Aullido de resplandor [NO EST...

By NessaSimmons

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Nina está acostumbrada a guardar secretos, como la existencia de una manada de Dhemaryons, demonios lobo orig... More

Sinopsis y aviso
Glosario
1. El principio del fin
2. Avance imparable
2. Avance imparable (parte II)
3. Prodigio
3. Prodigio (parte II)
4. Presagio de sangre
4. Presagio de sangre (parte II)
5. Susurro de rebelión
5. Susurro de rebelión (parte II)
6. Un lugar solitario
7. El mordisco de la noche
7. El mordisco de la noche (parte II)
9. Los gigantes de piedra
9. Los gigantes de piedra (parte II)
10. Me ofrezco a ti
10. Me ofrezco a ti (parte II)
11. El bosque
11. El bosque. Parte II
11. El bosque (parte III)
12. Los viejos enemigos. Parte I
Hiatus

8. Hasta la tumba

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By NessaSimmons


Los monstruos la habían seguido hasta el mundo de los sueños. La muerte la perseguía. Estaba en un campo de batalla ¿o era una cabaña? Alguien gritaba. Ella gritaba. El dolor la estremecía de los pies a la cabeza. Era fuego en sus venas. Voraz y fatal. Se vio doblegada mientras bebía de ella. Se vio después con una espada en la mano, centelleante mientras la blandía en un arco perfecto, con las lágrimas bajando por sus mejillas. Rebanar una cabeza siempre era tan duro...

Regresó otra vez a la cabaña, olía a podredumbre, a todo lo perverso. Se hundía. Durante un instante, murió un poco. Lo deseó de verdad. Sin embargo, no podía. No estaba sola. Sentía aquella presencia en su interior: cálida, palpitante. Volvió al campo de batalla. Un niño de pelo oscuro y ojos plateados gateaba entre los cuerpos mutilados, con los dulces hoyuelos manchados de sangre. Paseaba entre la carnicería como si la guerra hiciera parte de él, como si fuera su patio de juegos. Desesperada, Nina arañó hacia la superficie.

Su grito fue tan estridente que James, distraído al consultar sus redes sociales, casi dejó el teléfono caer. Lo atrapó en el aire, después lo dejó a un lado para centrarse en ella con ojos oscuros.

La mirada verde estaba clavada en lo alto, en las filigranas de yeso negro que formaban un bosque frondoso en el techo. Su respiración eran jadeos profundos; estaba tan pálida como una luna invernal.

Dedo a dedo, James deshizo su agarre sobre las sábanas y le acarició el dorso de las manos con los pulgares, hasta que recuperó algo de color.

—¿Un mal sueño? —preguntó con suavidad. Nina tardó en contestar, y cuando lo hizo su voz sonó ronca, frágil como un papel quebradizo.

—Si llamas mal sueño a estar en un campo de batalla con mucha gente muriendo alrededor... Sí, lo fue. Aunque esa no es la peor parte. —Desvió la mirada del techo hacia su compañero, a la vez que retiraba las manos para cubrirse el vientre—. Había un niño jugando entre los cuerpos, creo que era uno de nuestros hijos. Después soñé con ellos. Con él.

James no necesitó que se lo aclarara; sabía reconocer el pánico bailando en sus labios. En aquel momento empapaba la habitación: ácido, corrosivo, impregnando la runa de enlace hasta alcanzarlo a él. Se estremeció ante el primer empuje, pero contuvo el dique porque alguien tenía que hacerlo.

Le limpió las lágrimas.

—Has pasado por algo bastante feo hace un par de días. No es raro que esos recuerdos salgan a flote o que se mezcle con tu miedo por el embarazo.

—¿Un par de días?

—Ayer dormiste todo el día. Pensamos que era mejor dejarte descansar. —Enrolló los dedos en un mechón de su pelo y encontró su camino hasta la nuca, en un gesto tan protector como posesivo entre los suyos—. ¿Cómo te encuentras?

—Como alguien que ha dormido un día entero tras ser atacada por dos hombres lobo. —Se frotó el cuello con un hombro sin darse cuenta—. Ojalá hubiera soñado con ellos y no con él. Siento su aliento en mi cuello como si acabara de ocurrir.

Cubrió esa zona con una mano, el lugar donde ahora estaba su runa, el lugar donde una vez hubo marcas de colmillos. No podía dejar de pensar en la cabaña donde todo había sido risas y diversión hasta que varios dhemvyre los atraparon por sorpresa.

Nina se agitó en un espasmo inconsciente, solo para comprobar que podía moverse, que sus brazos y sus piernas no estaban rotos o el dolor a punto de engullirla.

Aquel día era una suma de fragmentos dispersos, cada uno tan horrible por si mismo que no se molestaba en unirlos para ver la imagen completa. Porque de entro todos los atacantes no quería verlo a él, al vyre de largo pelo negro y ojos azules, el protagonista de sus pesadillas durante diez años. Siempre inclinado sobre ella, con los colmillos hundiéndose en su piel con voracidad y las alas encerrándola en una prisión de plumas oscuras. Recordaba el desagradable sonido de la succión mientras trataba de llevarse algo más que su sangre; a sus manos recorriéndole la piel, grandes e impías.

Y su rostro, embadurnado en un rojo tan brillante como el que lentamente coloreó sus ojos cuando se tomó un momento para respirar. Se relamió, reacio a desperdiciar una sola gota, con una expresión de absoluto placer transformándolo en un ángel de la muerte.

—Sabes a fuego celestial, pequeña —le había susurrado, con tanta devoción como perfidia mientras arrastraba la punta de un dedo por su cuello, dibujando con sangre. Entonces volvió a inclinarse.

—Nils, calma. No es bueno para los bebés que te agobies —le recordó James, atándola al presente—. Deja de pensar en eso.

—Es difícil. —Después de todo, en aquella cabaña había aceptado que iba a morir—. Yo no... Hacía tiempo que no me sentía así de vulnerable —admitió—. Sigo sin poder defenderme.

James se tragó el gruñido que arañaba su garganta. Su padre le había dado una orden explícita: no hacer nada hasta que él lo permitiera. Era lo único que le había impedido buscar a su amigo. Verla así de aterrada no ayudaba.

—No es verdad. Ese día te cargaste a varios de ellos justo antes de quedar inconsciente. Con esas manos brillantes. Yo también bloqueé recuerdos de ese día —añadió al ver su confusión—. Hasta que me hablaste de ello hace un mes. Al fin se resuelve el misterio de los vyre quemados.

La chica se elevó un tanto con lentitud, apoyándose en los codos sin dejar de mirarlo.

—¿He matado a alguien? —preguntó con un hilo de voz. La bilis se acumuló en su garganta.

—Ellos mataron a mis hermanos. Al menos tú hiciste algo. Y no disfrutaste con ello. Vamos —le acarició el rostro—, no pongas esa cara. No has hecho nada malo.

Se mantuvo en silencio mientras la mirada femenina vagaba por la habitación. Trató de desmenuzar los murmullos de la runa, pero esta vez parecía envuelta en niebla. Entonces ella empezó a temblar.

—Fue en defensa propia, Nils.

—No es eso. —Lo apartó con suavidad y recogió las piernas para abrazarse a si misma, hecha un ovillo—. He matado gente y no me siento culpable. Ni un poco. ¿Por qué no me siento culpable? ¿En qué clase de persona eso me convierte?

—En mi compañera. En una Aryon. Ojalá no hubieras tenido que hacerlo, pero ellos nos atacaron. Eran enemigos. Fue justo —dijo con sinceridad. Posó una mano sobre su pecho, sobre el corazón—. Eres más fuerte de lo que piensas.

Nina no estaba segura de si existía justicia en la muerte, pero sí de que jamás volvería a ver a Nick y a Alex. No podía sentirse culpable: bastaba con recordar como los desangraron y descuartizaron; que los vyre supervivientes se habían llevado sus restos para que no pudieran darles descanso.

—Entonces... ¿también lo maté a él? —preguntó en un susurro. Los ojos de James se oscurecieron hasta volverse negros al ver que se rascaba con fuerza sobre la runa. En los meses que siguieron a la masacre había sido común verla llena de arañazos.

—Supongo. —Tampoco necesitaba que le aclarara aquello. Sabía quién era el protagonista de sus pesadillas. También lo había sido de las suyas. En ellas el vyre siempre le arrebataba la razón de su existencia—. Iban a hacerme daño a mí cuando estallaste. Era quien estaba más cerca.

Los labios de la joven se fruncieron mientras trataba de recordarlo; la runa era un revoltijo caótico hasta para él. Se inclinó para depositar un beso sobre su frente tras apartarle unos mechones del rostro..

—Voy a buscarte algo de comer. No pienses demasiado sobre eso.

Cuando James cerró la puerta, Nina se incorporó. Lo hizo despacio, apoyando dubitativa las manos sobre el colchón para impulsarse mientras temía el dolor de los golpes. Al final no resultó ser tan malo; dolía, sí, pero había pasado todo el día anterior dormitando, atravesando lo más duro a través de la inconsciencia.

Su mirada fue rauda hasta el enorme ventanal y se quedó allí, contemplando el cielo gris mientras pensaba que su vida parecía igual de incierta. La luz era extrañamente clara y los árboles estaban espolvoreados de blanco. Se había ido a dormir con una lluvia furiosa taladrando los cristales para despertar en un mundo congelado.

—Estoy embarazada —se dijo en voz alta con voz temblorosa, porque no terminaba de creérselo—. Estoy embarazada, me han echado de casa, no soy del todo humana y he matado gente.

Y ni siquiera recordaba haberlo hecho. En realidad, no recordaba casi nada después de que el vyre la mordiera por primera vez.

Una parte de ella quería arrepentirse, sentir el peso de la culpa ahogándola. Sin embargo, por más que la buscara no estaba allí. En su lugar había cierta satisfacción, una llama tan oscura que veía las sombras manar de su propia piel. Trató de espantarlas con las manos, abanicando como si se tratara de humo.

Las lágrimas se acumularon en sus ojos porque las sombras no se iban, como si ella fuera alguna clase de criatura vil; la ola de felicidad subyacente tampoco la ayudaba a sentirse menos malvada. La venganza la hacía feliz, al menos un poco. Le alegraba saber que de ahora en adelante podría defenderse incluso sin James; sin embargo, jamás imaginó que algún día tendría que mirar al espejo y ver a una asesina reflejada en él.

«Los dioses son malvados. Y yo no soy mejor que ellos», pensó con amargura. Sentía su organizada vida escaparse como riachuelos deslizándose entre sus dedos. Siempre había sido la chica humana entre monstruos de leyenda. Dulce, ingenua y débil. Ahora era una de ellos.

La calidez que había notado dos días atrás seguía allí, como si siempre hubiera sido parte de su cuerpo, palpitando con el mismo sigilo que su corazón, inadvertido y natural: una parte vital de sí misma.

Retorciéndose el pelo y echándoselo hacia atrás mientras se rendía a la necesidad, Nina cruzó las piernas para después enderezar la espalda. Alzó las manos a la altura de los ojos, e ignorando tanto la vergüenza como la ausencia de culpa, trató de expandir aquel poder otra vez hacia sus manos, siguiendo su progresión a través del asomo ínfimo de luz bajo la piel y la calidez de su estela.

Jadeó cuando las yemas de sus dedos se encendieron incandescentes como el metal sobre-calentado, y la luz se asentó en el resto de ella, creando un resplandor que devoró las sombras. Tan curiosa como aliviada, juntó las manos hasta que el límite de sus luces se rozaron, creando una fricción. Las ahuecó y moldeó la energía, puliéndola como si fuera una esfera de oro que debía frotar y frotar hasta sacarle todo su brillo. Sostuvo aquel sol diminuto con una mano, infundiéndole más energía cuando parecía a punto de desvanecerse, y fascinada con la forma en que seguía sus movimientos.

Era tan incorpórea como tangible, brillante y bonita, del tamaño de una pelota de tenis y con un núcleo tan poderoso que irradiaba poder por toda la habitación, recubriéndola de dorado. Nina supo, con una certeza tan absoluta que la aterraba, que si la dejaba caer la mansión ardería hasta los cimientos. Entonces, cuando no hubiera más que devorar, se abriría paso hasta el centro de la tierra. Aquello era lo que había sesgado vidas. Había estado dentro de ella todo el tiempo.

«Puedo defenderme», se repitió una y otra vez, prometiéndose que no volvería a sentirse así, que nadie más amenazaría su vida o la de los niños en su vientre.

Siseó cuando su tobillo empezó a arder. Apartó la sábana con brusquedad y descruzó las piernas. Al ver que la venda se estaba derritiendo contra su piel entre un amasijo de plata, se la quitó a toda prisa.

Movió el pie hasta encontrar un ángulo claro de la herida. Donde debería haber un hueco rebosante de dízar plateado, había luz. Sus ojos se movieron una y otra vez de allí a la bola dorada que sostenía en su mano. El resquemor no cesaba, el proceso quizá duró un parpadeo, pero la herida empezó a cerrarse.

Al final, la piel era sana y sonrosada, nueva.

—Ten cuidado con eso, Nils. Tiene pinta de ser bastante inflamable —señaló James, como si quisiera darle más peso a sus pensamientos.

Como no lo había oído entrar, Nina dio un respingo y perdió el control. La esfera explotó como una burbuja hinchada, con los hilos dorados escapándose en todas las direcciones en el dispersar de un torbellino de luz hasta fundirse con el aire.

