Amor y Wasabi [TERMINADA]

By natvalensky

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Tim Kobayashi es un joven chef que quiere ser el mejor. Sin embargo, su sueño se ve más lejano cuando lo des... More

1: La amarga derrota
2: Waffles
3: La reina de la comida enlatada
4: Soufflé
5: La langosta
6: Cabernet sauvignon
7: Pastel de lava
8: Chaquetas Blancas
10: Cuchillos
11: El reto del jamón
12: Pollo y pastel
13: Raviolis
14: Solo será una cena
15: Dulce
16: Jugosa información
17: De la sartén al fuego
18: Por culpa del vino
19: El desayuno de la vergüenza
20: Sashimi
21: Ikigai
22: Bullabesa
23: Sake
24: Lo dulce necesita sal
25: Las ventajas de olvidar el postre
26: Un buen jefe de cocina
27: Chardonnay
28: Jugo de felicidad
29: Chef de poca monta
30: Rojo cereza
31: Wasabi
32: Insípido
33: La receta más difícil
34: El platillo inconcluso
35: Los comensales
36: El plato fuerte
37: El veredicto final
Epílogo
Agradecimientos
Anuncio (buenas nuevas 2023)
Cast (o algo así)

9: Salsa quemada

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By natvalensky

El estudio al que habían entrado Tim y Alessandro era el equivocado. Porque el verdadero set destinado al concurso America's Pro Chef era mucho más intimidante.

Se parecía a cualquier set de concurso de cocina, con el sitio destinado a los jurados en la parte delantera de la sala, y el centro comprendido por varias estaciones para los doce participantes.

Los colores predominantes del decorado eran negro y rojo, lo que generaba una eterna sensación de peligro y alerta, como si con las cámaras que grababan cada uno de sus movimientos no fuera suficiente.

En contraste, las chaquetas blancas de los concursantes los hacían parecer unos corderos indefensos.

Las indicaciones que les dieron fueron simples: avanzar en fila hasta los jueces, escuchar sus instrucciones para el primer desafío y luego cada quien a cocinar.

Caminaron hacia el fondo de la sala, donde tres personas los esperaban de pie. Uno era un hombre asiático a la mitad de su treintena, otra una mujer latina de más o menos la misma edad, y por último un hombre de piel oscura en sus cincuenta.

Como buen chef profesional y amante de la alta cocina, cuando Tim los tuvo al frente supo perfectamente quienes eran. No había notado que un poco más alejado de ellos estaba un hombre con toda la pinta de un presentador, y realmente a su parecer estaba de más.

—Bienvenidos sean, concursantes, a la primera temporada de America's Pro Chef, donde chefs profesionales de todo el país se enfrentarán en una épica batalla culinaria por 250 mil dólares y el título de America's Pro Chef —comenzó a hablar el presentador.

Lo raro era que mirara a la cámara frente a él en lugar de ver hacia los concursantes a los que supuestamente saludaba.

—Sin más, conozcamos a los distinguidos jueces de esta gran competición —continuó el presentador, ofreciendo a los futuros espectadores su mejor sonrisa.

El hombre asiático dio un paso al frente, mientras otra cámara se acercaba del lado izquierdo y lo enfocaba.

—Primero tenemos al chef Dae-hyun Yeon —dijo el presentador—, el titán de la cocina asiática que uso la bases y raíces de la cocina coreana hasta conseguir tres estrellas Michelín en el, nunca mejor dicho, ahora mítico restaurante Sinhwa. Ha aparecido consistentemente en el top 15 de los mejores chefs del mundo durante los últimos 5 años. Chef Yeon, ¿qué espera ver en esta competencia?

—Estos son los mejores chefs del país, así que no espero nada menos que excelencia —respondió el chef Yeon, evaluándolos a todos con la mirada.

La cámara se movió hacia la mujer latina, a medida que el presentador seguía hablando.

—Seguidamente, tenemos a la chef Verónica Reyes, dueña de la famosa casa de repostería Queen's Bakery Kitchen, con locaciones en más de seis ciudades alrededor del mundo. La chef Reyes también fue la Mejor Chef Pastelero 2004 por La Revista Le Chef y el puesto número 1 en World's 50 Best Restaurants en 2004 y 2005. Chef Reyes, ¿cómo se encuentra hoy?

