Rastros de sombra en el sofá

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Bangchan sudaba y le suplicaba a la luna que lo cargara en brazos mientras una horda de monstruos corría detrás de él.

Las calles se habían vestido de gala, el cielo se había pintado de melancolía, y la noche se la pasaba recitando poemas. Entre tanto, en el suelo hostil de un pueblo caótico, Bangchan corría temeroso de que la muerte le tocara el hombro en cualquier instante.

Los monstruos se acercaban cada vez más, pesados y furiosos. Tenían rostros de caballos, cerdos, perros y cualquier otro animal capaz de intimidarlo.

Algunos otros simplemente llevaban pañuelos que les cubrían la boca.

Bangchan se tropezaba de vez en cuando y el suelo parecía abrazarlo para impedirle que se levantara. Sin embargo, motivado por su instinto de preservación, el chico lograba levantar su cuerpo del empedrado y seguir corriendo mientras los monstruos continuaban con su alocada cacería.

Y mientras la escena se desarrollaba y la desesperación jugaba con los gestos de Bangchan, las demás personas en el pueblo observaban desde la seguridad de una ventana. Los ojos curiosos disparaban miradas directamente a la piel de Bangchan y luego se clavaban en su carne. La gente emitía palabras que sólo hacían eco dentro de sus casas, en sus rostros se podía percibir el cálido alivio de estar protegidos por cuatro paredes.

Bangchan tocó infinidad de puertas que nunca se abrieron, arrojó gritos que ningún oído se dignó a escuchar.

La gente no hizo nada. La luna tampoco.

Los monstruos rugían embravecidos. Entre alaridos pronunciaban el nombre de Bangchan. Le contaban qué le harían cuando lo alcanzaran, le prometían una muerte llena de poesía.

Las pisadas y el empedrado parecían estar dando un concierto, la furia le otorgaba cierto calor a las calles, como si el sol hubiese salido de noche sólo para retar a la luna.

Bangchan corría con el corazón a punto de abandonarlo para irse a habitar otro cuerpo.

Corrió, corrió, corrió.

Hasta que finalmente llegó a casa, el lugar que usaría como refugio poco efectivo.

Atravesó la puerta, y por un plácido segundo, pensó que la pesadilla había finalizado. Cerró los ojos y los apretó como si quisiera estallar. Sin embargo, las pisadas, los bufidos y los golpes seguían escuchándose en la calle, como un carnaval en el que sólo participaban bestias. Pronto llegarían, derribarían la puerta y se tragarían a Bangchan.

El muchacho miró el interior de su casa, y el tiempo le concedió una tregua. Los recuerdos vinieron poco a poco, como una llovizna de agua cálida.

Minho, Minho, Minho.

El nombre de su amado formó una canción en su mente.

Bangchan evocó el sabor y la textura de sus labios. Sus ojos eran marrones, su cintura era un refugio contra la miseria. Probablemente en el sofá aún había rastros de su sombra. Quizá su dulce voz se había escondido en algún hueco de la pared, esperando a que Bangchan colocara el oído para escucharlo murmurar. En ese pedazo de mundo, el amor venía para mitigar el caos, el peligro y la muerte. El muchacho lloró sin siquiera esforzarse por reprimir las lágrimas.

Si Minho estuviera con él... hubiera, hubiera, hubiera. Maldito hubiera.

El sudor en su rostro le pedía que volviera al presente, la fatiga le aconsejaba seguir recordando un poco más. La palabra amor, inexplicablemente, rimaba con Minho. Aquella casa era un tributo a los momentos juntos, y el pasado se empeñaba en seguir existiendo.

Los rayos de luna se filtraban por la ventana, propiciando una alegre alucinación: Minho bailando juguetonamente en medio de la sala.

El rostro de Bangchan esbozó una triste sonrisa. Si el cielo hubiese contado con más nubes esa noche, probablemente hubiera llorado.

Y entonces, despedazando toda esa dulce nostalgia, un grupo de monstruos comenzó a patear la puerta, a romper las ventanas, y a gritar enfurecidos buscando a Bangchan.

El muchacho se levantó y subió por las escaleras mientras todos aquellos caballos, cerdos, perros y encapuchados entraban a la casa destruyéndolo todo. Corazones vestidos de rabia, miradas coléricas que buscaban a su objetivo.

Bangchan logró llegar a la azotea. La luna lo estaba esperando. Un grotesco eco de voces se acercaba desde la planta baja. Bangchan quiso pronunciar el nombre de Minho, pero sintió que no tenía derecho. Miró el cielo, e imaginó que su amado era la estrella más brillante y que le estaba sonriendo.

El pueblo estaba quieto, anhelante, hermosamente desastroso.

Los monstruos llegaron a la azotea y encontraron a Bangchan parado en una orilla. Corrieron hacia él, generando una dramática resonancia con sus pesados pasos. Los labios abiertos emitían gritos que deleitaban a la muerte.

Los ojos de Bangchan se cerraron para permitirle imaginar que Minho le besaba la frente. El muchacho dejó que su cuerpo resbalara desde la orilla, abrió los brazos como si quisiera volar. El viento corrió en dirección contraria, intentando inútilmente empujarlo para que no cayera. Los cerros cantaron mientras el cuerpo de Bangchan descendía.

Y cuando chocó contra el empedrado, la muerte aplaudió.

Silencio, todo se volvió silencio. Los monstruos se asomaron al vacío para toparse con el cadáver de Bangchan. Arrojaron sus palos y tubos al suelo, cansados y emocionalmente agitados. Se miraron entre sí, como si buscaran calma en otros ojos.

Un chico rubio con el corazón roto y el rostro adornado de tristeza llegó hasta la azotea. En ese momento, todos aquellos hombres se quitaron las máscaras, las bandas y los pañuelos para mostrarse como humanos ante el joven muchacho.

No hubo palabras que se escaparan de los gruesos labios del joven, todos le abrieron paso bajando la cabeza. Al llegar a la orilla de la azotea, Hyunjin se asomó.

El cadáver de Bangchan no lo complacía tanto como aquel grupo de hombres imaginaba.

No le arrancaría su pena, no le devolvería a su hermoso Minho.

Minho había pasado sus últimas horas a lado de Bangchan, intentando explicarle que no estaba enamorado de él, que él ya tenía una pareja y que ellos ni siquiera se conocían bien.

Una tarde en la plaza, Minho lo había saludado por cortesía. Y eso fue suficiente para Bangchan...


mini maratón 1/3

no sé porqué, pero amo la nueva portada.

CUENTOS PARA MONSTRUOS | 𝐒𝐓𝐑𝐀𝐘 𝐊𝐈𝐃𝐒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora