EXTINCTION【Libro I】|Disponibl...

Autorstwa hanabiXO

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《𝐀𝐁𝐑𝐀𝐊𝐀𝐃𝐀𝐁𝐑𝐀 #𝟏》 ❝𝕯𝖎𝖔𝖘 𝖍𝖆 𝖒𝖚𝖊𝖗𝖙𝖔❞... Y su raza está maldita. ¿El amor será suficiente... Więcej

✧ Disponible en FÍSICΩ & E-BOOK ✧
✧ Guía ✧
✧ Mapa ✧
✧ Booktrailer ✧
☽ Prólogo ☾
☽ Capítulo 1 ☾
☽ Capítulo 2 ☾
☽ Capítulo 3 ☾
☽ Capítulo 4 ☾
☽ Capítulo 5 ☾
☽ Capítulo 6 ☾
☽ Capítulo 7 ☾
✧ La luna escarlata ✧
☽ Capítulo 8 ☾
☽ Capítulo 9 ☾
☽ Capítulo 10 ☾
☽ Capítulo 11 ☾
☽ Capítulo 12 ☾
✧ Luna y Avellana ✧
☽ Capítulo 13 ☾
✧ Cromo ✧
☽ Capítulo 14 ☾
☽ Capítulo 15 ☾
☽ Capítulo 16 ☾
☽ Capítulo 17 ☾
☽ Capítulo 18 ☾
☽ Capítulo 19 ☾
☽ Capítulo 20 ☾
☽ Capítulo 21 ☾
☽ Capítulo 22 ☾
☽ Capítulo 23 ☾
☽ Capítulo 24 ☾
☽ Capítulo 25 ☾
☽ Capítulo 26 ☾
☽ Capítulo 27 ☾
✧ Nota de autora ✧
☽ Capítulo 28 ☾
☽ Capítulo 30 ☾
☽ Capítulo 31 ☾
☽ Capítulo 32 ☾
☽ Capítulo 33 ☾
☽ Capítulo 34 ☾
☽ Capítulo 35 ☾
☽ Capítulo 36 ☾
☽ Capítulo 37 ☾
☽ Capítulo 38 ☾
☽ Capítulo 39 ☾
☽ Capítulo 40 ☾
☽ Epílogo ☾
☽ Extra 1 ☾
✧ Agradecimientos ✧
A V I S Ω
☽ A B R A K A D A B R A #2 ☾

☽ Capítulo 29 ☾

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Autorstwa hanabiXO

Un mes más tarde

Octubre de 1901


—Tus feromonas apestan a miedo.

—Las tuyas también —gruñe Raegar. Perfila la vista y la orienta hacia el aparente cuartel en busca de guardias o cualquier tipo de movimiento.

A simple vista no hay moros en la costa. Le hace una seña a su Cadena para que avancen algunos metros más, siempre cuidándose de quedar al resguardo de la frondosa vegetación del bosque. La noche y sus vestimentas oscuras les brindan un tanto más de seguridad, aunque esa confianza cae en picada una vez alcanzan el modesto edificio. Se detienen en la parte trasera junto a unas toscas escaleras de hormigón para estabilizar su respiración y oyen. Agudizan sus sentidos, sin percibir peligro alguno.

—Es imposible que esto sea un cuartel —sisea Haridyen—. Es muy pequeño y viejo, parece que se vendrá abajo en cualquier momento.

Raegar lo silencia apoyando su pulgar sobre sus labios. Activa su Segunda Vista y lo único extraño que advierte es una especie de lámina traslúcida recubriendo la estancia.

Toca la pared e intenta penetrar la barrera con su prana, pero es repelido instantáneamente.

—Hay un hechizo cementerio —le dice a Haridyen, quien tiene que rebuscar entre toda la información acumulada en su memoria hasta dar con el concepto.

Hechizo cementerio, un tipo de magia de bloqueo que funciona como muralla. Ningún tipo de magia, espíritu o energía puede atravesarla, ya sea se encuentre por dentro o por fuera del límite impuesto por el hechizo. Si el hechizo es forzado, inmediatamente alertará a su autor.

Fue nombrado "cementerio" porque en estos lúgubres hogares se da una situación similar: solo la muerte es bien recibida.

—Definitivamente no es un cuartel —sisea el pelirrojo.

—Y tampoco podemos entrar. Será mejor que nos larguemos de aquí.

—Hey, ¿te rendirás tan fácil? Ya hemos llegado hasta aquí, tu padre no está, no hay nadie cuidando... es la oportunidad perfecta. Podemos entrar si reprimimos nuestro prana lo suficiente como para que no seamos captados por el hechizo cuando lo atravesemos. Una vez dentro usaremos un hechizo de ocultamiento... ¡y ya!

—Shhh, baja la voz... —masculla Raegar. Haridyen tiene un punto. Si suprimen su energía al cero realmente podrían pasar por "muertos", aunque es bastante arriesgado. Esa técnica es una de las más complejas que han aprendido—. Aún no dominamos la técnica de represión del prana por completo...

—Lo hacemos de puta madre, lo que pasa es que eres un cobarde. Y tanto que te chuleas frente a los demás...

El Arcano le dedica a su compañero una mueca furibunda. Puede ser un chico razonable y precavido, pero sus circunspectas cualidades acaban donde comienza su orgullo alfa.

—A veces quiero enviarte al coño, Haridyen.

Raegar apaga su prana en un abrir y cerrar de ojos, provocando una sensación de vértigo en su Cadena, como si le hubiesen quitado el suelo de repente. Haridyen se marea y tiene que apoyar ambas manos sobre la hierba mientras se recupera. Raegar levanta una ceja.

—No veo de dónde sale toda esa confianza.

—No estaba preparado, idiota —masculla el alfa pelirrojo.

Se concentra entonces y reprime poco a poco su energía espiritual. No puede hacerlo instantáneamente como el otro porque es una técnica compleja, y eso le encojona. Raegar domina cualquier técnica al instante y es habilidoso en todo. El problema, en realidad, es él, porque tiene un carácter fogoso y explosivo, pero no la suficiente destreza como para que todo le salga redondo.

Unos minutos después Haridyen está listo, o eso cree. Raegar saca de su bolsillo un conjunto de llaves que se robó de la alcoba de su padre, esperando que una de esas sea la afín a la puerta trasera del supuesto laboratorio.

—Agh, joder.

—No puede ser. ¿No funciona ninguna? —quiere saber Haridyen.

—No es eso, creo que algo me picó en la pantorrilla. —La cerradura cruje y ambos dan un saltito, sus corazones acelerados—. Parece... que es esta.

El par de alfas traza un asentimiento con su cabeza. Es hora de conocer los enigmas que Tymael Wealdath guarda con tanto celo.

Su heredero abre sigilosamente la puerta y asoma la nariz. El interior está embebido en oscuridad y apesta a humedad, pero nadie hay dentro. Raegar empuja la puerta lo suficiente para que ambos cuerpos se introduzcan por el resquicio. Una vez dentro, cierra sin dejar escapar ni un hálito que pueda delatarlos. Los jóvenes alfas escanean el recinto mugroso que los recibe, con los ojos primero, recorriéndolo a pie después. Se encuentran con varias estanterías polvorientas y nada más, lo que es mucho más sospechoso que si se hubiesen topado con un dragón escupe fuego a la primera.

Haridyen señala una puerta solitaria, la única además de aquella por la cual entraron. Repiten el mismo procedimiento de intromisión y continúan inmersionándose en las entrañas del lugar, avanzando en cuclillas por un pasillo estrecho. Allí la luz estelar no llega, por lo que se hallan completamente a oscuras. Haridyen coge la camiseta de su amigo, que va por delante, para orientarse, pues sabe que Raegar tiene sentidos de murciélago. Cuando frena de repente, a Haridyen se le entierra el morro en su espalda.

—Aquí hay otra puerta. —Raegar tantea hasta que da con la manilla—. No sé qué tan seguro será si activamos nuestra Segunda Vista...

Sus pranas quedarían expuestos, pero ya traspasaron el límite del hechizo cementerio... no debería haber problema, siempre y cuando no haya otro hechizo que los detecte. Haridyen, por vez primera, elige ser prudente. O no.

—Solo abre, ¿qué tan malo podría ser?

Raegar no tiene la respuesta a esa pregunta, y como no tiene las respuestas a muchas otras tantas, le hace caso a su Cadena y abre. La lumbre temblorosa de las velas se filtra por la estrecha rendija. Entonces, sus ojos y los de Haridyen se desorbitan al husmear durante unos segundos.

Libros. Gemas. Pergaminos. Mapas. Estanterías, ya no vacías, sino repletas de frascos y frasquitos de incierto contenido. Inyecciones. Aparatos que ninguno de los dos había visto jamás. Raegar y Haridyen se miran el uno al otro, estupefactos y emocionados, llenos de adrenalina.

Se encuentran, efectivamente, en un laboratorio alquímico.

La curiosidad les sobrepasa y se meten al cuarto sin muchos rodeos.

—Haridyen, no toques nada —le medio advierte-medio regaña Raegar. El pelirrojo aleja su dedo de un artefacto de madera tallada, similar a un tótem.

—Tu padre es un verdadero científico loco... como el doctor Frankenstein. —Rodea las estanterías, fascinado con los líquidos de colores de los frascos y con las formas gordas y retorcidas de los distintos matraces y tubos de ensayo. Encuentra también partes de animales disecados y cofres cerrados que lo matan de curiosidad, pero que no toca por las regañinas de su Arcano, que le sigue de cerca.

—¿Para qué querrá todo esto padre?

—Simple... quiere dominar el mundo.

—Estoy hablando en serio.

—Yo también. Mira, eso parece sangre. —Haridyen señala unos tubos de ensayo llenos de líquido de color rojo muy oscuro, casi negro.

Raegar frunce el ceño, toma una de las velas de las estanterías y la direcciona hacia donde su amigo apuntó.

—Dijiste que no tocara nada y tú...

—Solo es una vela... —El pelinegro continúa alumbrando los envases y pierde la cuenta de todos los que ha visto. Debe de haber miles—. Realmente luce como sangre... pero ¿de qué?

—Tienen una letra y un número...

—Ah, esta tiene un nombre... —Raegar acerca el rostro y la vela que sostiene a uno de los frascos que se encuentra apartado del resto, junto a un libro de tapa encuerada y hojas amarillas. Cuando finalmente descifra la palabra escrita en la etiqueta, casi deja caer el platito de metal con la vela al piso.

Haridyen se le pega para poder leer también y entiende entonces la causa de su estupefacción.

Raegar Wealdath. Eso reza la etiqueta del frasco.

—¿Qué es esto? ¿Es tu sangre?

—No lo sé, Haridyen.

—¿Por qué tu padre tiene guardado un frasco con tu sangre? —sigue farfullando alarmado.

—Puede ser por muchas cosas... —Raegar intenta encontrar una razón lógica, pero ninguna se le viene a la cabeza.

—Esto es extraño, ¿cómo demonios obtuvo esa cantidad de tu sangre?

—¡Ya! —El Arcano se da cuenta de que levantó demasiado la voz. Tranquiliza su alma antes de seguir bisbiseando—. Sé lo mismo que tú, nada, así que cálmate.

—Mejor vayámonos...

A Haridyen el laboratorio le generó un mal sabor en la boca desde que entró, pero ahora quiere irse volando. Se tranquiliza pensando que Tymael no le haría daño a su hijo, que la sangre debe de estar allí por alguna cuestión inocua, al fin y al cabo Raegar es su heredero bendecido... pero una segunda voz paralela en su conciencia le dice que aquello son puras patrañas, porque Tymael es un maldito hijo de puta. No puede compararlo con su propio padre, que siempre ha sido un puntal en su vida. Y lo sabe, no porque Raegar le haya contado su terrible historia vincular con su progenitor —él jamás ha abierto la boca para deslustrar su nombre—, sino porque lo ve en las oscuras sombras de sus ojos carmesí y lo siente en su alma desesperada cada vez que el nombre "Tymael" emerge en la plática, como si estuviese maldito. Haridyen también ha sido espectador, desde que conoció a Raegar hace cuatro años, de cómo es menospreciado por su padre. Le duele el corazón cada vez que siente desfallecer al de su Arcano por un maltrato de Tymael. Por eso, Haridyen detesta a Tymael. Tymael es la única mácula en el espíritu de su querido compañero.

Raegar asiente enérgicamente a su propuesta, demostrando que está tan impaciente por marcharse como él. En ese momento, un tintineo les endurece cada grupo muscular. Se quedan inmóviles y sienten que la sangre se les enfría en las venas, así como si estuviesen sufriendo el rigor mortis. ¿Serán atrapados? ¿Qué fue ese sonido, similar al rechinar del metal oxidado?

Ambos se toman de la mano como por acto reflejo. Raegar le da un apretón que aspira a brindarle calma a su Cadena, deposita la vela en un estante y activa finalmente su Segunda Vista. El ruido energético le obsequia un dolor de cabeza inmediato. Hay mucha energía, intensa y de varios tipos, viciando la sala. El alfa se siente ahogado entre tanto desbarajuste. Lo bueno es que no capta la presencia cercana de un lycan. Lo malo, es precisamente que no capta la presencia de un lycan, sino de otra cosa. Sus ojos refulgentes danzan de aquí para allá hasta que vislumbran un extrañísimo prana rojo. El prana de la mayor parte de los seres vivos es celeste. También ha visto ninfas y hadas con prana verde, un color corriente entre las criaturas mágicas de Gea. La energía espiritual suya y de Haridyen, así como la del resto de los Arcanos y Cadenas, es púrpura. Pero nunca había visto un prana como el que ahora mismo su don le enseña.

Rojo... sus intestinos forman un nudo de nervios. Por lo que ha leído y le han enseñado, las únicas criaturas con prana rojo en el mundo... son los vampiros.

Haridyen lo hala hacia atrás con el semblante aterrado. También ha advertido la situación, pero nada quiere tener que ver con ella. Su familia le ha inculcado un respeto demasiado severo hacia la raza vampírica, que pronto se convirtió en miedo por la habladuría de su entorno.

La desconfianza hacia los vampiros se viene gestando desde hace años, cuando por una divergencia de ideales políticos Vlad Drăculea, supremo soberano vampiro, y Marae Wealdath, la tatarabuela de Raegar, decidieron cortar todo tipo de alianza y "amistad", disolviendo en buena parte la relación entre ambas razas. Pronto comenzaron a acaecer conflictos territoriales, escaramuzas por causas anodinas que evolucionaron a enemistades y guerrillas entre manadas y distritos vampíricos, amenazas que se transformaron en asesinatos y rumores que adquirieron el estatuto de certezas. De alguna manera, el plano religioso también fue involucrado y el banal desacuerdo político entre Drăculea y Marae terminó deformándose en "una ancestral discordia entre los dioses". Se ventilaba una historia en la cual Nyx, diosa de la noche y madre vampira, había tenido un encontronazo de índole amorosa con Cerbero, dios lobo y madre de los licántropos, debido a que ambos se veían atraídos por Eón, dios del tiempo y padre de ambas razas. El rumoreo, sumado al hecho de varias muertes misteriosas de neonatos lycans que ya venían aconteciendo desde antes de la ruptura lycans-vampiros y que continuaban produciéndose en la posteridad, desató una paranoia masiva en el pueblo lycan, que fue apaciguada a duras penas por la próxima generación. Taerus Wealdath, hijo de Marae y abuelo de Raegar, manejó la situación inteligentemente, a sabiendas que una guerra con los vampiros arrojaría aún más tinieblas sobre su raza. Pactó con Vlad Drăculea una paz endeble, pero paz al fin y al cabo. De esa manera, las rivalidades seguían existiendo, pero solo dentro de las mentes de cada uno como juicios de valor. Ya no había altercados entre lycans y vampiros, solo miradas peyorativas y, por supuesto, el cotilleo de siempre.

Actualmente la desconfianza se mantiene solapada en la medida de lo posible, pero en esa velada oscuridad ha ido creciendo hasta convertirse en un monstruo gigantesco. La hablilla del momento asegura que los vampiros arrojaron una maldición sobre su raza. La situación entre las razas es, por ende, más que tensa. Tal vez tanto como el par de alfas se encuentra al tener a un vampiro a menos de diez metros. Por suerte la criatura parece hallarse en un estado de letargo, su energía es débil y no se mueve.

—Tengo que verlo —sostiene Raegar, dando un paso hacia adelante.

—¿Qué? ¡No! Raegar, no, ¿en qué demonios estás pensando?

—¿Quién es el cobarde ahora?

Haridyen está demasiado nervioso como para que el insulto lo cabree.

—E-Es un vampiro.

—Lo sé. —El pelinegro avanza para desgracia de su compañero, que no le queda de otra que seguirlo. No lo dejará solo, ni aunque sea desmembrado luego por uno de esos demonios chupasangre.

Haridyen apenas puede gesticular palabras inconexas cuando giran un par de veces entre la sinuosidad del laboratorio y se encuentran de frente con un cuerpo colgando de la pared descascarillada, retenido con grilletes y cadenas oxidadas.

La cabeza pende hacia abajo y el cabello castaño desgreñado tapa en buena parte el rostro. Las orejas puntiagudas sobresalen de la maraña chocolate y, gracias a que no lleva ninguna prenda, advierten que se trata de una hembra. Se ve muy maltratada, con manchas violáceas desparramadas sobre la piel casi transparente y cortes múltiples. Los moratones se acumulan en la zona de sus muñecas y la cara interior de sus codos. Raegar y Haridyen lo captan al instante: una rata de laboratorio. La incógnita es ¿por qué un vampiro?

Súbitamente la criatura alza la cabeza y chilla, sorprendiendo de sobremanera a los infiltrados. Haridyen trastabilla hacia atrás y choca contra una mesa metálica tumbándola en un santiamén. El montón de envases de cristal y agujas dispuestas sobre ella salen disparados, causando un estrépito que alerta a alguien en la habitación contigua.

Raegar reacciona velozmente, arrastrando a su Cadena hacia la salida. No obstante, uno de los frascos que se estrelló contra el piso ha liberado una sustancia de olor penetrante que les hace marearse y toser con desespero.

—¡Hey! ¡Deténganse! —les grita un sujeto que irrumpe en la habitación desde una de las puertas que no visitaron.

Raegar no comprende cómo es que su Segunda Vista no lo percibió si el tipo se encontraba a unos pocos metros de ellos, separados solo por una pared. ¿Habría un segundo hechizo cementerio rodeando particularmente la sala del laboratorio?

Logran llegar al pasillo, y de ahí a la salida, pero su huida acaba demasiado pronto.

Tymael los está esperando afuera, con su postura recta y cruzado de brazos.

El corazón de Raegar da un vuelco. Haridyen se pone lívido y siente que las extremidades le hormiguean.

—Padre...

Tymael se adelanta un par de pasos. La reacción de su hijo es, en lugar de subordinarse, saltar frente a su amigo en un afán por protegerlo. El alfa mayor se detiene y los examina con desdén.

—¡Lord Wealdath...! —El aludido alza la mano solicitando silencio a su lacayo, que acaba de aparecer tras los dos fugitivos.

—¿Creíste que no me enteraría de que dos niñatos estúpidos tramaban algo? ¿Que no me daría cuenta de que te escabulliste en mi despacho para robarme?

—Padre... —repite Raegar, buscando en su enmarañada mente una explicación que no tiene para salvarlos, o al menos salvar a Haridyen del lío en que se han metido.

—¿En verdad luzco tan imbécil ante tus ojos, Raegar?

—¡N-No es así, lord Tymael, yo fui el que insistió en venir! —interviene Haridyen, forzándose a salir de su aturdimiento—. ¡La idea fue mía, no castigue a Raegar!

—¡Cállate! —le grita, para su absoluta sorpresa, su Arcano. Haridyen nunca había visto esa mirada en él, encendida por una mezcla de terror e insurrección.

Tymael sonríe de lado, dirigiéndose ahora al tipo del laboratorio.

—Yorke, llévate al joven Ghenova al castillo y de allí envíalo de vuelta a su morada. También envía un mensaje a sus padres, diles que su hijo necesita disciplina... al igual que el mío.

—Entendido, milord.

Yorke apoya una mano en el hombro del joven alfa pelirrojo para acatar la orden, pero Haridyen le dificulta mucho la tarea. Lo aparta con un manotazo y se resiste.

—¡No! ¡Pido disculpas, señor, por favor, no me separe de Raegar!

—Hijo, ven aquí... —dice Tymael, ignorando al pequeño pelirrojo y escondiendo pésimamente la ponzoña en su timbre indulgente.

A Raegar solo le tiemblan un poco los labios cuando camina hacia su padre pero, al contrario de lo poco que demuestra, carga con un vendaval de emociones en su interior, como quien entra a una montaña rusa construida dentro de una oscura bóveda donde no puede ver nada. No sabe muy bien lo que le espera, pero está convencido de que, sea lo que sea, lo sacudirá en muchos sentidos. Y si sale vivo, solo será gracias a que tuvo la suerte —maldición— de nacer como el sucesor de La Llave.

Haridyen sigue chillando a sus espaldas, desesperado porque lo ve irse de su lado sin poder hacer nada.

—¡Raegar! ¡Raegar!

—Mocoso —escupe Tymael, hastiado hasta el tope—. Hazme el favor de conseguirte un omega cuando regreses a tu casa.

Haridyen entiende la indirecta del maldito demonio, pero le importa tres cojones. El nombre de su Arcano, de su rey, no cesa de pasar entre sus labios, incluso cuando Raegar queda fuera de su vista al ser llevado por Tymael a quién sabe dónde. Un infierno será, sin duda.

A Yorke ya le duelen los brazos de sostener al revoltoso, por lo que se apresura a llegar al coche guardado en el galpón antes de que se le escape. Pero aun dentro del carro, el crío no deja de revolverse y llorar como un marica.

Haridyen llora a cántaros, porque todo ha sido su culpa. Desafió a Raegar porque sabía que su orgullo alfa era más poderoso que su sensatez. Ahora será su amigo quien sufrirá las consecuencias. Haridyen ha olvidado por completo que acaba de encontrar a un rehén vampiro en un laboratorio de lo más sospechoso. Lo único presente en su cabeza, además del miedo, es Raegar.


Haridyen no sabía en ese entonces que pasarían ocho meses hasta reencontrarse finalmente con su Arcano. Ocho meses en los que ambos dieron un estirón salvaje, alcanzando Haridyen una estatura de un metro ochenta y cuatro y siendo superado por Raegar por tres centímetros. Ocho meses en los que sufrieron por no saber del otro, ocho meses de extrañarse hasta que se desangraron por el alma y ocho meses de duro entrenamiento solitario.

Haridyen nunca se enteró de lo que sucedió después de que fueron atrapados por Tymael. Tampoco preguntó. El cambio en Raegar se lo explicó todo. La bondad en sus redondeadas y aniñadas facciones se había transformado en una aspereza majestuosa que volvía de acero los familiares rasgos, ahora maduros, angulosos, propios de un alfa hermoso raspando la adultez. La impecable piel blanca también había sufrido una metamorfosis; convirtiéndose en el lienzo de montones de trazos de tinta negra, que por más geniales que lucieran a la vista, no engañaban a Haridyen.

Bajo ese manto de fino arte, Raegar sepultó cientos de cicatrices y toda miaja de estima que podría haber guardado alguna vez hacia su familia.

Los Wealdath habían muerto para él.

Muchas cosas habían muerto para él en realidad. Sin embargo, Haridyen se le hacía cada vez más vivo, más necesario, más adulto, más resplandeciente, tanto más que el corazón y la cabeza de Raegar se sobresaturaron. Ya no cabía inocencia en ese amasijo de deseo y poder en el que se había convertido... y eso se transformaría en un problema para ambos.


Segundo cap del segundo arco 💕 qué les ha parecido? Les viene gustando la historia de estos dos?

Por favor, no se pongan celosos de Haridyen 😂 es una masita

Espero que estén disfrutando la lectura. Hasta el próximo 💕

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