Amor y Wasabi [TERMINADA]

By natvalensky

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Tim Kobayashi es un joven chef que quiere ser el mejor. Sin embargo, su sueño se ve más lejano cuando lo des... More

1: La amarga derrota
2: Waffles
3: La reina de la comida enlatada
4: Soufflé
5: La langosta
6: Cabernet sauvignon
7: Pastel de lava
8: Chaquetas Blancas
9: Salsa quemada
11: El reto del jamón
12: Pollo y pastel
13: Raviolis
14: Solo será una cena
15: Dulce
16: Jugosa información
17: De la sartén al fuego
18: Por culpa del vino
19: El desayuno de la vergüenza
20: Sashimi
21: Ikigai
22: Bullabesa
23: Sake
24: Lo dulce necesita sal
25: Las ventajas de olvidar el postre
26: Un buen jefe de cocina
27: Chardonnay
28: Jugo de felicidad
29: Chef de poca monta
30: Rojo cereza
31: Wasabi
32: Insípido
33: La receta más difícil
34: El platillo inconcluso
35: Los comensales
36: El plato fuerte
37: El veredicto final
Epílogo
Agradecimientos
Anuncio (buenas nuevas 2023)
Cast (o algo así)

10: Cuchillos

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By natvalensky

Cuando a Tim se le presentaba un reto, tenía la costumbre de no descansar hasta superarlo. Y pese a que podía ser una gran cualidad, en ocasiones se olvidaba de todo lo demás y llegaba a convertirse en una máquina obsesiva.

Don o maldición, gracias a ello había perfeccionado sus habilidades y logró llegar tan lejos. O eso era lo que creía antes de entrar a America's Pro Chef.

Y más importante, antes de reencontrarse con...

—¿Naoko? ¿Esa Naoko? —se cercioró Amanda.

—La misma —confirmó Tim—. Fue raro verla después de...

—¿Después de que le entregaste tu corazoncito y ella solo lo masticó y te lo escupió en la cara? —sugirió su amiga.

Tim guardó silencio, dándole la razón.

No le gustaba hablar sobre el tema. Era apenas su primer año en la escuela de cocina, era joven, estúpido, solitario y seguía deprimido por la muerte de su madre.

Fue una presa fácil, y aunque la joven Naoko le había dejado claro desde el principio que no buscaba nada, él no pudo evitar enamorarse.

La única vez que Tim Kobayashi se había enamorado, y está de más decir que no terminó bien.

Y ahora su primer amor volvía, otra vez para enfrentarlo, y otra vez para aplastarlo. 

—Esa perra... no quiero que te acerques a ella, ¿ok? —dijo Amanda.

—No es como que pueda evitarlo. También está en el concurso.

—Sí, es inevitable que respires el mismo aire que ella, pero hablo de... tú sabes, fraternizar. Es tu enemiga.

—Ella no...

Pero considerándolo bien, Naoko sí era su enemiga. O al menos, era su rival en la competencia. Aunque fueran corteses entre sí, no era razón suficiente para que fueran amigos. Y mucho menos para que Tim tratara de revivir lo ocurrido en la escuela de cocina. A eso se refería Amanda.

—Está bien, lo tengo claro. No pretendo ser su amigo —la tranquilizó.

—Más te vale —le advirtió la mujer, apuntándolo con un dedo—. Bueno, lamentablemente te dejaré solo para la última clase. Quentin quiere que demos un paseo por el bosque o algo así. Anda raro.

Tim sabía lo que el novio de su amiga tramaba. Había arreglado un paseo en globo por el bosque nacional de Los Ángeles, en el que le pediría por fin matrimonio a Amanda. En realidad Tim no hizo gran cosa, Quentin se lo ideó todo solito y él se limitó a darle el visto bueno y cerciorarse de que la futura prometida no sospechara nada.

—Cuidado en el bosque. Son mis únicos amigos, si se pierden los extrañaré —bromeó Tim. Aunque siendo honestos, sí eran sus únicos amigos.

—Sí, claro. Finge que no estás feliz de que te deje a solas con... ahh, Debra —dijo Amanda, suspirando con voz risueña.

—No sé de qué hablas —repuso su amigo.

—Está bien, Kobayashi. Hazte el idiota. Pero yo veo cosas.

