Bala de cañón

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Jisung lo amaba. Felix no.

Fue muy claro y cálido al decírselo: «Eres bueno, valoro tus sentimientos y lamento no poder corresponderlos. No te dejaré puertas abiertas porque tú mereces algo más que vivir colgado a una ilusión. Lo lamento, pero mi amor le pertenece a alguien más ».

Una tarde, Jisung se internó en lo profundo del parque. Pensaba en Felix y lo lindo que se veía de pelirrojo. Sabía perfectamente que él tenía razón, y tampoco podía reprocharle por amar a otro. Pensaba en su vida, en sus escazas alegrías, en su soledad, en el amor no correspondido.

Nadie caminaba excepto él. Los árboles se preparaban para dormir, y la oscuridad ya empezaba a dibujar sombras. El chico caminaba dejando que sus pensamientos se atacaran entre sí, el nombre de Felix jugaba a hacer ecos en su cabeza. El amor era un sueño ajeno a él, sus palabras y poesías se volvían carbón. Su vida estaba tan vacía que un solo renglón bastaba para describirla.

Entonces, de la nada y de manera abrupta, un grito de auxilio rebanó su preciado silencio.

Su mente lo transportó de la tristeza a la acción en un rápido golpe. Su oído siguió el rastro, y en un lugar cercano, halló a un muchacho con un pasamontañas, más alto y fornido que él, arrancándole la falda a una chica de no más de dieciséis años.

Su primer reflejo fue buscar en los alrededores a otra persona. No había nadie, su cobardía le aconsejó alejarse, pero él, con las piernas temblorosas y la voz indispuesta, corrió torpemente en su intento de ayudar.
Se abalanzó sobre la espalda del sujeto con pasamontañas, tratando de detenerlo, pero él se liberó con facilidad, impactando después un golpe en el rostro del chico sin considerarlo una amenaza.

Aturdido en el suelo, la mente del muchacho le jugó una broma, arrojándole pedazos de su vida: el rechazo, el mundo arrastrándolo a un rincón oscuro, la manera en que todos le pasaban encima. «Le lloras tanto a tu soledad, y a todo le pones una etiqueta de injusticia, porque en el fondo no quieres aceptar que es culpa tuya. Culpas al mundo, pero el mundo ni siquiera voltea a verte. Los demás te consideran insignificante, porque al mirarte a los ojos, se dan cuenta de que así te sientes».

La rabia aprovechó su oportunidad para abrir una puerta que siempre había estado cerrada, sus venas bombearon magma, y sus penas se amotinaron en uno de sus puños, convirtiéndolo en una bala de cañón, la cual se estrelló contra el rostro cubierto del agresor.

Éste cayó al suelo, el cual lo recibió antipático. Se levantó y abortó la misión. Se alejó con un solo ojo funcionando, y desapareció usando la oscura tarde como camuflaje.

La chica enrolló su cuerpo en el suelo y ocultó su rostro. El llanto le comió las palabras, los gemidos eran su única forma de comunicación. Sólo quería regresar a casa y convertirla en una guarida. Jisung, aún con la mente desencajada, prometió ayudarla.

Sacó su teléfono, y empezó a presionar las teclas.

*

Después de correr por diez minutos, el muchacho llegó a su auto y se quitó el pasamontañas. Lo habían lastimado en serio y necesitaba ayuda. Sabía hacia dónde conducir: iría a casa de su hermoso e inteligente novio pelirrojo.

Se llamaba Felix, él sabría que hacer…

CUENTOS PARA MONSTRUOS | 𝐒𝐓𝐑𝐀𝐘 𝐊𝐈𝐃𝐒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora