La novia de mi mejor amigo.

AlejandraGreene tarafından

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Benedict siempre ha querido enamorarse, casarse e iniciar una familia, ha pasado toda su vida buscando a la... Daha Fazla

Primeras miradas.
¿Enamorado?
Consuelos.
Ayudando a Norah.
Cayendo en tentaciones.
Anuncios inesperados.
Vamos a Canadá.
Cambios.
Yo amo a Norah.
Amarillismo
Él es lo que quiero.
Sé que tengo razón.
Un favor.
Sin marcha atrás.
Sin Norah.
Te extraño.
Un último beso.
La única verdad.
Todo está bien.
Todo termina.

Miedos.

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AlejandraGreene tarafından

Benedict se vio inmerso en una profunda conversación con Norah acerca de artistas contemporáneos, y sorprendido de no saber que ella había estudiado historia del arte. La conversación se extendió tanto que Norah no se dio cuenta de que habían dejado su casa unas cuas cuantas cuadras atrás.

—Lo siento me he distraído mucho.

Se disculpó con él mientras caminaban de regreso, Benedict no podía dejar de sonreír, una sonrisa de aquellas que uno prefiere ocultar por miedo a revelar demasiado.

Cuando llegaron a la pequeña casa de Norah a Benedict comenzaron a sudarle las manos. La puerta color blanco frente a ellos se abrió, Norah entró primero y Benedict la siguió.

Era mucho más pequeña que su casa pero por alguna extraña razón la de Norah se sentía más acogedora. El piso de madera crujía con cada paso que había sobre él. En todo rincón de la casa podía encontrarse alguna planta ya fuera pequeña o que prácticamente tocaba el techo.

—¿De qué tienes antojo?

Preguntó Norah quitándose la chaqueta y lo único que se antojaba en la mente de Benedict era volver a verla desnuda y sentirla suya de nuevo.

—Lo que sea que tengas se me antoja.

Logró pronunciar.

Norah asintió, caminó hasta su pequeña cocina, abrió el refrigerador y después de unos cuantos segundos regreso a ver a Benedict completamente sonrojada.

—Me temo que sólo tengo huevos y verduras.

—Eso es perfecto.

Respondió el con una sonrisa, quitándose la chaqueta para poder ayudar a Norah a cocinar.

Media hora después estaban comiendo un delicioso omelette con verduras acompañado con una botella de vino blanco. Se escuchaba el líquido caer sobre la copa de vidrio mientras Benedict servía el vino. Se sentaron uno frente al otro.

—¿Cómo va tu trabajo?

Preguntó él llevándose el tenedor con comida a la boca.

—Va muy bien, han comenzado a pedir mis obras para exposiciones en América.

—Con que rompiendo fronteras eh.

Ella rio un poco y asintió.

—Tú sí que sabes sobre eso.

—No tanto como tú crees.

Y dejando atrás cualquier rastro de incomodidad o vergüenza, siguieron hablando y riendo durante toda su cena como su fueran una verdadera pareja.

En cuanto terminaron de comer, Benedict le pidió a Norah que le mostrara sus nuevas obras, Norah le dio un pequeño recorrido por el que era su nuevo estudio, Benedict no podía dejar de sentirse impresionado. Terminaron el recorrido y Norah lo llevó hasta la sala en donde abrieron otra botella de vino.

Norah ya comenzaba a sentirse acalorada y se le notaba en las mejillas sonrosadas y en los ojos un tanto dormilones. Benedict le dio un sorbo a su copa, no podía creer que estaba ahí con Norah y que fuese ella quien lo hubiese invitado. ¿Cómo era que con unas simples apalabras ella lograba poner todo su mundo de cabeza?

Se sintió nervioso y se llevó la mano hasta el bolsillo del pantalón para buscar sus cigarrillos cuando recordó el asma de Norah.

—Si quieres hacerlo, hazlo.

Dijo Norah, Benedict levantó las cejas confundido.

—Me refería a que si quieres fumar puedes hacerlo.

Benedict se sonrojó por haber malinterpretado aquellas palabras.

—¿Estás segura? ¿No te hará... daño?

—No, estaré bien.

La miró un tanto dudoso pero ella asintió. Buscó dentro de su bolsillo y sacó su cajetilla de cigarros, tomó uno y lo puso en su boca pero sin encenderlo.

—¿Qué haces?

Preguntó Norah, divertida al verlo.

—Prefiero no arriesgarme.

—De verdad no tienes de que preocuparte.

—Me gusta preocuparme.

Norah asintió aunque reprimió una risa haciendo un ruido con la boca.