—¿Gente muerta? —sugirió Tim.

—Vaya, estás gracioso hoy, ¿eh? —respondió Amanda—. Pero descuida, lo único muerto aquí es tu vida amorosa.

—Auch —contestó Tim, para luego comenzar a reírse.

Amanda ya había terminado de recoger sus cosas para el supuesto paseo por el bosque, pero no perdió el tiempo para lanzarle uno de los cojines del sofá a la cara.

Con todo y eso, cuando su amiga por fin dejó su departamento, Tim sonrió al imaginar lo feliz que se pondría cuando Quentin se arrodillara y le pidiera matrimonio. Le hubiera gustado estar allí para ver ese momento, en parte porque sería gracioso ver a la Amanda enamorada al borde de las lágrimas.

Sin embargo, participar en America's Pro Chef consumía gran parte de su tiempo, por lo que tuvo que reorganizar los horarios de todos sus alumnos, reducir los días a uno solo y en ocasiones dar varias clases una tras otra.

El viernes era el día más complicado, tenía tres alumnos seguidos, siendo Debra la última.

Casi como por ensalmo, el timbre del intercomunicador sonó, y cuando apretó el botón la voz de la mujer lo saludó.

—¿Tim?

—Sí. Ya te abro —respondió, y acto seguido presionó el botón que abría la puerta principal.

Tim se apresuró a poner en su lugar el cojín con el que había sido atacado, se arregló un poco el cabello en el espejo y esperó a que su alumna subiera. Lo hizo como un acto reflejo, pero se dio cuenta de que si alguien lo hubiera visto así se hubiera reído.

¿Él, nervioso por la clase con Debra? Ni pensarlo, tonterías.

Tocaron a la puerta, y al abrir, se encontró una vez más con la joven mujer. La recibo con una cálida sonrisa, pero enseguida se dio cuenta de que ella no la compartía.

—Es bueno verte otra vez, Debra.

—Hola, Tim —lo saludó ella. Sonrió, pero no parecía la misma de siempre—. Lamento la demora, mi auto no quiso arrancar y tuve que venir en taxi.

—Tranquila, en realidad no llegaste tarde —respondió Tim. Lo cierto era que había llegado con 15 minutos de atraso, pero la pobre se veía tan alterada que prefirió no mencionarlo.

La hizo pasar adentro, ella dejó su bolso en el sillón de costumbre y fue directamente a la cocina. Ninguno de los dos era un gran conversador, pero se esforzaban con la charla casual y después las cosas entre los dos fluían. Esta vez, en contraste, parecía que Debra tenía la cabeza en otra parte y no le entusiasmaba hablar.

Así pues, Tim olvidó los comentarios sobre el clima que tenía preparados y comenzó de inmediato con la clase.

Tabla de picar. Cuchillos. Y un salmón.

La lección de ese día sería más técnica. Ya era hora de que Debra aprendiera cosas más avanzadas.

—El salmón es un pescado versátil y saludable que puede ser cocinado de maneras diversas. Lo que tienes en frente en un filete completo, y a la derecha el cuchillo apropiado para cortarlo —explicó Tim, sosteniendo el cuchillo—. Como puedes ver es largo, algo pesado y sobre todo filoso, así que úsalo con cuidado.

—Ok... —murmuró Debra, mirando el cuchillo con aprensión.

—Quiero trozos de cinco centímetros, trata de ser lo más precisa posible y tómate tu tiempo. Mientras, terminaré de sacar los ingredientes para la receta de hoy.

Tim se retiró al refrigerador, aunque también lo hizo con otra intención, pues sabía que su alumna se sentía presionada cuando él se quedaba a supervisarla.

Pero en esa ocasión hubiese sido mejor estar allí, porque no pasó un minuto cuando escuchó un chillido de dolor.

—¡AAH!

—¡Debra! ¿Estás bien?

La mujer había dejado el cuchillo sobre la tabla y el salmón a medio picar; ahora se sostenía el dedo índice, del que brotaba sangre.

—Perdón, Tim. Lo siento, yo... —trató de explicar ella. Tenía los ojos llorosos, y evitaba mirarlo.

—Ven, pon el dedo bajo el grifo mientras busco el botiquín.