—Lo sé. —Suspiró arrepentida—. Lo siento. Me hace sentir... bien. Mi cuerpo estaba lleno de esas sombras extrañas. La culpa por no sentir culpa, creo. Ese poder las devoró.

—No te disculpes. —Dejó la bandeja con cuidado sobre la cama—. Lo único extraño es que hasta ahora no te interesara. Solo no te pases. Tu cuerpo ya estará bastante machacado al ser humano y albergar a bebés dhem.

—Humano ¿eh? —Nina lo miró de pronto—. No te gusta.

—Me gusta. Es fuerte. Solo tengo curiosidad por el origen.

James rodeó la cama para sentarse a su lado. Tomó una de sus manos, bastante más cálidas de lo normal, y trazó con un dedo de la otra mano el rastro de luz que se insinuaba en una vena hasta difuminarse cerca del codo. Le besó los nudillos antes de mirarla.

—Los dhem somos los orgullosos hijos de la luna. La llevamos en las venas, en nuestra magia, en cada inspiración. Somos sus gritos llenos de ira, sus espadas en la oscuridad, el Caos frente al Orden. —La mirada plateada descendió otra vez a su mano, que resplandecía en un dorado suave como los primeros esbozos del amanecer—. No es que nuestra magia no pueda manifestarse en ese color, sin embargo, es más común en la gente del Sol. En las lágrimas de luz de Aëll.

—¿Tengo una antepasado Svhaell, entonces? —preguntó, pensando en los otros, en la gente de Ambryse.

—Puede, pero hasta en Azzhack hay un poco de sol. Quédate tranquila por el bien de nuestros cachorros y deja que nos ocupemos de lo demás. —Atrajo la bandeja más cerca—. Ahora come algo y disfruta de la tarta, porque mi madre no deja de murmurar acerca de una dieta saludable y corta de azúcar.

Refunfuñando, Nina intentó hacer lo que le pedía. Al principio dudosa, con el estómago enviándole advertencias a través de retortijones, luego con ganas, desesperada por un poco de normalidad. Lo siguiente fue sumergirse en el baño caliente que James le había preparado en su maravillosa bañera, hasta que la piel enrojecida se le arrugó y se cansó de jugar a calentar el agua con su propio poder.

Si no le agotara tanto, podría pasarse el día contemplando los reflejos ondulantes proyectándose por toda la habitación. Además estaba la sombra extraña. Cuando parecía estar forzándolo demasiado, una silueta femenina se insinuaba en su mente, haciendo que le doliera tanto la cabeza que solo podía parar. Tampoco le apetecía especialmente indagar sobre ello.

Se miró al espejo del fondo al salir, enfrentando por primera vez su cuerpo desnudo; compuso una mueca. Ni siquiera aquel resplandor dorado o lo rojiza que tenía la piel por el baño ocultaba los hematomas. Rayas purpúreas le cruzaban la espalda y la cara interior de los muslos; la huella de las manos grandes de Sterling estaban sobre sus hombros, en los brazos y las muñecas. Los arañazos la cubrían por doquier. Al menos había conseguido eliminar todo rastro de tierra de sus uñas rotas.

«Podría ser peor», se dijo, asintiendo a sí misma. Salir apenas con rasguños a un enfrentamiento con hombres lobo era casi un milagro. Se preguntó cuál era el truco para que aquel poder la curara.

—Deja de mirarme así —pidió en voz baja, sin siquiera echarle un vistazo a la puerta, donde sabía que James se apoyaba en el marco.

—¿No es ahora cuando me echas a patadas porque estás desnuda? —preguntó sin humor.

No había lascivia en su forma de mirarla. Nada de deseo, solo rabia. Sabía que no estaba dirigida a ella. Sus ojos se detenían una y otra vez en el trazado de golpes, como si cada vez que los recorriera se recreara en lo que le haría a Sterling. Nina se apiadaría de él, pero la había asustado, la había herido y podría haber matado a sus hijos.

No retrocedió cuando avanzó hacia ella, solo lo miró con timidez. Recordaba que la había metido en la ducha dos días atrás, aunque en ese momento era lo que menos le importaba. Llevaban un mes de noviazgo; había cedido a experimentar, a retomar los juegos típicos de los amantes. Siempre con la ropa de por medio.

—Lo siento —murmuró James, acariciando justo por encima de las cinco pequeñas marcas que le rodeaban el ombligo, donde Sterling había presionado los dedos.

—No es culpa tuya. Yo nunca le caí muy bien.

—Que le caigas bien o no, no importa.

—¿Qué le va a pasar? —preguntó, abordando al fin uno de los temas que había rehuido.

—No lo sé. Yo solo quiero arrancarle la cabeza. —Extendió una mano para coger el albornoz rosa sobre el lavabo y después ayudarla a ponérselo—. Mi padre ha estado todo el día con los illarghir y me ha ordenado esperar hasta la noche. Será castigado.

—Yo le saqué sangre. Él a mí no.

—Eres mi compañera. Una Aryon. —Le rozó la runa—. Y llevas a mis hijos. Debes ser intocable.

—Estoy bastante segura de que le he quemado medio cuerpo.

La sonrisa de James fue fría.

—Darren dice que sigue ardiendo. Su cuerpo lo cura y vuelve a consumirse. Con un poco de suerte lo rostizará entero.

—Nina Sparks, la asesina pirómana, material de Darmouth —masculló, lívida.

Apartó a James para regresar a la habitación, moviéndose con rapidez. Poco después ya estaba embutida en una sudadera y un chándal, con sus pantuflas favoritas puestas. Sin embargo, dejó que él se apoderara del cepillo de pelo y se ocupara de desenredar los nudos.

—Creo que es porque no puedo recordarlo —dijo ella tras un rato en silencio. Había cerrado los ojos: James aprovechaba su posición ventajosa para ir depositando pequeños besos en su cuello—. Es como si me hubiera emborrachado. Como si hubiera hecho algo realmente malo mientras estaba borracha y solo quedara la sensación de que hice lo que no debía. Entonces se siente como una pesadilla. Solo eso. No parece real.

—Hiciste lo que debías. Puede que ese corazón blando no lo vea ahora, pero fue justo. En legítima defensa, además.

—No soy una diosa para ser juez o verdugo. —Suspiró. Lo sentía atascado en la garganta. No sabía si saldría en forma de lágrimas o en cambio descendería, muy, muy profundo, llegando al corazón para hundir sus afiladas espinas y hacerse notar en cada latido—. ¿Karen?

—En la biblioteca del segundo piso con Jules, creo. —Se concentró un momento hasta encontrar la nítida vibración Alpha de su madre—. Sí, está allí. ¿No deberías quedarte en la cama?

