Irresistible Error. [+18] ✔(P...

By KayurkaRhea

80.1M 3.9M 14.2M

《C O M P L E T A》 ‹‹Había algo extraño, atrayente y oscuramente fascinante en él›› s. Amor: locura temporal c... More

Irresistible Error
ADVERTENCIA
Capítulo 1: La vie en rose.
Capítulo 2: La calma antes de la tormenta.
Capítulo 3: In vino veritas.
Capítulo 4: Rudo despertar.
Capítulo 5: El placer de recordar.
Capítulo 6: Podría ser rabia.
Capítulo 7: La manzana del Edén.
Capítulo 8: Mejor olvidarlo.
Capítulo 9: Tiempos desesperados, medidas desesperadas.
Capítulo 10: Damisela en apuros.
Capítulo 11: Bona fide.
Capítulo 12: El arte de la diplomacia.
Capítulo 13: Leah, eres un desastre.
Capítulo 14: Tregua.
Capítulo 15: Provocaciones.
Capítulo 16: Tentadoras apuestas.
Capítulo 17: Problemas sobre ruedas.
Capítulo 18: Consumado.
Capítulo 19: Conflictos.
Capítulo 20: Oops, lo hicimos de nuevo.
Capítulo 21: Cartas sobre la mesa.
Capítulo 22: Efímero paraíso.
Capítulo 23: Descubrimientos.
Capítulo 24: Compromiso.
Capítulo 25: El fruto de la discordia.
Capítulo 26: Celos.
Capítulo 27: Perfectamente erróneo.
Capítulo 28: Salto al vacío.
Capítulo 29: Negocios.
Capítulo 30: Juegos sucios.
Capítulo 31: Limbo.
Capítulo 32: Rostros.
Capítulo 33: Izquierda.
Capítulo 34: Bomba de tiempo.
Capítulo 35: ¿Nuevo aliado?
Capítulo 36: El traidor.
Capítulo 37: La indiscreción.
Capítulo 38: Los McCartney.
Capítulo 39: Los Colbourn.
Capítulo 40: Los Pembroke.
Capítulo 41: Mentiras sobrias, verdades ebrias.
Capítulo 42: El detonante.
Capítulo 43: Emboscada.
Capítulo 44: Revelaciones.
Capítulo 45: La dulce verdad.
Capítulo 46: El error.
Capítulo 47: Guerra fría.
Capítulo 48: Cautiva.
Capítulo 49: Aislada.
Capítulo 50: Puntos ciegos.
Capítulo 51: La lección.
Capítulo 52: Troya.
Capítulo 53: Deudas pagadas.
Capítulo 54: Caída en picada.
Capítulo 55: Cicatrices.
Capítulo 56: Retrouvaille.
Capítulo 57: Muros.
Especial de Halloween
Capítulo 58: Punto de quiebre.
Capítulo 59: Resiliencia.
Capítulo 60: Reparar lo irreparable.
Epílogo
AGRADECIMIENTOS
EXTRA: La elección de Alexander.
EXTRA: Vegas, darling.
EXTRA: Solo para tus ojos.
ESPECIAL 1 MILLÓN: El tres de la suerte.
EXTRA: El regalo de Leah.
EXTRA: El balance de lo imperfecto.
Extra: Marcas de guerra.
ESPECIAL 2 MILLONES: Waking up in Vegas.
ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 1]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4. [Parte 1]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4 [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 1]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 3]
LOS VOTOS DE ALEXANDER
ESPECIAL DE HALLOWEEN II [Parte 1]
ESPECIAL DE HALLOWEEN II [Parte 2]
ESPECIAL DE NAVIDAD
COMUNICADO IMPORTANTE
Especial de San Valentín
Extra: El cumpleaños de Alexander [parte 1].
Extra: El cumpleaños de Alexander [parte 2]
Extra: El cumpleaños de Alexander [Parte 3].
Extra: El cumpleaños de Alexander [Parte 4]
Especial: Nuestra izquierda.
Especial: Regresar a Bali

ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 2]

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By KayurkaRhea

N/A: Alto contenido +18. Un capítulo que nos muestra sus vidas un año después de su matrimonio y el lado posesivo de Alexander. Si no te sientes cómodo con las relaciones anales, porque te da asquito o risa, yo qué sé, no lo leas. Es un capítulo gracioso y hot. ¡Disfruten!

(Leah)

—¿A quién estás buscando?

Dejé de pasear la mirada por el salón del lujoso hotel para centrarme en papá, que me escrutaba inquisitivo.

Sonreí y le acomodé la corbata. Me gustaba cuando usaba trajes, tenía un porte único para utilizarlos.

—Alex, ¿lo has visto?

Estrechó los ojos, curioso.

—¿No han venido juntos?

Negué. No había logrado coincidir con él los últimos tres días gracias a la organización del evento y sobraba decir que mucho menos habíamos hablado para aclarar la discusión nacida a raíz de Monroe. No había huido de casa, simplemente no había un espacio para discutirlo entre tantos asuntos.

Quizás era lo mejor, esperar a que la razón entrara en su cerebro y calmara su temperamento. Podría darse cuenta por sí mismo que no podría engañarlo o sentir cosas por nadie más.

—¿Pasó algo grave?—lucía abatido.

—No, estamos bien, fue una discusión nada más.

Su semblante se tensó.

—Si te hizo algo cariño, te juro que...

—No, no, está bien—lo tranquilicé colocando una mano en su hombro y sonreí.— ¿Has visto a mamá?

Negó con la cabeza.

—Debe estar con Damen.

—No lo he visto. ¿Ha venido solo?

Soltó una risita burlona.

—No, trajo compañía.

Enarqué una ceja, suspicaz.

—Así que el insecto ya está en esa edad.

Papá estaba por replicar algo más cuando Agnes me alcanzó tomándome del brazo.

—Leo—saludó con frialdad, quien le dedicó una mirada de menos de un segundo y se dirigió a mí.— ¿Estás lista para el discurso de agradecimiento?

—Casi lo olvido—hice una seña a mi padre para despedirme.

Tomé mi vestido aceitunado para no romperme la cara mientras caminaba al paso de Agnes, envuelta en un elegante vestido oscuro que resaltaba su piel clara.

—¿Has visto a Alex?—inquirí con el corazón compungido.

Solía hablar conmigo siempre antes de cualquier conferencia o evento en el que tuviese que pararme frente a un gran público y no podía desprenderme de la sensación de desconfianza que me llenaba por no poder llevar a cabo ese ritual.

Era tonto e infantil, pero siempre había funcionado para controlar los nervios y canalizar la energía excesiva que desprendían.

—No, pensé que estaría contigo.

Solté el aire decepcionada.

