My Angel

By razodominguez

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Prรณlogo
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By razodominguez

Al despertar el domingo por la mañana, a Harry le costó un rato recordar por
qué se sentía tan mal. Luego, el recuerdo de la noche anterior estuvo dándole vueltas en la cabeza. Se incorporó en la cama y descorrió las cortinas del dosel para intentar hablar con Ron y explicarle las cosas, pero la cama de su amigo se hallaba vacía. Evidentemente, había bajado a desayunar.

No se sentía bien, Ron estaba enojado con él y eso le dolía. Solo una vez habían peleado, y fue por Malfoy.

El echo de que no le creyera lo hacía sentir culpable.

Decidió vestirse y bajar a la sala común. En cuanto apareció, los que ya habían vuelto del desayuno prorrumpieron en aplausos. La perspectiva de bajar al Gran Comedor, donde estaría el resto de los alumnos de Gryffindor, que lo tratarían como a una especie de héroe, no lo seducía en absoluto. Odiaba eso, él intentaba escapar de toda esa atención y al final siempre volvía a tenerla sin siquiera esforzarse por obtenerla.
Tenía la opción de utilizar la capa, sin embargo, decidio no tomarla, tarde o temprano se tendría que enfrentar a todo eso.

Caminó resueltamente hacia el retrato, por suerte no estaba los hermanos Creevey, sabía que si llegaban a estar ahí le empezarían a hacer muchas preguntas. Abrió, traspasó el hueco y se encontró de cara con Hermione.

—Hola —saludó ella, que llevaba una pila de tostadas envueltas en una
servilleta—. Te he traído esto... ¿Quieres dar un paseo?

—Buena idea —le contestó Harry, agradecido.

Bajaron la escalera, cruzaron aprisa el vestíbulo sin desviar la mirada hacia
el Gran Comedor y pronto recorrían a zancadas la explanada en dirección al
lago, donde estaba anclado el barco de Durmstrang, que se reflejaba en la superficie como una mancha oscura. Era una mañana fresca, y no dejaron de moverse, masticando las tostadas, mientras Harry le contaba a Hermione qué era exactamente lo que había ocurrido después de abandonar la noche anterior la mesa de Gryffindor. Para alivio suyo, Hermione aceptó su versión sin un asomo de duda.

—Bueno, estaba segura de que tú no te habías propuesto —declaró cuando él terminó de relatar lo sucedido en la sala—. ¡Si hubieras visto la cara que pusiste cuando Dumbledore leyó tu nombre! Pero la pregunta es: ¿quién lo
hizo? Porque Moody tiene razón, Harry: no creo que ningún estudiante pudiera hacerlo... Ninguno sería capaz de burlar el cáliz de fuego, ni de traspasar la raya de...

—¿Has visto a Ron? —la interrumpió Harry.

Hermione dudó.

—Eh... sí... está desayunando —dijo.

—¿Sigue pensando que yo eché mi nombre en el cáliz?

—Bueno, no... no creo... no en realidad —contestó Hermione con embarazo.

—¿Qué quiere decir «no en realidad»?

—¡Ay, Harry!, ¿es que no te das cuenta? —dijo Hermione—. ¡Está celoso!

—¿Celoso? —repitió Harry sin dar crédito a sus oídos—. ¿Celoso de qué?
¿Es que le gustaría hacer el ridículo delante de todo el colegio?

—Mira —le explicó Hermione armándose de paciencia—, siempre eres tú el que acapara la atención, lo sabes bien. Sé que no es culpa tuya —se apresuró a añadir, viendo que Harry abría la boca para protestar—, sé que no lo vas buscando... pero el caso es que Ron tiene en casa todos esos hermanos con los que competir, y tú eres su mejor amigo, y eres famoso. Cuando te ven
a ti, nadie se fija en él, y él lo aguanta, nunca se queja. Pero supongo que esto ha sido la gota que colma el vaso...

—Genial —dijo Harry con amargura—, realmente genial. Dile de mi parte que me cambio con él cuando quiera. Dile de mi parte que por mi encantado...
Verá lo que es que todo el mundo se quede mirando su cicatriz de la frente con la boca abierta a donde quiera que vaya...

—No pienso decirle nada —replicó Hermione—. Díselo tú. Es la única
manera de arreglarlo.

—¡No voy a ir detrás de él para ver si madura! —estalló Harry. Había hablado tan alto que, alarmadas, algunas lechuzas que había en un árbol cercano echaron a volar—. Sabes, iré con Cedric, necesito simplemente estar con mi novio para poder estar mejor. Y con: «necesito» me refiero a estar con alguien que si me cree.

—Yo te creo, Harry —dijo la castaña,  pero el azabache ya había salido.

Estaba enojado, una de las personas más importantes para él no le creía.
Soltó un suspiro, solo necesitaba un abrazo de su pareja para poder volver a estar feliz.

Entro a la biblioteca pensando que ahí estaría, pero lo único que encontró fueron miradas dirigidas hacia él con enojo.

—Al parecer todos me odian —murmuró Harry para él mismo pero sus palabras fueron escuchadas por dos Hufflepuff's que iban entrando.

—No todos, aún nosotros te queremos Hazz —respondió uno de ellos.

Harry se sobresaltó al escucharlo.

—¡Cuidado! Casi te caes del susto —Jake río al ver la cara del menor—. Enserio no te odiamos.

—Bueno —dijo Harry mientras se acomodaba la mochila. Se le había caído un poco cuando escucho la voz de Drake— me alegra saber eso, mínimo aún los tengo a ustedes.

—Sí... oye, te apoyaremos. Tal vez somos los mejores amigos de Ced; pero tú leoncito tierno, eres nuestro pequeño —confesó Jake.

—No sé si poner feliz o triste por mi pobre novio.

—¿Escuchaste eso? Mi pobre novio.

—Lo escuche alto y claro —respondió el rubio —Drake—.

—Dejen sus tonterías a lado. Ya que están aquí les preguntaré a ustedes, ya que son los únicos que me ven bien ¿saben dónde está Ced?

—Bueno...

—Es obvio que no saben.

—Estas en lo correcto —admitió Drake.

—Esta bien, iré yo a buscarlo.

—Sí esto te sirve de ayuda, nos dijo que quería estar un momento a solas.

Harry simplemente asintió.

Salió de la biblioteca, tenía un lugar en su mente.
Muy pocas veces habían ido ahí; ya que era el único lugar donde podían estar juntos sin que nadie los llegara a molestar.

—No puedo creer que enserio te encontrara aquí —declaró mientras tomaba asiento a lado de él.

