My Angel

By razodominguez

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PrΓ³logo
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By razodominguez

Los dos días siguientes pasaron sin grandes incidentes, a menos que se
cuente como tal el que Neville dejara que se fundiera su sexto caldero en clase de Pociones. El profesor Snape, que durante el verano parecía haber acumulado rencor en cantidades nunca antes conocidas, castigó a Neville a quedarse después de clase. Al final del castigo, Neville sufría un colapso nervioso, porque el profesor Snape lo había obligado a destripar un barril de sapos cornudos.

—Tú sabes por qué Snape está de tan mal humor, ¿verdad? —dijo Ron a Harry, mientras observaban cómo Hermione enseñaba a Neville a llevar a cabo el encantamiento antigrasa para quitarse de las uñas los restos de tripa de sapo.

—Sí —respondió Harry—. Por Moody.

Era comúnmente sabido que Snape ansiaba el puesto de profesor de Artes
Oscuras, y era el cuarto año consecutivo que se le escapaba de las manos.
Snape había odiado a los anteriores titulares de la asignatura y nunca se había esforzado en disimularlo. No obstante, parecía especialmente cauteloso a la hora de mostrar cualquier indicio patente de animosidad contra Ojoloco Moody.

Desde luego, cada vez que Harry los veía juntos –a la hora de las comidas, o cuando coincidían en los corredores–, se llevaba la clara impresión de que Snape rehuía los ojos de Moody, tanto el mágico como el normal.

—Me parece que Snape le tiene algo de miedo, ¿no crees? —dijo Harry, pensativo.

—¿Te imaginas que Moody convierte a Snape en un sapo cornudo —dijo, con lágrimas de risa en los ojos— y lo hace botar por toda la mazmorra...?

Los de cuarto curso de Gryffindor tenían tantas ganas de asistir a la primera clase de Moody que el jueves, después de comer, llegaron muy temprano e hicieron cola a la puerta del aula cuando la campana aún no había sonado.

La única que faltaba era Hermione, que apareció puntual.

—Vengo de la...

—... biblioteca —adivinó Ron—. Date prisa o nos quedaremos con los peores asientos.

Y se apresuraron a ocupar tres sillas delante de la mesa del profesor.

Harry se sentó a lado de Neville, ya que no había más asientos para sentarse junto con Ron o Hermione. Vio como el castaño le sonreía, no se quejaba de que le tocara en frente con Neville, después de todo era uno de sus amigos cercanos y amaba escucharlo hablar de plantas, hacia que sus clases fueran menos aburridas.

Sacaron sus ejemplares de Las fuerzas oscuras: una guía para la autoprotección, y aguardaron en un silencio poco habitual. No tardaron en oír el peculiar sonido sordo y seco de los pasos de Moody provenientes del corredor antes de que entrara en el aula, tan extraño y aterrorizador como siempre.
Entrevieron la garra en que terminaba su pata de palo, que sobresalía por debajo de la túnica.

—Ya pueden guardar los libros —gruñó, caminando ruidosamente hacia la mesa y sentándose tras ella—. No los necesitaran para nada.

Volvieron a meter los libros en las mochilas.

Ron estaba emocionado.

Moody sacó una lista, sacudió la cabeza para apartarse la larga mata de pelo gris del rostro, desfigurado y lleno de cicatrices, y comenzó a pronunciar los nombres, recorriendo la lista con su ojo normal mientras el ojo mágico giraba para fijarse en cada estudiante conforme respondía a su nombre.

—Bien —dijo cuando el último de la lista hubo contestado «presente»—. He recibido carta del profesor Lupin a propósito de esta clase. Parece que ya
son bastante diestros en enfrentamientos con criaturas tenebrosas. Ya han estudiado los boggarts, los gorros rojos, los hinkypunks, los grindylows, los kappas y los hombres lobo, ¿no es eso?

Hubo un murmullo general de asentimiento.

—Pero estan atrasados, muy atrasados, en lo que se refiere a enfrentarosa maldiciones —prosiguió Moody—. Así que he venido para prepararos contra
lo que unos magos pueden hacerles a otros. Dispongo de un curso para
enseñaros a tratar con las mal...

—¿Por qué, no se va a quedar más? —dejó escapar Ron.

El ojo mágico de Moody giró para mirarlo. Ron se asustó, pero al cabo de
un rato Moody sonrió. Era la primera vez que Harry lo veía sonreír. El resultado de aquel gesto fue que su rostro pareció aún más desfigurado y lleno de cicatrices que nunca, pero era un alivio saber que en ocasiones podía adoptar una expresión tan amistosa como la sonrisa. Ron se tranquilizó.

—Supongo que tú eres hijo de Arthur Weasley, ¿no? —dijo Moody—. Hace
unos días tu padre me sacó de un buen aprieto... Sí, sólo me quedaré este curso. Es un favor que le hago a Dumbledore: un curso y me vuelvo a mi retiro.

Soltó una risa estridente, y luego dio una palmada con sus nudosas manos.

—Así que... vamos a ello. Maldiciones. Varían mucho en forma y en gravedad. Según el Ministerio de Magia, yo debería enseñaros las contramaldiciones y dejarlo en eso. No tendrán que aprender cómo son las
maldiciones prohibidas hasta que estén en sexto. Se supone que hasta entonces no serán lo bastante mayores para tratar el tema. Pero el profesor Dumbledore tiene mejor opinión de ustedes y piensa que podrán resistirlo, y yo creo que, cuanto antes sepan a qué se enfrentaran, mejor. ¿Cómo pueden
defenderse de algo que no han visto nunca? Un mago que esté a punto de aventarles una maldición prohibida no va a avisaros antes. No es probable que se comporte de forma caballerosa.

El castaño y el azabache se miraron, era chistoso para ambos, que aunque en primero Hermione no le aventó una maldición a Neville, básicamente le advirtió que lo hechizaria.

—Tienen que estar preparados. Tienen que estar alerta y vigilantes. Y usted, señorita Brown, tiene que guardar eso cuando yo estoy hablando.

Lavender se sobresaltó y se puso colorada. Le había estado mostrando a
Parvati por debajo del pupitre su horóscopo completo. Daba la impresión de que el ojo mágico de Moody podía ver tanto a través de la madera maciza
como por la nuca.

—Así que... ¿alguno de ustedes sabe cuáles son las maldiciones más castigadas por la ley mágica?

Varias manos se levantaron, incluyendo la de Ron y la de Hermione.

Moody señaló a Ron, aunque su ojo mágico seguía fijo en Lavender.

—Eh... —dijo el pelirrojo, titubeando— mi padre me ha hablado de una. Se llama maldición imperius, o algo parecido.

—Así es —aprobó Moody—. Tu padre la conoce bien. En otro tiempo la maldición imperius le dio al Ministerio muchos problemas.

Moody se levantó con cierta dificultad sobre sus disparejos pies, abrió el cajón de la mesa y sacó de él un tarro de cristal. Dentro correteaban tres arañas grandes y negras. Harry al ver a la araña, miro hacia atrás y notó que Ron se echaba un poco hacia atrás: Ron tenía fobia a las arañas.

Moody metió la mano en el tarro, cogió una de las arañas y se la puso sobre la palma para que todos la pudieran ver. Luego apuntó hacia ella la varita mágica y murmuró entre dientes:

—¡Imperio!

La araña se descolgó de la mano de Moody por un fino y sedoso hilo, y empezó a balancearse de atrás adelante como si estuviera en un trapecio; luego estiró las patas hasta ponerlas rectas y rígidas, y, de un salto, se soltó del hilo y cayó sobre la mesa, donde empezó a girar en círculos. Moody volvió a apuntarle con la varita, y la araña se levantó sobre dos de las patas traseras y se puso a bailar lo que sin lugar a duda era claqué.

Todos se reían. Todos menos Moody.

—Les parece divertido, ¿verdad? —gruñó—. ¿Les gustaría que se lo hicieran a ustedes?

La risa dio fin casi al instante.

—Esto supone el control total —dijo Moody en voz baja, mientras la araña
se hacía una bola y empezaba a rodar—. Yo podría hacerla saltar por la ventana, ahogarse, colarse por la garganta de cualquiera de ustedes...

El pecoso se estremeció al escuchar eso.

—Hace años, muchos magos y brujas fueron controlados por medio de la
maldición imperius —explicó Moody, y el ojiverde comprendió que se refería a los tiempos en que Voldemort había sido todopoderoso—. Le dio bastante que hacer al Ministerio, que tenía que averiguar quién actuaba por voluntad propia y quién, obligado por la maldición.

»Podemos combatir la maldición imperius, y yo les enseñaré cómo, pero se necesita mucha fuerza de carácter, y no todo el mundo la tiene. Lo mejor, si se puede, es evitar caer víctima de ella. ¡ALERTA PERMANENTE! —bramó, y
todos se sobresaltaron.

Moody cogió la araña trapecista y la volvió a meter en el tarro.

—¿Alguien conoce alguna más? ¿Otra maldición prohibida?

Hermione volvió a levantar la mano y también, con cierta sorpresa para
Harry, lo hizo Neville. La única clase en la que alguna vez el castaño levantaba la mano era Herbología, su favorita. El mismo parecía sorprendido de su
atrevimiento.

—¿Sí? —dijo Moody, girando su ojo mágico para dirigirlo a Neville.

—Hay una... la maldición cruciatus —dijo éste con voz muy leve pero clara.

Moody miró a Neville fijamente, aquella vez con los dos ojos.

—¿Tú te llamas Longbottom? —preguntó, bajando rápidamente el ojo
mágico para consultar la lista.

Neville asintió nerviosamente con la cabeza, pero Moody no hizo más
preguntas. Se volvió a la clase en general y alcanzó el tarro para coger la siguiente araña y ponerla sobre el escritorio del estudiante, donde permaneció quieta, aparentemente demasiado asustada para moverse.

—La maldición cruciatus precisa una araña un poco más grande para que
puedan apreciarla bien —explicó Moody, que apuntó con la varita mágica a la araña y dijo—: ¡Engorgio!

La araña creció hasta hacerse más grande que una tarántula.

Abandonando todo disimulo, Ron apartó su silla para atrás, lo más lejos posible del lugar de Neville.

Moody levantó otra vez la varita, señaló de nuevo a la araña y murmuró:

—¡Crucio!

De repente, la araña encogió las patas sobre el cuerpo. Rodó y se retorció cuanto pudo, balanceándose de un lado a otro. No profirió ningún sonido, pero era evidente que, de haber podido hacerlo, habría gritado.
Neville se empezó a aferrar al pupitre, Harry al notar esto, tomó su mano y la apretó fuerte, no entendía que pasaba, pero algo estaba haciendo el profesor que hacia que Neville reaccionara así.

Moody no apartó la varita, y la araña comenzó a estremecerse y a sacudirse más violentamente.

El azabache iba a hablar pero su amiga le ganó.

—¡Pare! —dijo Hermione con voz estridente.

Todos la miraron. Ella no se fijaba en la araña sino en el chico.
Todos siguieron la dirección de los ojos de la chica, vieron como la manos de Neville se aferraban al pupitre mientras que la otra a la mano de Harry.

Tenía los nudillos blancos y los ojos desorbitados de horror.

Moody levantó la varita. La araña relajó las patas pero siguió retorciéndose.

—Reducio —murmuró Moody, y la araña se encogió hasta recuperar su tamaño habitual. Volvió a meterla en el tarro—. Dolor —dijo con voz suave—. No se necesitan cuchillos ni carbones encendidos para torturar a alguien si uno sabe llevar a cabo la maldición cruciatus... También esta maldición fue muy popular en otro tiempo. Bueno, ¿alguien conoce alguna otra?

Harry miró a su alrededor. A juzgar por la expresión de sus compañeros, parecía que todos se preguntaban qué le iba a suceder a la última araña. La mano de Hermione tembló un poco cuando se alzó por tercera vez.

—¿Sí? —dijo Moody, mirándola.

—Avada Kedavra —susurró ella.

Algunos, incluido Ron, le dirigieron tensas miradas.

—¡Ah! —exclamó Moody, y la boca torcida se contorsionó en otra ligera
sonrisa—. Sí, la última y la peor. Avada Kedavra: la maldición asesina.

Metió la mano en el tarro de cristal, y, como si supiera lo que le esperaba,
la tercera araña echó a correr despavorida por el fondo del tarro, tratando de escapar a los dedos de Moody, pero él la atrapó y la puso sobre la mesa. La araña correteó por la superficie.
Moody levantó la varita, y, previendo lo que iba a ocurrir, Harry sintió un repentino estremecimiento.

—¡Avada Kedavra! —gritó Moody.

Hubo un cegador destello de luz verde y un ruido como de torrente, como
si algo vasto e invisible planeara por el aire. Al instante la araña se desplomó
patas arriba, sin ninguna herida, pero indudablemente muerta. Algunas de las alumnas profirieron gritos ahogados. Ron se había echado para atrás y casi se cae del asiento cuando la araña rodó hacia él.

Moody barrió con una mano la araña muerta y la dejó caer al suelo.

—No es agradable —dijo con calma—. Ni placentero. Y no hay contramaldición. No hay manera de interceptaría. Sólo se sabe de una persona que haya sobrevivido a esta maldición, y está sentada delante de mí.

Harry sintió su cara enrojecer cuando los ojos de Moody –ambos ojos– se
clavaron en los suyos. Se dio cuenta de que también lo observaban todos los
demás. Neville como apoyo, tomo por debajo de la mesa su mano.

Harry miró la limpia pizarra como si se sintiera fascinado por ella, pero no veía nada en absoluto...
De manera que así habían muerto sus padres... exactamente igual que esa
araña. ¿También habían resultado sus cuerpos intactos, sin herida ni marca
visible alguna? ¿Habían visto el resplandor de luz verde y oído el torrente de muerte acercándose velozmente, antes de que la vida les fuera arrancada?

El chico se había imaginado la muerte de sus padres una y otra vez durante años, desde que se había enterado de que los habían asesinado, desde que Sirius y Remus le contaron sobre lo sucedido aquella noche: que Colagusano los había traicionado revelando su paradero a Voldemort, el cual los había ido a buscar a la casa de campo; que Voldemort había matado en primer lugar a su padre; que había intentado enfrentarse a él, mientras le gritaba a su mamá que lo agarrara a él y echara a correr... y que Voldemort había ido luego hacia Lily Potter y le había ordenado hacerse a un lado para matar a Harry; que ella le había rogado que la matara a ella y no al niño, y se había negado a dejar de servir de escudo a su hijo... y que de aquella manera Voldemort la había matado a ella también, antes de dirigir la varita contra Harry...

El azabache estaba al tanto de aquellos detalles porque había oído las voces de sus padres al enfrentarse con los dementores el curso anterior.
Nadie más que él, sabía como habían pasado las cosas.
Porque ésa era lamentablemente la arma de los dementores: obligar a su víctima a revivir los peores recuerdos de su vida, y ahogarla, impotente, en su propia desesperación...

Moody había vuelto a hablar; desde la distancia, según le parecía a Harry.
Haciendo un gran esfuerzo, volvió al presente y escuchó lo que decía el
profesor.

—Avada Kedavra es una maldición que sólo puede llevar a cabo un mago muy poderoso. Podran sacar las varitas mágicas todos ustedes y apuntarme
con ellas y decir las palabras, y dudo que entre todos consiguieran siquiera hacerme sangrar la nariz. Pero eso no importa, porque no les voy a enseñar a llevar a cabo esa maldición.

»Ahora bien, si no existe una contramaldición para Avada Kedavra, ¿por qué se la he mostrado? Pues porque tienen que saber. Tienen que conocer lo peor. Ninguno de ustedes querrá hallarse en una situación en que tenga que enfrentarse a ella. ¡ALERTA PERMANENTE! —bramó, y toda la clase volvió a sobresaltarse.

»Veamos... esas tres maldiciones, Avada Kedavra, cruciatus e imperius, son conocidas como las maldiciones imperdonables. El uso de cualquiera de ellas contra un ser humano está castigado con cadena perpetua en Azkaban. Quiero preveniros, quiero enseñaros a combatirlas. Tienen que prepararse, tienen que armarse contra ellas; pero, por encima de todo, deben practicar la alerta permanente e incesante. Sacar las plumas y copias lo siguiente...

Se pasaron lo que quedaba de clase tomando apuntes sobre cada una de
las maldiciones imperdonables. Nadie habló hasta que sonó la campana; pero, cuando Moody dio por terminada la lección y ellos hubieron salido del aula, todos empezaron a hablar inconteniblemente. La mayoría comentaba cosas sobre las maldiciones en un tono de respeto y temor.

—¿Vieron cómo se retorcía?

—Y cuando la mató... ¡simplemente así!

Hablaban sobre la clase, como si hubiera sido un espectáculo teatral, pero para él no había resultado divertida. Y, a juzgar por las
apariencias, tampoco para Hermione.

