My Angel

By razodominguez

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PrΓ³logo
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By razodominguez

Conforme avanzaba la tarde la emoción aumentaba en el cámping, como una neblina que se hubiera instalado allí. Al oscurecer, el aire aún estival vibraba de expectación, y, cuando la noche llegó como una sábana a cubrir a los miles de magos, desaparecieron los últimos vestigios de disimulo: el Ministerio parecía haberse resignado ya a lo inevitable y dejó de reprimir los ostensibles indicios de magia que surgían por todas partes.

Los vendedores se aparecían a cada paso, con bandejas o empujando carros en los que llevaban cosas extraordinarias: escarapelas luminosas (verdes de Irlanda, rojas de Bulgaria) que gritaban los nombres de los jugadores; sombreros puntiagudos de color verde adornados con tréboles que se movían; bufandas del equipo de Bulgaria con leones estampados que rugían realmente; banderas de ambos países que entonaban el himno nacional cada vez que se las agitaba; miniaturas de Saetas de Fuego que volaban de verdad y figuras coleccionables de jugadores famosos que se paseaban por la palma de la mano en actitud jactanciosa.

—He ahorrado todo el verano para esto ―le dijo Ron a Harry mientras caminaban con Hermione y Cedric entre los vendedores, comprando recuerdos.

Aunque Ron se compró un sombrero con tréboles que se movían y una gran escarapela verde, adquirió también una figura de Viktor Krum, el buscador del equipo de Bulgaria. La miniatura de Krum iba de un lado para otro en la mano de Ron, frunciendo el entrecejo ante la escarapela verde que tenía delante.

―Sabes Ron, pareces obsesionado con Víktor Krum ―mencionó Cedric.

El pelirrojo miró al castaño como si este estuviera loco.

-Eso es mentira.

―Tienes tu cuarto lleno de pósters de él, además de que ese es tu tercera figura.

―Como dije y vuelvo a repetir, ¡eso es mentira!

El ambiente se puso un poco incómodo, ya que el Cedric y Ron seguían peleando.

―¡Vaya, miren esto! ―exclamó Harry para llamar la atención de los dos, se acercó rápidamente hasta un carro lleno de montones de unas cosas de metal que parecían prismáticos excepto en el detalle de que estaban llenos de botones y ruedecillas.

―Son omniculares ―explicó el vendedor con entusiasmo―. Se puede volver a ver una jugada... pasarla a cámara lenta, y si quieres te pueden ofrecer un análisis jugada a jugada. Son una ganga. Diez galeones cada uno.

―Ahora me arrepiento de lo que he comprado ―reconoció Ron, haciendo un gesto desdeñoso hacia el sombrero con los tréboles que se movían y contemplando los omniculares con ansia.

―Deme cuatro ―le dijo Harry al mago con decisión.

―No... déjalo ―pidió Ron, poniéndose colorado.
Siempre le cohibía el hecho de que Harry, que había heredado de sus padres una pequeña fortuna, tuviera mucho más dinero que él.

―Es mi regalo de Navidad ―le explicó Harry, poniéndoles a él, a Cedric y a Hermione los omniculares en la mano―. ¡De los próximos diez años!

―Conforme ―aceptó Ron, sonriendo.

—¡Bien!, entonces el mío será mejor.

Cedric sabía que fue mala idea haber dicho eso, ya que recibió una mirada por parte del azabache que significaba que no se debía ilusionar con eso.

—No lo creo, Harry siempre da los mejores regalos.

El ojiverde le regaló una sonrisa a su amiga.

—¡Gracias, Harry! —dijo Hermione—. Yo compraré unos programas.

Con los bolsillos considerablemente menos abultados, regresaron a las tiendas. Bill, Charlie y Ginny llevaban también escarapelas verdes, y el señor Weasley tenía una bandera de Irlanda.
Sirius tenía pintada en la cara líneas verdes, mientras que Remus solo lo miraba divertido. Fred y George no habían comprado nada porque le habían entregado todo el dinero a Bagman.

Y entonces se oyó el sonido profundo y retumbante de un gong al otro lado del bosque, y de inmediato se iluminaron entre los árboles unos faroles rojos y verdes, marcando el camino al estadio.

—¡Ya es la hora! —anunció el señor Weasley, tan impaciente como los demás—. ¡Vamos!

Agarraron todo lo que habían comprado y, siguiendo al señor Weasley, se internaron a toda prisa en el bosque por el camino que marcaban los faroles.
Oían los gritos, las risas, los retazos de canciones de los miles de personas que iban con ellos. La atmósfera de febril emoción se contagiaba fácilmente, y Harry no podía dejar de sonreír. Caminaron por el bosque hablando y bromeando en voz alta unos veinte minutos, hasta que al salir por el otro lado se hallaron a la sombra de un estadio colosal. Aunque Harry sólo podía ver una parte de los inmensos muros dorados que rodeaban el campo de juego, calculaba que dentro podrían haber cabido, sin apretujones, diez catedrales.

-Hay asientos para cien mil personas -explicó el señor Weasley, observando la expresión de sobrecogimiento de Harry-. Quinientos funcionarios han estado trabajando durante todo el año para levantarlo. Cada centímetro del edificio tiene un repelente mágico de muggles. Cada vez que los muggles se acercan hasta aquí, recuerdan de repente que tenían una cita en otro lugar y salen pitando... ¡Dios los bendiga! -añadió en tono cariñoso, encaminándose delante de los demás hacia la entrada más cercana, que ya estaba rodeada de un enjambre de bulliciosos magos y brujas.

-¡Asientos de primera! -dijo la bruja del Ministerio apostada ante la puerta, al comprobar sus entradas-. ¡Tribuna principal! Todo recto escaleras arriba, Arthur, arriba de todo.

Las escaleras del estadio estaban tapizadas con una suntuosa alfombra de color púrpura. Subieron con la multitud, que poco a poco iba entrando por las puertas que daban a las tribunas que había a derecha e izquierda. El grupo del señor Weasley siguió subiendo hasta llegar al final de la escalera y se encontró en una pequeña tribuna ubicada en la parte más elevada del estadio, justo a mitad de camino entre los dorados postes de gol.

