El Valle de los Lobos

By MonicaPrelooker

10.6K 662 263

+18 En un mundo desgarrado por los enfrentamientos entre lobos y vampiros, una humana deberá hallar su lugar... More

Nota Previa
La Cacería
Libro 1: Invierno
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25

Capítulo 10

199 23 12
By MonicaPrelooker

Me lavaba como acariciándome, y sentirlo resultaba tan mágico como enervante.

Cuando terminó, sus manos desnudas reemplazaron el paño y corrieron por mi piel hacia arriba a cubrir mi pecho otra vez. Primero su nariz, y luego sus labios, navegaron en torno a mi ombligo antes de subir también. Sentí su aliento entrecortado cuando sus pulgares se movieron en círculos, arrancándome una queja ahogada que distaba de ser una queja.

De pronto mi piel bajo sus pulgares parecía arder, provocando una estampida en mi corazón y lanzando ramalazos como de chispas hacia mi vientre. Me faltaba el aire, mi pecho se alzaba contra sus manos sin que pudiera evitarlo. Mi cabeza se inclinó hacia atrás y sus labios parecieron caer sobre mi cuello un momento después. El rastro húmedo de su lengua me hizo volver a gemir.

Me levantó en sus brazos como si fuera una brizna de hierba para depositarme con suavidad sobre la piel de oso. Sus manos volvieron a cubrir mi pecho, moviéndose como si moldearan mi carne, sus pulgares reanudando esos círculos que me hacían ver estrellas fugaces tras mis párpados, apretados bajo la venda.

Cuando su boca reemplazó uno de sus dedos, me arqueé sin poder contenerme, temblando bajo sus besos ahora suaves, ahora demandantes, mientras su lengua se apretaba contra mi piel, sensibilizada a un extremo increíble. Sus labios fueron y vinieron entre sus manos un momento más, o tal vez un año más. No lo sé, pero se apartó de mi pecho demasiado pronto.

Crucé los brazos para cubrirme cuando sus manos volvieron a resbalar hacia mi cintura, flanqueando su lengua. Y mis caderas reaccionaron como mi pecho, alzándose hacia él cuando se demoró en mi ombligo. Bajó el vestido hacia mis rodillas como otra caricia, dejando mis piernas prisioneras para cubrir mis muslos con sus palmas, sus labios demorándose entre mis caderas.

Entonces oí su gruñido ahogado. Su nariz pareció hundirse entre mis muslos, haciendo que volviera a arquearme y a gemir. Empujó la falda hasta mis tobillos y al fin pude mover las piernas, que no me consultaron para apartarse, como si quisieran hacerle lugar.

Mi cuerpo pareció arder de fiebre cuando su boca se apretó contra mi entrepierna. Me costaba respirar, mis músculos se tensaban o aflojaban en respuesta a los movimientos inquisitivos de su lengua, mi espalda se arqueaba hasta que dolía.

Jamás había sentido nada igual. Quería que siguiera explorando cada pliegue de mi piel, cada rincón. La reacción de mi cuerpo era empujar contra su boca, pidiendo que alimentara aquella fiebre desconocida que me dominaba.

Algo pareció retorcerse en mi vientre. Dolor que no era dolor. Se convirtió en fuego. Me quemó las entrañas. Grité y me retorcí. Quería que terminara. Quería que siguiera. Me había convertido en un pino que se quema desde las raíces. Todo mi interior estaba en llamas. Y mi vientre pareció estallar en aquel fuego. Empujó mis piernas hacia arriba, su cara entre ellas como si quisiera devorarme, lamiendo, sorbiendo, gruñendo. Tal como el lobo hunde el hocico en las entrañas de su presa.

Entonces las fuerzas parecieron abandonarme, mis piernas temblaban contra su cabeza, mis brazos cayeron inertes a mis lados, me sentí pesada como un saco lleno de guijarros. Aún intentaba recuperar el aliento, agitada y aturdida, cuando se tendió sobre mí.

