My Angel

By razodominguez

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Prรณlogo
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By razodominguez

—¿Quieres ver la insignia que Hermione nos hizo? —le preguntó el azabache mientras miraba a su novio.

—A verla.

Harry tomó la insignia y se la mostro Cedric.
La insignia era de diferentes colores y tenía unas letras las cuales decían «P.E.D.D.O.»

—Wow. ¿Me hizo alguna a mí?

—Sí, de hecho me dijo que te la diera cuando te viera.

Tomo la insignia que llevaba en su mochila y se la puso al castaño.

—Ahora eres parte de nuestra batalla —comentó con una sonrisa Harry.

—Me alegra ser parte de ella.

Se acercó al ojiverde y le dio un beso, uno corto.

—Amo esto.

—Y yo te amo a ti —dijo con una sonrisa Harry. Amaba poder estar con su novio.

—Ven —le hablo mientras se acostaba. Quería estar acostado con su pareja.

El azabache hizo caso y se acomodó en el hombro de éste.

—Esto es tan lindo... y tierno.

—Nada mejor que pasar el día con la persona que amo.

—Medio, sabes que tengo clases, y tienes suerte que nadie me atrapará
No me vuelvas a pedir que venga contigo a esta hora.

—No te enojes gatito.

—Alguien me pudo atrapar, además cuando Hermione se entere me asesinara.

—No lo hará, no la dejaré —termino de decir para después dejar un beso en la cabeza del ojiverde—. No dejaré que nadie te lastime.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

—Mmm, bien.

Ambos cerraron los ojos, disfrutaban la presencia del otro. Nada era mejor que tenerse el uno al otro, para Harry, Cedric era como un Ángel, y para Cedric, Harry era la persona con la que quería pasar los últimos días de su vida.

...

—Buenos días bello durmiente —dijo con una sonrisa Cedric mientras se acercaba a la orilla de la cama y abrazaba por la cintura a Harry—. ¿Dormiste bien?

—Dormí contigo, así que sí.

—Me alegra oír eso y también me alegra ver que aún llevas el collar.

—¿Bromeas? Jamás me quitaré este collar.

—Pues me alegra oír eso.

El ojiverde le sonrió. Cedric pagaría para poder ver esa sonrisa todas las mañanas.

—Bien, me tengo que ir. No quiero que Mione me mate.

Antes de salir fue detenido por la mano de su pareja.

—¿Cuándo le contarás a tus padrinos sobre el dolor que tuviste?

—No se de que hablas —contestó Harry sin siquiera voltear a ver a Cedric.

—No te hagas él que no sabe. Tienes que decírselo, no puedes ocultarles todo esto.

El azabache ahora si volteo a ver a su novio, odiaba que el castaño fuera demasiado entrometido, pero no mentiría si dijera que a la vez amaba todo eso y que no lo culpaba, él estaría igual.

—Ellos ahora están ocupado.

—Créeme, a Remus y a Sirius no les gustaría saber que les oculta todo esto, se que no los quieres preocupar; pero, es necesario que sepan todo esto.

—Mmm, se los diré después de clases. Les enviaré una carta, para que te sientas mejor.

—Gracias.

—Ya, me tengo que ir. Adiós.

—Adiós —gritó para que el chico pudiera escucharlo.

Harry estaba bajando las escaleras de la sala de Hufflepuff, cuando escuchó detrás de él a unas personas.

—Miren nada más, es Potter. ¿Se divirtieron Cedric y tú a noche? —interrogaron mientras uno de ellos pasaba su brazo por detrás del cuello del menor.

—Dejen sus tonterías para otro día.

—Vamos, no te enojes. Los tres sabemos que amas este tipo de chistes.

El azabache negó con la cabeza mientras soltaba una pequeña risa.

—No niego que me den risa, pero dejen de hacer ese tipo de chistes. Cedric ya les dijo que nada de eso pasara hasta que yo sea mayor de edad.

—Lo sabemos pequeño león, pero aún así eso no evitará que sigamos con nuestros hermosos chistes, ¿no es así Drake?

—Exacto Jake.

—Adiós chicos.

—Adiós leoncito —se despidieron ambos tejones.

...

—¿Por qué aún no les has dicho? —le espetó Hermione en el desayuno,
después que él les contó lo que había hecho—. Y además, ¿por qué no le dijiste lo de tu sueño?

—Porque no es nada malo —repuso Harry—; además, no es como que eso haga que me deje de doler la cicatriz.

—Déjalo —le dijo Ron a Hermione bruscamente, cuando ella abrió la boca para argumentar contra el ojiverde. Y, por una vez, la castaña le hizo caso y se quedó callada.

Durante las dos semanas siguientes, el azabache intentó no preocuparse por sus padrinos. La verdad era que cada mañana, cuando llegaban las lechuzas, no podía dejar de mirar muy nervioso en busca de la lechuza de sus padrinos, y por las noches, antes de ir a dormir, tampoco podía evitar representarse horribles visiones de Sirius y Remus en peligro.

Hubiera querido poder jugar al quidditch para distraerse. Nada le iba mejor a una mente atribulada que una buena sesión de entrenamiento. Por otro lado, las clases se estaban haciendo más difíciles y duras que nunca, en especial la de Defensa Contra las Artes Oscuras. Para su sorpresa, el profesor Moody anunció que les echaría la maldición imperius por turno, tanto para mostrarles su poder como para ver si podían resistirse a sus efectos.

—Pero... pero usted dijo que eso estaba prohibido, profesor —le dijo una
vacilante Hermione, al tiempo que Moody apartaba las mesas con un movimiento de la varita, dejando un amplio espacio en el medio del aula—. Usted dijo que usarlo contra otro ser humano estaba...

—Dumbledore quiere que les enseñe cómo es —la interrumpió Moody,
girando hacia la castaña el ojo mágico y fijándolo sin parpadear en una mirada sobrecogedora—. Si alguno de ustedes prefiere aprenderlo del modo más duro, cuando alguien le eche la maldición para controlarlo completamente, por mí de acuerdo. Puede salir del aula.

Señaló la puerta con un dedo nudoso. Hermione se puso muy colorada, y
murmuró algo de que no había querido decir que deseara irse.
Harry y Ron se sonrieron el uno al otro. Sabían que Hermione preferiría beber pus de bubotubérculo antes que perderse una clase tan importante.

Moody empezó a llamar por señas a los alumnos y a echarles la maldición imperius. Harry vio cómo sus compañeros de clase, uno tras otro, hacían las cosas más extrañas bajo su influencia:

Thomas dio tres vueltas al aula a la pata coja cantando el himno nacional, Lavender imitó una ardilla y Neville ejecutó una serie de movimientos gimnásticos muy sorprendentes, de los que hubiera sido completamente incapaz en estado normal. Ninguno de ellos parecía capaz de oponer ninguna resistencia a la maldición, y se recobraban sólo cuando Moody la anulaba.

—Potter —gruñó Moody—, ahora te toca a ti.

El azabache se adelantó hasta el centro del aula, en el espacio despejado de mesas. Moody levantó la varita mágica, lo apuntó con ella y dijo:

—¡Imperio!

Fue una sensación maravillosa. Harry se sintió como flotando cuando toda preocupación y todo pensamiento desaparecieron de su cabeza, no dejándole otra cosa que una felicidad vaga que no sabía de dónde procedía.

Se quedó allí, inmensamente relajado, apenas consciente de que todos lo miraban.
Y luego oyó la voz de Ojoloco Moody, retumbando en alguna remota región
de su vacío cerebro: Salta a la mesa... salta a la mesa...

Harry, obedientemente, flexionó las rodillas, preparado a dar el salto.

Salta a la mesa...

«Pero, ¿por qué?»

Otra voz susurró desde la parte de atrás de su cerebro.

«Qué idiotez, la verdad», dijo la voz.

Salta a la mesa...

«No, creo que no lo haré, gracias —dijo la otra voz, con un poco más de
firmeza—. No, realmente no quiero...»

¡Salta! ¡Ya!

Lo siguiente que notó Harry fue mucho dolor. Había tratado al mismo tiempo de saltar y de resistirse a saltar. El resultado había sido pegarse de cabeza contra la mesa, que se volcó, y, a juzgar por el dolor de las piernas, fracturarse las rótulas.

—Bien, ¡por ahí va la cosa! —gruñó la voz de Moody.

De pronto Harry sintió que la sensación de vacío desaparecía de su cabeza. Recordó exactamente lo que estaba ocurriendo, y el dolor de las rodillas aumentó.

—¡Miren esto, todos ustedes... Potter se ha resistido! Se ha resistido, ¡y el
condenado casi lo logra! Lo volveremos a intentar, Potter, y todos los demás
presten atención. Mirenlo a los ojos, ahí es donde pueden verlo. ¡Muy bien,
Potter, de verdad que muy bien! ¡No les resultará fácil controlarte!

—Por la manera en que habla —murmuró Harry una hora más tarde,
cuando salía cojeando del aula de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Moody se había empeñado en hacerle repetir cuatro veces la experiencia, hasta que logró resistirse completamente a la maldición imperius

—Se diría que estamos a punto de ser atacados de un momento a otro.

—Sí, es verdad —dijo Ron, dando alternativamente un paso y un brinco:
había tenido muchas más dificultades con la maldición que Harry, aunque Moody le aseguró que los efectos se habrían pasado para la hora de la comida—. Hablando de paranoias... —el pelirrojo echó una mirada nerviosa por
encima del hombro para comprobar que Moody no estaba en ningún lugar en que pudiera oírlo, y prosiguió—, no me extraña que en el Ministerio estuvieran tan contentos de desembarazarse de él, ¿no le oíste contarle a Seamus lo que le hizo a la bruja que le gritó «¡bu!» por detrás el día de los inocentes? ¿Y cuándo se supone que vamos a ponernos al tanto de la maldición imperius con todas las otras cosas que tenemos que hacer?

Todos los alumnos de cuarto habían apreciado un evidente incremento en  la cantidad de trabajo para aquel trimestre. La profesora McGonagall les explicó a qué se debía, cuando la clase recibió con quejas los deberes de Transformaciones que ella acababa de ponerles.

—¡Estan entrando en una fase muy importante de nuestra educación
mágica! —declaró con ojos centelleantes—. Se acercan los exámenes para el TIMO.

—¡Pero si no tendremos el TIMO hasta el quinto curso! —objetó Dean.

—Es verdad, Thomas, pero créeme, ¡tienen que prepararse lo más posible!
La señorita Granger y Potter siguen siendo los únicos de la clase que han logrado convertir un erizo en un alfiletero como Dios manda. ¡Permíteme recordarte que el tuyo, Thomas, aún se hace una pelota cada vez que alguien se le acerca con un alfiler!

Ambos chicos, que se habían ruborizado, trataron de no parecer demasiado satisfechos con lo que había dicho la profesora.

A Ron le costó contener la risa en la siguiente clase de Adivinación cuando la profesora Trelawney le dijo que le había puesto sobresaliente en los trabajos. Leyó pasajes enteros de sus predicciones, elogiándolo por la indiferencia con que aceptaban los horrores que les deparaba el futuro inmediato. Pero no les hizo tanta gracia cuando ella lo mandó repetir el trabajo para el mes siguiente.
Fue ahí donde Harry se empezó a reír ahora pero de la cara que había puesto su mejor amigo.

El profesor Binns, el fantasma que enseñaba Historia de la Magia, les mandaba redacciones todas las semanas sobre las revueltas de los duendes en el siglo XVIII; el profesor Snape los obligaba a descubrir antídotos, y se lo tomaron muy en serio porque había dado a entender que envenenaría a uno de ellos antes de Navidad para ver si el antídoto funcionaba; y el profesor Flitwick les había ordenado leer tres libros más como preparación a su clase de encantamientos convocadores.

Hasta Hagrid los cargaba con un montón de trabajo. Los escregutos de cola explosiva crecían a un ritmo sorprendente aunque nadie había descubierto todavía qué comían. Hagrid estaba encantado y, como parte del proyecto, les sugirió ir a la cabaña una tarde de cada dos para observar los escregutos y tomar notas sobre su extraordinario comportamiento.