Contenía unas veinte butacas de color rojo y dorado, repartidas en dos filas. Harry tomó asiento con los demás en la fila de delante y observó el estadio que tenían a sus pies, cuyo aspecto nunca hubiera imaginado.

Cien mil magos y brujas ocupaban sus asientos en las gradas dispuestas en torno al largo campo oval.

Todo estaba envuelto en una misteriosa luz dorada que parecía provenir del mismo estadio. Desde aquella elevada posición, el campo parecía forrado de terciopelo. A cada extremo se levantaban tres aros de gol, a unos quince metros de altura. Justo enfrente de la tribuna en que se hallaban, casi a la misma altura de sus ojos, había un panel gigante.

Unas letras de color dorado iban apareciendo en él, como si las escribiera la mano de un gigante invisible, y luego se borraban.

Al fijarse, Harry se dio cuenta de que lo que se leía eran anuncios que enviaban sus destellos a todo el estadio:

La Moscarda: una escoba para toda la familia: fuerte, segura y con alarma antirrobo incorporada... Quitamanchas mágico multiusos de la Señora Skower: adiós a las manchas, adiós al esfuerzo... Harapos finos, moda para magos: Londres, París, Hogsmeade...

Harry apartó los ojos de los anuncios y miró por encima del hombro para ver con quiénes compartían la tribuna.

Hasta entonces no había llegado nadie, salvo una criatura diminuta que estaba sentada en la antepenúltima butaca de la fila de atrás. La criatura, cuyas piernas eran tan cortas que apenas sobresalían del asiento, llevaba puesto a modo de toga un paño de cocina y se tapaba la cara con las manos. Aquellas orejas largas como de murciélago le resultaron curiosamente familiares...

-¿Dobby? -preguntó Harry, extrañado.

-¿Dijiste algo amor?

-Mira -señaló a la figura-, creo que es Dobby.

La diminuta figura levantó la cara y separó los dedos, mostrando unos enormes ojos castaños y una nariz que tenía la misma forma y tamaño que un tomate grande. No era Dobby... pero no cabía duda de que se trataba de un elfo doméstico, como había sido Dobby, el amigo de Harry, hasta que éste lo liberó de sus dueños, la familia Malfoy.

-¿El señor acaba de llamarme Dobby? -chilló el elfo de forma extraña, por el resquicio de los dedos.

Tenía una voz aún más aguda que la de Dobby, apenas un chillido flojo y tembloroso que le hizo suponer a Harry (aunque era difícil asegurarlo tratándose de un elfo doméstico) que era hembra.

Ron y Hermione se volvieron en sus asientos para mirar. Aunque Harry les había hablado mucho de Dobby, nunca habían llegado a verlo personalmente. Incluso el señor Weasley se mostró interesado.

-Disculpe -le dijo Harry a la elfina-, la he confundido con un conocido.

-¡Yo también conozco a Dobby, señor! -chilló la elfina.

Se tapaba la cara como si la luz la cegara, a pesar de que la tribuna principal no estaba excesivamente iluminada-. Me llamo Winky, señor... y usted, señor... -En ese momento reconoció la cicatriz de Harry, y los ojos se le abrieron hasta adquirir el tamaño de dos platos pequeños-. ¡Usted es, sin duda, Harry Potter!

-Sí, lo soy -contestó Harry mientras sus mejillas tomaban un color carmesí.

Cedric y Ron se rieron de él.

-¡Dobby habla todo el tiempo de usted, señor! -dijo ella, bajando las manos un poco, pero conservando su expresión de miedo.

-¿Cómo se encuentra? -preguntó Harry con una sonrisa-. ¿Qué tal le sienta la libertad?

-¡Ah, señor! -respondió Winky, moviendo la cabeza de un lado a otro-, no quisiera faltarle al respeto, señor, pero no estoy segura de que le hiciera un favor a Dobby al liberarlo, señor.

-¿Por qué? -se extrañó Harry-. ¿Qué le pasa?

-La libertad se le ha subido a la cabeza, señor -dijo Winky con tristeza-. Tiene raras ideas sobre su condición, señor. No encuentra dónde colocarse, señor.

-¿Por qué no? -inquirió Harry.

Winky bajó el tono de su voz media octava para susurrar:

-Pretende que le paguen por trabajar, señor.

-¿Que le paguen? -repitió Harry, sin entender-. Bueno... ¿por qué no tendrían que pagarle?

La idea pareció espeluznar a Winky, que cerró los dedos un poco para volver a ocultar parcialmente el rostro.

-¡A los elfos domésticos no se nos paga, señor! -explicó en un chillido amortiguado-. No, no, no. Le he dicho a Dobby, se lo he dicho, ve a buscar una buena familia y asiéntate, Dobby. Se está volviendo un juerguista, señor, y eso es muy indecoroso en un elfo doméstico. Si sigues así, Dobby, le digo, lo próximo que oiré de ti es que te han llevado ante el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas, como a un vulgar duende.

-Bueno, ya era hora de que se divirtiera un poco -opinó Harry.

―La diversión no es para los elfos domésticos, Harry Potter ―repuso Winky con firmeza desde detrás de las manos que le ocultaban el rostro―. Los elfos domésticos obedecen. No soporto las alturas, Harry Potter... ―miró hacia el borde de la tribuna y tragó saliva―. Pero mi amo me manda venir a la tribuna principal, y vengo, señor.

―¿Por qué te manda venir tu amo si sabe que no soportas las alturas? ―preguntó Harry, frunciendo el entrecejo.

Los chicos trataron de calmarlo, ya que su cabello se había puesto de un color rojo bajo, demostrando que se estaba empezando a enojar.

―Mi amo... mi amo quiere que le guarde una butaca, Harry Potter, porque está muy ocupado ―dijo Winky, inclinando la cabeza hacia la butaca vacía que tenía a su lado―. Winky está deseando volver a la tienda de su amo, Harry Potter, pero Winky hace lo que le mandan, porque Winky es una buena elfina doméstica.

Aterrorizada, echó otro vistazo al borde de la tribuna, y volvió a taparse los ojos completamente. Harry, horrorizado, se volvió a con los otros.

―¿Así que eso es un elfo doméstico? ―murmuró Ron―. Son extraños ¿verdad?

―Dobby era aún más extraño ―aseguró Harry―. Pero no puedo creer que todos traten así a los pobres elfos.

Cedric lo abrazó. La respiración de Harry estaba agitada, así que éste solo empezó a dar suaves círculos en la espalda del azabache, tratando de calmarlo.

Ron sacó los omniculares y comenzó a probarlos, mirando con ellos a la multitud que había abajo, al otro lado del estadio.

―¡Sensacional! ―exclamó, girando el botón de retroceso que tenía a un lado―. Puedo hacer que aquel viejo se vuelva a meter el dedo en la nariz una vez... y otra... y otra...

Hermione, mientras tanto, leía con interés su programa forrado de terciopelo y adornado con borlas.

―Antes de que empiece el partido habrá una exhibición de las mascotas de los equipos ―leyó en voz alta.

―Eso siempre es digno de ver ―dijo el señor Weasley―. Las selecciones nacionales traen criaturas de su tierra para que hagan una pequeña exhibición.

Durante la siguiente media hora se fue llenando lentamente la tribuna. El señor Weasley no paró de estrechar la mano a personas que obviamente eran magos importantes. Percy se levantaba de un salto tan a menudo que parecía que tuviera un erizo en el asiento. Cuando llegó Cornelius Fudge, el mismísimo ministro de Magia, la reverencia de Percy fue tan exagerada que se le cayeron las gafas y se le rompieron.

Muy embarazado, las reparó con un golpe de la varita y a partir de ese momento se quedó en el asiento, echando miradas de envidia a Harry, a quien Cornelius Fudge saludó como si se tratara de un viejo amigo. Ya se conocían, y Fudge le estrechó la mano con ademán paternal, le preguntó cómo estaba y le presentó a los magos que lo acompañaban.

―Ya sabe, Harry Potter ―le dijo muy alto al ministro de Bulgaria, que llevaba una espléndida túnica de terciopelo negro con adornos de oro y parecía que no entendía una palabra de inglés―. ¡Harry Potter...! Seguro que lo conoce 'el niño que sobrevivió a Quien-usted-sabe...' Tiene que saber quién es...

El búlgaro vio de pronto la cicatriz de Harry y, señalándola, se puso a decir en voz alta y visiblemente emocionado cosas que nadie entendía.

―Sabía que al final lo conseguiríamos ―le dijo Fudge a Harry cansinamente―. No soy muy bueno en idiomas; para estas cosas tengo que echar mano de Barty Crouch. Ah, ya veo que su elfina doméstica le está guardando el asiento. Ha hecho bien, porque estos búlgaros quieren quedarse los mejores sitios para ellos solos... ¡Ah, ahí está Lucius!

Harry, Cedric, Ron y Hermione se volvieron rápidamente. Los que se encaminaban hacia tres asientos aún vacíos de la segunda fila, justo detrás del padre de Ron, no eran otros que los antiguos amos de Dobby: Lucius Malfoy, su hijo Draco y su esposa Narcissa.

Harry conocía a esta última por fotos que había visto y que Sirius le había enseñado.

Harry y Draco Malfoy habían tratado de ser amigos desde su primer día en Hogwarts, pero a finales de segundo se separaron por el bienestar de Harry.

De piel pálida, cara afilada y pelo rubio platino, Draco se parecía mucho a su padre. También su madre era rubia, alta y delgada, y habría parecido guapa si no hubiera sido por el gesto de asco de su cara, que daba la impresión de que, justo debajo de la nariz, tenía algo que olía a demonios.

―¡Ah, Fudge! ―dijo el señor Malfoy, tendiendo la mano al llegar ante el ministro de Magia―. ¿Cómo estás? Me parece que no conoces a mi mujer, Narcisa, ni a nuestro hijo, Draco.

―¿Cómo está usted?, ¿cómo estás? ―saludó Fudge, sonriendo e inclinándose ante la señora Malfoy―. Permítanme presentarles al señor Oblansk... Obalonsk... al señor... Bueno, es el ministro búlgaro de Magia, y, como no entiende ni jota de lo que digo, da lo mismo. Veamos quién más... Supongo que conoces a Arthur Weasley.

―Yo diría demasiado ―murmuro Ron.

Fue un momento muy tenso. El señor Weasley y el señor Malfoy se miraron el uno al otro, y Harry recordó claramente la última ocasión en que se habían visto: había sido en la librería Flourish y Blotts, y se habían peleado.

Y no hubieran parado, de no ser porque Remus lo separó.

Los fríos ojos del señor Malfoy recorrieron al señor Weasley y luego la fila en que estaba sentado.

―Por Dios, Arthur ―dijo con suavidad―, ¿qué has tenido que vender para comprar entradas en la tribuna principal? Me imagino que no te ha llegado sólo con la casa.

―Por Dios, Barbie Malfoy ―dijo Sirius en un tono burlón mientras se sentaba a lado de Arthur―, nunca creí que querías copiar mi estilo de cabello ―lanzo su cabello hacia atrás, tratando de parecer todo una diva―. Solo que es obvio que solo a mí me queda bien.

Lucius lo fulminó con la mirada.

Fudge, que no habia escuchado la conversación, dijo:

―Lucius acaba de aportar una generosa contribución para el Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas, Arthur. Ha venido aquí como invitado mío.

―¡Ah... qué bien! ―dijo el señor Weasley, con una sonrisa muy tensa.

El señor Malfoy observó a Hermione, quien se puso algo colorada, pero le devolvió la mirada con determinación. Harry comprendió qué era lo que provocaba aquella mueca de desprecio en los labios del señor Malfoy; los Malfoy se enorgullecían de ser de sangre limpia; lo que quería decir que consideraban de segunda clase a cualquiera que procediera de familia muggle, como Hermione. Sin embargo, el señor Malfoy no se atrevió a decir nada delante del ministro de Magia. Con la cabeza hizo un gesto desdeñoso al señor Weasley, y continuó caminando hasta llegar a sus asientos.