Pasaron varias horas en las que ambos no podían parar de reír, imitaciones de Benedict y anécdotas de la universidad de Norah los mantenían ocupados y tan inmersos en su propia conversación que no se daban cuenta de la terrible tormenta que ocurría afuera.

En cuanto se terminó la segunda botella de vino, un trueno golpeó con fuerza el cielo, haciéndolos saltar.

—¿Qué fue eso?

Preguntó Norah aun riendo, ambos se acercaron hasta la ventana para observar la tormenta que ocurría frente a sus ojos. La lluvia caía con fuerza, golpeando la ventana como si quisiera romperla.

—Puedes quedarte a dormir aquí.

Habló Norah sin dejar de ver por la ventana.

—No te preocupes, no vivo muy lejos.

Norah regresó a verlo con su característica sonrisa.

—Me gusta preocuparme, además dormirás en el sofá.

Benedict simplemente asintió aunque en ese momento de verdad quería encender su cigarrillo.

Norah puso varias cobijas en el sofá y una enorme almohada.

—Gracias.

Dijo él mientras Norah acomodaba el sofá.

—No es nada, si quieres algo ahí está la cocina, el baño está ahí y mi habitación es la primera puerta a la derecha.

Benedict asintió.

—Descansa.

Murmuró Norah.

Benedict se quitó los zapatos y acomodó la cabeza en la almohada que Norah había acomodado para él, olía a ella. Hundió la cabeza para poder absorber el aroma que alguna vez se había impregnado en su propia piel, y aquél aroma le trajo todos los recueros a la mente. Estaba tan cerca de Norah que podía sentir su frustración crecer, grande, desesperada, una frustración que le quemaba.

Se puso de pie y fue hasta la cocina, sacó un nuevo cigarrillo y lo encendió. Quería salir corriendo antes de hacer algo que sabía no sería bueno, pero sintió la calidez del humo del cigarro calmarle los nervios, cerró los ojos y fumó de nuevo, intentando concentrarse en el simple sonido de la lluvia, en como su cigarro se consumía y no en el pensar qué estaría haciendo Norah en aquél momento.

No supo cuánto tiempo tardó fumando su cigarrillo pero comenzaba a sentir los ojos pesados y somnolientos aunque la ansiedad seguía viva en él, se llevó otro cigarrillo a la boca pero antes de encenderlo un sonido familiar lo distrajo, eran los sollozos de Norah, Norah estaba llorando.

Dejó el cigarrillo, caminó hasta la puerta que Norah le había dicho era su habitación y acercó su oreja para poder escuchar mejor, de nuevo escuchó un sollozo. Tocó a la puerta pero no hubo respuesta.

—¿Norah?

Nadie respondió y el comenzaba a preocuparse.

—Norah voy a entrar.

Abrió la puerta encontrando a Norah acostada sin poder dejar de llorar, corrió hasta la cama revisándola con el temor de que estuviese herida o que algo hubiese podido pasarle.

—Lo siento tanto Benedict, no debí de haberte invitado.

—¿Por qué? ¿Qué pasa?

Norah sollozó de nuevo, se sentó en la cama y lo miró directamente a los ojos.

—Benedict creo que te amo.

Norah pronunció aquellas palabras y Benedict no pudo resistirlo, le limpió las lágrimas de las mejillas y acercó su boca a la de ella, sintiendo sus labios y rindiéndose frente a ella.

—Tengo miedo Benedict, él saldrá lastimado.

Benedict sabía que se refería a Tom, sintió una punzada de culpa en el pecho por lo que estaba haciendo y por lo que estaba a punto de preguntar.

—Norah, ¿quieres intentarlo?

Norah lo miró con los ojos completamente abiertos.

—Yo, no sé... de verdad no lo sé.

—Norah sé que tienes miedo y que no estás completamente segura de lo que sientes.

Tomó sus manos y le beso cada nudillo.

—Pero yo te prometo, cariño, que te voy a amar tanto que no quedará ni una sola duda o miedo en ti, yo me encargaré de todo.

Norah lloró de nuevo y sin importarle nada decidió olvidar todo. Tomó el cuello de Benedict entre sus brazos y lo besó con ternura. Él acarició con más paciencia de la que se creía capaz, apreciando cada una de sus curvas como si se tratara de una obra de arte, aunque para él eso era Norah, una valiosa y hermosa obra de arte que se entregaba a él.

Benedict también olvidó todo mientras hacía el amor con ella, mientras la sentía, la acariciaba y la besaba lo único en lo que podía pensar era en que nunca nadie había amado de la manera en la que él amaba a Norah.

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