Una chica como yo

Par LunnaDF

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La vida de una persona con sobrepeso es una lucha constante, un sinfín de dietas, ejercicios, subidas y bajad... Plus

Sinopsis
BookTrailer
Inicio
1. Adrián
3. Adrián
4. Martina
5. Martina
6. Adrián
7. Martina
8. Adrián
9. Martina
10. Adrián
11. Martina
12. Adrián
13. Martina
14. Adrián
15. Martina
16. Adrián
17. Martina
18. Martina
19. Adrián
20. Martina
21. Adrián
22. Martina
23. Martina
24. Adrián
25. Martina
26. Martina
27. Adrián
28. Martina
29. Adrián
30. Martina
31. Adrián
32. Martina
33. Martina
34. Martina
35. Adrián
36. Martina
37. Adrián
38. Martina
39. Martina
40. Adrián
41. Martina
42. Adrián
43. Adrián
44. Martina
45. Adrián
46. Martina
47. Martina
48. Adrián
Capítulo 49 - Martina
50 - Adrián
51. Martina
52. Martina
53. Adrián
Capítulo 54 - Martina
Capítulo 55 - Adrián
Capítulo 56 - Martina
57. Adrián
58. Martina
59 - Adrián
60. Martina
Epílogo
Avisos

2. Martina

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Par LunnaDF

Me puse de pie junto al espejo y me observé, quería darle una oportunidad a ese vestido celeste que hacía meses reposaba en mi armario. No me parecía que me quedara tan mal, pero la vez que me lo compré y quise usarlo para la fiesta de año nuevo, Juanjo me dijo que estaba lindo, pero que me quedaría mejor cuando la dieta diera resultado y bajara unos cuantos kilos. La boda de Rosalía, su hermana, no era demasiado lujosa y ese vestido era una buena opción, ya que con la dieta que había estado haciendo las últimas dos semanas, había bajado un poco.

Le había preguntado a Merce qué le parecía la elección y ella me había dicho que creía que el vestido era excelente para la ocasión; a Adri también le gustaba, él me había acompañado a comprarlo, pero yo temía que a Juanjo no le pareciera lo mismo. Siempre tenía una sensación de que nada de lo que me pusiera le gustaba del todo.

Si tengo que ser sincera, no necesitaba la opinión de Juanjo, o esa mirada de «no me gusta tanto» que solía poner cuando le mostraba las ropas con las que quería salir, me bastaba con verme al espejo para reprobarme a mí misma, pero ¿qué más podía hacer? Me había matado con la dieta y eso era todo lo que había logrado. A esas alturas estaba segura de que los milagros no existían, lo único que necesitaba era elegir el que me quedara menos feo.

Sin embargo, cuando Juanjo ingresó a la habitación, apenas me prestó atención pues estaba en una llamada que parecía importante. Esperé a que colgara el teléfono y me puse de pie delante de él.

—Sí, voy a ir —dijo y me regaló una sonrisa—, no te preocupes, estaré ahí temprano.

Cortó la llamada y entonces aproveché para hablarle.

—¿A dónde vas a ir?

—Al cumpleaños de mi jefe, unos días en su mansión de la playa —explicó—, lo paga todo él. El que tiene dinero hace lo que quiere —rio y luego hizo un puchero—. Lastimosamente es solo para empleados, me hubiese encantado llevarte conmigo —añadió con ternura.

—No hay problema, debes ir para quedar bien... —Me parecía mejor que fuera así, no me gustaba participar de reuniones de convivencia en la playa con las novias y esposas de los ejecutivos para los que trabajaba Juanjo—. ¿Cuándo es?

—Justo después de la boda... —comentó—, a ver cómo llego a ir con la resaca —bromeó.

Sonreí también y di una vuelta sobre sí misma para que me mirara. Por increíble que pareciera, incluso después de todo el tiempo que llevábamos juntos seguía costándome hacer esos gestos, me sentía incómoda ante las miradas, incluso la de mi novio.

—¿Y eso? —preguntó mirándome de arriba abajo.

—¿Te gusta para la boda? —cuestioné.

Suspiró y se encogió de hombros como toda respuesta, me dio un beso en la mejilla y volvió a salir del cuarto mientras marcaba otro número.

Volví al espejo y decidí que lo llevaría, me había costado un buen dinero y Adrián me había dicho que me quedaba bien, claro que él me veía como si fuera su hermana y nunca me diría algo que me lastimaría, pues sabía bien por todo lo que había pasado. Sin embargo, no tenía tiempo para buscar otra cosa, así que este sería.

Le marqué una videollamada y me enfoqué en el espejo.

—¿Te estás preparando para la boda? —inquirió.

—Sí, ¿te gusta?

—Me encanta desde que te lo probaste en la tienda y creo que deberías ponértelo, no es justo para ese vestido no poder lucirse en ti.