También Draco lanzó a Harry, Ron y Hermione una mirada de desprecio, mientras que a Cedric le evitó la mirada, luego se sentó entre sus padres.

―Asquerosos ―murmuró Ron cuando él, Harry, Cedric y Hermione se volvieron de nuevo hacia el campo de juego.

―¿Creen qué si lo golpeo quede inconsciente? ―pregunto Cedric mientras miraba al rubio con desprecio.

―No lo sé, pero si lo dejas inconsciente todo el año. Te lo agradecería.

Draco los miro y les hizo una mueca.

Harry y Hermione ―que eran los más cercanos conociendo el mundo muggle―. Le pararon el dedo al rubio. Haciendo que este habrá demasiado los ojos.

―¿Qué es lo que acaban de hacer? ―Ron los miraba confundidos, para después mirar su dedo.

―Es una seña ―Ron frunció el ceño―. Mala.

―¡Oh!

Un segundo más tarde, Ludo Bagman llegaba a la tribuna principal como si fuera un indio lanzándose al ataque de un fuerte.

―¿Todos listos? ―preguntó. Su redonda cara relucía de emoción como un queso de bola grande―. Señor ministro, ¿qué le parece si empezamos?

―Cuando tú quieras, Ludo ―respondió Fudge complacido.

Ludo sacó la varita, se apuntó con ella a la garganta y dijo:

―¡Sonorus! ―Su voz se alzó por encima del estruendo de la multitud que abarrotaba ya el estadio y retumbó en cada rincón de las tribunas―. Damas y caballeros... ¡Bienvenidos a la cuadringentésima vigésima segunda edición de la Copa del Mundo de quidditch!

Los espectadores gritaron y aplaudieron. Ondearon miles de banderas, y los discordantes himnos de sus naciones se sumaron al jaleo de la multitud. El enorme panel que tenían enfrente borró su último anuncio (Grageas multisabores de Bertie Bott: ¡un peligro en cada bocado!) y mostró a continuación:

BULGARIA: 0; IRLANDA: 0.

―Y ahora, sin más dilación, permítanme que les presente a... ¡las mascotas del equipo de Bulgaria!

Las tribunas del lado derecho, que eran un sólido bloque de color escarlata, bramaron su aprobación.

―Me pregunto qué habrán traído ―dijo el señor Weasley, inclinándose en el asiento hacia delante―. ¡Aaah! ―De pronto se quitó las gafas y se las limpió a toda prisa en la tela de la túnica―. ¡Son veelas!

Un centenar de veelas acababan de salir al campo de juego.
Las veelas eran mujeres, las mujeres más hermosas, según decían los libros que Harry había leído.

Comenzó la música.

Las veelas se pusieron a bailar, y la mente de Harry pensaba en cómo es que no le atraían esas velas. Miro a Ron, quien las miraba demasiado atento, y a su lado, Cedric, tenía sus ojos puestos en él.

―¿Por qué me miras?

―Se que si veo a las veelas me quedaré demasiado atento a ellas, pero. Prefiero ver a mi veela preferido.

Harry frunció el ceño, "¿Veela favorito?".

Le iba a preguntar a su novio, a que se refería al decir eso, pero escucho la voz de Hermione hablándole a Ron.

―Ron, ¿qué haces? ―le pregunto Hermione al pelirrojo, pero este no contesto.

Los tres miraron como él cerró los ojos y volvió a abrirlos. Se levantado del asiento, y puso un pie sobre la pared de la tribuna principal.

El estadio se sumió en gritos de protesta. La multitud no quería que las veelas se fueran.

Ron salió de su transe y miro a sus amigos.

―¿Qué pasó?

―Las veelas te convirtieron en un idiota ―comentó Cedric.

Quien recibió un zape de parte de Hermione.

―Lamentarás haberlos roto en cuanto veas a las mascotas de Irlanda ―le dijo.

―¿Eh? ―musitó Ron, mirando con la boca abierta a las veelas, que acababan de alinearse a un lado del terreno de juego.

Hermione chasqueó fuerte la lengua y tiró de Ron para que se volviera a sentar.

―¡Lo que hay que ver! ―exclamó.

―Y ahora ―bramó la voz de Ludo Bagman― tengan la bondad de alzar sus varitas para recibir a... ¡las mascotas del equipo nacional de Irlanda!

En aquel momento, lo que parecía ser un cometa de color oro y verde entró en el estadio como disparado, dio una vuelta al terreno de juego y se dividió en dos cometas más pequeños que se dirigieron a toda velocidad hacia los postes de gol. Repentinamente se formó un arco iris que se extendió de un lado a otro del campo de juego, conectando las dos bolas de luz. La multitud exclamaba «¡oooooooh!» y luego «¡aaaaaaah!», como si estuviera contemplando un castillo de fuegos de artificio.

A continuación, se desvaneció el arco iris, y las dos bolas de luz volvieron a juntarse y se abrieron, formaron un trébol enorme y reluciente que se levantó en el aire y empezó a elevarse sobre las tribunas. De él caía algo que parecía una lluvia de oro.

―¡Maravilloso! ―exclamó Ron cuando el trébol se elevó sobre el estadio dejando caer pesadas monedas de oro que rebotaban al dar en los asientos y en las cabezas de la multitud.

Entornando los ojos para ver mejor el trébol, Harry apreció que estaba compuesto de miles de hombrecitos diminutos con barba y chalecos rojos, cada uno de los cuales llevaba una diminuta lámpara de color oro o verde.

―¡Son leprechauns! ―explicó el señor Weasley, alzando la voz por encima del tumultuoso aplauso de los espectadores, muchos de los cuales estaban todavía buscando monedas de oro debajo de los asientos.