—Sabes que es mi lugar favorito.

—Se que lo es, aunque no se sus razones.

—Algún día lo sabrás, my love.

—Eso signifuca... ¿qué algún día me lo dirás? —interrogó el azabache.

—Probablemente —respondió el castaño con una sonrisa.

—Entonces no intentaré averiguarlo; esperare a que tú me lo digas.

—Merlín, eres tan perfecto.

Harry soltó una pequeña risa al escuchar eso.

—No soy perfecto.

—Claro que lo eres.

Ambos quedaron en silencio, no era incómodo y eso le agradaba a Harry. Pasar tiempo con Cedric ya sea charlando de sus vidas, de cosas de la escuela, de libros o simplemente acostados sin decir nada, era lo mejor para él.

Se recostó en el hombro del castaño.

—¿Por qué crees que alguien metería mi nombre en el cáliz?

—Tal vez... no quiero decirlo, pero se que sabes lo que pienso.

—Hermione también piensa lo mismo, y les doy la razón a ambos.

—¿Ya le dijiste a Sirius y Remus?

—Aún no, no he encontrado la forma de decirselos. Ambos aún siguen ocupados, no quiero mostrarme como una molestia.

Cedric se paró de su lugar y volteó a verlo. Detuvo su mano al frente del chico.

Harry miraba confundido la mano.

—¿Qué?

—Vamos.

—¿A-a dónde?

—Tú solo toma mi mano.

Harry la tomó, sin siquiera volver a preguntar. Confiaba a Cedric, así que no volvió a preguntar hasta que esté le dijera.

El castaño salió corriendo, haciendo que el azabache casi se tropezará con una piedra.

Siguieron corriendo hasta llegar al frente de un árbol.

—No me digas que quieres entrar ahí.

—Vamos, lo hicimos el año pasado, no creo que sea diferente este.

—Cedric- —el ojiverde iba a hablar, pero fue detenido por su pareja.

—Necesito que te distraigas, pronto empezará todo esto y necesito que mínimo por unos momentos seas feliz.

Harry sonrió, y no era una sonrisa como anteriormente le había dado a su novio, ahora era sincera.
Entendía perfectamente lo que quería hacer su pareja.

Harry lanzó el hechizo para que el árbol se detuviera.
Entraron por el pasadizo y miraron como todo estaba limpio.

—Remus si que se lució.

—Él siempre lo hace. Seria raro que no lo hiciera.

—Sabes, amaba verlo pasar, sus clases y todo.

—Remus era un gran maestro.

—Lo sé, ojalá Snape se hubiera mantenido callado por primera vez en su vida.

—Me alegra saber que siempre estamos deacuerdo en eso —dijo con una sonrisa de oreja a oreja Harry.

—A mi también.

Ambos se quedaron un rato más, nadie lo molestaba, nadie lo apuntaba, ni miraba con recelo a Harry.

Estar con Cedric lo hacía olvidar todo, era lo que más amaba de pasar tiempo con su pareja.

[...]

Harry caminaba deben lado a otro, por unos momentos se paraba en frente de su mesita para después volver a seguir caminando.

—!Merlín¡ —exclamó Harry mientras tomaba asiento— No puede ser tan difícil escribir. Vamos Harry, tú puedes —soltó tratando de darse ánimos, algo que al final no resultó.

—Esto es una completa mierda —gritó Finnigan mientras entraba a la habitación azotando la puerta.

—Oye, por favor cálmate —habló en voz baja Dean mientras entraba a la habitación, estaba tratando de tranquilizar a su novio.

—Como odio a Snape.

—¿Ahora qué hizo?

—Bueno, unos Slytherins me lanzaron unos hechizos y como todo Gryffindor que soy, no me deje y se los devolví.

—Ok pero, ¿qué tiene que ver Snape aquí?

—Que me castigo por hacerlo, pero a los malditos Slytherins los dejo salirse con la suya. Porque según él solo vio como yo lo hacía —imitó el castaño a Snape.

—Ahora entiendo el enojo.

—¿Qué tal si mejor tomamos una siesta? Te hace falta una, cariño.

—¿Tú crees? —preguntó.

—La verdad no, pero tal vez eso haga que se te baje un poco el enojo que Snape provoco.

—Mmm —emitió Seamus.

Ambos se acostaron.

Harry sonrió al mirarlos, mínimo aún ellos lo trataban normal.

[...]

Si Harry había tenido esperanzas de que las cosas mejoraran cuando todo el mundo se hubiera hecho a la idea de que él era campeón, al día siguiente comprobó lo equivocado que estaba. Una vez reanudadas las clases, no pudo seguir evitando al resto del colegio, y resultaba evidente que el resto del colegio, exactamente igual que sus compañeros de Gryffindor, pensaba que era Harry el que se había presentado al Torneo. Pero, a diferencia de sus compañeros de Gryffindor, no parecían favorablemente impresionados.

Los de Hufflepuff, que generalmente se llevaban muy bien con los de Gryffindor, se mostraban ahora muy antipáticos con ellos. Bastó una clase de Herbología para que esto quedara patente. No había duda de que los de
Hufflepuff pensaban que Harry le quería robar la gloria a su campeón. Un sentimiento que, tal vez, se veía incrementado por el hecho de que la casa de Hufflepuff no estaba acostumbrada a la gloria, y de que Cedric era uno de los pocos que alguna vez le habían conferido alguna, cuando ganó a Gryffindor al quidditch. Ernie Macmillan y Justin Finch-Fletchley, con quienes Harry solía llevarse muy bien, no le dirigieron la palabra ni siquiera cuando estuvieron trasplantando bulbos botadores a la misma bandeja, pero se rieron de manera bastante desagradable al ver que uno de los bulbos botadores se le escapaba a Harry de las manos y se le estrellaba en la cara. Ron también le había retirado la palabra. Hermione se sentó entre ellos, forzando la conversación; pero, aunque uno y otro le respondían con normalidad, evitaban el contacto
visual entre sí. A Harry le pareció que hasta la profesora Sprout lo trataba de
manera distante. Y es que ella era la jefa de la casa Hufflepuff.

En circunstancias normales se hubiera muerto de ganas de ver a Hagrid, pero la asignatura de Cuidado de Criaturas Mágicas implicaba ver también a los de Slytherin. Era la primera vez que se vería con ellos desde su conversión
en campeón.
Como era de esperar, Malfoy llegó a la cabaña de Hagrid con su habitual
cara de desprecio.

