Boca de dragón

By Narialam

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Cientos de años atrás, la enfermedad de Hanahaki había causado algún que otro estrago en la región de Liyue p... More

II
III
IV
V
VI
VII. Rex Lapis (parte uno)
VIII. Rex Lapis (parte dos)
IX
X. Morax (parte 1)
XI. Morax (parte 2)

I

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By Narialam

I had to fall to lose it all

But in the end that It dosn't even matter

In the end; Linkin Park.

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La primera vez que Morax escuchó hablar de la enfermedad no le dio mayor importancia. Era uno de los tantos males que aquejaban a la humanidad, una desdicha en la que él, que se dedicaba más a la protección que a la sanación, poco tenía que hacer. En aquellos tiempos estaba demasiado ocupado lidiando con la sed de poder de otros dioses como para preocuparse por algo tan trivial como una enfermedad mortal.

La primera vez que Morax tuvo un contacto directo con la enfermedad fue para descubrir que no se trataba de solo una enfermedad mortal. También afectaba a los adeptus e incluso, si los rumores eran ciertos, a los arcontes. Morax, que por entonces tenía la salud de un roble dirigió su preocupación a la única persona con la que en aquel entonces compartía un estrecho vínculo.

La risa de Guizhong resonó por la llanura con tanta claridad que Morax ni siquiera tuvo el valor para sentirse ofendido por la burla implícita en la misma.

—¿Realmente crees que yo podría contraer la hanahaki? —preguntó finalmente la mujer cuando los espasmos provocados por la risa cesaron.

—¿Acaso ese joven adeptus que estaba hablando contigo hace escasas horas no la padecía? Estaba delante de ti cuando te llenó de flores —le recordó el arconte.

—Oh, Rex Lapis, eso ha sido realmente desafortunado de presenciar —suspiró—. De verdad que no sabes nada de las cosas más mundanas. En realidad, debería ser yo la que estuviese preocupada por ti —sentenció la mujer mientras ponía los ojos en blanco. Dio un par de pequeños golpes en el suelo a su lado y esperó pacientemente a que su viejo amigo se sentase dónde le había indicado.

—No recuerdo la última vez que estuve enfermo —dijo el arconte, aunque en realidad en su mente lo único que podía pensar era en si había enfermado si quiera alguna vez.

—Ah, pero es que esta no es una enfermedad del cuerpo, mi querido amigo, sino de la mente —explicó la mujer. Sus manos, que estaban tan curtidas en la batalla como las del propio Morax se dedicaron a acariciar su larga cabellera mientras contemplaba el horizonte, pensativa—. Una enfermedad de la mente que afecta al cuerpo, de hecho —aclaró.

—Puede que carezca de tu entendimiento sobre los mortales, pero eso no significa que mi mente sea débil —había replicado Morax haciendo que Guizhong volviera a reír. Esta vez más suavemente.

—Ah, niño tonto, no se trata de eso. No se trata de debilidad o fortaleza mental, se trata de cabezonería —se burló la diosa—. Y tu mente es tan dura como una roca.

—Ahora si que te estás riendo de mí.

—Por supuesto, mi querido Rex Lapis. Oh, vamos, no te levantes, está bien, está bien, te lo explicaré —Guizhong le agarró del borde de su capa y le obligó a volver de nuevo al suelo—. Para mi es imposible contraer una enfermedad que solo aquellos que se lo guardan todo para si contraen, ¿entiendes? Sabes que soy una persona que siempre dice lo que siente ya sea bueno o malo.

—¿Qué te hace pensar que yo soy diferente? Siempre digo las cosas tal cual las pienso.

—Mentiroso. Eres demasiado gentil. Cambias de tema cuando se adentra en aguas pantanosas y aunque dices lo que piensas nunca dices lo que sientes —sentenció Guizhong. Gentil. Era definitivamente un adjetivo con el que los habitantes de la zona no describirían a su arconte o al menos eso fue lo que pensó Morax en aquel momento—. Por suerte para ti, eres demasiado ajeno a tus propios sentimientos como para que realmente me preocupe que enfermes y empieces a escupir lirios de cristal por tus arenosos labios.

—A veces no sé por qué te sigo soportando —y con eso la conversación había terminado. Morax dejó a Guizhong quien volvía a reírse a pleno pulmón a su costa y se olvidó del tema durante un tiempo.

Sin embargo, con el pasar de los siglos inevitablemente acabó adquiriendo todo el conocimiento necesario en lo que concernía a aquella enfermedad. La enfermedad de Hanahaki. Se rumoreaba que había llegado a Liyue a través del mar, de las lejanas tierras de Inazuma. Una enfermedad potencialmente mortal pero que, al menos, no era excesivamente contagiosa. De hecho, para que se diera el contagio de un cuerpo a otro el estado mental del huésped debía ser similar al de la persona enferma y, por suerte para los mortales, ni siquiera entonces el contagio tenía un cien por cien de efectividad.

Una enfermedad que no podía curarse con medicación, aunque si tratar los peores síntomas.

Sin embargo, lo que más impresión causó en Rex Lapis fue las consecuencias que podía llegar a tener en el cuerpo de los adeptus. Debido a la sangre inmortal que corría por sus venas la mortalidad de la hanahaki se manifestaba de una manera muy diferente a la de los meros mundanos. El adeptus que no conseguía superar la dichosa hanahaki terminaba con su cuerpo cubierto por flores que echaban raíces en la tierra y se anclaban allí hasta que alguien lo suficientemente misericordioso arrancaba las raíces del suelo y realizaba una correcta incineración del muerto con los peligros que aquello entrañaba.

Aunque el porcentaje de contagio fuera bajo la posibilidad siempre estaba ahí, después de todo.

En su momento, Morax se ocupó de todos los amigos que habían caído presa de aquella dolencia. No muchos adeptus corrieron con tal suerte, sin embargo, entre los humanos la cosa fue bastante distinta. Por suerte, con el transcurrir de las estaciones aquella enfermedad fue volviéndose cada vez más rara hasta el punto de que solo los estudiosos y los poetas la conocían a fondo. De vez en cuando siempre había una pobre alma desgraciada que terminaba contrayéndola, pero la tasa de contagios decreció hasta ser prácticamente inexistente.

En los nuevos tiempos, Zhongli no recordaba haber tenido que realizar ningún rito funerario que incluyera a algún mortal o inmortal que hubiera fallecido aquejado de dicha dolencia.

Hasta ese momento.

Cuando Hu Tao le había dicho que necesitaba su ayuda para encargarse del funeral de un nuevo cuerpo jamás esperó tener que enfrentarse a eso.

—Lumine —llamó—. No te acerques —le dijo a la viajera mientras examinaba en silencio al difunto frente a él. La muchacha había venido a visitarle a la funeraria en el peor de los momentos. Él, generalmente, no solía ocuparse de cuerpos mortales, sin embargo, después de ver el estado tan deplorable de aquel cuerpo entendía porque Hu Tao no había tenido más remedio que endosarle el muerto a su consultor preferido (o al menos eso era lo que la mujer había dicho, Zhongli estaba seguro de que ella simplemente no había sabido cómo lidiar con aquello).

Después de todo, un cuerpo rodeado de raíces con brotes de flores dulces a su alrededor que florecían directamente de la piel no era algo que uno viera todos los días. Zhongli estaba sorprendido, sin embargo, después de todo. Aquella era la forma en la que la enfermedad se manifestaba en los momentos finales de los inmortales que la contraían. No en los humanos. En el mejor de los casos cuando un humano moría por la hanahaki era porque simplemente se había atragantado con sus propios pétalos, en el peor las raíces anidaban en los pulmones hasta inundarlos y el humano en cuestión moría ahogado en un mar de flores.

Así pues, un humano enredado en sus propias raíces era lo último con lo que Zhongli había esperado encontrarse.

—¿Molesto? —escuchó la voz tímida de la chica desde la puerta y el consultor suspiró antes de volver a cerrar la bolsa que contenía el cadáver.

—No, pero la enfermedad que ha matado a esta persona es potencialmente contagiosa —explicó el hombre que procedió a acercarse a la mujer rubia y a Paimon que revoloteaba alrededor de la chica como siempre.