―¡Aquí tienes! ―dijo Ron muy contento, poniéndole a Harry un montón de monedas de oro en la mano―. ¡Por los omniculares! ¡Ahora me tendrás que comprar un regalo de Navidad, je, je!

El enorme trébol se disolvió, los leprechauns se fueron hacia el lado opuesto al que ocupaban las veelas, y se sentaron con las piernas cruzadas para contemplar el partido.

―Y ahora, damas y caballeros, ¡demos una calurosa bienvenida a la selección nacional de quidditch de Bulgaria! Con ustedes... ¡Dimitrov!

Una figura vestida de escarlata entró tan rápido montada sobre el palo de su escoba que sólo se pudo distinguir un borrón en el aire. La afición del equipo de Bulgaria aplaudió como loca.

―¡Ivanova!

Una nueva figura hizo su aparición zumbando en el aire, igualmente vestida con una túnica de color escarlata.

―¡Zograf!, ¡Levski!, ¡Vulchanov!, ¡Volkov! yyyyyyyyy... ¡Krum!

―¡Es él, es él! ―gritó Ron, siguiendo a Krum con los omniculares. Harry se apresuró a enfocar los suyos. Pero estos fueron tomados por Cedric, Harry lo miro confundido.

―¿Y los tuyos?

―Aquí están ―indicó Cedric.

―¿Entonces por qué me quitas los míos? ―pregunto confundido.

―Sabes Harry, a veces creo que sacaste la inocencia de tú madre ―dijo Sirius para después seguir viendo el juego, al igual que Cedric. Dejando a un Harry más confundido.

―Y recibamos ahora con un cordial saludo ¡a la selección nacional de quidditch de Irlanda! ―bramó Bagman―. Les presento a... ¡Connolly!, ¡Ryan!, ¡Troy!, ¡Mullet!, ¡Moran!, ¡Quigley! yyyyyyyyy... ¡Lynch!

Siete borrones de color verde rasgaron el aire al entrar en el campo de juego. Harry le quito sus omniculares a Cedric y en foco a los jugadores, dio vueltas a una ruedecilla lateral de los omniculares para ralentizar el movimiento de los jugadores hasta conseguir ver la inscripción «Saeta de Fuego» en cada una de las escobas y los nombres de los jugadores bordados en plata en la parte de atrás de las túnicas.

―Y ya por fin, llegado desde Egipto, nuestro árbitro, el aclamado Presimago de la Asociación Internacional de Quidditch: ¡Hasán Mustafá!

Entonces, caminando a zancadas, entró en el campo de juego un mago vestido con una túnica dorada que hacía juego con el estadio. Era delgado, pequeño y totalmente calvo salvo por el bigote. Debajo de aquel bigote sobresalía un silbato de plata; bajo un brazo llevaba una caja de madera, y bajo el otro, su escoba voladora. Harry volvió a poner en velocidad normal sus omniculares y observó atentamente a Mustafá mientras éste montaba en la escoba y abría la caja con un golpe de la pierna: cuatro bolas quedaron libres en ese momento: la quaffle, de color escarlata; las dos bludgers negras, y Harry la vio sólo durante una fracción de segundo, porque inmediatamente desapareció de la vista la alada, dorada y minúscula snitch. Soplando el silbato, Mustafá emprendió el vuelo detrás de las bolas.

―¡Comieeeeeeeeenza el partido! ―gritó Bagman―. Todos despegan en sus escobas y ¡Mullet tiene la quaffle! ¡Troy! ¡Moran! ¡Dimitrov! ¡Mullet de nuevo! ¡Troy! ¡Levski! ¡Moran!

Aquello era quidditch como Harry no había visto nunca. Se apretaba tanto los omniculares contra los cristales de las gafas que se hacía daño con el puente. La velocidad de los jugadores era increíble: los cazadores se arrojaban la quaffle unos a otros tan rápidamente que Bagman apenas tenía tiempo de decir los nombres.

-¡TROY MARCA! -bramó Bagman, y el estadio entero vibró entre vítores y aplausos-. ¡Diez a cero a favor de Irlanda!

Troy daba una vuelta de honor al campo de juego.

Harry miró por encima de los omniculares, y vio que los leprechauns, que observaban el partido desde las líneas de banda, habían vuelto a elevarse y a formar el brillante y enorme trébol. Desde el otro lado del campo, las veelas los miraban mal encaradas.

Harry sabía lo suficiente de quidditch para darse cuenta de que los cazadores de Irlanda eran soberbios. Formaban un equipo perfectamente coordinado, y, por las posiciones que ocupaban, parecía como si cada uno pudiera leer la mente de los otros. La escarapela que llevaba Harry en el pecho no dejaba de gritar sus nombres:

«¡Troy... Mullet... Moran!»

Al cabo de diez minutos, Irlanda había marcado otras dos veces, hasta alcanzar el treinta a cero, lo que había provocado mareas de vítores atronadores entre su afición, vestida de verde.

El juego se tomó aún más rápido pero también más brutal. Volkov y Vulchanov, los golpeadores búlgaros, aporreaban las bludgers con todas sus fuerzas para pegar con ellas a los cazadores del equipo de Irlanda, y les impedían hacer uso de algunos de sus mejores movimientos: dos veces se vieron forzados a dispersarse y luego, por fin, Ivanova logró romper su defensa, esquivar al guardián, Ryan, y marcar el primer tanto del equipo de Bulgaria.

-¡Metanse los dedos en las orejas! -les gritó el señor Weasley cuando las veelas empezaron a bailar para celebrarlo. Harry observo como Cedric cerraba los ojos.

Se mantuvo observando a Cedric, hasta después de unos minutos decidió éste abrir los ojos, cuando el azabache miro hacia al frente, noto que las veelas ya habían dejado de bailar, y Bulgaria volvía a estar en posesión de la quaffle.

-¡Dimitrov! ¡Levski! ¡Dimitrov! Ivanova... ¡ ¡eh!! -bramó Bagman.

