EXTINCTION【Libro I】|Disponibl...

By hanabiXO

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《𝐀𝐁𝐑𝐀𝐊𝐀𝐃𝐀𝐁𝐑𝐀 #𝟏》 ❝𝕯𝖎𝖔𝖘 𝖍𝖆 𝖒𝖚𝖊𝖗𝖙𝖔❞... Y su raza está maldita. ¿El amor será suficiente... More

✧ Disponible en FÍSICΩ & E-BOOK ✧
✧ Guía ✧
✧ Mapa ✧
✧ Booktrailer ✧
☽ Prólogo ☾
☽ Capítulo 1 ☾
☽ Capítulo 2 ☾
☽ Capítulo 3 ☾
☽ Capítulo 4 ☾
☽ Capítulo 5 ☾
☽ Capítulo 6 ☾
☽ Capítulo 7 ☾
✧ La luna escarlata ✧
☽ Capítulo 8 ☾
☽ Capítulo 9 ☾
☽ Capítulo 10 ☾
☽ Capítulo 11 ☾
☽ Capítulo 12 ☾
✧ Luna y Avellana ✧
☽ Capítulo 13 ☾
✧ Cromo ✧
☽ Capítulo 14 ☾
☽ Capítulo 15 ☾
☽ Capítulo 16 ☾
☽ Capítulo 17 ☾
☽ Capítulo 18 ☾
☽ Capítulo 19 ☾
☽ Capítulo 20 ☾
☽ Capítulo 21 ☾
☽ Capítulo 22 ☾
☽ Capítulo 23 ☾
☽ Capítulo 24 ☾
☽ Capítulo 25 ☾
☽ Capítulo 26 ☾
☽ Capítulo 27 ☾
✧ Nota de autora ✧
☽ Capítulo 28 ☾
☽ Capítulo 29 ☾
☽ Capítulo 30 ☾
☽ Capítulo 31 ☾
☽ Capítulo 32 ☾
☽ Capítulo 33 ☾
☽ Capítulo 34 ☾
☽ Capítulo 35 ☾
☽ Capítulo 36 ☾
☽ Capítulo 38 ☾
☽ Capítulo 39 ☾
☽ Capítulo 40 ☾
☽ Epílogo ☾
☽ Extra 1 ☾
✧ Agradecimientos ✧
A V I S Ω
☽ A B R A K A D A B R A #2 ☾

☽ Capítulo 37 ☾

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By hanabiXO


—Cierra la boca.

Su acerba orden reduce el llanto del crío a un gimoteo quebradizo. Ahora puede concentrarse mejor, pero no del todo.

Está comenzando a frustrarse.

Se conduce a través del desierto jardín con el niñato en brazos mientras intenta recuperar el lazo psíquico para comunicarse. Lo logra en el momento en que entra al castillo.

El omega y el idiota de su hijo siguen en el mismo lugar en el cual los dejó. Tampoco es que hubiesen tenido la posibilidad de moverse estando atados con las cadenas espirituales. Phaeron luce más patético de lo habitual, implorándole con la mirada aguada vaya a saber qué. ¿Que lo deje ir? ¿Que le dé una explicación? Cómo sea, tampoco es que le importe. Vyanlu se encuentra quieto, callado y sumiso como a él le gusta, pero la sala apesta a feromonas amargas y el crío que carga en brazos nuevamente se pone inquieto. Jodidos omegas. Solloza y llama a su papá y a su papi, avizorando hacia todos lados en su búsqueda. Tymael no comprende del todo si "papá" y "papi" son la misma persona o qué diablos, pero ante la insistencia del niño en evocar alternativamente uno y otro término, resuelve que se trata de dos... y puede hacerse una idea de quiénes son.

Desagradable.

—Bien —suelta en voz alta, dirigiéndose a la nada. Tanto Vyanlu como Phaeron y Rysaeran se sobresaltan—. Ya he cumplido con mi parte. ¿Ha despertado?

Phaeron se remueve salvajemente, bregando por zafarse de las cadenas. Aceza y maldice en su fuero interno, pues la impiadosa mordaza no le deja liberar ni una palabra. Observa amedrentado la manera en la que Tymael sonríe, mirando siniestramente hacia un punto x, los irises indiscernibles en sus ojos completamente negros. Presa del desasosiego, Phaeron voltea la cabeza hacia su madre buscando contención, como si volviese a ser aquel niño inseguro del pasado. Sin embargo, al verlo tan desvaído y desesperanzado, sus propios incentivos caen en picada.

Transcurre un tiempo indeterminado antes de que un chirrido le ponga fin al suspenso silencioso y venenoso. El suspenso en realidad continúa, pero es mil veces más escalofriante, pues ese sonido discordante que se le ha agregado, similar al de las garras de una alimaña raspando metal o al lamento de una banshee, intimidaría hasta al espíritu de un dragón ancestral.

Familiarizado con ese ruido metálico, Phaeron comienza a sudar frío y a gritar detrás de la mordaza, observando a su padre con los ojos redondos y llorosos. Tymael parpadea y el negro de sus ojos se difumina. Le devuelve una mirada llena de desdén a su vástago antes de acercarse a él para arrancarle el trozo de tela de la boca. No obstante, antes de que Phaeron pueda gritar cualquier cosa, el sonido estridente que se acerca por el pasillo colindante se torna más fuerte y discernible hasta que para momentáneamente, cuando la puerta frente a ellos se abre con lentitud. Otro crujido y otro chirrido, y Phaeron ya no necesita de una mordaza para quedarse callado. La estupefacción es suficiente para congelar su corazón y su voz. En su lugar, quien habla con un tinte inocente y feliz es el pequeño Rysaeran.

—¡Papá! —Extiende sus manitas hacia Raegar, completamente ajeno a la extrañeza y hostilidad en su apariencia y energía espiritual. Solo quiere soltarse de ese hombre malvado que no lo deja ir para correr a los brazos de su padre—. ¡Papá, papá!

Tymael sonríe y finalmente deposita al niño en el suelo.

—¡NO! ¡RYSAERAN, NO VAYAS!

Pero el grito de Phaeron solo asusta al niño en lugar de mantenerlo a salvo. Después de todo es solo un desconocido para su hermano menor. Rys se apresura a llegar junto a su papá —quien se ha quedado inmóvil en el umbral de la puerta— creyendo que solo está esperando por él para alzarlo en brazos y llevarlo de vuelta a casa. El pequeño solo se detiene con cierta duda al reparar en la espada filosa que su papá lleva en la mano y en la sangre que cubre su piel expuesta.

—Papá, ¿estás lastimado? ¿Qué tienes? —Se aproxima despacio y toma la mano libre de Raegar entre sus deditos, sintiéndola muy fría. En ese momento advierte un destello plateado rojizo por el rabillo del ojo y levanta la cabeza, al mismo tiempo que Raegar levanta la enorme espada.

—¡RAEGAR! ¡NO LO HAGAS, HERMANO! ¡RAEGAR, NO...!

La súplica de Phaeron no llega al aludido, como si este se hubiese transformado en un trozo de madera o metal: la consciencia, la vitalidad y la sensibilidad lo han abandonado.

La espada cae con un silbido, corta el aire y luego la carne, bañándose de sangre fresca y joven, de la vida que roba y de la muerte que deja su filo tras sí. El líquido carmesí rueda por el suelo y refleja la dantesca escena: un omega muerto en vida, un alfa despiadado que sonríe, otro alfa abatido que llora y clama su profundo dolor, un ser semejante a un demonio de ojos rojos y enturbiados y el cadáver de un niño.

El Arcano de Fuego se adelanta algunos pasos, sorteando con movimientos aletargados el diminuto cuerpo seccionado a sus pies. Tymael parece ser la única figura visible para sus pupilas ensombrecidas.

—Padre... por qué... —musita sin ningún tipo de inflexión. Su voz es demasiado áspera y forzada, como si ese trozo de madera o metal estuviese astillado u oxidado. Raegar avanza morosamente, arrastrando la punta de Dreaghan y reanudando así el espantoso chirrido—. Por qué me has hecho esto...

—¡RAEGAR, DESPIERTA, POR FAVOR! —vocifera Phaeron, desesperado e impotente frente al amarre de las cadenas espirituales.