—Estoy asustada y decepcionada conmigo misma, no enferma. Ni siquiera siento el veneno de ese lobo. Quiero saber qué esperar. No voy a encontrar en google información sobre un embarazo lobuno. La necesito a ella. —No podía contar con su propia madre, pero Karen siempre estaba allí.

—Iré a buscar a mi padre, entonces. Como estaba contigo no sé lo que ha pasado estas últimas horas. No irás al bosque si me aparto de ti ¿verdad? Sé que cuando te agobias el único lugar cerrado que puedes soportar es la casa del árbol, aun así preferiría que no fueras sin uno de nosotros, al menos hasta que todo se arregle.

—Ahora mismo es lo último que haría.

—Bien. —James le entregó su teléfono—. Deberías llamar a Vince. Le dije que estabas durmiendo cuando llamó ayer; no sé si me ha creído. Mañana tenemos que ir a Greenstone porque tienes cita con el doctor Harrison, compraremos otro teléfono.

—Vale. Tengo algo ahorrado, aunque mi tarjeta está en casa de mis padres. Como mis documentos y... todo.

—Te lo compraré yo.

—Detente ahí —espetó Nina con el ceño muy fruncido, girándose. Él la miró asombrado—. Ya voy a vivir aquí, aunque sea porque que patalearías si trato de irme a Burlington con mis abuelos o me seguirías, además de que no quiero ponerlos en peligro. Si no tiene que ver con los niños, no quiero nada. Ya hay mucha diferencia aquí

Las cejas oscuras se elevaron antes de juntarse.

—¿Diferencia? No comprendo.

Ella puso los ojos en blanco.

—Ya sé que no lo comprendes, James Aryon, capitán del equipo de fútbol, niño querido de una diosa del Caos y demasiado rico como para saber cuánto dinero tiene de verdad. —Suspiró, mirándolo con cansancio al ver su perplejidad—. Yo soy solo Nina. Dependía de mis padres. Y depender de los padres está bien cuando eres menor de edad, pero de mi novio... Yo me compraré el teléfono. Me buscaré un trabajo de medio tiempo.

—Eso es estúpido. ¿Qué parte de eres mi compañera no entiendes? Lo que es mío es tuyo.

—Eres mi novio, no mi marido. Y lo que es tuyo en realidad es de tus padres. Aun eres un adolescente dependiente.

—¿De eso se trata? ¿Matrimonio? Pues casémonos. ¿Qué crees que es esto, de todas formas? —Le señaló la runa—. Quiero todo el teatro, por supuesto. Y la ceremonia, tanto al estilo humano como al dhem, pero no podemos estar más unidos. Hasta hemos iniciado nuestra familia.

Nina lo miró tan indignada como incrédula.

—¡Me voy a ver a Karen!

Su caminata hasta la biblioteca fue rápida, furiosa y llena de murmullos acerca de un novio inconsciente; quería ver a Karen, aunque no sabía cómo enfrentarse al resto de la familia.

Creía a James: no tenían problema en que se quedara en la mansión. La vergüenza era algo más difícil de ignorar. Los lobos eran protectores con sus cachorros; no lo entenderían, no cuando la manada destrozaba a quien no proveyera a los suyos. Literalmente.

«Ahora no», se dijo. Ya había lagrimeado bastante en la bañera.

Aquella biblioteca era diferente a la del primer piso. La otra era algo pequeña y corriente, poblada de centenares de libros que se podrían encontrar en cualquier librería humana. La sala de las visiones, sin embargo, resultaba mucho más satisfactoria para un hogar de criaturas mitológicas: estaba dedicada de forma íntegra al submundo.

Era enorme; las estanterías cubrían casi todas las superficies desde el techo hasta el suelo, interrumpidas solo por la balaustrada de mármol que dividía el espacio en superior e inferior. En cada rincón se escondían tesoros. Tomos gruesos o finos, algunos repujados en cuero, plata y oro o simples y tímidos; otros con incrustes de piedras preciosas. Se podía encontrar cualquier cosa: Genealogía de Azzhack, 100 formas de tratar el veneno Vryka (de las cuales solo dos funcionaban), Herbolaria Vorago... Algunos ocultaban algo tan poderoso dentro que el aire parecía sumergido en magia.

Para Nina era como un chute de energía, como exponerse constantemente a una corriente fría de aire que sale de la nada para erizar la piel. Evitaba la larga mesa de madera en el centro de la habitación, pero le gustaba sentarse junto al gran ventanal con visiones al bosque, en uno los pequeños sofás y sillones cómodos, con un buen libro, una taza de chocolate caliente y muchas ganas de hacer el vago durante el resto del día.

En aquel momento solo había cuatro personas en la sala: dos aprendices de illarghir en las galerías superiores, devolviendo los libros amontonados sobre un carrito metálico con ruedas a sus respectivos lugares.; abajo, en la mesa de estudio, estaban Karen y Jules.

Ella limpiaba de forma meticulosa una espada, él estudiaba bajo su vigilia con un ceño fruncido y bajos murmullos, dejando claro que lo hacía a regañadientes. Todos sabían que no iba a seguir el camino de los illarghir, que aquella pequeña floritura de plata en su frente no iba a crecer mucho más, pero le obligaban a estudiar de todas formas.

—¿Cómo estás? —le preguntó Karen, sin detenerse en su tarea.

—Tengo un montón de preguntas sobre el embarazo —respondió Nina tras un momento. Miró intrigada a la espada, porque Ar'vhel solía estar entre las manos de piedra de Eelil, en el santuario de la casa. Y no hacía tanto desde la última vez en que le sacaron brillo—. ¿Por qué me hablas en lunniri?

Era la razón por la que había tardado en responder. Podía hablar el idioma de los lobos sin tropezarse demasiado, pero el lunniri, la lengua común de Azzhack, se le escapaba. Era un idioma musical, de cadencia suave como el correr del aire entre briznas de hierba en una noche cálida.

—Debes practicar. Todos debéis hacerlo. A partir de ahora en esta casa solo hablaremos en dhem —explicó Karen en el mismo idioma—. Y ya habrá tiempo para esas cuestiones. ¿Cómo estás?

—Asustada. Muy confusa. Ojalá me lo hubierais dicho —respondió al fin, acercándose a la mesa tras esquivar uno de los tantos paneles de magia cristalizada desperdigados por la habitación. Se esforzó en cambiar su patrón de pensamientos hacia el lunniri—. Sabía que me iba a echar, sé como es, pero en el fondo supongo que esperaba algo diferente.

—Ahora puedes jugar conmigo durante más tiempo —intervino Jules. Nina no estaba segura de si entendía realmente lo que pasaba, aunque parecía hacerle feliz tenerla a su disposición para maratones de videojuegos.

—Tú a lo tuyo —espetó Karen antes de centrarse en la chica—. Tu padre solo actúa de la forma en que cualquier humano sensato se comportaría si supiera de nosotros. Está mal que te abandone, pero que nos tenga miedo es normal. Sobre decírtelo... Bien, me temo que James te tenía demasiado miedo.

