Enciendo una vela con un cerillo y la dejo consumirse. La coloco junto a las demás. La iglesia sigue luciendo igual que hace diez años: tranquila, silenciosa, hay poca gente. Quién diría que ha pasado tanto desde que vine a pedir por Gaal sin saber si quiera si alguien me escuchaba.
Gaal está frente a la pila de agua bendita. Con una mano sujeta un folleto y con otro un pequeño bulto.
Me dirijo a la misma imagen de Jesús con las ovejas y le dedico una oración demasiado personal para compartirla. Me persigno y le hago una seña a Gaal para irnos.
Sigo sin ser una persona religiosa, supongo que cada quien tiene su propia religión. Nadie le reza al mismo Dios.
Salimos y caminamos por el patio de la iglesia. Recuerdo esos días de miedo, inseguridad, culpa… Recuerdo que era joven, músico, poeta y loco. No quiero vivir de recuerdos, aun no soy viejo… o por lo menos tan viejo.
-¿Quieres un helado, bebé?-le digo a Gaal cuando llegamos al parque.
-Uy, sí. Uno de queso y zarzamora no me vendría mal.
-¿Y tú, chiquito? ¿También quieres un helado?-le pregunto al bulto que carga Gaal.
-¡Ti! ¡Lado!-dice nuestro hijo.
Nuestro hijo.
-Vuelvo en seguida.
Compro dos helados de zarzamora y queso y uno de limón. Camino a una callejuela y saco un Marlboro. Gaal no puede fumar, así que yo tampoco, pero como dijo Troy: un poco de humo no te va a matar.
Exhalo el humo que se proyecta contra el negro muro que es el cielo donde las nubes avanzan rápidamente. Me subo el cierre de la chaqueta y regreso con mi familia.
Familia.
Gaal sostiene a nuestro hijo del cuello de la camisa polo. Da sus torpes pasos como si fuera un robot, mirando cada pie avanzar. Uno y uno, uno y uno.
Entonces Gaal lo suelta y mi miedo se consume al ver que se mantiene en equilibrio.
Sus primeros pasos.
Gaal me voltea a ver con los ojos muy abiertos y una sonrisa enorme en su rostro. Yo me le acerco y le doy su helado. Nuestro hijo llega hasta la fuente donde pone sus manos y mira el agua y destello de las monedas.
-Que rápido creció-digo y como de mi helado.
-Sí, parece que apenas ayer era una cosa de nada.
Un policía mira a nuestro hijo al pasar con una linda sonrisa. Se acerca a él y se quita el sombrero.
-¿Quieres pedir un deseo?-le pregunta y le extiende una moneda de dos pesos. Nuestro hijo la lanza, rebota en el pila r de la fuente y cae al agua con un sonido sordo.
El policía alborota su cabello y luego se alela.
-¡Hijo! ¿Quieres helado?-le grita Gaal enseñándole el barquillo de limón.
-¡Lado! ¡Ti, papi!-sus torpes pasos regresan a nosotros.
-Te apuesto quinientos pesos a que dice primero mi nombre-le digo a Gaal cargando al pequeño bribón.
-¿Seguro?
-Por supuesto.
-Hijo, di Gaal.
-Gaaaaaaaaal.
-Me debes quinientos pesos.
-¿Qué? ¡No! Eso es trampa, ya le habías enseñado.
-Gaaaaaaaal.
-¡Shhhhh! Di: Sam. Saaaaaam.
-Gaaaaaaaal.
-No, no Gaal, Saaaaam.
-Gaaaaaaaal.
-Bribón-le digo y le doy su helado-¿Qué es ese folleto?
-Oh, nada, estaba viendo lo de los bautizos y eso.
-Pero si apenas es un bebé, ¿verdad, Troy que apenas eres un bebé?
-Toooooy, Gaaaaal.
Y así nos quedamos juntos. Dos nos convertimos en tres. Y por fin, tras tantos años de perseguir coches, encontré la paz. No en una botella de tequila, no en una cama.
En una familia.
En mi familia.
Fin.