Amor y Wasabi [TERMINADA]

Par natvalensky

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Tim Kobayashi es un joven chef que quiere ser el mejor. Sin embargo, su sueño se ve más lejano cuando lo des... Plus

1: La amarga derrota
2: Waffles
3: La reina de la comida enlatada
4: Soufflé
5: La langosta
6: Cabernet sauvignon
7: Pastel de lava
8: Chaquetas Blancas
9: Salsa quemada
10: Cuchillos
11: El reto del jamón
12: Pollo y pastel
13: Raviolis
14: Solo será una cena
15: Dulce
16: Jugosa información
17: De la sartén al fuego
19: El desayuno de la vergüenza
20: Sashimi
21: Ikigai
22: Bullabesa
23: Sake
24: Lo dulce necesita sal
25: Las ventajas de olvidar el postre
26: Un buen jefe de cocina
27: Chardonnay
28: Jugo de felicidad
29: Chef de poca monta
30: Rojo cereza
31: Wasabi
32: Insípido
33: La receta más difícil
34: El platillo inconcluso
35: Los comensales
36: El plato fuerte
37: El veredicto final
Epílogo
Agradecimientos
Anuncio (buenas nuevas 2023)
Cast (o algo así)

18: Por culpa del vino

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Par natvalensky

[Advertencia antes de iniciar el capítulo]

No soy asidua a escribir notas al inicio, pero en esta ocasión me pareció pertinente.

En este capítulo Debra tendrá pensamientos bastante horribles sobre sí misma y su imagen. Así que, si son sensibles ante estos temas les sugiero que lean con precaución.

.

El día anterior, Tim y Debra se dieron cuenta de que seguir con las clases de cocina tal como lo habían estado haciendo no era buena idea. Esa tarde se la pasaron en el auto conversando, riendo, y sí, besándose. Lo último que hicieron fue cocinar, y Tim se negaba a seguir cobrándole a Debra si de ahora en adelante invertirían así el tiempo de sus clases.

La solución de la mujer fue simple, y después de mucha insistencia, él aceptó.

Debra le enseñaría a patinar y él le enseñaría a cocinar.

Así que allí estaba ese viernes, llegando a la entrada del nuevo departamento de la mujer, tocando la puerta y aguardando.

Pero quien le abrió no fue quien él esperaba.

—Hola... tú debes ser Kate —saludó, incómodo.

Una niña de ocho años, rubia igual que Debra, lo veía desde abajo con una mirada acusadora.

—Sí, ¿quién eres tú? —preguntó la niña, cruzando los brazos.

—¡Kaate! ¡¿Es Tim?! —se escuchó la voz de Debra dentro del departamento.

—¡¿El que se parece a Jackie Chan?! —respondió la niña, indiscretamente.

—¡No se parece! —la regañó Debra—. ¡Pero sí, es él! ¡Hazlo pasar!

—No me parezco a Jackie Chan. Él es chino, yo soy de ascendencia japonesa —le explicó Tim a la niña.

Pero Kate solo le sacó la lengua y le dejó pasar. El departamento de Debra era pequeño, acogedor y un tanto desordenado, quizá gracias a la hija. La ventana de la sala estaba abierta, desde donde se escuchaba el tráfico y los gritos de los niños de un parque cercano. Era un lugar muy distinto al suyo, donde todo estaba impecable, pero vacío, aburrido y silencioso.

Tomó asiento en el pequeño sofá marrón. Kate, por otro lado, se quedó de pie, observando.

—¿Sabes kung-fu? —preguntó la niña.

—No, ya te dije que no soy Jackie Chan —respondió Tim con paciencia.

Nunca fue bueno hablando con niños, y eso se notaba más que nunca. Fue una suerte que no duraran mucho tiempo a solas.

—¡Tim, hola! —Debra apareció tras una puerta, presumiblemente la de su habitación—. Llegaste antes.

—Sí, no hubo tanto tráfico como pensé —se excusó él, levantándose para saludarla con un beso en la mejilla.

—Veo que ya conociste a Kate.

Ambos adultos voltearon hacia la niña, que los examinaba todavía con los brazos cruzados y el ceño fruncido.

—¿Ahora él es tu novio? —inquirió la niña.

—¡Katherine! No seas maleducada —la reprendió Debra. Era extraño verla en su papel de madre.

—¿Por eso me vas a dejar con los vecinos? ¿Porque sales con Jackie Chan? —continuó la niña, molesta.

—Cariño, solo van a ser unas horas. Y te llevas bien con las hijas de la vecina, te divertirás más que con la señora Hudson —la intentó convencer Debra.

Pero Kate seguía reticente.

—Y... ¿Qué tal si cuando regrese te traigo un bote de helado de fresa solo para ti? —añadió la madre, subiendo la oferta.

Tim sintió la mirada de odio que la niña le dirigía antes de ceder y decir:

—Bien... pero te diré algo.

La hija se acercó y susurró en el oído de su madre. Debra se rio, ambas miraron a Tim y volvieron a reírse, compartiendo alguna broma privada. Pero él estaba cada vez más nervioso, y después de que dejaran a Kate con los vecinos no pudo evitar preguntarle a Debra.

—¿Qué te dijo Kate?

—Que eras un fraude como asiático porque no sabes kung-fu —respondió la mujer, divertida.

Su sonrisa se le contagió a él. Aunque la niña lo odiara por ahora, no podía negar que era adorable.

***

A Debra le emocionaba la idea de ser ahora la maestra. Tal vez demasiado. Llegaron a la pista de patinaje, y mientras se ponían los patines, podía ver que Tim dudaba.

—¿Nervioso? —le preguntó.

—¿Por mantener el equilibrio en unos zapatos cuya suela es básicamente un cuchillo? No, para nada —respondió Tim con sarcasmo.

—Ven, no es tan difícil.

Debra se levantó y le ofreció la mano. Dieron unos pasos hasta la entrada de la pista, donde se quitaron los protectores de las cuchillas. Ella tenía mucho tiempo sin patinar, pero en cuanto tocó el hielo, pareció que lo había estado haciendo toda su vida. Era como andar en bicicleta. Tim, por otra parte...

—Debra... no puedo hacerlo —El pobre no se había soltado de la puerta a la pista, temeroso de caerse.

—Claro que puedes. Vamos, toma mi mano.

Le extendió la mano, con la suficiente distancia para obligarlo a abandonar la puerta. Una familia de cuatro estaban esperando a que Tim les cediera el paso, y se veían molestos.

El pobre tomó impulso y se aferró a su brazo como si de un salvavidas se tratase. No perdió el equilibrio por muy poco.

—¡Tim, vas a arrancarme el brazo! —protestó ella, aunque más bien le causaba gracia.

—Perdón... perdón. Es que sentía que me iba a...

Y como si lo estuviera augurando, Tim volvió a perder el equilibrio y ambos cayeron al hielo.

—Auch... —masculló Debra.

—¡Debra, lo siento, lo siento tanto! ¿Estás bien? —Tim se veía avergonzado, tenía las mejillas rojas como tomates.

—Calma, estoy bien. Estoy acostumbrada —dijo ella con calma.

Se levantó y le extendió ambas manos a Tim, quien después de dos intentos pudo volver a ponerse de pie.

—Ok, iremos con más calma esta vez, ¿sí?

—Bueno... —murmuró Tim, inseguro.

—Comencemos con lo más básico: cómo moverse —Oh, era tan divertido ser ahora la profesora—. La idea es que empujes con un pie y te deslices, ¿entiendes?

—Creo...

Debra entrelazó sus manos y empezó a patinar hacia atrás, remolcando a Tim mientras él trataba de mantener el equilibrio. Poco a poco comenzaba a tener más estabilidad, así que juzgó que era un buen momento para soltarle las manos.

—¡Debra, no! —exclamó Tim.

Pero sin darse cuenta, estaba manteniendo el equilibrio por sí solo.

—Muy bien. Aprendes rápido —lo felicitó.

—Tengo una gran maestra —repuso Tim.

—Mmm, es cierto. Con un poco más de práctica, podrás hacer cosas como estas...

Y alejándose de él, comenzó a patinar más rápido por la pista. No se atrevía a hacer ningún salto ni maniobra peligrosa por la falta de práctica, pero el simple hecho de patinar y hacer uno que otro giro era suficiente para que de nuevo se sintiera libre y viva.