—¿¡Ah!? ¡Espera un momento! ¿¡Eso no es peligroso para ti también!? —Paimon exclamó mientras Lumine entrecerraba los ojos y dibujaba una expresión de clara preocupación.

—No es necesario que te alteres. Es demasiado largo de explicar ahora mismo, pero no tienes nada de lo que preocuparte. No es posible para mi contraer dicha enfermedad —después de todo, Guizhong había tenido razón. Para él, que era incapaz de desentrañar los misterios del corazón humano, la hanahaki era una enfermedad completamente ajena.

Después de todo, dónde la hanahaki prefería anidar era en los corazones de aquellos que guardaban su amor para sí mismos hasta que la propia agonía de su desesperación terminaba por consumirlos.

El amor no era un sentimiento desconocido para el antiguo arconte.

El amor humano, el amor romántico era otro cantar.

Zhongli había amado a Guizhong, había amado a su gente (aún la amaba) pero no como un mortal amaba a otro. Pese a que había disfrutado de los placeres de la carne el concepto del amor romántico se escapaba a su comprensión. A veces, se preguntaba si quizá lo que había sentido por Guizhong se asemejaba, otras, era incapaz de identificarse en los versos que los poetas le cantaban al enamoramiento o las narraciones descriptivas del mismo.

—¿Seguro? —preguntó Lumine mientras daba un par de pasos hacia atrás para que Zhongli pudiera salir de la habitación dónde descansaban los difuntos.

—Seguro —respondió el hombre esperando que la nostalgia abandonara su corazón mientras caminaba junto a la viajera y su acompañante hacia el piso superior de la funeraria—. ¿Qué te trae por aquí? —preguntó finalmente cuando estuvieron lejos de las florecidas raíces de sus recuerdos.

—¡Oh! De hecho... Venía porque necesito tu ayuda. Si quieres y tienes tiempo, claro.

—¿Un nuevo acuerdo entre los dos? Sabes que si puedo ayudarte lo haré con gusto.

—Es sobre Xiao —la mano de Zhongli se detuvo sobre el pomo de su despacho durante un par de segundos antes de decidirse a abrir finalmente la puerta para que tanto él como sus dos acompañantes pasaran.

—¿Le pasa algo? —preguntó finalmente intentando parecer desinteresado. El hecho de que la chica pareció no inmutarse de sus acciones le indicó que lo había logrado.

—Oh, no, no es nada grave. Se trata del rito de la linterna. Verr Goldet me pidió que llevase a Xiao conmigo para que lo viera pero está resultando bastante... difícil.

—Querrás decir imposible —soltó repentinamente Paimon mientras movía su cuerpecito lleno de frustración—. Hemos hecho de todo para tratar de convencerle pero sigue negándose una y otra vez. ¿Tienes algún truco de arconte? ¿Sabes su punto débil? ¡Cualquier cosa nos vale!

—A Xiao nunca le han gustado las multitudes —Zhongli dijo a lo que Paimon no pudo más que suspirar—. No creo que sea la persona más adecuada para ayudaros con este encargo, me temo. Dadas nuestras... circunstancias —Zhongli se acercó a su escritorio y tanteó el cajón del mismo en silencio para sacar una pequeña bolsa de seda roja envuelta en un lazo de color blanco—. Además, yo nunca conseguí que Xiao me acompañase a ver el rito —aclaró. No era como si no lo hubiese intentado en el pasado hasta que... bueno, dejó de intentarlo en algún momento.

Del mismo modo que había dejado de intentarlo con todos los demás.

Cuanto más tiempo pasaba entre los mortales más consciente era de que simplemente había estado imponiendo su presencia a los demás. Había sido un descubrimiento desagradable que solo reafirmaba que había tomado la decisión correcta en cuanto a su modo de proceder. Quizá había sido algo drástico en cuanto a su ejecución, pero ya no importaba.

—¿Qué es esto? ¿Es comida? —la voz de Paimon le sacó de su melancolía y antes de que el hada parlante se acercará de más a la bolsa Zhongli la arrojó contra la viajera.