—¡Ah, miren, chicos, es el campeón! —les dijo a Crabbe y Goyle en cuanto
llegaron a donde él podía oírlos—. ¿Han traído el libro de autógrafos? Tienen que darse prisa para que les firme, porque no creo que dure mucho: la
mitad de los campeones murieron durante el Torneo. ¿Cuánto crees que vas a durar, Potter? Mi apuesta es que diez minutos de la primera prueba.

Crabbe y Goyle le rieron la gracia a carcajadas, si no fuera porque Hermione se puso al frente de Seamus y Dean, ambos hubiera lanzado un hechizo hacia al trio.

Malfoy tuvo que dejarlo porque Hagrid salió de la parte de atrás de la cabaña con una torre bamboleante de cajas, cada una de las cuales contenía un escreguto bastante grande. Para espanto de la clase, Hagrid les explicó que la razón de que los escregutos se hubieran estado matando unos a otros era un exceso de energía contenida, y la solución sería que cada alumno le pusiera una correa a un escreguto y lo sacara a dar una vuelta.
Lo único bueno de aquello fue que
acaparó toda la atención de Malfoy.

—¿Sacarlo a dar una vuelta? —repitió con desagrado, mirando una de las
cajas—. ¿Y dónde le vamos a atar la correa? ¿Alrededor del aguijón, de la cola explosiva o del aparato succionador?

—En el medio —dijo Hagrid, mostrándoles cómo—. Eh... tal vez deberían ponerse antes los guantes de piel de dragón, por si acaso. Harry, ven aquí y ayúdame con este grande...

En realidad, la auténtica intención de Hagrid era hablar con Harry lejos del
resto de la clase.
Esperó hasta que todo el mundo se hubo alejado con los escregutos, y
luego se volvió a Harry y le dijo, muy serio:

—Así que te toca participar, Harry. En el Torneo. Campeón del colegio.

—Uno de los campeones —lo corrigió Harry.

Debajo de las cejas enmarañadas, los ojos de color negro azabache de Hagrid lo observaron con nerviosismo.

—¿No tienes ni idea de quién pudo hacerlo, Harry?

—Entonces, ¿tú sí me crees cuando digo que yo no fui? —le preguntó Harry, haciendo un esfuerzo para disimular el sentimiento de gratitud que le habían inspirado las palabras de Hagrid.

—Por supuesto —gruñó Hagrid—. Has dicho que no fuiste tú, y yo te creo.
Y también te cree Dumbledore.

—Me gustaría saber quién lo hizo —dijo el ojiverde amargamente.

Los dos miraron hacia la explanada. La clase se hallaba en aquel momento muy dispersa, y todos parecían encontrarse en apuros. Los escregutos median casi un metro y se habían vuelto muy fuertes. Ya no eran blandos y descoloridos, porque les había salido una especie de coraza de color gris brillante. Parecían un cruce entre escorpiones gigantes y cangrejos de río, pero seguían sin tener nada que pudiera identificarse como cabeza u ojos. Se habían vuelto vigorosos y difíciles de dominar.

—Parece que lo pasan bien, ¿no? —comentó Hagrid contento.

Harry dio por sentado que se refería a los escregutos, porque sus compañeros de clase, decididamente, no lo estaban pasando nada bien: de vez en cuando estallaba la cola de uno de los escregutos, que salía disparado a varios metros de distancia, y más de un alumno acababa arrastrado por el suelo, boca abajo, e intentaba desesperadamente ponerse en pie.

—Ah, Harry, no sé... —dijo Hagrid de pronto con un suspiro, mirándolo otra
vez con preocupación—. Campeón del colegio... Parece que todo te pasa a ti,
¿verdad?

Harry no respondió. Sí, parecía que todo le pasaba a él. Eso era más o
menos lo que le había dicho su mejor amiga, paseando por el lago, y ése, según ella, era el motivo de que Ron le hubiera retirado la palabra.

Los días siguientes se contaron entre los peores que Harry pasó en Hogwarts. Lo más parecido que había experimentado habían sido aquellos meses, cuando estaba en segundo, en que una gran parte del colegio sospechaba que era él el que atacaba a sus compañeros, pero en aquella ocasión Ron había estado de su parte. Le parecía que podría haber soportado la actitud del resto del colegio si hubiera vuelto a contar con la amistad de su mejor amigo, pero no iba a intentar convencerlo de que se volvieran a hablar si él no quería hacerlo. Sin embargo, se sentía solo, tenía a su novio, pero igual él tenía a sus propios amigos y además no recibía más que desprecio de todas partes. Era capaz de entender la actitud de los de Hufflepuff, aunque no le hiciera
ninguna gracia, porque ellos tenían un campeón propio al que apoyar, a excepción de los dos amigos de Cedric, los cuales parecía no importarles que sus propios compañeros los odiaran por apoyarlo. Tampoco esperaba otra cosa que insultos por parte de los de Slytherin (les caía muy mal, y siempre había sido así, porque él había contribuido muy a menudo a la victoria de Gryffindor frente a ellos, tanto en quidditch como en la Copa de las Casas). Pero había esperado que los de Ravenclaw encontraran tantos motivos para apoyarlo a él como a Cedric. Y se había equivocado: la mayor parte de los de Ravenclaw parecía pensar que él se desesperaba por conseguir un poco más de fama y que por eso había engañado al cáliz de fuego para que aceptara su nombre.

Cedric ya le había dicho que ignorara todo eso, pero él no lo entendía, tenía el apoyo de todos, mientras que él quedaba como "el chico que busca más fama"; además estaba el hecho de que Cedric quedaba mucho mejor que él como campeón.

Si era honesto, hasta él mismo piensa eso, era extraordinariamente guapo, con la nariz recta, el pelo moreno y
los ojos grises, ojala Cedric jamás llegara a leer su mente, pero había aquellos días donde no se sabía quién era más admirado, si él o Viktor Krum.

Llegó a ver un día a la hora de la comida que las mismas chicas de sexto que tanto interés habían mostrado en conseguir el autógrafo de Viktor Krum le pedían a Cedric que les firmara en las mochilas. Si era honesto, sentía celos de que todas anduvieron detrás de su novio, obvio él se negaba, pero igual eso no cambiaba nada. Mientras tanto, Sirius y Remus no contestaban ya sus cartas, Hedwig no lo dejaba acercarse, la profesora Trelawney le predecía la muerte incluso con más convicción de la habitual, y en la clase del profesor Flitwick le fue tan mal con los
encantamientos convocadores que le mandó más deberes (y fue el único al
que se los mandó, aparte de Neville).

—¿Qué es lo que te sucede? No lograste hacer el encantamiento.

