Una cerveza

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El lugar era una fuente de sodas. Un local abarrotado de risas espontáneas, besos efusivos y amigos encontrándose.

La música escapaba de la garganta de una rockola, la cual acataba la voluntad de aquellos que insertaban monedas en su vientre. Las bebidas adornaban las mesas y animaban las conversaciones. Los vasos chocaban, las sonrisas se abrían paso en los labios de las personas y las bromas se colaban a las mesas más cercanas, haciendo reír incluso a los que no participaban en la plática.

En el centro del lugar, había una mesa color naranja donde se desarrollaba una escena muy peculiar. Se trataba de una cita a ciegas, cuyos integrantes eran un muchacho espectacularmente hermoso, de cabellos largos y dorados, labios tan gruesos que parecían perfectos, y presencia tan fuerte que eclipsaba a su acompañante, un joven muy nervioso de nombre Seungmin.

Se miraban el uno al otro. El rubio no dejaba de sonreír, sus facciones parecían pinceladas artísticas. Seungmin no dejaba de sudar, su frente era un iceberg derritiéndose tras el impacto de un meteoro.

—¿Puedo besarte? —preguntó el rubio, con una deleitante voz de arpa.

—No, yo… eh… no… mejor sólo… conversemos, ¿Te parece? Hay que conversar —respondió el castaño con un nerviosismo que hacía que sus palabras se derraparan.

—En serio quiero besarte —insistió mientras estampaba sus pupilas directamente en las del contrario.

—¡No! Por favor, conversemos. Sólo… hablemos, ¿Sí? Sólo conversemos…

—¿Y de qué quieres que hablemos? —preguntó mientras recargaba la barbilla en uno de sus puños.

—No lo sé… ¡De lo que sea! ¡De lo que tú quieras!

— Hablemos… mmm… de tu ex novio, ¿Qué te parece?

Seungmin sintió que el invierno entraba por sus venas, quería levantarse del asiento, pero éste parecía tener garras que lo sostenían por la cintura.

—Se llamaba Jeongin, ¿No es así? —prosiguió el muchacho rubio—. Dime, ¿qué le gustaba a Jeongin? ¿Ver películas? ¿Ir a conciertos? ¿Hablar con otros tipos enfrente de ti?

Los puños de Seungmin se cerraron frenéticamente, provocando que la mesa temblara un poco. Miraba el suelo para no enfrentar las pupilas grises del rubio. Su garganta empezaba a llenarse de nudos, y habló antes de que estos se lo impidieran.

—Él era hermoso. En serio lo era. Lo amaba tanto, era mi rey —dijo el castaño al borde del llanto.

—Entonces, ¿Lo amabas?

—Sí… Claro que lo amaba, lo amaba como nadie lo había hecho —respondió con lágrimas bajando igual que serpientes por sus mejillas.

—¿Entonces por qué hiciste lo que hiciste? —preguntó el rubio.

Seungmin se quebró, su llanto fue un relámpago que peleó contra la música del lugar. Sin embargo, nadie pareció notarlo.

—Yo lo amaba —dijo gimoteando—. Pero él… tú debes saberlo… Él tenía muchos amigos, hablaba con muchos tipos —el castaño hizo una pausa y luego prosiguió con un leve cambió de molestia en la voz—. ¡Él sabía que eso no me gustaba! Lo hacía a propósito para ponerme celoso —volvió a llorar—. Él… Él… Disfrutaba viéndome así…

—Tenía un hermano, ¿Verdad? —preguntó aquel chico con malicia juguetona.

—¿Te refieres a Minho? Sí… él siempre fue mi amigo. Veíamos los partidos juntos.

—¿Y ya se lo dijiste? —entonces esbozo una sonrisa cruel y sensual al mismo tiempo.

Seungmin tragó saliva. La rockola se calló un momento para escuchar su respuesta, pero al ver que se demoraba demasiado, reprodujo otra canción. El castaño miró a su acompañante con ojos de cordero temeroso.

—¿Puedo besarte? —peguntó el rubio de nuevo.

—¡No! —contestó eufórico.

—Entonces dime qué le pasó a Jeongin —exigió sutilmente.

El cuerpo del castaño temblaba como si su corazón luchara por escapar de su pecho. Sus labios aterrados no querían seguir con la conversación, pero aun así, emitieron una frase tajante.

—Yo lo maté.

—¿Cómo? —preguntó emocionado, quería escuchar algo que ya sabía, pero esta vez, directamente de la voz del chico, como si se tratara de un poema recitado por el propio autor.

—Presioné su cuello demasiado tiempo —dijo Seungmin y el llanto vino nuevamente como un cantante al que le piden una última canción—. No quería hacerlo… Yo lo amaba... ¿Por qué tantos amigos? ¿Por qué tenía que hablar tanto con otros imbéciles? ¡Yo era su novio! ¡El amor de su vida! ¡Su dueño! —el castaño se arrepintió de pronunciar esta última palabra al darse cuenta de que sonaba grotesca.

El rubio se despegó del asiento y tomó la cabeza del muchacho con ambas manos. Lo miró con ternura, o quizá con malicia, era difícil diferenciarlo. Le acarició el cabello mientras él lloraba desconsolado, abatido, aterrado.

—Tranquilo, ya estoy aquí —dijo con sus ojos grises pegados a los del castaño.

Después acercó lentamente sus labios, y lo besó delicadamente, como si aquel tipo atormentado estuviera hecho de porcelana y cualquier movimiento brusco fuera a quebrarlo. Él no dejaba de llorar, intentó resistirse al beso, pero eso no era posible.

El rubio volvió a su lugar y encendió un cigarro. El humo formó figuras que se invitaban a bailar entre ellas, y algunas cenizas cayeron en su elegante traje negro.

Entonces un joven hizo una estrepitosa entrada a la fuente de sodas. Sus ojos rojos y llorosos eran la evidencia de que acababa de enterarse de algo terrible apenas unas horas antes. Su mirada exploró todo el lugar hasta encontrar lo que buscaba.

Seungmin reconoció inmediatamente al joven, a pesar de su aspecto furioso y desencajado: era Minho, el hermano de Jeongin. Pudo sentir el pesado retumbar de cada uno de sus pasos, como si se tratara de un gigante de piedra caminando en dirección a él.

Minho, después de tres semanas, finalmente había descubierto lo que le ocurrió a Jeongin.

Cuando estuvieron frente a frente, las palabras se convirtieron en criaturas que se negaron a salir de su guarida. La rockola se calló de nuevo, y el silencio se volvió monarca. Minho sacó un revólver. Su frente dejó caer dos gotas zigzagueantes, la piedad salió corriendo del lugar, y una bala atravesó furiosa el cráneo del unico muchacho sentado en la mesa.

Una oleada de gritos y pánico abarrotó la fuente de sodas. Todos corrieron hacia la salida, interrumpiendo sus risas espontáneas, besos efusivos y encuentros amigables.

La muerte terminó su cigarro, acomodó sus rubios cabellos mientras sacudia las cenizas del elegante traje negro, y miró su reloj… aún tenía tiempo para una cerveza.

CUENTOS PARA MONSTRUOS | 𝐒𝐓𝐑𝐀𝐘 𝐊𝐈𝐃𝐒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora