silence » dylan o'brien (EDIT...

By showyahow

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Él hablaba poco. Ella insistía mucho. Él no respondía a sus preguntas. Y ella preguntaba demasiado. More

Silence
Prólogo
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
NOTA
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho

Capítulo cuatro

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By showyahow

El sábado y el domingo se pasaron más rápido de lo que habría querido. No había hecho nada interesante, para variar, y había estado en casa poniéndome al día con las tareas de clase, mis libros preferidos y mis películas de siempre. Después de la desastrosa fiesta no había estado en contacto con ninguno de ellos, ni si quiera para ver si había llegado a casa sana y salva. Esperaba que ellos también hubieran llegado bien.

El lunes por la mañana me desperté al escuchar el motor del coche de mi madre salir del jardín y me levanté para ver que me había quedado dormida en la silla mientras estudiaba. Cerré los libros a la vez que bostezaba y los guardé, algunos en la mesa y otros los puse directamente en mi bolso para llevármelos a clase. Arreglar el resto de la habitación sería trabajo de por la tarde.

El día estaba algo gris, así que decidí ponerme algo más alegre que unos simples vaqueros. Registré el armario en busca de los pantalones que quería y me vestí frente al espejo, asegurándome de que todo se veía igual que en mi mente. Cuando terminé, me coloqué unos accesorios y cogí el bolso antes de bajar las escaleras. Pasé por la cocina, dispuesta a desayunar, pero seguí caminando cuando vi el reloj de la pared y lo tarde que llegaría si perdía un segundo más. Me apresuré hacia la puerta y tiré de ella con fuerza para cerrarla bien.

Los lunes eran días tranquilos, generalmente. Tenía las asignaturas más fáciles e interesantes de toda la semana y el día se pasaba rápido. Primero tenía música, donde la profesora nos daba libertad total para abrir nuestra mente y expandir nuestra creatividad, por lo que podíamos hacer lo que queríamos. Después, tocaba literatura que, independientemente de ser mi asignatura favorita, era la que mejor se me daba.

Cogí el libro que necesitaría para la clase de literatura de después y me dirigí hacia la zona trasera del instituto. En el exterior se encontraban todas las zonas posibles para hacer deporte: el campo de futbol, el de lacrosse, la pista de atletismo y las nuevas canchas de baloncesto. Los lunes solían estar llenas de gente, había muchas clases de educación física y muchos estudiantes que preferían entrenar antes que ir a clase después del fin de semana.

Apreté suavemente el vaso de plástico que me habían dado en la cafetería y le di un sorbo al café para entrar en calor mientras caminaba a la zona que nos correspondía a los estudiantes de la clase de música. Allí ya se encontraba Brooke junto a un grupo de chicos y chicas, dando ordenes enfadada mientras intentaba coreografiar un baile como trabajo de fin de curso de la asignatura.

Subí a las gradas y me senté junto al resto de la gente que prefería hacer otras tareas o simplemente mantenerse al margen de Brooke y su escuadrón suicida. Desde aquí arriba se podía verse y escucharse todo lo que ocurría, desde sus gritos a sus comentarios hirientes hacia aquellas que habían decidido unirse al grupo para ayudarla.

La música volvió a sonar con fuerza, haciendo que vibraran hasta las gradas. La gente continuó con su trabajo, decorando carteles y confeccionando materiales que podían ser de provecho para el instituto. Me uní a ellos y cogí una brocha para ayudar a una compañera a pintar un cartel. Intenté ignorar los gritos de Brooke, pero era imposible cuando estaba parando y repitiendo el mismo trozo de canción a cada segundo. Una de esas veces, escuché como humilló a Alice, una chica tímida que conocí la semana pasada.

Curioseé por encima de mi hombro y vi como se hacía pequeña ante la furiosa mirada de la líder de la escuela. Alice tenía la cabeza agachada y enredaba las manos en su vestido camisero de flores azules. Suspiré, poniendo los ojos en blanco, y me levanté de las gradas para ir a enfrentarla.

—Eres una incompetente —le dijo mientras se llevaba la mano a la frente, como si le diera dolor de cabeza.