—¿Y?

—¿Y? Tú siempre eres de los mejores en esta clase.

—No tengo ánimos —fue lo único que dijo antes de seguir caminando.

Cuando dio vuelta vio que en ese momento pasó Cedric rodeado de un numeroso grupo de tontitas, todas las cuales miraron a Harry como si fuera un escreguto de cola explosiva especialmente crecido.
Sabía que estaba mal expresarse así de las chicas, pero igual el enojo le ganaba.

Cedric miro hacia donde estaba él y le sonrió mientras le giñaba el ojo, tal vez ellas estaban detrás del Hufflepuff, pero su novio solo tenía ojos para él.

—¿No te molesta que estén detrás de Cedric todas las chicas? —preguntó Hermione mientras ambos miraban como el castaño se alejaba con todo el grupo de chicas siguiéndolo.

—Sabes, me muero de ganas de que llegue la clase doble de pociones que tenemos esta tarde —dijo Harry, ignorando la pregunta de su amiga.

—Sí, cómo no.

La clase doble de Pociones constituía siempre una mala experiencia, pero
aquellos días era una verdadera tortura. Estar encerrado en una mazmorra durante hora y media con Snape y los de Slytherin, dispuestos a mortificar a Harry todo lo posible por haberse atrevido a ser campeón del colegio, era una de las cosas más desagradables que Harry pudiera imaginar. Así había sido el viernes anterior, en el que Hermione, sentada a su lado, se pasó la clase repitiéndole en voz baja: «No les hagas caso, no les hagas caso»; y no tenía motivos para pensar que la lección de aquella tarde fuera a ser más llevadera.
Cuando, después de comer, Hermione y él llegaron a la puerta de la mazmorra de Snape, se encontraron a los de Slytherin que esperaban fuera, cada uno con una insignia bien grande en la pechera de la túnica. Por un momento,  tuvo la absurda idea de que eran insignias de la P.E.D.D.O. Luego vio que todas mostraban el mismo mensaje en caracteres luminosos rojos, que brillaban en el corredor subterráneo apenas iluminado:

Apoya a CEDRIC DIGGORY:
¡el AUTÉNTICO campeón de Hogwarts!

Era algo que había hecho Malfoy, algo en él sabía que era cierto.

—¿Te gustan, Potter? —preguntó Malfoy en voz muy alta, cuando Harry se aproximó—. Y eso no es todo, ¡mira!

Apretó la insignia contra el pecho, y el mensaje desapareció para ser
reemplazado por otro que emitía un resplandor verde: POTTER APESTA

Los de Slytherin berrearon de risa. Todos apretaron su insignia hasta que
el mensaje POTTER APESTA brilló intensamente por todos lados. Harry notó que se ponía rojo de furia.

—¡Ah, muy divertido! —le dijo Hermione a Pansy Parkinson y su grupo de chicas de Slytherin, que se reían más fuerte que nadie—. Derrochan ingenio.

El azabache simplemente cerró los ojos y soltó un suspiro, para después volver a abrirlos y sonreírle al rubio.

—Bueno, no me gusta el «Potter apesta», pero es lindo que apoyes a mi hermoso novio —respondió mientras seguía sonriendo. La sonrisa de Malfoy desapareció al escuchar eso—. ¿Qué? ¿No me tenía que gustar? Lo lamento, pero es que cuando se trata de mi novio, todo me gusta... ¿ya dije que es mi novio Cedric? Lo siento por mencionarlo demasiado; es que amo presumirlo —dijo con una sonrisa.

Ron estaba apoyado contra el muro con Dean y Seamus. No se habia reído, pero tampoco había defendido a su amigo; igual cuando escucho lo que dijo Harry, había sonreído.

Los Gryffindor que estaban ahí, habían empezado a reírse. Hermione quien normalmente intentaba evitar reírse de ese tipo de situaciones, no pudo aguantarse y se empezó a reír

—Como sea ¿Quieres una, Granger? —le dijo Malfoy, ofreciéndosela—. Tengo
montones. Pero con la condición de que no me toques la mano. Me la acabo de
lavar y no quiero que una sangre sucia me la manche.

La ira que Harry había acumulado durante días y días pareció a punto de
reventar un dique en su pecho. Antes de que se diera cuenta de lo que hacía
había cogido la varita mágica. Todos los que estaban alrededor se apartaron y
retrocedieron hacia el corredor.

—¡Harry! —le advirtió Hermione.

—Vamos, Potter —lo desafió Malfoy con tranquilidad, también sacando su
varita—. Ahora no tienes a Moody para que te proteja. A ver si tienes lo que
hay que tener...

Se miraron a los ojos durante una fracción de segundo, y luego,
exactamente al mismo tiempo, ambos atacaron:

—¡Furnunculus! —gritó Harry.

—¡Densaugeo! —gritó Malfoy.

De las varitas salieron unos chorros de luz, que chocaron en el aire y rebotaron en ángulo. El conjuro de Harry le dio a Goyle en la cara, y el de
Malfoy a Hermione. Goyle chilló y se llevó las manos a la nariz, donde le
brotaban en aquel momento unos forúnculos grandes y feos. Hermione se tapaba la boca con gemidos de pavor.

—¡Hermione! —Ron se acercó a ella apresuradamente, para ver qué le
pasaba.

Harry se volvió y vio a Ron que le retiraba a Hermione la mano de la cara. No fue una visión agradable. Los dos incisivos superiores de Hermione, que ya de por si eran más grandes de lo normal, crecían a una velocidad alarmante.
Se parecía más y más a un castor conforme los dientes alargados pasaban el labio inferior hacia la barbilla. Los notó allí, horrorizada, y lanzó un grito de terror.

—¿A qué viene todo este ruido? —dijo una voz baja y apagada. Acababa de llegar Snape.

Los de Slytherin se explicaban a gritos. Snape apuntó a Malfoy con un largo dedo amarillo y le dijo:

—Explícalo tú.

—Potter me atacó, señor...

—¡Nos atacamos el uno al otro al mismo tiempo! —gritó Harry.

—... y le dio a Goyle. Mire...

Snape examinó a Goyle, cuya cara no hubiera estado fuera de lugar en un
libro de setas venenosas.

—Ve a la enfermería, Goyle —indicó Snape con calma.

—¡Malfoy le dio a Hermione! —dijo Ron—. ¡Mire!

Obligó a Hermione a que le enseñara los dientes a Snape, porque ella
hacía todo lo posible para taparlos con las manos, cosa bastante dificil dado
que ya le pasaban del cuello de la camisa. Pansy Parkinson y las otras chicas de Slytherin se reían en silencio con grandes aspavientos, y señalaban a Hermione desde detrás de la espalda de Snape.