La joven esbozó una sonrisa diminuta, desganada.

—¿Es raro que culpe a mis ancestros por la estúpida decisión de renunciar a todo?

Karen no contestó a eso, porque compartía la misma opinión que el resto del submundo. Para ellos la magia era indispensable, algo tan natural como respirar; no estaban dispuestos a vivir sin ella, ni siquiera para liberarse de los juegos de poder de los dioses.

—Mira el lado bueno: es menos gente a la que dar cuentas cuando tengamos que ir a Azzhack.

—Espera ¿qué?

—A Azzhack. —Señaló su vientre con la espada, cuya hoja centelleó hasta bajo aquella luz cetrina. Nina se estremeció. Se parecía a la del sueño—. Para el parto.

La joven contuvo el aliento, mirando a la mujer con ojos desorbitados. Se había olvidado de eso: todos los dhem debían nacer en Azzhack. La única excepción que conocía era Jules. Cuando el momento del parto se acercó, Karen seguía demasiado deprimida para adentrarse en el Sendero Astral sin perderse, sin embargo, Gary no había tardado en llevarse a su hijo hasta allí para los ritos necesarios.

—¿Por eso me hablas en lunniri?

—Sí. No hay planes para llevarte más allá de nuestras fronteras, por supuesto, pero debes practicar por si te ves en una necesidad. Tú y los demás. —Karen suspiró y dejó de frotar la espada—. Veis a Azzhack como un mundo de cuentos de hadas. Hasta Gary. A veces, hasta yo. He pasado tanto tiempo en este tranquilo mundo santuario que en ocasiones olvido mis raíces. Es un error. Un error que no os puedo permitir. Azzhack os devoraría.

—No creo que sea para tanto.

Karen dejó la espada a un lado para darle toda su atención a la chica frente a ella, que se ponía más pálida a cada segundo.

—Cuando comemos jabalí por navidad ¿lo cazas tú?

—No. Lo hacéis vosotros —respondió, extrañada por la pregunta.

—Cierto. Aun así, si no nos tuvieras a nosotros para cazarlo, pero quisieras comer jabalí ¿qué harías? Irías al mercado. Pagar es más seguro que enfrentarse a un cerdo gigante y salvaje.

—Bueno, claro. Me mataría. ¿Qué tiene que ver un jabalí con ir a Azzhack?

—A que allí también hay gente que prefiere ir al mercado. ¿Por qué un dhemaryon fuerte y con garras haría eso? ¿Por qué comprar en lugar de cazar como manda nuestra naturaleza?

—¿Comodidad?

—Seguridad. —Karen se levantó y se perdió entre las estanterías. Cuando regresó unos minutos después, lo hizo con un pesado libro entre las manos, un bestiario—. Ese niño...

Miró con cansancio la silla vacía. Su hijo había aprovechado para huir sin que Nina, en su mundo, lo detuviera.

—Veamos...

Karen abrió el libro y removió una de las hojas con cuidado. Era la particularidad de todos los ejemplares de la habitación: cada hoja podía ser retirada y recolocada. Agrupadas en los libros eran normales, o tan normales como podían ser libros imbuidos de magia en los que las palabras saltaban, quemaban en la punta de la lengua y las imágenes se movían.

Se movían por una razón: eran recuerdos. Nina no estaba segura de la fiabilidad de algunos, como los del libro de la Gran Guerra Celestial, porque dudaba que algún mortal la hubiera presenciado o los dioses les hubieran regalado sus recuerdos (con un poco de suerte, un semidiós lo haría), pero todo lo demás había sido una forma de conocer a Azzhack sin poner un pie allí.

Cogió la hoja que Karen le tendía y se encaminó hacia uno de los cristales mágicos, sosteniéndola con cuidado. Lo que había en ella había desaparecido: de pronto era solo un trozo yermo de papel con bordes de oro. Lo empujó contra el cristal y el papel se quedó allí, como si se aferrara a una película adhesiva. Después desapareció, tragado como una hoja hundiéndose en un lago calmo.

El cristal se iluminó y su luz rebotó en los demás como si fueran espejos. Mientras aquel hilo zigzagueante se trazaba, el lugar empezó a cambiar a su alrededor, desvaneciéndose entre volutas.

Oyó a los aprendices soltar improperios, porque donde segundos antes estaban las estanterías ahora había frondosos árboles. La imagen no era tan real como lo sería si fuera proyectada en un cuarto oscuro: la luz que atravesaba el ventanal también diluía las ilusiones, y si tocaba las mesas o las estanterías, emergerían de la realidad hasta colocarse dentro de la ilusión, como una nota disonante vibrando en el aire.

Nina se abrazó a sí misma. Incluso diluido, el frío de las nevadas tierras Aryon seguía siendo intenso. Miró alrededor, absorbiendo la luz azulada mientras buscaba aquello que Karen quería enseñarle. Lo hizo con facilidad pese a que en el espejismo estaba hundida hasta los tobillos en la nieve.

Las raíces de los árboles eran de hielo prístino. El hielo continuaba y ascendía hasta fundirse con madera negra. Las cimas estaban rematadas con grandes hojas oscuras, sin los ribetes rojos correspondientes al verano, inclinándose bajo el peso del polvillo blanco que se acumulaba en sus ramas. Supo qué quería enseñarle cuando un lobo entró de pronto en escena. Era grande, casi tanto como un Aryon, y estaba enzarzado en una pelea vesánica con un vryka.

Era del tipo acuático, porque las alas de colores vibrantes eran diminutas, de adorno; lo que realmente los diferenciaba de sus parientes del cielo era que estos siempre mostraban su forma de nacimiento: una serpiente de escamas cristalinas, que insinuaban tanto sus huesos y órganos como la magia corriendo en su interior, la razón por la que también se les conocía como las serpientes arcoíris. Los vryka acuáticos, en cambio, tenían la parte superior humanoide, siempre desnuda.

Lo vio enroscar la larga cola alrededor del lobo que lanzaba dentelladas al aire, después apretó y las luces multicolores que corrían bajo su piel escamosa llenaron el claro; se escuchó un largo aullido por encima del chasquido de los huesos al partirse. Crac. Crac. Crac.

Después, solo silencio.

Nina cerró los ojos cuando la cabeza del lobo pendió sin fuerza y el vryka deshizo su agarre, porque sabía lo que venía a continuación. Oyó el susurro de su deslice sobre la nieve, luego el desgarro de la piel siendo arrancada con las garras puntiagudas, después los gorgojeos de deleite cuando empezó a tragar trocito a trocito de carne cruda.