Se había quitado la camisa, y su piel estaba tan afiebrada y sudorosa como la mía contra mi pecho. Olí un almizcle dulzón en su aliento y comprendí que era el olor íntimo de mi propio cuerpo. Sus piernas se estiraron a lo largo de las mías para mantenerlas juntas y algo firme rozó mi entrepierna. Un ramalazo de fuego pareció volver a encenderse, una intensa punzada que me hizo gemir y tensarme otra vez. Presionó apenas, se retiró, volvió a presionar.

Mis manos se alzaron por voluntad propia para echarle los brazos al cuello. Mordisqueó suavemente mi cuello mientras seguía rozando mi entrepierna con creciente rapidez. Hasta que se alzó con un gruñido ronco y prolongado, su pecho fuera de mi alcance. Sentí que algo húmedo caía sobre la piel de mi estómago, algo tibio.

—No te muevas —jadeó agitado, apartándose de mí.

Mi cabeza no estaba en condiciones de procesar la orden y acatarla. Ese líquido en mi estómago no olía como nada que hubiera olido jamás. Dulce con una pizca agria, pero con un algo agreste, fresco. Era una combinación tan intrigante como irresistible. No pude contener mi curiosidad. Mojé mis dedos y me los llevé a la boca.

Miel y jengibre, reconocí volviendo a humedecer mis dedos. Más miel que jengibre, y... Chasqueé la lengua contra el paladar. Algo más, ¿qué era? Probé una pizca más. Fuera lo que fuese, era sencillamente delicioso. No era fruta. ¿Una flor...? Paladeé otro poco y sonreí. ¡Madreselva!

—¿Qué crees que haces? —lo oí preguntar sorprendido desde el fuego.

La comprensión me paralizó como estaba, con la mano a mitad de camino entre mi estómago y mis labios. Lo oí acercarse y me corrí hacia el otro extremo del angosto jergón, como si fuera a acortar la distancia o evitar nada.

Para mi gran sorpresa, se tendió junto a mí con un suspiro todavía agitado. Me estremecí al sentir que dibujaba un círculo en mi estómago con un dedo. Un instante después, su dedo húmedo tocaba mis labios, que se apartaron obedientes para permitirle tocar mi lengua.

—¿Qué eres, pequeña? —murmuró en mi oído, sus dedos cubriendo mis labios con su sabor exquisito, que me apresuré a limpiar con la lengua.

—No lo sé, mi señor —musité, conteniendo el aliento, esperando que me permitiera saborear una pizca más.

La fiebre había pasado, pero en mi cabeza persistía esa sensación como de nubes. Apoyó su dedo en mi lengua y lo apreté contra mi paladar. El sabor de su cuerpo tenía en mí el mismo efecto que cuando Tea cocinaba sus hierbas secretas. Mis rodillas cayeron sobre las de él y mis brazos se aflojaron sobre mi pecho. Estaba agotada pero me sentía liviana como una pluma.

Sentí que limpiaba mi estómago con el paño tibio. Apenas lo apartó, me volví hacia él, ya adormecida. Encontré el hueco de su cuello, aún húmedo de sudor. Eso acentuaba un poco su olor, el olor tranquilizador del lobo. Hundí mi cara allí y no me rechazó. Lo sentí mover el otro brazo. Me cubrió con mi manto, que quedara caído junto al jergón. Entonces apoyó la cabeza junto a la mía, su perilla arañando apenas mi frente, y su brazo vino a descansar alrededor de mi cintura.

Desperté sola, acostada sobre la sábana que cubría las agujas de pino y arropada con la manta y la piel de oso. Y junto a mi cabeza hallé la tira de tela negra que me cubriera los ojos, prolijamente doblada.

Me levanté muerta de hambre, pero no tenía nada sólido preparado para desayunar. Tendría que conformarme con té hasta que pudiera subsanarlo.

A pesar de mi absoluta inexperiencia, me alcanzaban las luces para comprender lo que había sucedido la noche anterior. Toda mi incredulidad y todas mis preguntas no bastaban para negarlo. Ignoraba qué significaba, si es que significaba algo más de lo que había sido: un impulso instintivo que se había impuesto al autocontrol del lobo por un momento.