—No lo haré —se negó rotundamente Malfoy cuando Hagrid les propuso aquello con el aire de un Papá Noel que sacara de su saco un nuevo juguete—. Ya tengo bastante con ver esos bichos durante las clases, gracias.

De la cara de Hagrid desapareció la sonrisa.

—Harás lo que te digo —gruñó—, o seguiré el ejemplo del profesor Moody... Me han dicho que eres un hurón magnifico, Malfoy.

Los de Gryffindor estallaron en carcajadas. Malfoy enrojeció de cólera, pero dio la impresión de que el recuerdo del castigo que le había infligido Moody era lo bastante doloroso para impedirle replicar.

Harry, Ron y Hermione volvieron al castillo al final de la clase de muy buen humor: haber visto que Hagrid ponía en su sitio a Malfoy era especialmente gratificante, sobre todo porque éste había hecho todo lo posible el año anterior para que despidieran a Hagrid.
Cuando llegaron al vestíbulo, no pudieron pasar debido a la multitud de estudiantes que estaban arremolinados al pie de la escalinata de mármol, alrededor de un gran letrero. Ron, el más alto de los tres, se puso de puntillas para echar un vistazo por encima de las cabezas de la multitud, y leyó en voz alta el cartel:

TORNEO DE LOS TRES MAGOS

Los representantes de Beauxbatons y Durmstrang llegarán a las seis en punto del viernes 30 de octubre. Las clases se interrumpirán media hora antes.

—¡Estupendo! —dijo Harry—. ¡La última clase del viernes es Pociones! ¡A Snape no le dará tiempo de envenenarnos a todos!

Los estudiantes deberán llevar sus libros y mochilas a los dormitorios y reunirse a la salida del castillo para recibir a nuestros huéspedes antes del banquete de bienvenida. 》

—¡Sólo falta una semana! —dijo emocionado Ernie Macmillan, un alumno de Hufflepuff, saliendo de la aglomeración—. Me pregunto si Cedric estará enterado. Me parece que voy a decírselo...

Ron y Hermione miraron a Harry, ambos sabían que éste no quería que su pareja participara en el torneo; pero también sabían que no evitaría eso.

—Al parecer le emociona que ponga su vida en peligro mi novio —dijo entredientes el azabache.

—Tal vez si tú le dices que-

—No creo evitarlo, y aunque quiero hacerlo, no lo haré. Si Ced quiere hacerlo, que lo haga.

—¿Aún si pone su vida en peligro? —preguntó Mione sorprendida.

—Aún si lo hace —soltó un suspiro para después ir directo hacia las escaleras.

Durante la semana siguiente, y fuera donde fuera Harry, no había más que un tema de conversación: el Torneo de los tres magos. Los rumores pasaban de un alumno a otro como gérmenes altamente contagiosos: quién se iba a proponer para campeón de Hogwarts, en qué consistiría el Torneo, en qué se diferenciaban de ellos los alumnos de Beauxbatons y Durmstrang...
Harry notó, además, que el castillo parecía estar sometido a una limpieza especialmente concienzuda. Habían restregado algunos retratos mugrientos, para irritación de los retratados, que se acurrucaban dentro del marco murmurando cosas y muriéndose de vergüenza por el color sonrosado de su cara.

Las armaduras aparecían de repente brillantes y se movían sin chirriar, y Filch, el conserje, se mostraba tan feroz con cualquier estudiante que olvidara limpiarse los zapatos que aterrorizó a dos alumnas de primero hasta la histeria.
Los profesores también parecían algo nerviosos.

—¡Longbottom, ten la amabilidad de no decir delante de nadie de Durmstrang que no eres capaz de llevar a cabo un sencillo encantamiento permutador! —gritó la profesora McGonagall al final de una clase especialmente difícil en la que el rubio se había equivocado y le había injertado a un cactus sus propias orejas.
Harry simplemente apoyó su cabeza en el hombro de éste, mientras le explicaba como hacer el hechizo.

Cuando bajaron a desayunar la mañana del 30 de octubre, descubrieron que durante la noche habían engalanado el Gran Comedor. De los muros colgaban unos enormes estandartes de seda que representaban las diferentes casas de Hogwarts: rojos con un león dorado los de Gryffindor, azules con un águila de color bronce los de Ravenclaw, amarillos con un tejón negro los de Hufflepuff, y verdes con una serpiente plateada los de Slytherin. Detrás de la mesa de los profesores, un estandarte más grande que los demás mostraba el escudo de Hogwarts: el león, el águila, el tejón y la serpiente se unían en torno a una enorme hache.

El trío de amigos vieron a Fred y George en la mesa de Gryffindor.
Una vez más, y contra lo que había sido siempre su costumbre, estaban apartados y conversaban en voz baja. Ron fue hacia ellos, seguido de los
demás.

—Es un peñazo de verdad —le decía George a Fred con tristeza—. Pero si
no nos habla personalmente, tendremos que enviarle la carta. O metérsela en la mano. No nos puede evitar eternamente.

—¿Quién los evita? —quiso saber el pelirrojo, sentándose a su lado.

—Me gustaría que fueras tú —contestó Fred, molesto por la interrupción.

—¿Qué te parece un peñazo? —preguntó Ron a George.

—Tener de hermano a un imbécil entrometido como tú —respondió
George.

—¿Ya se le  ha ocurrido algo para participar en el Torneo de los tres
magos? —inquirió Harry—. ¿Habrán pensado alguna otra cosa para
entrar?

—Le pregunté a McGonagall cómo escogían a los campeones, pero no me
lo dijo —repuso George con amargura—. Me mandó callar y seguir con la transformación del mapache.

El ojiverde soltó una carcajada al escuchar eso.

Clásico de la profesora McGonagall —pensó.

—Me gustaría saber cuáles serán las pruebas —comentó Ron pensativo—. Porque yo creo que nosotros podríamos hacerlo, Harry. Hemos hecho antes cosas muy peligrosas.

Harry hizo una señal la cual decía «No me metas en esto.»

—No delante de un tribunal —replicó Fred—. McGonagall dice que puntuarán a los campeones según cómo lleven a cabo las pruebas.

—¿Quiénes son los jueces? —preguntó el azabache con cierta curiosidad.

—Bueno, los directores de los colegios participantes deben de formar parte
del tribunal —declaró Hermione, y todos se volvieron hacia ella, bastante sorprendidos—, porque los tres resultaron heridos durante el torneo de mil setecientos noventa y dos, cuando se soltó un basilisco que tenían que atrapar los campeones.

Ella advirtió cómo la miraban y, con su acostumbrado aire de impaciencia cuando veía que nadie había leído los libros que ella conocía, explicó:

—Está todo en Historia de Hogwarts. Aunque, desde luego, ese libro no es muy de fiar. Un título más adecuado sería «Historia censurada de Hogwarts», o bien «Historia tendenciosa y selectiva de Hogwarts, que pasa por alto los aspectos menos favorecedores del colegio».

—¿De qué hablas? —preguntó Ron, aunque el ojiverde creyó saber a qué se refería.

—¡De los elfos domésticos! —dijo Hermione en voz alta, lo que le confirmó a Harry que no se había equivocado—. ¡Ni una sola vez, en más de mil páginas, hace la Historia de Hogwarts una sola mención a que somos cómplices de la opresión de un centenar de esclavos!

Harry movió la cabeza a un lado y al otro, dando aprobación.

—¿Son conscientes de que son criaturas mágicas que no perciben sueldo y trabajan en condiciones de esclavitud las que cambian las sábanas, les
encienden el fuego, les limpian las aulas y les preparan la comida? —les decía furiosa.

Algunos, como Neville, habían pagado sólo para que Hermione dejara de
mirarlo con el entrecejo fruncido. Había quien parecía moderadamente
interesado en lo que ella decía pero se negaba a asumir un papel más activo
en la campaña. A muchos todo aquello les parecía una broma.
Ron alzó los ojos al techo, donde brillaba la luz de un sol otoñal, y Fred se mostró enormemente interesado en su trozo de tocino –los gemelos se habían negado a adquirir su insignia de la P.E.D.D.O.–. George, sin embargo, se
aproximó a Hermione un poco.

