silence » dylan o'brien (EDIT...

By showyahow

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Él hablaba poco. Ella insistía mucho. Él no respondía a sus preguntas. Y ella preguntaba demasiado. More

Silence
Personajes
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
NOTA
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho

Capítulo cinco

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By showyahow

—Vamos, tengo curiosidad.

Alcé los ojos y miré al techo, aprovechando que mis expresiones no se veían a través de la línea telefónica.

—Ya te he dicho que no es eso, Isaac —repetí y suspiré contra el aparato.

Me di la vuelta, dándole la espalda a las chicas con la intención de bloquear el sonido. Isaac me había preguntado cinco veces sobre el chico que, según él, me hacía estar tan despistada e irascible. Después de negárselo todas las veces que preguntó, dejó de hacerlo para afirmarlo directamente.

—No me puedes engañar, soy tu hermano —ordenó y yo negué con la cabeza.

Mi relación con Isaac siempre había sido buena. Como todos los hermanos, habíamos tenido nuestros roces por culpa de la convivencia; era bastante cabezota e incesable, lo cual conseguía exasperarme a veces. Aun así, nos apreciábamos mucho mutuamente. Ahora que vivíamos más tiempo separados que juntos nuestra relación parecía ser más fuerte que nunca y sentía que podía contar con él para todo, al igual que él conmigo.

—No lo voy a repetir más Isaac —contesté con tono firme, imitándolo.

Si había algo que le gustaba era fastidiarme. Por teléfono era muy fácil, solo tenía que ser insistente para conseguirlo. Sabía que yo no podía hacer nada más que colgarle.

—Nunca me cuentas nada —se quejó y yo le ignoré— ¿Cómo te va? ¿Has hecho muchos amigos?

Guardé silencio y me mordí el labio, pensativa. En general, había sido más sociable de lo que creía que sería. Habían pasado ya unas cuantas semanas y conocía a bastante gente en el instituto. Tampoco podía olvidar al grupo, con el que cada día me llevaba mejor y ganaba más confianza.

—Sí, he conocido a algunas buenas personas... —musité, ladeando la cabeza antes de mirar por encima de mi hombro a las tres chicas que estaban sentadas en el suelo de la habitación de Ali, riendo mientras acababan un trabajo— Todo va bien, aunque no veo mucho a mamá, últimamente trabaja demasiado.

—Lo sé —suspiró él también— A veces no me coge ni el teléfono.

—Ya sabes, el club requiere tiempo, los horarios no son los mejores...

Me mordí el labio y pensé en lo mucho que trabajaba mi madre para mantenernos aquí. Ahora estábamos las dos solas, pero yo cada vez tenía más gastos escolares y me preocupaba que fuera un problema.

—Confío en que estarás bien, eres lista e independiente.

Sonreí ante su elogio aunque no pudiera verme, sintiéndome agradecida por su apoyo. Eso era lo malo de hablar por teléfono, no poder demostrar más allá de las palabras. Echaba de menos ver a Isaac, sus expresiones faciales tan graciosas y sus muecas descaradas.

—¿Crees que mamá me dejará estar detrás de la barra? —sugerí y me encogí de hombros.

—Estás loca, te mataría.

—Ella se lo pierde, sería de gran ayuda —aseguré, imaginándome de barista aun cuando probablemente sería horrible en ello— ¿Cómo estás tú? ¿Qué tal por Frederick?

Frederick era una ciudad del estado de Virginia, era algo más grande que un pueblo pero más pequeña que una ciudad. Durante muchos años, ese había sido el lugar en el que había vivido; ahí nací y crecí, y lo recuerdo con mucha ternura y nostalgia. Uno de los lugares más bonitos y acogedores que jamás había visto, mi sitio favorito en el mundo... pero no todo, ni todos, eran tan agradables y acogedores como sus plazas y calles.

—Bien, todo va bien por aquí. No ha cambiado mucho desde que te fuiste —bromeó y lo escuché sonreír a la vez que yo lo hacía— Hay gente que me sigue preguntando por ti.

Asentí levemente, imaginando de qué se trataría. Una espiral de nerviosismo se revolvió en mi estómago y me entraron nauseas solo de pensar en todas las barbaridades que estarían corriendo por ahí sobre mi partida. Cierto era que mi madre y yo habíamos optado por la salida dramática y no habíamos dado explicaciones al marcharnos.

—Puedes decir que me he fugado a la Antártida o que estoy en Irlanda trabajando de camarera en un pub —propuse y lo escuché reírse —Me alegro de que estés bien, Isaac. Te dejo, saluda a papá y a Cheryl de mi parte. Ten cuidado.

—Tú también. Adiós, enana.

Abrí la boca para contestarle de vuelta y meterme con su altura, pero colgó antes de que pudiera hacerlo. Gruñí entre dientes y me guardé el móvil en el bolsillo del pantalón. Yo sería pequeña, pero él era demasiado alto. Borré mi mueca cuando me senté en el suelo junto a las demás y observé su proyecto.

—¿Va todo bien? —preguntó Abbey, dándome un rápido vistazo mientras alzaba la ceja sutilmente.

Asentí con seguridad y ella puso su atención en vertir una lata de tomate dentro del volcán de papel maché que teníamos delante. Su trabajo se basaba en la simulación de un volcán erupcionando y, aparentemente, lo tenían prácticamente terminado.

—Pensábamos que era tu novio —dijo Summer, directa como siempre, y después se rió de su propio comentario— Luego empezaste a decir mamá y papá y se nos cortó un poco el rollo.

Su expresión incómoda me hizo reír y negué con la cabeza, asegurándoles que Isaac no era nada más y nada menos que el típico hermano mayor pesado que se entromete en tu vida.

—Casi estamos acabando —aseguró Abbey y yo le resté importancia con un breve gesto.

El plan de hoy era reunirnos todos para ver alguna película y cenar juntos. Los chicos todavía no habían venido porque sabían que tenían que trabajar en el experimento. Sin embargo, yo había preferido acompañarlas por si necesitaba ayuda y no me sentía impaciente en absoluto.

—Avisa a los chicos, si quieres, para que vayan viniendo ya —sugirió Alison y me pasó su teléfono móvil.

Asentí, cogiendo el aparato y poniéndome de pie para realizar la llamada. El número ya estaba preparado y yo le di al botón de llamar tan rápido que ni siquiera vi de quien se trataba la persona que me respondería desde la otra línea. Mi cabeza esperaba que fuera Thomas, solo porque Alison y él parecían ser más cercanos.

—O'Brien.

Tragué saliva con fuerza al escuchar su voz ronca a través del teléfono. Sonaba más severa de lo normal y, por un momento, me flaquearon las piernas y se me olvidó que tenía que contestarle.

—Eh... hola —dije simplemente, notando como me había temblado la voz.

Cerré los ojos con fuerza, maldiciendo por dentro. Le había demostrado debilidad al enemigo. La ultima vez que Dylan y yo hablamos fue en clase de literatura, donde las cosas no terminaron nada bien. Me había molestado que me hubiera llamado entrometida y hubiera preferido no tener que dirigirle la palabra hasta un tiempo.

—¿Dilaurentis?

Apreté los labios al escuchar su tono burlón; ni siquiera lo tenía delante y ya podía imaginar su sonrisa divertida. Sacudí la cabeza y me decanté por ser directa y tajante para que no pudiera sacar provecho de nada de ello.

—Venid a casa de Ali, ya casi han terminado con el proyecto.

Tragué saliva una vez más, tenía la boca seca.

—Está bien, llamaré a los chicos —dijo, esta vez con un tono más suave.

—Genial.

Me aparté el teléfono de la oreja y colgué antes de que pudiera decir algo más. Observé su nombre todavía en la pantalla y negué lentamente. Suspiré antes de entrar de nuevo a la habitación y les avisé de que estaban de camino, moviendo el teléfono entre mis manos.