La miré con el ceño fruncido y los ojos levemente entrecerrados durante un momento, estudiando su dramatismo, y después me dirigí a Alice con una expresión totalmente diferente y amigable.

—Alice —la llamé, cogiendo su brazo con suavidad y sonreí cuando sus ojos se encontraron con los míos— Ignórala, es lo que hacemos todos. ¿Por qué no me ayudas con los carteles?

Su rostro se iluminó y su bonita sonrisa relució hasta contagiármela a mí también.

—¿Qué crees que estás haciendo, chica nueva? —preguntó Brooke con su tono de voz chillón— Tú no das las órdenes aquí.

—¿Y tú sí? Sólo es un baile, no es necesario que le faltes al respeto.

—Es mi baile, y no puedo perder más bailarines —añadió, tan furiosa que por un momento pensé que le saldría fuego de la cabeza.

Rodé los ojos con descaro al escuchar su respuesta, sin importar el gruñido que soltó. Sabía que desde el primer día Brooke estaba esperando el momento oportuno para ir a por mí y, aunque no quería meterme en problemas, no iba a dejarlo ir tan fácilmente.

—En ese caso puedes empezar a tratarlos mejor o no te quedará ninguno para final de temporada.

Sonreí con orgullo, sintiéndome confiada al ver como Alice seguía a mi lado y se reía sutilmente de mi respuesta. Le di un suave toque, invitándola a seguirme, y ambas caminamos hacia las gradas. Pude diferenciar de fondo como algunos chicos del equipo de fútbol se reían de la escena que acababan de presenciar antes de que la música volviera a sonar con fuerza por todo el estadio.

Cuando volví junto al grupo que decoraba carteles todos recibieron a Alice con alegría y entusiasmo. Aun habiendo empezado la semana pasada, el material estaba muy avanzado y todos habían aportado grandes ideas al igual que resultados excelentes. Por lo pronto, los carteles para el próximo evento de la escuela estaban preparados.

Trabajar así era entretenido y servía para distraerse. Después de mi primera semana de clase había hablado con mucha más gente de la que creía y me llevaba bien con la mayoría, de manera que encontrar sitio en clase o en la cafetería ya no era un problema. Saludar por el pasillo también estaba bien, daba la sensación de estar integrada.

Pasé el pincel por uno de los carteles y levanté la mirada con curiosidad cuando escuché el sonido fuerte de un silbato repetidas veces. Fruncí el ceño cuando vi al entrenador gritar algo desde el otro lado del campo; fuera lo que fuera, parecía muy enfadado. Finalmente, se sentó en una silla de plástico y comenzó a comer patatas fritas de bolsa mientras apoyaba los pies en una mesa.

Puse una mueca, no había oído muchas cosas buenas de ese entrenador. Me fijé mejor en la gente que estaba dando vueltas por la pista y pude diferenciar a Abbey y Michael. Puse una mueca compasiva aunque no pudieran verme y cogí mis cosas para acercarme hasta ellos. No faltaba mucho para que sonara el timbre y un poco de ánimo seguro que les vendría bien.

—¡Vamos, Abbey! —grité cuando pasó por mi lado.

Esta me regaló una sonrisa mientras continuaba con su ritmo constante; debía estar en forma porque era la que menos cansada parecía y lideraba a los demás. Bebí un sorbo del café, que ya empezaba a enfriarse, mientras veía por el rabillo del ojo a más gente pasar. Agradecí mentalmente que fuera lunes solo por no tener esa clase. Volví a acercarme el vaso de plástico a mis labios, pero esta vez no llegó tan lejos.

Me giré enfadada para ver quién me había quitado el café de manera tan brusca y vi al entrenador mirarme con las cejas levantadas. Imité su gesto, abriendo los ojos con sorpresa como si estuviera chalado, y esperé a que dijera algo.

—¿Qué hace aquí, señorita Dilaurentis?

Abrí la boca rápidamente para contestar, pero la cerré al instante, recordando que no podía ser lo directa y explicita que quería. Arrugué la nariz con nerviosismo mientras pensaba una excusa.