—No está.

Llegamos a la parte trasera del escenario montado para la actuación de los niños y Monroe sonrió ampliamente apenas me divisó, su saco un poco arrugado y la camisa con dos botones sin abrochar.

—Pensé que no te vería. Te ves increíble.

Miré el suelo, sin saber qué responder.

—¿Están los niños listos?

—Sí, subirán justo después de que los anuncies.

—Genial—sonreí apenas y mi mirada se enlazó con la de mi esposo, que me esperaba unos metros más allá, cerca de donde se apostaban todos los niños.— Ya vuelvo.

Me encaminé hacia él contemplándolo con atención, mis pupilas ávidas por memorizarlo, porque verlo en traje era siempre un festín para la vista. Monroe no era nada comparado con él y nunca lo sería.

Dudaba mucho que alguien pudiese estar jamás al nivel de Alexander Colbourn.

—No pensé que vendrías. Aquí, conmigo, quiero decir.

Algo destelló en sus ojos claros cuando me recorrió de la cabeza a los pies, su postura relajada y sus manos en sus bolsillos, tan atractivo que mis labios cosquillaban por besarlo en todos lados.

—¿Por qué no? Es parte de tu ritual después de todo. Para que te sientas bien.

Una ola de cariño me inundó. A veces me sorprendía lo considerado que era, incluso para anteponer mis necesidades a nuestras discusiones y sus emociones.

—No lo sé, creí que tomarías la salida fácil y no vendrías.

Frunció el ceño, sus cejas juntándose entre sí.

—Nunca tomo las salidas fáciles.

—¿No?

—Si lo hiciera, no estaría aquí apoyándote, ¿o si?

Lo observé largamente, sus palabras resonando en mi mente.

—Supongo que no.

Estiró su mano y el contacto con su pulgar envió una descarga eléctrica que me avivó de la cabeza a los pies. Acarició mi mejilla apenas, firme pero gentil y me dejé envolver por el toque.

—Lo harás bien. Los tienes en tu control.

—Ya lo sé, pero...

—Intenta no llorar mientras hablas de los niños.

—Ve.

Me mantuve en el lugar, dubitativa.

—Alex, yo...

—Puedes hacerlo. Solo camina ahí y hazlo.

Solté una risa, tocando la mano que permanecía aún en contacto con mi mejilla.

—Apestas para las charlas motivacionales.

—No soy un psicólogo—hizo una mueca de disgusto.— Gracias al cielo.

Volví a reír y el nudo de los nervios aminoró con el gesto.

—Además, no soy tan malo, o no me pedirías una y otra vez que hiciéramos esto, ¿o si?

Negué, mi pecho inflándose con devoción.

—Ve, lo harás bien.

Esperé por el beso que me daba siempre a modo de suerte, y como siempre, no me decepcionó. Se apoderó de mi boca con avaricia, en un beso posesivo y consumidor que dejó mis labios ardiendo por más cuando se alejó.

Dejó caer el brazo, miró por encima de mi cabeza con intensidad hacia algo que no comprendí y depositó un beso en mi frente.

—Comenzamos en dos minutos—dijo un chico del staff entregándome un micrófono y cuando volví a levantar la vista, Alex había desaparecido.

¥

El discurso duró menos de dos minutos y apenas comenzó el espectáculo de los niños, Agnes me interceptó.

—Olvidé el diploma de agradecimiento para la institución—explicó.— ¿Podrías ir por él? Lo he dejado en la oficina del gerente.

—¿No puedes enviar a alguien más? Estoy un poco...

—¡Alex!—hizo una seña para que su hijo se acercara y él llegó a paso seguro.— ¿Puedes acompañarla por los diplomas? Ya sabe dónde están. Apresúrense.

No tuve tiempo de replicar porque desapareció entre la multitud apenas terminó de dar indicaciones y mi esposo hizo movió su cabeza para comenzar a andar.

Salimos al pasillo que conectaba las oficinas administrativas del hotel, el bullicio de la fiesta amortiguado por las gruesas paredes y un zumbido molesto revoloteando en mis oídos por el cambio brusco de ambiente.

No me gustaban este tipo de silencio entre nosotros. No me gustaba que existiera la indiferencia o las palabras no dichas que se agolpaban en la garganta y amenazaban con ahogar nuestra relación hasta la muerte.

Así que intenté aligerar el ambiente.

—¿Crees que esté desocupada?—hablé con tono sugerente y Alex me miró sin comprender.— La oficina.

Se encogió de hombros, caminando a mi paso con expresión pensativa.

—Si no lo está, le diremos al encargado que nos entregue los diplomas.

Solté el aire, decepcionada.

—No me refería a eso, me refería a que teníamos al menos media hora disponible.

Enarcó una ceja.

—¿Para qué?

Parpadeé un par de veces.

—No lo sé, se me ocurren un par de ideas para aprovechar cada minuto—batí mis pestañas en un gesto que sabía era infalible para convencerlo de cualquier cosa que quisiera, pero él simplemente me miró desde su altura impasible.

—No tenemos tiempo—dijo sin más y fue como un golpe en el estómago. Nunca antes me había rechazado. Jamás.

Apreté el paso molesta y me adelanté para abrir la puerta del despacho en un arrebato de emoción turbulenta, solo para gritar apenas la madera salió de mi campo de visión.

Alguien más gritó dentro y Alex fue rápido en llegar hasta mí y soltar una carcajada.

—No puede ser.

La chica se apresuró a cubrirse los pechos con el brazo, cerrar las piernas y bajarlas del escritorio al tiempo que mi hermano menor se incorporaba limpiándose la boca con el dorso de la mano.

—¡¿Quieres cerrar la maldita puerta?!—se quejó, sus jades llameando.

—¡¿Qué mierda haces?!—grité al borde del infarto.

—¿Qué te parece que hago? ¿Figuritas de crepé?—se burló mi hermano hastiado, la chica pálida y pequeña detrás de su cuerpo.

—Damen, no sé qué pretendes pero...

—Por Dios, ¿por qué no cierran la puerta de una vez? ¿O es que le quieres seguir viendo las tetas?

Sentí mi cara arder y la mano de Alex en mi cintura para obligarme a retroceder.

—Tienen un minuto—sentenció mi esposo cerrando la puerta por fin.

Tragué y parpadeé un par de veces intentando disipar esa perturbadora imagen de mi mente. Sentía ganas de llorar.

—¿Qué mierda fue eso?—inquirí impactada aún.

Alexander soltó una risa maliciosa.

—Es tu hermano haciendo lo que cualquier hombre haría.

Le di un empujón y lo fulminé.

—¡Es un niño!

—Ciertamente ya no lo es.