—Hablan como si fuera sido todo divertido —hablo Harry, siendo escuchado por su amiga—. ¿Ellos no vieron acaso como estaba el pobre de Nev? Merlín, sentí como cada minuto apretaba mi mano, de seguro era de dolor. Podrá haber convertido a Malfoy en hurón, pero que le haya hecho esto a Neville hace que este en mi lista de profesores que odio.

—Date prisa —le dijo muy tensa la castaña a Ron.

—¿No vuelves a la condenada biblioteca? —preguntó Ron.

—No —replicó Hermione, señalando a un pasillo lateral—. Neville.

Neville se hallaba de pie, solo en mitad del pasillo, dirigiendo al muro de piedra que tenía delante la misma mirada horrorizada con que había seguido a Moody durante la demostración de la maldición cruciatus.

—Neville... —lo llamó Hermione con suavidad.

Neville ni siquiera la volteó a ver.

—Oye Nev —ahora habló Harry también con suavidad mientras lo tomaba del hombro.

—Ah, hola —respondió con una voz mucho más aguda de lo usual—. Qué clase tan interesante, ¿verdad? Me pregunto qué habrá para cenar, porque... porque me muero de hambre, ¿ustedes no?

—Neville, ¿estás bien? —le preguntó Hermione.

—Sí, sí, claro, estoy bien —farfulló atropelladamente, con la voz demasiado aguda—. Una cena muy interesante... clase, quiero decir... ¿Qué habrá para cenar?

Ron le dirigió a Harry una mirada asustada.

—Neville, ¿qué...?

Oyeron tras ellos un retumbar sordo y seco, y al volverse vieron que el profesor Moody avanzaba hacia allí cojeando. Los cuatro se quedaron en
silencio, mirándolo con aprensión, pero cuando Moody habló lo hizo con un gruñido mucho más suave que el que le habían oído hasta aquel momento.

—No te preocupes, hijo —le dijo a Neville—. ¿Por qué no me acompañas a mi despacho? Ven... tomaremos una taza de té.

El estudiante pareció aterrorizarse aún más ante la perspectiva de tomarse un té con Moody. Ni se movió ni habló.

Moody dirigió hacia Harry su ojo mágico.

—Tú estás bien, ¿no, Potter?

—Sí —contestó Harry en tono casi desafiante.

El ojo azul de Moody vibró levemente en su cuenca al escudriñar a Harry.
Luego dijo:

—Tienen que saber. Puede parecer duro, pero tienen que saber. No sirve
de nada hacer como que... bueno... Vamos, Longbottom, tengo algunos libros que podrían interesarte.

El rubio miró a sus amigos de forma implorante. El azabache iba a hablar pero decidió mejor callarse. Odiaba a Moody, pero le daba un poco de miedo, al final ninguno dijo nada, así que no tuvo más remedio que dejarse arrastrar por Moody, que le había puesto en el hombro una de sus nudosas manos.

—Pero ¿qué pasaba? —preguntó el pelirrojo observando a ambos doblar la esquina.

—No lo sé —repuso pensativa.

—¡Vaya clase!, ¿eh? —comentó Ron, mientras emprendían el camino hacia el Gran Comedor—. Fred y George tenían razón. Este Moody sabe de
qué va la cosa, ¿a que sí? Cuando hizo la maldición Avada Kedavra, ¿te fijaste en cómo murió la araña, cómo estiró la pata?

El pecoso enmudeció de pronto ante la mirada de su amigo, y no volvió a decir nada hasta que llegaron al Gran Comedor, cuando se atrevió a comentar que sería mejor que empezaran aquella misma noche con el trabajo para la profesora Trelawney, porque les llevaría unas cuantas horas.

Hermione no participó en la conversación de Harry y Ron durante la cena, sino que comió a toda prisa para volver a la biblioteca. Harry y Ron fueron hacia la torre de Gryffindor, y Harry, que no había pensado en otra cosa durante toda la cena, volvió al tema de las maldiciones imperdonables.

—¿No se meterán en un aprieto Moody y Dumbledore si el Ministerio se entera de que hemos visto las maldiciones? —preguntó, cuando se acercaban a la Señora Gorda.

—Sí, seguramente —contestó Ron—. Pero Dumbledore siempre ha hecho las cosas a su manera, ¿no?, y me parece que Moody se ha estado metiendo en problemas desde hace años. Primero ataca y luego pregunta... Fíjate en lo de los contenedores de basura.
«Tonterías...»

La Señora Gorda se hizo a un lado para dejarles paso, y ellos entraron en la sala común de Gryffindor, que estaba muy animada y llena de gente.

—Entonces, ¿nos ponemos con lo de Adivinación? —propuso el azabache con una sonrisa.

—Deberíamos —respondió el pelirrojo refunfuñando.

Fueron por los libros y los mapas al dormitorio, y encontraron a Neville allí solo, sentado en la cama, leyendo.

Parecía mucho más tranquilo que al final de la clase de Moody, aunque todavía no estuviera del todo normal. Tenía los ojos enrojecidos.

—¿Estás bien, Neville? —le preguntó Harry.

—Sí, sí —respondió Neville—, estoy bien, gracias. Estoy leyendo este libro
que me ha dejado el profesor Moody...

Levantó el libro para que lo vieran. Se titulaba Las plantas acuáticas mágicas del Mediterráneo y sus propiedades.

—Parece que la profesora Sprout le ha dicho al profesor Moody que soy
muy bueno en Herbología —dijo. Había una tenue nota de orgullo en su
voz que Harry no había percibido nunca—. Pensó que me gustaría este libro.

Decirle a Neville lo que la profesora Sprout opinaba de él, pensó Harry,
había sido una manera muy hábil de animarlo, porque muy raramente oía decir que fuera bueno en algo. Era un gesto del estilo de los del profesor Lupin.

—Y tal parece que su te gusta. Me alegra —dijo con una sonrisa, antes de alejarse de él y acercarse a su cama.

Tomo su ejemplar.

—¿Bajaras conmigo a la sala común? —preguntó su amigo mientras abría la puerta.

Miro como el castaño seguía leyendo el libro.

Negó con la cabeza. El pelirrojo salió de la habitación dejando a ambos chicos en el cuarto.
Decidió que era mejor hacer su tarea en el cuarto.

Pasaron dos horas y llevaba más de la mitad de su trabajo, le dolía la mano, tener que estar leyendo libros –que fueron escogidos por su novio, que gracias a Merlín sabía un poco sobre eso– hacia que su vista se cansara.

—Eso —murmuró.

Agarró su tableta –la cual fue un regalo de Remus cuando se juntó con Cedric–, este se la había dado para que ambos pudieran comunicarse. Sirius y él la habían hecho cuando estaban en Hogwarts para poder hablarse cuando al castaño le tocaba vigilar.
Era un pedazo de madera, que llevaba una hoja de papel y pequeñas decoraciones a su alrededor, cuando alguien escribía en el papel, a la otra persona que tienen la otra mitad de la tableta, le llegará el mensaje.

Harry le escribió a su pareja. Quería saber si Cedric estaba bien, normalmente se veían siempre en la cabaña de Hagrid, pero no habían podido verse por las clases, más porque el castaño había estado demasiado ocupado.

Hola

No era mucho de escribir, casi siempre era su novio quien escribía primero.

Hola pequeño

Sonrió al leer el mensaje de Cedric, le daba risa como apesar de que ya eran novios, él lo siguiera llamando así.

《¿Ya terminaste tus tareas?
¿Has logrado descansar?

Bueno, me faltan aún, pero
solo un poco. Y si he logrado
descansar, así que no te
preocupes

Rodo los ojos, odiaba que lo conociera demasiado.

Ambos siguieron hablando, sobre temas random. Aunque el azabache quería mencionar el torneo, no quería sentirse mal, no quería saber si Cedric intentaría participar; decidió dejar ese tema para otro día, por ahora disfrutaría el tiempo que su novio le daba.

Me dolió lo de Neville.
Sabemos el porqué lo hizo.

Me gustaría darle mucho más avance a la amistad de Neville y Harry, se que su amistad debió de ser tan hermosa.

Ya casi se vienen los momentos Hedric.

Por si tienen curiosidad sobre lo de la tableta, en una serie la cual es la peor bruja, sale una tipo tableta mágica, así que la decidí añadir ahí, aunque esa serie es mucho más avanzada (me refiero a los años). Igual me gustó meterlo, y más poniendo que Sirius y Remus la crearon.

Bueno, que tengan un lindo día chicos/chicas. <3

𝐑 . 𝐃

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