Regresó otra vez con Tim, que al menos ya podía estar de pie por sí solo, y lo vio con los ojos brillantes, incapaces de separarse de ella.

—¿Qué? —preguntó, algo incómoda por su mirada—. Antes era mejor, pero...

—Eso fue hermoso —murmuró él.

Ella se le acercó y le dio un merecido beso en los labios.

***

Después de esa divertida clase de patinaje comenzó a llover, así que en vez de salir a comer, Debra convenció a Tim de que le mostrara su otro talento. Fueron a su departamento, y en el camino ella llamó a la vecina que cuidaba de Kate para avisarle que llegaría bastante tarde.

Para ir con el ambiente, Tim encendió velas y sirvió dos copas de un vino elegante cuyo nombre ella no supo pronunciar. Entonces fue por el estuche, sacó el instrumento, y comenzó a tocar el violín.

Era una melodía dulce, hermosa, algo triste. Pero lo que más conmovió a Debra era el sentimiento que expresaba el rostro de Tim, con los ojos cerrados, sintiendo en su ser cada nota, moviendo los dedos con rapidez y delicadeza.

Cuando terminó, las lágrimas se corrían silenciosamente por sus mejillas.

—Oh no, Debra... no llores —Tim dejó a un lado el violín, se sentó a su lado y la abrazó—. Creo debí tocar algo más alegre...

—No, estoy bien. Es que... eso fue tan hermoso —explicó ella, limpiándose las lágrimas.

Tomó un trago de vino para calmarse.

—Debes estar acostumbrado a causar esta reacción en las chicas —dijo ella para aligerar el ambiente.

—¿Bromeas, no? Soy pésimo con las mujeres.

—Claro que no —negó ella—. Apuesto a que en la secundaria tenías tu club de admiradoras.

—Pues no. Lo único que tenía era un grupo de idiotas que me fastidiaban todos los días —dijo Tim con amargura.

—¿En serio?

—Sí, tú sabes. El típico calzón chino, cabeza al inodoro... una vez llenaron mi mochila de pollo crudo.

—¿Qué? ¿Por qué te hicieron eso? —Debra estaba anonadada.

—Ellos inventaron un apodo estúpido... —Titubeó, como si le costara decirlo—. Me decían... Teriyaki Tim. Tú sabes, por el pollo que hago...

En otras circunstancias, Debra se hubiese reído del ridículo apodo. Pero Tim se veía tan afligido por esos recuerdos que fue impensable para ella.

—Eso es horrible, Tim. No puedo creerlo...

—No es tan raro. Era un chico asiático debilucho que tocaba el violín y amaba cocinar. Casi pedía a gritos que lo hicieran —Para pasar el trago amargo, bebió casi toda la copa de vino—. En ese tiempo Amanda era mi única amiga. Y bueno, en ese aspecto no ha cambiado.

—Pero ahora eres asombroso —intervino ella—. Eres un chef profesional, enseñas a la gente, estás a punto de ganar una competencia, y... y eres el hombre más dulce y maravilloso que he conocido.

—Oh, vaya... gracias...

Tim no supo cómo encarar el halago. Debra poco a poco se daba cuenta de cuando los halagos que le daban eran demasiado para él.

—Y... ¿Cómo eras tú en la secundaria?

—No quieres saberlo —contestó ella.

—Oh vamos, no puede ser tan malo como lo mío.

—Créeme, lo es.

—Anda, dime...

—Pero qué buen vino, ¿no? —dijo ella, bebiendo la mitad de su copa para tratar de evadir la pregunta.

—Debra...

—Bien —cedió ella. Se acomodó y lo miró a los ojos, preparándose para su reacción—. Yo era la capitana de las animadoras.

—¿Qué? —soltó Tim—. No te creo...

—Oye, han pasado diez años y un embarazo, obvio no iba a conservar mi cuerpo de la secundaria.

—No, no me refiero a eso —explicó Tim—. Es que tú... eres tan buena y amable. ¿Cómo es que terminaste siendo animadora?

—Las animadoras no son demonios, Tim.

—Las de mi escuela sí que lo eran.