—Iba a clase —mentí, asintiendo con la cabeza para hacerlo más creíble.

El entrenador me miró en silencio por un momento y después dio un grito que me hizo dar un salto hasta alejarme de él. Me puse una mano en el pecho mientras él seguía riéndose a carcajadas.

—Puesto que no tiene trabajo que hacer, señorita Dilaurentis, va a acompañar a sus compañeros hasta que termine la clase.

Sonrió victorioso.

—Pero...

Abrí la boca con sorpresa cuando me mandó callar con un gesto de su mano, pero el gesto se agrandó cuando lo vi darle un sorbo al resto de mi café y tirar el vaso de plástico al suelo.

—Nada de peros, a correr.

Negó con la cabeza en un intento por mostrar decepción —o desagrado, no estaba muy segura— y se rascó la oreja con la misma mano que luego utilizó para rebuscar entre su bolsa de comida. Puse una mueca de disgusto al ver sus dientes amarillos formar una sonrisa y tragué saliva con fuerza para no vomitar ahí mismo.

Solté un leve quejido, para que no me escuchara, y caminé lentamente hasta entrar en la pista de atletismo. Solté el bolso cerca de la valla para cogerlo después y, con una mueca apenada que se compadecía de mi misma, me uní al resto del grupo cuando pasaron por mi lado. Las únicas que no seguían el ritmo eran Abbey, que iba mucho más por delante, y Alison, que iba detrás de nosotros y se hacía aire mientras corría.

Todos me miraron sorprendidos pues la situación era surrealista. Estaba corriendo con botines de tacón y medias.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Summer, exhausta.

Todos estaban sorprendidos de verme y tenían el ceño tan fruncido que lucían graciosos.

—El entrenador me ha obligado a correr, y después se ha bebido mi café —contesté cortante, torciendo la mandíbula ante lo enfadada que estaba.

No quiero problemas. No quiero problemas. No quiero problemas.

Puse una mueca al recordar que ese era el único que café que me tomaría en el día y lo recordé con nostalgia. A lo mejor en la hora del almuerzo...

—Es idiota —se quejó Thomas y escupió en el suelo.

Sacudí la cabeza, volviendo a la realidad, y lo miré para asentir.

—¡Sawyer! —gritó el entrenador con la boca llena y todos nos giramos para verlo comer patatas fritas— ¡Vas a limpiar eso!

Puse los ojos en blanco ante tal desagradable escena y ambos nos volvimos a quejar, al unísono, de su irritante tono de voz.

—¡Vamos chicos! ¡Solo una vuelta más! —animó Alison cuando se unió a nosotros.

Su brazo rodeó el mío en lo que parecía un abrazo, pero fue dejando caer el peso de su cuerpo lentamente. Ahogué un quejido, sintiendo que me faltaba el aire y me desestabilizaba al sentirla colgada de mi cuello.

—Joder tío, necesito comer ya —comentó Michael.

Lo miré sorprendida mientras intentaba recomponerme y seguía arrastrando de Alison. Él y Tyler empezaron a hablar de hamburguesas con entusiasmo. Tenía el estómago tan revuelto que la comida era mi último pensamiento en ese momento. De hecho, cada vez que escuchaba la palabra pepinillos me daban nauseas.

—Parad, creo que voy a vomitar —anunció Alison y agradecí que se hubiera pronunciado.

Ella se soltó de mi cuello y yo solté todo el aire que me había estado quitando. Sentía que me flaqueaban las piernas y miré el reloj de mi muñeca, sin entender por qué todavía no había sonado el timbre. Le eché un rápido vistazo a las gradas y vi que estaban vacías, ni si quiera el grupo de baile de Brooke seguía allí.

Solté un suspiro y me quejé en voz alta; yo no tendría que estar haciendo esto. Me dolía todo el cuerpo, especialmente los pies, y creo que ya habíamos dado tres vueltas.

—¡Oye, entrenador! —lo llamó Tyler cuando acabamos de dar todas las vueltas. Frené al llegar al lado de Summer, colocando las manos en mis rodillas y jadeando en busca de aire. Miré a Tyler con curiosidad— ¡Estoy cansado!