—Escucha, Hermione, ¿has estado alguna vez en las cocinas?

—No, claro que no —dijo Hermione de manera cortante—. Se supone que
los alumnos no...

—Bueno, pues nosotros sí —la interrumpió George, señalando a Fred—, un montón de veces, para mangar comida. Y los conocemos, y sabemos que son felices. Piensan que tienen el mejor trabajo del mundo.

—¡Eso es porque no están educados! Les han lavado el cerebro y... —comenzó a decir Hermione acaloradamente, pero las siguientes palabras quedaron ahogadas por el ruido de batir de alas encima de sus cabezas que anunciaba la llegada de las lechuzas mensajeras.

Harry levantó la vista inmediatamente, y vio a Hedwig, que volaba hacia él.
Mione se calló de repente. Ella y Ron miraron nerviosos a Hedwig, que
revoloteó hasta el hombro de Harry, plegó las alas y levantó la pata con cansancio.

Harry le desprendió la respuesta de Sirius de la pata y le ofreció a Hedwig
los restos de su tocino, que comió agradecida. Luego, tras asegurarse de que Fred y George habían vuelto a sumergirse en nuevas discusiones sobre el Torneo de los tres magos,

Harry les leyó a Ron y a Hermione la carta de Sirius en un susurro:

<Remus está muy decepcionado de ti por no haberle contado todo... ok, es broma.
Te afirmo que es mentira solo porque recibí un golpe por parte de él.
Si llegas a tener otro sueño, tienes que decirnolo rápido. Minnie te dejará usar su chimenea para que puedas hablar mejor con nosotros.

Y no te preocupes por nosotros no estamos en peligro, así que deja de estar preocupándote eso te puede hacer daño.

Hola Harry, soy yo, Remus. Si te llega a doler la cicatriz, ve con Cedric, no te bajara el dolor, pero estar con la persona que amas a veces hace que dejemos de pensar en el dolor.

Harry, no le hagas caso a Moony, no quiero que te acerques a ese chico y más te vale cumplir con lo que te digo.

Pd. No pudimos comprar unos chocolates para ti, pero la próxima vez en enviaremos más de lo normal.

Remus y Sirius.>

—Mínimo alguien ya acepto a Cedric —dijo Ron en voz baja.

Harry enrolló la carta y se la metió en la túnica, preguntándose si se sentía
más o menos preocupado que antes.
Obtener una respuesta de ellos era algo bien, pero eso no evitaba que siguiera preocupado por ellos. Tampoco podía
negarse que la idea de que Sirius y Remus estuviera haciendo misiones no lo aterraba. Por lo menos, no tendría que esperar la respuesta tanto tiempo
cada vez que le escribiera.

—Gracias, Hedwig —dijo acariciándola. Ella ululó medio dormida, metió el pico un instante en la copa de zumo de naranja de Harry, y se fue, evidentemente ansiosa de echar una larga siesta en la lechucería.

Aquel día había en el ambiente una agradable impaciencia. Nadie estuvo muy atento a las clases, porque estaban mucho más interesados en la llegada
aquella noche de la gente de Beauxbatons y Durmstrang. Hasta la clase de Pociones fue más llevadera de lo usual, porque duró media hora menos. Cuando, antes de lo acostumbrado, sonó la campana, Harry, Ron y Hermione salieron a toda prisa hacia la torre de Gryffindor, dejaron allí las mochilas y los libros tal como les habían indicado, se pusieron las capas y volvieron al vestíbulo.

Los jefes de las casas colocaban a sus alumnos en filas.

—Weasley, ponte bien el sombrero —le ordenó la profesora McGonagall a
Ron—. Patil, quítate esa cosa ridícula del pelo.

Parvati frunció el entrecejo y se quitó una enorme mariposa de adorno del extremo de la trenza.

—Siganme, por favor —dijo la profesora McGonagall—. Los de primero delante. Sin empujar...

