La paciente prohibida [LIBRO...

By Nozomi7

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Una mujer de la alta sociedad malagueña escapa de la violencia física de su marido, encontrando la calidez y... More

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By Nozomi7

—¡Estás hermosa! —dijo Lucas.

Sus ojos estaban hipnotizados por el girasol que ya había madurado. En su pecho no le cabía la emoción por aquella que le generaba su adoración.

*******

El día anterior, Catalina se había esforzado para ir lo más presentable posible a la feria mondeña. Con la ropa que creía que era la menos vieja que poseía, se había esforzado en zurcir algunos huecos que su vestido tenía. A su vez, esa mañana temprano, había ido al río para recoger agua y luego bañarse con la palangana. Pero, antes de volver a su casa, había aprovechado para contemplar su rostro en el reflejo de aquella.

Su nariz golpeada ya había sanado. Y aunque el bronceado sobre ella era cada más creciente, le encontró el gusto al verse tan sonriente. Lo bueno de ese nuevo color sobre su piel, era que sus dientes se dejaban más ver. Su mirada, que antes era cabizbaja, ahora era vivaracha.

—Definitivamente, esta es la Catalina que me gusta.

Ladeó su rostro hacia la izquierda y hacia la derecha, para buscar el mejor ángulo para verse, pero se dio cuenta de que ambos le gustaban.

—Hoy va a ser tu gran noche. Las niñas lo harán genial.

Orgullosa de quienes había enseñado, de sí misma y de todo lo que había logrado, se encaminó con paso firme hacia su casa. Y cuando llegó, una visita la sorprendió.

Más temprano de lo que habían acordado, Lucas a su lado se estaba presentando.

—¡Vaya sorpresa! ¿No habíamos quedado en que me recogerías a las cuatro?

—¿Sorprendida? —El joven se retiró el sombrero para saludarla.

—Feliz de verte, pero mírame —extendió sus manos hacia ella—: estoy en unas fachas. Aún me falta prepararme y tal.

Encaminó al borrico hacia donde solía amarrarlo, para asegurarse de que no se fuera. Luego, alzó sus brazos para retirar uno de los botijos grandes de agua y colocarlo con cuidado en el suelo.

—Déjame ayudarte —se ofreció él.

Con galantería, Lucas había terminado de depositar ambos botijos en el interior de la casa.

—Me vas a disculpar, pero no me he arreglado todavía. ¡Ni siquiera me he bañado! ¿Te molestaría esperarme mientras me preparo?

Se encaminó hacia la palangana para preparar todo para el aseo.

—No te preocupes, sé que he venido más temprano de lo acordado. Pero, antes de que te vayas, espérame un segundo.

—¿Eh?

Volteó su rostro. Cuando se dio cuenta, Lucas se había encaminado hacia su coche. En menos de un segundo, ya estaba con ella.

—Te compré esto. Espero que esté hecho a tu medida.

Enarcó las cejas, muy sorprendida. Cuando se acercó y retiró el empaque, sus ojos se abrieron de par en par.

—¡¿Y esto?!

—Por si no lo sabías, ya que quizá tu amnesia no te ayuda, pero desde hace pocos años, se ha vuelto tradición que a las ferias de los pueblos las mujeres vayáis vestidas de flamencas.

Aunque su pérdida de memoria la hacía seguir fingiendo que desconocía aquello, claro que recordaba esa nueva tradición.

Hacía pocos años atrás, había querido acudir a la feria de Málaga con un hermoso vestido de flamenca, de no ser porque su marido se negó. Don Pedro, tan celoso y machista como era, argumentaba que dicha vestimenta solo provocaba miradas indebidas en los hombres. Desde ese día, cada vez que era temporada de feria en Málaga capital, contemplaba con envidia a las demás mujeres que, dichosas ellas, podían vestirse para la ocasión. Lo que nunca pensó, era que tan pronto le llegaría la oportunidad.

—Es... es hermoso —dijo boquiabierta y con la emoción a flor de piel.

Retiró el vestido del paquete, muy cuidadosamente, con ambas manos. Cuando lo alzó para colocarlo sobre ella y ver cómo le quedaría, no pudo menos que soltar una gran sonrisa.

—¿Me...? ¿Me queda bien? —añadió, expectante.

—Tienes que probártelo para opinar, pero así, colocado por encima, diría que te queda estupendo.

Con una mano, Catalina apoyó la parte de arriba sobre su pecho y, con la otra, sobre la cintura.

Se imaginó cómo le quedaría. Al voltear el rostro, se topó con la siempre cálida amorosa del doctor, pero ahora con un añadido más. El gesto en su rostro era de una adoración tal, que se confirmó que aquel vestido le quedaría perfecto, entallado, elegante. El momento por el que siempre había estado esperando, por fin le había llegado.

Quería hablar para agradecerle, para abrazarle, para quererle y decirle que, desde que había llegado a su vida, era más feliz, más viva, más complacida. Pero, la dicha que se respiraba en cada poro de su piel era de una inmensidad tal, que no podía expresar en palabras lo que sus lágrimas derramaban.

Preocupado, Lucas se acercó a ella de inmediato para luego formular:

—¿Por qué lloras? ¿Acaso no te gusta?

No le contestó. Seguía llorando sin parar.

—¿Acaso fue un atrevimiento de mi parte? Como ya te estoy cortejando, solo quería que te vieras bonita para la feria. Otras mujeres suelen llevar esto y...

Ella dejó el vestido a un costado y se lanzó hacia él, sin mediar palabra alguna. El leve toque de su piel, junto con su aroma, su calor y su amor terminaron por embriagarlo.

—¡Me encanta! Siempre quise vestir uno. —Hizo una pausa—. Gracias —solo atinó a decir al tiempo que sus lágrimas, de felicidad y de un agradecimiento sin igual, se mezclaban con su fina camisa.

—No hay de qué —dijo al tiempo que la acunó en sus brazos.

Permitió que ella en su pecho se desahogara al tiempo que él terminaba por curar su alma.

*******

—¡Bravo, bravo! —Se escuchaba en el ambiente.

Después de la presentación de las niñas cartameñas, el corazón lleno de orgullo no cabía dentro de su pecho. Solo halagos, vitores y aplausos eran el común denominador entre los invitados hacia la tarima de quienes estaban danzando.

—Gracias, profesora, por enseñar a mi niña —dijo la madre de su alumna, que correspondía al nombre de Carola. La señora estaba llena de emoción, que se lo agradecía de corazón—. Ha bailado muy bien y todo gracias a usté.

La rubia asentía con la cabeza al tiempo que agradecía todos los cumplidos que recibía.

—¿Ves, Catalina? —le formuló Lucas.

Había agachado la cabeza para susurrarle y que lo escuchara mejor. Debido a la música de la orquesta, hablar de manera natural era molesta.

—Lo has hecho muy bien. Todos están contentos con tu trabajo.

—Sí, me doy cuenta.

Una hermosa y renacida sonrisa se dibujaba dentro de Catalina.

Cuando movió su rostro hacia la derecha, se encontró entre los presentes con alguien que la observaba molesta. Era Josefina Carabantes, con quien se había topado días antes. La contemplaba con el ceño fruncido. Finalmente, Catalina la ignoró y decidió prestar atención a lo que Lucas le decía, para que su velada continuara siendo amena.

—¿Tú sabes bailar?

—¿Cómo?

—Bailar. A mí ya me has visto bailar cuando le he enseñado a las niñas, pero yo no te lo he visto a ti.

Le tomó del brazo, muy decidida.

—¿Sabes bailar, Lucas?

—Bueeeeno... —Se acomodó el sombrero con la mano que tenía libre—. He bailado una que otra copla, pero no soy experto.

En ese instante, las niñas de Cártama bajaron del escenario para dar paso a la siguiente presentación. Catalina fue donde ellas y las abrazó para felicitarlas.

—¿Bailamos bien? —le preguntó Eduviges.

—Claro que bien, pero yo fui la mejor de todas —acotó Carola.

—Pero si fuiste la más aplatana', tía. No sonreías nah' —le reclamó Trinidad.

—¡Mamaaaá, la Trini me está molestando!

La rubia sacudió la cabeza. Por mucho que durante los ensayos le hubiera dicho a Carola que no fuera tan orgullosa y reconociera el buen trabajo de sus compañeras, la niña era algo cabezotas.

Después de recibir felicitaciones y agradecimientos de los padres de sus alumnas, Catalina se dispuso a seguir disfrutando del espectáculo. Cuando regresó donde Lucas, este le informó que la siguiente cantante iba a hacer una imitación:

—Es Lola Jiménez, mondeña de corazón.

Movió su cabeza en dirección a la cantante, que ahora se hallaba sobre la tarima.

—Suele hacer imitaciones de Imperio Argentina, una actriz y cantante.

Catalina no pudo evitar sonreír de ilusión. Era una gran admiradora de la artista mencionada.

—¿Sabías que la madre de Imperio Argentina nació aquí, en Monda? —dijo como quien no quería la cosa.

—¡Nooo ve! ¿En serio?

—Siiiií. Es Rosario del Río, una bailarina.

—Verás, no sabía.

—Una vez, al poco de llegar, uno de mis pacientes me enseñó la casa en donde había crecido, pero se me ha olvidado.

Transcurrido un rato, en el que terminaron de hacer las presentaciones de danzas y cantantes, tocaba el turno de la orquesta. Para ese instante, Lucas le había sugerido a Catalina que lo acompañara a comer camperos.

—Puede que los hayas probado antes...

«Si tú supieras...»

—Pero como no puedo asegurarlo por tu amnesia, solo te puedo decir que están muy buenos.

Dio su primera mordida al bocadillo que tenía frente a sí. Ambos se habían sentado sobre una de las mesitas colocadas en un par de calles, al lado de la plaza principal, para todos aquellos que quisieran beber y comer.

—Venga, prueba y dime qué te parece.

Ella obedeció. Le dio el primer mordisco y lo engulló complacida. Hacía tiempo que extrañaba comer de aquel bocadillo, tan típico de la provincia.

—Está rico —dijo para luego coger una servilleta y limpiarse la boca.

—Sabía que te gustaría. Como has perdido la memoria, no podemos saber cuáles son tus sabores favoritos. Pero creo que hice una buena elección al sugerirte que pidieras el campero de pollo, ¿no?

La contempló feliz de saber que estaba pasándola bien a su lado.

Se quedó pensativa. Mientras Lucas seguía concentrado en engullir su campero, no pudo evitar contemplarlo con detenimiento. Por un instante, él volteó y la miró, enamorado y feliz, con esa sonrisa tan radiante, ajeno al mar de pensamientos que asaltaban a su expaciente.

—¿La estás pasando bien, Catalina? —le hizo una pregunta retórica.

—S-sí.

—Pues anda, come tu campero, que se te va a enfriar.

«Eres tan bueno y siempre te preocupas de mi bienestar. Me pregunto... me pregunto si... ya es hora de que sepas la verdad».

Cuando terminaron de comer y de beber vino, volvieron a la plaza. La orquesta estaba tocando una copla y el lugar ahora estaba lleno de danzantes.

—Me preguntaste si sabía bailar, y no lo sé. Pero... —Hizo una pausa—. ¿Me permitirías esta pieza, por favor?

Ella asintió al tiempo que una sonrisa, entre alegría y satisfacción, la envolvía.

La música acompañaba a los pobladores, quienes disfrutaban del ton y son. Catalina, en los brazos del doctor, se sentía como si pudiera tocar el sol. Hacía días atrás él le había contado, que «luz» era el significado del nombre que sus padres le habían dado, y no podía estar más acertado.

Lucas era calidez. Lucas era bondad. Lucas era la luz que necesitaba en su vida.

Cuando sintió que sus manos se asieron más a su cintura, ella empezó a perder la cordura. De poro a poro, de piel a piel, comenzó a perder la timidez. En un acto que a los dos asombró, ella depositó ambos brazos sobre su espalda, y en su hombro su rostro apoyó.

Al comienzo, dubitativos, ahora parecía que tenían el rumbo fijo. Cada paso de baile que Lucas daba, ella sabía estar bien acoplada.

Transcurrieron un par de canciones, y ellos no se separaron en ninguna de las ocasiones. Sus respiraciones estaban agitadas, al tiempo que descargas eléctricas recorrían sus cuerpos y sus almas.

En un momento dado, cuando el vino retiró al médico su timidez, se animó a contemplarla con delicadez.

Mudos, mirándose directamente a los ojos... La gente seguía bailando a su alrededor, pero ellos solo tenían como objetivo a quien inspiraba aquel amor.

Lucas acarició su cabello para luego depositar sus dedos sobre el clavel en flor, que adornaba en una esquina de aquello.

—Eres tan bonita.

Un leve rubor apareció en el rostro de la joven.

—Gracias por usar lo que te regalé.

—Gracias a ti por obsequiármelo. Soy tan feliz.

Los cristalinos ojos del doctor al contemplarse en los cafés de ella refulgían más que el sol.

La quería. La cuidaría. Y si fuera posible, por ella la vida daría.

—Estoy contento de haber atendido esa emergencia ese día, en Alhaurín de la Torre, cuando te encontré. —Sonrió—. La noche anterior, tuve que pasarla en vela porque tuve que ayudar a una comadrona a atender un parto que se adelantó a una paciente. Al día siguiente, me tocaba ir a la clínica de Monda, pero tenía tanto sueño que decidí detenerme un rato para dormir en el coche, siquiera media hora. Y agradezco haberlo hecho; porque por una parte, estaba fastidiado porque no había pegado ni un ojo; pero por otro, si no hubiera detenido el coche para descansar, no te hubiera encontrado.

«¿Debería...? ¿Debería decirte la verdad?».

Acomodó un mechón de su cabello, que se escapaba rebelde del moño de la joven.

—Te quiero, Catalina —dijo, provocando que miles de revoluciones se dispararan al interior de la muchacha.

Ella lo miró, totalmente enamorada.

—Yo también a ti.

El doctor inclinó su cabeza hacia la mujer, quien seguía impactada por lo que estaba sucediendo. No obstante, antes de que continuara, resolvió que sería mejor sincerarse de una vez:

—Lucas...

—¿Sí?

—Hay... algo que te tengo que decir. Yo...

Él la interrumpió. Colocó su dedo índice sobre sus labios, dejándola en shock. Aquello le siguió con un beso tierno, el primero de esa manera que recibía en su vida.

Al principio, Catalina se quedó sin reacción. Tenía los ojos abiertos y sin aparente razón. Pero, cuando se dio cuenta de que la humedad de sus labios le sabía a miel, resolvió dejar atrás la timidez.

Abrazó su cuello y ladeó el suyo hacia atrás, para ayudarlo a que siguiera besándola más. Los intercambios de respiraciones iban in crescendo al tiempo que parecía que no se conformaban con solo besos.

Su saliva le sabía a dicha. Sus caricias se quedaban chicas. La haló de la mano hacia la calle paralela, a un rincón, para poder continuar con su sin razón.

La apoyó sobre una de las paredes, para seguir entregándose a los más bellos placeres. Sus manos se detenían sobre su cintura, pero Lucas ya estaba a punto de perder la cordura. No obstante, todavía no era la ocasión... todavía no era la ocasión... aunque todo su ser estuviese estallando de pasión.

—Te quiero —volvió a decirle al tiempo que besaba su frente.

Quiso responderle como se merecía, pero sabía que el deber de la confianza en una pareja se le anteponía.

—Lucas...

—¿Sí?

—Tengo algo muy importante que debo decirte.

Él ladeó la cabeza, contemplándola interrogativo.

—¿Qué cosa?

Catalina abrió la boca para confesar y quitarse, por fin, el enorme peso de su secreto que cargaba en los hombros. Pero... pero..., no pudo hacerlo.

En ese instante, gritos y lamentos, chillidos y tormentos, se escuchaban sin parar.

—¡¿Qué está pasando?! —exclamó Lucas cuando vio a varas personas que estaba corriendo por la calle.

—¡No... no sé! —dijo, desconcertada.

—¡Eh, Cristóbal!

Él se dirigió a un grupo de chiquillos que corrían más allá.

—¿Me puedes decir qué ha ocurrido? ¿Por qué todo el mundo se ha vuelto loco? ¡¿Qué coño está pasando?!

—La finca... doctorcito... la finca del Carabantes.

—¿Carabantes? ¿De don Francisco?

Cristóbal asintió.

—Sus campesinos... la han quemado.

—¡Virgen santa! —Catalina pegó un grito, que fue apenas perceptible por todo el barullo que ocurría.

—Pero ¿qué tiene que ver eso con lo que ocurre en la plaza? —preguntó Lucas, ansioso.

—Don Francisco... Don Francisco ha mandado a sus matones al pueblo. Hay varios heridos y por eso nos hemos escapao'.

—¡Dios santo! —exclamó Lucas al tiempo que abría sus ojos de par en par.

—¡Han matado a un concejal en la plaza! Lo han acusado de cómplice, porque cuando don Francisco le pidió que le enviara a los civiles para espantar a los peones, no hizo nah'. Y están buscando a otros de su partido para cobrar venganza. 

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