Giré la cabeza lentamente para mirar a su novia y cerré los ojos con pesadez, sabiendo que ese comentario gracioso no le caería nada bien al profesor. Summer lo insultó en voz baja, lo suficientemente alto como para que lo escuchara, y ambas miramos al entrenador con la esperanza de que fuera compasivo.

—Me alegro, señor Posey —comentó con una sonrisa que parecía amigable. Tyler sonrió, pero en seguida borró su expresión cuando le gritó de vuelta— Agradecerle a vuestro compañero que os acaba de regalar tres vueltas más.

Toda la clase estalló en quejas y berrinches, tanto para Tyler como para el entrenador.

—¡Tyler!

El entrenador ignoró los comentarios y abrió el cajón del escritorio para sacar otra bolsa de patatas. Michael lo siguió con la mirada y abrió la boca a la vez que el profesor lo hacía.

—Profesor... ¿me da una?

Su petición salió de sus labios en un hilo de voz mientras miraba las patatas embobado.

—¡A la pista a correr todos! —gritó enfadado, soltando de golpe la bolsa en la mesa— ¡Usted también, Dilaurentis!

Resigné de quejarme y me limité a odiarlo en mi mente mientras hacía amago de volver a correr. No había dado el primer paso cuando sonó el timbre que nos salvó a todos de la agonía. Todos vitorearon hasta tal punto que no se escuchaban los gritos del entrenador diciendo que el próximo día sería peor que este. Sonreí con felicidad por haberme librado y no quise pensar en la clase que tendría el miércoles.

De repente, Alison pegó un gritito que llamó la atención de los más cercanos a ella. Se apartó rápidamente el pelo de la cara y agachó la cabeza para comenzar a vomitar. Todos nos quedamos atónitos, ninguno pudo ocultar la expresión de asco de sus rostros. A excepción de nosotros, los demás se apartaron y se marcharon mientras hacían sonidos de asco. Negué con lástima y me acerqué hasta ella para recoger su pelo, sujetándolo mientras miraba hacia otro lado.

—La llevaré a enfermería —se ofreció Thomas, que también parecía apenado.

Asentí y empujé el cuerpo de Ali hasta que llegó a los brazos de Thomas. Este se comportó como un total caballero, sin hacer ningún comentario, y la ayudó a caminar hasta sacarla del campo.

—Mira eso, Bree —lloriqueó Summer, con un tono de voz que nunca había creído escuchar de ella.

Giré la cabeza rápidamente, observándola boquiabierta, y seguí su mano hacia el lugar que me había indicado. El suelo estaba cubierto de un charco y me llevé una mano a la cara para cubrirme la nariz y ahogar una arcada.

—¡Summer! —chillé, asqueada.

—Eso no es normal —añadió, su voz sonando apagado al tener los dedos apretados sobre su nariz.

Fruncí el ceño y agudicé la vista, dándome cuenta de que el charco del suelo pasaba por un plato de gachas de avena. Cerré los ojos y me estremecí en el sitio, sintiendo que un escalofrío me recorría la espalda; nunca jamás tomaría avena.

—Hola, Bree.

Alcé la mirada del suelo y vi a un chico rubio saludarme. Su sonrisa encantadora y su caminar con confianza me resultó algo extraño, pero ya lo conocía de algunas otras clases y siempre había sido cordial conmigo.

—¿Qué tal el partido del sábado, Mike? —pregunté, sonriendo amablemente por pura cortesía.

—Ganamos.

Sonrisa encantadora.

—Por supuesto.

Le devolví la sonrisa e hice amago de marcharme, pero no iba a ser tan fácil.

—¡Espera! He oído que estuviste en la fiesta del viernes —alcé las cejas, sorprendida de que esa información circulara por ahí, y me crucé de brazos a la espera de su siguiente aportación— Gran fiesta, ¿eh?

—Demasiado —musité, recordando con ironía la odisea de noche.

—¿Te veré en la próxima?

Summer apretó los labios para evitar reírse descaradamente y se llevó una mano a la barbilla para cubrirse la boca. La ignoré aunque siguiera viendo sus movimientos por el rabillo del ojo.

