Amor y Wasabi [TERMINADA]

By natvalensky

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Tim Kobayashi es un joven chef que quiere ser el mejor. Sin embargo, su sueño se ve más lejano cuando lo des... More

1: La amarga derrota
2: Waffles
3: La reina de la comida enlatada
4: Soufflé
5: La langosta
6: Cabernet sauvignon
7: Pastel de lava
8: Chaquetas Blancas
9: Salsa quemada
10: Cuchillos
11: El reto del jamón
12: Pollo y pastel
13: Raviolis
14: Solo será una cena
15: Dulce
16: Jugosa información
17: De la sartén al fuego
18: Por culpa del vino
19: El desayuno de la vergüenza
20: Sashimi
21: Ikigai
22: Bullabesa
23: Sake
25: Las ventajas de olvidar el postre
26: Un buen jefe de cocina
27: Chardonnay
28: Jugo de felicidad
29: Chef de poca monta
30: Rojo cereza
31: Wasabi
32: Insípido
33: La receta más difícil
34: El platillo inconcluso
35: Los comensales
36: El plato fuerte
37: El veredicto final
Epílogo
Agradecimientos
Anuncio (buenas nuevas 2023)
Cast (o algo así)

24: Lo dulce necesita sal

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By natvalensky

Debra apenas llevaba dos sesiones de terapia, pero podía sentir cómo, después de haber estado rota por tanto tiempo, sus pedazos poco a poco empezaban a juntarse. 

La doctora García la envió con un psiquiatra, que terminó recetándole unas pastillas cuyo nombre siempre olvidaba. Pese a su reticencia a tomarlas al principio, se dio cuenta al poco tiempo que se sentía menos triste cuando estaba sola, menos nerviosa cuando estaba con gente, y menos culpable cuando algo malo pasaba a su alrededor. Estaba muy satisfecha con su progreso, pero aun así...

Aun así, se había acobardado justo cuando iba a contarle a Tim. No quería que él pensara que estaba tan mal como para requerir medicación (aunque lo cierto es que lo estaba); eso lo preocuparía demasiado, y que Tim la tratara como un huevo benedictino que en cualquier momento se podía romper, era vergonzoso. 

En algún momento tendría que decirle, solo que todavía no, resolvió ella. Hoy tendrían una clase de cocina propiamente dicha, y tenía que actuar normal. 

―Hola, querido profesor ―lo saludó ella cuando abrió la puerta. 

―La alumna rebelde por fin regresa ―bromeó él, siguiéndole el juego. 

Debra le puso los brazos al cuello y se inclinó para besarlo. Lamentó que ya durante sus últimas clases Tim no usara su chaqueta de chef, se veía tan lindo con ella. Supuso que así era más fácil para él entender que lo que tenían ya no era profesional sino personal. 

Sus labios se rozaron con delicadeza, y Debra notó algo extraño. Tim estaba allí, frente a ella, pero parecía que su mente estuviera a mil kilómetros de distancia. Eso no era propio de él, lo normal era que fuera ella quien necesitara que la devolvieran a tierra. 

―¿Te sientes bien? ―le preguntó, poniendo las manos alrededor de su rostro, en un gesto casi maternal. Notó que él evitaba mirarla.

―Sí, claro que sí ―murmuró él, sin mucha convicción. 

―¿Es por algo del concurso? ―indagó ella. 

―Más o menos... ―dijo él a regañadientes. 

Debra le sonrió con indulgencia y le acarició la mejilla. Podía ver que cada vez que hablaban, Tim hacía un esfuerzo para no encerrarse en su caparazón, como estaba acostumbrado. Poco a poco se volvía más comunicativo, pero había ocasiones, justo como esa, en la que todavía le costaba. 

En compensación, él le tomó la mano y la besó con delicadeza. Esa clase de gestos derretían a Debra por completo. 

―Perdóname, pasó algo hace días y no he podido dejar de pensar en eso ―se excusó. 

―Ya me di cuenta ―repuso ella―. ¿Qué tal si hoy hacemos algo que te anime?

―¿Cómo qué? 

―No sé, cocinar algo que te guste... ¡Como tu postre favorito! ―se le ocurrió a Debra de repente. ¿Acaso había algo que levantara más el ánimo que comer postre?

―No sé... mi postre favorito no es muy fácil de preparar ―vaciló Tim. 

―¿Qué? ¿Acaso no me crees capaz hacerlo? ―insinuó ella, parte en serio, parte en broma. Para acentuar su actuación ofendida, se separó de él. 

―Después de haber faltado a tantas clases, no puedes culparme por dudar ―repuso él, un poco de mejor humor. 

Ella levantó una ceja y se cruzó de brazos.

―En mi defensa, yo sí vine a mis clases ―Se acercó de nuevo a él, de forma seductora, o eso esperaba―, pero mi profesor quiso entretenerme haciendo otras cosas...

Tim soltó una pequeña risa, que para Debra se sintió como una victoria. Su plan había funcionado. 

―Ok, tú ganas ―se rindió él―. Veré si me queda kinako.

―¿Kina qué? 

Pero él solo le lanzó una mirada de Te lo dije, y fue directo a la cocina. 

El postre favorito de Tim era una especie de pastel enrollado hecho con kinako, que resultó ser una harina de soya muy usada en Japón. En la receta original, el relleno del pastel consistía en una pasta de frijoles rojos dulce con una gelatina de arroz, pero al notar su cara de asco, Tim accedió a cambiarla por chocolate y crema batida. 

Decir que ambos prepararon el postre era un poco impreciso; lo cierto fue que Tim hizo la mayor parte, ella solo se encargó de pasarle los ingredientes y utensilios cuando él los requería. Además, verlo tan concentrado mientras cocinaba, con movimientos rápidos, precisos y delicados, siempre era un placer. 

La parte favorita de Debra fue armar el postre. En todo momento pensó que el bizcocho se rompería al doblarlo, o que el rollo colapsaría sobre sí mismo. Pero Tim lo logró con tanta facilidad, que lo hizo parecer como un paseo en el parque. 

Se sentaron en el sofá mientras el pastel reposaba. Debra buscaba algo a su alrededor sobre lo que iniciar una conversación, la doctora García le había enseñado esa técnica para evitar la ansiedad de los silencios incómodos. Sin mucho buscar, advirtió algo inusual sobre la mesa de centro: una pequeña caja rectangular, como las que contenían los mazos de cartas. 

―¿Y esto? ―preguntó, tomando la caja en sus manos. El empaque era rojo y rosa, decorado con corazones y signos de interrogación. 

Al leer la cara de enfrente, supo de qué se trataba. 110 preguntas para parejas.

―Ah... sí, es que... de hecho no son mías, Quentin las trajo... ―intentó explicarse Tim. 

Tanto si estás en una relación a largo plazo o simplemente al principio, esta mazo de cartas de intimidad es definitivamente un imprescindible. Una excelente manera de saber más sobre tu pareja mientras tienes buenas risas y comparten momentos amorosos juntos ―leyó Debra en la parte de atrás de la caja.

―Por favor no leas más, es vergonzoso ―pidió Tim. 

―Anda, suena divertido ―lo animó ella. Abrió la caja, que ya tendría sus varios años de partidas jugadas, y sacó una carta del montón―. A ver... ¿Qué fue lo primero que pensaste cuando me conociste?

―Mmm ―murmuró él, pensativo―. Pues ese día estaba muy nervioso, solo pensaba en tratar de que no lo notaras. 

―No creo que estuvieras más nervioso que yo. Oh Dios, ese día te llené la cara de harina... ―Debra comenzó a reírse al recordar ese incidente, que parecía de otra vida. 

―Aparte de eso, fue una buena clase ―Tim tomó otra carta del mazo y la leyó en voz alta―. ¿Cuál ha sido el peor día de tu vida? 

―Vaya... ¿Qué pasó con lo de "compartir buenas risas"? ―bromeó Debra. 

―Podemos saltar la pregunta si quieres, es un juego tonto ―sugirió Tim. 

―No, está bien. Es solo que es difícil elegir entre tantos días malos, ¿sabes? ―Se reclinó en el sofá, de pronto cansada. Tim la imitó. 

―Sí... te entiendo.

―Supongo que el tuyo es cuando tu mamá... ―empezó ella, dejando al aire el final de la frase. 