Cerré los ojos con fuerza negándome a aceptarlo y gruñí.

—¡Le vi las tetas! ¡Y ni siquiera sé su nombre!—me quejé. Volví a centrarme en Alex cuando una nueva idea se plantó en mi mente.— ¿También se las has visto?

Él simplemente me miró divertido y se inclinó para depositar un beso fugaz en mis labios.

—Las tuyas son más bonitas—susurró cerca de mi boca y me habría derretido en otro momento, uno en el que no hubiese atrapado a mi hermano en pleno acto.

La puerta se abrió por fin y de la oficina emergieron los dos como delincuentes.

La chica era bonita. Sus facciones delicadas, su boca prominente y su cuerpo curvilíneo sin rozar la exageración rematado por una piel morena clara.

—¿Y bien? ¿No nos vas a presentar?—lo presioné y mi hermano me atravesó con la mirada jade, su mandíbula dura y sus anchos hombros tensos.

—Leah ella es Abigail. Abigail, ella es Leah—nos señaló a ambas.— Él es Alex, mi cuñado. El único hombre que se odia lo suficiente para cumplir los caprichos de mi hermana. Aún no sé si es muy valiente o muy idiota, estoy tratando de averiguarlo todavía.

Mi esposo le estiró la mano y ella se la estrechó con timidez, sus ojos miel reluciendo bajo tupidas pestañas.

—¿Y ella es tu...?

—Es Abigail—dijo sin más y ella intentó confortarme sonriendo.

Quise matarlo.

—Lamento si este troglodita no te trató bien—me acerqué para tomar sus manos entre las mías y después pensé que quizá no era la mejor idea del mundo considerando la posición en que los habíamos encontrado.

—¿Es que no viste lo bien que la estaba tratando?—se quejó con una sonrisa maliciosa que me recordó a la de Alex.— Y habría sido mejor si no nos hubiesen interrumpido, par de impertinentes.

—Oh, no, créeme, desgraciadamente lo vimos. En primer plano—acotó Alexander.

Le asesté un golpe en el hombro.

—Tan vulgares—negué y estiré el brazo para retirarle una pelusa de su desprolijo moño castaño.— Eres bienvenida, siéntete como en casa con nosotros.

—No le creas, es una arpía—susurró mi hermano a la chica y volví a fulminarlo.

—Cállate insecto.

La chica se removió incómoda.

—Es un gusto, pero creo que será mejor si los veo después—se arregló lo mejor que pudo su sencillo vestido color vino.— Un gusto.

Sonrió pero el gesto se apagó cuando el celular de Damen comenzó a sonar dentro de su bolsillo. Ella palideció y ambos se miraron de una manera que me inquietó.

—Un gusto—le correspondí y ella se alejó a paso apresurado.

Damen metió las manos en los bolsillos de su pantalón y miró al techo, posiblemente para contener su temperamento.

—¿Qué mierda fue eso?—siseé apenas se alejó Abigail.

Bajó su vista hacia mí con desinterés.

—Lo que viste.

—¡Te la estabas follando! ¡En medio de la oficina!

—No me mires como si no estuvieses a punto de hacer lo mismo.

—¡No íbamos a hacerlo!

Soltó una risita baja.

—Porque no pudiste, yo ya tenía ocupado el lugar.

Sentí mis mejillas enrojecer porque tenía razón y me sentí descubierta.

—Ése no es el punto. El punto aquí es que...

Su celular comenzó a sonar de nuevo y otra vez su semblante se oscureció.

—¿No vas a contestar eso?—preguntó Alex.

Damen permaneció impasible, algo abrumador emboscando su expresión.

—No.

—¿Por qué?

—¿Te importa? Ya han arruinado mi noche de juegos.

Me crucé de brazos, molesta.

—¿Qué pasa?

—Nada.

—Damen...

Yob tvoyu mat'—siseó al tiempo que el celular sonaba por enésima vez y desviaba la llamada, el pálpito de la inquietud acumulándose en mi pecho como una tormenta.

—No me hables en ruso—apuñalé el aire con el dedo.— ¿Qué está pasando? Estás actuando raro.

—Más de lo normal—apostilló Alex.

—Has actuado raro desde tu regreso y quiero sabe...

—¿Quién eres? ¿Mi hermana o mi madre?—me cortó, hosco.— Déjalo, Leah. No es importante.

—Si no es...

Me pasó de largo dando zancadas y se internó en el pasillo dejándome con las palabras en la boca.

—¿Qué demonios fue eso?

—Dale un descanso. Ya no es un niño—se encogió de hombros mi esposo.— Te lo dirá eventualmente.

Me mordí el labio, algo desagradable anudándose en mi pecho.

Era una sensación que olvidada y que no había experimentado desde lo ocurrido con Rick y Louis.

El último nombre me provocó un escalofrío, así que lo dejé donde debería estar: al final de mi mente, aunque no pude deshacerme de la sensación de terror que oprimía mi estómago.

¥

Lo miré a través del enorme espejo de mi tocador estilo victoriano, el ovalo lo suficientemente amplio para permitirme contemplarle mientras salía de la ducha.

La conversación con Damen aún hacía ruido en mi cabeza y desataba un molesto sonido del que no podía deshacerme, como si el sensor de peligro en mi cerebro se hubiese activado. Parecido al que tenían las lagartijas.

Reí por la tonta comparación. Ahora era una lagartija.

Terminé de cepillarme el cabello húmedo por la ducha. Volví a colocar en su lugar el tirante de mi blusa, el pijama de satín oscuro brindándome una especie de escape en esa noche calurosa.

El evento había terminado hacía apenas unas horas y lo único que quería era arreglar las cosas con Alex, pero a juzgar por su expresión, seguramente sería otra noche fallida y tendría que conformarme con solo dormir.

Continué con mi faena y no fue hasta que lo atrapé contemplándome a través del reflejo que decidí hablar.

—¿Dirás algo o te quedarás observándome otra hora?

Alex sonrió, el usual hoyuelo formándose en su mejilla y se pasó la toalla por el cabello, húmedo y alborotado cuando terminó. Tuve que reprimir el impulso de pasar mi mano por sus rizos para domarlos.

Cuando me miró de nuevo, la diversión se había evaporado por completo.

—Te acostaste con él, ¿no es así?—se sentó al borde de la cama, cerca de mi tocador y lo escudriñé a través del espejo,  la pregunta pillándome con la guardia baja.

—¿Qué?

Me giré en la silla para enfrentarlo.

Sabía que su manera de abordarlo sería directa, que me preguntaría las cosas sin rodeos cuando estuviese listo, pero nunca imaginé un acercamiento tan... Crudo.

—Solo quiero que hablemos—dejó la toalla al pie de la cama, sus músculos flexionándose bajo su piel con el movimiento, definidos y tonificados.— No estoy enojado contigo, si es lo que crees.

—Bien, pero esa pregunta es innecesaria. Si querías saber sobre nuestra relación, entonces debiste preguntarme al respecto.

—Eso estoy haciendo—atajó.— No seas tan apretada, princesa. Al menos no en ese aspecto. No tienes que serlo conmigo. No voy a juzgarte y lo sabes.

Lo miré detenidamente y pude notar la sinceridad danzando en el azul de sus ojos, pero aun así, me sentía reticente a compartirle algo tan personal y peor todavía, porque no tenía idea de cómo reaccionaría.

—Es alguien del pasado, no es algo que te incumba.

Enarcó una ceja, perspicaz.

—No es la gran cos...

—¿Te acostaste con Sabine?—lo corté de pronto, esperando que entendiera lo que quería implicar y no me contestara.

—Sí.

Bueno. Bien, de acuerdo. No esperaba que me respondiera, mucho menos que lo hiciera con tanta facilidad. Ahí ardía en el infierno el punto que intentaba probar.

Olvidaba que no tenía filtro para decir las cosas.

Moví los labios para concentrarme en algo más que la quemazón de los celos carcomiéndome desde dentro. ¿Sabine? ¿De verdad?

—¿Realmente lo hiciste? ¿Con Sabine?—dije aún en el estupor de la impresión.

—Sí.

Intenté simular que no dolió, pero fue difícil.

—Eso explica por qué estaba tan obsesionada contigo. Yo también lo estaría de haberte tenido entre mis piernas.

Emitió un sonido sardónico.

—Me tienes entre tus piernas cada que quieres y aún no veo ningún signo de obsesión. ¿Hay algo mal contigo?

«Eso es porque no has estado dentro de mi cabeza.»

Hice un mohín y decidí cambiar de tema.

—No creí que fuera tu tipo.

—Tampoco creí que el imbécil grandote con aires de He-Man y primo de Hulk fuera tu tipo, pero henos aquí.

—Monroe es un hombre muy agradable...

—Entonces sí lo hiciste—inspiró profundo, como si buscara templarse y se puso en pie. Yo lo imité adoptando una estancia defensiva.

—¿Qué cosa?

—Follártelo.

—Nunca dije eso.

Alex se cruzó de brazos y me miró desde su altura.

—Nos ahorrarías tiempo si lo admitieras.

—Oh por favor, es solo un conocido de hace mucho tiempo y lo que viste en mi oficina fue claramente algo que tenía bajo control. Es una de las personas más agradables que conozco y...

—Sabía que lo habías hecho.

—...Él jamás haría... ¿Qué? ¿Hablas en serio? ¿Seguirás con esto? ¿Cómo lo...?

—Solo un hombre que te haya follado puede tocarte con tanta libertad. No se lo permites a nadie más—sentenció férreo.— Y solo un hombre que te haya tenido es tan listo como para intentar recuperarte porque sabe lo que ha perdido.

Parpadeé un par de veces asimilando lo que acababa de decirme.

—Además no dejaba de verte el culo en la gala—siguió con agriedad.— Un culo que, debo añadir, es mío.

Lancé un quejido.

—Ya, volvemos al hombre de las cavernas. ¿Debería traer el taparrabo para conseguir todo el efecto?

—Escucha—Alex levantó las manos en un gesto de rendición.— No estoy molesto contigo porque te hayas follado a He-Man, si lo hiciste, bien, no es mi problema, pero me gustaría que me lo admitie...

—¡Joder sí! ¡Me lo follé!—exploté por fin y él pareció complacido con mi algarabía.— Me follé a Monroe cuando tenía dieciséis años, fue mi primera vez, lo hicimos en la cabaña vieja de un campamento en verano, cuatro veces por cierto y no nos volvimos a ver después de eso hasta ahora. ¿Algo más que quieras saber?—terminé jadeando por el vómito verbal.

Permaneció impasible, su cuerpo tenso igual que su cara, hasta que su expresión se relajó poco a poco y tomó un paso más cerca, colocándome contra la superficie del tocador.

—¿Él fue tu primera vez?

Asentí levemente descolocada por su cercanía.

—¿Fue bueno?

Resoplé. ¿Qué clase de pregunta estúpida era ésa?

—Tú sabes la respuesta—murmuré, ahogándome en lo claros que eran sus ojos en ese momento.

Su mano ascendió por mi estómago como un fantasma, tocando apenas el espacio entre mis pechos y su pulgar rozó mi labio inferior, de esa manera que solía hacer siempre que quería besarme pero había algo deteniéndolo.

—Está bien.

Permanecí en mi lugar sin saber cómo reaccionar.

—¿Eso es todo lo que vas a decir? ¿Me presionaste para eso?

Había cierto recelo velando su mirada.

—Te presioné porque quería escucharlo de tu boca. Te lo guardas todo hasta explotar y yo necesitaba saber.

—¿Saber qué? No te engañaría nunca—insistí con ahínco.

—Lo sé, pero no impide que sienta celos cada vez que un imbécil está cerca de ti. Me enferma imaginar algo así.

—Muchos imbéciles están a mi alrededor todo el tiempo y ni siquiera los noto, porque no son tú. Tú eres un imbécil especial—enarcó las cejas, como si lo hubiese ofendido, pero sonreí.—  A ellos les falta un largo camino por recorrer para alcanzarte.

Soltó una risita, la tensión en sus facciones aminorando.

—La misma arpía de siempre.

Lo miré con malicia.

—Gracias—musité y frunció el ceño, curioso.

—¿Por qué?

—Por no tomar la salida fácil.

Sus comisuras se curvaron en una sonrisa y acarició mi mejilla con su pulgar.

—Nunca tomo la salida fácil contigo, tomo la izquierda, ¿recuerdas?

Levanté la cabeza, la sorpresa escrita en toda mi cara.

—¿Izquierda?

—Siempre izquierda.

Sonreí como idiota, el sentimiento inflándome el pecho y le eché los brazos al cuello, impulsada por ese apego arrebatador que solo él me hacía sentir.

No habíamos elegido siempre la izquierda a lo largo de nuestra relación, pero me alegraba que lo hiciéramos en los momentos más complejos, que nos eligiéramos a pesar de no ser siempre lo correcto, porque juntos formábamos un santuario en el que solo ambos teníamos cabida con nuestra forma rara y errática de querernos.

Nos complementábamos de una manera en la que no encajaría con nadie más.

—¿Puedo besarte?—susurró cuando nos separamos.

—Sigo enojada contigo—lo molesté, solo para aferrarme a mi orgullo un momento.

—Entiendo.

—Pero puedes besarme aun así. Solo por un segundo.

Su comisura se curvó en un rictus y sus ojos descendieron por la línea de mi cara hasta mis labios.

—¿Solo un segundo?

—Sí—los últimos vestigios de molestia se evaporaron cuando su respiración danzó sobre mi boca, pero me mantuve en mi papel.

Lo hice solo para dejarle en claro que no podía obtenerlo todo tan fácilmente, aunque, aquí entre nos, sí que lo conseguía todo de manera muy sencilla cuando se trataba de mí. Solo para que supiera que no importaba cuán increíble—o alucinante— era cada vez que me besaba o cada vez que follábamos, había algunas cosas que aún debíamos compensar y hablar y trabajar.

Sus labios rozaron los míos, moviéndose arriba y abajo, su aliento cálido y agradable contra mi boca. Me besó entonces, un contacto fugaz y se alejó una fracción de espacio.

—¿Solo un segundo?—me molestó, su nariz chocando con la mía y sus ojos clavados en los míos cuando los abrí de nuevo.

—Solo un segundo más—susurré de vuelta, enredando mis brazos en su cuello y atrayéndolo hacia mí para besarlo propiamente al fin.

Sonrió contra mi boca, me correspondió al instante siguiente y juré que algo se había movido en mi interior, esa sensación de emoción que experimentábamos en el estómago cuando caíamos, largo y profundo.

Podía pedirle que me besara por un segundo más y otro más por el resto de mi vida.

Presté atención a sus manos y la manera en que se sentían recorriendo, estrujando, acariciando y tomando las curvas de mi cuerpo. Intenté memorizarlo todo para recordarlo cuando estuviésemos lejos y su ausencia pesara más que el tiempo.

No me permitió profundizar el beso a pesar de mis esfuerzos y lo insistente que era mi boca. Parecía estar satisfecho solo con deslizar sus labios contra los míos, halando y besando, pero yo quería más. Quería respirarlo y llenar mis venas de él, porque la necesidad de comer, dormir, beber y respirar habían sido reemplazadas ahora por la necesidad de Alexander, cruda y apabullante.

Era como ahogarse y respirar a través de una pajilla, porque no era suficiente, no era suficiente. Era algo, pero no todo.

Dirigí mis manos al elástico de sus pantalones y fue rápido en detenerme, la pérdida de su calor abrupta, dejándome fuera de balance.

Él chasqueó la lengua y negó con una sonrisa ladina, siniestra.

—¿Qué vamos a hacer contigo, Leah?

Me quejé e intenté llegar de nuevo a su miembro, sin éxito, porque sus manos apresaron con mayor fuerza mis muñecas.

—¿Qué más va a hacer? Pues follarme, por Dios. Es lo que he querido por días.

—¿Es lo que quieres?

Titubeé. Conocía esa faceta maquiavélica y sabía que cualquier cosa que le pidiera no me la daría, sino que haría todo lo contrario, pero con un carajo si no lo quería entre mis piernas en ese momento.

Así que decidí probar mi suerte.

—Sí, eso quiero.

—¿Y qué parte de mí quieres que te folle?—tomó mi mentón para obligarme a mirarlo.— Mi boca, mis dedos, mi polla, ¿qué quieres?

«Todos»

—Quiero...

—Respuesta incorrecta, princesa. Intentémoslo otra vez—inquirió con un brillo arrogante, sus dedos acariciando mi cintura— ¿Qué parte de mí quieres que te folle?

No comprendí, pero volví a intentarlo.

—Quiero...

—Incorrecto otra vez. Nunca dije que tú decidirías—me dio un corto beso, posó las manos en mis muslos y me obligó a tomar impulso para sentarme sobre el tocador, algunas de mis pinturas cayendo al suelo sin remedio.

Sus dedos se engancharon en el elástico de mi pijama y fueron rápidos en deshacerse del short de satín.

—¿Qué? Pero tú dijiste...

Se irguió y me besó profundamente entonces, sus labios avasalladores y codiciosos contra los míos.

Había cierto pragmatismo adherido a su personalidad, en cada aspecto de su vida, excepto quizás, en el sexo, porque entendí por enésima vez durante ese beso, que no había nada pragmático en la desastrosa pasión de Alexander.

Sus manos se anclaron en la parte trasera de mis rodillas, abriéndolas para hacerse espacio entre ellas, mi corazón alcanzando niveles estratosféricos cuando deslizó sus labios por mi cuello, besando, lamiendo y mimando.

Su duro cuerpo se presionaba contra el mío y su férrea erección presionaba contra la tela de mis bragas, molesta por el contacto que impedía. Se frotó contra mi sexo y gemí entregándome a la exquisita sensación, moviendo mis caderas a mi ritmo para encontrar un poco de alivio en el insistente deseo que ardía como fuego por todo mi cuerpo.

Jadeé cuando llevó sus dedos a ese lugar que clamaba por él y comenzó a trazar un lento patrón que hizo a mis piernas temblar, deliberado, pero no inseguro, como un hombre que sabía lo que hacía.

Y con un carajo si no sabía cómo desarmarme bajo su toque.

Presionó mi clítoris y gemí aferrándome a sus hombros, mi vagina palpitando por más contacto.

—Joder, me encanta cuando me hablas así—siseó contra mi oído, mordiendo el lóbulo, mis caderas alzándose por el placentero escalofrío que me recorrió.

Alex no necesitaba que mi boca hablara, mi cuerpo lo hacía por mí y él comprendía ese idioma a la perfección.

Era mi cuerpo, mis reacciones, mis sonidos los que le hablaban para mostrarle los caminos a mi placer y los lugares más intensos. Lo hacía tan bien que pronto me encontré deseando no ser tocada por nadie más, jamás, solo por él.

Coló su mano por mi ropa interior y soltó un pesado suspiro cuando notó lo húmeda que estaba, lo receptiva que era a su toque. Se tomó su tiempo en acariciar y sentir cada parte de mi vagina hasta que estuve a punto de correrme.

Entonces paró cuando mis piernas se sentían más endebles, temblando al compás de mi errático corazón.

Me besó una vez más robándome la respiración, sus masculinas manos empujándome hacia atrás hasta apoyar mi espalda en el espejo, algunos objetos más cayendo para perderse en el suelo, pero no podía importarme menos, absorta como estaba en el momento.

Intenté descubrir qué haría a continuación, pero con él era imposible saber y lo único que yo deseaba era que me tomara de todas las maneras posibles para saciarme. Me sonrió con travesura y decisión mientras se arrodillaba frente a mí, sus dedos cerrándose en torno a mis tobillos para doblarlos de tal manera que mis pies quedaron sobre el filo del tocador, completamente abierta y expuesta para él.