—Lo dudo mucho, Mike —reí levemente— Ese tipo de fiestas no es lo mío.

Él asintió, comprendiendo mis evasivas.

—Entonces será en uno de mis partidos —abrí la boca para negarme, pero él fue más rápido— No valen excusas, solo es Lacrosse. Agresivo en el campo y entretenido en las gradas.

Reí entre dientes, negando con la cabeza ante su osadía, y finalmente cedí. Prefería eso a volver a una fiesta.

—Avísame para el próximo.

—Genial —sonrió con orgullo y sus ojos se posicionaron en algún lugar debajo de mi barbilla— Espera, Bree, tienes una mancha ahí.

Seguí su mirada instintivamente para comprobar que tenía restos de vomito sobre mi camiseta blanca. Ahogué un quejido y me aparté los mechones de pelo que caían sobre mi hombro antes de que se mancharan, poniendo una mueca de asco al pensar que tendría que llevar eso puesto durante todo el día.

—No me lo puedo creer —musité, frunciendo los labios.

Mike le restó importancia con un simple gesto de su mano y la llevo hasta mi pecho para rebañar los restos que habían quedado. La mancha seguía ahí, pero lo que más me preocupaba era quien tenía el trozo entre sus dedos. Abrí los ojos con sorpresa al ver como lo examinaba y quise chillar cuando se lo llevó a la boca y lo saboreó.

—Ahora sé que desayunas gachas de avena.

Me quedé pasmada en el sitio, sin saber qué decir ni hacer. ¿Debía decirle la verdad? ¿Contarle qué era esa mancha? No pude. Se me encogió el estómago y sentí que no me saldrían las palabras.

—Te veré... por los pasillos —dije, haciendo pausas entre las palabras, y me marché corriendo de allí.

No podía aguantarlo más. Mike había sido muy amable conmigo, y seguro que era un chico estupendo, pero jamás podría olvidar lo que acababa de hacer. Sacudí la cabeza en un intento por apartarlo de mi mente y esconderlo en un cajón y me fui corriendo a clase de literatura.

Una vez ahí, me senté en una de las mesas libres que había en el centro. Dylan estaba sentado en la última fila, pero ignoré el sitio libre que había a su lado para evitar más conflictos. Literatura era mi clase y no iba a dejar que él estropeara mi reputación.

Empecé a sacar el material de mi bolso y alcé la mirada, con curiosidad, cuando escuché el estruendo que estaban formando dos chicos que acababan de entrar a clase. Fruncí el ceño levemente y miré sobre mi hombro para comprobar si miraba hacia mí o a alguien que se sentara detrás. Ambos caminaron a trompicones, avanzando torpemente hasta llegar a mi mesa. Enarqué una ceja irónicamente y los miré expectante.

—¿Me puedo sentar aquí, preciosa? —preguntó uno de ellos.

—Ese es mi sitio, Bumper —añadió el otro, cogiendo su brazo y tirando de él para alejarlo del pupitre.

Di un respingo en el sitio al notar como la mesa chocaba con mis piernas y me aparté todo lo posible al ver como empezaban a discutir. Uno de ellos aseguraba que se sentaba siempre ahí, aunque yo creía haberlo visto en las mesas de la izquierda de la clase junto a las amigas de Brooke. El otro estaba convencido de que había hablado conmigo antes de clase y que necesitaba ayuda para ponerme al día con la clase de literatura. Puse los ojos en blanco y recogí mis cosas, dispuesta a levantarme y cambiarme a un pupitre que ya tuviera alguien más.

—Ahora que eres la nueva todo el mundo está interesado en ti —comentó una chica desde el pupitre de al lado.

Miraba la escena con una sonrisa divertida y después se dirigió a mí. Asentí, sonriendo irónicamente como si eso fuera lo mejor que me podría pasar, y me levanté de la silla. Pasé la mirada rápidamente por la clase y vi que el único asiento libre que quedaba era el que estaba al lado de Dylan. Maldije internamente y me dirigí hacia ahí con confianza.