—Ansiosa por ver lo que estos jóvenes chefs tienen para nosotros —dijo la chef Reyes, sonriendo.

—Y por último, pero no menos importante —prosiguió el presentador, mientras la cámara enfocaba al último juez—, tenemos el privilegio de contar con el chef Rhys Solaire, experto en cocina francesa y mediterranea, con 8 estrellas Michellin en 5 restaurantes, y el premio al Chef del Año en 2005. Chef Solaire, ¿algún consejo para nuestros participantes?

—Queremos ver algo distinto, que se diferencie del resto. No teman a tomar riesgos y a pensar fuera de la caja. Eso es lo que los llevará lejos.

Las palabras de Rhys Solaire calaron hondo en Tim, y supo que pasara lo que pasara, en sus metas estaría impresionar al chef.

Por suerte, el presentador dejó de parlotear y ahora fue el turno de los jueces de tomar la palabra.

—Ya ustedes nos conocen, queridos concursantes, pero es hora de que nosotros los conozcamos a ustedes —continuó el chef Solaire.

—Para su primer desafío cocinarán un platillo que los represente —sentenció el chef Yeon—. Sus habilidades, orígenes y vivencias. Muestren todo eso en un plato.

—Tendrán a su disposición la despensa con todo lo que puedan necesitar —intervino la chef Reyes—. Su tiempo es de cuarenta minutos a partir de... ahora.

Tim no supo lo que debía hacer a continuación, pero el resto de los concursantes salió corriendo hacia un lado, así que él hizo lo mismo, hasta que entraron a una gran despensa con ingredientes de primera calidad.

Su mente trabajaba a toda velocidad, decidiendo lo que iba a hacer, recordando todos los ingredientes y tratando de coordinar su cuerpo para no chocar con alguno de sus compañeros. Una vez tuvo todo en su canasta, regresó a la estación que previamente le habían asignado.

Después de trabajar tanto tiempo en la cocina de un restaurante, Tim sabía cómo manejar el tiempo y trabajar bajo presión. Era una habilidad indispensable para ser un chef profesional. Sin embargo, no contaba con las cámaras y la constante vigilancia de los jueces. Más de una vez, el chef Yeon y la chef Reyes pasaron por su estación y discutieron con Solaire. En esos momentos, Tim luchaba por permanecer sereno y mantener la concentración.

El tiempo terminó justo cuando terminaba de emplatar, y no fue hasta entonces que se permitió respirar de alivio. No sabía si lo que había hecho impresionaría a los jueces, pero al menos lo había intentado.

—¡Bien, el tiempo se acabó! —anunció el presentador—. Ahora nuestros jueces pasarán por cada estación para degustar sus creaciones.

Tim observó sus tres platos, y luego lo que hicieron sus otros compañeros. Una estación más allá, se encontró con la mirada de Naoko.

Ella le sonrió.

Y por primera vez en todo el día, Tim sintió miedo.


***

Para un chef, no había momento de más angustia que esos pocos segundos en los que alguien probaba el primer bocado de tu comida. Podías creer que toda la preparación salió perfecta, pero hasta que no probaran el plato nada era seguro.

Y si a eso le sumamos que las personas que probarían tu comida eran tres figuras de renombre mundial, la angustia era infinitamente peor.

Los jueces comenzaron a recorrer estación por estación, con la cámara tras ellos. Preguntaban al chef en cuestión lo que había cocinado, probaban unos bocados, bebían agua y se iban. Sin más. Sin ningún elogio o comentario, sin siquiera un mínimo gesto que delatara sus pensamientos.

En ese momento, estaban en la estación antes de la de Tim. Saludando a Naoko.

—Señorita Naoko, ¿esto que veo es ramen? —preguntó el chef Solaire, sin poder ocultar su impresión.

—Así es, señor —respondió ella, orgullosa.

Tim entendía la sorpresa de los jueces. El ramen era una preparación que normalmente tomaba una hora o más. Que Naoko lo hubiera logrado en menos de 40 minutos en serio era impresionante.

—Es un ramen de chuleta de cerdo —explicó ella, mientras los tres jueces lo probaban—. Provengo de una familia de varias generaciones de chefs, así que para nosotros la comida es muy importante, y el ramen es un plato distintivo de mi cultura y mi familia.

—Gracias, Naoko —dijo la chef Reyes, una vez terminaron de degustar su platillo.

Los jueces pasaron a la estación de al lado, y mientras más se acercaba su turno, Tim sentía más presión. ¿Cómo iba a competir contra Naoko, la chica que ya lo había vencido en tantas ocasiones mientras eran estudiantes? Parecía una batalla perdida, pero allí seguía, con la esperanza de que su plato fuera tan impresionante como los de sus rivales.

—Tim, ¿qué nos preparaste?

Antes de lo que había previsto, los chefs Yeon, Reyes y Solaire estaban frente a él, observando sus platos. A Tim no le dio tiempo ni de ponerse nervioso.

—Filetes de lubina con caldo japonés de setas —respondió enseguida, como si los jueces se lo hubieran preguntado con amenazas.

—¿Y cómo este plato te representa? —quiso saber el chef Yeon.

—Pues, mi familia es japonesa, pero yo nací aquí. A mi padre le gusta pescar y mi madre solía mezclar la comida japonesa con la californiana. Mi plato es esencialmente eso —dijo Tim, tratando de ignorar la cámara que sabía que grababa cada una de sus palabras.

No le gustaba la idea de seguir compartiendo su vida personal con los miles o millones de personas que verían el programa. 

Los jueces tomaron los tenedores y probaron el pescado de Tim. Lo había hecho para sus padres tantas veces que perdió la cuenta, y siempre quedaba cocinado a la perfección. Sin embargo, ya no estaba en la cocina de su casa, sino en un estudio de televisión, en medio de una competencia de chefs profesionales. Si había una circunstancia en que pudiera salir mal, sería en esa.

—Gracias, Tim —dijo el chef Solaire, sin el menor ápice de disgusto o satisfacción.

Los tres jueces eran una página en blanco cuando pasaron a los siguientes concursantes y dejaron al pobre Tim conteniendo la respiración.

Varios minutos después, los chefs regresaron a sus puestos en la parte delantera del set y anunciaron que ya tenían su veredicto.

Los concursantes se pusieron en fila frente a los jueces, y al menos a Tim le reconfortó comprobar que no era el único nervioso.

—Muy bien, jueces. ¿Tomaron su decisión? —preguntó el presentador con sus ademanes ensayados.

—Correcto —respondió la chef Reyes—. Ya tenemos a los mejores y los peores.

—Para los que no lo saben —comenzó a explicar el presentador—. En cada desafío los jueces elegirán los tres mejores y peores platos, y de estos saldrán el ganador del desafío y quién será eliminado.

Eliminado. La palabra retumbó en la mente de Tim, hizo eco en su cabeza hasta materializarse como un miedo real. Jamás había creído posible ser eliminado en el primer reto. Jamás. Hasta justo ese momento.

—Por favor, jueces. Díganos, ¿quiénes fueron los mejores chefs de hoy?

—En tercer lugar, tenemos a un chef que supo combinar sabores y texturas, y que nos entregó un pollo cocinado a la perfección —dijo el chef Yeon.

Tim supo en seguida que no se trataba de él, pero no prestó la suficiente (ninguna) atención a lo que habían hecho los demás concursantes. Así que se sorprendió al escuchar:

—Alessandro, da un paso al frente.

El resto de los chefs aplaudió (más por obligación que por otra cosa) mientras el tipo que se había equivocado de estudio con Tim daba un paso al frente con una gran sonrisa de orgullo.

—En segundo lugar —prosiguió Verónica Reyes—, está un chef que nos sorprendió con su técnica y osadía al combinar ingredientes.

Esa descripción no era muy precisa. Podía tratarse de cualquier persona, combinar ingredientes y tener técnica eran dos de las cualidades básicas de un cocinero profesional. Podía ser cualquiera... y por eso fue que Tim no dio crédito a sus oídos cuando escuchó su nombre.