—Los dhem y los svhaell alardeamos en el mundo santuario porque aquí somos depredadores. En nuestros mundos, sin embargo... Hasta los dioses pueden ser una presa para alguien más, no lo olvides nunca. —Karen le palmeó la cabeza al pasar a su lado para ir a retirar la hoja. Al instante aquel trocito de su mundo regresó al papel, volviendo a ser solo un dibujo muy realista—. Iremos a Azzhack, no a disneyland.

Nina se dejó caer otra vez en la silla mientras la matriarca Aryon acercaba la hoja a su libro y las hebras de papel volvían a entrelazarse entre filigranas amarillentas.

Karen dejó el libro a un lado para acercarse a la muchacha, que cerró los ojos al recibir su abrazo, apoyando la cabeza contra ella y disfrutando de las manos amorosas que jugaban con los mechones rojos de su pelo.

—Vosotros estáis acostumbrados a como es la manada en este mundo. Aquí tenemos que estar unidos, y los Aryon de este mundo pertenecen al mismo clan. Allí es diferente, hay muchos clanes divididos por territorios, y puede que sepamos unirnos frente a otros agresores, pero tenemos nuestros problemas como cualquier pueblo. Tendrás que sobrevivir a Azzhack y a las intrigas políticas que hay en él. No puedes elegir. Eres una Aryon.

—No soy una Aryon.

—Eres la compañera de vida de uno. —La mujer suspiró al ver que la niña se tensaba. Le giró el rostro con delicadeza—. ¿Por qué lo niegas con tanta insistencia? Sabes que es verdad. Esto es solo un reflejo físico —se señaló su propia runa—, la annyel es más profunda, entrelaza dos almas destinadas: eso es lo que la diferencia de la marca de posesión. La annyel nos convierte en el todo que debemos ser. Es imposible que no sientas esos nudos. Los míos son la verdad más pura que conozco. ¿Es que intentas castigarlo? ¿Es eso? ¿Quieres hacerle sufrir?

Nina sintió como el labio inferior sobresalía tembloroso. Lo mordió, aunque nada pudo hacer con la humedad acumulada en sus ojos. Parpadeó con ferocidad.

—¿Hacerle sufrir? No, no se trata de eso. Es solo que... En el momento en que asuma que nunca he estado equivocada tendré que admitir que mi compañero de vida me traicionó delante de mis narices. Una y otra vez. —Sus hombros cayeron, también su máscara. Karen solo vio la amargura y un dolor muy profundo en ella—. Me conozco. En el fondo él también tiene que saberlo. Si el hacha cae, si lo admito, no lo querré cerca. Al menos durante un tiempo.

Nina apretó las manos contra su vientre.

—Ahora mismo es lo que menos nos conviene. Una cosa a la vez.

—Bueno, tendréis que resolver eso en algún momento —murmuró Karen, compadeciéndose tanto de ella como de su hijo. Se sentó a su lado, con los ojos azules fijos en su rostro—. Si te consuela, él también estaba destrozado.

—No, no me consuela. De todas formas ¿estás segura de que debo ir? Mis... mis hijos —tragó saliva— son mitad humanos. Además está esto.

Como en la habitación, Nina volvió a formar aquella bola de luz en su mano, sintiendo otra vez la sombra femenina en su mente mientras la euforia la inundaba.

—Él piensa que mis poderes son de los Svhaell y lo que ha pasado estos días me ha recordado lo mal que en realidad os lleváis con ellos —murmuró tras contarle como se sentía cada vez que usaba ese poder.

Y los humanos al final del día eran Svhaell'flerys sin magia.

—Vamos a resolver eso, no te preocupes. —Karen le apretó una mejilla mientras su mirada se deslizaba un momento hacia la espada—. Y tenemos que descubrir de una vez qué eres. ¡Siete!

Uno de los illarghir que ganduleaba por allí, Mason, miró hacia abajo.

—¿Mi señora?

—Quiero saber de qué desciende. Sé que están buscando información sobre ello, pero quiero que todos se pongan con esto. Desde el 1 al 12 —respondió.

Nina hizo una mueca cuando Mason le dio una mirada fulminante, culpándola por la carga extra de trabajo, así que no se sintió tan mal por el hecho de que Karen insistiera en llamar a los aprendices por números en lugar de por sus nombres.

—Debes aprender a manejar esto, Nina. Los prodigios tienen mala fama porque sus poderes suelen ser inestables al punto de que se destruyen a sí mismos a una edad temprana, pero esto —le sostuvo la mano— es poderoso, hermoso y destructivo. No lo rechaces.

—No lo haré. Quiero aprender. —Elevó la mirada verdosa hacia ella, llena de esperanza—. ¿Me enseñarás a luchar? Cuando me convierta. Quiero aprender a defenderme.

—Por supuesto. Lo he estado deseando desde que te enseñamos a lanzar cuchillos hace unos años. Aunque te disguste la guerra creo que tienes potencial.

—James me contó lo que hice hace años. En la cabaña. —Nina dejó que la esfera dorada se adentraba bajo su piel—. Puede que no me disguste tanto, no me siento culpable.

—Me arrebataron a dos de mis cachorros. Casi me arrebataron a los demás. Cuando os encontramos estaba a punto de ser demasiado tarde. Saber que fuiste tú quien los carbonizó me llena de orgullo. No debes sentir culpa. Proteger a la familia es un deber.

Nina pensó sobre ello mientras la ferocidad de Karen reverberaba en ella. Las lágrimas de la matriarca eran justo eso: orgullo feroz, amor y dolor envejecido. Se dio cuenta de que no había estado tan tranquila hasta que el alivio manó en su pecho. Matar por su familia. Quizá el amor fuera la única justificación para un acto así. No sabía si era una mala persona o si había hecho justicia, solo que no iba a lamentar la muerte de quienes habían estado a punto de destruir a su familia, ni siquiera si su sangre le manchaba las manos. Que los dioses la juzgaran.

—Venga. Pregunta. Luego yo te hablaré de la alimentación balanceada y con poco azúcar que llevarás a partir de ahora.

Karen se restregó las lágrimas y atrajo la espada hacia sí para seguir limpiándola. Con una mueca, Nina empezó a hablar: no sabía que tenía tantas dudas hasta entonces. Habrían seguido charlando si un lobo grisáceo no las hubiera interrumpido.

—Dice que tu hermano está ahí fuera —informó Karen.

—¿Seguro? No creo que conozca a mi hermano.

—Vuestro olor es parecido.

Nina suspiró.

—Lo siento. —Visitas humanas sin previo aviso a la mansión no eran bien recibidas—. Tendría que haberlo llamado antes. Voy a ver.

  El lobo gris la siguió, aunque Nina habría preferido que no lo hiciera, porque los otros tres lobos que encontraron por el camino decidieron imitarlo. Vincent, apoysado en su coche, se puso pálido tan pronto como los vio y las llaves con las que jugueteaba se le cayeron de entre los dedos, hundiéndose en la nieve.