Debra obedeció sin decir nada, y Tim fue hasta el baño a buscar lo necesario para curarla. Se preguntó qué le estaría sucediendo para estar tan distraída y melancólica.

Tim no sabía gran cosa sobre la vida de Debra, salvo que tenía una hija. Y a pesar de que en sus clases notaba ciertas inseguridades y conductas de baja autoestima, él nunca se había sentido cómodo con la idea de preguntarle.

Tomó el botiquín, y un momento después ambos estaban en la sala de estar, examinando el dedo herido. Por suerte, el corte no fue muy profundo, así que con una limpieza, un poco de algodón y adhesivo estaría bien.

—Lo siento, en serio estoy bien —decía Debra.

—Aun así es mejor vendarlo, no querrás que se te infecte.

—Gracias —masculló ella, bajando la cabeza.

—Oye... ¿Te pasa algo? Estás, pues, un tanto distraída —comentó Tim. Se sentía algo incómodo por entrar en ese terreno, pero en situaciones así lo más cortés era preguntar.

—No es nada, de verdad. Solo han pasado cosas en casa —respondió ella, restándole importancia.

—¿Qué clase de cosas? —indagó Tim. Pero al notar lo incómoda que estaba ella, se retractó—. Disculpa, sé que no es de mi incumbencia.

—No, está bien. Es que... Volví a ver a mi esposo. O exesposo, en realidad no sé cómo llamarlo.

—¿Lo volviste a ver?

—Sí, él se fue con otra mujer. Hace como nueve meses. No había tenido noticias suyas en todo ese tiempo. Honestamente, creí que así seguiría, pero no —explicó Debra, terminando la frase con una sonrisa amarga.

—¿Y qué es lo que quiere? No me digas que piensas volver con él.

—¡Por supuesto que no! —se indignó la mujer—. Solo quiere que firmemos el divorcio.

—¿Entonces cuál es el problema? Deja a ese idiota de una buena vez —dijo Tim.

Pero había sido demasiado pragmático, porque la expresión de Debra se entristeció aún más.

—Mi hija lo adora. Y cuando nos vimos él dijo que tenía intenciones de llevársela. No puedo permitir que me la quite. Kate... es todo para mí.

—Lamento escucharlo, Debra.

Y en serio lo sentía. Verla así, tan angustiada, con su cabello rubio, opaco y despeinado, con su rostro surcado por ojeras y su sonrisa apagada, era una imagen que afectaría a cualquiera.

Debra respiró profundo y examinó su dedo vendado.

—Buen trabajo, chef. También podrías ser enfermero.

—He tenido práctica. Los accidentes pasan en las cocinas. Aunque creí haberte enseñado la posición de las manos al cortar —respondió Tim, volviendo de nuevo a su faceta de profesor.

—Pues, eso creo...

—¿No has practicado en casa?

—No tengo cuchillos así en casa.

—¿Y qué clase de cuchillos tienes?

—Pues, los que usa la gente normal —respondió Debra, encogiéndose de hombros.

—Los cuchillos son parte fundamental de los utensilios del chef, son como una extensión de su brazo, son...

—Ya entendí —lo cortó Debra, algo incómoda otra vez.

—Perdón, ¿estoy siendo muy...?

—¿Lo que Amanda llama friki de la cocina? —completó ella—. Sí, un poco.

Ambos rieron, y el ambiente volvió a aligerarse, para alivio de ambos. Además, era reconfortante escuchar la risa de Debra otra vez.

Quizá por eso fue que perdió por un segundo la cabeza y dijo algo que en otras circunstancias no se habría atrevido.

—El punto es que si quieres puedo ayudarte a comprar un buen set —soltó Tim.

—Oh, vaya... Eso estaría genial —contestó Debra, sorprendida por lo repentino de la oferta.

—¿De verdad? —preguntó él, incrédulo porque había funcionado.

—Claro, pero supongo que con el concurso no tendrás tiempo para eso...

—Podemos ir ahora. Considéralo parte de la clase.

Demonios, debía cerrar la boca. Estaba fuera de control.

Comenzó a sentirse estúpido, pero ya estaba dicho, no podía retractarse. Y menos después de que Debra le sonriera y dijera:

—Está bien.