—Tim, un paso al frente, por favor.

Los aplausos sonaron a su alrededor, dio un paso al frente junto a Alessandro, y por fin sintió que dejaba de contener la respiración. Una oleada de alivio le recorrió el cuerpo, pero se detuvo súbitamente cuando el chef Solaire dio al ganador del desafío.

—En nuestro primer lugar, no fue difícil para nosotros ponernos de acuerdo, pues se trató de un despliegue de habilidades impresionante. Felicidades... señorita Naoko.

Todos los presentes aplaudieron más fuerte, mientras la radiante ganadora del primer desafío se situaba al lado de Tim, segura, sin sobresaltos, con una pequeña sonrisa de comedida satisfacción.

—Mis felicitaciones, los tres hicieron un gran trabajo —repuso el chef Solaire—. Están a salvo de la eliminación, pueden regresar a sus estaciones.

—Muchas gracias, chef —respondió Alessandro.

Tim y Naoko, por otro lado, se limitaron a bajar la cabeza en señal de respeto y agradecimiento. Los tres dieron media vuelta para dirigirse a sus puestos, y cuando ya estaban algo lejos del grupo, Tim notó un olor a jazmín a su lado derecho.

—Primera y segundo. Igual que en la escuela —murmuró Naoko, guiñándole un ojo.

A Tim no le dio tiempo de pensar en una respuesta inteligente, porque enseguida su excompañera se alejó de él y se situó frente a su estación de cocina.

Fue solo un par de segundos, pero el mensaje de la mujer le había llegado fuerte y claro.

Su objetivo era hacer que la historia se repitiera.

***

Después de tanto tiempo sintiendo que era una completa extraña en el mundo culinario, poder cocinar recetas de verdad por sí misma era muy gratificante para Debra.

Estaba sola en casa. Kate había ido a jugar otra vez con la hija de Sonia, así que ella tenía tiempo para experimentar con una lasaña de berenjena, y tratar de que su hija por fin comiera vegetales.

En su mente apareció Tim. Su profesor seguramente se enorgullecería de ella si la viera. Fue muy extraño cuando ese día en su departamento lo llamaron para participar en un concurso de cocina, él y Amanda estaban tan emocionados que ella se sintió como una intrusa. Tras eso, Tim tuvo que adaptar sus horarios y reducir sus clases a solo una vez por semana. Debra decidió aprender ciertas cosas por su cuenta, y así cuando volvieran a verse lo impresionaría.

Sin embargo, era más fácil decirlo que hacerlo.

—A ver... colocar las berenjenas en agua con sal para sacar el sabor amargo... —leyó de un libro de cocina que había comprado.

Le pareció el más apropiado para ella, pues se titulaba "Cocina para torpes".

—¿Eso era antes de cocinarlas? Ay, no... —Porque sí, ya las había cocinado.

Un mes atrás, Debra se hubiese dado por vencida, hubiese tirado todo a la basura y pedido una pizza a domicilio. Pero, como le dijo Tim una vez, todo en la cocina tenía solución, y en este caso tuvo suerte de que el sabor amargo de las berenjenas se perdía con el de la salsa y la carne.

Además, si tomaba una foto, Tim no se daría cuenta de que se había saltado ese paso.

Una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro de Debra al imaginar la expresión de su profesor. No le duró mucho, porque justo entonces escuchó que la puerta de entrada se abría.

—¡Debra!

A la joven mujer se le heló la sangre cuando escuchó esa voz. Su parte racional sabía que tarde o temprano regresaría, pero le gustaba tener la esperanza de jamás volver a verlo.

No le dio tiempo de reaccionar o prepararse, pues Marlon, el hombre que las había abandonado hacía nueve meses atrás, irrumpió en la cocina sin más.

—Con que aquí estás. ¿Por qué no me respondes, eh?

—¿Qué...? —empezó Debra con voz temblorosa—. ¿Qué estás haciendo aquí? Tú no puedes venir...

—Esta es mi casa, claro que puedo —la interrumpió él. Algo muy habitual en su relación.