Snape miró a Hermione fríamente y luego dijo:

—No veo ninguna diferencia.

Hermione profirió un gemido y se le empañaron los ojos. Dando media
vuelta, echó a correr por el corredor hasta perderse de vista.
Tal vez fue una suerte que Harry y Ron empezaran a gritar a Snape a la
vez, y también que sus voces retumbaran en el corredor de piedra, porque de un momento a otro la profesora McGonagall ya se había acercado.

—¿Qué sucede aquí?

—Potter atacó al señor Malfoy, pero en ves de darle a él, le dio a Goyle —explicó Snape.

—No lo ataque, ambos nos lanzamos hechizos, se que no suena bien, pero igual no fui el único que lanzó el hechizo. Sí, le di a Goyle, pero Malfoy le dio a Hermione.

Muy bien, ¿y dónde está el señor Malfoy? —preguntó McGonagall.

—Esta adentro con los demás Slytherins

—Bien, no quiero quitar más tiempo, ambas casas tienen menos 50 puntos y de castigo limpiar el salón de pociones. Así que si me hace el favor, profesor Snape, de decirle al señor Malfoy la mala noticia.

—Para quedar claros, esto es para Harry y Malfoy, ¿verdad?

—Así es, señor Weasley, al menos que usted también estuviera involucrado.

—Yo lo hice nada —contestó el pelirro mientras alzaba ambas manos.

—Entonces se salvó del castigo.

McGonagall se fue sin decir nada más.

Snape no dijo nada, y simplemente les dijo que entraran o les restaría puntos.

Harry y Ron soltaron un suspiro, se habían salvado de la injusticia que claramente iba a cometer Snape.

Por un momento Harry creyó que Ron mínimo por un momento olvidaría todo y se sentiría con él. Pero entonces Ron se fue a sentar con Dean y Seamus, dejándolo solo en el pupitre. Al otro lado de la mazmorra, Malfoy le dio la espalda a Snape y apretó la insignia, sonriendo de satisfacción. La inscripción «POTTER APESTA» brilló en el aula.

La clase dio comienzo, y Harry decidió simplemente ponerle atención a Snape y sus explicaciones, estaba cansado de que todo eso estuviera dañando sus calificaciones.

—¡Antídotos! —dijo Snape, mirándolos a todos con sus fríos ojos negros de brillo desagradable—. Ahora deben preparar sus recetas. Quiero que
las elaboren con mucho cuidado, y luego elegiremos a alguien en quien
probarlas...

Los ojos de Snape se posaron en Harry, y éste comprendió lo que se avecinaba: Snape iba a envenenarlo. Harry se imaginó cogiendo el caldero, corriendo hasta el frente de la clase y volcándolo encima del grasiento pelo de Snape.
Pero entonces llamaron a la puerta de la mazmorra, y Harry despertó de
sus ensoñaciones.
Era Colin Creevey. Entró en el aula, sonrió a Harry y fue hacia la mesa de
Snape.

—¿Sí? —preguntó éste escuetamente.

—Disculpe, señor. Tengo que llevar a Harry Potter arriba.

Snape apuntó su ganchuda nariz hacia Colin y clavó los ojos en él. La sonrisa de Colin desapareció.

—A Potter le queda otra hora de Pociones —contestó Snape con frialdad—. Subirá cuando la clase haya acabado.

Colin se ruborizó.

—Señor..., el señor Bagman quiere que vaya —dijo muy nervioso—. Tienen que ir todos los campeones. Creo que les quieren hacer unas fotos...

El azabache hubiera dado cualquier cosa para que Colin no hubiera dicho las últimas palabras. Se arriesgó a echar una ojeada a Ron, pero éste no quitaba la vista del techo.

—Muy bien, muy bien —replicó Snape con brusquedad—. Potter, deje aquí
sus cosas. Quiero que vuelva luego para probar el antídoto.

—Disculpe, señor. Tiene que llevarse sus cosas —dijo Colin—. Todos los
campeones...

—¡Muy bien! —lo cortó Snape—. ¡Potter, tome su mochila y salga de mi
vista!

Harry se echó la bolsa al hombro, se levantó y se dirigió a la puerta. Al
pasar por entre los pupitres de los de Slytherin, vio la inscripción «POTTER
APESTA» brillando por todos lados.

—Es alucinante, ¿no, Harry? —comentó Colin en cuanto Harry cerró tras él la puerta de la mazmorra—. ¿No te parece? ¿Tú, campeón?

—Sí, realmente alucinante —repuso Harry con pesadumbre, encaminándose hacia la escalinata del vestíbulo—. ¿Para qué quieren las
fotos, Colin?

—¡Creo que para El Profeta!

—Genial —dijo Harry con tristeza—. Justo lo que necesito. Más publicidad.

—¡Buena suerte! —le deseó Colin cuando llegaron.

Harry llamó a la puerta y entró.
Era un aula bastante pequeña. Habían retirado hacia el fondo la mayoría
de los pupitres para dejar un amplio espacio en el medio, pero habían juntado tres de ellos delante de la pizarra, y los habían cubierto con terciopelo. Detrás de los pupitres habían colocado cinco sillas, y Ludo Bagman se hallaba sentado en una de ellas hablando con una bruja a quien Harry no conocía, que llevaba una túnica de color fucsia.
Como de costumbre, Viktor Krum estaba de pie en un rincón, sin hablar
con nadie. Cedric y Fleur conversaban. Fleur parecía mucho más contenta de
lo que la había visto Harry hasta el momento, y repetía su habitual gesto de sacudir la cabeza para que la luz arrancara reflejos a su largo pelo plateado. Un hombre barrigudo con una enorme cámara de fotos negra que echaba un poco de humo observaba a Fleur por el rabillo del ojo.

Cedric al verlo entrar sonrió, mirar a su pareja lo calmaba. Intento acercarse a él, pero vio que Bagman fue más rápido y se habia levantado rápidamente y avanzó como a saltos hacia Harry.

—¡Ah, aquí está! ¡El campeón número cuatro! Entra, Harry, entra... No hay
de qué preocuparse: no es más que la ceremonia de comprobación de la varita.
Los demás miembros del tribunal llegarán enseguida...

—¿Comprobación de la varita? —repitió Harry nervioso.