Ali lo lanzó a la cama, sin importarle dónde o cómo cayera mientras yo lo seguía con la mirada. Summer me hizo un gesto con la mano para que me uniera a ellas y me senté en el círculo de nuevo para ver que ya estaba terminado.

—Va entrar en erupción en segundos. ¡Preparad los escudos! —avisó Summer.

Abrí los ojos con sorpresa al ver como todas corrían a cubrirse.

—¿Qué escudos? —pregunté, soltando un chillido nervioso.

El volcán estalló con un estruendo y del cráter salió despedido el tomate hasta salpicar cada rincón de la habitación. Las paredes, el suelo, los espejos... pero principalmente a nosotras y los escudos. Abrí la boca al notar cómo me caía el tomate en la camiseta y en la cara y reprimí un chillido al ver el desastre que había quedado en mi ropa blanca, nueva. Me llevé una mano a la frente y aparté los restos de tomate, poniendo una mueca de asco. Las demás se reían, entusiasmadas y completamente limpias detrás de sus cartones protectores.

—¡Funciona! —gritó Abbey con alegría y empezó a aplaudir entre risas.

Alison comenzó a dar saltitos y Summer asentía con aprobación mientras echaba el último bote de tomate, recargándolo para su exposición de mañana.

—¿Escudos? —pregunté, alzando las cejas— Gracias por avisar.

Summer se rió mientras me señalaba con un dedo y yo simplemente rodé los ojos.

—Ven —dijo Ali, que intentaba aguantarse la risa mientras sacaba algo de ropa y me guiaba hacia el baño de abajo.

Las demás comenzaron a recoger y limpiar, pero no me sentí culpable por no haber ayudado. Alison me estaba echando prácticamente a patadas de ahí, obligándome a limpiarme y perfumarme cuando terminara. Me pasó una toalla húmeda por la cara y frotó con suavidad hasta que no quedó resto del accidente en mi rostro.

Puse una mueca al ver mi reflejo en el espejo y miré, apenada, como mi camiseta favorita parecía el uniforme de una pizzería.

—Olvídate de ella, te comprarás otra mejor.

Las palabras de Ali no fueron suficientes para reconfortarme. Intenté arreglarla, pero parecía que ni siquiera la mejor de las lavadoras lo conseguiría.

—Espero que saquéis un diez en ese trabajo —ironicé, fulminándola con la mirada a través del espejo.

Ella sonrió levemente, pero se cubrió la boca con la mano para que no fuera tan obvio. En ella agarraba una camiseta negra, que parecía demasiado grande para ser de la diminuta futura icono de la moda.

—Cámbiate —agregó, dejando la camiseta sobre la encimera— Créeme, me lo agradecerás.

Me guiñó un ojo y abrió la puerta del baño para dejarme algo de intimidad.

—¡Espera! ¿De quién es esto? —pregunté finalmente, sintiendo que me podía la curiosidad.

—De un amigo... muy cercano.

Alison cerró la puerta antes de que pudiera decir algo más y sacudí la cabeza cuando me quedé sola. Observé mi reflejo en el espejo, sosteniendo la camiseta, y abrí la boca ante su descaro; me acababa de dar la camiseta de un tío cualquiera. Solté una risotada, pero me cubrí la boca para que no se escuchara demasiado. Negué, incrédula ante su actitud pero orgullosa de su confianza y me quité las gafas para ponérmela. Llevar la camiseta de un desconocido no era algo que me agradase del todo, pero era mejor que la que tenía.

La observé, apenada, dentro del lavabo impoluto de la moderna casa de Ali. Daba pena verla, contrastaba realmente mal con tanto color dorado y un blanco pulcro que me daba miedo ensuciar.

—¡Ali! —llamé, mirando al techo mientras esperaba a que contestara— ¿Puedes darme una bolsa de plástico?

—¿Para qué? —preguntó con diversión, asomando la cabeza por la puerta del baño con una risa silenciosa.

Cogí la camiseta con la punta de los dedos y la puse delante de su cara con una mueca de asco. Ella reaccionó lo suficientemente rápido y se apartó, ahogando un quejido mientras se tapaba la nariz. Me indicó con la mano que esperara y en seguida volvió con unas cuantas bolsas de basura que lanzó al interior del baño como si este estuviera contaminado.

—Gracias.

—Yo la tiraría —me aconsejó antes de marcharse.

La ignoré, primero iba a intentar lavarla. Me di un rápido vistazo en el espejo de nuevo, ahora con la nueva prenda de ropa, y puse una mueca al no estar del todo conforme. Llevaba el pelo algo enmarañado después del intenso día que había tenido en clase, el maquillaje parecía estar cuarteado y la camiseta me quedaba tan ancha que parecía una bolsa de basura andante. Bufé, cerrando los ojos y pasándome una mano por la frente para intentar ignorar los pensamientos.

Me lavé las manos, cogí las gafas y las coloqué encima de mi cabeza para salir del baño y huir de ese espejo que parecía juzgarme más que cualquier otro en el que me había mirado. Cuando abrí la puerta escuché el murmullo de las voces en el comedor y supuse que los chicos ya habrían llegado por la cantidad de voces distintas que percibía.

Desde las escaleras pude divisar a Summer y Tyler besándose como si no hubiera nadie más en la sala. Aparté la mirada rápidamente, antes de que fuera más incómodo, y me encontré con Thomas y una de sus sonrisas tiernas.

—¿Qué hay, Bree? —me saludó, ensanchando la sonrisa de su cara, y asintió. Muy formal, como siempre— No sabía que llevabas gafas.

Abrí los ojos levemente, ignorando el hecho de que nadie lo sabía y aún las llevaba en la cabeza.

—Sólo las utilizo para estudiar —comenté, algo atropelladamente.

Me las quité torpemente y doblé las patillas con rapidez para esconderlas en el bolsillo de mi pantalón. No había mucha gente que me hubiera visto con gafas y esperaba que siguiera siendo así por mucho más tiempo. 

—¡Bree! —saludó Michael, abriendo los brazos en un gesto que me invitaba a acercarme a él— ¿Qué pasa, nena?

Sonreí levemente y dejé que me abrazara, aun sabiendo que me iba a apretar demasiado en las costillas y terminaría chillando para que me soltara.

—Michael, déjala —pidió Thomas, con voz serena.

Me reí levemente al ver como eso se estaba convirtiendo en una costumbre entre los tres.

—Tía, tengo bastante hambre —le dijo a Ali, esta vez abrazándola con menor fuerza.

Alison era mucho mas pequeña y delicada que yo y, probablemente, uno de sus abrazos podría mandarla de visita al hospital.

—Ya sabes donde está el teléfono —contestó ella, sonriendo irónicamente antes de arreglarse el pelo y marcharse al comedor junto a las demás.

Michael se rió solo, asintiéndole a una Ali que ya ni lo miraba ni lo escuchaba. Hizo varios gestos, señalando el teléfono, y finalmente se hizo a un lado para hacer el pedido que tanto quería.

—¿Nunca te cansas de comer? —bromeó Dylan, pasando por su lado y dándole un suave golpe en el hombro, a modo de saludo.

Michael asintió y movió su mano repetidas veces, indicándole que se marchara. Al no hacerlo, fue él quien comenzó a caminar por la cocina hasta salir al patio una vez contestaron al otro lado de la línea.

Observé como nos habíamos quedado solos en la cocina y puse una mueca, sintiéndome muy incómoda. Seguía molesta con él por nuestra última conversación, pero también sentía que me ponía nerviosa cada vez que compartía unos minutos a solas con él. Me di la vuelta para marcharme, siendo bastante silenciosa, pero su estúpida e irritante voz tuvo que llamarme.

—Dilaurentis.

Me quedé quieta en el sitio, como si de esa forma fuera invisible. Apreté los ojos, maldiciendo por dentro, y puse mi mejor cara antes de girarme,

—Hola, Dylan.

Apreté los labios en una sonrisa falsa e hice ademán de marcharme una vez más, demostrándole que no quería ni tenía nada que hablar con él. Aparentemente, él sí.

—¿Por qué llevas mi camiseta?