—P-pero tú te fuiste... —intentó continuar ella.

—No creas que quiero volver contigo, linda. Ni lo sueñes. Quiero el divorcio.

Ella sintió como si le quitaran una tonelada de encima. No tendría que aguantar a Marlon nunca más, él quería el divorcio, probablemente para desaparecer por siempre con esa nueva mujer que tenía.

—Está bien, yo tam...

—¿Dónde está Kate? —quiso saber Marlon.

—Está en casa de una amiga, jugando —respondió ella—. De Lindsey, la hija de...

—¿Y por qué no estás allá con ella?

—Kate me dijo que no era necesario y que...

—Ah, claro, ahora tu hija de ocho años te dice qué hacer, ¿no? —la cortó el hombre, con tono sarcástico.

—No... —murmuró Debra, agachando la cabeza.

Supuso que Marlon estaba preparando otro insulto, pero no le dio tiempo de comprobarlo, pues un olor a quemado empezó a inundar la cocina.

Debra se giró hacia su salsa, o hacia donde se suponía que estaba su salsa, porque ahora solo era un líquido espeso, humeante y de color marrón. Sacó la olla del fuego y la echó al fregadero. Entre el humo, podía notar la mirada burlona de Marlon.

—¿Qué intentabas, Debra?

—Estaba... cocinando —respondió ella, con vergüenza.

¿Por qué sentía vergüenza? No lo sabía. Pero Marlon tenía la capacidad de hacer que sintiera vergüenza de cualquier cosa que hiciera. 

—¿Cocinando? No me hagas reír —se burló él—. Mejor quédate con la comida de microondas, no quiero que quemes mi casa.

Debra abrió la ventana para ventilar la cocina y que el olor de su intento fallido de salsa se disipara. Aunque, en realidad, lo hizo porque le servía de excusa para no mirar a Marlon a la cara.

―¿Solo volviste para burlarte, Marlon? ―masculló Debra, apretando la mandíbula. 

―No, en realidad vine para buscar el auto. 

―¿Qué? ¿Por qué quieres el auto? Ya tienes el tuyo.

―Ambos son míos, Debra. Los compré con MI dinero. Y como ya tengo uno, quiero vender el otro. 

―No... no puedes venderlo. Nos dejarás a Kate y a mí sin auto. 

―Me parece que Kate no conduce, ¿o sí? Y como te dije, es mi auto, claro que puedo venderlo. 

―Entonces te lo compraré. Tengo dinero ahorrado, solo dime y...

―Ni te molestes, Debra. Ya tengo comprador. 

La noticia le cayó como un gancho al estómago. ¿Entonces ese sería el nuevo juego de Marlon? ¿La despojaría de todo, la dejaría en la calle con tal de atormentarla? No pudo hacer más que apretar los puños mientras veía cómo su pronto exesposo buscaba las llaves de su auto en la mesa de la cocina y se las embolsillaba. 

—Bueno, yo ya me largo. Volveré en unos días para traerte los papeles y ver a mi hija. Espero que esté bien a pesar de tu negligencia, aunque me serviría para obtener su custodia.

La mujer no pudo evitar girarse ante esa última frase. Vio a Marlon a los ojos, quizá por primera vez desde que había entrado, y le dijo:

—Tú no puedes quitarme a Kate.

Marlon solo sonrió. Como si lo que dijo fuera un chiste, burlándose de ella aún en las situaciones más serias.

—Dejemos que el juez decida eso.

Y sin más, el hombre salió de la cocina y de la casa, dejando a Debra con una angustia creciente en su corazón y el olor amargo de la salsa quemada. 

.

¡Chan, chan, chaaan! 

Bastante dramático el capítulo de hoy, ¿no creen? 

Tengo una pequeña acotación, y es que esta historia transcurre en el 2007, por eso los premios de los jueces de America's Pro Chef (qué gran nombre para un programa, ¿eh?) son a inicios de los 2000. 

Para que no les deprima el final del capítulo, les dejo cómo se vería el plato del primer reto de Tim: 

Y también un meme que me recordó a Debra:

¡Nos leemos pronto!

-Nat.

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