—Tenemos que comprobar que sus varitas se hallan en perfectas condiciones, que no dan ningún problema. Como sabes, son las herramientas más importantes con las que van a contar en las pruebas que tendrán por delante —explicó Bagman—. El experto está arriba en estos momentos, con Dumbledore. Luego habrá una pequeña sesión fotográfica. Esta es Rita Skeeter —añadió, señalando con un gesto a la bruja de la túnica de color fucsia—. Va a escribir para El Profeta un pequeño artículo sobre el Torneo.

—A lo mejor no tan pequeño, Ludo —apuntó Rita Skeeter mirando a Harry.
Tenía peinado el cabello en unos rizos muy elaborados y curiosamente rígidos que ofrecían un extraño contraste con su rostro de fuertes mandíbulas;
llevaba unas gafas adornadas con piedras preciosas, y los gruesos dedos —que agarraban un bolso de piel de cocodrilo— terminaban en unas uñas de varios centímetros de longitud, pintadas de carmesí.

—Me pregunto si podría hablar un ratito con Harry antes de que empiece la ceremonia —le dijo a Bagman sin apartar los ojos de Harry—. El más joven de los campeones, ya sabes... Por darle un poco de gracia a la cosa.
—¡Por supuesto! —aceptó Bagman—. Es decir, si Harry no tiene inconveniente...

—Eh... —vaciló Harry.

—Divinamente —exclamó Rita Skeeter.

Sin perder un instante, sus dedos como garras cogieron a Harry por el brazo con sorprendente fuerza, lo volvieron a sacar del aula y abrieron una puerta cercana.

—Es mejor no quedarse ahí con todo ese ruido —explicó—. Veamos... ¡Ah,
sí, este sitio es bonito y acogedor!

Era el armario de la limpieza. Harry la miró.

—Entra, cielo, está muy bien. Divinamente —repitió Rita Skeeter
sentándose a duras penas en un cubo vuelto boca abajo. Empujó a Harry para que se sentara sobre una caja de cartón y cerró la puerta, con lo que quedaron a oscuras—. Veamos...

Abrió el bolso de piel de cocodrilo y sacó unas cuantas velas que encendió
con un toque de la varita, y por arte de magia las dejó colgando en medio del
aire para que iluminaran el armario.

—¿No te importa que use una pluma a vuelapluma, Harry? Me dejará más
libre para hablar...

—¿Una qué? —preguntó Harry.

Rita Skeeter sonrió más pronunciadamente, y Harry contó tres dientes de oro. Volvió a coger el bolso de piel de cocodrilo y sacó de él una pluma de color verde amarillento y un rollo de pergamino que extendió entre ellos, sobre una caja de Quitamanchas mágico multiusos de la señora Skower. Se metió en la boca el plumín de la pluma verde amarillenta, la chupó por un momento con aparente fruición y luego la puso sobre el pergamino, donde se quedó balanceándose sobre la punta, temblando ligeramente.

—Probando: mi nombre es Rita Skeeter, periodista de El Profeta.

Harry bajó de inmediato la vista a la pluma. En cuanto Rita Skeeter empezó a hablar, la pluma se puso a escribir, deslizándose por la superficie del
pergamino:

La atractiva rubia Rita Skeeter, de cuarenta y tres años, cuya
despiadada pluma ha pinchado tantas reputaciones demasiado infladas...

—Divinamente —dijo Rita Skeeter una vez más.

Rasgó la parte superior del pergamino, la estrujó y se la metió en el bolso.
Entonces se inclinó hacia Harry.

—Bien, Harry, ¿qué te decidió a entrar en el Torneo?

—Eh... —volvió a vacilar Harry, pero la pluma lo distraía. Aunque él no hablara, se deslizaba por el pergamino a toda velocidad, y en su recorrido Harry pudo distinguir una nueva frase:

Una terrible cicatriz, recuerdo del trágico pasado, desfigura el rostro
por lo demás muy agradable de Harry Potter, cuyos ojos...

—No mires a la pluma, Harry —le dijo con firmeza Rita Skeeter. De mala gana, Harry la miró a ella—. Bien, ¿qué te decidió a participar en el Torneo?

—Yo no decidí participar —repuso Harry—. No sé cómo llegó mi nombre al cáliz de fuego. Yo no lo puse.

Rita Skeeter alzó una ceja muy perfilada.

—Vamos, Harry, no tengas miedo de verte metido en problemas. Ya
sabemos todos que tú no deberías participar. Pero no te preocupes por eso: a nuestros lectores les gustan los rebeldes.

—Pero es que no fui yo —repitió Harry—. No sé quién-

—¿Qué te parecen las pruebas que tienes por delante? —lo interrumpió
Rita Skeeter—. ¿Estás emocionado? ¿Nervioso?

—No he pensado realmente... Sí, supongo que estoy nervioso —reconoció Harry. La verdad es que mientras hablaba se le revolvían las tripas.

—En el pasado murieron algunos de los campeones, ¿no? —dijo Rita Skeeter—. ¿Has pensado en eso?

—Bueno, dicen que este año habrá mucha más seguridad —contestó
Harry.

Entre ellos, la pluma recorría el pergamino a tal velocidad que parecía que estuviera patinando.

—Desde luego, tú te has enfrentado en otras ocasiones a la muerte, ¿no?
—prosiguió Rita Skeeter, mirándolo atentamente—. ¿Cómo dirías que te ha afectado?

—Eh...

—¿Piensas que el trauma de tu pasado puede haberte empujado a probarte a ti mismo, a intentar estar a la altura de tu nombre? ¿Crees que tal vez te sentiste tentado de presentarte al Torneo de los tres magos porque...?

—Yo no me presenté y mis traumas no tienen nada que ver con esto, al contrario, es por eso que jamás me intentaría algo como esto —la cortó Harry, empezando a enfadarse.

—¿Recuerdas algo de tus padres?

—No.

—¿Cómo crees que se sentirían ellos si supieran que vas a competir en el
Torneo de los tres magos? ¿Orgullosos?, ¿preocupados?, ¿enfadados?

Harry estaba ya realmente enojado.
¿Cómo demonios iba a saber lo que
sentirían sus padres si estuvieran vivos? Podía notar la atenta mirada de Rita Skeeter. Frunciendo el entrecejo, evitó sus ojos y miró las palabras que acababa de escribir la pluma.
Las lágrimas empañan sus ojos, de un verde intenso, cuando nuestra
conversación aborda el tema de sus padres, a los que él a duras penas puede recordar.

—¡Yo no tengo lágrimas en los ojos! —dijo casi gritando.