Sonreí, Adrián tenía esas salidas que derretían a cualquier mujer, era detallista por eso no me llamó la atención que recordara el vestido. Era así desde que lo conocía, bueno, al inicio no habíamos hablado demasiado, pero cuando comenzamos a ser amigos me di cuenta de que era un chico en el que podía confiar. Era el más guapo del curso, su belleza no era la de un modelo de ropa interior de esos que parecen fuego puro y niños malos, todo lo contrario, tenía rostro de niño bueno en un cuerpo de infarto. Su cabello, medio largo y ondulado, era negro como una noche cerrada y contrarrestaba con su piel blanca. Sus ojos claros eran tan transparentes que podías verlos cargados de bondad o de intensidad, de ternura o de picardía.

Las chicas se peleaban por llamar su atención y él trataba con cariño y respeto a todas, incluso a mí, a quien nadie más consideraba igual. A los ojos de Adri me sentía como cualquier muchacha de mi edad, nos pasábamos horas hablando de música o películas, veíamos series y comíamos toneladas de palomitas. Él jamás había hecho un comentario sobre mi peso, me alentaba a ir a las fiestas y prometía quedarse a mi lado para no dejarme sola, yo nunca iba, pero el simple hecho de que él pensara que podía ir, me hacía sentir bien, importante.

Durante un breve periodo de tiempo me enamoré de él, como cualquier chica de quince años ante un muchacho guapo que la trata tan bien, quizás era porque él me veía, era capaz de mirar más allá de mi cuerpo y encontrarse conmigo, yo sabía que me quería y que era importante para él, me lo recordaba en cada momento y con cada detalle, por lo que no pensaba que él sintiera asco de mi cuerpo. Pero enamorarme y soñar con que él y yo podríamos ser algo más, era una locura que solo habría acabado con nuestra amistad. Y eso era lo más valioso que tenía en esa época, y también en la actual. Adri era mi constante, mi apoyo.

A veces fantaseaba con que yo también le gustaba, me imaginaba conversaciones en las que él me lo decía. Me preguntaba a qué sabrían sus besos, cómo se sentiría una caricia suya, en aquella época y como cualquier adolescente, estaba ansiosa por enamorarme y aprender todo sobre el amor y las relaciones, pero cuando él comenzó a salir con Shirley, una hermosa muchacha que hacía juego a la perfección con él, decidí mantenerme como su mejor amiga, estoica y leal, la de los libros, la que deja su vida de lado por el protagonista.

Y es que Adri era protagonista, siempre lo sería... Hay gente que nace con estrella mientras otros nacemos estrellados. Él era uno de los primeros.

Luego, cuando nos separamos para estudiar en distintas ciudades, perdimos el contacto. Y no fue hasta el encuentro de exalumnos que volví a verlo. Si antes era guapo, su versión adulta era equiparable al actor más guapo de Hollywood. En aquel momento estaba en pareja con una chica llamada Anika, pero eso no duró demasiado, nunca duraba demasiado para él.

Retomamos la amistad, pero yo no comprendía muy bien qué era lo que él buscaba, le gustaban las chicas y cuando le echaban ojo se dejaba llevar. No era un mujeriego empedernido, no le gustaban las relaciones de una noche y prefería algo que durara un poco más, pero siempre acababa. Al principio solía decirme cosas que me hacían sentir que me veía como algo más que una amiga, pero eso no podía ser y yo no quería caer en su juego, ya no teníamos quince años y sabía muy bien cómo podría terminar todo. Por eso me mantuve clara en nuestra relación de amistad. Con el tiempo conoció a Alana, con la que pensé que al fin se establecería, pero al parecer no había sido así y todo había acabado de un día al otro hacía ya más de ocho meses.

Las mujeres con las que Adri salía no eran siempre bellezas de pasarela, a veces eran chicas normales y eso me gustaba de él, porque un chico tan guapo podría estar con quien quisiera, pero él buscaba mucho más que un cuerpo bonito. Sin embargo, ninguna era gorda, todas habían tenido un cuerpo normativo. Y eso estaba bien, los chicos guapos no miraban a las chicas con sobrepeso, era una ley natural, una verdad universal.

A mí me veía como a una hermana, por eso se empecinaba en hacerme sentir bien, en recordarme que siempre había sido guapa, incluso cuando tenía catorce años y un cuerpo más rollizo y fláccido que el actual. Me decía que las curvas eran bonitas y que debía dejar de verme o sentirme gorda porque no lo era, que todo estaba en mi cabeza. Pero mi lucha eterna con el peso era más fuerte que yo, y no solo estaba en mi cabeza, se veía de sobra en el espejo o cuando quería comprar alguna ropa y no conseguía nada de mi talle. A veces peleábamos por esas cosas, por eso optaba por no contarle cuando iniciaba una nueva dieta y, por supuesto, él no tenía idea de cuáles eran mis problemas con Juanjo. Si tengo que ser sincera, yo tampoco lo sabía del todo, había cosas que no me di cuenta hasta que fue muy tarde.