Cien mil magos y brujas ahogaron un grito cuando los dos buscadores, Krum y Lynch, cayeron en picado por en medio de los cazadores, tan veloces como si se hubieran tirado de un avión sin paracaídas. Harry siguió su descenso con los omniculares, entrecerrando los ojos para tratar de ver dónde estaba la snitch...

-¡Se van a estrellar! -gritó Hermione a su lado. Y así parecía... hasta que en el último segundo Viktor Krum frenó su descenso y se elevó con un movimiento de espiral. Lynch, sin embargo, chocó contra el suelo con un golpe sordo que se oyó en todo el estadio.

Un gemido brotó de la afición irlandesa.

-¡Tonto! -se lamentó el señor Weasley-. ¡Krum lo ha engañado!

-¡Tiempo muerto! -gritó la voz de Bagman-. ¡Expertos medimagos tienen que salir al campo para examinar a Aidan Lynch!

-Estará bien, ¡sólo ha sido un castañazo! -le dijo Charlie en tono tranquilizador a Ginny, que se asomaba por encima de la pared de la tribuna principal, horrorizada-. Que es lo que andaba buscando Krum, claro...

Harry se apresuró a apretar el botón de retroceso y luego el de «jugada a jugada» en sus omniculares, giró la ruedecilla de velocidad, y se los puso otra vez en los ojos.

Vio de nuevo, esta vez a cámara lenta, a Krum y Lynch cayendo hacia el suelo. Amago de Wronski: un desvío del buscador muy peligroso, leyó en las letras de color púrpura impresas en la imagen. Vio que el rostro de Krum se contorsionaba a causa de la concentración cuando, justo a tiempo, se frenaba para evitar el impacto, mientras Lynch se estrellaba, y comprendió que Krum no había visto la snitch: sólo se había lanzado en picado para engañar a Lynch y que lo imitara. Harry no había visto nunca a nadie volar de aquella manera.

Krum no parecía usar una escoba voladora: se movía con tal agilidad que más bien parecía ingrávido. Harry volvió a poner sus omniculares en posición normal, y enfocó a Krum, que volaba en círculos por encima de Lynch, a quien en esos momentos los medimagos trataban de reanimar con tazas de poción.

―Es grandioso ―dijo Harry en voz baja, ganándose una mirada enojada de Cedric.

Se empezó a reír por lo que habia ocasionado ese comentario, ahora entendía lo de los omniculares.

Le dio un beso en el cachete al castaño, haciéndolo sonreír.

―Sabes que solo te quiero a ti, Ced.

―Me alegra saber eso ―se acercó al menor, estaba tan solo 5 centímetros de los labios de éste―. Y yo también solo te quiero a ti.

Agarro el mentón del azabache, lo acerco a él para besarlo, pero termino besando un sombrero.

Miro a Sirius, quien lo miraba con enojo.

―El esta pequeño aún.

―Sirius.

Remus se pasó sus manos por su cara, Hermione y Ron se reían, mientras que Harry y Cedric estaban sonrojados.

―A la próxima no traigamos a Sirius.

―¡Oye!

―Sabes que, si.

Harry, quien trataba de ocultar su vergüenza por la escena de hace un momento, volvió a ponerse los omniculares y enfocando a Krum, aún más de cerca su rostro, Harry vio cómo sus oscuros ojos recorrían el terreno que había treinta metros más abajo.

Estaba aprovechando el tiempo para buscar la snitch sin la interferencia de otros jugadores.

Finalmente, Lynch se incorporó, en medio de los vítores de la afición del equipo de Irlanda, montó en la Saeta de Fuego y, dando una patada en la hierba, levantó el vuelo. Su recuperación pareció otorgar un nuevo empuje al equipo de Irlanda. Cuando Mustafá volvió a pitar, los cazadores se pusieron a jugar con una destreza que Harry no había visto nunca.

En otros quince minutos trepidantes, Irlanda consiguió marcar diez veces más. Ganaban por ciento treinta puntos a diez, y los jugadores comenzaban a jugar de manera más sucia.

Cuando Mullet, una vez más, salió disparada hacia los postes de gol aferrando la quaffle bajo el brazo, el guardián del equipo búlgaro, Zograf, salió a su encuentro. Fuera lo que fuera lo que sucedió, ocurrió tan rápido que Harry no pudo verlo, pero un grito de rabia brotó de la afición de Irlanda, y el largo y vibrante pitido de Mustafá indicó falta.

-Y Mustafá está reprendiendo al guardián búlgaro por juego violento... ¡Excesivo uso de los codos! -informó Bagman a los espectadores, por encima de su clamor-. Y... ¡sí, señores, penalti favorable a Irlanda!

Los leprechauns, que se habían elevado en el aire, enojados como un enjambre de avispas cuando Mullet había sufrido la falta, se apresuraron en aquel momento a formar las palabras: «¡JA, JA, JA!» Las veelas, al otro lado del campo, se pusieron de pie de un salto, agitaron de enfado sus melenas y volvieron a bailar.

Todos a una, los chicos Weasley y Cedric se metieron los dedos en los oídos; pero Hermione y Harry, que no se habían tomado la molestia de hacerlo, no tardaron en tirar del brazo a Ron y Cedric. Ellos se volvieron hacia ambos, y Hermione, con un gesto de impaciencia, le quitó los dedos de las orejas a los dos chicos.

-¡Fíjense en el árbitro! -les dijo riéndose.

Los dos miraron el terreno de juego.

Hasán Mustafá había aterrizado justo delante de las veelas y se comportaba de una manera muy extraña: flexionaba los músculos y se atusaba nerviosamente el bigote.

-¡No, esto sí que no! -dijo Ludo Bagman, aunque parecía que le hacía mucha gracia-. ¡Por favor, que alguien le dé una palmada al árbitro!

Un medimago cruzó a toda prisa el campo, tapándose los oídos con los dedos, y le dio una patada a Mustafá en la espinilla. Mustafá volvió en sí. Harry, mirando por los omniculares, advirtió que parecía muy embarazado y que les estaba gritando a las veelas, que habían dejado de bailar y adoptaban ademanes rebeldes.