***

Sin lugar a dudas, Debra no esperaba que esa tarde terminara con ella y su profesor de cocina saliendo de compras, pero así era.

Bajaron hasta el estacionamiento del edificio y abordaron el auto de Tim. Al igual que él, era pulcro, sobrio, preciso y en apariencia aburrido. Pero cuando encendió la radio, empezó a sonar Umbrella de Rihanna y descubrió a Tim cantando por lo bajo.

No pudo evitar reírse.

—¿Qué? —se interrumpió él, tratando de ocultar su vergüenza.

—Nada —contestó ella.

Fijo la vista al frente y no dijo nada más, pero de reojo llegó a ver que Tim movía los labios, siguiendo la voz de Rihanna.

Tuvieron suerte de no encontrarse con tanto tráfico, por lo que llegaron a la tienda en menos tiempo del que tenían estimado.

Se notaba que Tim se sentía en su elemento, de vez en cuando se detenía a revisar algún condimento que ella desconocía, o revisaba el precio de algún utensilio que ni se imaginaba su uso.

—Oye, Tim —dijo Debra, observando todo a su alrededor—. En serio aprecio que me hayas traído, pero, ¿esto no cuenta como favoritismo del profesor?

—No, en realidad —respondió Tim—. Se trata de una excepción justificada. Necesitas practicar con buenos cuchillos para que no haya más accidentes.

—En mi defensa, no soy muy fan de las cosas filosas en casa. Lo único filoso que tenía eran las cuchillas de mis patines.

—¿Patinas? ¿Sobre hielo? —preguntó Tim, interesado.

—Cuando era más joven, tengo tiempo que no lo hago —En parte porque Marlon lo odiaba, añadió para sí.

—Deberías retomarlo. Digo, si te gusta, claro —añadió Tim. ¿Eran ideas suyas o mientras más hablaban más nervioso se ponía?

Llegaron a un mostrador. En la pared de atrás, cuchillos y utensilios lanzaban destellos en sus filos. Debra tragó saliva.

—Entonces... ¿Cuál debería elegir?

—Pues, el set de cuchillos se escoge de acuerdo con la mano del chef —dijo Tim, regresando a la comodidad de su rol como profesor—. ¿Me permite su mano, señorita?

Debra le tendió su mano con cuidado y Tim la tomó entre las suyas. ¿Acaso ahora era ella quien estaba nerviosa? No lo supo con certeza, más fue un alivio cuando Tim determinó luego de examinarla:

—Es una bonita mano, bastante estándar. Eso nos da varias opciones.

Todavía ignorando al vendedor, Tim se paseó a lo largo del mostrador, con Debra a sus espaldas, preguntándose en qué rayos se había metido. De súbito el joven se detuvo, y ella estuvo a muy poco de chocar contra él.

—¿Qué prefieres? ¿Estilo occidental o asiático?

—Asiático —respondió Debra sin pensarlo.

Un segundo después, al advertir la mirada de reojo de Tim, supo lo que había dicho. Y estuvo a punto de morir de vergüenza.

—Ok, entonces... —prosiguió su profesor, haciendo como si nada—. Eso nos deja con esta belleza. Oiga, ¿puede...?

Tim le hizo señas al vendedor, que con cara de pocos amigos bajó de las estanterías un elegante set de cuchillos negros.

—Te presento el set de 6 piezas DALSTRONG- Phantom Series. Hechos de acero japonés de alto carbono AUS8.

—Vaya... ¿Acero japonés? —fue lo que se le ocurrió decir.

—Es lo mejor de Asia —soltó Tim.

¿Eran ideas suyas o le estaba coqueteando?

***

Después de la exitosa compra de los cuchillos, Tim insistió en llevarla a casa. Se limitaron a hablar sobre cocina y las clases durante el camino, y lo cierto fue que pasaron un momento agradable. O al menos hasta que llegaron a su destino.

Un auto estaba aparcado en la entrada. Uno que Debra conocía muy bien.

—Oh, no... —murmuró por lo bajo.

—¿Qué sucede? —preguntó Tim.

Se bajó rápidamente del auto, sin esperar la respuesta de Tim. Con un poco de suerte percibiría que no lo quería allí y se largaría antes de que Marlon empezara a gritarle.