—Pues, en realidad yo no quise ser animadora —comenzó a explicar Debra—. Quería ser patinadora, como sabes, pero mi madre dijo que no era lo suficientemente buena para ser profesional, y que si quería entrar a la universidad tenía que conseguir alguna beca en otra cosa.

—Eso no está nada bien, ella tenía que apoyarte —intervino Tim.

Debra se encogió de hombros.

—Supongo, pero nunca tuvimos una buena relación. El punto es que era bonita y flexible, así que me uní a las animadoras, terminé siendo la capitana y gané mi beca.

—¿Y eras malvada? —bromeó Tim.

Pero muy a su pesar, Debra no pudo negarlo. 

—Yo... no era la misma persona que soy ahora. Solo era una niña estúpida, pero sé que no es excusa. Así que cuando llegó Marlon... pensé que era una especie de karma, por todos esos años.

Se cruzó de brazos y clavó la vista en el suelo. Eran increíbles las vueltas que daba la vida. Una animadora y un nerd hostigado, que diez años después salían juntos. Tal vez fuera una tontería, pero Debra sentía que no se lo merecía.

Tim, quien seguramente no concordaba con ella, posó una mano sobre su rodilla.

—No merecías sufrir tanto, Debra. Era la secundaria, no es importante.

—Pero creo que se hizo justicia, ¿no? Tú eres un chef profesional y talentoso, y yo soy gorda, fracasada y divorciada...

—Alto ahí —la cortó Tim, muy serio—. Tú no eres ninguna fracasada, Debra. Tienes un trabajo, tuviste la valentía de salir de una relación horrible, crías a una hija tú sola, eres inteligente, amable y eres hermosa, en tantos niveles que no sé por dónde empezar.

Debra estaba anonadada. Nadie jamás le había hablado así, nadie. Las lágrimas amenazaban con salir otra vez.

—Ay, Tim...

Pero antes de que pudiera decir algo más, él volvió a besarla.

Tal vez fuera por culpa del vino, porque ambos abrieron su corazón y contaron horribles experiencias, o por las hermosas palabras que se habían dicho el uno al otro. Fuera por la razón que fuera, Debra comenzó a sentir que ese beso se transformaba en algo más, ella quería más de él.

Se separó unos centímetros de él, tomó aire y decidió arriesgarlo todo al decir:

—¿Vamos a tu habitación?

La expresión de desconcierto de Tim fue cómica, y muy adorable. Intentó balbucear algo, pero a Debra le quedó claro. Él la seguiría a donde fuera, siempre que ella estuviera segura y diera el primer paso.

Así que eso hizo. Lo tomó de la mano, y él la guio hasta su dormitorio.

En cuanto escuchó la puerta cerrarse, los nervios atacaron de repente a Debra, cerrándose como una garra alrededor de su estómago. ¿Qué demonios estaba haciendo? ¿De verdad iba a acostarse con Tim? ¿Iba a ser capaz de estar desnuda con él, y que viera cómo era su cuerpo bajo la ropa? Empezó a sentirse mareada, y esta vez estaba segura de que no era por el vino. 

Tim estaba sobre ella en la cama, le besaba el cuello sin prisa, pero ella no lo disfrutaba. ¡¿Por qué no lo disfrutaba?! Su piel estaba ardiendo, o tal vez las manos de Debra estaban frías, era díficil saber. 

—Tim, ¿puedes... apagar la luz? —murmuró ella, a cada segundo más nerviosa. Al menos si no había luz, él no podría ver por completo su cuerpo. 

—Ah, sí. Claro —respondió él. 

Tim se inclinó para apagar la lámpara de la mesa de noche pero, para disgusto de Debra, aún entraba bastante luz por las rendijas de las persianas. Y por si fuera poco, no pudo evitar tensarse cuando vio que él sacaba un preservativo del cajón de la mesa de noche. 

—¿Estás bien? —preguntó Tim. Su voz estaba más grave de lo usual, y en cualquier otra circunstancia eso la hubiese derretido por completo, pero ahora, justo ahora, tuvo el efecto contrario.

—Sí, solo... fue un calambre —inventó ella. 

¿Qué demonios le ocurría? Parecía una colegiala en su primera vez, y no una mujer de 26 años con una hija. Se sentía como una estúpida frente a Tim. 