-Y, si no me equivoco, ¡Mustafá está tratando de expulsar a las mascotas del equipo búlgaro! -explicó la voz de Bagman-. Esto es algo que no habíamos visto nunca... ¡Ah, la cosa podría ponerse fea...!

Y, desde luego, se puso fea: los golpeadores del equipo de Bulgaria, Volkov y Vulchanov, habían tomado tierra uno a cada lado de Mustafá, y discutían con él furiosamente señalando hacia los leprechauns, que acababan de formar las palabras: «¡JE, JE, JE!» Pero a Mustafá no lo cohibían los búlgaros: señalaba al aire con el dedo, claramente pidiéndoles que volvieran al juego, y, como ellos no le hacían caso, dio dos breves soplidos al silbato.

-¡Dos penaltis a favor de Irlanda! -gritó Bagman, y la afición del equipo búlgaro vociferó de rabia-. Será mejor que Volkov y Vulchanov regresen a sus escobas... Sí... ahí van... Troy toma la quaffle...

A partir de aquel instante el juego alcanzó nuevos niveles de ferocidad. Los golpeadores de ambos equipos jugaban sin compasión: Volkov y Vulchanov, en especial, no parecían preocuparse mucho si en vez de a las bludgers golpeaban con los bates a los jugadores irlandeses. Dimitrov se lanzó hacia Moran, que estaba en posesión de la quaffle, y casi la derriba de la escoba.

-¡Falta! -corearon los seguidores del equipo de Irlanda todos a una, y al levantarse a la vez, con su color verde, semejaron una ola.

-¡Falta! -repitió la voz mágicamente amplificada de Ludo Bagman-. Dimitrov pretende acabar con Moran... volando deliberadamente para chocar con ella... Eso será otro penalti... ¡Sí, ya oímos el silbato!

Los leprechauns habían vuelto a alzarse en el aire, y formaron una mano gigante que hacía un signo muy grosero dedicado a las veelas que tenían enfrente. Entonces las veelas perdieron el control. Se lanzaron al campo y arrojaron a los duendes lo que parecían puñados de fuego. A través de sus omniculares, Harry vio que su aspecto ya no era bello en absoluto. Por el contrario, sus caras se alargaban hasta convertirse en cabezas de pájaro con un pico temible y afilado, y unas alas largas y escamosas les nacían de los hombros.

-¡Por eso, muchachos -gritó el señor Weasley para hacerse oír por encima del tumulto-, es por lo que no hay que fijarse sólo en la belleza!

―Eso ya lo se señor Weasley ―dijo Cedric mientras miraba a Harry.

―¿Le estas diciendo feo a este niño? ―pregunto George mientras se sentaba a lado de él.

―¡¿Qué?! No, a lo que me refiero es que...

―¡Le dijiste feo! ,¡y lo confirmaste cuando lo miraste! ―dijo Fred casi gritando.

―¡Chicos, basta! A lo que se refería Cedric es que Harry es demasiado amable, tierno, inteligente y lindo, que su belleza no le importo, si no más bien se enamoró de como es.

Después de que Remus les explicara a lo que se refería Cedric, ambos gemelos se calmaron.

―En fin, le dijo feo ―dijo entre dientes Sirius, para después tomarle a su jugo.

Remus cerro los ojos, respiro ondo, y después soltó el aire.

―No volveré a explicar.

―Miren.

Ron apunto hacia el campo y todos dirigieron su mirada hacia donde apuntaba.

Los magos del Ministerio se lanzaron en tropel al terreno de juego para separar a las veelas y los leprechauns, pero con poco éxito. Y la batalla que tenía lugar en el suelo no era nada comparada con la del aire.

-Levski... Dimitrov... Moran... Troy... Mullet... Ivanova... De nuevo Moran... Moran... ¡Y MORAN CONSIGUE MARCAR!

Pero apenas se pudieron oír los vítores de la afición irlandesa, tapados por los gritos de las veelas, los disparos de las varitas de los funcionarios y los bramidos de furia de los búlgaros. El juego se reanudó enseguida:

Primero Levski se hizo con la quaffle, luego Dimitrov... Quigley, el golpeador irlandés, le dio a una bludger que pasaba a su lado y la lanzó con todas sus fuerzas contra Krum, que no consiguió esquivarla a tiempo, le pegó de lleno en la cara.

La multitud lanzó un gruñido ensordecedor. Parecía que Krum tenía la nariz rota, porque la cara estaba cubierta de sangre, pero Mustafá no hizo uso del silbato. La jugada lo había pillado distraído, y Harry no podía reprochárselo; una de las veelas le había tirado un puñado de fuego, y la cola de su escoba se encontraba en llamas.

Harry estaba deseando que alguien interrumpiera el partido para que pudieran atender a Krum. Aunque estuviera de parte de Irlanda, Krum le seguía pareciendo el mejor jugador del partido. Obviamente, Ron pensaba lo mismo.

-¡Esto tiene que ser tiempo muerto! No puede jugar en esas condiciones, míralo...

-¡Mira a Lynch! -le contestó Harry.

El buscador irlandés había empezado a caer repentinamente, y Harry comprendió que no se trataba del «Amago de Wronski» aquello era de verdad.

-¡Ha visto la snitch! -gritó Harry-. ¡La ha visto! ¡Míralo!

Sólo la mitad de los espectadores parecía haberse dado cuenta de lo que ocurría. La afición irlandesa se levantó como una ola verde, gritando a su buscador... pero Krum fue detrás. Harry no sabía cómo conseguía ver hacia dónde se dirigía. Iba dejando tras él un rastro de gotas de sangre, pero se puso a la par de Lynch, y ambos se lanzaron de nuevo hacia el suelo...

-¡Van a estrellarse! -gritó Hermione.

-¡Nada de eso! -negó Ron.

-¡Lynch sí! -gritó Harry.

Y acertó. Por segunda vez, Lynch chocó contra el suelo con una fuerza tremenda, y una horda de veelas furiosas empezó a darle patadas.

-La snitch, ¿dónde está la snitch? -gritó Charlie, desde su lugar en la fila.