Bajaron en fila por la escalinata de la entrada y se alinearon delante del castillo. Era una noche fría y clara.
Oscurecía, y una luna pálida brillaba ya sobre el bosque prohibido. Harry, de pie entre Ron y Hermione en la cuarta fila, vio a Dennis Creevey temblando de emoción entre otros alumnos de primer curso.

—Son casi las seis —anunció Ron, consultando el reloj y mirando el camino que iba a la verja de entrada—. ¿Cómo piensan que llegarán? ¿En el
tren?

—No creo —contestó Hermione.

—¿Entonces cómo? ¿En escoba? —dijo Seamus, levantando la vista al cielo
estrellado.

—No creo tampoco... no desde tan lejos...

—¿En traslador? —sugirió Neville—. ¿Pueden aparecerse? A lo mejor en sus países está permitido aparecerse antes de los diecisiete años.

—Nadie puede aparecerse dentro de los terrenos de Hogwarts. ¿Cuántas
veces se los tengo que decir? —exclamó Hermione perdiendo la paciencia.

Escudriñaron nerviosos los terrenos del colegio, que se oscurecían cada vez más. No se movía nada por allí. Todo estaba en calma, silencioso y exactamente igual que siempre. Harry empezaba a tener un poco de frío, y confió en que se dieran prisa. Quizá los extranjeros preparaban una llegada espectacular... Recordó lo que había dicho el señor Weasley en el cámping, antes de los Mundiales:

«Siempre es igual. No podemos resistirnos a la ostentación cada vez que nos juntamos...»

Y entonces, desde la última fila, en la que estaban todos los profesores,
Dumbledore gritó:

—¡Ajá! ¡Si no me equivoco, se acercan los representantes de Beauxbatons!

—¿Por dónde? —preguntaron muchos con impaciencia, mirando en diferentes direcciones.

—¡Por allí! —gritó uno de sexto, señalando hacia el bosque.

Una cosa larga, mucho más larga que una escoba –y, de hecho, que cien
escobas–, se acercaba al castillo por el cielo azul oscuro, haciéndose cada vez
más grande.

—¡Es un dragón! —gritó uno de los de primero, perdiendo los estribos por
completo.

—No seas idiota... ¡es una casa volante! —le dijo Dennis Creevey.

La suposición de Dennis estaba más cerca de la realidad. Cuando la gigantesca forma negra pasó por encima de las copas de los árboles del bosque prohibido casi rozándolas, y la luz que provenía del castillo la iluminó, vieron que se trataba de un carruaje colosal, de color azul pálido y del tamaño de una casa grande, que volaba hacia ellos tirado por una docena de caballos alados de color tostado pero con la crin y la cola blancas, cada uno del tamaño de un elefante.

Las tres filas delanteras de alumnos se echaron para atrás cuando el carruaje descendió precipitadamente y aterrizó a tremenda velocidad. Entonces golpearon el suelo los cascos de los caballos, que eran más grandes que platos, metiendo tal ruido que Neville dio un salto y pisó a un alumno de Slytherin de quinto curso. Un segundo más tarde el carruaje se posó en tierra, rebotando sobre las enormes ruedas, mientras los caballos sacudían su enorme cabeza y movían unos grandes ojos rojos.
Antes de que la puerta del carruaje se abriera, Harry vio que llevaba un escudo: dos varitas mágicas doradas cruzadas, con tres estrellas que surgían de cada una.

Le pareció muy hermoso el carruaje y le entraba mucha curiosidad al saber como serían los alumnos de esa escuela.
Quería hacer amigos, aunque sabía que al final de cuenta pasaría todo ese año a lado de Cedric.

Subiré otros dos caps hoy, ya que no les subí ninguno la semana pasada.

Sorry, pero empecé clases presenciales, y pues, hice amigos, tuve tareas.
Soy jefa de grupo, y la verdad es algo cansado, además de que ahora tengo que hacer que el salón empiece a comportarse bien, porque si no dejaremos una mala impresión.

En fin, tengan un lindo día. <3

Pd. Ya estoy cambiando o mejorando la historia de TheoxHarry, trataré de tenerla antes de finales de abril o mínimo la mitad de la historia.

𝐑 . 𝐃

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