Todo Por Ti

By mariajo12dt

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"Alto, ojos color avellana y cabello tenuemente oscuro, mirada cautivadora y cuerpo escultural. El sueño de t... More

Capitulo 1
Capítulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Nota de la autora
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34 - El amor es así
Capítulo 35
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
#SOSCOLOMBIA
¿Qué está pasando en Colombia?

Capítulo 36

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By mariajo12dt

—¡DOCTOR!

El grito resonó en toda la entrada del hospital. Juan David sintió un enorme peso en sus pies por unos instantes. Sentía que su cabeza le daba vueltas. Un escalofrío recorrió su cuerpo y las palabras no podían salir de su garganta. 

—Cállese, loca— le decía Ramírez a Claudia Helena mientras sujetaba su brazo con más fuerza— nos pillan y la mato— le dijo con voz gutural, cerca de su oído. Ramírez no veía al doctor al que ella llamaba.

Juan David respiró profundo varias veces y recobró la consciencia. 

— ¡Suéltela, suéltela!— grito con todas sus fuerzas para llamar la atención de todos.

Rostros curiosos se asomaron desde la puerta del hospital, entre ellos, el guardia. Recuperó el control de su cuerpo y se dirigió con pasos largos y airosos hacia Ramírez y Claudia Helena, que empezaban a alejarse. Ramírez la jalaba con fuerza, casi arrastrándola. Un auto verde, Renault 21, esperaba en la carretera que llegaba al parqueadero externo del hospital. 

—¡Que la suelte, hijueputa, suéltela!— le gritaba aún más fuerte el médico con pasos cada vez más rápidos para alcanzarlos. 

Claudia Helena ponía todas sus fuerzas en su cuerpo para no dejarse llevar. La angustia invadía su cuerpo y su mente; luchaba por soltarse del fuerte agarre de Ramírez. Sabía que si se la llevaba, no tendría escapatoria. Aun con la debilidad que sentía por los últimos acontecimientos, aun con la enfermedad que sentía, con el decaimiento, luchaba. De pronto, su cuerpo empezó a calentarse; sentía la sangre caliente correr por sus venas y sintió una especie de renovación, un impulso, un aliento que la hizo tensar su cuerpo y revolcarse con todas sus extremidades, hasta darle unos golpes en la cara a Ramírez, que se tapa el rostro con la mano libre, pero sin soltarla, haciendo uso de toda su fuerza para seguirla arrastrando. 

Juan David, al ver que el guardia no los alcanzaba, pensó rápidamente y corriendo se abalanzó sobre los dos cuerpos que forcejeaban. Terminaron los tres en el piso; Helena debajo de él, mientras Ramírez aún la sujetaba. Se abalanzó sobre el hombre para golpearlo, pero Ramírez era astuto, tenía experiencia y alcanzó a esquivar los primeros puños que le lanzó el médico, para luego sacárselo de encima de un empujón. Se levantó del suelo rápidamente y sacó un arma de la parte trasera de la pretina de su pantalón. Helena estaba aún en el piso y Juan David sentado junto a ella, tratando de cubrirla ante la inminente amenaza del hombre del pelo plateado. 

En ese momento, el guardia de la entrada del hospital se acercaba también empuñando la suya, tratando de acercarse al médico y la paciente que estaban en el suelo. 

—Señor, baje el arma, por favor.

— Ni mierda, el que me toque me lo cargo— respondió Ramírez mientras retrocedía poco a poco, tratando de acercarse al auto, sin dejar de apuntar. Otros médicos, enfermeras y personas miraban desde la puerta del hospital o del otro lado de la calle. 

— Baje el arma, señor. No va a pasar nada— le repetía con voz nerviosa el joven guardia mientras estaba cada vez más próximo  a Juan David y Claudia Helena.

Las sirenas de la policía empezaron a escucharse fuertemente y cerca. La gente murmuraba. Ramírez llegó a la puerta de copiloto del coche, aún apuntándole al doctor. La abrió con la mano libre, de espaldas y justo antes de montarse, disparó dos veces a Juan David.

El hombre de cabeza plateada subió al auto verde, que arrancó a dejando un ruido estruendoso y tensión en el ambiente. Juan David yacía boca arriba, sobre el cuerpo de Claudia Helena, ella verticalmente y él, de manera horizontal. Formaban una cruz con sus cuerpos. 

—Dios mío, doctor, ¿qué le pasó?... Ay nooo, ¡ayúdenme, por favor!— gritó la joven mientras soportaba el peso de su cuerpo con sus brazos. 

Juan David arrugaba su cara en gesto de dolor, la palidez invadía su rostro. Su manzana subía y bajaba, mientras apretaba sus manos sobre lo que creía que era la herida. Un tiro había pasado por su pierna izquierda. El otro, apenas lo rozó. Sentía su pierna caliente. La quemadura de la entrada de la bala. Pero solo pensaba en que debía presionar para parar la hemorragia. 

— Tranquila, Claudia. Estoy bien— le dijo haciendo el menor esfuerzo posible.