—Vaya, vaya, Debra. Por fin me honras con tu presencia —fue el saludo de su (casi) exesposo―. ¿Dónde está mi hija?

—Estaba en mis clases de cocina, la señora Hudson cuida a Kate...

—¿Qué traes ahí? —inquirió él, de pronto interesado por la elegante bolsa en la que llevaba el set de cuchillos―. ¿Ya comenzaste a despilfarrar el dinero del divorcio?

—Estaba comprando unas cosas... —dijo ella evasivamente, escondiendo la bolsa.

En un brusco movimiento, Marlon se la arrebató de las manos. ¿Cómo reaccionaría al saber que había gastado dinero en un set de cuchillos japoneses?

Pues Debra no lo supo. Porque justo en ese momento, Tim le arrebató la bolsa a Marlon.

—Así no se piden las cosas. Mucho menos a una dama —dijo.

—¿Y este imbécil quién es? —le preguntó Marlon, apretando los puños.

—E-él es Tim... es mi... —Pero Debra no podía hablar. No podía procesar lo que estaba pasando.

¿En qué momento había bajado del auto? ¿Cómo no lo había escuchado? No tenía idea, pero si antes creía que la situación era mala, ahora acababa de empeorar exponencialmente.

—Soy su profesor de cocina. Tim Kobayashi —se presentó, tendiendo una mano que no fue aceptada.

Marlon los escudriñó con la mirada por unos incómodos segundos.

—Ya veo... ahora sales por ahí con tu nuevo novio y dejas a tu hija tirada, ¿no? —masculló Marlon, ignorando a Tim por completo.

—Él no es... —intentó decir Debra.

—No, tiene sentido. A los japos les gustan las ballenas, ¿eh?

Marlon se rio de su propio chiste, y Debra pudo notar como Tim, a su lado, se tensaba.

—Es broma, es broma... No aguantas nada, ¿eh, Debra?

La verdad es que Debra estaba harta de él, de sus arranques de mal humor, de su actitud controladora, de sus "bromas que no eran broma" burlándose de ella y clavándose como cuchillos en su espalda.

—¿Qué es lo que quieres, Marlon? —le preguntó, cansada de todo.

—Dije que vendría a traerte los papeles. El lunes a las 8 firmaremos, más te vale que consigas abogado.

—Bien. Allí estaré —respondió ella.

—Y lleva a Kate. Quiero verla —añadió él.

—Debiste pensar en eso antes de irte con otra mujer —le espetó. Y Marlon no se lo tomó nada bien.

—Cuidado con lo que dices, Debra. No creo que a un juez de custodia le gusta saber lo violenta que te pones conmigo —respondió el hombre, con una asquerosa sonrisa hipócrita.

—Adiós, Marlon —fue todo lo que ella pudo responder.

Para su suerte, el hombre se dio por satisfecho y prefirió irse, no sin antes chocar "accidentalmente" su hombro con el de Tim.

Luego de que su auto arrancara, Debra pudo volver a respirar. Fue un encuentro espantoso, y más aún que Tim hubiera presenciado todo. Ahora él también vería lo tonta, lo frágil, lo patética que era.

—Debra, ¿estás bien?

Levantó la cabeza y se encontró con la mirada preocupada de Tim. Intentó sonreírle, pero no le salió muy bien.

—Sí... Lamento eso. De verdad.

—Es un completo idiota. No sé cómo lo aguantaste tanto.

—Yo tampoco —concordó ella.

—La buena noticia —repuso Tim, entregándole la bolsa con los cuchillos—, es que no tendrás que hacerlo nunca más.

—Gracias, Tim. Por todo —contestó ella, tomando la bolsa.

—No fue nada —Se giró para irse, pero pareció recordar algo importante y se devolvió—. Debra...

—¿SI?

Y de la nada, Tim le plantó un beso en la mejilla.

—Ya verás que los asiáticos son mejores.

Ella quedó anonadada, no pudo responder o despedirse, y no fue hasta después de que el auto de Tim desapareció calle abajo que se dio cuenta de su pulso acelerado.


.

¡Hola a todxs! 

¿Qué les pareció el capítulo de hoy? Yo me divertí mucho escribiéndolo y aún más editándolo (sobre todo el final *guiño guiño*). 

Hasta un próximo capítulo...

-Nat.

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