A medida que ese monstruo parecido a su hermano se mueve sin un mínimo indicio de conciencia, sus energías se consumen y sus hombros caen. Una patada aterriza en su espalda y lo avienta un par de metros hacia adelante. Se levanta con torpeza sobre sus rodillas antes de alzar el mentón y encontrarse cara a cara con el semblante enfermizo de Raegar. Las lágrimas tórridas que resbalan por sus mejillas son su única fuente de calor. Voltea la cabeza para mirar una vez más la sonrisa abyecta de Tymael y luego regresa al rostro de Raegar con el corazón resignado y marchito.

—Hermano... lo lamento mucho.

Con dicha sucinta disculpa Phaeron no busca salvar su pellejo en un vulgar intento de persuasión. Simplemente se está sincerando al caer en la cuenta de que su vida terminará en los próximos segundos. Sabe que estuvo muy lejos de ser la definición de un buen hermano, que nunca acompañó ni apoyó a Raegar, que ningún gesto cálido fue trazado por sus brazos y que ninguna palabra afectuosa salió jamás de sus labios. La culpa siempre fue esa dolorosa espina en su corazón que no tuvo el coraje de quitar con un "lo siento". Si no logró encontrar la paz en la vida y tampoco la encontrará en la muerte, al menos quiere quitarse esa púa de arrepentimiento de una vez por todas.

—Lo siento, lo siento... Yo... siempre te he admirado —consigue confesar al fin.

Al menos Eón le obsequió el tiempo y el valor suficientes para purgar el remordimiento.

La espada es blandida y un nuevo charco de sangre se funde con el anterior. La sala ya comienza a parecerse a un pantano del Infierno. Dreaghan tiembla y rutila.  Mientras más se alimenta de vida y melancolía, más radiante se vuelve, como si estuviera emocionada. Raegar sacude su hoja, salpicando las paredes con serpientes rojas y dibujando una huella de luz del mismo color en el aire.

—Padre... por qué me odias tanto...

Un par de alas lánguidas cuelgan de su espalda, sus extremos sumergidos en la laguna cruenta.

Los ojos de Tymael lucen pensativos durante un efímero instante.

—No es odio, hijo mío. Es amor.

Vyanlu escupe sobre sus zapatos tomándolo desprevenido. Tymael contempla curioso la mancha irregular de saliva en su pie con sus cejas oscuras levemente arqueadas.

—Te maldigo, Tymael Wealdath —jura el omega. El resentimiento y el odio abisal afilan sus palabras hasta transformarlas en dagas. En un principio Tymael considera algo risible ese inusitado ataque de rebeldía, pero cuando la saliva arrojada comienza a quemar y corroer su zapato, su sonrisa sucumbe—. El amor que te atormentó en esta vida te seguirá al más allá y jamás podrás librarte de él.

—Pequeña perra insidiosa, ¿ahora muestras tus garras? Qué lamentable, déjame decirte que es demasiado tarde. —Tymael sujeta un puñado del cabello negro de Vyanlu y lo levanta del suelo, acercando su oreja a sus labios—. Ya estoy maldito.

Luego lo lanza hacia adelante, enfrentándolo a un destino truculento.

Vyanlu aterriza sobre la sangre vertida de sus propios hijos, soltando un quejido de dolor que poco tiene que ver con las heridas físicas. Le duele el alma. Las botas de Raegar se detienen a un lado de su cuerpo aovillado con un sonido chicloso debido a la sangre pegada en las suelas. Vyanlu busca los orbes de su hijo con los suyos, pero aquellos cristales hermosos, fuertes y divinos como los diamantes ahora están embebidos en las tinieblas, muy diferentes a lo que solían ser.

Sus labios frágiles y temblorosos, como un par de pétalos de rosa en medio de un vendaval, afinan un canto excelso:

—Escondidas en el profundo claro, la danza de las hadas trae alegría y esplendor... La luna guía sus pasos, el fresno se agita a su alrededor... Oh, estrellas en la tierra, dejen que la luna guíe sus delicados pies, estrellas oscuras en la noche brillante, un halo de plata envuelve su pureza...

Dreaghan comienza a ascender por tercera ocasión, lista para engullir la siguiente vida. El ápice mortífero apunta al cielo, pero la voz etérea de Vyanlu no cesa ni aunque la muerte ya se haya aferrado a sus talones, ansiosa por llevárselo al abismo.

—Oh, mariposa de alas negras, visita el interior de la Tierra y rectificando encontrarás la piedra oculta, la verdadera medicina...

Las facciones de Tymael permanecen cubiertas de escarcha cuando la hoja cercena la garganta del omega.

El canto se distorsiona como un tocadiscos averiado, pero en ningún momento se interrumpe, ni siquiera el gorgoteo de sangre que escapa por su boca ni el sufrimiento de su carne y de su alma lo refrenan. No es sino hasta el tercer ataque de Dreaghan que la canción finalmente se extingue junto con el último de sus suspiros.

—Vaya, esa era una canción muy bonita, es una pena que hubiese acabado tan pronto... ¿Ahora quién arrullará mi alma en este triste final?

La pregunta de Tymael es respondida por el demencial ruido metálico de la espada, cuyo vértice vuelve a ser arrastrado por el suelo en cuanto Raegar reanuda su marcha hacia él.

Tymael abre los brazos en un gesto de bienvenida pero interiormente se despide.

Qué muerte tan silenciosa...

El sol despunta por el oriente. La aurora se cierne sobre la tierra y los cadáveres ensangrentados, avivando el tono escarlata del panorama al punto de incomodar a la vista. El cabello de Haridyen se funde con un rayo anaranjado dando la impresión de estar flameando. La llama blanca en su mano derecha parpadea antes de desaparecer por completo junto al cielo nocturno. Haridyen desearía que se llevaran consigo todos los acontecimientos de los últimos días para que, cuando se levante al día siguiente, pueda suspirar de alivio y decir "Todo está bien. Solo fue una pesadilla. Mi vida no se ha destruido por completo. La persona que amo se encuentra a mi lado y el futuro nos sonríe. No hay nada que temer".

Haridyen suspira, pero no hay ni un gramo de alivio en ese soplido fragmentado. El fuego argénteo sigue reduciendo a cenizas los cuerpos, tanto de vampiros como de sus propios compañeros de guerra. Nunca le agradó matar. No importa si es un vampiro o una simple mosca, en el momento en que sus manos obligan a un alma a separarse de su cuerpo, inmediatamente una ronda de escalofríos lo asalta y la bilis sube por su garganta. Ha perdido la cuenta de cuántas veces ha vomitado durante la noche, o mejor dicho, cuántas veces ha tenido que inclinarse para comenzar a toser saliva espesa y amarga. No recuerda cuándo fue la última vez que se echó algo al estómago. Se siente mareado, perdido y asustado, y al mismo tiempo no siente nada. No está menos muerto que los cadáveres que se pulverizan a su alrededor.

Por suerte —si es que se puede hablar en términos positivos en estas instancias— los vampiros pierden fuerzas y energías al alba, por lo que aquellos que no están muertos o agonizando han dejado de presionar los límites de la ciudad, retrayéndose hacia el bosque para descansar y recuperarse.

Haridyen voltea y camina hacia la barrera, nervioso e impaciente por regresar junto a su alfa. Los vampiros volverán a atacar en cuanto anochezca y el poder del ejército de Arvandor se ha debilitado en un setenta por ciento. Sin Haridyen, la ciudad será tomada y reducida a sus cimientos en lo que dura el latido cardíaco de una ninfa enamorada. Pero, ¿y Raegar? Si algo le sucede mientras él no se halla a su lado, jamás se lo perdonará.

—¿Creen poder vigilar la periferia durante el día? —le solicita al general que lo sigue de cerca—. Los vampiros han flaqueado, no atacarán hasta la próxima puesta de sol.

—Sí, señor. Gracias a usted nuestros soldados tuvieron la oportunidad de descansar y los magos han trabajado arduamente con la barrera, los ciudadanos estarán seguros, al menos por hoy. Enviaremos algunas escuadras al bosque.

—Sean precavidos, aunque los vampiros sean más débiles durante el día están lejos de ser inofensivos. Los estarán esperando. También vigilen a los periodistas, los civiles no deben enterarse de lo que está sucediendo. Si cunde el pánico, la atmósfera energética se desestabilizará y aflojará la barrera.

—Seremos cautos, no tiene de qué preocuparse. En cuanto a los periodistas, los tenemos controlados bajo amenaza. Lo siento, sé que no es la mejor manera, pero de no ser así...

—Asmer, entiendo.

Haridyen confía enormemente en su ejército, pero el caso es que jamás han atravesado una adversidad semejante a la actual. Es imposible no preocuparse, y es imposible no tomar medidas extremas como amenazar a los periodistas.

—Milord... —dice con suavidad el general. Haridyen educa su rostro afligido, simulando seguridad. Es el único puntal que le resta a su manada. Si se deja ver derrotado, su ejército se desmoralizará y menos posibilidades tendrán de sobrevivir.

—Dime.

—Cuide a nuestro líder.

La esperanza y la desesperación confluyen en la mirada endurecida del alfa. Haridyen aprieta los labios y sus manos se cierran en puños. Tiempo atrás, su respuesta hubiese sido instantánea y tajante: "Ni siquiera tienes que decirlo. Por supuesto que lo mantendré a salvo". Sin embargo, resultó ser un alfa impotente, un bueno para nada y una gran decepción. Le falló a Raegar. Le falló a su familia. Desatendió a su manada en el peor momento y cientos de soldados y magos murieron mientras él hacía absolutamente nada.

Así que... realmente no tiene ninguna respuesta que ofrecerle a su general. Solo siente vergüenza de sí mismo.

Antes de que pudiese seguir su camino, uno de los miembros del gremio se acerca corriendo, extremadamente agitado, alarmando todos sus sentidos.

—¡Señor! S-Su hermana está aquí.

—¿Qué? —¿Hannah? ¿Qué diablos hace en este lugar? Un funesto presentimiento lo embarga—. ¡¿Dónde está?!

—En el cuartel B...

Haridyen echa a correr incluso antes de que el mago termine de hablar. Tarda apenas unos minutos en arribar al cuartel, ubicado cerca de la única entrada de la manada. La primera escena con la que se topa hace temblar sus rodillas. Su hermana se encuentra sollozando, despeinada y en pijama, sentada en uno de los banquitos enclenques del cuartel mientras dos reclutas intentan calmarla.

—¡Hannah!

La omega alza la cabeza abruptamente. El terror se halla impreso en sus facciones.

—¡Rysaeran desapareció! ¡No lo encontramos por ningún lado! —Los sollozos de Hannah evolucionan a un llanto desgarrador.

Haridyen se hunde en un momento de desorientación y el mareo que lo venía hostigando se dispara, obligándolo a apoyarse contra una de las mesas.

—¿Qué...?

—Fui a su habitación para ver cómo estaba... y-y solo encontré su cama desordenada —explica Hannah, haciendo un enorme esfuerzo para ser rápida y concisa—. Nadie escuchó ni vio nada. Madre llamó a la policía, p-pero están todos ocupados...

A medida que su hermana habla, el mal presentimiento de Haridyen va adoptando la forma de una conjetura terrorífica.

¿Podría ser que...?

La puerta del cuarto se abre en ese momento y la figura maltrecha de otro lycan inesperado se presenta. Los ojos de Haridyen se desorbitan al observar a un Gin golpeado, con su delicada cara plagada de moretones azulados y un corte profundo sobre su ceja.

Haridyen termina de confirmar su corazonada antes de que la respiración del omega se estabilice para poder hablar. Niega con la cabeza, pero no es como si pudiese cancelar y hacer desaparecer el horror con ello.

—Tymael... ¡Tymael apareció en el castillo y nos atacó! —suelta Gin con la voz ronca y rota—. M-Me dejó ir, pero Phaeron...

Haridyen sale del cuartel con un zumbido constante en sus oídos. No hay necesidad de escuchar más. A pesar de sentir las extremidades entumecidas y una fuerte opresión en el pecho que no le deja respirar, corre todo el trayecto hacia el castillo, enviando las últimas gotas de su energía espiritual a sus pies para aligerarlos y redoblar la velocidad.

A esta hora los jardineros ya deberían estar haciendo su trabajo, sin embargo el jardín de los Wealdath se encuentra vacío. Haridyen experimenta una amarga sensación de deja al entrar al castillo y oír gritos provenientes del ala norte. Mientras más se acerca, más penetrante se vuelve el olor a sangre y más tóxica la energía en la atmósfera. Casi atropella a dos sirvientes que huían en dirección opuesta, chillando y llorando. Le gritan algo que no logra comprender en su extremo estado ansioso, pero sí se percata de que en el suelo de ónix y mármol blanco han quedado plasmadas las huellas rojas y frescas de los rápidos pies de los sirvientes, las cuales utiliza de guía para llegar finalmente al núcleo de aquella maldad ahogante.

No imaginaba que ese núcleo sería su amado Raegar.

—¿Mi amor...?

La imagen lo sacude violentamente. Su alfa, su otra mitad, su luna brillante, se encuentra de pie con su semblante vacío y blanco y dos extremidades gigantes, como las alas de los dragones, cuelgan abatidas desde su espalda. El único indicio de emoción en él es el temblor en sus pupilas y en sus manos manchadas de sangre seca.

El pánico y la desbordante alegría por verlo "despierto" se cruzan y colisionan en la mente de Haridyen, no obstante, y solo después de haber podido procesar la situación a medias, sus ojos humedecidos descienden y sus nervios acaban por deshilacharse.

—¿Qué... qué es esto...?

¿Cuerpos? ¿De quiénes? ¿Qué les sucedió?

Parte de su raciocinio ya ha conectado a Dreaghan con la causa de muerte, pero la otra parte se niega a aceptarlo, dejándolo en un marasmo en el que ni avanza ni retrocede. En su cabeza y en su pecho todo comienza a arder, pero solo puede quedarse quieto y obnubilado mientras las llamas lo alcanzan.

Contempla a Raegar, cierra con fuerza los ojos y se aclara la vista con parpadeos veloces. Luego vuelve a mirar los cuerpos. A pesar de que el hecho es evidente y es sencillo establecer el enlace causa-efecto de lo sucedido, Haridyen no llega a concebirlo de una manera consciente.

Sus ojos lloran, sin causa aparente. Tal vez su alma ya ha captado algo que su cerebro no.

Entre los trozos de carne y ropa encuentra una carita angelical y candorosa, con unas largas pestañas oscuras lanzando una sombra extra sobre los orbes tristes y opacos. Los labios pálidos y las cejas lucen relajados, pero Haridyen, que ha sido testigo, cómplice y culpable de tantas muertes, es capaz de identificar que aquella aparente expresión de quietud nada tiene que ver con la paz. No. Ese es el tipo de desarraigo que provoca una muerte extremadamente dolorosa y perturbadora.

Sin poder soportar más el desborde interno, su estómago se contrae dolorosamente y se inclina para toser y escupir hiel. Su garganta, que se encuentra ya demasiado irritada por las secreciones ácidas, finalmente se abre y la sangre se mezcla en su boca. Ahora no solo tiene que verla y olerla a cada rato, también tiene que saborearla.

Se agarra la cabeza y grita. Grita tan fuerte que las heridas en su garganta se profundizan y los cristales de la sala vibran.

—Lo siento...

Haridyen se calla al instante. El débil susurro de Raegar resuena incluso más fuerte que su penoso aullido.

—Raegar... —Sus piernas inestables lo llevan automáticamente con su alfa. Evita la masa sanguinolenta en el suelo en la medida de lo posible, pero cuando está a punto de alcanzarlo, Raegar se desploma. Así sin más. Como si solo hubiese sido un muñeco sostenido por cuerdas invisibles y dichas cuerdas hubiesen sido cortadas todas al mismo tiempo—. ¡Raegar! Aguanta, aguanta...

Toma el pulso en sus muñecas, sintiendo unos latidos muy lentos y vagos. Su Amarrador de Almas, que había estado encandesciendo desde hace siete días, finalmente se triza por la mitad.

—No sobrevivirá la noche. —El brujo especialista en artes médicas y demoníacas se pone de pie después de haber estado casi dos horas examinando el estado físico y espiritual del líder de la manada. Su expresión es complicada—. Realmente es un milagro que su material genético se haya adaptado y mutado hasta cierto punto. Gracias a ello es que ha logrado resistir durante tanto tiempo.

—Pero no puede morir... —dice alguien entre la ronda de magos expectantes—. E-Es nuestro líder... ¿Qué haremos sin él?

Otro de los presentes se muestra de acuerdo y agrega:

—Apenas pudimos retener a los vampiros anoche... pero no podremos hacerlo por mucho más...

El brujo niega, su larga barba se agita de un lado al otro.

—Me temo que no hay nada que podamos hacer. Me he pasado una vida investigando el genoma vampírico y la cualidad de sus almas pero... no sé qué tipo de hechizo utilizó Tymael o qué diablos hizo para convertir a su hijo en... —Mira el cuerpo alado y las orejas puntiagudas de Raegar con cierto desdén—. En eso. Posiblemente ha sido una técnica prohibida oculta y completamente peligrosa. Lamento decir esto, pero milord Raegar debe estar padeciendo un dolor espiritual inconmensurable. Solo le queda poder acabar con su agonía.

—Pero... entonces, ¿por qué? —Esta vez es Gin quien alza la voz—. ¿Con qué razón Tymael destruyó a su propia familia de una manera tan abominable?

—¿Con qué razón? Quién sabe. Tymael Wealdath estaba mentalmente enfermo, la gente normal jamás podría comprender los entresijos de la cabeza de un psicópata. 

Nadie dice más cuando el brujo se retira. Antes de salir del cuarto le da un apretón en el hombro a Haridyen, esperando que su gesto de consuelo no haya sido demasiado brusco como para terminar de derrumbar al pobre alfa. Se ve tan lamentable y enteco que hasta una leve brisa podría tumbarlo.

—Mi señor, no debe culparse por esto. Ni los eruditos más ilustres han hallado algo que nos ayude a comprender la situación. Si no puede ser de otra manera, será porque los dioses así lo quieren.

Haridyen sonríe después de mucho tiempo, aunque no hay diversión alguna en esa curvatura sardónica que tajea sus labios secos.

—Los dioses son bastante crueles. ¿Por qué alguien tan maravilloso como mi alfa debería morir por su capricho?

Más tarde y de vuelta en el campo de batalla, Haridyen dejó que su cuerpo luchara mientras su mente divagaba en recuerdos alegres y su espíritu se apagaba lentamente. Como peleaba por simple inercia y sin una brizna de atención, recibió varios golpes y mordiscos, hasta que finalmente su última reserva de energía se agotó. Los Ghenova eran conocidos y alabados por el fuego en sus venas, por su increíble resistencia y su fuerza explosiva. Los libros solían relatar que estaban hechos con la sangre de Fenrir y el aliento inextinguible del ancestral dragón dorado.

¿Qué pensaría su gente si lo vieran ahora, tendido en el suelo, magullado y lleno de mugre mientras una vampira le asesta arañazos sin parar? ¿Seguirían creyendo en esas leyendas?

—¡Ustedes, escorias, asesinaron a nuestro rey! ¡Malditos! ¡Nuestro rey, era lo único que teníamos! ¡¿Por qué?!

Haridyen observa el rostro salvaje de la joven vampira, contorsionado por el odio y las ansias de venganza. Sus ojos rosados lloran, decantando sus lágrimas frías sobre las mejillas de Haridyen.

—¡Responde!

Otro garrotazo le abre cuatro heridas nuevas sobre las anteriores y una red de sangre se pinta sobre su piel lívida.

—Lo... lo siento...

La vampira no se esperaba tal respuesta, de hecho, la sorpresa hace que detenga momentáneamente su agresión y que sus facciones se crispen de aflicción.

—De... ¡¿De qué sirve disculparse ahora?! ¡Traidores!

En cierta manera, Haridyen la comprende. De hecho, su dolor y el de la vampira tienen un origen similar: a excepción del odio y la tristeza, han perdido todo en la vida.

Haridyen entrecierra los ojos, sin fuerzas y sin ánimos para defenderse o contestar. Ojalá pudiera quedarse dormido y despertar en otra vida, con su alfa sano y salvo a su lado. En esa otra vida, se aseguraría de que nada ni nadie pudiese lastimarlo. Nadie los separaría, caminarían juntos hacia un futuro resplandeciente y criarían a un niño rozagante y vigoroso. Su amor podría cultivarse y enraizarse para dar los más dulces frutos.

Sus ojos se cierran mientras se sumerge en esa afable fantasía. Seguirá a su alfa al Otro Mundo, y aunque ya ha tomado la decisión, todavía quiere acompañarlo cuando su corazón deje de latir. No puede morir aún.

Antes de que pueda quitarse a la vampira de encima, algo más lo hace por él. La mujer lanza un chillido y Haridyen deja de sentir su peso sobre su cuerpo.

Segundos después contempla boquiabierto cómo un par de criaturas de aspecto cadavérico y aterrador se dan un festín con la muchacha, arrancando pedazos de carne por doquier y tragándoselos con glotonería. Haridyen se levanta con dificultad y se acerca titubeando, completamente confundido. ¿Qué diablos son esas criaturas? ¿Ghouls? ¿Trasgos?

Como la vampira perdió la vida en uno de los primeros mordiscos que apuntaron al cuello, y como aquellos seres espeluznantes no parecen interesarse en él en lo más mínimo, Haridyen decide observar en lugar de intervenir. Los ojos de las criaturas son de un naranja intenso, por lo que descarta en un noventa por cierto la posibilidad de que sean ghouls, los cuales poseen ojos de un color blanco mortecino. No ha visto muchos duendes en su vida, incluso ha visto menos del tipo trasgo, por lo que hacer la distinción le cuesta más que con los ghouls. Esos fae son muy escurridizos y no les gusta ser vistos por los mundanos. Si no tienes afinidad con su elemento es casi imposible apreciarlos... Entonces ¿por qué se estarían comiendo a un vampiro en frente de él? ¿Por qué se comerían a un vampiro, en primer lugar? Y su aura...

Algunos crujidos provenientes de la derecha lo alertan, pero se voltea sin prisas, su instinto de supervivencia parece haber sido gravemente dañado por la dejadez. Alguien encapuchado aparece entre los árboles, una túnica oscura esconde su identidad. Haridyen solo puede discernir una barbilla afilada y limpia y una sonrisa encantadora. Como su Segunda Vista le muestra un inofensivo halo azul alrededor del desconocido —o desconocida—, no sigue investigando. Está demasiado cansado y se le nublan los ojos.

—Es peligroso aquí, regresa de donde viniste —le advierte simplemente. Se gira de nuevo para ahuyentar a las criaturas siniestras, pero ya han desaparecido, dejando solo un cuerpo a medio roer.

El entrecejo de Haridyen se pliega, pero pronto se olvida del tema y decide regresar a la primera línea de fuego. Ni siquiera sabe por qué acabó tan lejos en el bosque.

—Sé cómo puedes salvar al Arcano de Fuego.

Esta vez la reacción de Haridyen es súbita y casi agresiva cuando vira para enfrentar al encapuchado. Su corazón cae mil millas de altura. Pero no se permite ser tan optimista, no después de todo lo que ha sucedido.

—¿Quién eres? —indaga, toda su atención renacida ahora puesta en el misterioso sujeto.

—¿Importa acaso?

Se siente aún más intrigado con esa respuesta, porque si realmente ese sujeto sabe cómo salvar a Raegar, lo cierto es que le importa una mierda si es un dios o un demonio. Si puede confiar en él o no, también es un poco ridículo debatirlo. Es probable que su alfa no pase la noche, por lo que no tiene mucha más opción que creer en ese individuo extraño que dice tener en sus manos la receta para salvar sus almas y sus corazones.

—¿Qué tengo que hacer y qué quieres a cambio?

La sonrisa del encapuchado se realza.

—No busco nada a cambio, aunque el precio por la vida de tu pareja será alto.

—Haré lo que sea.

—Entonces, acércate —lo alienta el sujeto. Su voz es suave y agradable, con un ligero haz de diversión, muy persuasiva y magnética.

Haridyen camina hacia él sin miedo ni duda. Después de todo, ya no tiene nada que perder.



Como soy bondadosa y compasiva mañana publico el próximo capítulo y la añorada vuelta al presente. Y nos vamos despidiendo del Libro I gentee 😢😢 como llegué a las 200mil palabras (un libro bastante gordote si lo viéramos en físico) decidí hacerlo bilogía, o tal vez trilogía, quién sabe. Se habían dado cuenta que era tan largo?

Como siempre, muchas gracias por su apoyo. Sus comentarios, sus corazoncitos, los mensajes que me envían me hacen súper feliz 💖 su afecto sirve de combustible para mi imaginación y me acompaña cada vez que me pongo a escribir.

Nos leemos en el próximo 🌹

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