Una camilla y un grupo de enfermeros y otro médico llegaron a atenderlo. Lo ingresaron inmediatamente. Claudia Helena fue ayudada por los camilleros, que también la ingresaron. El guardia del hospital permanecía de pie, estupefacto y con la mano temblorosa, con la mano en la que aún sostenía su arma. 

La policía llegó instantes después e ingreso al hospital para hablar con Claudia, pero debido a su estado de nervios, no les dejaron hablar con ella inmediatamente, solo con el joven guardia. Juan David estaba de buenas. La bala atravesó su pierna, lastimando algunos tejidos y músculos, pero ninguna vena o arteria. El roce de la otra bala fue una herida ni tan profunda, ni tan superficial. Su colega le anunció que no necesitaba cirugía, sino limpieza de las heridas y esperar un poco para suturar. No obstante, le pusieron antibióticos, analgésicos y un calmante. 

Lo mismo pasó con Claudia Helena, quien no salía de su estado de shock, lloraba angustiosamente y fue necesario aplicarle calmantes. Se sentía a salvo, pero con gran culpa. Preguntaba constantemente por Juan David a las enfermeras y doctores, junto con el calmante y la noticia de que estaba fuera de peligro, cayó en un sueño profundo, un sueño donde Eliezer la recostaba en su pecho y la tranquilizaba. 

Cuando Juan David despertó, recordó todo lo sucedido y agradeció a la providencia por salvarlo de la situación. Pensó en Helena, ¿cómo le explicaría lo sucedido?, ¿sería necesario mentirle? Su cabeza daba vueltas, tenía hambre, sed, ansiedad. Presionó el botón de llamado a la enfermera y le pidió sus pertenencias. María era quien estaba a cargo de él y se las entregó, no sin antes decirle que si ahora era el héroe de las Helenas. El rió con ella ante el comentario, pero en el fondo sintió temor por la reacción de su Helena. Cuando estuvo a solas pensó en cómo podría explicarle a Helena, pero su cabeza estaba embotada, no tenía palabras, ni podía hilar bien las ideas. Pero él sabía de alguien que solía tener las ideas muy claras siempre o casi siempre. Tomó su teléfono y marcó inmediatamente.

— Hola, medicucho de quinta— dijo Samantha alegremente al otro lado de la línea telefónica.

— Hola, mi escritora favorita— le respondió el con ironía.

— Ah, no. A mí salúdame bien. Dime que soy una escritora de pacotilla o cuelgo— le respondió la mujer de ojos miel, mientras se esforzaba por sentarse en la cama, lidiando con su abultado vientre.

—No es necesario que te lo diga. Tú sabes que escribes del asco. Debería darte pena publicar esas cosas. 

— Así está mejor. Yo me pregunto es por qué no te han quitado la licencia por mala praxis — ese era su juego, desbaratar al otro, pero lo hacían porque tenían plena consciencia de lo buenos que eran en sus profesiones.

— Porque regalo libros tuyos para callar bocas, después de leer esa bazofia nadie quiere hablar

Estallaron ambos en carcajadas. Juan David le contó lo sucedido, desde que conoció a Claudia Helena y su reciente accidente. Trato de prepararla, para que la noticia del disparo no le sentara mal al bebé que esperaba. Ella lo tomó con aparente calma, pero en el fondo sintió miedo. No obstante, después de lo vivido con Alessandro, nada lograba descomponerla tan fácilmente. 

—Lo mejor es que le digas la verdad, lo de la otra Helena— le aconsejó Samantha mientras Alessandro entraba al cuarto con Jerónimo sobre sus hombros.

— ¿Y si se enoja?— le dijo él alzando las cejas y levantando un poco la sabana que cubría sus piernas para mirar la herida, tapada con gasas. 

— Pues qué más esperas que pase, para que se lo ocultas. Debiste confiar en ella desde el principio y no dártelas de redentor, para después terminar crucificado, Juan de Jesús— lo reprendió, mientras invitaba a Alessandro a sentarse junto a ella.

— Pero es que no es tan fácil.

— Y una mierda, nada es fácil, idiota. Por lo mismo debiste hablar con ella y no esperar hasta ahora, cuando llamas a pedirme consejitos bobos.

— Pobre Jerónimo, me imagino esos regaños que le metes.

— Jero y su papá saben muy bien que en esta casa no hay mentiras.

— Bueno, entonces le voy a contar todo, pero no le voy a dar nombres. Creo que lo mejor es presentarle a la otra Helena después de contar lo sucedido. 

—Bueno, hazlo y si te deja, yo la apoyo. 

— Pues muchas gracias.

— Pues de nada, beibi. Eso te pasa por no abrir la boca. Cuídate mucho y no te preocupes, yo le cuento a Alessandro toda la novela. Cualquier llámame, pero en serio, Juan, llámanos. No te pierdas tanto.

Colgaron la llamada. Juan David preparó mentalmente las palabras para decirle a Helena, para no asustarla de algún modo. Se extrañó al no ver un mensaje suyo en todo el tiempo que había pasado. Miró su última conexión, había sido hace más de cuatro horas. Llamó dos veces y no contestó, insistió una última vez.

— Hola, mi amor— respondió una voz temblorosa que denotaba llanto al otro lado.

— Hola, preciosa ¿estás bien?— preguntó inmediatamente. 

— Sí, tranquilo, ¿tú, cómo estás?— le dijo ella mientras se secaba las lágrimas, después de escuchar la historia que acababa de contarle su amiga, quien aún lloraba desconsoladamente, pero en silencio. 

— Pues bien, mi amor. Tengo que contarte algo. Pero necesito que lo tomes con calma.

— Si me dices que lo tome con calma, más me preocupo.

—Bueno, entonces, quiero que sepas que estoy bien, muy bien, pero necesito que vengas al hospital porque tuve un pequeño accidente.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Helena, su cuerpo se paralizó. Empezó a respirar con dificultad.

—¿ A qué te refieres con pequeño accidente?— le pregunto a punto de llorar.

— De verdad no fue nada grave— escuchó que ella empezó a agitarse llorando— mi vida, escúchame, sí, estoy hablando contigo, estoy bien. Sólo ven, ¿sí? ¿por favor? 

Helena trató de respirar. Lucía interrumpió su llanto y le preguntaba con gestos qué estaba pasando. 

— ¿En qué piso estás?— le dijo mientras secaba sus lágrimas y respiraba para calmarse— Okay, en quince minutos estoy allá. Te amo, mi amor, te amo. 

Colgó y le contó a Lucía lo poco que le dijo Juan David. Lucía estaba desconsolada; Alex no contestaba sus llamadas, ni sus mensajes, después no le llegaban, como si no tuviera conexión. Supuso que se había ido para alguno de sus hoteles en alguna ciudad de la costa. Sentía que lo había perdido. Quiso detenerlo, pero sus gritos no valieron de nada. Verle ese gesto de niño triste antes de subirle al auto le destrozó el corazón y se castigó mentalmente por no hablar rápido, por ser egoista. 

— Amiga, yo sé que este no es el mejor momento, pero ¿puedes cuidar a Isa? — le dijo Helena con una mirada suplicante— prometo volver rápido para que solucionemos lo de Alex.

— Claro, tú vete, yo me quedo aquí con la niña. No te preocupes que yo estoy bien, ve a ver qué le pasó al tonto ese y no llores, que me haces llorar más. 

Helena corrió a su habitación a cambiarse ropa. Bajó en un santiamén, se despidió de su hija y de su amiga, prometiendo llamarla. Salió a la calle y tomó un taxi, le suplicó que la llevara rápidamente al hospital. Al llegar, sintió las miradas de todos los trabajadores del hospital encima, vio los policias, vio al vigilante junto a ellos y entendió que algo estaba pasando y que eso tenía que ver con Juan David. Sintió miedo, un enorme miedo empezó a apoderarse de su mente, sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas. Pasaba saliba mientras caminaba hacia el ascensor. Entró con otras personas y algunos enfermeros, que la miraban de reojo, pero no decían nada. Presionó el botón del piso y empezó  a mover su pierna derecha compulsivamente, mientras luchaba contra las lágrimas. En cuanto las puertas del piso al que iba se abrieron, corrió hacia María, la jefe de enfermeria y le preguntó por su hombre. Luego corrió hacia la  habitación y no supo si alegrarse de verlo allí, despierto y mirándola enternecido o entristecerse por lo que sea que haya sucedido. Dejó salir las lágrimas que llevaba conteniendo y corrió para abrazarlo.

— Mi amor...— le dijo mientras se aferraba a él y Juan David, en medio de todo, se sintió el hombre más afortunado del mundo. La abrazó, se aferró a ella y dejó que su aroma lo invadiera, le diera paz, sosiego. Ella era su refugio, su Helena.

— Te amo, cariño, te amo muchísimo. No llores, por favor. Mírame — se separó ligeramente de ella y tomó su rostro entre sus manos. Sus ojos verdes llentos de lágrimas lo hicieron sentirse mal por haberle mentido— estoy bien, mi amor. No me pasó nada grave. No te vas a librar de mí tan fácilmente— bromeo mientras le besaba la boca.

— Idiota— atinó a decir ella mientras le correspondía al beso y metía las manos entre el pelo de su hombre— eres la otra mitad de mi vida ¿cómo me voy a librar de ti? 

A la par de esto, Lucía seguía intentando comunicarse con Alex inutilmente. Con sus audífonos puestos, su lista de reproducción le clavó un puñal en el pecho que aumentó su angustia. Sintio el amor y el dolor del amor, sintió la pérdida. Recordó nuevamente ese último gesto y lloró amargamente mientras contenía sus impulsos de salir corriendo a buscarlo. 

La canción que detonó todo esto es Sin ti ni documentación. Era una parte de su historia con él, esa primera vez que él sostuvo su mano ¿por qué no podría hacerlo ella ahora? 

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