Antes de que Rita pudiera responder una palabra, la puerta del armario de
la limpieza volvió a abrirse. Harry miró hacia fuera, parpadeando ante la
brillante luz. Albus Dumbledore estaba ante ellos, observándolos a ambos, allí, apretujados en el armario.

—¡Dumbledore! —exclamó Rita Skeeter, aparentemente encantada.
Pero Harry se dio cuenta de que la pluma y el pergamino habían desaparecido de repente de la caja de quitamanchas mágico, y los dedos como garras de Rita se apresuraban a cerrar el bolso de piel de cocodrilo.

—¿Cómo estás? —saludó ella, levantándose y tendiéndole a Dumbledore una mano grande y varonil—. Supongo que verías mi artículo del verano sobre el Congreso de la Confederación Internacional de Magos, ¿no?

—Francamente repugnante —contestó Dumbledore, echando chispas por
los ojos—. Disfruté en especial la descripción que hiciste de mi como un imbécil obsoleto.

Rita Skeeter no pareció avergonzarse lo más mínimo.

—Sólo me refería a que algunas de tus ideas son un poco anticuadas, Dumbledore, y que muchos magos de la calle-

—Me encantaría oír los razonamientos que justifican tus modales, Rita —la
interrumpió Dumbledore, con una cortés inclinación y una sonrisa—, pero me temo que tendremos que dejarlo para más tarde. Está a punto de empezar la comprobación de las varitas, y no puede tener lugar si uno de los campeones está escondido en un armario de la limpieza.

Muy contento de librarse de Rita Skeeter, Harry se apresuró a volver al aula. Los otros campeones ya estaban sentados en sillas cerca de la puerta, y
él se sentó rápidamente al lado de su pareja.

—Ey, ¿todo bien? —preguntó Cedric al ver como la mano de esté temblaba bastante.

—Sí, solo que esa reportera me hizo preguntas, muy cuestionables.

—Esa arpía.

—Oye, tampoco seas tan cruel —depósito un beso en la mejilla de su novio para hacer que se calmara—. Estoy bien.

Observó la mesa cubierta de terciopelo, donde ya se encontraban reunidos cuatro de los cinco miembros del tribunal: el profesor Karkarov, Madame Maxime, el señor Crouch y Ludo Bagman. Rita Skeeter tomó asiento en un rincón. Harry vio que volvía a sacar el pergamino del bolso, lo extendía sobre la rodilla, chupaba la punta de la pluma a vuelapluma y la depositaba sobre el pergamino.

—Permitidme que los presente al señor Ollivander —dijo Dumbledore, ocupando su sitio en la mesa del tribunal y dirigiéndose a los campeones—. Se encargará de comprobar sus varitas para asegurarse de que se hallan en buenas condiciones antes del Torneo.

Harry miró hacia donde señalaba Dumbledore, y dio un respingo de
sorpresa al ver al anciano mago de grandes ojos claros que aguardaba en
silencio al lado de la ventana. Ya conocía al señor Ollivander. Se trataba de un fabricante de varitas mágicas al que hacía más de tres años, en el callejón Diagon, le había comprado la varita que aún poseía.

—Mademoiselle Delacour, ¿le importaría a usted venir en primer lugar? —dijo el señor Ollivander, avanzando hacia el espacio vacío que había en medio del aula.
Fleur Delacour fue a su encuentro y le entregó su varita. Como si fuera una batuta, el anciano mago la hizo girar entre sus largos dedos, y de ella brotaron unas chispas de color oro y rosa. Luego se la acercó a los ojos y la examinó detenidamente.

—Sí —murmuró—, veinticinco centímetros... rígida... palisandro... y
contiene... ¡Dios mío!...

—Un pelo de la cabeza de una veela —dijo Fleur—, una de mis abuelas.

De forma que Fleur tenía realmente algo de veela, se dijo Harry, pensando
que debía contárselo a Ron... Luego recordó que no se hablaba con él y eso lo puso triste.

—Sí —confirmó el señor Ollivander—, sí. Nunca he usado pelo de veela. Me parece que da como resultado unas varitas muy temperamentales. Pero a
cada uno la suya, y si ésta le viene bien a usted...

Pasó los dedos por la varita, según parecía en busca de golpes o arañazos. Luego murmuró:

—¡Orchideous! —Y de la punta de la varita brotó un ramo de flores—. Bien, muy bien, está en perfectas condiciones de uso —declaró, recogiendo las flores y ofreciéndoselas a Fleur junto con la varita—. Señor Diggory, ahora usted.

Fleur se volvió a su asiento, sonriendo a Cedric cuando se cruzaron.

—¡Ah!, veamos, ésta la hice yo, ¿verdad? —dijo el señor Ollivander con mucho más entusiasmo, cuando Cedric le entregó la suya—. Sí, la recuerdo
bien. Contiene un solo pelo de la cola de un excelente ejemplar de unicornio
macho. Debía de medir diecisiete palmos. Casi me clava el cuerno cuando le corté la cola. Treinta centímetros y medio... madera de fresno... agradablemente flexible. Está en muy buenas condiciones... ¿La trata usted
con regularidad?

—Le di brillo anoche —repuso Cedric con una sonrisa.

Harry miró su propia varita. Estaba llena de marcas de dedos. Con la tela
de la túnica intentó frotarla un poco, con disimulo, pero de la punta saltaron unas chispas doradas. Fleur Delacour le dirigió una mirada de desdén, y desistió.

El señor Ollivander hizo salir de la varita de Cedric una serie de anillos de humo plateado, se declaró satisfecho y luego dijo:

—Señor Krum, si tiene usted la bondad...

Viktor Krum se levantó y avanzó hasta el señor Ollivander desgarbadamente, con la cabeza gacha y un andar torpe. Sacó la varita y se quedó allí con el entrecejo fruncido y las manos en los bolsillos de la túnica.

—Mmm —dijo el señor Ollivander—, ésta es una manufactura Gregorovitch, si no me equivoco. Un excelente fabricante, aunque su estilo no acaba de ser lo que yo... Sin embargo...

Levantó la varita para examinarla minuciosamente, sin parar de darle
vueltas ante los ojos.

—Sí... ¿Madera de carpe y fibra sensible de dragón? —le preguntó a Krum, que asintió con la cabeza—. Bastante más gruesa de lo usual... bastante rígida... veintiséis centímetros... ¡Avis!

La varita de carpe produjo un estallido semejante a un disparo, y un montón de pajarillos salieron piando de la punta y se fueron por la ventana abierta hacia la pálida luz del sol.

—Bien —dijo el viejo mago, devolviéndole la varita a Krum—. Ahora queda el señor Potter.