Los vestidos que me trajera la princesa eran demasiado bonitos para arruinarlos con mis quehaceres, de modo que vestí el atuendo de cazador. Pasé la mañana recogiendo leña, y descubrí un arbusto de arándanos entre la nieve, cargado de bayas. Mi estómago gruñó de hambre de sólo verlos, y comí hasta saciarme allí mismo. Más tarde encontré otros dos arbustos en las inmediaciones, y coseché un cuenco entero de sabrosas bayas para comer de pos...

Sentí una especie de punzada en el estómago al pensar en la noche. Tal vez no tuviera ocasión de comer arándanos después de la cena. En realidad, ojalá no tuviera ocasión. No quería hacerme ilusiones, pero...

Bufé, enfadada conmigo misma. ¿Ilusiones de qué? ¿De volver a tener intimidad con el lobo? ¿Por qué querría volver a tocarme? No sólo era como era: además, de acuerdo a las propias leyes de los señores del Valle, no sería mayor de edad hasta que cumpliera diecisiete, y ningún lobo buscaba interacción sexual con menores de edad.

Enumeraba todas las razones por las que era una estupidez tan siquiera soñar con que ningún hombre, lobo o humano, se interesara en mí jamás, cuando encontré sus ropas, prolijamente dobladas sobre el arcón. Tomé la camisa y su olor pareció envolverme. Era como si le hablara directamente a mis entrañas.

Me sorprendió oler también su sudor. Abrí sus pantalones negros y noté que las arrugas estaban marcadas con polvo.

El agua del arroyuelo me hizo doler los dedos, pero la orilla rocosa me permitió refregar bien las ropas del lobo. Poco después, ambas prendas humeaban frente al fuego, con las espigas de lavanda que hallara entre mi ropa.

Decidí que cenaría temprano esa noche, sólo para demostrarme a mí misma que lo hacía en vano. Y para reforzar el experimento, y probar que era una estúpida acabada, me aseé y cambié mi atuendo de cazador por uno de los vestidos del arcón.

Parecía un sacrilegio usar una prenda tan fina en esa cueva. Era morado oscuro, escotado y ceñido bajo el corpiño como el vestido de Lirio, aunque la falda era aún más amplia. Y cuando me preguntaba cómo evitaría enfermarme de frío con el pecho tan descubierto, descubrí en el fondo del arcón la respuesta perfecta: un cuello de piel de ardilla, que se ajustaba bajo el mentón con un broche de madera, dejando que los pliegues cayeran cruzados sobre mi pecho expuesto, justo por debajo del corpiño. A eso llamaba elegancia práctica.

Me desenredé el pelo con los dedos lo mejor que pude, y para evitar que se me viniera a la cara, pasé la cinta del manto por debajo de mi corta melena y detrás de mis orejas, atándola sobre mi coronilla.

Sólo por precaución, sujeté la cinta negra a mi muñeca con un nudo flojo, que podría desatar de un tirón.

La noche trajo un viento helado del norte, que silbaba en las ramas cargadas de nieve. Agregué leña al fuego para evitar que la cueva se enfriara demasiado. Eso terminó de secar las ropas del lobo. A pesar de que no podía ver las estrellas moverse allá afuera, era consciente del paso del tiempo.

Tal vez lo que ocurriera la noche anterior lo mantenía alejado.

Tal vez no regresara, ni esa noche ni nunca.

Continue Reading

You'll Also Like

87.9K 4.7K 56
Mentiría si digo no amar el físico, porque es lo primero en lo que se enamora mi corazón. No entiendo qué logró hacer conmigo para tenerme a sus pies...
7.8K 494 23
La vida de Anna cambia cuando por equivocación entra a una fiesta de hombre lobos.
28K 945 20
Sinopsis: Taymi una joven de 19 años, Licantropa y Futura al Alpha de su Manada "Bleck", el cual se ve ella envuelta en problemas al encontrar sus m...
355K 17.5K 66
¿Qué pasarías si te enteras que tus padres te abandonaron cuando pequeña? Ella es _____ Bieber Mallete a pesar que ese no es su verdadero nombre ella...