—¿Quieres un masaje? 

—No, estoy bien. Ven aquí. 

Lo tomó por el cuello de su suéter y lo acercó a ella para besarlo. Necesitaba despejar su mente, concentrarse solo en el ahora y frenar esos horribles pensamientos que amenazaban con arruinar el momento. Después de todo, lo de tener sexo había sido su idea, ¿no? Tenía que cumplir con lo que prometía. 

Pero mientras desvestía a Tim, y veía lo perfecto que era, volvió a sentir que su mente iba a toda velocidad. Ella no era delgada como él: su piel tenía celulitis, estrías, llevaba días sin depilarse... ¡y su ropa interior ni siquiera combinaba!

No podía dejar que él la viera; que se diera cuenta, justo como lo hizo Marlon con el tiempo, de lo horrible, lo asquerosa que era. 

Pensar en su exesposo fue inevitable, recordar lo penosos que fueron los últimos intercambios sexuales entre ellos, el dolor, la vergüenza al sentir en carne propia que alguien que supuestamente la había amado, ya no lo hacía más. No podría soportar eso una segunda vez, mucho menos con Tim. 

Y entonces sintió su mano, cálida, suave y firme, acariciando su cintura desnuda, o donde en vez de cintura Debra tenía vastos centímetros de grasa, y supo que ya no podía más. 

—Tim... no puedo... no puedo hacerlo —balbuceó ella, sintiendo que se ahogaba. 

—Debra, ¿qué tienes? —murmuró él, preocupado y sin entender nada, pero separándose de ella. 

—No puedo... lo siento tanto... —Había conseguido sentarse en la cama, abrazándose las piernas con los brazos. 

Su respiración estaba agitada, temblaba, y aunque estaba al borde de ponerse a sollozar, algo no la dejaba. Era como cuando los niños pequeños se caían, pero del dolor eran incapaces de llorar, y se quedaban asfixiándose. Solo que esto era peor, mucho peor. 

La habitación comenzó a oscurecerse, pronto ya no oía nada aparte de los latidos de su corazón enloquecido, que parecía luchar contra sus costillas para salirse de su pecho. Entre todo aquello, apenas pudo escuchar una voz débil decir: 

—Hey, Debra... mírame, ¿sí? —De repente, Tim apareció en su campo de visión. Sintió levemente cómo le tomaba las manos, pero era como si todo su cuerpo estuviera entumecido—. Estoy aquí, ¿me ves?

Ella asintió, incapaz de hablar. A duras penas podía respirar. 

—Ok, vas a respirar conmigo, ¿sí? Puedes hacerlo, inhala...

Debra se esforzó por tomar aire, tanto como pudo, y exhalar cuando Tim le indicó. Hicieron falta varias repeticiones para que dejara de sentir que estaba por asfixiarse. 

—¿Ves? Ya estás mejor —dijo Tim con cuidado, soltando sus manos. 

Pero no era cierto, no lo estaba. Porque justo entonces, Debra rompió en llanto. 

—Lo siento... lo arruiné todo... —sollozó, incapaz de contenerse. 

—No, claro que no, no pasó nada —intentó consolarla Tim. 

—Lo arruiné todo... siempre lo hago...

Tim juzgó que las palabras racionales no funcionarían con ella, así que la abrazó y dejó que llorara cuanto quisiera. Eso solo hizo que se sintiera peor, más avergonzada. Así no era como quería que terminara esa cita tan buena, pero lo había echado a perder en el mejor momento. 

—Lo siento... sé qué tú en serio querías... —tartamudeó Debra entre lágrimas. 

—Shh... está bien... todo está bien —le susurraba Tim, acariciándole el cabello. 

La acostó contra su pecho, y siguió tranquilizándola y acariciando su cabello hasta que Debra cayó dormida. Pero incluso así, seguía sollozando en sueños. 

.

Holis, por favor no me odien. 

Sé que así no era como querían que terminara el capítulo, pero todo es en pro del ✨desarrollo de personaje✨

Espero que se encuentren bien, y recuerden: Todxs somos hermosxs justo como somos. 

Cuídense mucho.

-Nat.

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