Harry se levantó y fue hasta el señor Ollivander cruzándose con Krum. Le
entregó su varita.

—¡Aaaah, sí! —exclamó el señor Ollivander con ojos brillantes de
entusiasmo—. Sí, sí, sí. La recuerdo perfectamente.

Harry también se acordaba. Lo recordaba como si hubiera sido el día
anterior. Cuatro veranos antes, el día en que cumplía once años, había entrado solo –ya que sus padrinos estaban comprando sus materiales– a la tienda del señor Ollivander para comprar una varita mágica. El señor Ollivander le había tomado medidas y luego le fue entregando una serie de varitas para que las probara. Harry cogió y probó casi todas las varitas de la tienda, o al menos eso le pareció, hasta encontrar una que le iba bien, aquélla, que estaba hecha de acebo, medía veintiocho centímetros y contenía una única pluma de la cola de un fénix. El señor Ollivander se había quedado muy
sorprendido de que a Harry le fuera tan bien aquella varita. «Curioso —había
dicho—... muy curioso.» Y sólo cuando al fin Harry le preguntó qué era lo
curioso, le había explicado que la pluma de fénix de aquella varita provenía del mismo pájaro que la del interior de la varita de lord Voldemort.

Harry solo se lo había dicho a sus padrinos. Le tenía mucho cariño a su varita, y no había nada que pudiera hacer para evitar aquel parentesco con la de Voldemort, de la misma manera que no podía evitar el suyo con tía Petunia, la cual veía cada verano, solo por unos días.
Pero esperaba que el señor Ollivander no les revelara a los presentes nada de aquello. Le daba la impresión de que, silo hacia, la pluma a vuelapluma de Rita Skeeter explotaría de la emoción.

El anciano mago se pasó mucho más rato examinando la varita de Harry
que la de ningún otro. Pero al final hizo manar de ella un chorro de vino y se la devolvió a Harry, declarando que estaba en perfectas condiciones.

—Gracias a todos —dijo Dumbledore, levantándose—. Ya pueden regresar
a clase. O tal vez sería más práctico ir directamente a cenar, porque falta poco para que terminen...
Harry se levantó para irse, con la sensación de que al final no todo había ido mal aquel día, pero el hombre de la cámara de fotos negra se levantó de un salto y se aclaró la garganta.

—¡Las fotos, Dumbledore, las fotos! —gritó Bagman—. Todos los campeones y los miembros del tribunal. ¿Qué te parece, Rita?

—Eh... sí, ésas primero —dijo Rita Skeeter, poniendo los ojos de nuevo en Harry—. Y luego tal vez podríamos sacar unas individuales.

Las fotografías llevaron bastante tiempo. Dondequiera que se colocara,
Madame Maxime le quitaba la luz a todo el mundo, y el fotógrafo no podía
retroceder lo suficiente para que ella cupiera. Por último se tuvo que sentar
mientras los demás se quedaban de pie a su alrededor. Karkarov se empeñaba en enroscar la perilla con el dedo para que quedara más curvada. Krum, a
quien Harry suponía acostumbrado a aquel tipo de cosas, se escondió al fondo para quedar medio oculto, pero Cedric lo tomó del brazo y lo puso al frente de él, mientras por debajo tomaba su mano; acción que lo hacía sonreír.
El fotógrafo parecía querer que Fleur se pusiera delante, pero Rita Skeeter se acercó y tiró de Harry, separándolo del Hufflepuff para hacerlo destacar más. Luego insistió en que se tomaran fotos individuales de los campeones, tras lo cual por fin pudieron irse.
Harry bajó a cenar. Vio que Hermione no estaba en el Gran Comedor, e
imaginó que seguía en la enfermería por lo de los dientes. Cenó solo a un
extremo de la mesa, y luego volvió a la torre de Gryffindor pensando en todos los deberes extra que tendría que hacer sobre los encantamientos convocadores. Arriba, en el dormitorio, se encontró con Ron.

—Has recibido una lechuza —le informó éste con brusquedad, señalando la almohada de Harry. La lechuza del colegio lo aguardaba allí.

—Ah, bien —dijo Harry.

—Al parecer Snape no le dijo a Malfoy sobre lo del castigo, así que tendrás que hacerlo tú —añadió el pelirrojo.

Entonces salió del dormitorio sin mirar a Harry. Por un momento, pensó en seguirlo, sin saber muy bien si quería hablar con él o pegarle, porque tanto una cosa como otra le resultaban tentadoras. Pero la carta de Sirius era
más urgente, así que fue hacia la lechuza, le quitó la carta de la pata y la desenrolló:

<Harry:

Lamento que Ron se alejara de ti, espero y todo mejore pronto. No podemos ir Remus y yo porque aun seguimos ocupados, pero en cuanto nos desocupemos iremos; le pediremos permiso a Dubledore para que nos deje verte.

Se que de seguro todo esto debe ser difícil y más teniendo en cuenta todo lo que te ha estado pasando mi niño.
No les hagas caso y simplemente ignora todo como ese Diggory te dice, que me alegra que él te esté dando su apoyo a pesar de que estés compitiendo contra él.

Si algo pasa, envíanos un carta, estaremos averiguando quién metió tu nombre en el cáliz y el porqué lo hizo, Minnie estará al pendiente de ti y si necesitamos hablar contigo le pediremos su chimenea para hablar por ahí.

Remus te manda mucho cariño al igual que yo.

Tq Moony y Canuto.>

Sonrió al leer la carta, sus padrinos le creían. Solo eso necesitaba para volver a sonreír.

━━━━━ • § • ❈ • § • ━━━━━

Lamento no haber subido nada, me había estado sintiendo mal y siendo honesta, estuve apunto de dejar todo y borrar las historias.
Me había estado sintiendo muy desanimada, pero estoy intentando volver a se yo, y dejé un poco esta historia ya que he estad editando otras.

Un pequeño spoiler de lo que vendrá, esto es un capítulo editado de "the night we met", el cual fue mi primer fan fic, y que siendo honesta al volverlo a leer, Dios, quise matarme por escribir y subir eso.

Tengo pensando subirlo en julio, si es que puedo.

Igual eso es un avance, por si muchos recuerdan.

*Spoiler alert*

Pasan ciertas cosas, las cuales ahora cambie, sigue la misma trayectoria, pero... pero, ahora es distinto; anteriormente Tori quedaba mal y Draco como infiel, esta vez no, no hay infidelidad, por así decir, y pues si hay una Tori mala, pero verán el porqué hace todo eso.

Bueno, que tengan un lindo día. <3

𝐑 . 𝐃

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