—Evita que tu compañera se la coma, es un medicamento demasiado potente para los mortales así que como comprenderás no, no es comida —le advirtió Zhogli a la viajera—. Es para Xiao —aclaró ante la mirada de confusión que Lumine le dirigía. Zhongli imaginaba que después de tanto tiempo sin verse y sin que hubiera tenido tiempo de contactar el mismo con Verr Goldet las reservas de la medicina de Xiao estarían en sus mínimos.

—¿Está enfermo? —preguntó la viajera.

—Es más complicado que eso —fue lo que respondió el antiguo arconte mientras procedía a cerrar el cajón de su escritorio. Dudó pero finalmente se apoyó en el borde del escritorio para mirar a las dos mujeres (o bueno, una mujer y una niña dependiendo de la edad real del hada parlante la cual era incapaz de adivinar).

—Pero no vas a contármelo, ¿verdad? —preguntó Lumine.

—No es mi historia para contarla —además, Zhongli no deseaba hablar de Xiao. Cuanto más consciente era de todo lo que había hecho mal con el adeptus más culpable se sentía. Aquella medicina era el único pobre consuelo que podía ofrecerle. Incluso aunque quisiera verle para disculparse, incluso aunque quisiera verle para intentar recuperar el vínculo que les había unido, Zhongli dudaba que fuera posible. No era posible revertir el tiempo, no era posible para él regresar a los días en los que era capaz de reunir a su gente a su alrededor sin tener que perseguirlos.

¿Te ha considerado alguno de ellos su amigo realmente?

Acalló el susurro insidioso de su cabeza mientras procedía a parpadear un par de veces y carraspear.

Era normal que se hubieran distanciado. Después de tantos años todos los adeptus habían formado sus vidas lejos de él. No había razón ninguna para que sintiera pena por ello.

—Se lo daré —dijo Lumine mientras guardaba la bolsa en uno de los bolsillos de su blanco traje—. Zhongli —llamó—. ¿Estás bien? Te noto distraído —los ojos dorados del hombre se abrieron ligeramente por la sorpresa—. ¿Es muy peligrosa esa enfermedad?

—Ah —el hombre sonrió, suave, después de todo, era imposible que nadie conociera las entrañas de su alma más que el mismo. Negó—. En los últimos tiempos la mayoría de los casos se han recuperado con éxito. Por eso me ha sorprendido ver un cuerpo en un estado tan lamentable.

—Si tú lo dices...

—¡En ese caso será mejor que nos vayamos moviendo! Aún tenemos que encontrar algún modo de traer aquí a Xiao. ¡Podemos probar en la calle comercial!

—Tú solo quieres que te invite a comer —le replicó la viajera a Paimon mientras hacía un gesto de despedida para Zhongli quien levantó la mano por pura inercia mientras las veía alejarse de su despacho y de la funeraria. No pasó mucho tiempo antes de que se asomará por la ventana que estaba en dirección a la calle para contemplar como Lumine y Paimon deambulaban por las calles de Liyue e, inevitablemente, su mente terminó perdiéndose en los recuerdos de un pasado no tan lejano.

Alatus.

Xiao.

La última vez que le vio.

—Xiao —Morax llamó desde el balcón de la posada Wangshu. Sus manos se aferraron sin fuerza a la barandilla que impedía que los niños revoltosos cayeran desde una altura considerable.

Esperó.

Sus ojos recorrieron las decoraciones luminosas que adornaban los bordes de la estructura, linternas celestes se anclaban en la madera allí y allá. Morax se preguntó vagamente si aquellos que se habían perdido encontrarían el camino de vuelta a casa si seguían las luces. El sonido del viento tras de sí así como el ruido del metal chocando contra la madera fue lo único que necesito para voltear su rostro lentamente hacia atrás para contemplar a uno de sus más antiguos aliados con una rodilla hincada en el suelo.

Ah.

No importaba cuantas veces le dijera que no hacía falta tanta ceremonia.

—Maestro —saludó el vigilante. El rostro del joven contemplaba el suelo como si fuera lo más fascinante del mundo. Morax se habría reído de haber estado de humor, sin embargo, no lo estaba. ¿Por cuantos años más planeaban seguir con el mismo baile?

—Puedes levantarte, Xiao —el arconte emitió un suspiro cansado tras pronunciar aquellas palabras y esperó a que su viejo amigo se incorporará.

—¿Sucede algo?

—¿Tiene que suceder algo para venir a verte? —preguntó Morax. El adeptus arqueó su ceja derecha como toda respuesta y el hombre más alto se removió ligeramente incomodo en su lugar. ¿Tanto se habían distanciado? Aunque quizá, la verdadera pregunta sería: ¿quién de los dos se había distanciado primero?

Hubo un pequeño carraspeo débil y finalmente Morax le tendió, nuevamente, la mano a Xiao.

Otro año más.

—Dicen que el rito de la linterna va a ser especialmente animado esta vez. Me preguntaba si querrías acompañarme este año —pidió el arconte.

En el pasado, Morax había ordenado innumerables cosas a su discípulo.

Pero nunca que le hiciera compañía si no lo deseaba.

El silencio se extendió entre ambos durante un periodo de tiempo lo suficientemente grande como para que Morax supiera de antemano que la respuesta sería la misma de siempre. Aun así, como una roca, continuó con su mano extendida hacia el yaksha hasta que le escuchó finalmente suspirar. Vio la duda pintar su rostro, vio el atisbo en su rostro de siempre, el de querer decir algo para luego cambiar de opinión. Sus dedos se contrajeron lentamente hacia adentro sin llegar a cerrar su mano, expectante.

—Agradezco que estés aquí, maestro, pero creo que deberías invitar a Ganyu en vez de a mí. Sabes que se siente mucho más cómoda rodeada de humanos que yo —Xiao negó con la cabeza antes de cruzarse de brazos.

Una barrera más entre los dos.

—Supongo que tienes razón —se escuchó decir el arconte mientras dejaba caer finalmente su mano de vuelta a su posición original, sus dedos, sin embargo, se encontraron cerrándose y abriéndose inconscientemente—. Aunque deberías aprovechar las festividades para descansar, aunque sea un par de días.

—Estoy bien —replicó el yaksha sin la característica agresividad con la que solía tratar a todos los demás—. Me tomo de vez en cuando los descansos pertinentes, no debes preocuparte por esas trivialidades.

—¿Es así? —la sonrisa de Morax, gentil como siempre, no alcanzó sus ojos, sin embargo, dado que su acompañante estaba mirando a cualquier otro lugar que no fuera su rostro no fue capaz de verlo—. Entonces será mejor que te deje tranquilo. Ten un feliz rito de la linterna, Xiao —se despidió el arconte.

—Tú también, maestro —se despidió el joven. Morax le observó en silencio y no fue hasta que volvió a mirar el cielo estrellado que podía verse desde aquel lugar que escuchó el sonido del adeptus perdiéndose en el viento.

Morax se preguntó por qué seguía insistiendo.

Zhongli no tenía la respuesta.

Era ridícula la contradicción en su mente. El deseo de no querer imponer su presencia a los demás, el deseo de no estar solo, el deseo de no dejar solos a los demás.

Cuanto más tiempo pasaba rodeado de humanos más comprendía cual era el sentimiento que había anidado en su corazón durante sus últimos años como Rex Lapis. Y a pesar de comprenderlo, a pesar de intentarlo con todas sus fuerzas era imposible para él librarse de la sensación de soledad que había creado su hogar en su corazón.

Se preguntó si Xiao se habría sentido así alguna vez así.

En el fondo de su corazón esperó que no.

Mientras Zhongli veía a través de la ventana como el cielo de Liyue se oscurecía anunciando la tormenta que pronto caería sobre las cabezas de sus habitantes una pequeña tos sacudió su cuerpo.

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NdA: A pesar de que sé que somos dos gatos en este fandom (cuatro o cinco si contamos a los otros idiomas) mis dedos necesitaban sacarse esta idea de la cabeza. En realidad, esto iba a ser un one-shot pero al final se convirtió en algo más largo (espero que no mucho más largo).

(No) lo siento de antemano por los kilos de angst.

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