24: Lo dulce necesita sal

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Debra apenas llevaba dos sesiones de terapia, pero podía sentir cómo, después de haber estado rota por tanto tiempo, sus pedazos poco a poco empezaban a juntarse. 

La doctora García la envió con un psiquiatra, que terminó recetándole unas pastillas cuyo nombre siempre olvidaba. Pese a su reticencia a tomarlas al principio, se dio cuenta al poco tiempo que se sentía menos triste cuando estaba sola, menos nerviosa cuando estaba con gente, y menos culpable cuando algo malo pasaba a su alrededor. Estaba muy satisfecha con su progreso, pero aun así...

Aun así, se había acobardado justo cuando iba a contarle a Tim. No quería que él pensara que estaba tan mal como para requerir medicación (aunque lo cierto es que lo estaba); eso lo preocuparía demasiado, y que Tim la tratara como un huevo benedictino que en cualquier momento se podía romper, era vergonzoso. 

En algún momento tendría que decirle, solo que todavía no, resolvió ella. Hoy tendrían una clase de cocina propiamente dicha, y tenía que actuar normal. 

―Hola, querido profesor ―lo saludó ella cuando abrió la puerta. 

―La alumna rebelde por fin regresa ―bromeó él, siguiéndole el juego. 

Debra le puso los brazos al cuello y se inclinó para besarlo. Lamentó que ya durante sus últimas clases Tim no usara su chaqueta de chef, se veía tan lindo con ella. Supuso que así era más fácil para él entender que lo que tenían ya no era profesional sino personal. 

Sus labios se rozaron con delicadeza, y Debra notó algo extraño. Tim estaba allí, frente a ella, pero parecía que su mente estuviera a mil kilómetros de distancia. Eso no era propio de él, lo normal era que fuera ella quien necesitara que la devolvieran a tierra. 

―¿Te sientes bien? ―le preguntó, poniendo las manos alrededor de su rostro, en un gesto casi maternal. Notó que él evitaba mirarla.

―Sí, claro que sí ―murmuró él, sin mucha convicción. 

―¿Es por algo del concurso? ―indagó ella. 

―Más o menos... ―dijo él a regañadientes. 

Debra le sonrió con indulgencia y le acarició la mejilla. Podía ver que cada vez que hablaban, Tim hacía un esfuerzo para no encerrarse en su caparazón, como estaba acostumbrado. Poco a poco se volvía más comunicativo, pero había ocasiones, justo como esa, en la que todavía le costaba. 

En compensación, él le tomó la mano y la besó con delicadeza. Esa clase de gestos derretían a Debra por completo. 

―Perdóname, pasó algo hace días y no he podido dejar de pensar en eso ―se excusó. 

―Ya me di cuenta ―repuso ella―. ¿Qué tal si hoy hacemos algo que te anime?

―¿Cómo qué? 

―No sé, cocinar algo que te guste... ¡Como tu postre favorito! ―se le ocurrió a Debra de repente. ¿Acaso había algo que levantara más el ánimo que comer postre?

―No sé... mi postre favorito no es muy fácil de preparar ―vaciló Tim. 

―¿Qué? ¿Acaso no me crees capaz hacerlo? ―insinuó ella, parte en serio, parte en broma. Para acentuar su actuación ofendida, se separó de él. 

―Después de haber faltado a tantas clases, no puedes culparme por dudar ―repuso él, un poco de mejor humor. 

Ella levantó una ceja y se cruzó de brazos.

―En mi defensa, yo sí vine a mis clases ―Se acercó de nuevo a él, de forma seductora, o eso esperaba―, pero mi profesor quiso entretenerme haciendo otras cosas...

Amor y Wasabi [TERMINADA]Where stories live. Discover now