La Clínica

marlysaba2 द्वारा

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Adaptación de una historia muy fuerte pero hermosa... Esta historia original pertenece a Moniatic (Maca y Est... अधिक

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Capítulo 132
Capítulo 133
Capítulo 134
Capítulo 135
Capítulo 136
Capítulo 137
Capítulo 138
Capítulo 139
Capítulo 140
Capítulo 141
Capítulo 142
Capítulo 143
Capítulo 144
Capítulo 145
Capítulo 146
Capítulo 147
Capítulo 148
Capítulo 149
Capítulo 150
Capítulo 151
Capítulo 152
Capítulo 153
Capítulo 154
Capítulo 155
Capítulo 156
Capítulo 157
Capítulo 158
Capítulo 159
Capítulo 160
Capítulo 161
Capítulo 162
Capítulo 163 - FINAL

Capítulo 61

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marlysaba2 द्वारा


Natalia guardó silencio un instante recordando el cuerpo dulce de Ana, sus ojos brillantes, su sentido del humor, su tímida sonrisa, su mente despierta y ágil. Recordó como ese día, cuando se levantó al baño se quedó observándola, sus curvas perfectas, su delgadez equilibrada, no pudo dejar de seguirla con la vista y cómo ese día comprendió que podía llegar a enamorarse de ella.

Recordó cómo al volver del baño Ana traía una enorme sonrisa, una sonrisa que la hizo sentir un nerviosismo agradable. Recordaba como se había sentado frente a ella, como se había cruzado de piernas y como se había echado hacia atrás en el asiento sin borrar la sonrisa del rostro provocando cada vez más el deseo de que le dijese lo que pasaba por su mente.

- ¿Con que no estamos nada mal?

- ¡Nada mal!

- Lo dirás por ti.

- En realidad lo digo por ti.

- ¿Pues sabes lo que te digo! ¡qué tienes razón! ¡no estamos nada mal!

- Claro eso a parte de que nuestras vidas están hechas una auténtica mierda.

- Mira a tu alrededor, ¿lo nota alguien?

- A mí me parece que todo el mundo.

- Te equivocas, Nat, tienes que quitarte eso de la cabeza, no llevas el apellido Lacunza en la frente como cree tu madre, aprende a disfrutar de que somos invisibles, y eso nos da una enorme ventaja.

- ¿Ventaja para qué?

- Para hacer lo que nos de la gana.

- Nat... ¿y qué más? – le preguntó sacándola de sus pensamientos, cansada de aguardar a que continuase y ligeramente celosa al ver la sonrisilla de satisfacción que habían dibujado sus labios desde hacía unos instantes. Esa sonrisa que tan bien conocía y que tanto amaba, esa sonrisa que no soportaba ver si estaba dibujada en su rostro provocada por otra persona.

- Eh... nada, terminamos de comer y fuimos a tomar café. Me preguntó si yo podría enamorarme de ella y le dije que no lo sabía, que hacía muy poco tiempo de lo tuyo y que no estaba preparada para otra relación. Me miró fijamente y sonrió con tanta dulzura que me hizo sentir ligeramente nerviosa. Sin saber cómo le estaba confesando que me atraía, que no la quería como ella insinuaba pero que la deseaba, que deseaba verla cada vez más y que empezaba a necesitar su risa, sus palabras, su fuerza que me hacía sentir viva – le contó sin dejar de mirarla – Ana tiene unos labios finos preciosos, sabe escuchar, sabe dar buenos consejos....

- Comprendo, comprendo – murmuró con un nudo cada vez más intenso en su garganta, en un intento de que callase y no siguiese con aquella descripción.

Natalia comprendió al instante, se había dejado llevar por el relato y se arrepintió inmediatamente de haberlo hecho, pero continuó con la narración.

- Le dije que quería conocerla mejor y que podíamos quedar otro día. Y me dijo que no tenía nada que hacer en toda la tarde, y que se le apetecía mucho volver a besarme. Yo le confesé que también lo deseaba, pero que no quería engañarla que seguía echándote de menos a ti, que seguía enamorada de ti y que seguía soñando contigo, con besarte, con perder mi mano en tu cuello, que me despertaba llorando por no poder acariciarte, por no saber de ti, ...y que no sabía si sería buena idea que ella y yo... ya me entiendes – la miró con seriedad y Alba cabeceó sin más, a esas alturas era casi incapaz de pronunciar palabra – pero ella me dijo que lo comprendía, que era normal, ¿qué podía hacer! a su lado todo parecía simple, sin complicaciones – reconoció con un suspiro – me dijo que le gustaría que pudiésemos perdernos en un lugar escondido, observar las estrellas y olvidarnos de todo. Yo insistí en que fuera consciente de lo que había, que no quería arrastrarla a la miseria de mi vida, que ni siquiera sabía si me apetecía que ella me volviera a ver como la noche de la fiesta. Ella me respondió que correría ese riesgo pero que estaba segura de que eso no iba a volver a pasar. Y yo le dije que siempre estaría esa posibilidad. Y entonces me respondió algo que me hizo pensar, me dijo que ella había sido más feliz cuando dejó de intentar que se cumplieran sus deseos y que simplemente se dedicó a intentar ayudar a los demás. Y que quizás las dos juntas pudiésemos afrontar los malos momentos mejor que solas. Recuerdo que guardé silencio pensando en aquello, ella también lo hizo, se levantó, pagó el café y me dijo que le gustaría verme al día siguiente. Yo, la frené y la sujeté de la mano, le dije que si es lo que quería a mí también me apetecía. Y... - se interrumpió dudando si decirle aquello, su mente voló a aquella cafetería y vio a Ana, en pie frente a ella.

- ¿Nos vemos mañana o no?

- Si, me gustaría mucho.

- Entonces.. ¿quedamos después de la terapia?

- Me parece bien.

- Bien... ¡hasta mañana!

- ¡Ana!

- ¿Si?

- Quiero que te quede claro que yo... que.. no estoy preparada para una relación... que...solo y únicamente te deseo pero que no...no estoy enamorada.

- Está muy claro, Nat.

- Bien.

- Bueno... hasta mañana entonces.

- ¡Ana!

- ¿Qué?

- Me dijiste que... tenías la tarde libre.

- Si.

- Te apetece que... vayamos a un sitio más... tranquilo.

- ¿Cómo cual?

- Como tu apartamento.

Alba la observaba en silencio, comprobando que estaba a miles de kilómetros de allí y aguardando pacientemente a que continuase con la historia, pero Natalia sonrió levemente sin decir nada, perdida en los recuerdos de esa tarde, en la que Ana logró que se volviera a sentir con ganas de vivir. Aquella tarde en la que después de lo que hizo en la fiesta de sus padres creía que había llegado a otro final, pero no, allí estaba ella, la persona que le hizo ver que podía existir un mañana para las dos, la persona que le dio todo su cariño, todo su amor, la persona que fue capaz de adentrarse en ese infierno personal en el que se estaba quemando viva, solo para tenderle la mano, para levantarla sin más. Sí, Ana era especial, ese día comprendió que Ana era capaz de darle todo a cambio de nada. A su lado se sentía tranquila, segura, tenía la habilidad de colmar todos sus vacíos, de hacérselos olvidar. ...

- Nat.... – la llamó con suavidad - ¿no sigues?

- Eh... sí... por... ¿por dónde iba?

- Ana se despidió de ti y tú la frenaste.

- Eh... sí, al final... pasamos toda la tarde, juntas.

- Quieres decir que...

- Sí, Alba, eso.

- Ya...

- Fue... tan comprensiva, tan tierna, tan paciente y... - se interrumpió viendo la cara que estaba poniéndole la enfermera, y decidió abreviar – recuerdo que nos dio la noche charlando, hacía muchísimo tiempo que no hablaba así con nadie, ni siquiera fui capaz de hacerlo contigo – la miró fijamente – cuando lo de Jaime, ¿recuerdas?

- ¿Le hablaste de Jaime? – preguntó sintiendo que los celos se la comían por dentro.

- Le hablé de todo, de Jaime, de ti, de todo lo que debía haber dicho y no te dije, de cómo me comporté contigo, de lo culpable que me sentía y fue... como... ¡cómo una liberación! nos sinceramos y hablamos de lo imbéciles que somos a veces y de lo cruel e injusta que puede llegar a ser la vida, y ese día supe que... Ana iba a ser especial en la mía. Supe que no quería perderla, que era alguien que deseaba tener en mi vida, fuera como fuese.

- Entiendo... - musitó intentando controlar la congoja que comenzaba a experimentar. Natalia la miró y comprendió el daño que le estaba haciendo, la acarició con suavidad – Alba... yo... siento mucho la forma en que me alejé de ti, yo... sabía que tú y yo podíamos hablar de cualquier cosa, pero... no sé qué me pasó... cuando Jaime murió yo....

- Es igual Nat, eso ya no tiene remedio, sigue – le ordenó con brusquedad, sin querer mostrar sus sentimientos, necesitaba saberlo todo, ¡todo!

- Bueno... - la miró preocupada por el tono que había empleado, no quería hacerle daño y cada vez estaba más segura de que se lo estaba haciendo y de que quizás, sus palabras no fuesen comprendidas en su justa medida, respiró hondo y se decidió a seguir y terminar cuanto antes - que... ella estaba preocupada por si su ex le pudiera hacer algo al niño, yo le dije que estuviese tranquila que eso no iba a ocurrir, que yo no lo iba a permitir. Tras esa tarde, nuestros encuentros se limitaron a quedar para hablar después de la terapia – le contó con una leve sonrisa – ya sé, nunca he sido muy habladora, pero hablar con Ana era... como... hablar conmigo misma... solo que... en voz alta... se puede decir que... Ana es...