Esta vez sí que me quedé congelada en el sitio. Agradecí estar de espaldas porque mi gesto de sorpresa fue bastante indiscreto. Musité una palabrota o dos y sacudí la cabeza antes de volver a hablar con él.

—¿Es tuya? —inquirí, alzando una ceja con humor.

La situación me parecía surrealista. Si era cierto, el hecho de que Alison tuviera ropa de Dylan en su casa era algo importante. Además, lo había llamado amigo cercano. Pero, ¿y a mí qué me importaba? Lo más seguro es que fuera una de sus bromas, y no iba a dejar que me intimidara una vez más.

—¿No me has oído?

Su tono fue casi tan severo como el primer día que nos conocimos. Su mirada era dura, expectante. Quería una respuesta y solo por eso estaba interesado en mí ahora mismo, así que no me fui con rodeos y fui directa para que me dejara ir de una vez por todas.

—Me la dio Alison porque la mía estaba manchada de tomate... y vómito —añadí, después de poner una mueca al recordar el momento tan desagradable de esta mañana.

Me encogí de hombros, esperando su respuesta con curiosidad. Él me miró con seriedad por unos segundos, como si estuviera estudiando mi semblante para averiguar la verdad.

—¿Estás segura?

Solté una carcajada y lo miré con incredulidad.

—¿A ti qué narices te pasa? —pregunté finalmente, frunciendo el ceño sin entender lo más mínimo de su comportamiento— Es solo una estúpida camiseta, pregúntale a Ali.

Puse los ojos en blanco, sentía como me exasperaba, y me giré para marcharme. Podría hablar, decir cualquier cosa, que le iba a ignorar como me había propuesto desde el principio. Su mano rodeó mi brazo y tiró de mí con suavidad, devolviéndome a mi postura anterior y enfrentándolo cara a cara.

—Intenta no manchar esta también —sugirió y su semblante serio se convirtió en una sonrisa divertida.

Lo miré con seriedad y tiré de mi brazo con fuerza para que me soltara, pero no lo conseguí. Su agarre se hizo más firme, sin hacerme daño pero lo suficiente como para retenerme junto a él. El momento fue breve, aunque se sintió como si hubiéramos estado horas mirándonos. Volví a estirar de mi brazo; esta vez lo conseguí, pero solo porque él quiso dejarme marchar. Me alejé rápidamente de él, no sin antes recibir un guiño de ojo por su parte.

Michel entró en el salón a la misma vez que yo, soltando el teléfono sobre la mesa y tumbándose en el sofá con una sonrisa satisfactoria. Se llevó las manos detrás de la cabeza mientras listaba toda la comida que había pedido; ya no me sorprendía, era como la tercera vez que lo hacía. La primera vez había abierto tanto la boca que casi se me cayó la baba.

—Si no está aquí en cinco minutos será gratis, chavales —anunció Michael, frotándose las manos.

Estaba mirando la puerta cada dos por tres y, efectivamente, la comida no llegó hasta quince minutos pasados de la hora estimada. El chico se veía apurado, pero Michael no fue compasivo y cerró la puerta tras despedirse brevemente.

—¡Comida gratis! —chilló Tyler, alzando los brazos como un niño pequeño feliz.

Cada uno cogió su respectiva comida y se la llevó consigo mientras veíamos la película que había escogido Alison. Su gusto por las comedias románticas era algo que no me importaba del todo, pero siempre me preguntaba qué pensarían los demás.

Clavé mi tenedor en los fideos que me habían pedido y que estaban exquisitos. Sonreí internamente al pensar que Michael se había acordado del detalle de la salsa de ostras y observé el final de la película mientras las demás, Thomas y Michael lloraban con el final. Tyler hizo uno de sus comentarios graciosos pero molestos y encendió las luces para ponerle fin a la velada.

La tertulia duró menos de los esperado, supuse que porque al día siguiente había clase y los padres de Ali estarían al caer. Tyler y Summer fueron los primeros en marcharse y sirvieron de incentivo para animar a los demás.