―Cuando lo pienso bien, no fue justo ese día. Estuvo relacionado, pero fue... peor ―Tim estuvo unos segundos en silencio, sopesando lo que diría a continuación―. ¿Recuerdas que te conté que mi padre sufría de ataques de pánico? 

Debra asintió.

―Pues, después de que mamá murió, no mejoró precisamente. Y yo me fui al Instituto Culinario un par de meses después, así que él se quedó solo en casa. Entonces un día nuestra vecina llama a la residencia donde yo vivía, y me dijo que papá estaba en el hospital, y que había intentado suicidarse. 

―Por Dios... eso es horrible ―soltó Debra, anonadada. Buscó la mano de Tim y se la apretó. 

―Sí, fue duro. No tuve más opción que internarlo en una clínica psiquiátrica, y como él llevaba meses desempleado, tuve que trabajar para mantenernos. De lavaplatos y esas cosas, al menos hasta que terminé la escuela. Pero él mejoró, ahora vive solo, tiene el dinero de su retiro, está bien ―añadió él, intentando quitarle un poco de peso al ambiente. 

Ahora Debra entendía por qué Tim no quiso hablar mucho sobre los ataques de su padre. De estar en su lugar, a ella tampoco le gustaría mencionarlo. 

Y, sin embargo, pese a lo terrible que era ese recuerdo, él quitó todas las defensas que había construido a su alrededor y decidió contárselo. Lo mínimo que merecía Tim es que ella hiciera lo mismo. Hurgó en sus memorias, en su interminable colección de malas experiencias, hasta que encontró la peor, la que aún seguía doliendo. 

―Mi peor día... a ver, es que siento que si lo digo voy a sonar como una persona horrible ―vaciló Debra. 

―Aquí no juzgamos ―la tranquilizó Tim. Ella comenzó a jugar con su mano, entrelazando sus dedos con los de él, recorriendo las líneas de su palma y las venas marcadas en el dorso. Él mantuvo su mano inerte, mientras la observaba escoger sus palabras. 

―Fue... el día en que le dije a todos que estaba embarazada ―soltó ella. Espero alguna respuesta de Tim, pero él solo aguardaba―. Ya lo sabía desde hace tiempo, pero lo mantuve en secreto mientras decidía qué hacer. Pero cuando ya se me empezaba a notar, no tuve más opción. Primero le dije a Marlon, y obvio él se comportó como el idiota que es. Dudó de que el bebé fuera suyo, dijo que no tenía nada que ver, esas cosas. 

―¿Por qué no me sorprende? ―intervino Tim. 

―Sí, fue un asco. Después se enteraron en el equipo de animadoras. Me notificaron que, al estar embarazada, no podía seguir formando parte del equipo y, por lo tanto, perdí mi beca. Dios, estaba tan desesperada que incluso llamé a mi madre. De un teléfono público, porque sabía que en cuanto llegara a la residencia de estudiantes, me iban a echar. La llamé varias veces, y cuándo por fin atendió, ¿sabes lo que hizo?

Tim negó con la cabeza. 

―Se rio de mí ―Debra tragó saliva. Recordar todo eso era difícil, podía sentir cómo esa herida no había cicatrizado―. Se rio, me dijo que eso me pasaba por andar de zorra y que no quería saber más de mí. Ese día... nunca me había sentido tan sola en mi vida.

―¿Y no tenías a alguien más? ¿Tu papá...? ―quiso saber Tim.

―No. Nadie.

No quería dar más detalles sobre su precaria situación familiar, sobre cómo su madre, siendo mesera en un restaurante de carretera, se acostó con un tipo que iba de paso y al que nunca volvió a ver. Sobre cómo la crio odiándola, arrepintiéndose todos los días de su "error". Y de cómo ella, en su rebeldía adolescente, se las cobraba emborrachándose y acostándose con el primer chico que estuviera dispuesto. Lo había conversado en terapia, pero Tim no necesitaba ver ese lado tan oscuro de ella. 

Él la estaba mirando, con una preocupación tan marcada en su rostro que ya se estaba sintiendo incómoda. Para desviar un poco la conversación, Debra jugó una carta desesperada. 

―Estoy yendo a terapia. 

Vio que a Tim le costaba entender ese cambio de tema tan brusco; sin embargo, se recuperó rápidamente. 

―Oh, bien, eso está muy bien...

―¿Eso crees? Iba a decirte ese día que fuimos al cine, pero no quería que pensaras nada raro de mí. 

―No lo pensaría ―contestó Tim, muy serio―. Para ir a terapia se necesita mucha fuerza y valentía. Yo le he huido por años. 

―Me ha ayudado mucho, honestamente. Te puedo acompañar algún día, si quieres.

―Gracias, pero no por ahora. No soy tan valiente como tú.  

En un repentino arranque de compasión, Debra lo abrazó tan fuerte como pudo. Ambos habían sufrido, el mundo había sido injusto con ellos. Tal vez por eso, después de tanto tiempo, la vida los había juntado. 

Apoyó la cabeza contra su pecho, y él la envolvió en sus brazos, mientras escuchaba los latidos de su corazón acelerarse. ¿Ella era la causante de eso? ¿De verdad alguien podía sentir tanto por ella que hasta su corazón lo delataba? 

Levantó la mirada y advirtió que Tim tenía los ojos cerrados, disfrutando ese momento. 

Una oleada de ternura arrasó con Debra. Tenía tantas ganas de besarlo.

Lo sorprendió con un rápido beso en los labios. Tim se sobresaltó y abrió los ojos. 

―¿Qué, ya te vas a dormir? ―bromeó ella. 

Él le sonrió devuelta, la tomó por la barbilla y la besó. 

Cada vez que sus labios se unían una mezcla de tranquilidad y pasión, embargaba a Debra. Tim provocaba eso en ella, a su lado se sentía segura y emocionada a partes iguales, como si su corazón fuera a estallar en cualquier momento, pero pensando que no habría ningún problema con eso, porque él estaría allí para sostenerla. 

Sin embargo, en esa ocasión, la serenidad dio pasó a una emoción mucho más fuerte. Ya no había miedo, ni inseguridad. Ahora sabía que ninguno era perfecto, ambos estaban rotos, pero habían encontrado la forma de unir sus pedazos. 

Por fin, desde hacía mucho tiempo, Debra se permitía disfrutar por completo del presente. Su pasado no importaba, por terrible que fuese. Porque, tal como Tim le enseñó en una clase, lo dulce necesita sal para disfrutarlo mejor. 

―¿Vamos? ―susurró Debra cuando al fin se separaron, señalando al pasillo donde estaba la habitación. 

No sabía cómo había terminado sentada a horcajadas sobre él. En cualquier otra circunstancia, se habría sentido demasiado insegura para hacer eso. 

―¿Estás segura? ―dijo Tim con seriedad, aunque sus mejillas estaban rojas y su respiración entrecortada. 

―Sí, esta vez estoy bien ―lo tranquilizó ella. 

―De acuerdo, pero con una condición ―comenzó Tim―. Si te empiezas a sentir mal, o incómoda, o lo que sea, me vas a decir, ¿sí?

―Ok, profesor ―se quejó Debra, poniendo los ojos en blanco―. Podemos tener una palabra de seguridad, si quieres.

―Profesor y palabra de seguridad... Vaya, no creí que te gustaran esas cosas ―bromeó él.

―Tengo mis momentos ―dijo ella, encogiéndose de hombros―. Y tengo la palabra perfecta. Wasabi. 

―Sí, definitivamente no se me ocurre una palabra menos excitante. 

Debra rio y lo besó. Le encantaba todo de él, su preocupación genuina por ella, su sentido del humor, que tan bien encajaba con el suyo, su delicadeza al besarla, su voz, su risa... ¿Cómo no quererlo?

Se dirigieron a su habitación, y esa vez todo fue muy distinto a la última noche que pasaron juntos. Ya no había presión, zozobra, su mente ya no iba a mil por hora. Nada malo podría pasarle. 

Al fin y al cabo, solo eran dos personas que necesitaban amor, que lo buscaron y no siempre lo encontraron. Que sufrieron y fallaron, o al menos hasta ese momento. 

Porque allí, entre los brazos de Tim Kobayashi, Debra Evans se sintió amada, deseada y valorada como jamás lo había experimentado en su vida.


¡Hola de nuevo! Solo paso para decir que les tengo una pequeña sorpresa, pero se las contaré un poco después...

Gracias infinitas por leer✨

-Nat.

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