- Es tu alma gemela – sentenció hundida por lo que acababa de escuchar, sintiendo que una profunda desolación comenzaba a embargarla y que iba a ser incapaz de disimular y aguantar las lágrimas por más tiempo.

- ¿Alma gemela? – preguntó torciendo la boca en una mueca irónica, intuyendo al instante por qué derroteros transcurrían los pensamientos de la enfermera y dispuesta a sacarla de su error - No, ni mucho menos – le sonrió – mi alma gemela siempre has sido tú, pero tú no estabas y yo... tenía que aprender a vivir sin ti y... Ana... Ana es una persona especial, tranquila, que sabe escuchar, que no intenta imponer su criterio, que nunca me quiso obligar a nada, que siempre me dejó la opción de decidir mi camino.

- ¿Dejó? – la interrumpió con rapidez llena de esperanza y una alegría desmedida tras lo que acababa Natalia de reconocerle - ¿en pasado?

- Sí, te estoy contando cómo... como nos conocimos más allá de una... una amistad.

- Ya... perdona – torció la boca con una mueca de desencanto que Natalia captó al instante - continúa.

- Pues eso que... Ana nunca me miró como a un caso perdido, podía hablar con ella con total naturalidad, hasta de las cosas más peregrinas que pasaban por mi cabeza y poco a poco sentí que deseaba que llegase la hora de verla y... después de algunas tardes quedando solo para hablar ... comenzamos a salir todos los días, una cosa llevó a otra y un día me levanté convencida de que la amaba. ¡Me ayudó tanto! Ya no me costaba trabajo no beber una copa antes de meterme en la cama, no me costaba trabajo levantarme, ni trabajar con Fernando, volví a sentirme capaz de seguir adelante no por obligación sino con ganas, con ganas de hacerle la vida más agradable, con ganas de reír con ella, de hablar con ella, de que llegara la noche y nos sentáramos a ver una película ... de ir con Juanito al parque.... – calló de nuevo, consciente de que le estaba haciendo daño a Alba con sus palabras, pero no podía esperar que en cinco años no hubiese intentado seguir con su vida - y así se acercó el día en que debía volver a mi puesto en el central. Tendríamos que separarnos y decidimos casarnos y eso hicimos. Ella no quería que yo renunciara a mi trabajo en Madrid, ni a mi sueño de montar la clínica y yo no quería que ella renunciara a su vida en Sevilla, allí tenía a sus padres y sus amigos, y sobre todo por... por Juanito, no podíamos hacerle cambiar de centro a mitad de curso, además todavía estaba acostumbrándose a que yo viviera con ellos y nos parecía que ya eran suficientes cambios en su vida - Natalia guardó silencio recordando aquella conversación en la cocina mientras desayunaban.

- Que has decidido ¿te quedaras aquí o te vendrás a Madrid?

- Sabes que no puedo irme, es por el bien del niño, no quiero que su padre la tome con él, ahora que parece que ha aceptado lo nuestro y... la separación y... por el mío también.

- Pero Ana...

- Solo serán unos meses, un año a lo sumo, luego nos iremos a Madrid, contigo.

- Tendrás que vivir sola, no puedo dejar los preparativos de la clínica y quiero demostrarle a todos que puede seguir ejerciendo que... soy buen médico que... lo he superado y que no pruebo una gota de alcohol.

- Lo sé Nat, pero no puedo irme de un día para otro, está el colegio de Juanito, y... mi trabajo Nat, necesito recuperarlo, demostrarme a mí misma que no dependo de nadie, además, están los negocios, mi padre me ha pedido ayuda.

- Pero eso es para que no te marches conmigo, estoy segura de que quieren que vuelvas con él.

- Lo quieren, pero yo te quiero a ti. Aunque nos separemos unos meses, no me voy a olvidar de ti, pero mi padre me necesita aquí con él, como yo necesito estar contigo.

- Ya lo sé. Pero si es por dinero, yo os puedo mantener a los dos. Alquilamos una casa con un jardín grande, como te gustan a ti, y así Juanito podrá jugar, Y en Madrid buscas un trabajo, no quiero que te quedes aquí sola, sabiendo que ese...que...

- No voy a estar sola, Nat. Tengo el grupo, tengo a mis padres y, sobre todo, te tengo a ti y prometo ser tan pesada que no voy a dejarte trabajar, te voy a machacar a mensajes y llamadas.

- Prométeme algo.

- ¿Qué?

- Que te casarás conmigo.

- ¿¡Qué?!

- ¡Qué te cases conmigo!

Alba la observaba esperando que continuase, pero Natalia parecía perdida en sus recuerdos, una leve sonrisa iluminó su rostro de nuevo.

- ¡Te amo!

- ¿Me amas! Nat, nunca digas algo que tu corazón no siente.

- Pero es verdad

- No lo es, pero... ¡me encanta oírlo! ¡dímelo otra vez!

- ¡Te amo! y... quiero casarme contigo.

- ¡Yo sí que te amo!

- ¿Te casarás conmigo?

- ¡Sí! ¡claro que sí!

- Nat....

- Eh... - la miró volviendo a la realidad.

- ¿Sigues? – le preguntó por enésima vez, notando que la impaciencia comenzaba a corroerla por dentro, sintiendo que se avecinaba aquello que más temía escuchar y deseando conocer cuanto antes esa realidad, fuera cual fuese.

- Eh... si... claro... eh... ¿por dónde iba? – repitió por segunda vez.

- Decidisteis casaros – respondió escuetamente.

- Si, le pedí que se casara conmigo – reconoció mostrándose incómoda temiendo la reacción de la enfermera que no se hizo esperar.

- ¿Se lo pediste tú? – saltó entre sorprendida y ligeramente decepcionada, en el fondo había esperado que la idea hubiera surgido de Ana, que Natalia simplemente se hubiese dejado arrastrar por ella, pero no esperaba que fuese Natalia la que había tomado la iniciativa.

- Si, se me ocurrió de pronto, no había pensado antes en ello pero... lo hice.

- Ya... - musitó bajando los ojos, sintiendo una profunda envidia, quizás si no se hubiese marchado como lo hizo esa petición hubiera sido para ella.

- Alba... - le sonrió adivinando sus pensamientos – tú no estabas y yo... seguí con mi vida.

- Lo sé, Nat – suspiró – perdóname, pero...

- Sé que no es fácil escuchar todo esto, pero... es lo que querías, ¿no?

La enfermera asintió, sin estar completamente segura de ser así, pero resignada a escuchar todo lo que tuviera que decirle.

- Ana creía que su ex lo tenía asumido, yo insistía en que no me fiaba, y que no debía verlo, que recordase lo que le decían en terapia, que yo podía acercar a Juanito o podían hacerlo sus abuelos, pero.... ella decía que era lo mejor para el niño, que era bueno para él ver que sus padres se llevaban bien ... y... un día... al llevarle a Juanito para que pasara con él el fin de semana, cometió el error de decirle que se casaba y que... lo hacía conmigo.

- Pero ¡cómo se le ocurrió hacer algo así! – exclamó sin poder contener y Natalia frunció el ceño molesta por lo que parecía una recriminación.

- Ana es la mejor persona que he conocido nunca – respondió defendiéndola con tanto énfasis que Alba sintió que de nuevo se le saltaban las lágrimas y desvió la vista intentando no ser descubierta. - Alba... cariño – le volvió la cara preocupada arrepintiéndose al instante de su reacción – lo siento – sonrió levemente – no debí decir eso.

- ¿Por qué! si es lo que piensas.... – musitó casi sin voz.

- Pues porque no es del todo cierto, no es la única – le acarició la mejilla – solo que... no me gusta que... la juzgues sin conocerla.

- No lo hago, Nat, solo era un... comentario – le dijo mostrándose ligeramente ofendida.

- Tienes razón, soy yo que... me pone nerviosa recordar todo esto y... - la miró compungida - ¿me perdonas?

- Claro – le sonrió – anda, dime, ¿cómo es Ana! ¿muy confiada?

- Sí – esbozó una leve sonrisa de agradecimiento - ella es así, confiada, impulsiva, y él la había convencido de que todo lo que le hizo era por una mala racha, que estaba muy estresado en el trabajo, y que por eso se desahogaba con ella.

- ¿Se desahogaba? ¡hay que joderse! ¿en serio decía eso? – saltó indignada por aquellas palabras, ¿cómo podía decir nadie que golpeaba a su mujer para desahogarse?

- Pues sí, eso y mucho más – respondió con un suspiro - se defendía diciéndole que ya estaba bien, que había aprendido de sus errores, que no quería perderla, que seguía queriéndola, pero que entendía que ella a él no. La convenció de que podían ser amigos por el bien del niño, que solo quería lo mejor para ellos y ella le creyó, yo creo que necesitaba creerlo.

- Pero... ¿por qué?... si estaba contigo...

Natalia la miró apretó los labios y se encogió de hombros.

- Imagino que no es tan fácil aceptar que... alguien de quien has estado enamorada puede... tratarte así.... no sé....

- ¿Y qué pasó?

- Pues que siguió llamándola, con excusas absurdas, como preguntarle qué tal le había ido el día en el colegio a Juanito, o si le parecía bien que se comprase un coche de tal color o solo por saber de ella. Reconozco que yo me subía por las paredes, un día pillé tal cabreo que abrí una botella dispuesta a beberme una copa para calmarme, lo hice sin pensar, por inercia, hasta entonces siempre había pensado que todos exageraban que en el fondo yo controlaba, solo que no había querido parar hasta que llegó Ana, pero ese día me di cuenta que... no, que cuando algo me sacaba de mis casillas... Me di cuenta que sí que tenía un problema.

- Pero... ¿por qué te cabreaste?

- Porque quedó con él para tomar un café, a la salida del colegio se encontró con él, así, por casualidad – dijo con ironía – yo... ya sospechaba que a veces se encontraba con él y no me lo decía para no preocuparme, pero... yo notaba lo nerviosa que volvía a casa, notaba como le temblaban las manos preparando la cena, o como yo respondía sin escucharme a lo que le preguntaba. Pero ese día no volvían y yo.... estaba preocupadísima al ver la hora que era sin que llegaran, la llamaba y me saltaba el buzón de voz, y cuando aparecieron y me dijo que había estado tomando café con él, merendando con él, me... me tuve que morder la lengua para no decir lo que pensaba delante del niño. Pero no era capaz de soportar esa idea, no... no comprendía como después de todo lo que había pasado.... Me fui a la cocina y en fin...

- ¿Y Ana te dejó beber?

- ¿Ana? No, claro que no – sonrió recordando la escena – no me dejó hacerlo, me quitó la copa de la mano con una dulzura que... - se interrumpió una vez más al leer los ojos de la enfermera y el dolor que reflejaban - me hizo comprender que no quería que el niño los viese discutir, y que aunque ella se había negado a su invitación, él insistió tanto que prefirió tomarse ese café que dar un espectáculo y que Juanito los viera discutir. Me dijo que no todo era malo, que había aprovechado para decirle que había alguien en su vida, y me sonrió. Yo... me puse nerviosa... no me fiaba de él, pero al parecer, hasta le dijo que se alegraba de que tuviese otra pareja, aunque claro no le había dicho que era una mujer, el muy cabrón le aseguró que por encima de todo estaba su hijo – musitó bajando la cabeza y negando - ¡mentiras! todo mentiras, pero ella le creía.

- Claro... ¡a quién se le ocurre!

- Tenían un hijo en común y eso... es un obstáculo en una separación.

- Imagino que, en realidad, se lo tomó fatal.

- Si – respondió frunciendo el ceño y tiñendo su mirada de nuevo con una oscuridad impenetrable.

- ¿Qué pasó?

- Pues que ese día que le dijo que se casaba conmigo, la golpeó delante del niño, delante de varios testigos... ella llegó a casa ... destrozada, sangrando, no consintió que se quedara con el niño, temiendo que pudiera hacerle algo a él también, y eso lo enloqueció, por lo visto amenazó con matarlo, con matarlos a los dos y Juanito estaba histérico, sin dejar de llorar, sobrecogido, tardé más de una hora en calmarlos y curar sus heridas, Ana tenía un golpe en la cabeza que no me gustaba nada, pero ella se negaba a que la llevase al hospital, se negaba a separarse del niño, me costó mucho trabajo convencerla, tuve que llamar a sus padres y al final consintió en que dejáramos a Juanito con ellos. Me la llevé al hospital, pasó la noche en observación y yo... yo perdí los nervios y la paciencia. Cogí el coche y me fui a buscarlo. No soportaba la idea de que la golpease, de que la humillase y de que la hubiese amenazado de muerte, ni a ella ni a Juanito.

- Pero Nat.... ¿por eso me dijiste que era un bestia? ¿qué te hizo?

- Nada, no di con él. Regresé al hospital y pasé la noche con ella. Al día siguiente le dieron el alta y por fin la convencí para que le pusiera una denuncia, hasta entonces nunca había querido hacerlo, a pesar de todos los consejos, yo creo que se negaba por sus padres – comentó pensativa – en fin que así lo hicimos, fuimos a comisaría y lo denunciamos, luego fuimos a la casa de campo de sus padres a recoger a Juanito.

Natalia se calló y puso aquella expresión pensativa que tanto asustaba a Alba que aguardó pacientemente que continuara con el relato. Sin embargo, la mente de Natalia había volado a aquel día, recordando cada palabra, cada hecho de esa mañana, cuando parecía no haber nadie en la casa. ¡Jamás olvidaría aquella mirada de Ana, llena de pánico y horror!

- ¿Qué pasa, por qué no hay nadie?

- No lo sé cariño, no te pongas nerviosa, quizás se han llevado a Juanito a dar un paseo, ya sabes que a tu padre le gusta llevarlo al lago.

- No, no, no, aquí pasa algo raro... mi madre, ¿dónde está mi madre? ¡Nat! mi madre no se habría marchado con ellos, no sabiendo que íbamos a venir.

- Tranquilízate, por favor, estará detrás, llama otra vez.

- ¡No están! ¡Nat! ¡no están!

- ¿Te has traído las llaves?

- No sé, creo que no.

- ¡Míralo!

- ¿Qué es eso?

- Creo que son voces, ha gritado alguien.

- Aquí están las llaves.

- Dámelas y quédate aquí tú, no entres, ve al coche y enciérrate en él.

- Nat...

- ¡Hazlo! y llama a la policía.


Alba continuaba aguardando y de nuevo, al ver que Natalia permanecía con la vista perdida en el jugueteo de sus manos, decidió llamar su atención.

- Nat... ¿estás bien? – le preguntó con sincera preocupación, la veía cada vez más apagada, cada vez hablando con más desgana y Germán le había dicho que debía descansar.

- Si – respondió con un hilo de voz apretando los labios.

- No tienes por qué seguir si no te apetece.

- No es eso – respondió arrastrando las palabras con un suspiro, la miró fijamente – es... nunca he hablado de ello con... con nadie que... no fuera Ana – reconoció mordiéndose el labio inferior – pero.... quiero hacerlo... contigo – esbozó una leve sonrisa y Alba se la devolvió, una sonrisa tierna, comprensiva, llena del amor que sentía por ella.

- ¿Qué pasó? – le preguntó al ver que de nuevo perdía la mirada en el infinito, traspasándola. Natalia exhaló un profundo suspiro y continuó.

- Ese hijo de puta se había presentado en casa de mis suegros. Gritando que ese fin de semana le tocaba el niño y que por sus cojones iba a llevárselo. Que no iba a consentir que Ana lo separase de él, que era una puta que ya estaba pensando en casarse otra vez y encima con una mujer, ¡imagina la que se montó! – exclamó – Ana aún no le había contado nada a sus padres de... lo nuestro, solo creían que éramos buenas amigas, al fin y al cabo nuestras familias se conocían desde siempre.

- ¿Ese fue el día que lo conociste?

- Si, mis suegros estaban sorprendidos y asustados, ¡el yerno perfecto! – exclamó con ironía – no como yo – musitó ante la sorpresa de Alba.

- Intentó coger a Juanito que no dejaba de llorar y... me enfrenté a él, Ana salió del coche e intentó intervenir.

- ¿De qué coche?

- Eh... - la miró cayendo en la cuenta que no le había contado todo – Ana se había quedado en él, yo se lo había pedido, ese tío es un animal, más alto que Germán y debía pesar por lo menos ¡doscientos kilos!

- ¡Exagerada! ¿cómo va a pesar doscientos kilos?

- ¿Exagerada! sí, quizás – musitó mirándola con el ceño fruncido. Alba se comprendió que no debía de haber hecho el comentario y se apresuró a disculparse.

- Perdona, Nat – apretó los labios compungida - sigue.

- Todos estábamos muy nerviosos. Los padres de Ana se habían quedado paralizados, nos miraban entre asustados, sorprendidos.. no sé. Yo... - la miró ladeando la cabeza – casi no podía respirar, pero forcejeé con una sola idea, que no volviera a ponerle una mano encima a Ana, se me revolvía el estómago solo de pensarlo - continuó y con un suspiro decidió abreviar al ver que Alba disimulaba un bostezo – en fin, que el niño se refugió con su abuela en una habitación, Ana y su padre intentaron calmar a Juan y al final, me soltó. La policía llegó en ese momento, eran sus compañeros y ya puedes imaginar – dijo despectivamente – luego dicen que los médicos nos cubrimos unos a otros – musitó negando con la cabeza.

- ¿No lo detuvieron?

- ¿Detenerlo? – sonrió sarcástica - se justificó, el muy hijo de puta se echó a llorar, diciendo que Ana lo estaba volviendo loco, que no solo le había puesto los cuernos si no que lo había hecho con una puta como ella, pero que lo único que le importaba era su niño, que no soportaba estar separado de él, que le tocaba a él ese fin de semana y que ella se había negado, que eso lo había sacado de sus casillas, pero que solo quería que se cumplieran sus derechos. Pidió perdón a mis suegros, ¡hasta de rodillas se puso el muy hijo de puta! Les juró que jamás volvería a pasar y mis suegros convencieron a su hija para que retirara la denuncia que habíamos puesto esa mañana.

- Pero... ¿por qué? después de lo que había hecho delante de ellos.

- ¿Tú qué crees? – la miró con suficiencia – vi el asco y el desprecio en sus rostros, ¡su hija lesbiana! de mí ya lo habían oído pero ¡su hija!

- Nat.... Aún así, ¿no entiendo como sabiendo que le pegaba...?

- ¡Vete a saber! – murmuró – de todas formas yo no lo hice.

- ¿Lo denunciaste tú?

- Si – dijo levantando el mentón con su eterno aire desafiante – cuando me enfrenté a él me cogió de la muñeca y me la retorció, me agarró del cuello y me golpeó contra la pared. Si ella no estaba dispuesta a denunciarlo yo sí, por agresión.

- ¡Cariño! – no pudo evitar exclamar con las lágrimas saltadas.

- Ana se opuso, intentó convencerme, me decía que me iba a echar encima a sus padres, que bastante enfadados estaban ya, pero no le hice caso. Yo quería ponerla también por todo lo que le hizo a ella y al niño, pero... no me dejó - guardó silencio y su mirada se volvió hosca - mi primera bronca con Ana y tuvo que ser por ese hijo de puta.

- No entiendo como sus padres, quiero decir tus suegros.... ¡Joder! ¡que era su hija! ¡y su nieto

- Ya te lo he dicho, las apariencias ante todo. Mis padres también estaban cabreadísimos conmigo. A mis suegros les faltó tiempo para llamarlos. ¡Tercer escándalo que montaba tras dejar plantado a Fernando y tras la inhabilitación! mi madre se opuso tajantemente a la boda, y... ¿te aburro? – preguntó al verla bostezar de nuevo.

- ¡No! – exclamó – claro que no.

- Vamos a la cama, estás cansada y yo aquí... calentándote la cabeza.

- ¡No! Nat, por favor, quiero que termites de contarme. ¿Fue a la cárcel?

- ¿A la cárcel? – sonrió irónica - Ese cabrón no pasó ni un segundo en el calabozo, no sé como lo consiguió, pero lo cierto es que consiguió que todo pareciera al revés.

- No entiendo ¿cómo al revés?

- Le puso una denuncia a Ana, y comenzó a hacernos la vida imposible.

- ¿A Ana? Pero... ¿por qué la denunció? y... ¿a ti también?

- A ella por no dejarle ver al niño y presentarse en su casa dando voces – dijo – se buscó una vecina que juraba que Ana no dejaba de ir a molestarlo y que el día que la golpeó lo único que hizo él fue defenderse. ¡Ana! que no levanta la voz ni cuando discute.

- ¿Discutís mucho?

- No - dijo secamente y Alba se arrepintió de su pregunta.

- ¿Por qué te hacía la vida imposible a ti?

- Se la hacía a ella, y de rebote a mí. Le pedí a Ana que se viniera a Madrid, que era mucho peor para el niño ver aquellos espectáculos, pero no hubo forma de convencerla, creía que si lo hacía enfadar más, todo iría a peor. Su padre era el gobernador civil de Sevilla y él.. no habían sido capaces de hacer carrera de él, ¡la oveja negra! bastante que entró en la policía y pretendía que llegara a comisario. Ana temía que con sus buenos contactos nos hundiera la vida, que yo no pudiera montar la clínica, no sé, nunca la había visto tan asustada. Él empezó a seguirme a todas partes, mi coche apareció rayado y con las ruedas pinchadas y ella... no estaba dispuesta a que yo pagara las consecuencias, ¡siempre obsesionada con protegerme! Total que al final retiré la denuncia y él dejó de molestarnos. Al poco nos casamos y todo parecía ir bien, un par de meses después de la boda, tuve que volver al central. Todos los fines de semana iba a Sevilla a veces solo por unas horas, cuando no podía cambiar alguna guardia.

- Y sigues haciéndolo – le sonrió.

- Sí.

- Perdona, ya no te interrumpo más.

- No, perdona tú, vaya rollo que te he soltado – le dijo mirando el reloj – estás cansada y es tardísimo y al final no te he dicho lo que realmente importa.

- ¿El qué?

- No tenemos un hijo.

- ¿Cómo...? Eh... no entiendo....

- Juanito murió y... todo... todo cambió ... - le dijo con voz quebrada.

Alba guardó silencio, los ojos de Natalia se habían llenado de lágrimas y ella solo se le ocurrió situarse de rodillas a su lado y abrazarla.

Natalia permaneció casi impasible durante un par de segundos, ni siquiera parecía notar su abrazo, luego se estremeció, un escalofrío la recorrió de arriba abajo, aunque era incapaz de sentirlo al completo y se aferró a Alba, aliviada con aquel contacto, con sus brazos firmes, que la sostenían, y con aquel susurro junto a su oído, "mi amor", lleno de cariño y comprensión. Alba quería saber más, necesitaba conocer el porqué de la muerte del niño, a su mente acudían todo tipo de posibilidades a cada cual más espeluznante, no podía hacerse a la idea de lo que debía haber significado para el matrimonio de Natalia la muerte del niño. Al cabo de un instante la pediatra se separó de ella y con una mueca de tristeza, continuó.

- Desde entonces, Ana no... no está bien..., no... - levantó los ojos hacia ella escudriñándola, el nudo de su garganta le impedía articular las palabras con soltura – no está bien – repitió, en un murmullo, desviando la vista.

Alba posó su mano en la barbilla de la pediatra, y le giró el rostro hacia ella. Quería volver a ver sus ojos, necesitaba saber si en ellos, además del sufrimiento que leía, había algo más, había amor por su mujer. Pero cuando Natalia la miró, solo vio dolor y desesperación, y sintió un deseo enorme de esfumar esa sombra que teñía su mirada, un deseo enorme de consolarla y estrecharla en sus brazos como hacía un momento, de hacerla reír como la tarde anterior, de ver el deseo en su mirada, la ilusión en sus ojos y la esperanza en cada gesto y cada palabra. Sin embargo, solo le acarició la mejilla y esperó a que continuara, ahora sí que quería y necesitaba saber más, pero Natalia permaneció en silencio, solo mirándola. Alba, hubiera dado cualquier cosa por saber qué era lo que pasaba por su mente en aquel instante, estaba segura de que se iba a echar a llorar de un momento a otro, estaba segura de que le iba a revelar qué era lo que ocurría entre Ana y ella, porque ya sí que estaba convencida de que algo pasaba con Ana. Natalia no dejaba de mirarla, con el ceño levemente fruncido y un velo de oscuridad en sus ojos. Finalmente, la pediatra se echó hacia atrás, separándose de Alba con brusquedad.

- Voy al baño – le dijo accionando la silla sin darle opción a nada.

- Te acompaño – se ofreció levantándose con rapidez.

- Sola – dijo cortante, cuando ya le daba la espalda.

La enfermera se paró en seco y la vio adentrarse en el interior de la cabaña para dar la vuelta por detrás. Comprendió que necesitaba unos minutos de intimidad, la conocía suficientemente para saber que era así. Miró su reloj, Natalia tenía razón era muy tarde, ¡más de las dos! era increíble cómo se le había pasado el tiempo. Permaneció pacientemente sentada en el escalón del porche, se encendió un cigarrillo, estaba deseando hacerlo desde hacía mucho rato, pero delante de Natalia se controlaba, sabía que lo echaba de menos y que no debía fumar.

No dejaba de pensar en todo lo que había escuchado, no se quitaba de la cabeza a Ana y sintió un deseo enorme de conocerla, de conocerla de verdad, de saber más de ella. Hasta ese momento la había odiado en silencio, casi más que a Vero, pero ahora... ahora no era capaz de comprender que era lo que sentía por ella, por un lado le agradecía secretamente que ayudara a Natalia en aquellos malos momentos, pero por otro sentía unos celos enormes y al mismo tiempo le daba mucha pena todo lo que había oído. La vida era muy injusta para esa mujer desconocida que empezaba a respetar y, repentinamente, se sintió culpable de contribuir al que, con seguridad, iba a ser un nuevo sufrimiento en su vida. Quizás no debían haber dado el paso, quizás Natalia había tenido razón todo ese tiempo al negarse a reconocer que la amaba, y quizás ella no debía de haber estado presionando e insistiendo de aquella forma a pesar de las negativas de la pediatra. No quería que Ana sufriese más de lo que ya lo había hecho, pero no podía evitar sentir lo que sentía por Natalia, la amaba, jamás había dejado de hacerlo, y por lo que había visto, escuchado y sentido, Natalia tampoco había sido capaz de olvidarla completamente, o quizás eso es lo que ella quisiera que fuera, quizás estuviese equivocada en todo y Natalia seguía queriendo a Ana. Pero de pronto, recordó unas palabras que le dijera Germán, "¿Ana! Ana no es el problema, en todo caso Ana es la excusa". ¡Sí! las recordaba perfectamente. Ana una excusa para Natalia, la excusa para no dar el paso de estar con ella, la excusa para no reconocer que la amaba. Y con más fuerza que antes deseó que Natalia regresase y terminase esa historia, deseaba saber cómo estaba ahora su matrimonio. Tenía que estar roto, porque creía conocer a Natalia lo suficiente para saber, que después de todo lo que le había contado, era incapaz de traicionar a su mujer, engañándola con ella, aunque al no hacerlo se engañase a sí misma y a su corazón.

Aunque por otro lado era cierto que Natalia, sistemáticamente, esquivaba pronunciar un te amo, alto y claro, pero aún así, sus besos no podían ser mentira, sus caricias no podían ser falsas, aquella forma de abrazarse a ella de hacerla alcanzar el paraíso no podía ser fingida. La sola idea de que aquello fuese cierto, de que Natalia la estuviese haciendo vivir un engaño la hizo estremecerse de pavor. No podía ser, "deja de pensar chorradas, Alba, se te está yendo la cabeza", se dijo jugando mecánicamente con el cigarrillo que tenía entre sus dedos. Quizás era una forma perversa de la pediatra para vengarse de ella por haberla abandonado, su secreta forma de hacerla sufrir como ella hiciera hace años cuando desapareció sin explicaciones, "cómo puedes pensar esas cosas de Nat, estás cansada y no, no eso es imposible, ¡imposible!", se repetía intentado borrar las ideas funestas que acudían a su mente, "lo que ocurre es que esperabas que Ana fuera un monstruo, que Natalia se hubiese equivocado al casarse con ella y ni es uno, ni crees que se equivocara, es más, quizás si no se la hubiese encontrado en su vida ahora no estaría aquí conmigo", se repetía luchando contra aquellas dudas que la estaban corroyendo.

Un ruido la sobresaltó y levantó la cabeza. Vio como Sara salía de su cabaña y corría hacia el hospital. No recordaba que le tocara guardia, y menos después del día de trabajo en el campo, no era lo habitual. Pero no le dio más importancia y volvió a lo que realmente la preocupaba, Natalia.

"Nat", musitó entre dientes, "Nat, Nat, siempre Nat", se dijo apoyando la frente en ambas palmas y cerrando momentáneamente los ojos, manteniendo entre los dedos su enésimo cigarrillo. Tenía la sensación de que nada volvería a ser igual después de escuchar todo aquello, la sensación de que sus palabras habían caído sobre ella golpeándola con más fuerza de la que le gustaría reconocer. Siempre había albergado la esperanza de que Natalia jamás había estado enamorada de Ana, de que Ana era una persona interesada, aprovechada que no se preocupaba por su mujer, ¡ni siquiera fue a verla cuando estuvo en coma! pero ahora... todo comenzaba a encajar y de una forma que nunca quiso imaginar. ¡Sí! Natalia la había golpeado con sus palabras, y cada vez le resultaba más difícil disimular el efecto de ese golpe, sólo eran palabras, palabras que formaban una historia, la historia que tanto había deseado conocer y que ahora que estaba haciéndolo preferiría no haber escuchado. Preferiría seguir creyendo que Ana no amaba a Natalia, que nunca la había amado, que Natalia nunca había sido feliz a su lado, pero no, poco a poco comprendía que lo que su mente construyó para justificar su acoso a la pediatra no existía, para justificar su intento de recuperarla aún sabiendo que estaba casada, tenía unos cimientos tan vanos que Natalia se había encargado de derribarlos de un plumazo, y ahora ¿qué? Suspiró deseando que la pediatra regresase cuanto antes, quería saber qué había pasado, porqué había muerto Juanito y comenzó a encender un cigarrillo tras otro, nerviosa, segura de que el final de esa historia iba a ser el que menos deseaba.

Sin poderlo evitar, dos lágrimas se escaparon de sus ojos, la angustia que había ido experimentando a lo largo del relato se fue acrecentando a medida que su mente repasaba una y otra vez todo lo que Natalia le había contado, no podía controlar la congoja que la atenazaba y Natalia estaría a punto de volver, respiró hondo un par de veces y encendió otro cigarrillo. Sola, se sentía sola, sentada en el escalón en que tantas veces se había sentado a recordar, a llorar, a hablar con Germán y en el que esa misma noche se había sentido inmensamente feliz, aferrada a Natalia, escuchando tocar a su amigo, en ese mismo escalón ahora se sentía vencida, estaba sola, más sola que nunca, golpeada por una realidad, por una verdad, que la atormentaba, Natalia seguía queriendo a su mujer, se lo notaba en el dolor que reflejaban sus ojos, en el tono derrotado de sus palabras, en su mirada huidiza y esquiva, y volvió a experimentar la vibración del dolor, de ese dolor profundo y violento que le provocaba la oscura sensación de la separación, del abandono, segura de que Maca terminaría por confesarle que no podía seguir con ella.

Se levantó y comenzó a pasear nerviosa. A su mente acudían con rapidez imágenes de su llegada a Madrid, de sus primeras impresiones al ver la clínica, de lo segura que había estado de que en esos años la suerte había sonreído a la pediatra mucho más que a ella. Recordó las palabras de Sonia pidiéndole que dejara a Natalia en paz, que estaba casada, las de María José pidiéndole todo lo contrario, pidiéndole que la ayudase a salir de donde se encontraba, recordó a Teresa asegurándole que no iba a consentir que le hiciera daño que ya había sufrido demasiado, pensó en su angustia al creer que Natalia no se había interesado por ella cuando sufrió el accidente en la chabola y se había marchado a Sevilla, nada más y nada menos que una semana entera para estar con su mujer mientras ella, en la cama del hospital, se amargaba maldiciéndose por imbécil, por haber albergado la secreta esperanza de recuperarla, y recordó el profundo alivio que sintió cuando su madre confesó que era ella la que le había impedido visitarla, la que había rechazado sus llamadas, sonrió levemente solo al recordar, pensó en Mara y aquel atrapa sueños que tanto le afeó a Natalia que le hubiera dado, cómo delante de Sonia la acusó de crearle falsas esperanzas a la niña y quizás Natalia solo intentaba convencerse a sí misma de que lo imposible no lo era tanto si se deseaba con todas las fuerzas. Y sobre todo, le atormentaba aquella mañana en la que por fin se besaron, en como Natalia la rechazó y ella la acusó y atacó, sin creer sus explicaciones, arremetiendo contra Ana y no creyendo que en tres años no hubiese tenido reacción alguna con ella.

¡Sí! esa historia le hacía ver todo con otros ojos, le hacía comprender muchos detalles que se le escaparon en su día. Dio una última calada al cigarro y se sentó de nuevo, apagando la colilla y cogiendo, mecánicamente otro. La cabeza le daba vueltas, una sensación de profunda aprensión se había apoderado de ella, Natalia se había marchado al baño y la había dejado allí sola, con el alma inquieta y ella solo deseaba y necesitaba verla volver, verla sonreírle, deseaba dejarse querer por ella, escucharla decir un te amo que comenzaba a sospechar que no volvería a oír en sus labios, aunque así fuera.

Natalia tardó en volver más de media hora, cuando lo hizo, Alba estaba al borde del histerismo, se había repetido constantemente que no debía montarse películas, que siempre le ocurría lo mismo y que solo debía tranquilizarse y escuchar a Natalia y, sobre todo, mostrarle su apoyo y comprensión. Al verla llegar, supo que había estado llorando, pero no fue capaz de decirle nada.

La pediatra se colocó de nuevo a su lado y la miró con atención, sin articular palabra, percibiendo, igualmente, que la enfermera había llorado. Se maldijo por haber sido la causante de aquellas lágrimas, no soportaba verla sufrir por su culpa. Luego sus ojos se posaron en el pequeño cenicero, estaba lleno de colillas, y Natalia comprendió que Alba había estado fumando compulsivamente mientras esperaba, con seguridad, en un intento de calmar el desasosiego que ella le había producido y deseó con toda su alma que no fuera así, deseó poder dejarla al margen del dolor, pero sabía que era imposible hacer eso, si quería tener una nueva oportunidad en su vida, tenía que ser muy clara y sincera. Alba tenía derecho a saber y escoger con libertad, y ella solo podía guardarse sus deseos, renunciar a sus anhelos y esperar que su decisión fuese la que soñaba.

La enfermera la miró anhelante, esperando que le dijese algo pero Natalia se quedó frente a ella, sin dejar de mirarla y sin articular palabra. Alba se sobrecogió al ver sus ojos, su expresión era reflejo de todos aquellos deseos que se le antojaban inalcanzables, de toda la culpabilidad que atormentaba su conciencia. No podía evitarlo, deseaba que nada enturbiara lo que había vuelto a resurgir entre ellas, deseaba confiar en todas y cada una de sus promesas, deseaba dejarse llevar por Alba, arrastrada y mecida por su amor y, sobre todo, deseaba cerrar de golpe la puerta que la unía al pasado y abrir la que se le ofrecía sin dudarlo más, sin pararse a analizar las consecuencias. Pero los ojos de Alba le hablaban de sufrimiento, y temió que después de todo lo que le había contado, que después de lo que iba a pedirle, nada quedase. La miró desesperada, la conocía y sabía que estaría perdida en un mar de incertidumbre, que estaría luchando contra los fantasmas que ella había creado y que no era capaz de espantar y sintió pavor de que tras esa tormenta interna, tras esa tempestad, quedase la nada. Alba leyó esa desolación de su mirada y como mutaba en pánico, para dejar paso a un gesto hosco e impermeable, a su eterna coraza y todas sus dudas, desaparecieron, tan solo prevalecía el amor y la preocupación por ella.

- ¿Estás bien? – Alba se atrevió a romper el silencio al ver que ella no lo hacía y que perdía la vista en la oscuridad de la noche.

- Si – asintió levemente – eh... perdona, me he... entretenido un poco.

- ¿Seguro que estás bien? – insistió y Natalia volvió a asentir – estás muy pálida, Nat, y...

- Alba... - protestó levemente, arrastrando las sílabas con cansancio – por favor, no empieces....

- ¿No te habrás mareado o vomitado? – continuó haciendo caso omiso al tono de protesta y hastío de la pediatra y poniéndole una mano en la frente. No se fiaba lo más mínimo y menos después de lo que le había ocurrido por la tarde y de la insistencia de Germán en vigilarla.

- No me he mareado, ni he vomitado – respondió con cierto retintín y una leve sonrisa de condescendencia, retirándole la mano con suavidad – y sí, Alba, estoy bien, no te preocupes tanto por mí. Solo me he entretenido en el baño.

- No puedo evitarlo – murmuró cabizbaja – digo... preocuparme por ti – esbozó una tímida sonrisa sin saber como sería recibida.

- Y yo te lo agradezco, solo necesitaba estar sola un momento.

- Nat... tú sabes que... yo lo último que quiero es que tú... sufras y que....

- Alba... estoy bien... ya te lo he dicho – respondió con brusquedad.

- Vale... no te enfades – le pidió melosa convencida de que no era así.

- ¿Me das un cigarro? – le preguntó sin responder a su petición. ¡Necesitaba uno! debía armarse de valor para continuar, terminar de contarle todo y para pedirle paciencia y tiempo.

- Nat... - dijo con tono recriminatorio – sabes que no puedes fumar.

- ¿No puedo? – levantó las cejas molesta.

- Bueno... - la miró con la intención de defender su postura pero lo que le había contado Natalia sobre Ana, la forma que tenía de tratarla, la confesión sobre que siempre le dejaba libertad para escoger su camino la hicieron detener su argumentación, ¡lo último que deseaba es que Natalia la comparase con Ana! y si era así, saliese perdiendo en la comparación y encima, ¿a quién se parecía más prohibiéndole las cosas! ¡a su madre! y por encima de todo, lo último que deseaba es que Natalia la asociase a María, además Natalia era mayorcita y, médico, sabía perfectamente lo que tenía que hacer – no... no debes – le dijo con cierto temor - pero... haz lo que quieras – terminó con autoridad.

Natalia se volvió hacia ella, sorprendida por esas palabras y por el tono de la enfermera, la miró a los ojos y supo inmediatamente lo que pasaba por su mente, le sonrió con tristeza.

- Alba... prométeme una cosa.

- ¿Qué? – preguntó perpleja.

- Que todo lo que te he contado no te va a hacer cambiar.

- ¿Qué quieres decir?

- Que no intentes ser como ella.

- ¿Yo? – preguntó haciéndose la sorprendida y a un mismo tiempo mostrándose molesta.

- Sí, tú. No lo intentes – le repitió sonriéndole abiertamente – siempre me encantó como eras, y me sigue gustando como eres ahora. Me sigue gustando que... te preocupes por mí y... esa vena de madre que te da. Aunque te proteste, me gusta – reconoció dejando perpleja a la enfermera que le devolvió la sonrisa sin esperarse aquellas palabras, que le bajaron la guardia y la enternecieron, consiguiendo que aflorasen de nuevo todos los sentimientos que la angustiaban desde hacía un rato.

- Nat... - apretó los labios casi en un puchero, se sentía triste, muy triste y odiaba ser tan transparente para ella.

- ¿Qué? – preguntó condescendiente.

- Nada – musitó bajando la vista.

- ¿Qué? – repitió levantándole la barbilla y escudriñándola con suma atención.

- Que... - apretó los labios en un nuevo puchero y los ojos se le humedecieron, incapaz ya de refrenar sus sentimientos - ¡te quiero! ¡te quiero muchísimo! Y... no soporto la idea de que... tú... de que volvamos y... nosotras...

- ¡Tonta! – sonrió con tristeza – no quiero que estés triste, ni que me mires así, ¡daría lo que fuera por no haberte hecho sufrir! ¡por seguir viendo el brillo y la ilusión de anoche en tus ojos!

- No me has hecho sufrir – musitó sin convicción.

- ¿Sabes? Ana me dijo una vez que nunca dijera algo que no sentía mi corazón – esbozó una leve sonrisa teñida de nostalgia y tristeza – sé que no es cierto lo que dices y sé que si te he hecho daño y... ¡lo siento! – exclamó con énfasis - eso era precisamente lo que quería evitar, por eso no quería hablarte de ella, por eso no... quería hablarte de nada... ni quería reconocer que a pesar de todo este tiempo yo...

- Nat – la silenció poniéndole un dedo en los labios – chist, ¡te quiero! y eso es lo único que me importa.

- ¿Estás segura?

- ¡Te quiero! ¡te quiero! ¡te quiero! – repitió sonriendo intentando disimular la congoja que sentía, cogió un cigarro y lo encendió insinuante luego se lo tendió – toma – le ofreció intentando transmitirle la idea de que ella también pensaba dejarla escoger.

- No, gracias – sonrió comprendiendo – tienes razón. No debo.

- Nat.... ¿puedo preguntarte algo? – la pediatra la miro y asintió - ¿qué le pasó a Juanito?

Natalia permaneció con la vista fija en ella, frunció el ceño y apretó los labios.

- Estoy cansada – le dijo esquiva, seca y cortante, oscureciendo la mirada.

- Vale – aceptó comprendiendo que la pediatra daba por finalizada la conversación, aunque quizás, más adelante, podía intentar que siguiera contándole lo ocurrido, porque estaba deseando saber todo lo que callaba – ¿no quieres hablar de ello?

- No – musitó tan bajo que Alba casi ni la escuchó.

- ¿Quieres irte a la cama?

- No – dijo negando con la cabeza – sería incapaz de dormir, creo que me... he desvelado – sonrió levemente intentando mostrarse más afable – vete tú, me apetece tomar el aire.

- ¿Quieres estar sola? – le preguntó directamente y Natalia se encogió de hombros indecisa, por un lado sí, quería estarlo, pero por otro la necesitaba, deseaba que siguiera a su lado que la tomara de la mano y simplemente permaneciera allí junto a ella – porque... salvo que desees estar sola, no me voy a ir – le devolvió la sonrisa – yo tampoco tengo sueño y quiero estar aquí, contigo, si... no te importa.

- ¡Gracias!

- No tienes por qué dármelas – sonrió sentándose a su lado y recostándose en su regazo como hiciera cuando escuchaban a Germán. Natalia, instintivamente perdió la mano entre su pelo, acariciándola con suavidad.

- Tenías razón – admitió tras unos segundos.

- ¿En qué?

- Aquí las noches son preciosas – murmuró con un profundo suspiro lleno de tristeza.

- Sí, lo son – ratificó - ¿habías visto alguna vez tantas estrellas?

Natalia miró al cielo, Alba volvía a tener razón, era increíble la cantidad de estrellas que podían llegar a verse. La observó recostada sobre ella, era cierto que la noche estaba preciosa, pero lo estaría aún más si Alba no tuviese esa mirada temerosa cada vez que le hablaba, cada vez que le preguntaba, pero no sabía qué hacer para borrar lo que ella misma había originado con su confesión. Suspiró levemente y luego respiró hondo, como si le faltara el aire. Permanecieron así unos minutos, en silencio, en los que Alba no dejaba de observarla y de darle vueltas a la cabeza, su mente repetía una y otra vez las últimas palabras de Natalia antes de irse al baño "Juanito murió y todo cambió", "Ana no esta bien", "no está bien", "todo cambió", "todo cambió", sentía que la cabeza le iba a estallar, necesitaba saber qué cambió, necesitaba saber qué le pasaba a Ana y, sobre todo, qué le pasaba a Natalia, no lo soportaba más, esa incertidumbre la estaba consumiendo y, de pronto, decidió lanzarse.

- No te preocupes, cariño – le dijo y Natalia la miró desconcertada sin saber a qué se refería – quiero decir por Ana, que es normal.. que Ana no haya vuelto a ser la misma, una madre nunca... se recupera de algo así – dijo finalmente la enfermera intentando darle pie a que Natalia siguiese hablando.

- Ya lo sé – respondió secamente.

- Y... tú también has debido de pasarlo fatal – continuó obviando su tono cortante – y veo que sigues... afectada y....

- Alba... – la recriminó levemente sin ganas de seguir con aquella conversación pero los ojos de la enfermera le suplicaban lo contrario y, tras mantenerle la mirada unos segundos, no supo negarse - no... no es solo por eso – musitó mirándola fijamente, Alba aguardó pacientemente a que dijese algo más pero Natalia no lo hizo y ella se moría de curiosidad, sin embargo, decidió no preguntar, sabía que lo que Natalia se guardaba debía ser algo que aún le dolía y si quería descubrir qué era, sería mejor dejarla que lo revelase cuando sintiese esa necesidad. Le acarició el antebrazo y luego la mejilla, apretando los labios mostrándole la inmensa ternura que sentía por ella, mostrándole su amor – ya te he dicho que Ana no está bien, tras... vamos que... nunca se recuperó y... al poco tiempo de la muerte de Juanito, cuando Ana parecía que comenzaba a reaccionar.... tuve el accidente y... - le dijo tan bajo que Alba, junto a ella, casi ni la oía – y... ni siquiera sé si... ella... si... llegó a enterarse - se le quebró la voz y los ojos, de nuevo, se le llenaron de lágrimas.

- Cariño... no hace falta que digas nada ¡Imagino lo que debió ser! – exclamó arrepintiéndose de haber insistido. No soportaba verla sufrir de aquella forma.

- Si... - murmuró con la barbilla temblorosa, negando con la cabeza, cabizbaja.

- Pero ... por lo que sé, han pasado más de tres años y por lo que me has contado Ana es una mujer fuerte y decidida, ya verás como.... con un poco de tiempo y con tu ayuda...– la miró sin saber qué palabras escoger, sin saber si debía darle ánimos como una buena amiga, cuando en realidad deseaba que su matrimonio estuviese tan roto que ella tuviese alguna opción, o si lo mejor era cerrar la boca y no adentrarse en un tema tan espinoso por mucho que torturase a Natalia, pero las ganas de saber qué ocurría con su mujer pudieron a todas las demás consideraciones que se hacía - Ana... ya se habrá acostumbrado, habrá ido asimilándolo... y... ¿no está mejor?

- No – admitió – no lo está. Llevamos más de tres años intentándolo todo y ... aunque no pierdo la esperanza sé que es inútil, me lo han asegurado muchas veces y yo también soy médico pero.. no sé... a veces... - se interrumpió y de nuevo cambió de tono - y... yo... yo prometí ... estar siempre a su lado... ella... no está bien – murmuró en voz muy baja. Alba deseaba cada vez con más fuerza saber qué le ocurría, pero no preguntó, esperando que Natalia se lo contase, imaginaba que cuando hablaba en plural se refería a los padres de Ana, la miró y enarcó una ceja intentando instarla a seguir, a que le contase qué pasaba con ella, cómo había muerto el niño, sin embargo, no lo hizo, Natalia la miró con las lágrimas casi saltadas – y... tengo que cumplir mi promesa, Alba. Tengo que estar a su lado. Me necesita, como yo la necesité a ella, tengo que hacerlo – musitó - ¿me entiendes ahora? ¿entiendes por qué yo no... no quería... no... no podía?

La enfermera asintió sin pronunciar palabra, no podía hablar, el nudo de su garganta se lo impedía, tenía la sensación de que Natalia por primera vez estaba siendo tan sincera con ambas que quizás no le gustase lo que le quedaba por escuchar.

- Alba, ¿de verdad que me entiendes? – le preguntó angustiada.

- Si – musitó.

- ¿Seguro que lo entiendes? – insistió y la enfermera asintió – ¿entiendes que cuando volvamos... tú y yo... yo... no voy a dejar de verla, de visitarla, de...?

- Me estas queriendo decir que... que... ¿no tengo oportunidad alguna?.. ¿que volverás con tu mujer?

- ¡No! ¡claro que no! – exclamó reflejando el pánico que sentía solo de pensar en esa posibilidad.

- Entonces, no, no te entiendo. Es muy triste todo lo que me has contado, ¡muy triste! – enfatizó – y... creo que lo es más todo lo que te callas – continuó provocando que Natalia bajase la vista, descubierta - Imagino todo lo que ha debido sufrir Ana, sé lo desesperante que es ver como la persona a la que quieres se encierra en un pozo y no te deja ayudarla a salir – confesó recordando los momentos previos a su marcha y Natalia comprendió que le hablaba de ella y se sintió aún más culpable – por eso también sé todo lo que estás sufriendo tú, por ella, por verla como la ves, pero... pero... si... lo que dices es cierto y si ella no... quiero decir que... eso no es motivo para que tú... no intentes... ser feliz...

- ¿Cómo lo intentaste tú?

- No – fue ahora ella la que respondió seca y cortante.

- Ya... - murmuró con aire de decepción - Alba yo... no sé como explicártelo... yo... quisiera que me entendieras. Que comprendieras que yo no puedo dejar de... ir a Sevilla, tengo que verla... no puedo dejarla sin más... ella no... no se lo merece... siempre estuvo a mi lado... siempre me ayudó... ¡hasta se enfrentó a mi madre y le cantó las cuarenta! ¿sabes que fue ella la que habló con mis padres cuando íbamos a casarnos! mis padres no iban a venir a la boda, mi madre ni siquiera me dirigía la palabra, estaba ofendida, ¡muy ofendida! me casaba con una mujer ¡y encima con la hija de una de sus mejores amigas! ¡un auténtico escándalo! pero Ana se plantó en casa y fue ella la que los convenció, sin ella yo no...no hubiera sido capaz de salir de donde me metí... yo... - volvió a temblarle la voz pero se repuso con rapidez - no está bien y... no voy a ... fallarle, otra vez no - se interrumpió mirándola fijamente, con cierto aire desafiante, sin percatarse del gesto de extrañeza que hizo la enfermera al escuchar lo de "otra vez", ¿de que vez le hablaba? -... yo.... – la miró circunspecta, incapaz de expresar con palabras todo el dolor y la angustia que llevaba años soportando y callando, todo lo que se le venía a la mente, había creído que podría contarle absolutamente todo sin sentirse como se sentía pero, no podía, no podía, sintió una angustia enorme, una culpabilidad por lo pasado y por el presente, Alba no se merecía eso, no se merecía ese silencio ni esas dudas que le estaba generando, pero no era capaz de seguir contándole, no era capaz de abrir su corazón de par en par y no entendía el por qué no podía hacerlo, lo necesitaba, quería que ella la consolara, que le dijera que la entendía pero, ahora más que nunca, tenía la certeza de que no sería así.

La enfermera aguardaba con un rictus de seriedad, sabía que había algo más, y sabía que Natalia estaba calibrando si contárselo o no. Tan angustiada la vio que decidió tenderle la mano y hacer lo que tantas veces todos le dijeran, ayudarla.

- Nat, puede ser que no entienda ciertas cosas, y puede ser que me gustaría que otras fueran de diferente forma.... pero de lo que sí estoy completamente segura, es de que lo único que me importa es que tú estés bien, solo me importas tú, me da igual el pasado y me da igual el futuro, si tú me dices que me quieres, que me necesitas, que quieres que regresemos juntas a Madrid, todo lo demás no me importa – le dijo con fuerza – ¡no me importa nada! ¡solo tú!

- Alba...

- Te lo digo muy en serio, ¡no me importa nada más que tú!

- ¿Y mañana? puede ser que aquí y ahora, eso que dices, sea verdad pero ¿y mañana? – repitió – ¿pensarás lo mismo cuando todos los fines de semana vaya a Sevilla?

- No lo sé... y tampoco quiero pensar en ello.

- Pero tienes que pensar en ello – casi le ordenó de nuevo con los ojos humedecidos – tienes que hacerlo.

La enfermera desvió la mirada, sabía que Natalia tenía razón pero en esos momentos solo podía pensar en una cosa, en cerciorarse de que Natalia la amaba, en asegurarse de que ese amor iba a poder con todos los obstáculos. Eso le bastaba, lo demás carecía de importancia si Natalia le confesaba su amor.

- Me has preguntado muchas veces qué necesito, me has preguntado si te quiero... - dijo Natalia viendo que Alba permanecía ensimismada, con una expresión de seriedad y tristeza que la angustiaba.

- Nat....

- Escúchame – la cogió de las manos y la miró fijamente – desde hace mucho tiempo, no me sentía como me has hecho sentir estos días, no me atrevía a reconocerme a mí misma muchas cosas y si hubiéramos seguido en Madrid, jamás hubiera dado el paso que he dado, pero aquí... la vida es tan diferente... el tiempo es tan ... tan corto y a la vez tan... tan largo que... no sé, no sé si lo que hemos hecho es para bien o para mal, pero ... me da igual – reconoció elevando levemente las cejas con cara de circunstancias - ¿quieres saber la verdad? – le preguntó y la enfermera hizo un ademán de asentimiento no exento de temor - la verdad es que cada vez que pensaba en ti sentía que te seguía amando como el primer día, que tu recuerdo siempre ha estado presente en mi mente y en el fondo sabía que iba a seguir allí, volviese a verte o no. Y aquí me has hecho darme cuenta de que necesito volar contigo a un mundo de sueños, esos sueños que me daban la vida, esos sueños que solo tú lograste que creyese que podían ser realidad, esos sueños que me hacían sentir amada, especial, eterna, necesito que vuelvan esos días en que me hacías volar sin alas, en que me veía soñando a tu lado, solas las dos... como anoche... como... como hace un rato...

- Esos días pueden volver, si tu quieres, ¡pueden volver...! - exclamó con tal ilusión que consiguió arrancar la primera sonrisa franca y libre de tristeza en la pediatra desde hacía mucho rato.

- Alba, ¡claro que quiero que vuelvan! pero... ¡no es tan fácil!

- Lo sé – afirmó y con un profundo suspiro repitió – lo sé, cariño, lo sé. Pero si las dos lo queremos... si tú estás dispuesta a ...

- Yo... - intentó interrumpirla. pero Alba no la dejó.

- Nat si de verdad lo deseas si...

- Lo deseo – clavó sus ojos en ella y Alba leyó sus sinceridad y a un tiempo su angustia - ¡lo deseo! – aseguró con tanta fuerza que Alba no dudó de aquellas palabras – y... yo podría conseguir que... las cosas cambiaran.... si me dieras un poco de tiempo yo.... podría.... arreglar mi vida o al menos...ciertas cosas de ella....

- ¿Pero....? – le preguntó convencida de que había algo más, la conocía muy bien y sabía que esos titubeos escondían algún temor, alguna duda.

- Pero necesito que me prometas que no vas a volver a soltarme de la mano...

- ¿Qué quieres decir?

- Tengo miedo a que se vuelva a repetir, a que me vuelvas a dejar, a que renuncies a todo esto y luego te arrepientas, a que no seas capaz de aguantar todo lo que me rodea en Madrid – le dijo mirándola con temor y la enfermera esbozo una sonrisa tierna – mi vida no es nada fácil, y no me refiero solo a Ana, la clínica me ocupa mucho tiempo, demasiado, y están las amenazas, no soportaría que te pasara nada por mi culpa y, además..., después de ver todo esto dudo mucho que seas capaz de aguantar aquello y tengo miedo a que si me dejas... - suspiró – tengo miedo a caer de nuevo en el vacío, a no poder levantarme nunca más.

- Nat... no te voy a dejar nunca... ¡te lo prometo! – la besó con tanta ternura que la pediatra se estremeció – nunca, nunca, nunca – repitió arrancándole otra sonrisa.

- Albi... – le susurró al oído, presa de la emoción que sentía, refugiándose en sus brazos.

- Nat... yo también quiero que me prometas algo – le dijo separándose de ella.

- ¿El qué? – preguntó con temor borrando la sonrisa de su rostro, sospechando que necesitaba saber que hablaría con Ana, pero eso era casi imposible.

- Que pase lo que pase, no vas a volver a encerrarte en ti misma... que... vas a contar conmigo cuando tengas un problema ... que... no vas a volver a apartarme de ti ...

- Albi... no puedo prometerte eso, yo.... no puedo...

- Nat... - protestó.

- Alba, podría decirte que te lo prometo, pero... sabes como soy... sabes que cuando... cuando algo... algo me afecta mucho... necesito tiempo... necesito asimilarlo yo sola... necesito... espacio...

- Nat... tú... ¿me amas? ¿me amas de verdad?

- ¿Todavía lo dudas?

- Necesito escuchártelo decir.

- Ya te lo he dicho – respondió sorprendida – te lo he dicho hace un momento.

- ¿Me amas? – repitió.

- Depende.

- ¿Qué? – preguntó con temor, perpleja.

- De lo que entiendas por amar – sonrió con ojos picarones, cansada siempre de la misma pregunta. No sabía ya cómo quería que se lo dijera.

- ¿Qué entiendes tú?

- Sabes lo que dijo Gibran que "El amor no da más que de sí mismo y no toma nada más que de sí mismo. El amor no posee ni es poseído. Porque el amor es todo para el amor." – respondió esquiva.

- Muy bonito – respondió sin comprender el significado de aquellas palabras ni lo que Natalia quería decirle con ellas - pero no me has contestado, ¿tú me amas?

- Yo... creo que sí – sonrió burlona.

- Qué es eso de que crees, Naaat... - protestó – o estás enamorada de mí o no lo estás.

La pediatra se encogió de hombros, con ese aire burlón que tanto divertía a la enfermera, aunque esta vez era algo diferente, estaba disfrazado de un halo de tristeza, y le sonrió con un profundo suspiro, comprendió su broma, resignada a aceptar su negativa a pronunciar aquellas palabras, pero dispuesta a no dar su brazo a torcer.

- No estábamos de broma – dijo molesta – te lo he preguntado muy en serio... necesito saberlo.

- No, ya sé que no bromeabas, pero... - suspiró, la miró fijamente y sin dudarlo, tiró de ella y la atrajo, besándola.

La enfermera fue incapaz de resistirse, de frenarla, se entregó a aquel beso que respondía a todas sus dudas, sintiendo que la elevaba de nuevo a la gloria, que podría soñar con cada uno de esos besos que estaban siguiendo al primero, que estaba en el cielo. Y estuvo segura de que Natalia la amaba, que era la dueña de su corazón y, por unos instantes, la hizo olvidarse de Ana, de Juanito y de todo lo que había escuchado esa noche. Se separaron y la pediatra la tomó de la mano sin dejar de mirarla.

- ¿He respondido a tu pregunta?

- Pues no – dijo socarrona y Natalia la atrajo de nuevo, clavó sus ojos en ella, fijamente, rozándola casi con la nariz, los entornó y volvió a besarla, con suavidad, comenzando con un ligero roce para ir ganando en profundidad e intensidad, hasta tal punto que Alba comenzó a sentir crecer en su interior el deseo, con una fuerza desmedida, subiendo hasta su vientre, permaneciendo en él, hasta tal punto que le provocó un leve estremecimiento. Necesitaba fundirse con ella, necesitaba comprobar que todo estaba en su sitio, que nada había cambiado desde la noche pasada. Necesitaba que Natalia le hiciera el amor como esa misma mañana y ese deseo lo tiño de pasión, devolviéndole esos besos con creces.

- ¿Y ahora? – le preguntó de nuevo, sintiendo cómo se le había erizado la piel.

- Tampoco – musitó exhalando un leve suspiro y mirándola con seriedad – besas muy bien, pero yo te he hecho una pregunta muy seria.

Natalia apretó los labios y tomó aire, parecía decidida a darle la anhelada respuesta, esbozo una tímida sonrisa y le cogió una mano, se la acarició con ternura quedándose ensimismada con la vista clavada en las manos que mantenían entrelazadas y luego levantó los ojos hacia ella.

- Alba... ¿qué quieres que te diga? – volvió a sonreír levemente.

- Sabes lo que quiero escuchar.

- ¿Santo y seña? – intentó bromear, recordando las palabras de la enfermera un par de tardes antes.

- Nat... - protestó.

- Cariño... llevo mucho tiempo, mucho, encerrada entre cuatro paredes, y... no me resulta fácil salir de... ellas – enarcó las cejas intentando ser comprendida - ¿recuerdas el día que me llevaste a bañarme al río?

- Claro, ¿por qué?

- Porque ese día estuve a punto de... dejarme llevar, pero... no podía dejar de pensar en lo que te iba a hacer si me dejaba arrastrar por tus intenciones. Hace mucho, que yo... solo vivía de recuerdos, que... había perdido la esperanza, creía que aquellos sueños que compartimos jamás se harían realidad y me olvidé de ellos, me centré en otras cosas e intenté seguir mi camino, llegué a creerme que controlaba de nuevo mi vida, pero no dejaba resquicio para nadie, ni para nada que no fuera mi trabajo y mis viajes a Sevilla. Aún así, cuando llegaste me di cuenta de las ganas que tenía de escapar de todo eso, de hasta qué punto todos hacían que me faltara el aire, ¿por qué crees que después de años bebí en la fiesta de Adela? – preguntó retóricamente y un velo de culpabilidad tiñó los ojos de la enfermera - ¡no! no, no, jamás te culpes por eso, era por mí, por mi incapacidad, porque me había convertido en quien nunca fui, dejándome arrastrar por todo y por todos en contra de mis propios deseos, de mis propias convicciones, pero... hacía como que no era así, no podía reconocerlo, me negaba a hacerlo, pero llegaste tú y... me tratabas como antes, unas veces con respeto otras enfrentándote a mí, cuestionándome y tratándome de tú a tú, sin importarte que estuviese sentada en...

- Sí me importaba, me importaba tanto que hasta soñaba con ello.

- Pues más a mi favor, porque aún así seguías viéndome a mí, ¿sabes lo que eso significó! ¡creo no puedes hacerte una idea! empezaste a hacerme cuestionar mi vida, y cada pensamiento era como... como un dardo que se me clavaba y quería escapar de todo eso y no podía, me empezaron a pesar esos sueños que creía olvidados, deseaba verte, hablar contigo, cenar contigo una noche, aunque solo fuera para charlar sobre esos recuerdos.

- Pero... Nat... yo... te veía tan segura, tan contenta... la clínica es un éxito, has conseguido que los que se han sumado a tu proyecto lo hagan con tanta ilusión y ganas que da la sensación de que es también de ellos, estás rodeada de buenos amigos, te he visto reír con ellos, disfrutar con ellos y con... con Vero, se ve que tienes algo especial, siempre está pendiente de ti y tú, aunque lo niegues de ella y... yo .. creía que te sobraba que.. ni siquiera te fijabas en mí.

- Fachada, solo fachada, Alba, la fachada de la vida – reconoció apretando los labios – soy una Lacunza, me guste o no, y me educaron para eso, para mantener siempre una fachada, llena de alegría aunque por dentro la amargura me estuviese matando. Y... ¡me fijaba constantemente! Pero a veces sentía que solo podía ir en una sola dirección, la que me habían trazado, que si me movía un milímetro intentando cambiar algo, un golpe me volvía de nuevo al camino, hasta me dolía si respiraba, pero llegaste tú y... las puertas que había cerrado, se abrieron, y por mucho que intentaba que se mantuvieran cerradas, por mucho que luchaba porque no encontraras la llave, allí estabas, con ella en la mano y yo... no podía hacer nada, más que dejarte abrirlas, dejarte inundar mi vida de una luz que me tiene completamente cegada, una luz que me llena y que.... – se interrumpió mirando a la enfermera, sorprendida, dos lágrimas surcaban sus mejillas - ¡Albi! cariño – murmuró haciéndole una carantoña – no llores.

- No puedo evitarlo... - hipó enternecida por lo que escuchaba.

- No quiero que estés triste... ¡cariño!

- No estoy triste – musitó bajando los ojos y secándose las lágrimas con rapidez - ¡estoy feliz!

- Claro – rió abiertamente, incrédula, enjugándole las lágrimas - Ya está bien de seriedad, no quiero ver esa expresión en tus ojos – le dijo insinuante – si te he contado todo esto es para que me entiendas, no para que sufras.

- Nat... si tú sufres... yo sufro – reconoció y sonrió al ver que a la pediatra se le humedecían los ojos y apretaba los labios emocionada también por lo que acababa de decirle.

- Alba yo... necesito que ... que me entiendas, yo... hace tiempo que me acostumbré a la vida que llevo, hace tiempo que no pido nada, que no espero nada, ¿recuerdas cuando me preguntaste en el río si era feliz? – le dijo mirándola con atención, la enfermera asintió - ¿recuerdas lo que te dije? – preguntó y Alba volvió a asentir.

- Cada palabra – musitó.

- Hace años que no lo soy, que no esperaba serlo, que tan solo me conformaba con salir de vez en cuando con Claudia o con Vero, centrarme en mi trabajo, semana tras semana, por eso para mí la clínica era tan importante – confesó intentando adivinar el efecto de sus palabras en Alba que la escuchaba con suma atención - pero... desde que.. volviste, no sé... algo en mi interior me decía que quizás... - se detuvo mirándola fijamente – Alba yo quiero reírme contigo, disfrutar contigo como antes, como ayer, no quiero que te preocupes por nada, ya arreglaré lo que tengo que arreglar cuando volvamos, ¡te lo prometo! quiero – exhaló un profundo suspiro abriendo los brazos en señal de querer abarcarlo todo – quiero...

- ¿Qué quieres?

- Quiero... - se calló incapaz de expresar todo lo que sentía.

Alba la miró burlona, consciente de que no saldría ni una palabra de aquellos labios que adoraba y que tan bien conocía, consciente de que sería incapaz de decir un simple "te amo".

- Todo esto que me cuentas es porque... no me vas a decir que me amas, ¿verdad? – la interrumpió sonriendo comprensiva y enarcando las cejas de tal forma que Natalia enrojeció - Pues yo sí que te amo y sí que haría por ti cualquier cosa – la cortó con una expresión divertida al ver sus vanos intentos de expresarle sus sentimientos.





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