—Siguen impresionando —murmuró mientras se agachaba para recogerlas. Para él y el resto de St. Clair, los Aryon cuidaban de algunos lobos heridos del bosque.

—Son inofensivos. Solo míralos. —Su hermana señaló con la barbilla a los lobos que agitaban las colas como enormes perros—. ¿Entramos? Hace frío.

—Aquí está bien.

—Supuse que dirías eso. —Alzó las tazas llenas de chocolate caliente que había recogido tras una breve parada en la cocina, después se dirigió al balancín metálico en un rincón del porche, lleno de mantas.

Vince no fue tras ella enseguida. Se volvió hacia la puerta trasera de su coche y sacó una maleta grande que descansaba sobre los asientos; la arrastró hacia donde estaba la chica y luego, nervioso, atravesó la maraña lobuna para sentarse a su lado.

—Solo metí algunas cosas básicas, además de tu mochila, el portátil y tu móvil, que creo que ya no sirve para nada —le dijo tras aceptar la taza, dejando que Nina le cubriera también con su misma manta—. Tendrás que ir a casa a buscar el resto. —Miró hacia atrás, a la mansión—. ¿Vas a quedarte aquí?

—Sí. Los Aryon han sido muy amables conmigo. Además, James también tiene que opinar en este tema y no me quiere lejos.

—Siempre los has querido más a ellos. No me extraña: son tu familia. —Vince sacudió la cabeza cuando ella empezó a protestar; había una sonrisa triste en su rostro, tan solitaria que Nina sintió su corazón estrujarse—. Es la verdad. Lo sé desde hace tiempo.

—Tú eres mi familia también.

—Tal vez. Nuestros padres te fallaron, pero siempre has tenido a los Aryon. Y consideras a los hermanos de James como tuyos.

—Pero eso no hace que dejes de ser mi querido hermano mayor —replicó sin molestarse en negarlo—. Que los quiera a ellos no cambia eso.

Se quedaron un momento en silencio mientras los copos de nieve caían con suavidad y las copas de los árboles se chocaban las unas contra las otras. Vince no dio un solo trago; miraba con fijeza el amasijo verde y blanco, hundido en sus pensamientos; a ella le dio tiempo a apurar toda la taza para tener las manos libres cuando Jules trotó fuera de la casa y se subió a su regazo. En su forma lobuna no era mayor que Scooby.

Nina lo miró con una advertencia cuando empezó a mordisquear sus dedos como un cachorro juguetón. Más le valía no transformarse de vuelta. La joven se turbó un momento; aquello no era nada fuera de su normalidad, sin embargo, darse cuenta de que dentro de poco tendrían más niñitos convertidos en cachorros mordisqueándoles los zapatos, y que además serían sus hijos, hizo que lo sintiera más real que nunca.

La estudiante despreocupada que era tragó saliva.

Mirando a su hermano de reojo, se dio cuenta de que cuando se fuera a Azzhack él sería el único a quien echaría de menos. Sus amigos -los que de verdad importaban- eran parte de la manada. Unos años sin verse no significaba mucho para ellos. Con Vince sería distinto. Allí el tiempo transcurría de forma diferente. No podía irse sin avisar, no cuando podrían estar una década o más sin verse.

—Escucha, Vince, en unos meses, puede que más pronto que tarde, me vaya durante un tiempo.

Vince dio un respingo. La miró alarmado.

—¿Irte? Pensé que ibas a quedártelo. ¿Al final vas a abortar?

—Y es cierto me los... me lo quedaré. Es más como que los Aryon van a mudarse y no nos veremos con facilidad.

Ni tampoco hablarían; no habría forma de comunicarse con él sin magia de por medio. Tras un par de minutos mirándola con incredulidad mientras el aire frío les arañaba la piel, Vince se obligó a calmarse. Apretó las manos alrededor de la taza y volvió a mirar hacia el bosque. Las cejas rubias lucían más espesas sobre los ojos entrecerrados.

—¿Ellos te han metido en alguna clase de secta y ahora van a secuestrarte? ¿Te estás forzando a alguna cosa?

—No. Solo están cuidando de mí. Como siempre han hecho. Sabes eso.

—¿Llevándote a dónde exactamente? No entiendo porqué tienes que irte. Escucha, puedes quedarte con los abuelos. Sabes que te recibirán.

—Quieren estar más cerca de la familia. Los Aryon son bastante numerosos —dijo escueta.

—¿Para aullar por las noches? —preguntó Vince de pronto. Ahora sus ojos recorrían a los lobos que se arrimaban a ellos como bestias domesticadas—. La otra noche tuviste una discusión bastante extraña con papá.

Nina se lamió el labio inferior, atónita. Sentía la garganta y los labios muy secos; el corazón desenfrenado.

—Supongo que sí —respondió con una vocecilla agitada—.Yo tampoco lo entendí.

—¿En serio? Dijiste ''así que lo sabes''. ¿Qué sabe?

Nina maldijo en silencio, odiando de pronto que su hermano fuera tan observador. Lo miró con fijeza y se dio cuenta de que tenía mal aspecto. Si bien no era aficionado a los peines, su pelo lucía como si se hubiera pasado las últimas horas arrastrando las manos por él. Los ojos, tan verdes como los de ella, parecían hundidos y el abrigo largo a punto de engullirlo. Su hermano estaba lejos de su habitual calma. Estaba alerta, inquieto, incapaz de no mirar a las esquinas: lucía como alguien que acababa de ver monstruos en la oscuridad y empezaba a creer en ellos.

Sin embargo, Nina no iba a echar más leña a ese fuego. Si ni siquiera ella estaba segura entre los lobos ¿cómo permitir a su hermano acercarse a ese mundo? Hacerlo solo porque deseaba conservarlo a su lado era egoísta, hasta peligroso; lo quería demasiado para hacerle algo así.

—Dime algo, porque me siento como un loco imaginando... —Señaló los lobos a sus pies con una mano—. No dejo de juntar un montón de cosas extrañas que ocurrieron a lo largo de los años con lo que papá pareció insinuar. Siempre terminas herida de alguna forma y ahora mismo pareces... distinta.

Nina parpadeó muchas veces, buscando alguna respuesta que no involucrara llamarlo loco. Por suerte, el teléfono móvil de Vince empezó a sonar en aquel momento, dándole tiempo. Él miró la pantalla, suspiró y apagó el teléfono.

—¿Ashley? —preguntó Nina, deseando cambiar de tema—. ¿Sigue molestándote?

Era la ex-novia de Vincent. Como además de ponerle los cuernos se había asegurado de humillarlo frente a todo el instituto, Nina la odiaba. Saber que trataba de acercarse otra vez a él ahora que iban a coincidir en la universidad no le hacía quererla más.

—Parece que tiene algunos problemas. Quiere verme durante las vacaciones.

—No le debes nada, Vince.

—Tampoco le deseo nada malo. Solo veré qué necesita y qué puedo hacer. No te preocupes; no pienso volver con ella.

—Si le das cuerda no te va a dejar en paz en la universidad tampoco.

—Bueno, al menos estará alrededor ¿no? Tú te vas a ir. Y eso que habíamos planeado vivir juntos en Hanover. Hasta había pensado que podríamos empezar a mirar apartamentos estas vacaciones.

Nina hizo una mueca al notar su tono herido. Era cierto. Varias generaciones de Sparks habían ido a Darmouth y su padre se había asegurado de que sus dos hijos tuvieran las notas y el expediente necesarios para continuar la tradición. Era algo que todos daban por sentado, así que ellos se habían prometido que cuando Nina fuera a la universidad vivirían juntos (había ignorado por completo las protestas de James); se llevaban bien hasta ese punto. Ahora ni siquiera estarían en el mismo mundo.

La muchacha apartó la mirada avergonzada a sus pies, odiando tener que hacer eso. Era ella quien lo abandonaba sin siquiera poder dar una explicación decente.

—¿Qué me ocultas, hermanita? ¿Ya no confías en mí? —Vince le agarró la mano que Jules no mordía y soltó un pequeño jadeó—. ¡Vaya! ¿Tienes fiebre? Está muy caliente.

Nina se soltó de un tirón al ver que estrechaba los ojos y giraba su mano en diferentes ángulos, como si hubiera visto algo extraño. La razón por la que estaban calientes y por la que no sentía demasiado frío era su poder. No había esperado que Vince lograra distinguir el resplandor. Así era como comenzaba: bastaba con empezar a creer. Los humanos también eran creaciones de los dioses. Si se involucraban lo suficiente con el submundo, su visión se desarrollaría otra vez.

—O tengo un tumor en el cerebro o te brillan las manos —dijo con una voz que salió cargada de nerviosismo. De miedo.

Nina tomó una bocanada de aire. Como Vince podía pillar sus mentiras sin que abriera la boca, no sabía cómo hacer aquello. Como tampoco podía decirle la verdad, se dispuso a mentir de todas formas.

—¿Qué dices, Vince? ¿Cómo me van a brillar las manos? —Sonrió como si lo encontrara gracioso, pese a que el incipiente enfado en el rostro masculino la hacía querer encogerse.

Él se puso de pie. Caminó de un lado a otro bajo la atenta mirada de la chica y los ojos lobunos.

—¿Qué me estás escondiendo? —preguntó Vince una vez más.

—Nada que pueda decirte —respondió con suavidad—. Nada que quieras saber, no lo necesitas.

—Soy yo quien te pide que lo hagas. No soporto pensar que estás aquí. No con la cantidad de cosas raras que estoy imaginando de ellos. —Detuvo su caminata para observarla. Sus labios temblaron y ella se preparó, porque sabía que iba a hacer la pregunta, que estaba a punto de lanzarse a la piscina—. ¿Los Aryon son humanos? No me mientas, de verdad. Es lo único que parece tener sentido, por raro que suene.

Jules eligió aquel momento para ponerse de pie en el regazo de Nina y aullar hacia Vince, con su orgullo de pequeño Aryon del todo ultrajado.

—Calla —pidió Nina tras cerrarle el hocico con una mano. Entonces miró a su hermano—. No te estoy mintiendo. Lo juro.

La muchacha se preguntó si lucía así cuando estaba enfadada. Vince enrojeció, su nariz se arrugó, sus labios se apretaron en una línea fina. Sin embargo, fue su mirada lo que la hundió. Nunca la había mirado tan enfadado o decepcionado.

—No sé si estoy loco o no, lo que sé es que me ocultas algo. ¡Encima tengo que aceptar que vayas a desaparecer sin siquiera decirme adonde! —espetó, alejándose de ella enseguida.

Nina lo siguió con rapidez.

—Espera, Vince —pidió, agarrándole por un brazo al alcanzarlo en las escaleras. Derrapó con la escarcha, y él solo se detuvo por eso, para estabilizarla.

—Ten cuidado —dijo con voz plana—. Si te caes podrías perder al bebé. Si es que no terminas herida otra vez por estar con ellos.

—No te vayas enfadado conmigo, por favor. Tú no —suplicó con las lágrimas desbordándose por las comisuras de sus ojos.

—¿Vas a decirme la verdad?

—La única verdad es que no necesitas saber nada —susurró. Esta vez auténtica furia brilló en los ojos masculinos.

—¡Siempre es lo mismo! ¡Decides por los demás, haces todo por tu cuenta y luego acaba en desastre! ¡Mira lo que me hiciste a mí! —explotó.

Nina lo miró sorprendida, a la vez que aquella sombra femenina se asomaba en su mente, curiosa. No recordaba la última vez en que Vince le había gritado. Tampoco recordaba haberle hecho nada.

—¿Todo va bien por aquí? —Ambos dieron un respingo ante la tercera voz.

La muchacha miró inquieta al hombre que se había posicionado junto a Vincent, mirándolo con dureza. Miró también al resto del grupo que salía de entre los árboles para dirigirse hacia la casa, como si hubieran estado al acecho. No necesitaba ver las palmas de sus manos para comprobar que estaban quemadas con una media luna plateada. Bastaba con ver como se movían para saber que eran cazadores. Al menos iban vestidos. Con trajes de combate de cuero.

Vince le frunció el ceño al hombre y forcejeó para soltarse. En el momento en que lo hizo hubo un chasquido, después un brillo cegador.

—¡Vince! —exclamó Nina, aterrada al ver que había ido para en el suelo, a los pies de la escalera. Una caída horrible si la nieve no hubiera amortiguado el impacto.

Su hermano no la dejó acercarse. La miró alucinado, luego a los demás. Se levantó con dificultad, se metió en el coche y al primer rugido del motor salió disparado, con el pánico reluciendo en su rostro y una certeza abrumadora naciendo en el pecho.  

_____

¡Buenas! Antes que nada, perdón. Debí colgar el capítulo el domingo, pero Wattpad estaba dando problemas y la verdad es que tampoco lo tenía listo para publicar. A cambio lo pongo completo en lugar de dividirlo en partes. 

Sé que es un capítulo en el que salen bastante cosas, así que más allá del principio que es confuso a propósito, cualquier cosa que no entendáis es solo preguntar (¡así también sabré qué corregir!).

Aprovecho para recordar que la novela tiene un grupo, basta con poner ''Dhemaryon'' en el buscador de facebook y os saldrá. También pueden seguirme por instagram, tengo un perfil literario donde he estado subiendo citas de la novela, podéis buscarme como ''vanessasimmonswriter''. 

¡Hasta el siguiente!

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