—Así me gusta más—mencionó haciendo la tela de las bragas a un lado y solté el aire de golpe cuando sus labios me probaron.

Gemí perdida en la sensación de su lengua recorriendo cada pliegue de mi sexo, sus labios succionando levemente mi clítoris para hacerme olvidar el mundo entero.

Rozó su nariz contra el punto donde se concentraba todo mi placer y terminé apoyando la cabeza contra el espejo.

—¿Cuántas veces tendré que recordarte que este coño es mío?

Reí envuelta aún por la bruma de las sensaciones, su lengua rugosa, húmeda y cálida recorriéndome sin pudor ni vergüenza, como si quisiera marcar cada parte con su boca.

—Las que quieras—jadeé cuando dio un rudo lametón, elevando las caderas contra su cara.— Las que quieras mientras sigas recordándomelo así.

Sonrió y la vibración fue exquisita contra mi clítoris, la tensión que se construía en mi interior aplastante, mi sexo generando su propia lluvia de lujuria, humedeciendo mis muslos.

Continuó comiéndome sin tregua, como un platillo que debiese degustar en todos sus elementos, hasta que no encontré fuerzas en mí para detener el orgasmo que electrificó y avivó cada nervio que poseía, explotando sobre su lengua.

Sonrió con arrogancia irguiéndose en toda su estatura y me atrajo hacia sí para besarme con desesperación, mi sabor impreso en su boca.

Me tomó del brazo para ayudarme a bajar del tocador, girándome para contemplarnos a través del espejo.

Azotó una de mis nalgas con fuerza y jadeé por el rudo contacto que solo sirvió para prenderme más. Acarició el costado de mis muslos y coló sus manos por debajo de la blusa del pijama, sus manos tocando mis pechos sin ninguna consideración ni restricción.

—¿Qué es lo siguiente que haremos contigo, Leah?—dijo con tono ronco, su dura erección presionando contra mi espalda baja, marcándose contra la tela de su pantalón.

Odiaba que tuviera mucho más autocontrol que yo.

—¿Premio o castigo, qué es mejor?—inquirió pasando su lengua por el arco de mi oreja y pellizcando mis pezones.

—Premio—musité con determinación, observándolo a través del cristal.

—¿Qué crees que te merezcas más?

Azotó mi otra nalga, el sonido reverberando en el espacio y encendiéndome a mil.

Me pasé la lengua por los labios y sonreí con malicia.

—¿Por qué elegir uno cuando sé que puedo tener ambos?

Él sonrió.

—Lo único de ti que me gusta más que tu culo, es tu cerebro.

Se estiró para mover el banco sobre el que me sentaba frente al tocador y palmeó un par de veces la acolchada superficie.

—De rodillas sobre el banco, ahora.

Me mordí el interior de la mejilla, pero obedecí impulsada por la anticipación y la emoción que provocaba lo desconocido. Moría por saber qué cosas perversas maquinaba su mente, y lo ansiaba tanto que mi vagina ya estaba ahogándose en fluidos solo por imaginarlo.

Apoyé mis rodillas juntas sobre la superficie suave del banco, el espacio apenas lo suficientemente grande. Acarició los costados de mi cintura con lentitud, una consideración pensada solo para hacerme arder en expectación.

—Sube los brazos—demandó y lo obedecí, mi blusa saliendo por mi cabeza.

La lanzó a algún lugar de la habitación, nuestras miradas se encontraron por un segundo antes de que presionara su palma contra mi espalda y me obligara a apoyarme en mis antebrazos sobre la madera del tocador, mis partes íntimas completamente expuestas para él en una posición de mera sumisión que me haría sonrojar cuando la recordara después, pero no encontraba la voluntad suficiente para negarme, especialmente cuando la lujuria mantenía el yugo sobre mi racionalidad.

Volvió a azotar mi nalga sin consideración y solté un sonido extraño.

—¿Qué quieres, mis dedos o mi polla?—preguntó severo y cerré los ojos, derrotada.

—Tú sabes lo que quiero.

—Respuesta incorrecta de nuevo, princesa.

—Solo fóllame.

—¿Quieres que te folle?

—Sí—espeté, mi tono tildado de cierta exasperación.

—Bien—concedió.— Quieta.

Inspiré, pero mi suspiro de alivio murió en el momento en que fue hasta nuestra mesita de noche, abrió un cajón y extrajo de ella un consolador de cristal y un contenedor que reconocí como lubricante.

Me tenía que estar jodiendo. Y no de la manera en que quería.

—¿Pero qué dem...?

Había un destello sádico en sus ojos que me abrumó.

—El premio puede venir en forma de castigo, ¿sabías?

—Pero no quie...

Usó primero sus dedos, introduciéndolos en mi sexo de golpe e iniciando un masaje que me tuvo al borde del orgasmo. No supe si fueron minutos o segundos, pero mi cuerpo se volvió frenético y lo único que quería era correrme sobre sus dedos que a ese punto estaban ya empapados, aunque él siguiera incansable con su trabajo.

—Alex...—gemí una plegaría y él sonrió por el tono afectado de mi voz.

Cerré los ojos cuando extrajo sus dedos de mi interior, esperando por el susurro de su ropa al bajar, pero nada de eso llegó. En su lugar, mi cuerpo se sobresaltó cuando percibí algo duro y frío introduciéndose en mi sexo.

—Me pediste que te follara, eso es lo que estoy haciendo.

Le lancé una mirada de molestia a través del cristal, pero él solo dio un embate duro en reacción con el juguete que me hizo girar los ojos de mero placer.

No era la primera vez que usábamos juguetes. De hecho, Alex había tenido un buen tiempo de diversión descubriendo nuevas facetas mías con esos objetos. La primera vez que él encontró ese dildo de cristal en una de mis maletas, pensé que se molestaría o se sentiría ofendido de que usara otras formas para satisfacerme mientras estábamos separados por trabajo, pero no.

Lo primero que hizo fue burlarse porque como toda princesita, claro que debía tener un fino dildo de cristal.

Pero después de eso, se avocó a explotar por completo una nueva forma de tortura para hacerme retorcer, suplicar y clamar por él. Era como un niño con juegos artificiales. Y vaya que sabía cómo conseguirlos dentro de mí.

Gemí alto cuando dio otro embate duro con el objeto, sus ojos completamente perdidos en lo que hacía, y debía admitir que había algo jodidamente erótico en que fue él quien me penetrara con algo distinto a su miembro, era como una forma de recordarme que estaba cerca de tener al original, pero aun así no podría conseguirlo y eso solo me hacía desearlo más.

Había algo puramente erótico en la determinación que imprimía para penetrarme con el objeto, en saber que era su fuerza, pero no su polla; que era su persona, pero no era él quien estaba dentro de mí.

Lo contemplé prácticamente desecho, poniendo a prueba sus límites mientras resistía las ganas de enterrarse en mi interior.

Fue solo cuestión de tiempo para que me convirtiera en un desastre de gemidos y maldiciones ahogadas a su merced, el orgasmo rugiendo en mi interior con la misma fuerza de un animal indómito, enjaulado, muriendo por salir.

Y justo cuando estaba a punto de liberarlo, retiró el juguete, su malicia y paciencia siendo dominadas por fin por su deseo de unirse a mi placer.

Grité y me tensé cuando lo sentí penetrarme por fin, mi vagina tan sensible y desecha por las múltiples sensaciones que estuve a punto de llorar de mera satisfacción. Noté lo terriblemente duro que estaba y eso me empujó por el borde hacia una pendiente sin freno, hasta una liberación intensa, una mano aprisionando mi cabello en un desordenado moño y la otra encajándose en mi cintura, sus embates cortos y crueles mientras mi sexo se contraía a su alrededor.

—¿Creíste que te dejaría correrte sobre un dildo? ¿En serio?—dijo son aliento y sin detener sus duras embestidas.— Tus orgasmos, al igual que tu coño, también son míos.

No iba a durar mucho sin experimentar otra liberación de esa manera.

Continuó un momento más, antes de alejarse para arrodillarse de nuevo, otro grito brotando de mi garganta cuando sentí su lengua recorrer mi entrada con avidez, ansiosa, implacable y diestra antes de moverse a un lugar distinto, menos explorado, pero no por ello menos placentero.

Azotó una de mis nalgas y ancló ambas manos a mis mejillas para separarlas y comenzar a devorarme por otro lugar. Tomó su tiempo en aprenderlo con la lengua, en conquistarlo con sus labios y en hacerlo suyo con su boca.

—Joder—sollocé con la cabeza apoyada en la madera, un nuevo nudo tensándose en mi estómago y mis pies curvándose desesperados por las atenciones de su lengua alrededor de mi culo y sus dedos circulando mi clítoris. Mis rodillas dolían de estar en esa posición, pero no podía importarme menos.

Sentía que tendría un infarto en cualquier momento y no me molestaría en absoluto morir así.

Se detuvo entonces, abrupto. Mordió una de mis nalgas antes de incorporarse y curvó una comisura de satisfacción al mirarme, al contemplar la obra desecha de gemidos y necesidad que era por él.

Circuló mi ano con su pulgar en un delicioso compás que me tuvo vibrando a punto de ser nada y levanté la cabeza para encontrar la interrogante en sus orbes, una pregunta cuya respuesta ya sabía.

—No haré nada que no quieras—murmuró.— Si no estás lista o no quieres, está bien.

Me pasé la lengua por los labios, comprendiendo enseguida a qué se refería, la anticipación y el miedo combinándose en mi estómago.

Nunca lo habíamos intentado por ese lugar. Había lamido, tocado y estimulado ese punto, pero jamás penetrado; sin embargo, ahora la curiosidad vencía el miedo y quería probarlo.

Asentí concediendo mi permiso, la sorpresa apoderándose de sus facciones antes de asentir de vuelta, tomar el contenedor de lubricante y vaciarlo con cuidado en ese orificio.

Cerré los ojos cuando comenzó a esparcirlo, la frialdad del líquido adquiriendo calidez por mi piel y el contacto de sus dedos, la humedad extraña.

Mi corazón latía errático en mi pecho, el miedo a lo desconocido anidándose en mis entrañas, corriendo por mi sistema y manteniéndome alerta. Podía percibirlo todo, desde sus dedos hasta su elaborado respirar.

—¿Y si no sale bien?—pregunté nerviosa.

—Pues si no tengo que llevarte a urgencias, tendremos una anécdota de la cual reírnos.

Solté una risa por el estúpido comentario y se lo agradecí porque al menos liberé un poco de tensión.

Introdujo entonces dos dedos de golpe y me aferré al tocador por la extraña sensación que, aunque era ajena, no dejaba de ser placentera por lo estimulante que era.

Con cuidado, separó los dedos que mantenía dentro de mi canal, como si fuesen pinzas y me estremecí; él pareció deleitarse con el quejido de satisfacción que logró arrancarme.

Murmuré algo ininteligible y sus dedos se apartaron, dejando mi cuerpo envuelto en una vibración que nunca antes había experimentado.

Levanté la cabeza y lo encontré aplicando una generosa cantidad de lubricante sobre su polla, sobre todo en la punta y cuando su glande estuvo peligrosamente cerca, me tensé.

Hubo un lapso de silencio en el que solo pude escuchar los locos latidos de mi corazón, como un momento suspendido en el tiempo, hasta que empujó su virilidad dentro de mi cavidad. Me aferré con fuerza a la orilla del tocador, preparándome para el resto. Quería decir algo más, pero estaba demasiado abrumada con la nueva sensación invasiva.

Gemí y empujó un poco más.

—¿Estás bien?

Me moví un poco, haciendo un esfuerzo sobrehumano por asentir.

—Estrecho.

Soltó el suspiro de una risa.

—Es muy estrecho. 

—¿Está todo dentro?—inquirí sin aliento.

—Leah, es solo la punta.

Quise llorar.

—¿Siempre ha sido así de grande?

Rio y eso hizo que se enterrara un poco más, haciéndome jadear.

—Sí, pero por primera vez estás sintiendo cada centímetro.

—Joder, no te rías. ¿Puedes ir más despacio?

—No puedo ir más despacio si ni siquiera me estoy moviendo, idiota.

Oh Dios. Esto era complicado. Mucho.

¿Qué tal si salía mal? Ya podía ver los titulares en los noticieros: «Polla asesina: su esposa murió porque anal salió mal.» ¡Qué horror!

—Leah, relájate—estiró un brazo hasta enredarlo en mi cintura y descender a mi sexo, sus dedos buscando mi clítoris para masajearlo suavemente.— Está bien, solo relájate.

Depositó un beso en mi espalda y su otra mano se coló hasta magrear un pecho, jugando con el pezón entre sus dedos.

Sentí la tensión desvanecerse con cada caricia, la familiaridad de su toque envolviéndome, lubricándome, hasta que pronto estuve perdida en su tacto otra vez, y no existía miedo, ni tensión ni incertidumbre.

Entonces lo sentí introducirse en mi canal de golpe. El tocador crujió por la fuerza de sus caderas y yo sentí como si me hubiese partido en dos.

—Hijo de puta—siseé adolorida, pero él permaneció masturbándome y pronto el dolor dio paso al placer, su virilidad dura dentro de mi cavidad, abriéndose camino a través de ella.

Esperó unos segundos para que me adaptara a la intromisión y después comenzó a moverse a un ritmo constante de embestidas cortas pero firmes que me convirtieron en un coro de gemidos en nada. Odiaba que sus caderas fuesen tan talentosas.

—Joder—jadeé perdida y eso pareció ser su palabra de arranque.

Continuó embistiendo, cada vez más profundo, con sus manos cerradas como grilletes en torno a mi cintura hasta que gradualmente no tuvo que contenerse más y dio rienda suelta a sus ganas.

Apretó mi cintura hasta el borde del dolor, el constante golpeteo del tocador contra la pared enloqueciéndome, una sinfonía discordante con aquella creada por nuestros cuerpos y bocas, pero no podía encontrar en mí un resquicio de razón para no disfrutar de aquello.

Las sensaciones eran nuevas, intensas, únicas y me pregunté por qué nunca antes lo habíamos hecho así.

Estaba tomándome por el culo y había algo increíblemente estimulante en saber que lo hacía, una sensación celestial que nacía de algo así de sucio, así de placentero.

—Mierda—maldijo sin aminorar el implacable ritmo de sus embates, su transpiración combinándose con la mía y su necesidad rebasándome.

Salió de mi canal abruptamente, me tomó del brazo para obligarme a ponerme en pie, hizo el banco a un lado con su pie y, sin mucho esfuerzo, subió una de mis piernas hacia el tocador para tener un mejor acceso a mi culo.

Estabilicé mis manos sobre el mueble y a ese punto estaba tan excitada que ni siquiera dolió cuando volvió a penetrarme por ese lugar, el mueble chocando de nuevo contra la pared y el espejo frente a mí temblando.

Una terrible ola de placer recorrió mi cuerpo cuando sus diestras caderas tomaron el control otra vez.

—¿Sabes por qué te estoy dando por el culo, Leah?—espetó con voz áspera, pesada por el esfuerzo sin detenerse y tuve que luchar por recuperar un poco de conciencia y entender sus palabras.— Porque es mío.

Dio un embate duro y grité, mis gemidos aumentando en tiempo e intensidad mientras Alex afianzaba mis caderas firmemente con sus manos, embistiéndome sin piedad.

—Porque no importa quién fue el primero, soy el único que tiene acceso a todo de ti, aquí y ahora, y lo tendré siempre—enredó una mano en mi cabello, empujando mi cabeza hacia adelante hasta que mi mejilla chocó contra el frío cristal del espejo.— Soy el único que puede follarte cuando quiera, como quiera y todo lo que quiera. Eres mía, Leah.

Asentí apenas, demasiado perdida en el placer, en las cosas increíbles que provocaba incluso dándome desde ese lugar.

Presionó un poco más para mantener mi rostro levemente aplastado contra la superficie y era tan sucio, tan excitante que ya sentía el orgasmo a punto de arrastrarme con la fuerza de un vendaval.

—¿Sabes por qué no tengo condón?—espetó entre jadeos, halando de mi cabello para echar mi cabeza hacia atrás, besando mi cuello antes de subir a mi oído.— Porque voy a correrme dentro de ese precioso culo tuyo.

Mi cuerpo entero vibró, convulsionó y fue como entrar en combustión. Grité e intenté soltarme de su agarre cuando el orgasmo me golpeó, estallando como una bomba en mi interior, destruyéndome. No recordaba nunca haber experimentado uno así de intenso hasta ese momento.       

Mis uñas se clavaron en sus antebrazos y me incliné sobre el mueble, devastada, mientras él terminaba en mi interior como había prometido.

Me sentía devastada, pero también aliviada, satisfecha y plena.

Su mano masajeó mi cabello, esa vez con gentileza y salió por fin, el vacío extraño. Sentía que no podría moverme al menos por los siguientes tres días.

—¿Estás bien?—preguntó con el toque conciliador sobre mi cintura y cuando alcé la vista hacia el espejo, noté el desastre que era.

Tenía el cabello revuelto, el cuerpo enrojecido y un poco de maquillaje corrido, sin mencionar que mi tocador estaba vacío y todos los objetos regados por el suelo.

Era un desastre y aun así, Alexander se las ingeniaba para mirarme como si fuese la criatura más hermosa que había en la Tierra.

—Sí, al menos no terminé en urgencias. Tienes tu licencia para usar tu polla aprobada.

Soltó una carcajada, profunda y sonora y se acercó para regar besos por mi frente.

—Bueno saber que he conseguido la licencia ahora y no en los otros veintiocho años que la he tenido conmigo.

Se acomodó los pantalones y se agachó para tomar mis prendas de ropa y tendérmelas.

Mi corazón se estrujó por lo precioso que era, sucedía siempre con las acciones más simples y me sentía una idiota por ello, pero no podía evitarlo.

No importaba cuánto peleáramos, cuán posesivos fuésemos entre nosotros o cuánto intentáramos alejarnos, siempre volvíamos a donde pertenecíamos: con el otro.

Intenté ignorarlo y luchar contra ello durante años, traté de arrancarlo de mí más de una vez, sin lograrlo, porque podía escuchar el eco de su voz aunque no estuviese conmigo, profunda y contenida, y su latir atado al mío como un segundo corazón, bombeando a la par en una sintonía que nunca alcanzaría con nadie más, bombeando esas emociones intensas a través de mi sistema con cada latido, cada momento que compartíamos juntos.

—Soy tuya, ¿lo sabes, no?

Me miró sin comprender por un momento, el cabello alborotado y el pecho lleno de transpiración, agitado aún por el esfuerzo físico, pero su semblante mostró el reconocimiento gradual en una expresión afable que me dejó sin aliento.

—Lo sé.

—Pero solo en mis términos y límites.

—También lo sé. Eres mi esposa, no una propiedad.

Sonreí.

Me gustaba la manera en que nos hacíamos arder, hasta fundirnos en el otro o hasta erosionar.

¥

¡Hola mis niños!

¡Gracias por amar tanto a Leah y Alex, no lo puedo creer!

¿Qué les pareció la segunda parte?

¿Qué les pareció el lado posesivo de Alex?

¿De qué creen que vaya el libro de Damen? Esto ha sido solo un esbozo.

Recuerden que esto es ficción, no intenten imitar lo que leen al menos que exista acuerdo y consentimiento de ambas partes. Siéntanse libres de experimentar con su pareja y explorar sus límites, pero de nuevo, háganlo con cuidado y sean conscientes de ello.

¡Los amo!

Con amor,

KayurkaR.

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