-¡La tiene...! ¡Krum la tiene...! ¡Ha terminado! -gritó Cedric.

Krum, que tenía la túnica roja manchada con la sangre que le caía de la nariz, se elevaba suavemente en el aire, con el puño en alto y un destello de oro dentro de la mano.

El tablero anunció «BULGARIA: 160; IRLANDA: 170» a la multitud, que no parecía haber comprendido lo ocurrido. Luego, despacio, como si acelerara un enorme Jumbo, un bramido se alzó entre la afición del equipo de Irlanda, y fue creciendo más y más hasta convertirse en gritos de alegría.

-¡IRLANDA HA GANADO! -voceó Bagman, que, como los mismos irlandeses, parecía desconcertado por el repentino final del juego-. ¡KRUM HA COGIDO LA SNITCH, PERO IRLANDA HA GANADO! ¡Dios Santo, no creo que nadie se lo esperara!

-¿Y para qué ha cogido la snitch? -exclamó Ron, al mismo tiempo que daba saltos en su asiento, aplaudiendo con las manos elevadas por encima de la cabeza-. ¡El muy idiota ha dado por finalizado el juego cuando Irlanda les sacaba ciento sesenta puntos de ventaja!

-Sabía que nunca conseguirían alcanzarlos -le respondió Harry, gritando para hacerse oír por encima del estruendo, y aplaudiendo con todas sus fuerzas

-Los cazadores del equipo de Irlanda son demasiado buenos. Quiso terminar lo mejor posible, eso es todo...

-Ha estado magnífico, ¿verdad? -dijo Hermione, inclinándose hacia delante para verlo aterrizar, mientras un enjambre de medimagos se abría camino hacia él entre los leprechauns y las veelas, que seguían peleándose-. Está hecho una pena...

Harry volvió a mirar por los omniculares. Era difícil ver lo que ocurría en aquel momento, porque los leprechauns zumbaban de un lado para otro por el terreno de juego, pero consiguió divisar a Krum entre los medimagos. Parecía más hosco que nunca, y no les dejaba ni que le limpiaran la sangre. Sus compañeros lo rodeaban, moviendo la cabeza de un lado a otro y con aspecto abatido. A poca distancia, los jugadores del equipo de Irlanda bailaban de alegría bajo una lluvia de oro que les arrojaban sus mascotas. Por todo el estadio se agitaban las banderas, y el himno nacional de Irlanda atronaba en cada rincón. Las veelas recuperaron su aspecto habitual, nuevamente hermosas, aunque tristes.

-«Vueno», hemos luchado «vrravamente» -dijo detrás de Harry una voz lúgubre. Miró hacia atrás, era el ministro búlgaro de Magia.

-¡Usted habla nuestro idioma! -dijo Fudge, ofendido-. ¡Y me ha tenido todo el día comunicándome por gestos!

-«Vueno», eso fue muy «divertida» -dijo el ministro búlgaro, encogiéndose de hombros.

-¡Y mientras la selección irlandesa da una vuelta de honor al campo, escoltada por sus mascotas, llega a la tribuna principal la Copa del Mundo de quidditch! -voceó Bagman.

A Harry lo deslumbró de repente una cegadora luz blanca que bañó mágicamente la tribuna en que se hallaban, para que todo el mundo pudiera ver el interior. Entornando los ojos y mirando hacia la entrada, pudo distinguir a dos magos que llevaban, jadeando, una gran copa de oro que entregaron a Cornelius Fudge, el cual aún parecía muy contrariado por haberse pasado el día comunicándose por señas sin razón.

-Dediquemos un fuerte aplauso a los caballerosos perdedores: ¡la selección de Bulgaria! -gritó Bagman.

Y, subiendo por la escalera, llegaron hasta la tribuna los siete derrotados jugadores búlgaros. Abajo, la multitud aplaudía con aprecio. Harry vio miles y miles de omniculares apuntando en dirección a ellos.

Uno a uno, los búlgaros desfilaron entre las butacas de la tribuna, y Bagman los fue nombrando mientras estrechaban la mano de su ministro y luego la de Fudge. Krum, que estaba en último lugar, tenía realmente muy mal aspecto. Los ojos negros relucían en medio del rostro ensangrentado. Todavía agarraba la snitch. Harry percibió que en tierra sus movimientos parecían menos ágiles. Era un poco patoso y caminaba cabizbajo. Pero, cuando Bagman pronunció el nombre de Krum, el estadio entero le dedicó una ovación ensordecedora.

Y a continuación subió el equipo de Irlanda. Moran y Connolly llevaban a Aidan Lynch. El segundo batacazo parecía haberlo aturdido, y tenía los ojos desenfocados. Pero sonrió muy contento cuando Troy y Quigley levantaron la Copa en el aire y la multitud expresó estruendosamente su aprobación.

A Harry le dolían las manos de tanto aplaudir.

Al final, cuando la selección irlandesa bajó de la tribuna para dar otra vuelta de honor sobre las escobas (Aidan Lynch montado detrás de Connolly, agarrándose con fuerza a su cintura y todavía sonriendo como aturdido),

Bagman se apuntó con la varita a la garganta y susurró: ¡Quietus!

-Se hablará de esto durante años -dijo con la voz ronca-. Ha sido un giro verdaderamente inesperado. Es una pena que no haya durado más... Ah, ya... ya... ¿Cuánto les debo?

Fred y George acababan de subirse sobre los respaldos de sus butacas y permanecían frente a Ludo Bagman con una amplia sonrisa y la mano tendida hacia él.

━━━━━ • § • ❈ • § • ━━━━━

Un capítulo largo.

En si, es casi todo un capítulo del libro, quise meter eso ya que me encanta este capítulo. Aunque no se porque, jdbdhbrnjf.

Estaré actualizando tal vez un día si, pasa dos, y vuelvo a actualizar.
Pero será con esta historia, con la otra tal vez será cada 3 días.

Espero y estén bien, y los que estén en clases, les vaya bien.

Que tengan un lindo día.✨💕

𝐑 . 𝐃

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