—Vamos, Dilaurentis, te llevo a casa —ofreció Dylan.

Fruncí el ceño, observándolo con curiosidad al no notar rastro de burla tras sus palabras. Me hizo un simple gesto con la cabeza para que lo siguiera y atravesó la puerta con la confianza de que lo seguiría. Gruñí entre dientes y agarré el pomo de la puerta antes de que se cerrara, sabiendo que era eso o volver a casa andando.

Desbloqueó las puertas de su coche y me invitó a subir con un gesto de mano. Volví a fruncir el ceño porque parecía más amable que nunca. Subí al coche y me puse el cinturón en silencio, al igual que me mantuve durante todo el trayecto. No paraba de pensar en lo extraño que estaba siendo, aunque tal vez ya era el momento de llevarnos bien.

Dylan iba concentrado en la carretera y tampoco aportó mucho a la conversación. Su mirada a veces se cruzaba con la mía, pero yo era rápida en apartarla y mirar por la ventanilla. Aun así, lo observaba por el rabillo del ojo, esperando que no se diera cuenta.

El viaje fue demasiado corto y, antes de que pudiera darme cuenta, estaba aparcando frente a la entrada de mi casa. Observé el numero 18 colgado sobre la puerta y solté un breve suspiro.

—Gracias por traerme —susurré, evitando su mirada.

Asentí para mi misma, sintiéndome realmente agradecida, y cogí el tirador para abrir la puerta del coche. Casi tenía un pie fuera cuando su mano agarró mi brazo de nuevo, esta vez con una intensidad diferente. Miré por encima de mi hombro su brazo y mi mirada subió lentamente hasta encontrarme con sus ojos.

—Tienes algo que quiero, Dilaurentis —apuntó, alzando las cejas. Tragué saliva con nerviosismo e intenté apartar el brazo— Mi camiseta.

Ahí estaba la sonrisa burlona. Esta vez fue diferente, ni siquiera me enervó. Me sentía cansada, aburrida... ya lo había intentado todo.

—Tendrás que esperar hasta mañana —dije simplemente e intenté bajar del coche de nuevo.

Dylan se rió y volvió a tirar de mi brazo, lo suficiente para devolverme al asiento. Puse los ojos en blanco y continué mirando al techo, reuniendo toda la paciencia que me quedaba para no patalear hasta salir de ahí.

—La necesito ahora.

Sonrió de oreja a oreja, torciendo la cabeza mientras asentía.

—No voy a quitarme la camiseta aquí.

—Entonces tendré que hacerlo yo mismo.

Abrí la boca con sorpresa, preparada para decirle algo cuando se inclinó ligeramente sobre mí. Tenía las cejas alzadas y estaba, claramente, quedándose conmigo. Mi paciencia llegó a su límite, llevándome al extremo de coger el borde de la camiseta y sacarla por mis hombros con rapidez. La lancé sobre su rostro divertido, pillándolo por sorpresa, antes de ponerme la chaqueta de cuero y subir la cremallera con fuerza hasta el tope.

—Toda tuya —mascullé, claramente molesta por su actitud.

Aproveché la distracción para bajar del coche de un salto y cerrar la puerta con fuerza, esperando que le molestara bastante. Su risa se podía escuchar aún en el interior del vehiculo y noté perfectamente como bajó la ventanilla para hablarme.

—¡Vamos, Dilaurentis! ¡Era una broma!

Corrí hasta la puerta de mi casa, sin girarme para mirarlo ni contestarle. Saqué las llaves del bolso con manos temblorosas y choqué tres veces con la cerradura hasta que conseguí introducirla dentro.

—¡Buenas noches, Dilaurentis! ¡Te veré mañana en clase!

Gruñí entre dientes y giré la llave con mayor rapidez, empujando la puerta con la punta del pie para entrar lo antes posible. Cuando cerré la puerta, mi espalda se apoyó contra la misma y cerré los ojos con fuerza, suspirando ante lo que acababa de pasar. Era un cretino, pero no terminaba de odiarlo.

——————
Bree e Isaac en multimedia!

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