"YO SOY el buen pastor: el buen pastor su vida da por las ovejas." "Yo
soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen. Como el
Padre me conoce, y yo conozco al Padre, y pongo mi vida por las ovejas."
De nuevo Jesús halló acceso a la mente de sus oyentes por medio de las
cosas con las que estaban familiarizados. Había comparado la influencia
del Espíritu al agua fresca, refrigerante. Se había representado por la
luz, fuente de vida y alegría para la naturaleza y el hombre. Ahora,
mediante un hermoso cuadro pastoril, representó su relación con los que
creían en él. Ningún cuadro era más familiar que éste para sus oyentes y
las palabras de Cristo lo vincularon para siempre con él mismo. Nunca
mirarían los discípulos a los pastores que cuidasen sus rebaños sin
recordar la lección del Salvador. Verían a Cristo en cada pastor fiel.
Se verían a sí mismos en cada rebaño indefenso y dependiente.
El profeta Isaías había aplicado esta figura a la misión del Mesías, en
las alentadoras palabras: "Súbete sobre un monte alto, anunciadora de
Sión; levanta fuertemente tu voz, anunciadora en Jerusalem; levántala,
no temas; di a las ciudades de Judá: ¡Veis aquí el Dios vuestro! . . .
Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo cogerá los corderos, y en
su seno los llevará.' David había cantado: "Jehová es mi pastor; nada
me faltará." El Espíritu Santo había declarado por Ezequiel: "Y
despertaré sobre ellas un pastor, y él las apacentará." "Yo buscaré la
perdida, y tornaré la amontada, y ligaré la perniquebrada, y corroboraré
la enferma." "Y estableceré con ellos pacto de paz." "Y no serán más
presa de las gentes, . . . sino que habitarán seguramente, y no habrá
quien espante."
Cristo aplicó estas profecías a sí mismo, y mostró el contraste que
había entre su carácter y el de los dirigentes de Israel. Los fariseos
acababan de echar a uno del redil porque había osado testificar del
poder de Cristo. Habían excomulgado a un alma a la cual el verdadero
Pastor estaba atrayendo. Así habían demostrado que desconocían la obra a
ellos encomendada, y que eran indignos del cargo de pastores del rebaño.
Jesús les presentó el contraste que existía entre ellos y el buen
Pastor, y se declaró el verdadero guardián del rebaño del Señor. Antes
de hacerlo, sin embargo, habló de sí mismo empleando otra figura.
Dijo: "El que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, mas
sube por otra parte, el tal es ladrón y robador. Mas el que entra por la
puerta, el pastor de las ovejas es." Los fariseos no percibieron que
estas palabras iban dirigidas contra ellos. Mientras razonaban en su
corazón en cuanto al significado, Jesús les dijo claramente: "Yo soy la
puerta: el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y
hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar, y matar, y
destruir: yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en
abundancia."
Cristo es la puerta del redil de Dios. Por esta puerta todos sus hijos,
desde los más remotos tiempos, han hallado entrada. En Jesús, como
estaba presentado en los tipos, prefigurado en los símbolos, manifestado
en la revelación de los profetas, revelado en las lecciones dadas a sus
discípulos, y en los milagros obrados en favor de los hijos de los
hombres, ellos han contemplado al "Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo," y por él son introducidos en el redil de su gracia. Se han
presentado muchos otros objetos de fe en el mundo; se han ideado
ceremonias y sistemas por los cuales los hombres esperan recibir
justificación y paz para con Dios, y hallar así entrada en su redil.
Pero la única puerta es Cristo, y todos los que han interpuesto alguna
otra cosa para que ocupe el lugar de Cristo, todos los que han procurado
entrar en el redil de alguna otra manera, son ladrones y robadores.
Los fariseos no habían entrado por la puerta. Habían subido al corral
por otro camino que no era Cristo, y no estaban realizando el trabajo
del verdadero pastor. Los sacerdotes y gobernantes, los escribas y
fariseos destruían los pastos vivos y contaminaban los manantiales del
agua de vida. Las fieles palabras de la Inspiración describen a esos
falsos pastores: "No corroborasteis las flacas, ni curasteis la
enferma: no ligasteis la perniquebrada, ni tornasteis la amontada, ni
buscasteis la perdida; sino que os habéis enseñoreado de ellas con
dureza y con violencia."
Durante todos los siglos, los filósofos y maestros han estado
presentando al mundo teorías para satisfacer la necesidad del alma. Cada
nación pagana ha tenido sus grandes maestros y sus sistemas religiosos
que han ofrecido otros medios de redención que Cristo, han apartado los
ojos de los hombres del rostro del Padre y han llenado los corazones de
miedo a Aquel que les había dado solamente bendiciones. Su obra tiende a
despojar a Dios de aquello que le pertenece por la creación y por la
redención. Y esos falsos maestros roban asimismo a los hombres. Millones
de seres humanos están sujetos a falsas religiones, en la esclavitud del
miedo abyecto, de la indiferencia estólida, trabajando duramente como
bestias de carga, despojados de esperanza o gozo o aspiración aquí, y
dominados tan sólo por un sombrío temor de lo futuro. Solamente el
Evangelio de la gracia de Dios puede elevar el alma. La contemplación
del amor de Dios manifestado en su Hijo conmoverá el corazón y
despertará las facultades del alma como ninguna otra cosa puede hacerlo.
Cristo vino para crear de nuevo en el hombre la imagen de Dios; y
cualquiera que aleje a los hombres de Cristo los aleja de la fuente del
verdadero desarrollo; los despoja de la esperanza, el propósito y la
gloria de la vida. Es ladrón y robador.
"El que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es." Cristo es la
puerta y también el pastor. El entra por sí mismo. Es por su propio
sacrificio como llega a ser pastor de las ovejas. "A éste abre el
portero, y las ovejas oyen su voz: y a sus ovejas llama por nombre, y
las saca. Y como ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas;
y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.
De todas las criaturas, la oveja es una de las más tímidas e indefensas,
y en el Oriente el cuidado del pastor por su rebaño es incansable e
incesante. Antiguamente, como ahora, había poca seguridad fuera de las
ciudades amuralladas. Los merodeadores de las tribus errantes, o las
bestias feroces que tenían sus guaridas entre las rocas, acechaban para
saquear los rebaños. El pastor velaba por su rebaño, sabiendo que lo
hacía con peligro de su propia vida. Jacob, que cuidaba los rebaños de
Labán en los campos de Harán, dice, describiendo su infatigable labor:
"De día me consumía el calor, y de noche la helada, y el sueño se huía
de mis ojos." Y fue mientras cuidaba las ovejas de su padre, cuando el
joven David, sin ayuda, hacía frente al león y al oso, y arrebataba de
entre sus colmillos el cordero robado.
Mientras el pastor guía su rebaño por sobre las colinas rocosas, a
través de los bosques y de las hondonadas desiertas, a los rincones
cubiertos de pastos junto a la ribera de los ríos; mientras lo cuida en
las montañas durante las noches solitarias, lo protege de los ladrones y
con ternura atiende a las enfermizas y débiles, su vida se unifica con
la de sus ovejas. Un fuerte lazo de cariño lo une a los objetos de su
cuidado. Por grande que sea su rebaño, él conoce cada oveja. Cada una
tiene su nombre, al cual responde cuando la llama el pastor.
Como un pastor terrenal conoce sus ovejas, así el divino Pastor conoce
su rebaño, esparcido por el mundo. "Y vosotras, ovejas mías, ovejas de
mi pasto, hombres sois, y yo vuestro Dios, dice el Señor Jehová." Jesús
dice: "Te puse nombre, mío eres tú." "He aquí que en las palmas te tengo
esculpida."
Jesús nos conoce individualmente, y se conmueve por el sentimiento de
nuestras flaquezas. Nos conoce a todos por nombre. Conoce la casa en que
vivimos, y el nombre de cada ocupante. Dio a veces instrucciones a sus
siervos para que fueran a cierta calle en cierta ciudad, a tal casa,
para hallar a una de sus ovejas.
Cada alma es tan plenamente conocida por Jesús como si fuera la única
por la cual el Salvador murió. Las penas de cada uno conmueven su
corazón. El clamor por auxilio penetra en su oído. El vino para atraer a
todos los hombres a sí. Los invita: "Seguidme," y su Espíritu obra en
sus corazones para inducirlos a venir a él. Muchos rehusan ser atraídos.
Jesús conoce quiénes son. Sabe también quiénes oyen alegremente su
llamamiento y están listos para colocarse bajo su cuidado pastoral. El
dice: "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen." Cuida a
cada una como si no hubiera otra sobre la haz de la tierra.
"A sus ovejas llama por nombre, y las saca; . . . y las ovejas le
siguen, porque conocen su voz." Los pastores orientales no arrean sus
ovejas. No se valen de la fuerza o del miedo, sino que van delante y las
llaman. Ellas conocen su voz, y obedecen el llamado. Así hace con sus
ovejas el Salvador y Pastor. La Escritura dice: "Condujiste a tu pueblo
como ovejas, por mano de Moisés y de Aarón." Por el profeta, Jesús
declara: "Con amor eterno te he amado; por tanto te soporté con
misericordia." El no obliga a nadie a seguirle. "Con cuerdas humanas los
traje -- dice, -- con cuerdas de amor."
No es el temor al castigo, o la esperanza de la recompensa eterna, lo
que induce a los discípulos de Cristo a seguirle. Contemplan el amor
incomparable del Salvador, revelado en su peregrinación en la tierra,
desde el pesebre de Belén hasta la cruz del Calvario, y la visión del
Salvador atrae, enternece y subyuga el alma. El amor se despierta en el
corazón de los que lo contemplan. Ellos oyen su voz, y le siguen.
Como el pastor va delante de sus ovejas y es el primero que hace frente
a los peligros del camino, así hace Jesús con su pueblo. "Y como ha
sacado fuera todas las propias, va delante de ellas." El camino al cielo
está consagrado por las huellas del Salvador. La senda puede ser
empinada y escabrosa, pero Jesús ha recorrido ese camino; sus pies han
pisado las crueles espinas, para hacernos más fácil el camino. El mismo
ha soportado todas las cargas que nosotros estamos llamados a soportar.
Aunque ascendí a la presencia de Dios y comparte el trono del universo,
Jesús no ha perdido nada de su naturaleza compasiva. Hoy el mismo tierno
y simpatizante corazón está abierto a todos los pesares de la
humanidad. Hoy las manos que fueron horadadas se extienden para bendecir
abundantemente a su pueblo que está en el mundo. "No perecerán para
siempre, ni nadie las arrebatará de mi mano." El alma que se ha
entregado a Cristo es más preciosa a sus ojos que el mundo entero. El
Salvador habría pasado por la agonía del Calvario para que uno solo
pudiera salvarse en su reino. Nunca abandona a un alma por la cual
murió. A menos que sus seguidores escojan abandonarle, él los sostendrá
siempre.
En todas nuestras pruebas, tenemos un Ayudador que nunca nos falta.
El no nos deja solos para que luchemos con la tentación, batallemos
contra el mal, y seamos finalmente aplastados por las cargas y
tristezas. Aunque ahora esté oculto para los ojos mortales, el oído de
la fe puede oír su voz que dice: No temas; yo estoy contigo. Yo soy "el
que vivo, y he sido muerto; y he aquí que vivo por siglos de siglos."
He soportado vuestras tristezas, experimentado vuestras luchas, y hecho
frente a vuestras tentaciones. Conozco vuestras lágrimas; yo también he
llorado. Conozco los pesares demasiado hondos para ser susurrados a
ningún oído humano. No penséis que estáis solitarios y desamparados.
Aunque en la tierra vuestro dolor no toque cuerda sensible alguna en
ningún corazón, miradme a mí, y vivid. "Porque los montes se moverán, y
los collados temblarán; mas no se apartará de ti mi misericordia, ni el
pacto de mi paz vacilará, dijo Jehová, el que tiene misericordia de ti."
Por mucho que un pastor pueda amar a sus ovejas, Jesús ama aún más a sus
hijos e hijas. No es solamente nuestro pastor; es nuestro "Padre
eterno." Y él dice: "Y conozco mis ovejas, y las mías me conocen. Como
el Padre me conoce, y yo conozco al Padre." ¡Qué declaración! Es el Hijo
unigénito, el que está en el seno del Padre, a quien Dios ha declarado
ser "el hombre compañero mío;' y presenta la comunión que hay entre él
y el Padre como figura de la que existe entre él y sus hijos en la
tierra.
Jesús nos ama porque somos el don de su Padre y la recompensa de su
trabajo. El nos ama como a hijos suyos. Lector, él te ama a ti. El
Cielo mismo no puede otorgar nada mayor, nada mejor; por tanto, confía.
Jesús pensó en todas las almas de la tierra, que estaban engañadas por
los falsos pastores. Aquellas a quienes él anhelaba reunir como ovejas
de su prado estaban esparcidas entre lobos, y dijo: "También tengo otras
ovejas que no son de este redil; aquéllas también me conviene traer, y
oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor."
"Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a
tomar." Es decir, mi Padre os ama tanto, que me ama aun más porque doy
mi vida para redimiros. Al hacerme vuestro substituto y fiador, mediante
la entrega de mi vida, tomando vuestras obligaciones, vuestras
transgresiones, se encarece el amor de mi Padre hacia mí.
"Pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, mas yo la
pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla
a tomar." Mientras, como miembro de la familia humana, era mortal, como
Dios, era la fuente de la vida para el mundo. Hubiera podido resistir el
avance de la muerte y rehusar ponerse bajo su dominio; pero
voluntariamente puso su vida para sacar a luz la vida y la inmortalidad.
Cargó con el pecado del mundo, soportó su maldición, entregó su vida en
sacrificio, para que los hombres no muriesen eternamente. "Ciertamente
llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores.... Mas él
herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados: el
castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados.
Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su
camino: mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros."