueva, me sentaría en la entrada a cortar las ramas del largo adecuado para que entraran en el círculo de piedras que rodeaba el fuego.

Regresaba en busca de la última brazada cuando oí ruidos en la vegetación de la escarpada ladera a mis espaldas, donde sólo crecían árboles achaparrados y espesos arbustos. Me volví sorprendida, porque no había senderos allí, y tuve un atisbo de la silueta ágil y clara que se agazapaba tras un matorral, unos cinco metros por encima de la cornisa. Un escalofrío de terror corrió por mi espalda: ¡un león de la montaña!

Comencé a retroceder hacia los árboles, los ojos fijos en el matorral. Los leones no atacaban humanos a menos que pudieran tomarlos por sorpresa, y tenía la vaga esperanza de que verse descubierto demoraría su ataque. Solté a tientas la presilla del cinto que sujetaba el hacha y la empuñé. No me hizo sentir más segura o protegida. En absoluto.

El matorral se agitó y vi que el león saltaba por encima con un rugido que me heló la sangre, precipitándose ladera abajo. No me detuve a pensar qué hacía: di media vuelta y huí a todo correr. Llegué a lo que quedaba de leña junto al árbol caído antes de que me alcanzara. Sólo tuve tiempo de armarme con la rama más larga que había cortado y aplastarme de espaldas contra un árbol con mis dos pobres armas.

El león se detuvo al ver que volvía a enfrentarlo. Intenté golpearlo con la rama y retrocedió lanzando un zarpazo. Bien, al menos la rama que escogiera era más larga que sus patas. El felino comenzó a pasearse delante de mí, rugiendo y golpeándose los flancos con la cola durante varios minutos eternos, hasta que volvió a atacar. Tendí la rama hacia adelante para contenerlo e intenté golpearlo con el hacha, pero retrocedió con agilidad.

Entonces escuché un aleteo entre las ramas de un árbol vecino. Alcé la vista un instante y vi allí al cuervo. El predador intentó aprovechar mi distracción, pero volví a bajar la vista a tiempo para rechazarlo de nuevo.

—¡León! —grité—. ¡León!

—¡León! ¡León! —graznó el cuervo, imitando a la perfección mi chillido aterrorizado.

—¡León! —repetí desesperada.

Como si supiera que hablaba de él, el león se encogió y saltó sobre mí. El cuervo remontó vuelo al mismo tiempo que yo saltaba a un costado. Logré atizarle al león con la rama en el flanco, pero la misma fuerza de mi golpe al chocar contra él me hizo caer hacia el costado y soltar la rama. Me levanté de un salto, descargando golpes al aire con el hacha frente a mí. El león retrocedió, y tuve oportunidad de recuperar la rama.

Volví a pegar la espalda al árbol, agitada y sudorosa. El león comenzó a pasearse otra vez, acortando la distancia, rugiendo y tentando zarpazos. Yo seguía tratando de golpearlo con la rama o el hacha cada vez, pensando cómo podría escapar de la fiera. Trepar a un árbol no serviría, porque el león treparía con más rapidez y agilidad, y sólo precisaba atraparme un tobillo para derribarme y caerme encima. Si trataba de alcanzar la cornisa, me saltaría a la espalda, y la cornisa misma no me ofrecía ninguna seguridad. Ni siquiera la cueva, donde no había vuelto a encender fuego y sólo quedaría acorralada.

Ignoro si transcurrieron horas o minutos en aquella situación imposible. El león se negaba a renunciar a su presa y yo me negaba a renunciar a mi vida. Sus rugidos habían puesto en fuga a todos los pájaros en los árboles más cercanos. Seguía tratando de tomarme por sorpresa con saltos y zarpazos inesperados. Y yo seguía rechazándolo con la rama y con el hacha.

Los brazos comenzaron a dolerme de fatiga, y el sudor empapaba mis manos.

De pronto amagó a saltar, y cuando alcé el hacha por encima de mi cabeza y tendí la rama, se me vino encima. Se detuvo a sólo un paso de mí, esquivó mi golpe y se alzó sobre sus cuartos traseros, rugiendo y lanzándome zarpazos a la cara.

Alcancé a cubrirme con el brazo que empuñaba la rama, pero sus poderosas garras se clavaron en mi carne entre el codo y el hombro. El dolor me hizo soltar la rama. No sé qué reflejo instintivo movió mi otro brazo, y descargué el hacha con todas mis fuerzas. Se clavó en el cuello del león, empujándolo hacia el otro lado. Sus zarpas habían quedado hundidas en mi brazo, y lo desgarraron al caer. Mi grito de dolor se mezcló con su rugido agónico.

Me alejé a los tumbos, aturdida de dolor y miedo, sosteniendo mi brazo lacerado, que sangraba profusamente. El león no me siguió y no me detuve a mirar hacia atrás. De pronto tropecé con la pila de ramas al pie de la cornisa. Seguía sangrando y me temblaban las piernas. El dolor me impedía siquiera tratar de pensar. Sólo quería echarme a descansar. No me importaba que si me sentaba, no sería capaz de volver a levantarme.

Entonces, a través de los latidos desbocados de mi corazón y el zumbido en mis oídos, percibí el rumor de agua. Un sonido que estaba siempre allí, pero sólo ahora me detenía a escuchar. Manoteé una rama larga para usar de bastón y forcé a mis pies a arrastrarse hacia el arroyuelo. Si había otros leones cerca, el rastro de sangre que dejaba a mi paso los guiaría directamente a su cena, que ya no estaba en condiciones de defenderse.

Me eché de bruces en la orilla del arroyo, arrastrándome hasta hundir todo mi brazo herido en el agua de deshielo. Volví a gritar de dolor, gastando la poca energía que me quedaba en llorar y gemir. Me obligué a mantener el brazo sumergido mientras luchaba por desprender mi cinto con la otra mano. Cuando lo logré, lo sostuve con los dientes para enroscarlo por debajo de mi hombro, tan apretado como podía. Apenas me alcanzaron las fuerzas para atarlo antes de perder el sentido.


VALLE DE LOS LOBOS
Libro 1 - INVIERNO

**FIN**

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Saga Lobos:

*terminados*

**en preparación**

** en proyecto **

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