Guardé silencio mientras me sentaba, tragándome mi orgullo. Hoy iba a ser diferente. Dylan estaba sonriendo con diversión y sabía que tarde o temprano soltaría alguno de sus comentarios respecto a lo que acababa de pasar. Esperaba que fuera más tarde que temprano...

—Vaya, veo que estás muy solicitada —comentó, riéndose de su propia broma y giró su cuerpo completamente para mirarme.

Su reacción me pareció extraña pues, aunque estuviera riéndose de mí, parecía menos frío que la vez anterior. Solo respondí fulminándolo con la mirada, lo cual causó que se riera aún más. Me mordí el interior de la mejilla para no contestarle y volví a sacar mis cosas, esperando que esa fuera la última vez.

Saqué el libro de lectura que íbamos a trabajar y volví a releerlo por encima mientras mataba el tiempo hasta que empezara la clase.

—¿Qué pasó la otra noche? —preguntó y fruncí el ceño levemente. Quise mirarlo con curiosidad, pero decidí guardar silencio; si estaba interesado en la respuesta insistiría de todas formas— Te fuiste de la fiesta sin decirle nada a nadie.

Solté una breve risilla irónica y negué mientras pasaba la página con fuerza, como si se tratara de una revista.

—Se lo dije a Tyler —mencioné, sin levantar la vista del libro.

En ese momento comprendí la actitud de Dylan: era muy cómodo no tener que darle explicaciones a nadie.

—Tyler estaba borracho.

Su tono de voz parecía molesto, pero estaba segura de que solo eran imaginaciones mías.

—Entonces di que me fui de la fiesta sin decírtelo a ti.

Alcé los ojos finalmente de las palabras del libro para mirarlo a él. Enarqué las cejas, esperando su respuesta cuando lo único que obtuve fue su inquisidora mirada sobre mí.

—Mis instrucciones fueron claras.

—Estabas ocupado —contesté cortante, tan rápido que pareció como si estuviera esperando para dar esa respuesta.

Me martiricé mentalmente y me imaginé dándome una palmada en la frente. Estúpida.

—Eres demasiado entrometida —soltó de repente, con total confianza.

Sentí que me hervía la sangre. Cada vez que se veía con derecho de opinar de algo me daban ganas de gritarle. Intenté concentrarme en seguir con el libro, pero me parecía imposible.

—Eres tú el que está preguntándome a mí. No me interesas en absoluto, aunque te sea difícil de creer.

Dylan sonrió mientras hacía un falso gesto como si estuviera dolido. Cretino, pero atractivo.

—Tú me interesas a mí —soltó y quedé tan sorprendida que ni si quiera pude articular gesto— No te importa lo que la gente piense sobre ti, eres fiel a tus principios y haces lo que crees correcto. Tyler me contó lo del puñetazo, eres valiente.

Rodé los ojos y negué con la cabeza; me sabía ese discurso de memoria. No había imaginado a Dylan como el típico chico que liga contigo, pero al parecer bajo esa fachada de misterio sus LINES eran igual de básicas que las de cualquier otro.

—¿Eso significa que ya somos amigos? —bromeé, aparentando esperanza.

—Pensaba que no te interesaba... en absoluto —añadió y sentí como me chirriaban los dientes de la fuerza con la que los estaba apretando.

—Solo la parte en la que te comportas como un capullo conmigo sin conocerme.

Dejé el libro encima de la mesa, sin importarme la página en la que me había quedado, y le miré expectante. Alcé las cejas, animándolo a contestar.

—Te estaba poniendo a prueba.

Rodé los ojos y solté una pequeña risa irónica.

—¿La he superado? —inquirí, como si me importara la respuesta.

Me arrepentí al segundo de haberlo dicho al ver su sonrisa orgullosa en su cara.

—Entrometida...

Apreté los labios cuando vi a la profesora entrar por la puerta y tuve que tragarme mis palabras si no quería que esta clase también terminara en el pasillo. Moví la pierna nerviosamente contra el suelo, intentando calmarme, e intenté concentrarme durante toda la clase mientras veía por el rabillo del ojo su sonrisa victoriosa.

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