A Juanjo lo había conocido hacía un par de años en un cumpleaños, era amigo de un amigo de la universidad. En aquel entonces estaba delgada, creo que había sido la época en la que más peso había perdido. Y yo nunca seré una de esas flacas esqueléticas, pero al menos en aquel momento tenía una figura con la que me sentía mayormente a gusto. Claro que me había costado un montón mantenerla, y no solo hablo del dinero de los batidos que me ayudaron a conseguir esa figura, sino que apenas dejé de tomarlos, el peso perdido me alcanzó de nuevo y todo volvió a la normalidad.

Pero esa noche, Juanjo me miró y pude ver el deseo en sus ojos. Me agradó, si tengo que ser sincera nunca he experimentado eso el primer día que conozco a alguien. He salido con chicos antes que él, mi primer novio fue Julián, a los casi veinte años, cuando ya había perdido bastante peso, nos habíamos conocido en el gimnasio y nos entendíamos porque vivíamos la misma lucha. Nos hicimos amigos y con los meses pasamos a más, no fue un amor a primera vista y el deseo surgió como una consecuencia de la relación que llevábamos.

Luego llegó Oscar, un chico de otra ciudad al que conocí por internet. Nos hablábamos por chats subidos de tonos y no nos enviamos foto hasta después de varios meses, le hablé sobre mi sobrepeso y me dijo que no le importaba. Nos vimos unas cuantas veces cuando venía por trabajo a mi ciudad, la pasábamos bien e incluso, la última vez que nos vimos, tuvimos relaciones. Sin embargo, cuando le escribí como siempre, después de aquello, me dijo que todo había sido muy bonito, pero no tenía interés en una relación seria y mucho menos a larga distancia. Me puse como loca y le pedí que fuera sincero conmigo, quería saber si eso tenía que ver con mi cuerpo. Me dijo que si quería sinceridad la tendría y me contó, como si nada, que tenía una fantasía con mujeres gordas y me usó para probar si le gustaba, pero que no había sido como lo había imaginado. Luego dio a entender que yo debía estar agradecida porque él se acostó conmigo y por la paciencia que me tuvo hasta que yo accediera a hacerlo, pues claro, alguien como yo no tendría que hacerse la difícil cuando nunca tenía oportunidades. Sus palabras se me grabaron muy dentro, me hicieron muchísimo daño, y después de él, estuve mucho tiempo sin salir con nadie. Tenía miedo y mucho dolor.

Juanjo, sin embargo, era guapo, no al nivel de Adri, pero sí mucho más guapo que Julián u Oscar. Por eso mismo, verlo devorarme con los ojos abrió en mí una puerta que yo desconocía. Terminé en su cama esa misma noche, y yo no soy de avanzar así en la primera cita, pero nadie jamás me había mirado de esa manera, y me gustó sentirme bonita y deseada, sobre todo después de la horrible experiencia con Oscar.

Pero aquello no terminó al día siguiente, él me pidió mi número y me volvió a llamar. Comenzamos a salir y notamos que nos llevábamos bien. Todo fue muy rápido, nos pusimos de novios enseguida y él pasó a formar parte de mi vida, aunque no siempre yo de la suya, solo que en aquel momento aún no lo notaba.

Llevábamos más de dos años juntos y yo esperaba que en cualquier momento formalizáramos, sin embargo, en los últimos meses, algo había cambiado y yo no sabía muy bien qué ni cómo.

Para que el vestido me quedara bonito y a Juanjo le gustara, hice una dieta extrema de dos semanas, solo a base de manzanas y sopas verdes. Adrián me descubrió el día que me bajó la presión, y por supuesto que se enfadó, pero es que él no lo comprendería jamás porque él no necesitaba hacer ningún esfuerzo para verse bien.

La dieta hizo que bajara tres kilos y el vestido se viera bien, quizá por eso cuando al fin estuve lista, Juanjo me regaló una sonrisa, pero no dijo nada más. A lo mejor se le había olvidado que una vez no le había gustado, a veces él se olvidaba cosas como esas y yo lo dejaba pasar porque creía que los hombres eran así.

Todos menos Adri. Él era la excepción, era detallista y nunca se olvidaba de algo que me importara. Le mandé una foto mía aquella noche y él me respondió que me veía bellísima y que esperaba que disfrutara de la fiesta.

Eso esperaba yo también, pero casi siempre cuando espero algo, sucede todo lo contrario.

Gracias por estar aquí, quédense, les prometo que amarán esta historia y espero que a muchas les ayude en su proceso. A mí me ha ayudado muchísimo sin que lo esperase... 

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